Revista Vitral No. 76 * año XIII * noviembre - diciembre de 2006


BIOÉTICA

 


A DEBATE
DILEMAS DE LA PRÁCTICA MÉDICA

CASO 22

ANTONIO M. PADOVANI CANTÓN

 

 

 

 

No es un problema médico lo que traemos hoy, pero es un problema bioético. Muchas personas piensan que la Bioética es exclusiva de los servicios de salud. Un alto funcionario de los sistemas de salud exclamó en 1995, cuando hicimos nuestro primer Encuentro Diocesano de Bioética, que “¿Quién es la Iglesia para hablar de Bioética?” Pensamientos estrechos de cerebros obtusos y cuadriculados. La Bioética es de todos o no es Bioética y en el caso particular de la Iglesia, la Ética es su modo de actuar, o no es Iglesia, la vida en general, así la respuesta a esa persona no es con palabras, es con acción.
El caso que traemos es de actualidad, la guerra y en particular la guerra israelí-palestino-libanesa, que hoy se desencadena por el Medio Oriente cobrando vidas humanas de todos los bandos en conflicto, en particular las vidas de no combatientes que pagan por estar en el lugar donde los bandos beligerantes entran en conflicto. No voy a entrar en consideraciones políticas sobre los móviles de esa guerra que comenzó desde 1947 y se mantiene hasta la actualidad con períodos de relativa calma, pero sin verdadera paz en estos casi 60 años desde la proclamación del Estado de Israel. No escarbo buscando culpas, que ambas partes tienen de sobra, solo me limitaré a hacer algunas consideraciones sobre los sufrimientos de la guerra y sobre su “eticidad” o mejor aún “no-eticidad”.
En 1857 el suizo Jean Dunant visitó el campo de la batalla de Solferino, en el norte de Italia y quedó horrorizado por las condiciones de los heridos de ambos bandos: franco-italiano y austriaco, su horror lo llevó a una campaña por humanizar la guerra que en 1863 dio origen a la creación de la Cruz Roja Internacional, para atender, sin distinción de bando, a los que sufren por las guerras y dar servicio y apoyo a todos en condiciones de paz.

Jean Henri Dunant ganó el
Premio Nobel de la Paz en 1901.
En 1864 había fundado la Cruz
Roja Internacional.


