La obra de Fernando Ortiz es indispensable para entender la cultura cubana y estamos reunidos principalmente para tratar la temática orticiana en su dimensión cultural.(1) Sin embargo, a pesar de que la cultura también es un aspecto del perfil que trazo en este ensayo, mi preocupación se centra en otro factor: la política.
Durante años, a Don Fernando le preocupó activamente la política: fue miembro de la Cámara de Representantes (1916-1923) por el Partido Liberal y participó en varios movimientos reformistas durante los años 20 hasta que, finalmente, dejó la política —y Cuba temporalmente— en 1930, repelido por el cooperativismo de 1928, por el culto a la personalidad de Gerardo Machado y por la creciente represión del régimen. En 1916, Don Fernando llegó a la política, esperanzado pero sin demasiadas ilusiones. En 1910, había apuntado Ortiz: “Incoherencia y disgregación en las clases directoras, ignorancia en las dirigidas: he aquí nuestros estigmas.”(2) Él entendía muy bien —cómo era lógico en vista del desenvolvimiento de la República hasta ese momento— el terrible gravamen que el caudillismo le imponía a la política en Cuba y defendió la formación de múltiples partidos alrededor de plataformas programáticas. Ortiz escribió puntualmente:
Acostumbrémonos a medir el mérito, si no la fuerza de los partidos, no por los hombres que lo integran sino por las ideas que los animan y por los credos que difunden. Un manipulo de creyentes altruistas puede y vale más que una legión de escépticos a quienes sólo mueve la esperanza del botín. No nos asustaría ciertamente ver en Cuba partidos socialistas, clericales, semitas, militaristas, federalistas, laboristas, hasta racistas, hasta monárquicos, hasta ver resucitado el integrismo español y propagar la reincorporación a España, siempre que no fueran sino ideales. El peligro grave no está en los partidos múltiples que aspiran a la verdad, ni en los que tiendan al error siquiera; está en el personalismo político proteiforme en la política que heredamos de la metrópoli, porque el personalismo en la política es casi siempre la mentira.(3)
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Entrega del gobierno a Tomás Estrada Palma,
Primer Presidente de la República. |
Ortiz también tenía una conciencia aguda —como era igualmente de esperar dadas las circunstancias de la fundación de la República— de la peculiar ascendencia de los Estados Unidos sobre Cuba. En sus escritos sobre la intervención de Estados Unidos en Nicaragua en 1911, Don Fernando anotó:
Engendros anémicos de un imperialismo que moría, hemos seguido embrutecidos en la modorra tropical, de la que despertaremos acaso tarde, cuando otro imperialismo que crece nos haya arrasado en su torbellino. Cuba y Nicaragua, víctimas de igual dolencia, irán poco a poco desangrándose. Sólo una civilización intensa y difundida podría salvarnos: siendo cultos, seríamos fuertes. Seámoslo.(4)
Aunque sin vendas en los ojos, Ortiz todavía creía en la acción política de hombres rectos como antídoto a los males que corroían los cimientos republicanos. En 1916, año en el que Alfredo Zayas debió haber asumido la presidencia, Don Fernando fue electo a la Cámara de Representantes. El Partido Liberal ganó la contienda electoral en noviembre, pero los conservadores se negaron a entregarle las riendas del poder. Mario García Menocal se declaró victorioso un mes después de que los votos fueran emitidos. La elección, en realidad, había sido relativamente honesta. El resultado tardío llevaba el sello indeleble del fraude y desató una crisis política parecida a la de 1905-1906, cuando los moderados de Tomás Estrada Palma impidieron la elección de José Miguel Gómez. El año 1917 —el primer año de la carrera política de Don Fernando— marcó un momento crítico en el desarrollo político de la joven República. Los aires de cambio que sacudirían a la sociedad cubana en los años 20 soplaron inicialmente cuando Menocal retuvo el poder ilícitamente con el consentimiento de la administración de Woodrow Wilson. Los liberales y los conservadores honestos se alarmaron como nunca, tanto ante la desfachatez de Menocal como por la manía liberal de recurrir a la lucha armada como método de protesta. Un grupo bipartidista de individuos con prestigio e integridad —Manuel Sanguily, Manuel Márquez Sterling, Enrique José Varona, Carlos Manuel de la Cruz, Cosme de la Torriente, Juan José de la Maza y Artola, Enrique Loynaz del Castillo, entre ellos— trataron infructuosamente de fundar un nuevo partido político. Aunque el nombre de Ortiz no aparece asociado a este esfuerzo, éste recogía todas sus preocupaciones.(5)
Una de las consecuencias de la crisis provocada por la reelección fraudulenta fue la llegada a La Habana del General Enoch Crowder en 1919; se quedó hasta 1922 y supervisó la más flagrante intromisión de EEUU en los asuntos internos de Cuba. Pese a su nacionalismo intachable, Don Fernando colaboró con Crowder en la elaboración de un nuevo código electoral, cuya esencia era la reorganización de los partidos políticos a fin de debilitar la dominación de los caudillos. Siendo todavía representante, Ortiz recomendó una serie de reformas políticas para afianzar la institucionalidad; el código electoral de Crowder incorporó una buena parte de sus recomendaciones.(6) Don Fernando nunca consideró que el costado indiscutiblemente imperioso de la diplomacia norteamericana fuera la única cara de los EEUU, y recomendó:
Fortificación del sentimiento nacionalista, sin quijotismos santamente ilusos ni xenofobias anacrónicas. La mejor garantía de la independencia cubana es un gobierno culto, honrado y justo, basado en las aspiraciones populares y en cordial intimidad recíproca con los Estados Unidos.(7)
Ortiz optó por no aspirar a la reelección en 1922 y, por tanto, abandonó la Cámara de Representantes; sin embargo, no renunció a la tribuna política. En 1923, la Junta Cubana de Renovación Nacional publicó un “Manifiesto a los cubanos”, el primero de una serie que la sociedad civil lanzaría en contra del sistema político durante la primera mitad de la década. Don Fernando era el presidente de la Junta y el autor del manifiesto. Curiosamente, éste diagnosticó el estado de la nación en términos domésticos: El nacionalismo que reclamaba era la conciencia cívica que debía conducir la actuación pública de los cubanos —tanto la de la ciudadanía como la de los políticos. La renovación nacional tenía que comenzar en casa.
