Revista Vitral No. 76 * año XIII * noviembre - diciembre de 2006


ESPECIAL

 

HOMENAJE A PEDRO PABLO OLIVA
EN EL DÍA DE LA DIGNIDAD PINAREÑA

DAGOBERTO VALDÉS HERNÁNDEZ

 

 

 

 

Sr. Obispo de Pinar del Río,
Queridos Pedro Pablo y Yamilia;
Queridos amigos todos

Hace ya bastantes años, un amigo común, Pepe Garrido, junto al Padre José Conrado, entonces recién estrenado cura santiaguero, me hablaron de un magnífico pintor que al mismo tiempo era una sencilla y humilde persona. Esta primera conjunción y rareza ya comenzó a mover mi inquietud, todavía hoy no totalmente satisfecha, de encontrar el secreto de tal virtuosa simbiosis entre la luz y el humus, -que de ahí viene la humildad- y entonces, para saber la fórmula y conocer su obra, pedí a mis amigos que me acercaran a la persona que la lograba casi sin darse cuenta y que no sé si todavía hoy es conciente de esta síntesis vital.
Como ocurre siempre, por desgracia, al conocernos en una pequeña habitación de una casita que tenía en la puerta un verso de una canción de Pablo o de Silvio, como un exorcismo secular, lo primero que colocaron frente a mis ojos fue la obra, amontonada, como hasta hoy, pero en mínimo espacio, obra tropelosa, acuciante, llena de lagartos y pequeñas figuras humanas casi siempre fuera del equilibrio y la norma.
Pepe Garrido, el poeta arquitecto, interpretaba la línea, el color, el mensaje que debatía, en interminable lid con el cura Conrado, que absorto, contemplativo, profundo contraponía su propia y teológica descodificación de la ingenuidad de la superficie trabajada en estrechísimo margen con la subjetividad.

Dagoberto Valdés leyendo las palabras
de homenaje a Pedro Pablo.

