Revista Vitral No. 76 * año XIII * noviembre - diciembre de 2006


EDITORIAL

 

NAVIDAD 2006:
ENTRE LA INCERTIDUMBRE Y LA NOVEDAD

 

 

 

 

Navidad es la celebración de un nacimiento. Es el nacimiento de Jesucristo. Es la fiesta de lo nuevo. Es el anuncio de “una gran alegría para todo el pueblo” (Evangelio de San Lucas 4,18)
Es por ello que cada año al arribar a estas fiestas nos preguntamos:
¿Qué es lo nuevo de este año?
¿Cuál es la noticia que puede ser alegría para todo el pueblo?
Y también,
¿En qué momento de nuestras vidas nos encontramos?
¿Cuál es el sentimiento o la actitud que caracteriza este momento en la vida de nuestro pueblo?
No tenemos todas las respuestas, ni siquiera todas las preguntas. Nadie las tiene.
Uno de esos sentimientos pudiera ser, quizás, la incertidumbre.
En efecto, parece ser que una de las sensaciones que podemos percibir con frecuencia entre nuestros compatriotas es ese sentir de que estamos en una etapa muy importante y trascendental de nuestra existencia como pueblo, pero al mismo tiempo no sabemos bien por qué.
Por otro lado, percibimos que otros cubanos aprecian que todo sigue igual y al mismo tiempo que algo cambia. Todo mezclado, todo confuso, porque en muchas ocasiones las palabras parecen como alejarse de la realidad. O quizá sea que la realidad es distinta de las palabras.
Da la impresión que en este momento se mezclan la lógica del «no puede ser» con la austera evidencia de lo que «es». Sentimos al mismo tiempo que algo termina y que todo continúa.
Constatamos que nos falta mucha información pero al mismo tiempo nos da la impresión de que ya no la necesitamos. A otros, les da igual tener o no la información, porque sus vidas van por otro camino, como en un mundo aparte.
Nadie sabe a ciencia cierta todo lo que necesita para proyectar su futuro. Es muy difícil predecir la vida, ¡qué desgracia para una persona cualquiera no poder tener los mínimos necesarios para protagonizar responsablemente su presente y su porvenir! Es lamentable que un pueblo que desea ser soberano y protagonista de su destino no tenga en sus manos todos los hilos de las riendas de la realidad. Y aún peor, que tenga que esperar que los que tienen todos los hilos tejan un futuro para él. Pudiera ser, quizá, la mayor sensación de infantilismo cívico. Esto pudiera ser, quizá, la mayor prueba de una adolescencia socio-política, estadio en el cual sólo los de mayor responsabilidad saben todo, deciden todo y luego informan a los que adolecen de responsabilidad para enterarse, para asumir su soberanía, para “ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional” – como nos exhortaba el inolvidable Papa Juan Pablo II en su visita a Cuba en el cada vez más lejano 1998.
De modo que pudiéramos escoger una palabra, entre muchas otras, para intentar una descripción aproximada del sentimiento predominante en este tiempo que podría ser definitorio para Cuba. Esa palabra —que es más que eso y parece ser un sentimiento persistente, una especie de resquemor interno inexpresable, una subjetiva realidad que nos envuelve— es la incertidumbre.
Incertidumbre es falta de certezas previsibles, no de adivinaciones. Es falta de visión para el camino. Es niebla en la conciencia y confusión de escenarios. Incertidumbre es no poder siquiera intentar unos pronósticos que se aproximen a la realidad por falta de datos. Incertidumbre es pedir a la gente que participe, que protagonice, que actúe con responsabilidad y al mismo tiempo, no facilitarle la información, ni la formación, ni los espacios, ni los roles en la obra en la que se le está pidiendo que sean los protagonistas principales. Nadie puede ser verdaderamente responsable si vive en una incertidumbre insalvable y desinformada.
La incertidumbre no es buena sobre todo en tiempos difíciles. Todos lo sabemos y lo sentimos en nuestras propias vidas. Todos la sufrimos de una forma u otra. Unos más y otros menos. Incertidumbre y cambio son compañeros de camino, pero cuando el cambio avanza por estaciones, tiene que ir dejando a la incertidumbre en la parada anterior. Aún cuando sabe que otras incertidumbres montarán en la siguiente estación, pero esas son las siguientes y no deben acumularse.
Siempre hay una dosis de incertidumbre sobre el futuro. Eso es propio de su condición de porvenir, pero no debe haber sobredosis de incertidumbre en el presente y sobre lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Eso puede paralizar, sembrar el desconcierto, la desinformación, el rumor indeseado, la inestabilidad social, la irresponsabilidad cívica, el inmovilismo ciudadano. Y nada de esto necesita Cuba en este tiempo. Lo sabemos y debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para no desanimarnos, para no abandonarnos en la indolencia, para disponernos al diálogo que es el antídoto de la desinformación y el único remedio para la incertidumbre.
La incertidumbre puede acentuar la crispación que nace del no saber qué va a pasar y qué va a ser de nuestras vidas. Y la crispación debe cesar, no ayuda a nadie ni a nada. Debemos todos, tirios y troyanos, cubanos de aquí y de la diáspora, precipitados e inmovilistas, hacer todo lo que esté en nuestras manos y en nuestras conciencias para no dejarnos atrapar por la crispación.
Cuba está en una hora difícil y esperanzadora. Es hora de mucha serenidad, de mucha responsabilidad, de mucho sosiego, de mucho respeto a la opinión diferente. Ninguna hora como esta requiere de una gran dosis de sentido común, de tolerancia, de paciencia y de pensar las cosas más de dos veces. Cuba lo necesita para no caer donde no debe ni quiere caer. Cuba lo necesita para no dar motivos para intromisiones foráneas que serían peor. Cuba lo necesita porque la gradualidad es la única puerta del cambio pacífico y ordenado. Nosotros, todos, gobierno y pueblo, sabemos que estas son actitudes y virtudes que debemos garantizar en este momento y en esta etapa con la máxima responsabilidad y serenidad. Cuba lo sabe y lo deben saber también todos los demás países. Deben saber esto claramente, y ponerlo como dato condicional de su respeto a Cuba, tanto los Estados Unidos como América Latina, tanto el África, como Asia.
Esto es la salida de la incertidumbre por la puerta de la responsabilidad, la información adecuada y la participación primera, protagónica y única de los cubanos. Esta es la puerta civilizada para la novedad.
Se puede también decir que otra señal de “lo nuevo” es una especie de cambio psicológico que aumenta la expectación de muchos cubanos. Es un modo de despertar del inmovilismo, de la sensación de que nada pasa y nada podía cambiar, a una sensación de que pudiera pasar algo, de que todo pasa, y algo debería renovarse y podría construirse entre todos los cubanos.
Por otro lado, sin ruido y sin reuniones, va emergiendo de la conciencia soterrada de mucha gente, una especie de consenso espontáneo, no explicitado, sentido más que pensado. Más como convicción natural que por concertación de opiniones: tenemos la apreciación de que esa especie de consenso no negociado pero que nos une a todos los cubanos, o por lo menos a una mayoría evidente, pudiera formularse así —y aquí comienzan los problemas y diferencias en las formas— pero, por encima de ellas, debemos explicitar cómo lo sentimos. Sin fijarnos mucho en las palabras sino en su sentido podríamos reflexionar en estos cinco puntos:

