Revista Vitral No. 78 * año XIII * marzo - abril de 2007


PSICOLOGÍA

 

LA FRIVOLIDAD COMO SENTIDO
DE LA VIDA HUMANA

ROBERTO MOREJÓN RODRÍGUEZ

 

 

 

Uno de los elementos importantes en que se expresa el carácter paradójico de la naturaleza humana es el referido al sentido de la vida, que suele debatirse entre dos extremos: la existencia en sí misma y la existencia orientada a la trascendencia.
Resulta evidente que el ser humano no tiene otra forma de expresar su presencia que existiendo; sin embargo, lo que distingue a las personas en cuanto a este aspecto es el valor, el significado que cada cual otorga a su existencia y, en consecuencia, cómo decide vivir.
Hay personas que sobrevaloran el primer extremo. Son quienes aprecian en demasía, el tiempo y el espacio, el aquí-ahora, las condiciones materiales, la satisfacción inmediata, el confort, la moda, lo banal, la ausencia de compromisos de todo tipo e, incluso, la popularidad. Para ellas los conflictos, las privaciones, el sufrimiento, las responsabilidades y el sacrificio, son asuntos para otros, sin importancia, algo propio de la gente masoquista que gusta de pasar trabajo. A este tipo de personas ni siquiera les preocupa su realización espiritual, lo que pueden legarle a sus seres queridos y a las personas en sentido general. A esta especie de seres humanos se les suele reconocer en Cuba y en el mundo como superficiales o frívolas.
La frivolidad es pues, una manera de ver y vivir la vida y, a la vez, una actitud ante ella, caracterizada por la superficialidad, la inmediatez, la falta de legítimo amor al ser humano, la falta de genuinas motivaciones de autodesarrollo, la carencia de compromisos con otros y con nosotros, el egoísmo, la falta de voluntad para encarar los problemas, el concepto externalista de lo bello y lo bueno y la pretensión ilusoria de que lo único importante en la vida es sentirnos bien y vivir cada vez mejor y más cómodos.
La frivolidad, entonces, es por todo lo anterior, una pseudocultura, una forma de enajenación, un modo de vida que limita el desarrollo personal y la creatividad humana, un mecanismo que favorece el estancamiento social y afecta el hábitat natural del ser humano: las relaciones sociales.
La frivolidad en la actualidad es potenciada por tendencias culturales que destacan el valor de la belleza corporal, la fuerza física, el sexo y el erotismo como medios de triunfo y reconocimiento individual, el confort material, el consumismo, el relativismo ético e ideológico, la búsqueda directa y constante de placer, el snobismo y la subordinación a los dictados de la moda.
No obstante, a pesar de que en los análisis de la frivolidad prevalecen determinantes culturales, este fenómeno tiene un trasfondo e interés político, por cuanto una sociedad predominantemente frívola, desdeña la política, el compromiso social, la defensa ante el daño antropológico, la participación ciudadana responsable en la reestructuración de la sociedad civil, el ejercicio legítimo de los derechos y valores humanos. Por ende, una sociedad que adopta la frivolidad como modus vivendi y fin, es una sociedad susceptible de ser desinformada, manipulada, intimidada y doblegada, sin que siquiera tome conciencia de ello.
El sostenimiento de los patrones culturales e ideológicos típicos de la frivolidad en una sociedad, se garantiza, además de por acciones políticas y culturales, mediante una educación desligada de la realidad, sin pretensiones de desarrollar el razonamiento y la creatividad, centrada en la apropiación de conocimientos puntuales y destrezas específicas, en la saturación con eslóganes políticos y didactismos que provocan, a la vez que una actitud reproductiva del conocimiento, la indiferencia política, la falta de responsabilidad ciudadana, la dependencia social y, al mismo tiempo, la práctica de una existencia enajenada a través de una metarrealidad simplificada, desprovista de complejidades inasumibles, signada por el principio vital hedónico de la búsqueda de placer y la evitación del dolor.
