Revista Vitral No. 76 * año XIII * noviembre - diciembre de 2006


JUSTICIA Y PAZ

 

¿QUÉ HAY ENTRE EL CONSUMISMO
Y LA MISERIA?

VIRGILIO TOLEDO LÓPEZ

 

 

 

 

“Hay que ahorrar porque no nos alcanza el dinero para llegar a fin de mes” le decía un hijo a su madre anciana en pleno portal de su casa. Este diálogo y la propaganda que hemos escuchado en pos del ahorro y en contra del consumismo por los medios de comunicación masivos en reiteradas ocasiones, me han sugerido reflexionar sobre estos temas.
La tensión que se establece entre lo que gastamos y lo que ahorramos es una dinámica en la que se mueve la persona y la sociedad. Es importante que se mantenga el equilibrio entre estos dos polos antagónicos, porque cuando se rompe, es causa de estrés, de descomposición de la sociedad y otros daños personales y sociales.
Es misión de las políticas de un gobierno, es labor de una sociedad civil autónoma y de los medios de difusión masivos, que todos podamos disfrutar de los diferentes bienes y servicios de los que dispone y nos brinda el país, más aún, si esto se realiza en aras de que toda la población disfrute más equitativa y justamente de dichos recursos.
Es una buena y noble tarea que todos estos protagonistas trabajen en la educación de un estilo de vida donde el despilfarro, el lucro y el consumismo no sean los criterios básicos que orienten el estilo de vida de las personas.
Ahora bien, resulta paradójico, por no decir falto de consideración y de ética, solicitar a una persona o a toda la sociedad que ahorre, cuando está al borde de la supervivencia por haber luchado muchos años careciendo de los bienes y servicios más elementales para subsistir como el agua, la luz, el transporte, la vivienda, la alimentación adecuada, entre otros. La posesión de estos bienes es algo imprescindible para el ser humano y su desarrollo. Cuando a una persona se le niega o dificulta el derecho de oportunidades para desarrollar su capital humano, sus riquezas personales o colectivas, su intelecto; se le impide ejercer el derecho de intercambiarlos libremente con los demás, según ciertas regulaciones que deben salvaguardar el bien común, se le está limitando y dañando profundamente no solo su progreso, sino también la prosperidad de la sociedad donde convive.
Nadie duda de lo importante que es para el desarrollo de un país el ahorro, pero no se puede pretender que se ahorre a costa de sacrificios insoportables porque el ser humano recibe daños en su integridad física, mental y espiritual, empobreciéndose humanamente.
Se necesita respetar unos criterios básicos y elementales para pedir el ahorro y limitar el consumo de forma injusta e inmisericorde. Debemos recordar que en sí mismos el ahorro y la austeridad tienen un componente voluntario. Se puede y se debe influir mediante la educación para que las actitudes cambien pero nunca se debe imponer o exigir por decreto o bloqueando las iniciativas privadas o públicas, en contra de los derechos humanos individuales o violando los derechos de la sociedad.
Si existe una situación de crisis en un país; o un deseo común por lograr más rápidamente el desarrollo; o cualquier otro motivo que implique un cambio en la sociedad, y que traiga como consecuencia medidas de austeridad, estas deben ser consultadas debidamente con los destinatarios, porque ellos serán principalmente los que sufrirán la aplicación de las mismas. Siempre se debe tener en cuenta que el poder adquisitivo de cada persona y familia, debe estar por encima del horizonte mínimo de subsistencia, para que los ciudadanos puedan elegir libremente en qué emplear su dinero. No se debe hablar de ahorro cuando el nivel de vida está tan por debajo de los mínimos que garantizan una subsistencia digna y el respeto de unos derechos básicos. Solicitar ahorro, parece más una ofensa a la capacidad de aguante de la gente que una medida social beneficiosa.
Por otra parte, en las sociedades desarrolladas se estimula el consumismo sin freno, debido a la superproducción de bienes y servicios, al mismo tiempo que se promueve una cultura del tener y del hedonismo. Ahora bien, si es cierto que cuando se exige o se imponen medidas para el ahorro a personas que viven por debajo de un nivel de vida digno se lesiona su dignidad por defecto, no es menos cierto que cuando se induce o manipula a través de los medios masivos de difusión a un consumo excesivo y desordenado, esto también afecta la dignidad y el desarrollo integral de las personas, esta vez por exceso.

Dos cenas para un herrero. Óleo/lienzo.
60x79 cm. Obra de Abel Morejón Galá.