Andanadas de descubrimientos de islas de color, sin carabelas y sin velas, pero con mucho viento a favor. Y yo, joven imberbe y lego, -ahora sigo sin pelo y sin iniciación en la materia, pero ya no tan joven- había desembarcado en el mar tempestuoso de la obra plástica, pero el aluvión de apreciaciones artísticas y filosóficas no me permitieron, en ese encuentro primigenio, alcanzar a la persona que con una no disimulada y sincera timidez casi se asomaba entre canvas y lienzos, como pidiendo disculpas por estar allí, a ras de suelo literalmente, pero me fui con una cierta impronta del escurridizo, flaco y pícaro pinareño que, tal como intenta hacer todavía hoy, sin mucho éxito ya, hacía pininos para excusarse por ser él mismo y de usar raídos pinceles con tanto genio sin su culpa y con toda su responsabilidad.
Luego vinieron sus primeros viajes a Panamá, creo, y la misma historia de muchos que no cuento porque sus protagonistas somos todos. Y el nombre y la virtud de Oliva crecieron como hijos de su tiempo: primero fuera que dentro, primero abajo que arriba, primero por los márgenes que por el texto. En una palabra, que la obra y su autor alcanzaban, de este modo, el sello de autenticidad de todo lo bello, lo verdadero y lo bueno. Como esos inmensos sellos de las esquinas de sus cuadros, autenticando desde el margen al mismo tiempo que azorando de la marginalidad el mensaje polícromo y escurridizo que transmiten esa pareja cómplice y callada, y por ello elocuente, de las formas y el color.
Hasta que llegó aquella noche de la década del noventa, en la Galería de la casa de alto puntal de la esquina del Parque de la Independencia; era la presentación en sociedad de una monumental obra que había sido creada, como todo lo grande, desenrollando sobre el escaso suelo de la casa de su madre, esta especie de rollo veterotestamentario pero con entrañas proféticas. Unos decían o callaban que era obra del doliente Jeremías, lamento y rebeldía, incluso contra Dios. Otros, que había salido de la esperanza de Isaías, profeta de la realidad y de la redención venida del mismo tronco retoñado de una aldea como Pinar, o menor. Otros que era obra del profeta Daniel, por supuesto, en el foso de los leones y aún con vida. Yo quise ver al profeta Ezequiel en su capítulo 37, en la visión de aquel campo de huesos secos, que van cubriéndose de tendones y músculos, de piel y color, de vida y resurrección, reunidos en un túnel umbroso, desde la más variopinta y desconcertante realidad de un país en apagón, pero con una luz de quinqué en la palabra y una esperanza inclaudicable en el pecho. Así contemplaba a mi personaje preferido, aquel hombrecito que hace equilibrios entre las antípodas del miedo y la esperanza, entre los lagartos y la altura, al margen superior, como resistiendo ser sacado del lienzo, pero aún de pie.
Aquella noche de 1994, fui con el Obispo Siro, el entonces Padre Manolo y Yenia y Ortiz a la Galería, pude ver el rostro de lo innombrable, el estupor de la evidencia, el secreto gozo de quien ve su vida y la de su pueblo consagrados para siempre en lo que he tenido la convicción de llamar “el Guernica de Cuba”. Nos rodeaban ojos salidos del cuadro que escrutaban las reacciones de la sala, los sentimientos, la complicidad que siempre va de la mano del temor y del gozo de estar viviendo en la verdad… y ojos que salían de sus órbitas en la sala y chocaban en el lienzo, una y otra vez, como los de Tomás el apóstol, incrédulo y creyente, dudoso y perseverante, hombre al fin que necesitaba meter el dedo en la llaga para ver y creer. Y vimos y creímos, y para mayor Gracia vivificante, hoy Pinar del Río cuenta –espero que para siempre- con esa llaga luminosa que es El Gran Apagón, que es la huella de los clavos de este pueblo crucificado y que Pedro Pablo Oliva ha convertido en evidencia de la resurrección de nuestro pueblo para los siempre dudosos Santo Tomás de nuestro tiempo y de los tiempos por venir.

Momento muy emotivo fue cuando Monseñor Siro le entregó
el diploma que acredita al homenajeado Pedro Pablo
como Hijo Insigne de la Ciudad de Pinar del Río.


Para todo artista hay siempre dos caminos y dos opciones, como para todo hombre y mujer en el arte de vivir:
- Mientras está en la sombra y la penuria debe escoger entre amargarse y desistir o “clavándose en la sombra, chupando gota a gota el jugo vivo de la sombra”… “hacer para arriba obra noble y perdurable”-como nos dice Dulce María. Pedro Pablo escogió la sombra del apagón para encender el quinqué de lo perdurable. Y acertó.
- Y cuando el artista logra “hacer para arriba” y viene el tiempo de la fama y la bonanza, entonces le toca escoger entre exiliarse en un mundo de oropel, individualismo y falacias, casi siempre cerca de los que pueden y tienen… o encarnarse en el humus de la gente, de su pueblo, y servirlo sin pretensiones de suficiencia ni panfletos mesiánicos. Esto ha hecho Pedro Pablo Oliva, siguió siendo aquel escurridizo joven a ras de suelo, pero puso sus talentos a producir. Y acertó.
Y sin mucho ruido, tanteando, incluyendo, inventando, debatiendo, excusando, promoviendo, se ha convertido en hacedor de puentes, en compañero de camino de tirios y troyanos, en espacio adelantado de lo que Cuba será, si Dios y los cubanos queremos.
Y así vimos surgir, literalmente de las ruinas, el espacio de una Casa-Taller. Verdadera batalla de molinos y permisos, de trabazones y alquitrabes, de infinita paciencia del artista que, a pie enjuto, atravesó el Mar Rojo de salvar, reconstruir, rediseñar los espacios físicos, al mismo tiempo que salvaba, reconstruía, rediseñaba esa otra “casa-taller de la subjetividad cívica” que es el tejido de la sociedad civil de esta pequeña ciudad, capital de lo más occidental y “reserva moral de la nación” como la han calificado el Cardenal de La Habana y el inolvidable Juan Pablo II al sobrevolar la cola del caimán.
He peregrinado personalmente al santuario del Gran Apagón y el inapagable quinqué de nuestra cubanía, unas veces con insignes huéspedes del Centro Cívico y Vitral y otras con entrañables y sencillos conciudadanos que van a encontrarse con el mágico reflejo de su propia existencia iluminada por la humilde luz del alma de un artista que no ha perdido, ni la ingenuidad vigilante y sigilosa de sus ojos sobre Cuba, ni ha abandonado el inseparable terruño pinareño, ni ha dejado que los años lo separen de los vigorosos y reiterados símbolos de la fecundidad, que aparecen en sus obras juntos a lagartos y personajes de nuestro tiempo, como verdaderos signos de vida y virilidad que tiene la misma raíz de la virtud, pero sin machismos ni bajezas. Su obra es un retrato de la Cuba de ahora que anuncia con serena laboriosidad la Cuba por venir.

