La Habana, 18 de octubre de 2006
Queridos Superiores de las Religiosas y de los Religiosos en Cuba:
A cada uno llegue mi saludo fraterno y la expresión de mi alegría al compartir con ustedes la anual Asamblea Plenaria de la Conferencia Cubana de Religiosos y Religiosas (CONCUR). Estos dos días, en los que se ayudan a escuchar juntos, en presencia del Resucitado, “el mensaje del Espíritu a la Iglesia” (cf. Ap 2,7) y, especialmente, el mensaje que el Espíritu les dice hoy a ustedes, religiosos y religiosas en Cuba, constituyen un «momento alto» de la vida religiosa en este país, un momento importante para ustedes y para sus familias religiosas.
1. Por mi parte, deseo ante todo transmitir a la Hna. Gloria Pérez Pupo, Presidenta de la CONCUR, a los otros Miembros de la Presidencia y a todos ustedes, el saludo personal del Papa Benedicto XVI. Tuve el honor y el privilegio de que me recibiera en Audiencia el pasado 28 de agosto, por 20 minutos. Fue un hecho algo particular, ciertamente signo de una atención especial del Papa para Cuba. Respondí a preguntas y expuse algunas reflexiones sobre la situación sociopolítica del país y, especialmente, sobre la vida de la Iglesia. Hoy, en mi misión, me siento muy acompañado y fortificado por las palabras que Benedicto XVI me dijo. Estamos en el corazón del Papa, se los puedo asegurar. En el corazón de un Papa grande, con el que la Providencia de Dios está bendiciendo a la Iglesia y al mundo. Sus palabras, profundas y luminosas, sacian la inteligencia y consuelan el corazón.
Religiosos y Religiosas en Cuba, que tanto estimo: permítanme exhortarlos a privilegiar la escucha de la palabra del Papa, a dar a esta palabra un lugar preeminente entre las fuentes a las que recurren para alimentar su oración, cultivar el espíritu y volver incisiva la evangelización y la misión. Benedicto XVI es un «Papa teólogo», un teólogo de reconocido valor que ahora es el Sucesor de Pedro. No perdamos esta ocasión de caminar en la historia acompañados por un Maestro y Testigo de la fe excepcional. Para facilitar el encuentro y el diálogo con Benedicto XVI, la Nunciatura Apostólica tratará de aprovechar mejor el instrumento del correo electrónico y de poner rápidamente a disposición de la CONCUR —a través de este medio— la palabra del Papa que tenga una particular relación y relevancia con la vida religiosa.
2. Según los datos a disposición de esta Nunciatura Apostólica, al inicio del presente mes de octubre 2006, los religiosos y religiosas en Cuba son 795, de los cuales 189 religiosos pertenecientes a 25 Congregaciones y 606 religiosas de 58 Congregaciones. Con los 206 sacerdotes diocesanos y los 61 diáconos permanentes, los trabajadores que cultivan la viña del Señor en Cuba son 1063.
Ciertamente debemos agradecer al Señor por este «buen racimo» de generosos servidores.
Al mismo tiempo, teniendo como escenario la Iglesia cubana y el pueblo cubano, ¿cómo no exclamar: “¡La mies es abundante pero los obreros son pocos!”? y ¿cómo no seguir haciendo nuestra, cada día y con insistencia, la oración al Señor de la mies, para que mande trabajadores a su mies? Es por lo tanto necesario considerar como una prioridad pastoral fundamental de la Iglesia cubana, y de la vida religiosa en Cuba, la «cuestión vocacional». Efectivamente, lo de las vocaciones de especial consagración constituye “un problema de importancia vital y fundamental para la comunidad de los creyentes y para toda la humanidad” (JPII), un problema “que se sitúa en el corazón mismo de la Iglesia; de su resolución, de hecho, depende el porvenir de la Iglesia, su desarrollo y su misión universal de salvación” (JPII). Estoy con ustedes en el orar y trabajar para favorecer el nacimiento y el crecimiento, el discernimiento y el acompañamiento de las vocaciones.