Los cubanos queremos una vida republicana, nuevas ideas públicas, nuevas prácticas gubernamentales, nuevas orientaciones legislativas, nuevas escuelas, nuevas riquezas, nuevos códigos, en fin, un nuevo espíritu cívico que avive como fuego purificador las energías del pueblo cubano, para consolidar la República y terminar la obra de la revolución libertadora, dándole a Cuba un gobierno realmente democrático y libre, defendido por una vigorosa civilización nacional y una resistente probidad política.(8)
El gobierno y la oposición dejaron huellas indelebles en el panorama político de los años 20. Movimientos políticos y sociales de diversas orientaciones alzaron primero la pancarta reformista y luego el grito de revolución. El esfuerzo de Machado por retener el poder en contra de los principios de la Constitución y la opinión pública fue el catalizador de lo que sería la revolución de 1933. El caudillismo alcanzó insólitas dimensiones en torno a Machado, enaltecido con honores que no tenían nada que ver con sus méritos y que obviaban la creciente oposición: Doctor Honoris Causa, Egregio, Salvador de la Patria, Hombre Cumbre, Primer Obrero de Cuba.(9) En 1928 el sistema bipartidista se resquebrajó cuando liberales y conservadores se unieron sobre la base del cooperativismo para apoyar la falsa reelección del presidente; el pacto dividió a los partidos y preparó el terreno para el surgimiento de una nueva clase política en los años 30. En 1930 Ortiz, exasperado, salió de Cuba. Al partir reclamó la renuncia de Machado y el Congreso, la constitución de un gobierno provisional y una verdadera solución cubana a la crisis nacional. Esta última demanda se refería a la afirmación de los cooperativistas de que su acuerdo representaba una solución cubana; Ortiz replicó que dicha solución no podía ser un cubaneo más.(10) Como es sabido, Don Fernando continuó siendo un intelectual público de excepcional altura hasta su muerte, pero nunca más participaría activamente en la política.
En 1923 Ortiz se dirigió a una prestigiosa asamblea en la Academia de Historia e instó al público a no considerar sólo la política en el estudio de la historia de Cuba. Don Fernando dijo: “Reconstruir la historia de Cuba sobre el conocimiento exacto de sus fundamentos étnicos, demográficos y culturales, más que sobre la esquelética armazón política”. La cultura cubana, argumentó, ha sido analizada “a la luz de la secular hoguera” de las luchas que le dieron la libertad a Cuba; otras luces del pasado necesitaban ser traídas para poder abarcarla en su totalidad.(11) Probablemente tenía razón, por lo menos para en ese entonces. Sin embargo, por los tiempos que vivimos, voy a desoír a Don Fernando cuando advirtió sobre la necesidad de apartarse de los derroteros políticos: Voy a hacer hincapié sobre la política republicana entre 1902 y 1928. La historiografía cubana ha estado demasiado centrada en la economía, en los movimientos sociales y en el peso de los Estados Unidos; necesitamos un entendimiento político de nuestro pasado por una sencilla razón: Es a través de la acción política que los pueblos hacen y rehacen su propia historia.
Este ensayo consta de dos secciones. La primera delinea los contornos de lo que he dado en llamar el movimiento cívico de la primera República que se nutrió de dos ideas claves de la cubanidad en el siglo XIX: el ideal de una República civil que inspiró a sectores importantes de los movimientos separatistas y la preeminencia de una cultura cívica que fue promovida por los autonomistas. La segunda sección se desarrolla en torno a tres momentos críticos de la primera República: la crisis de 1905-1906 provocada por la fraudulenta reelección de Estrada Palma, la de 1917 alrededor de la usurpación de Menocal y el cooperativismo machadista en 1928.
Un Movimiento Cívico para una República Civil
Los historiadores han enfatizado, con razón, el hecho de que la incompleta independencia cubana en 1902 desvirtuó el ideal separatista del siglo XIX. La Enmienda Platt claramente limitó la soberanía de la Isla. Sin embargo, la república caudillista vició las aspiraciones civiles y cívicas de sectores importantes del independentismo y, por ende, igualmente violó sus aspiraciones. Si la Enmienda Platt limitó la soberanía nacional, la clase política posterior a 1902 transgredió las ambiciones republicanas del independentismo. Es esencial rescatar esta tradición cívica, que es también un legado de la labor de los autonomistas, para poder entender la trayectoria de la primera República.