Rafael Capote Sarmiento, nuevo
responsable de la Comisión de
Cultura agradece a todos los
participantes y colaboradores
que contribuyeron para brindar
tan sencillo, pero bello
homenaje a Pedro Pablo Oliva.


Sueño con que un día, que veremos desde aquí o desde donde estemos, sacaremos al “Guernica de Cuba” de la Casa-Madre y, por única vez, lo trasladaremos en andas, icono de la vida de nuestro pueblo en estos tiempos, por las calles de Pinar hasta depositarlo, para siempre, en intranquila y fecunda paz, en el Palacio de Bellas Artes que merece esta Provincia, que construiremos con la contribución de todos, y que acogerá la inefable obra de luz y color que los artistas plásticos pinareños de ayer y de hoy han creado contra viento y mareas, frente a molinos y turbulencias, con la quijotesca convicción de que la vida no se despinta ni el quinqué se apagará.
Todo ello se acuna, crea y hace realidad en la mente y el corazón de este pinareño insigne y llano, cuyas cumbres interiores disimula con pantalones cortos. Estoy seguro que él hubiera sido un miembro apasionado del Comité Todo por Pinar del Río, cuya fundación celebramos hoy.
Amigo Pedro Pablo, te comienzan a llegar homenajes que viene desde lejos, desde hace tiempo. Todo madura y pasa. Todo llega y pasa, pero deja su impronta. Hoy la Comisión Católica para la Cultura quiere dejar una huella más en el camino de tu vida, que como la de todos los cubanos y cubanas, se yergue entre la luz y el apagón, entre el Génesis y el Apocalipsis, entre la cotidianidad y la sorpresa. Esta Comisión no podrá agradecer suficientemente lo que tú has sido, lo que has aportado a la Ciudad y a Cuba, lo que regalaste, por ejemplo a Vitral, para ilustrar su primer número, la portada del vitral de mariposas con bandera cubana con que ilustraste otro de sus ejemplares, el “Premio CUBAneo” para Vitral-multimedia por su Catálogo de Artes Visuales en Pinar del Río, obra que queremos actualizar y recrear; tu participación en nuestros Salones de Arte Sacro y todo el detalle de las innumerables visitas al santuario-casa-taller, de las que no te librarás mientras yo viva.
Ahora permítanme agradecer al Sr. Obispo y a la Comisión Católica para la Cultura, a la que he servido durante veinte años desde su fundación, aquel 25 de febrero de 1987 a un año exacto del ENEC en la fiesta de Varela. Ha sido un verdadero privilegio y honor inmerecido haber contribuido a la creación de este nuevo servicio de la Iglesia en Cuba. Nos propusimos llevar a la práctica aquel vertebrador capítulo de Fe y Cultura del ENEC, cuya primera redacción me fue encargada, y comenzar a hacerlo vida de nuestra nación. Este ha sido, quizás, el mayor reto y la raíz de todo lo demás. Ahora el desafío pasa a manos de un joven talentoso y culto, el Dr. Rafael Capote Sarmiento, a quien el Sr. Obispo ha confiado esta hermosa y trepidante tarea y a quien tengo el gusto de presentar como nuevo presidente de la Comisión Católica para la Cultura. Bienvenido, hermano, y buen trabajo. Cuenta con nosotros.