No podemos olvidar, por otro lado, que una de las actividades preferidas del Maligno es precisamente la de tentar a las personas consagradas, la de desanimarlas, hasta convencerlas de que su misión es imposible. A lo largo de este último año he tratado de «estar cerca» de ustedes, primero con la oración, y también compartiendo algunas «cosas bonitas» que, por haberme enriquecido a mí, pensé que podían ayudarles también a ustedes. Es por eso que, en la carta que les envié en Navidad y en Pascua, incluí dos textos: Celebrar la Navidad, para habitar en nosotros mismos y Nada es imposible a Dios. Los había recibido de un querido amigo, el P. Pino, quien, además de ser un buen teólogo y psicólogo, es en verdad también Obispo. Varios me han expresado su aprecio hacia dichos escritos, y esto me anima a continuar, en la medida de lo posible, con este compartir. En este mismo contexto se situó la visita del P. Fabio Ciardi, omi, que por una semana se puso a disposición de los estudiantes de María Reina y de los religiosos de La Habana. De acuerdo con los responsables de la CONCUR, esta visita se repetirá el próximo mes de marzo, con el objetivo, entre otras cosas, de orientar un seminario para los Formadores sobre el tema del «re-descubrimiento del carisma». Sé además que la CONCUR ha promovido varias otras visitas e iniciativas —que aprecio y animo— para sostener la vida religiosa en Cuba. Pidamos al Señor que todo este admirable empeño consiga, como lo esperamos, abundantes frutos en la madurez y la santidad de la vida de los religiosos y, por consiguiente, en su compromiso por la misión en Cuba.
3. Termino compartiendo una reflexión que me acompaña en este inicio del año pastoral 2006-2007. Las circunstancias que vivimos, las del mundo y particularmente las cubanas, me recuerdan el diagnóstico histórico formulado por Pablo en la 1ª carta a los Corintios: “el tiempo se hace corto… todo pasa y se descompone la escena de este mundo” (7,29ss). Para el cristiano, el tiempo que pasa tiene un sentido y una dirección: habiendo sido abrazado por Cristo muerto y resucitado, se encamina, al mismo tiempo, hacia Él que recapitula todo en sí (cf. Ef. 1,3-10). Por eso, el cristiano contribuye a «hacer» la historia y anticipa su cumplimiento, si camina hacia Jesucristo, si vive la amistad con Cristo. Así que no resulta sorprendente ver como uno de los temas más frecuentes en la enseñanza de Benedicto XVI, que ya parece una clave de lectura de su pontificado, es precisamente: descubrir y compartir con todos, como una ola que se expande, la experiencia de la amistad con Cristo, que nos introduce en la amistad plena con Dios y en la amistad verdadera entre nosotros. Para todos, entonces, y especialmente para los religiosos, la tarea cotidiana es esta: vivir la amistad con Cristo. Dije «tarea», en realidad debería decir fortuna, felicidad, porque sólo en esta amistad se manifiestan las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo en esta amistad nosotros experimentamos lo que es bello y lo que nos hace libres.
Entre las muchas palabras que Benedicto XVI ha dedicado al tema de la amistad con Cristo, permítanme recordar las que dirigió a los Cardenales que se preparaban para iniciar el Cónclave. Describen la amistad y recuerdan sus exigencias: “El Señor nos dirige estas admirables palabras: «No os llamo ya siervos..., sino que os he llamado amigos» (Jn 15, 15). Muchas veces nos sentimos —y es la verdad— sólo siervos inútiles (cf. Lc 17, 10). Y, sin embargo, el Señor nos llama amigos, nos hace amigos suyos, nos da su amistad. El Señor define la amistad de dos modos. No existen secretos entre amigos: Cristo nos dice todo lo que escucha del Padre; nos da toda su confianza y, con la confianza, también el conocimiento. Nos revela su rostro, su corazón. Nos muestra su ternura por nosotros, su amor apasionado, que llega hasta la locura de la cruz. Confía en nosotros, nos da el poder de hablar con su yo: «Este es mi cuerpo...», «yo te absuelvo...». Nos encomienda su cuerpo, la Iglesia.
Encomienda a nuestras mentes débiles, a nuestras manos débiles, su verdad, el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; el misterio de Dios que «tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único» (cf. Jn 3, 16). Nos ha hecho amigos suyos, y nosotros, ¿cómo respondemos?