De estas campañas de Jean Henri Dunant se derivan también los Acuerdos de Ginebra sobre el trato a prisioneros de guerra y la protección a la población no combatiente.
Tuve la oportunidad de trabajar en un país en guerra y ver los refugiados de las zonas de combate durmiendo en el suelo con niños pequeños, envolverse en frazadas y a veces en papel de periódico para protegerse del frío, comer lo que aparecía. Conversé con ellos y escuché sus lamentos sobre lo que habían perdido y pensé que nunca quisiera esa situación para mi pueblo.
Hoy en el siglo XXI, nuevo milenio, las guerras siguen llevando al hambre y la miseria a civiles para que muchas veces los soldados puedan estar a cubierto de necesidades. El mensaje de paz no llega a los señores de la guerra ni a sus seguidores, me incomoda escuchar vociferantes palabras en boca de Jefes de Estado que, prepotentemente amenazan con la guerra si no se cumplen sus disposiciones o que desafían a los poderosos con acciones de presión, terroristas o con acciones aparentemente defensivas pero que incitan a la violencia. Solo violencia recogerá quien predique la violencia. Estos señores que incitan o provocan la guerra, así como los que las inician, no son combatientes, sino que son los que firman los tratados de paz sobre los cadáveres de lo mejor de la juventud de sus respectivos países al final de las acciones bélicas. Sus hijos no corren riesgos en combate, en el mejor de los casos son movilizados a posiciones de retaguardia. Excepciones, Yakov, el hijo de Stalin, que combatió contra los invasores de su patria y fue hecho prisionero por los nazis, motivando la famosa frase de su padre cuando le proponen cambiarlo por el Mariscal von Paulus, prisionero de los soviéticos “No cambio mariscales por soldados”. Pero eso fue Yakov, el hijo mayor, no muy querido por el padre, el hijo menor de Stalin conoció la guerra y sus privaciones en las páginas de los periódicos de la época.
Otro ejemplo de hijos combatientes con padres Jefes de Estado lo tenemos en nuestra historia; Oscar, hijo de Carlos Manuel de Céspedes cayó prisionero de los españoles y para no fusilarlo le pidieron al padre que renunciara y se entregara “Oscar no es mi único hijo, lo son todos los cubanos que luchan por la libertad” (Cito de memoria, disculpen si no es exacta) Esto hizo que todos los cubanos consideremos a Carlos Manuel el “Padre de la Patria”. Pero se me acabaron los ejemplos. No sé si hay más, no los conozco. Por lo general el sacrificio se le pide al pueblo, no a los que lo mandan y así a las privaciones y maltratos del enemigo se unen los que, en nombre de la victoria, les imponen a los civiles aquellos que dirigen las acciones bélicas y que necesitan tener «condiciones para poder dirigir» que se logran con el sacrificio de los civiles.
La guerra tiene mil caras, pero ninguna es más triste que la de los niños que aún no comprenden los conceptos abstractos que «justifican» las acciones bélicas pero si saben lo que es un estómago vacío y conocen la ausencia de uno o ambos de sus progenitores.
Martí, hombre de paz, llamó a la guerra necesaria, cuando ya no puede soportarse más el yugo que nos oprime y se han agotado las demás posibilidades de sacudírnoslo, pero una guerra contra el opresor, no contra los oprimidos y sobre todo sin odios ni rencores, respetando al enemigo vencido y sobre todo al no beligerante.
Las privaciones y miserias de la guerra, no tienen más justificación que la lucha por la libertad y justicia social.
En una guerra no hay vencidos ni vencedores, sólo hay víctimas. Tanto muere un miembro de un bando como los del otro y generalmente las madres cuyos hijos no regresan, los hijos que se crían sin padres y los civiles que sufren como nadie las penurias de las situaciones bélicas son los grandes perdedores en ambos lados.
Por todo eso la guerra en general y la actual en el Medio Oriente son un atentado a la Obra Magna del Creador, la VIDA y sobre todo la Vida Humana. No Hay justificación para bombas contra discotecas donde van los jóvenes a bailar, las «bombas humanas» que explotan en calles transitadas, los secuestros de civiles o militares, los bombardeos contra aldeas civiles indefensas, los fusilamientos de prisioneros, los vejámenes al enemigo derrotado. No hay justificación para atentar contra la vida y la Bioética, en su análisis de los problemas de Macroética, incluye todo esto como atentados a la vida y por tanto como objeto de su estudio.
Nunca he ocultado mi admiración y respeto por el pueblo hebreo que mantuvo una identidad cultural y religiosa en 1800 años de Diáspora y que en 1948 supo defenderse, sin tanques ni aviones de los ejércitos coaligados de siete estados agresores para hacer válida la Resolución de las Naciones Unidas que creaba el Estado de Israel, pero no admiro al Gobierno que bombardea a civiles inocentes. Admiro y respeto al pueblo palestino que lucha por un espacio vital para su desarrollo, pero no admiro ni respeto a aquellos que rechazan acuerdos de paz que con sus limitaciones, pueden favorecer la reclamación a la vida y la paz de su pueblo y con acciones violentas provocan reacciones desmesuradas y agresivas.
Todos los seres humanos tienen el derecho a que se les respete la vida y se les de la oportunidad de desarrollarse. Todos tenemos derecho a la PAZ.
Todos somos hijos de un mismo Dios y mientras intereses espurios de raza, credo u opinión política primen sobre el AMOR AL PRÓJIMO la Humanidad se dirige a un Holocausto que no puede tener ninguna consecuencia aceptable para nadie. Dios nos llama al Amor y a la reconciliación y para los no creyentes, es la Razón la que nos convoca a amarnos los unos a los otros.
Sirva este escrito para hacer un llamado a la Paz y a la Reconciliación, sirva para que los cubanos comprendamos que el odio y el rencor solo nos llevarán a violar una y otra vez el principio fundamental de la Bioética. El respeto a la vida en general y a la vida humana en particular.

NO MÁS GUERRAS, NO MÁS ODIO. Solo Amor y Paz.

 

 

Revista Vitral No. 76 * año XIII * noviembre - diciembre de 2006
Antonio M. Padovani Cantón
(Pinar del Río, 1949)
Especialista de Segundo Grado de Medicina Interna. Graduado de la Facultad de Ciencias Médicas de Pinar del Río.