Poeta, cantante y pianista, homenajearon a Pedro Pablo
y deleitaron a los presentes con profesionalidad y maestría.


Me alegra, en fin, que mi último servicio al dejar en sus manos esta obra apostólica y patriótica, sea rendirte este sencillo homenaje que no puede agregar ni una rama de oliva a tu significativo nombre. Lo hago desde mi amistad que no puede ser más objetiva porque es domeñada por mi bien fundada admiración por ti, guajiro como yo, además de irrestrictos hijos los dos de esta increíble ciudad que hoy, para alegría de todos, te honra como ciudadano insigne, en el Día de la Dignidad Pinareña.

Muchas Gracias y Enhorabuena.

Dagoberto Valdés
26 de noviembre de 2006.
Día de la Dignidad Pinareña

PALABRAS DE PEDRO PABLO OLIVA


AMIGOS:

Han sido para mí y mi familia días muy alegres, pero también días de mucho ajetreo.

Me han entrevistado tantas veces que casi estoy al punto de hacer una telenovela o cambiar de profesión.

Sé que es natural, el Premio Nacional de Artes Plásticas sólo se concede una vez. Tiene el encanto del “nunca más” Que el escritor Edgar Alan Poe expresara como constante en su magistral poema “El Cuervo”, y tiene también el reconocimiento de quienes durante muchos años siguieron paso a paso el trabajo unas veces feliz otras notando del mundo misterioso de las imágenes y el color agradecer este homenaje a quienes durante años han contribuido y contribuyen a la hermosa tarea de enriquecer el mundo espiritual del hombre, resulta altamente complejo para mí mucho más cuando en la lucha por mejorarlos como seres humanos se entrecruzan toda una serie de factores que inciden en el hombre mismo. Cuánto debe en su vuelo el pájaro a sus alas, cuánto al viento.
El hombre es resultado de esa amalgama de pensamientos y filosofías que lo va enriqueciendo cada día.
Pensamientos y filosofías que va decantando hasta encontrar su personal verdad. Cúmulo y resultado de otras verdades, permítanme recordar aquel maravilloso análisis Meditaciones del Quijote de José Ortega y Gasset donde se preguntaba con cuántos árboles se hacía una selva, con cuántas casas una ciudad y después decía el bosque verdadero se compone de los árboles que no veo, el bosque es una naturaleza invisible por eso en todos los idiomas conserva su nombre un halo de misterio. Amo mucho esas palabras, soy un hombre que disfruta la dispersión.

Pedro Pablo Oliva durante la lectura
de sus palabras de agradecimiento.

Amo las espacios donde el hombre se encuentra con él mismo, cuando viaja con gozo por el tortuoso cauce del pensamiento, como una hoja por el turbulento paso del río .
Adoro la independencia.
Es tiempo hermoso de estrecharnos las manos. Todas las verdades tienen un punto común como el mejoramiento humano. No hay ni existe sociedad perfecta.
El hombre lucha y luchará por mejorar la sociedad perfecta.
El hombre con el tiempo y con amor lucha y luchará por mejorar la sociedad.
Se que los odios partirán un día para no regresar nunca más y en algún sitio un niño hará posible el maravilloso milagro del pan y los peces.

Muchas gracias.

 

 

Revista Vitral No. 76 * año XIII * noviembre - diciembre de 2006