El segundo modo como Jesús define la amistad es la comunión de las voluntades. «Idem velle, idem nolle», era también para los romanos la definición de amistad (es decir tener los mismos sentimientos, querer lo que el amigo quiere y no querer lo que él no quiere). «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15, 14). La amistad con Cristo coincide con lo que expresa la tercera petición del padrenuestro: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». En la hora de Getsemaní Jesús transformó nuestra voluntad humana rebelde en voluntad conforme y unida a la voluntad divina. Sufrió todo el drama de nuestra autonomía y, precisamente poniendo nuestra voluntad en las manos de Dios, nos da la verdadera libertad: «No como quiero yo, sino como quieres tú» (Mt 21, 39). En esta comunión de voluntades se realiza nuestra redención: ser amigos de Jesús, convertirse en amigos de Jesús. Cuanto más amamos a Jesús, cuanto más lo conocemos, tanto más crece nuestra verdadera libertad, crece la alegría de ser redimidos. ¡Gracias, Jesús, por tu amistad!”.
Vivir y llevar a los demás la amistad de Cristo. Ésta es su principal vocación y misión, queridos religiosos y religiosas. También porque – como recuerda de nuevo el Papa Benedicto XVI – “allí donde brindamos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, ahí hacemos demasiado poco” (Homilía del 10.IX.06). En estos días he tenido una conmovedora confirmación de lo verdadero que esto es, al leer la carta de un detenido que desde hace 10 años cumple una larga condena por delitos contra el Estado. Allí en la cárcel conoció a un sacerdote, a un religioso y a una religiosa. En su carta narra cómo, al contacto con ellos, nació dentro de si un camino que él llama de “infancia espiritual”, pero que ya manifiesta las maravillas de la gracia. Escribe:
“Para mí ha sido un verdadero honor, en Cristo, recibir el aliento sincero de una joven hermana que ha consagrado 19 años, de esos que llamamos, los mejores años de la vida, a Dios, a la iglesia y a la actividad caritativa con los más pobres. Cuando uno descubre ese mundo de consagración total, de compromiso absoluto con el Señor y la Iglesia, sencillamente nos estremecemos de la cabeza hasta los pies, ante la fuerza de semejante ejemplo personal. A veces pienso que nuestros clérigos, seminaristas y las hermanas de las diversas órdenes y congregaciones que existen, no logran percibir en toda su magnitud el impacto, la influencia, la huella indeleble que van dejando en el corazón de millones de niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos con su ejemplo personal, con su integridad en el servicio a Dios y la Iglesia.
Sé que es difícil medir con exactitud cuánto influyen con su ejemplo personal sobre cada alma que se cruza en su camino. Eso sólo lo puede decir Dios. No obstante, desde mi propia experiencia personal, puedo asegurarle que es muy importante, crecer viendo y sabiendo, que existen mujeres y hombres firmemente comprometidos con el reino de Dios, con su amor…
No importa que tengamos muchas o pocas iglesias, que nos sobren o falten sacerdotes, que las sotanas o los zapatos del sacerdote estén viejos y desgastados, que se dificulte o no el trabajo de Evangelización. No importa que se filtren los techos y las paredes del templo, o que de vez en cuando un alma desesperada entre sigilosamente a robar en la casa de Dios. No importa que se obstaculicen o se limiten las iniciativas para recaudar fondos y bienes para la actividad caritativa. Lo que importa es que haya un sacerdote dispuesto a dar la vida por Jesús y el prójimo”.
¿A qué nos conduce la amistad con Cristo? Lo expreso con palabras de Madre Teresa de Calcuta:
“¿Quién es Jesús para mí?...
Jesús es la palabra que hay que anunciar.
Jesús es la verdad que es necesario revelar.
Jesús el camino que hay que recorrer.
Jesús es la luz que es preciso encender.
Jesús es la vida que hay que vivir…
…
Jesús es el enfermo que hemos de sanar.
Jesús es el abandonado que debemos amar.
Jesús es el marginado que hemos de acoger.
…
Para mí,
Jesús es mi Dios.
Jesús es mi esposo.
Jesús es mi vida.
Jesús es mi único amor.
Jesús es lo más importante para mí.
Jesús es mi todo.
Jesús, yo te amo con todo mi corazón,
Con todo lo que soy.
Yo le he dado todo, incluso mis pecados y El me
ha elegido como su esposa con toda la ternura
de su amor.
Ahora y siempre soy la esposa de mi esposo crucificado.
Así sea”.
¡Ojalá estas palabras se vuelvan experiencia vivida para todos nosotros! Es lo que les deseo, lo que nos deseamos unos a otros.
Les saludo y les bendigo.