La República se inauguró el 20 de mayo de 1902 bajo una constitución que contenía la peculiar Enmienda mediante la cual los EEUU retenían el derecho de intervención para salvaguardar la libertad, el orden y las propiedades. No era, sin embargo, evidente cómo se daría su aplicación ni bajo qué condiciones. No pocos cubanos honorables pensaban que el buen gobierno anularía la enmienda foránea y, posiblemente, conduciría a su revocación. Más aun, el buen gobierno era intrínseco al movimiento independentista. A finales de abril y comienzos de mayo de 1902, cuando Estrada Palma encabezó una extraordinaria marcha de regocijo popular, la Enmienda Platt pasó a segundo plano y nada mermó la felicidad por la próxima inauguración de la República. El primer presidente insistió en la “unión y concordia” a lo largo de la marcha cívica como pilares de la soberanía nacional y defensa contra el caudillismo que había frustrado a las repúblicas latinoamericanas; la cubana sería una República verdaderamente civilista.(12) El movimiento cívico de la primera República —del cual Fernando Ortiz fue enérgico partícipe— sostuvo el buen gobierno como la mejor herramienta para el progreso y como el antídoto más eficaz contra la intervención de EEUU. Que las relaciones con Washington podían forjarse sobre términos dignos era una idea central de este movimiento; los cubanos lograrían un trato respetuoso de EEUU mediante un gobierno propio y capaz. Manuel Márquez Sterling lo expresó de forma contundente: “El civismo es, después de todo, la manifestación definitiva de la independencia consolidada.”(13)
Un artículo de 1917, “A la ingerencia extraña, la virtud doméstica”, encapsuló el espíritu del movimiento.(14)
El buen gobierno era una medida tan válida de una transición exitosa de la colonia a la República como una soberanía nacional sin cortapisa. El gobierno propio se apartaría del comportamiento establecido por los capitanes generales —déspotas, personalistas, arbitrarios, corruptos, excluyentes, represivos— a fin de cumplir las aspiraciones del independentismo. Los poderes imperiales siempre han menoscabado la capacidad de los colonizados para el autogobierno: España sostenía que el ajiaco racial cubano era un obstáculo insuperable para la civilización. Pero no pocos independentistas compartían estas dudas. Los reclamos por la abolición de la esclavitud y la extensión de los derechos ciudadanos fueron un freno importante a la independencia hasta 1868. Uno de los logros estelares del movimiento anticolonial después de 1878 fue precisamente la conformación de una cubanidad inclusiva y segura de sí misma, que identificaba al racismo con el colonialismo.(15) En la Isla y en la Diáspora, los tabaqueros, la intelectualidad, la pequeña burguesía e incluso criollos adinerados forjaron la inquebrantable certeza de que los cubanos sí eran capaces de gobernarse. El éxito político del Partido Revolucionario Cubano (PRC) y las proezas militares del Ejército Libertador avalaron el ideal de una Cuba libre; la batalla, sin embargo, también se libraba en el plano de las ideas y de la autoestima nacional. Cuba y sus jueces, libro de Raimundo Cabrera, encarnó la lucha en el campo ideológico. Publicado inicialmente en 1888 en respuesta a Cuba y su gente, del español Fernando Moreno, el libro de Cabrera se convirtió en el primer best-seller cubano, contando rápidamente con siete ediciones. Cuba y sus jueces narra detalladamente los logros cubanos a pesar del enorme atraso de España y expresa fe firme en el progreso que una Cuba libre lograría. Dice Cabrera: “Todo lo que tiene de malo —y no es poco— esta sociedad cubana, tan calumniada, es lo que tiene de colonia española, y lo poco o casi nada que tiene de bueno es lo que espontáneamente se asimila del ambiente americano”.(16) Se dice que muchos mambises llevaban una copia de Cuba y sus jueces en sus mochilas.
Punto y aparte de la Enmienda Platt, la joven República se inició razonablemente bien. Bajo Estrada Palma, los augurios parecían prometedores: La reconstrucción económica procedía a buen paso, el erario nacional registraba excedentes, la primera administración cubana continuó y hasta superó lo logrado en materia de obras públicas, educación y salud por John Brooke y Leonard Wood, los dos gobernadores norteamericanos entre 1898 y 1902. Aproximadamente un cuarto del presupuesto nacional fue gastado en la educación, el perfil de salud de los cubanos seguía mejorando, el programa de construcción de carreteras triplicó los kilómetros pavimentados durante la ocupación de los EEUU.(17) La intromisión de EEUU en los asuntos cubanos fue modesta; Cuba, en efecto, manejó la posibilidad de un acuerdo de comercio con Gran Bretaña para obtener finalmente el Tratado de Reciprocidad con EEUU que se demoraba por la oposición de los productores de remolacha. En breve, Estrada Palma gobernó aceptablemente por tres años. En el cuarto año, el panorama se nubló: miembros del gabinete y otros allegados a Don Tomás planearon, conspiraron y forzaron su reelección. La crisis desatada no sólo opacó los logros de su gobierno sino que fue la causante de la subsiguiente intervención de EEUU, más dañina del incipiente sentido de nación que la misma Enmienda Platt. Los anexionistas y los residentes españoles vieron en la intervención la prueba irrefutable de la incapacidad de los cubanos para gobernarse. Los EEUU y la opinión internacional confirmaron sus sospechas de que los cubanos eran inmaduros y, más grave aún, la crisis de 1905 -1906 y la ocupación de 1906 -1909 reforzaron las dudas sobre sí misma que azotaban a la sociedad cubana. Las bases que Don Tomás había sentado durante tres años se quebrantaron al negarse a pactar con los liberales. El sentimiento de orgullo y confianza en una Cuba libre que había caracterizado al independentismo sufrió un golpe durísimo; posteriormente, el pesimismo se fue apoderando de la República.