La frivolidad se opone al hecho innegable de que el ser humano y su existencia son inevitablemente complejos, aunque se pretenda hacerlo, nunca podrán simplificarse. La diferencia en el nivel económico y de confort entre una y otra persona, no es posible justificarla y explicarla únicamente por la cantidad de dinero o bienes materiales que posea una u otra, hay que tener en cuenta las capacidades de cada cual, sus valores humanos, la red de apoyo social, las motivaciones de cada quien, entre otros muchos factores. Del mismo modo que, el desear estar con una persona, no siempre es sinónimo de amor, o que llegar a la tercera edad es irremediablemente llegar a la antesala de la muerte.
La frivolidad puede potenciarse también como respuesta ante la falta de perspectiva social de desarrollo personal. La pérdida de la esperanza, la vivencia cotidiana en el sinsentido, en no pocas ocasiones conduce a la postura típica del avestruz, de esconder la cabeza en la tierra, solo que, en este fenómeno, es la persona quien aprecia en la frivolidad un espacio para recrear sus sueños y realizarse, escapando de una realidad social que le es sumamente hostil y restrictiva.
Las consecuencias de asumir la frivolidad como sentido de vida son altamente perjudiciales. Pensemos en aquellas personas que a diario proponen “vivir el momento, no coger lucha, ¡esto no hay quien lo cambie, no te compliques!, ¡obten tu beneficio y no mires para el lado!” o también: “lo tuyo es aprobar, no ser científico; a ti que te paguen, nunca esperes que le pongan tu nombre al trabajo”. Asimismo en planos tan sensibles como el amor, la pareja, las relaciones interpersonales y la familia, la frivolidad es tangible en frases como: “yo quiero pasarla bien contigo, pero no quiero complicarme la vida teniendo otros compromisos” (el compromiso del amor); “hay que unirse a las personas que te resuelvan y te pongan a vivir mejor, los amigos no existen”. O algo más triste: “mi hijo que luche, yo no lo voy a mantener, si se mete en problemas que los resuelva como pueda”. También están los egoístas: “los hijos le complican mucho la vida a uno y yo tengo que vivir mi vida”. En este mismo plano de la familia están los que carecen de todo escrúpulo para litigarle a su madre, su padre o un hermano, la vivienda o una propiedad.
Por otro lado, seguro usted conoce de aquellos jóvenes, adultos o personas de avanzada edad que ante una situación complicada e imposible de evadir, refieren “no poder con eso”, e incluso deciden poner fin a su vida.
Teniendo en cuenta estos y otros muchos ejemplos de la vida cotidiana, ¿cuáles serían los costos de la frivolidad como sentido de nuestra vida? El conformismo, la renuncia al desarrollo pleno de las potencialidades humanas, a valores tan sagrados como el amor, la lealtad, la solidaridad, el sentido de la familia, la responsabilidad paterna y materna, la incapacidad para afrontar la vida y establecer relaciones sociales, los desajustes psicológicos y el suicidio como salida irracional, pero simplista para poner fin al sufrimiento y la frustración.
Sabemos que la frivolidad es inherente a la vida humana, en pequeñas dosis, como la sal, tonifica nuestra existencia, pero equivocar el camino asumiendo la frivolidad como sentido de nuestra vida es deteriorar su calidad y pretender distorsionar su naturaleza y fin.
Para modificar esta realidad, ya de por sí enajenante y perjudicial, se requiere de un proceso de concientización social, de un nuevo tipo de educación, de cambios en los patrones culturales y, sobre todo, de transformaciones en las intenciones políticas con objeto social.



 

Revista Vitral No. 78 * año XIII * marzo - abril de 2007

M. Sc Roberto Morejón Rodríguez
Lic. en Química 1987 y en Psicología y Pedagogía 1991. Master de Orientación Psicológica 1996. Profesor de Psicología en el Instituto Superior Pedagógico de P. del Río (1991-2000). Profesor de Psicología Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de Pinar del Río (2001-2003). Actualmente es el Psicólogo de la Consultoría del Centro de Formación Cívica de Pinar del Río.