Está claro que hoy no basta con ofrecer una cantidad de bienes suficientes, sino que estos deben estar acompañados de unos requisitos básicos que respondan a una calidad de la mercancía, de los servicios que se disfrutan, del ambiente ecológico y de la vida en general.
No se puede lograr, ni se debe pretender que todas las personas tengan lo mismo, mucho menos que ahorren y consuman de forma similar, eso sería negar la diversidad natural con que nacimos al mundo. Cada ser humano es distinto, único irrepetible, con diferentes carismas, dones y capacidades. Tampoco se debe pretender una falsa igualdad descendente buscando poner el rasero en los niveles de los que menos tengan. Esto conduce a una sociedad en franca decadencia como en la que vivimos.
En todo caso debiera procurarse buscar la igualdad con los que tienen lo suficiente para vivir y para ahorrar con vistas a la seguridad de la familia y hacen un uso correcto de sus propiedades: esta sería una aspiración mucho más legítima para alcanzar una verdadera justicia social. Es dando igualdad de oportunidades y una formación suficiente como se logra la justicia y no distribuyendo obligatoriamente la pobreza.
El consumo y el ahorro, en sí mismos, no son malos ni pecaminosos, lo que puede serlo son los excesos de los mismos. Es más, un consumo y un ahorro justos que satisfagan y respeten las necesidades de las personas, ayudan al desarrollo del ser humano y de todas sus dimensiones. Estos dos fenómenos están orientados dialécticamente hacia un mismo fin de forma persistente y, aunque empleen medios diferentes, influyen negativamente en la creación de una cultura del «tener» en detrimento del «ser» cuando no guardan el justo equilibrio de ellos y entre ellos mismos.
Donde la sociedad se organiza reduciendo de manera arbitraria o incluso eliminando el ámbito en que se ejercita legítimamente la libertad, el resultado es el desorden y la decadencia de la vida social. Podemos afirmar que en una sociedad donde exista libertad para consumir y ahorrar por elección propia, se potencia el progreso en todos los sectores, los excesos en sentido contrario empobrecen y deterioran la cultura de un país, su desarrollo económico, político y social.
En Cuba se hace necesaria, imprescindible, una educación económica gradual, sostenible, firme y sincera, sin manipulaciones coyunturales o de conveniencia al poder de turno, para que el ahorro y el consumo guarden el justo equilibrio y favorezcan al bien común. Una educación que vaya desde la economía personal y familiar hasta la macroeconomía. Solo de esta forma podremos salir del profundo abismo que ha producido en nuestra sociedad la planificación de la pobreza provocada por un modelo económico ineficiente, centralizado, sometido a los intereses ideológicos o políticos, que no ha dejado espacio real ni legal a la honesta iniciativa de los ciudadanos, ni le ha permitido levantar cabeza en sus negocios, ni le ha dado la oportunidad de crear riquezas, bienes y servicios por cuenta propia.
Con relación al consumo y al ahorro, vale recordar lo que decía un viejo pariente: “compadre, ni muy muy, ni tan tan”. Los excesos siempre son malos y desordenados. Y en otro sentido, la siguiente lección es que las actitudes del ahorro o del consumo no pueden ni deben ser controladas por decreto o por obligación, como ninguna otra actitud moral. La historia demuestra que en lo ético, no valen ni leyes, ni códigos, ni imposiciones externas a la conciencia del ser humano. Todos los códigos éticos externos han sido violados alguna vez y todas las leyes que han querido modelar las conciencias han podido ser burladas por los que escapan a las imposiciones externas venidas ya sea de los padres, de la escuela, de la religión o del Estado.
Esto no quiere decir que no hagan falta leyes y códigos. Lo que nos enseña la historia universal, y también la nuestra, es que antes, mucho antes de los códigos y leyes es necesario dar una formación moral y cívica a todos, una educación familiar y escolar, una dimensión religiosa para los creyentes, que son los únicos instrumentos capaces de lograr que las personas asuman por sí mismas, y por conciencia, no por imposiciones externas, las conductas y actitudes más éticas y beneficiosas para el bien común.
El ahorro y el consumo no escapan a estas lecciones. Nadie, ni nada, ningún sistema político, ni ninguna ley externa a la conciencia de la persona humana, pueden regular, por decreto, hasta dónde debe llegar el consumo y hasta dónde debe llegar el ahorro.
Educar éticamente, en el sagrario de las conciencias, es el único camino válido y efectivo para que cada ciudadano desarrolle su capacidad de discernimiento para poder decidir, libre y responsablemente, hasta dónde llega un consumo adecuado y dónde comienza esa fiebre insaciable de consumismo.
Del mismo modo es la educación ética, subjetiva y estrictamente personal, la que es capaz de conducir a las personas, también de forma absolutamente libre y responsable, a un ahorro y austeridad que no rayen en la ridícula e indigna miseria que lesiona la integridad del ser humano.
Equilibrio entre ahorro y consumo; ni opulencia ni miseria, ni inducción a la ostentación, ni expropiación del tener digno y necesario.
En dos palabras: lo justo y necesario.

 

 

Revista Vitral No. 76 * año XIII * noviembre - diciembre de 2006
Virgilio Toledo López
(Pinar del Río, 1966)
Ingeniero Electrónico. Animador del CFCR de P. del Río.
Diseñador de la revista Vitral. Responsable de la Consultoría Cívica del CFCR y del Consejo Diocesano de Laicos de Pinar del Río.