El movimiento cívico era elitista. Muchos de sus militantes criticaban el sufragio universal tan firmemente como sus precursores habían denunciado la esclavitud en el siglo XIX: “dos instituciones diametralmente opuestas y equivocadas”(18). El populismo —según ellos, consecuencia inevitable del sufragio universal— era hostil al buen gobierno; la demagogia era el resorte más cómodo para los políticos. No había verdadero liderazgo: Los políticos se mostraron totalmente incompetentes “para los fines patrióticos de consolidación del país, pero en sumo grado hábiles para aprovecharse de la sencillez de sus conciudadanos menos instruidos”(19). Una cruzada en pos de la cultura, la educación y una creciente conciencia cívica eran imperativos para elevar la calidad de la ciudadanía; al igual que lo era la inmigración blanca —el movimiento cívico compartía plenamente del racismo propio de la época. La educación pública y secular era el medio para forjar el nuevo ciudadano que la República necesitaba. Cuba contemporánea, Revista Bimestre y otras publicaciones deploraron el abandono que había sufrido después de la presidencia de Estrada Palma. Trelles, en efecto, definió el retroceso de la República , en primer lugar, en términos educacionales: entre 1903 y 1922, el número de profesores se incrementó de 3,500 a 6,000, mientras que el número de soldados aumentó de 3,000 a 13,000; los gastos para la educación se redujeron de un 25 por ciento a un 15 por ciento del presupuesto, mientras los militares se incrementaron de un 10 por ciento a un 24 por ciento.(20)
. El problema era de liderazgo, la ausencia de una clase política que fuera capaz de consolidar a la República como los independentistas lo habían hecho tan hábilmente en pos de Cuba Libre(21). Una vanguardia cívica dirigiría a la ciudadanía al ejercicio prudente de sus derechos y auparía los “singulares dotes de nuestro pueblo para el ejercicio ordenado de todos sus derechos y libertades”22. Apuntará Carlos de Velasco: “¡Cuántas cosas no se harían mejor de lo que se hacen, si el pueblo se enterase bien de todo lo que le atañe y diera su merecido a cada cual!”23 Los civilistas argumentaban que una clase política lo suficientemente honesta (“un poco de prudencia en el manejo del tesoro nacional”) marcaría para bien las relaciones EEUU-Cuba y fortalecería la confianza de los cubanos de a pie en la República.(24)
En 1892, el artículo 4 del programa del PRC afirmaba:
El Partido Revolucionario Cubano no se propone perpetuar en la República Cubana, con formas nuevas o con alteraciones más aparentes que esenciales, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia, sino fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta por la esclavitud.(25)
El movimiento cívico abrazó de lleno el espíritu civil y moderno del PRC. Pero los civilistas se remontaban asimismo a la oposición a la supremacía militar que Ignacio Agramonte había manifestado durante la Guerra de los Diez Años: “La doctrina de los camagüeyanos, por peligrosa y perjudicial que haya parecido después, aún en el supuesto de que hubiera sido el origen del fracaso de la Revolución de 1868, fue la buena, pues enseñó a los cubanos a sentir un santo horror por todo lo que fuera tiranía, despotismo, verdadera dictadura militar”.(26) Los fracasos de la República se hacían eco de los vicios de la colonia y los tiempos, por tanto, exigían fortificar nuevos hábitos y enterrar los viejos adquiridos a través del yugo español que había esclavizado a todos los cubanos. La cultura y la educación en una República civil alentarían que un número creciente de cubanos sintieran “la independencia como facultad inviolable del espíritu”.(27) Para los civilistas, la crisis de 1905-1906 fue dolorosísima: Estrada Palma había sido un buen presidente, pero su intransigencia ante los liberales y luego la facilidad con que le entregó el país a los norteamericanos manchaban su récord honorable. Aún así, Don Tomas siguió siendo una especie de faro pues sus primeros tres años demostraron la capacidad de los cubanos para gobernarse, como Cabrera tan apasionadamente lo había anticipado en su best-seller.
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Arcos de Triunfo para celebrar
el 20 de mayo de 1902. |
Momentos críticos: Los pactos abortados de la primera República
Durante la primera República —ni, en realidad, durante la segunda tampoco— se establecieron los cimientos institucionales e ideológicos que estabilizaran el sistema político. Los conflictos en la élite reflejaban el “miedo a la exclusión” de la oposición y la “tentación de ejercer un poder hegemónico” del gobierno; los mecanismos de consenso fueron débiles y de corta duración.(28) La falta de confianza entre las élites no era inusual en América Latina en momentos de transición política y/o de expansión de la participación ciudadana. Lo distintivo de Cuba fue la inhabilidad del sistema político de afianzar un camino institucional estable como sucedió en México, Costa Rica o Venezuela, o de consolidar el poder en base al Ejército bien en la variante “sultanista” como Nicaragua y la República Dominicana o la populista de Brasil y Argentina. La “ruta de desarrollo contradictorio” característica de Cuba tomó otros giros, y nos hace falta comprender a cabalidad sus particularidades políticas. Los tres momentos de posibles pactos entre las élites —componente esencial de toda estabilidad política— que puntualizo en este ensayo sugieren una historia “contrafactual”, ejercicio que casi siempre es sugerente.(29) Éstos arrojan luz sobre el escenario político cubano desde adentro y, por tanto, subrayan el peso de factores endógenos —no el deus ex machina del “imperialismo yanqui”— en el desenvolvimiento nacional.