- Hay una percepción de que nadie quiere violencia.
- Hay una percepción de que nadie quiere que la
solución venga de fuera.
- Hay una percepción de que algunas cosas esenciales deben ser cambiadas desde dentro.
- Hay una percepción de que otras cosas esenciales
deben ser salvaguardadas y mejoradas.
- Hay una percepción de que todo debe hacerse
gradualmente y en paz.
Esto es, a lo mejor, lo nuevo. Esto pudiera ser, quizás, una buena noticia para todo el pueblo. Esto pudiera traer no pocas cosas buenas para Cuba y su soberanía ciudadana y para su apertura e integración más completa a la entera comunidad internacional, sin exclusiones.
Aceptar este consenso sosegado y mínimo, no para contemplarlo estáticamente, sino para acogerlo como una pregunta que nos hagamos unos cubanos a otros, podrían ser una puerta para salir del inmovilismo. Estas percepciones, como lo dice la palabra, son ahora solamente una manera de percibir el sentimiento común de no pocos cubanos pero, como todas las percepciones, pueden tener otras facetas, otros matices, otros ángulos de apreciación. Mas nada de esto quita, o entorpece, que estas u otras percepciones nos podrían servir para dialogar con serenidad, sin crispaciones, entre cubanos.
Esto deberíamos conversarlo —porque hablando la gente se entiende, como dice la sabiduría popular— sin ataques preliminares, sin prejuicios infundados, ni experiencias negativas bien fundadas sacadas a relucir para envenenar el ambiente. Dejemos a un lado los ataques con razón o sin razón, porque lo que menos necesita Cuba ahora es que existan y aumenten los cubanos que se ataquen mutuamente y se dividan entre sí. La unidad que tanto necesitamos ahora no se consigue por decreto, ni atacando, ni vociferando, ni excluyendo, ni uniformando, ni reprimiendo… La unidad solo nace de ser tolerantes ante la diversidad, como primer paso; de la aceptación de la pluralidad como algo bueno y posible, como segundo paso; y de la garantía de espacios de participación responsable para todos los cubanos, como tercer paso.
Tenemos la convicción de que con estos mínimos Cuba será más unida de verdad, más soberana, más respetable para todos, más considerada e integrada a la comunidad internacional. Cuba podrá crecer como nación y desarrollar su economía además de conservar y cultivar sus virtudes humanas y patrióticas.
Pero también tenemos la convicción profunda de que por estos caminos no habrá nación ni gobierno sobre la tierra que no respete nuestra soberanía, ni nuestro ritmo para alcanzar lo nuevo y lo mejor para Cuba.
Este es nuestro mensaje de Navidad y nuestra oración a Dios, Padre de todos los pueblos y Señor de la Historia que, al hacerse hombre como nosotros en Belén hace 2006 años aproximadamente, iluminó las tinieblas de la incertidumbre y las convirtió en la Nochebuena, sin crispaciones, sin ruidos estridentes, sin poderío militar ni exclusión de los pobres.
Si los cubanos y cubanas, todos, los miembros de la misma nación, en la Isla y en la Diáspora, unimos nuestros sentimientos hacia la soberanía, el progreso y la renovación pacífica de Cuba, entonces podremos gozar de la misma alegría de aquel pequeño pueblo de Belén y decirnos con toda sinceridad y respeto, con toda serenidad y tolerancia:

¡FELIZ NAVIDAD Y UN AÑO 2007 NUEVO DE VERDAD!

Pinar del Río, 31 de octubre de 2006

 



 

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