El primer momento cubre la reelección de Estrada Palma en 1905, la revuelta liberal en 1906 y la segunda ocupación de EEUU (1906-1909). El gobierno de Estrada Palma sostuvo relaciones tensas con el poder legislativo, sobre todo la Cámara de Representantes controlada por los veteranos. Conservador y reacio al caudillismo, Don Tomás desconfiaba de ellos, y ellos le reciprocaban. Además, la mayoría era del Partido Liberal. Estrada Palma y sus aliados conservadores rechazaban la demagogia liberal por considerarla contraria al civismo necesario a la República y por que condenaba a Cuba al mismo fracaso evidente en las repúblicas latinoamericanas. Las ambiciones de sus partidarios y el horror que sentía ante de “la turba multa” llevaron a Estrada Palma a aprobar las purgas de los liberales de los gobiernos municipales y a montar las repugnantemente fraudulentas elecciones de 1905. Como la primera en 1901, la segunda contienda presidencial en Cuba no fue competitiva; los liberales se retiraron y eventualmente se armaron en contra del gobierno cuando fueron enfrentados con el fait accompli de la farsa electoral. En 1906, Estrada Palma renunció a la soberanía antes de pactar con los liberales su inevitable ascensión al poder.
La república civil de Martí era la plataforma central del PRC. Sin embargo, la soberanía y la gobernabilidad estaban frecuentemente encontradas. En 1902, la marcha cívica había desplegado el civismo como la mejor defensa de la soberanía nacional. Al mismo tiempo, los mambises lógicamente ocuparon un lugar prominente en la República; sus expectativas y demandas marcaron la política y no necesariamente para bien. Su actuación frecuentemente recordaba el síndrome caudillista y militarista en América Latina y, sobre todo, los hábitos del gobierno colonial. Al concluir la Guerra del 95, el sector civil del movimiento independentista no movilizaba ni remotamente el mismo apoyo que los libertadores. El civilismo se erguía sobre bases frágiles no así el poder de los caudillos. El buen gobierno no se asentó en la República: bajo la Enmienda Platt la tentación de apoyarse en los EEUU como mediador de los conflictos entre las élites socavó la soberanía y le disminuyó a estas élites el incentivo de buscar un compromiso entre sí. La intervención de los EEUU le afectó a los cubanos su sentido de eficacia como nación y como ciudadanos.
Aunque el Ejército Liberador había sido licenciado en 1899, los mambises retuvieron una notable capacidad de movilización. Ésta fue puesta en evidencia durante la marcha cívica cuando oficiales y soldados le dieron la bienvenida a Estrada Palma, desplegando armamentos que supuestamente habían sido entregados al Ejército de EEUU. En 1906, los liberales rápidamente armaron a miles de hombres y estuvieron a punto de lanzarse sobre La Habana. Sin duda, que el gobierno vacilara ante el alzamiento facilitó la movilización de la oposición. Una vez decidido Estrada Palma, el Ejército aceleró el reclutamiento de soldados, pero sufrió asimismo deserciones considerables que nutrieron a los rebeldes. Los liberales representaban el independentismo y gozaban de un amplio soporte popular por sus hazañas militares contra los españoles y por ser víctimas del fraude electoral. La rápida movilización militar de los alzados en 1906 fue también producto del carácter de la guerra de independencia: alrededor de 34,000 soldados (la mayoría no blancos) condujeron una guerra de guerrillas, siendo la brutal reconcentración promovida por España evidencia de la acogida que los insurgentes recibieron en los campos de Cuba. Era la única manera de cortar los vínculos entre la población y los mambises. La guerra había sido una experiencia de movilización e inclusión de las capas populares en una sociedad que, luego de 1878, había sufrido transformaciones socioeconómicas considerables. Mas aún muchos cubanos de a pie eran susceptibles al llamado a las armas; en una sociedad sin lazos tradicionales profundos y marcada por la experiencia reciente de una guerra de guerrillas, el conflicto armado constituía una estrategia razonable para la oposición. La tesorería nacional, después de todo, no solamente era una fuente de acumulación de capital exclusivamente cubana, pero también y de mayor importancia, proveía los únicos medios para sentar las bases de una clase política. La carencia de lazos sociales tradicionales marcó significativamente el carácter de la primera República.
Cuando los liberales se rebelaron en 1906, los dos bandos estaban confiados de que una intervención militar de EEUU pondría fin al conflicto. Ambos se sorprendieron ante el imperialismo renuente de Teddy Roosevelt; el récord histórico no deja lugar a dudas —los Estados Unidos no querían intervenir y, es más, respaldaron un pacto entre cubanos que anulara la necesidad de una intervención. ¿Cómo, de hecho, pudo haberse evitado la intervención? Estrada Palma pudo haber sido un político capaz, por ejemplo, mediante el uso prudente de los recursos estatales para consolidar a la clase política y a la República; pero los sentimientos “antipolítica” que se fueron acumulando en la sociedad cubana en las décadas antes de 1959 tuvieron una temprana manifestación en Don Tomás. Su conservadurismo fiscal y sus sensibilidades civiles le impidieron darle los recursos debidos al Ejército y, consecuentemente, no pudo aplastar la rebelión en el primer momento. Estrada Palma pudo haber pactado con los liberales; un compromiso, en efecto, había sido negociado entre Menocal y Zayas mediante el cual todos los elegidos en 1905 excepto el presidente y el vicepresidente renunciarían, nuevas elecciones serían convocadas y los liberales depondrían sus armas. Este es el momento crucial en el desarrollo político de la joven República: de haberse concretado, este pacto entre las élites cubanas hubiera sentado un precedente para el traspaso pacífico del gobierno a la oposición. En los dos bandos del conflicto se escucharon voces acerca de la importancia de solventar las diferencias para evitar la intervención de EEUU. Aunque inicialmente Estrada Palma aceptó el compromiso logrado por Menocal y Zayas, horas después se retractó. William H. Taft y Robert Bacon, emisarios de Roosevelt, compartían las dudas de los conservadores acerca de los liberales, pero se escandalizaron por el flagrante fraude perpetrado por el gobierno. Cuando Taft y Bacon recomendaron un compromiso en los términos establecidos por Menocal y Zayas, Estrada Palma renunció y no le dejó a EEUU otra opción que la de intervenir; quizás Don Tomás esperaba que una segunda intervención desembocara en la anexión y, por tanto, el buen gobierno. A pesar de la Enmienda Platt, una conclusión negociada al alzamiento liberal de 1906, pudo haber llevado a la República por una senda de desarrollo político diferente al que sucedió. Don Tomás solía lamentar el hecho de que Cuba era una República sin ciudadanos; el historiador Calixto Masó, alteró el orden de los lamentos de Estrada Palma: lo que le faltó a Cuba en 1905-1906 fue el liderazgo político de su Presidente.(30)
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Edificio del Banco Nacional de Cuba. |
En contraste con la primera, la segunda ocupación de EEUU no instituyó un gobierno militar. Charles Magoon, nada apreciado por la historiografía cubana, llevó a cabo un programa políticamente no del todo descabellado: la expansión del Estado para acomodar a los liberales era indispensable para que los Estados Unidos se marcharan de Cuba lo antes posible. Ciertamente no fue Magoon quien le enseñó a los cubanos el arte de la corrupción; la colonia y los primeros años de la República, a pesar de la austeridad de Estrada Palma, habían establecido escuela en ese sentido. A principios del siglo XX, por otra parte, la corrupción era simplemente intrínseca a la política en todas partes, incluyendo a los Estados Unidos. La segunda ocupación revivió el anexionismo en ciertos sectores, especialmente en la colonia española, pero los Estados Unidos se retiraron en 1909 dejando un claro mensaje antianexionista. A partir de ese momento el paradigma político sería la República, quizás la única consecuencia beneficiosa de la claramente evitable ocupación de 1906-1909.(31)
El segundo momento crítico fue la falsa reelección de Menocal en 1917. En 1913 la administración conservadora había sido acogida con altas expectativas; los cuatro años de los liberales habían corroborado los temores conservadores. Gómez multiplicó las prácticas que beneficiaban a los titulares de los cargos públicos (“Tiburón se baña pero salpica”). Además, los liberales entonaban una retórica populista y nacionalista —demagógica, según los conservadores— que resonaba con las ansias populares pero que poco había contribuido a mejorar la vida de los cubanos de a pie. La perdurable enemistad entre Gómez y Zayas —no una plataforma de principios— definía al Partido Liberal. Menocal, el conservador, salió electo como consecuencia de esta enemistad: Gómez movilizó al Ejército a favor de Menocal el día de la elección, prefiriendo al mambí conservador en la presidencia sobre su némesis liberal que no era veterano. Bajo Menocal la corrupción se propagó descaradamente; el Estado aumentó sus presupuestos sin que la ciudadanía percibiera beneficios correspondientes a los gastos establecidos.(32) Las elecciones estaban programadas para 1916, pero ya en 1915 se había comenzado a plantear la reelección y, poco después, Menocal decidió optar por un segundo término; el escenario auguraba una repetición de 1905-1906. Como en 1912, el candidato liberal era Zayas.
Si en 1905-1906 los conservadores bajo el liderazgo de Estrada Palma adujeron con alguna credibilidad que su continuación en el poder era la única garantía del buen gobierno, una razón semejante carecía de todo fundamento en 1916. Pero Menocal, educado en la Universidad de Cornell, inspiraba confianza en Washington y entre las llamadas clases vivas en Cuba. La crudamente manejada reelección resaltó una de las debilidades centrales de la política cubana: la clase política carecía de un acuerdo para la alternancia del poder. El control del Estado y el acceso al erario nacional eran imprescindibles tanto para el enriquecimiento personal como para consolidar una maquinaria política. La combinación del fraude y de la represión produjo la reelección de Menocal. Los liberales inmediatamente apelaron el resultado a la Junta Central Electoral que pesó la evidencia y falló mayoritariamente a favor de la oposición; los conservadores apelaron a la Corte Suprema, la cual de nuevo falló a favor de los liberales y ordenó nuevas elecciones en Las Villas y Oriente. Como los conservadores sabían que una contienda libre hubiera favorecido a Zayas, tomaron medidas para garantizar el resultado anhelado. Recurrieron a electores fantasmas para compensar la falta de apoyo popular. En 1919, cuando se revisaron las listas electorales, aparecieron los nombres de las siguientes personas: Cristóbal Colón, Arsenio Martínez Campos, Antonio Cánovas del Castillo, Emilio Castelar, Valeriano Weyler y Simón Bolívar.(33)
Conservadores honestos como Enrique José Varona y Cosme de la Torriente hicieron críticas punzantes al descaro de Menocal, anticipándose a la furia de los liberales honestos que en 1928, rompieron con Machado por el cooperativismo. Por la afrenta electoral de 1916 se insinuó fugazmente un cooperativismo al revés: un grupo de políticos honestos de los dos partidos anunció la creación de un nuevo partido comprometido con el adecentamiento de la política; el esfuerzo fracasó.(34)
Entre noviembre y febrero hubo varios intentos de solucionar el conflicto. Recalcitrante, Menocal dio a entender que podría ceder si el candidato liberal no fuera Zayas, demanda curiosa dado que éste había recibido el apoyo ciudadano en las urnas. Aunque Washington se había mostrado más neutral de lo acostumbrado hasta febrero de 1917, el alzamiento liberal llevó a los Estados Unidos a apoyar a Menocal. A partir de ese momento, los EEUU alzaron la defensa de un “gobierno constitucional” y la protección de las propiedades norteamericanas al centro de su política; un contingente de 500 marines desembarcó en Oriente, cerca de ingenios azucareros pertenecientes a ciudadanos de EEUU y, de paso, ayudaron a desarmar a los rebeldes liberales. Lo significativo fue que Washington apoyó a una administración que había transgredido los procesos electorales y socavado los fallos de la Junta Central Electoral y de la Corte Suprema tendientes a solventar la crisis pacíficamente.
Lo ocurrido en 1917 no desembocó en una situación como 1906 por muchas razones. Menocal dejó bien claro que no toleraría una insurgencia y, una vez dada, la combatió en todos los frentes; en 1917, Cuba tenía un presidente que nunca dudó en desplegar la fuerza necesaria para defender su gobierno. A pesar de que la mayoría de sus oficiales y soldados eran liberales, el Ejército le fue leal a la administración conservadora. Más aún, Menocal logró aumentar las filas de los reclutas y movilizó una milicia ciudadana. A pesar de que la opinión pública estaba a favor de los liberales, los cubanos de a pie se abstuvieron del conflicto, quizás por el confort relativo de la prosperidad económica propiciada por la guerra. Los liberales miguelistas se lanzaron a la revuelta en vez de permitir que las nuevas elecciones se llevaran a cabo según el dictado de la Corte Suprema, en parte, porque Gómez pensaba ganar rápidamente y entonces su posición se reforzaría con relación a la de Zayas. Gómez también contaba con las deserciones del Ejército, la rápida extensión de la insurgencia y una intervención de EEUU que favorecería a los liberales como pasó en 1906-1909. Pero el Ejército sufrió muy pocas bajas, los rebeldes se establecieron en Camagüey y Oriente pero no lograron presencia real en las otras provincias. Como el gobierno controló la rebelión, no hubo necesidad de una intervención de EEUU.
Lo que sucedió a la crisis de 1917 fue el período más flagrante de intervención de EEUU en los asuntos cubanos. La “oligarquía usurpadora” instituyó un “régimen plural”, según las palabras tajantes de Márquez Sterling.(35) Martínez Ortiz apuntó lo siguiente acerca de las relaciones de Cuba con los Estados Unidos:
“El único peligro para Cuba está en la proximidad de una gran potencia sin contrapeso en el continente; pero, por fortuna, no son antagónicos sus intereses, sino complementarios, y además, la forma de su Gobierno, presta mayores garantías a la confianza; nunca por la violencia matarán la personalidad de Cuba. Sus propios intereses les imponen la necesidad de paz en la Isla y la de no utilizarla jamás como pretexto para crear un estado colonial. Sólo un desgobierno crónico, un período de desintegración social podría determinar una acción directa indefinida”(36).
Próceres del movimiento cívico, como Márquez Sterling y Don Fernando, manifestaron su compromiso cívico de maneras opuestas durante la administración Zayas-Crowder. El primero, deplorando la misión de Crowder y la corrupción de Zayas, así y todo cooperó con la administración para librar a Cuba del control de Crowder; el segundo, deplorando a Zayas y considerando loable el programa de “moralización” propuesto por Crowder, colaboró con el emisario de los EEUU. Lo que Crowder se propuso lograr, después de todo no era nada ajeno al movimiento cívico: su programa había sido respaldado por los cubanos in toto mucho antes de que el Minnesota hubiera entrado en el puerto de La Habana. En todo caso, la reforma impuesta por fuera y desde arriba fue de corta duración.
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Ferrocariles Unidos de La Habana. Estación Central. |
Cuando Machado fue electo a la presidencia en 1924 Washington ya se alejaba de las políticas del “gran garrote” y de la “diplomacia del dólar”. Aunque todavía faltaba para la proclamación de la política del Buen Vecino, las administraciones republicanas de los años 20 entendieron la inutilidad de las intervenciones constantes. La elección de Machado fue bien recibida en Washington, por las clases vivas de Cuba y la opinión pública en general. Menocal, el conservador vencido, felicitó a Machado por su victoria —hecho sin precedente en la República. Inicialmente Machado resucitó esperanzas, a pesar de que movimientos sociales de varios tipos ya habían desistido de reformar a la República y buscaban cambios más profundos. Independientemente de que Machado tuviera o no dos caras —una buena, los primeros años, una dictatorial, después de 1928— el cooperativismo se impuso en el poder a expensas de lealtades partidistas y del apoyo popular, lo cual hirió de muerte a la clase política. El cooperativismo pudo haber sido una solución de consenso, un pacto viable; en México los revolucionarios apenas estaban empezando a sentar las bases del PRI. El PRI movilizaría a la sociedad mexicana a su favor; el cooperativismo, por lo contrario, dividió a las élites y se enfrentó a la ciudadanía.
Conclusión
La dominación de los EEUU, el monocultivo azucarero y la soberanía nacional han sido los hilos conductores de la historiografía cubana. Un análisis centrado en la política es crucial para poder darle su justo lugar a los factores internos. El prolongado período colonial bajo España y la subsiguiente peculiar relación con los EEUU han favorecido la preeminencia analítica de los factores externos. Las cuestiones del estatus —independencia, autonomía, anexión— definen la historiografía del siglo XIX; los historiadores de la República —y no sólo los que han hecho obra después de la revolución— han tendido a resaltar la problemática soberanía ejercida por Cuba antes y después de la Enmienda Platt. La presencia de los EEUU —por la ocupación militar, las intervenciones civiles y las inversiones de capital— ha recibido atención minuciosa de historiadores y científicos sociales. El perfil socioeconómico cubano ha sido similarmente precisado, si bien las conclusiones acerca del camino de desarrollo que la Isla tomó y los orígenes de la revolución varían ampliamente. Poner el énfasis casi exclusivamente sobre la preponderancia de EEUU y/o los factores socioeconómicos ha soslayado el rol que los cubanos desempeñaron en el decursar de su propia historia. La política por sí sola, por supuesto, no basta. Pero sin ella, o sin darle suficiente atención, sabremos la suma de los factores pero sin noción de las formas y los momentos en que éstos se conjugaron. La política —pese a la súplica de Don Fernando en 1923— puede y debe enriquecer la historiografía cubana.
Notas
1. Este ensayo fue publicado en la colección, Centenario de la República Cubana (1902-2002) coordinado por William Navarrete y Jorge de Castro. Miami: Ediciones Universal, 2002. 15-34.
2. “La irresponsabilidad del pueblo cubano,” en Fernando Ortiz,
Entre cubanos: Sicología tropical
(La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1986), 28.
3. “Más partidos políticos”, Ibid., 100-101
4. “Nicaragua intervenida”, Ibid., 77-78
5. Calixto C. Masó, Historia de Cuba (Miami: Ediciones Universal, 1998), 500
6. Fernando Ortiz, “La crisis política cubana sus causas y remedios”, en Julio Le Riverend, ed., Órbita de Fernando Ortiz (La Habana: Ediciones Unión, 1973), 99-119 Ibid., 112
8. “Manifiesto a los cubanos”, en Hortensia Pichardo, ed., Documentos para la historia de Cuba , III (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1973), 149.
9. Masó, 520
10. Fernando Ortiz “Bases para una efectiva solución cubana”, en Julio Le Riverend, ed., Ibid., 135-142
11. Fernando Ortiz, “Las nuevas orientaciones históricas e inmigratorias de Cuba”, en Rubén Martínez Villena, ed., En la tribuna (discursos cubanos) (La Habana: Imprenta “El Siglo XX”, 1923), 208 y 212
12. Marifeli Pérez-Stable, “Estrada Palma ’s Civic March: From Oriente to Havana, April 20-May 11, 1902", Cuban Studies/Estudios Cubanos. 29. 2000. 135-121. Manuel Márquez Sterling, Doctrina de la República. (La Habana: Secretaría de Educación, 1937), 27.
14. Carlos Márquez Sterling, A la ingerencia extraña, la virtud doméstica: Biografía de Manuel Márquez Sterling (Miami: Ediciones Universal, 1986), 204-206.
15. Ada Ferrer, Insurgent Cuba: ACE, Nation, and Revolution , 1868-1898 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1999).
16. Raimundo Cabrera, Cuba y sus jueces: Rectificaciones necesarias (La Habana: Librería Cervantes, 1922), 22.
17. Carlos M. Trelles, El Progreso (1902 a 1905) y el Retroceso (1906-1922) de la República de Cuba (Matanzas: Imprenta de Tomás González, 1923), 6.
18. José Sixto Solá, “El pesimismo cubano”, Cuba Contemporánea (diciembre 1913), 281.
19. Carlos de Velasco, “El problema negro”, Cuba Contemporánea (febrero 1913), 77. Trelles, 12.
21. Fernando Ortiz, “Seamos hoy como fueron ayer”, en Martínes Villena (ed.), En la del pueblo,” Cuba Contemporánea (Febrero 1917), 109.
22. Mario Guiral Moreno, “El saneamiento de las costumbres públicas y la educación cívica del pueblo”, Cuba Contemporánea (febrero 1917), 109.
23. Carlos de Velasco, “La obra de la revolución cubana”. Cuba Contemporanea (julio 1914), 281.
24. Miguel de Carrión “El desenvolvimiento social de Cuba en los últimos veinte años”, Cuba Contemporánea (septiembre 1921), 25
25. Hortensia Pichardo, ed., Documentos para la historia de Cuba I (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1973) 481.
26. Julio Villoldo, “La República civil”, Cuba Contemporanea (marzo 1918), 193.
27. Márquez Sterling, Doctrina de la República, 93.
28. Alexander W. Wilde, “Converations among Gentlemen: Oligarchical Democracy in Colombia”, en Juan J. Linz y Alfred Stepan (eds.) The Breakdown of Democratic Regimes: Latin America (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1978), 46.
29. Niall Ferguson, ed., Historia virtual ¿Qué hubiera pasado si...? (Madrid: Grupo Santillana de Ediciones, S.A., 1998). 30 Masó, 470.
31. Para una excelente historia de la primera República ver: Rafael Martínez Ortiz, Cuba: Los primeros años de independencia 2 vols. (París: Editorial Le Livre Libre, 1929); para el reporte acerca de la misión de Taft y Bacon ver: Cuban Pacification. Reporte de William H. Taft, Secretario de Guerra, y Robert Bacon, Sub Secretario de Estado. Washington, D.C., diciembre 11, 1906.; para la primera República también ver: Charles A. Chapman, A History of the Cuban Republic (New York: Octagon Books, 1969), Louis A. Pérez, Jr., Cuba Under the Platt Amendment (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1986) y José M. Hernández, Cuba and the United States: Intervention and Militarism, 1868-1933 (Austin: University of Texas Press, 1993.)
32. Trelles, 18, cita los gastos presupuestales de Menocal durante seis años en 600 millones de pesos; Gómez gastó 140 millones de pesos en cuatro años. Manuel Márquez Sterling, Las conferencias del Shoreham (México: Ediciones Botas, 1933), 30-31.
34. Masó, 500.
35. Márquez Sterling, 38-48.
36. Martínez Ortiz, I, 342-343.