Revista Vitral No. 75 * año XIII * septiembre-octubre de 2006


PSICOLOGÍA

 

¿QUÉ ESTAMOS ESCUCHANDO?

LUIS DANIEL FERNÁNDEZ MONZÓN

 

 

Para cada tiempo hay una música, no cualquier tipo gusta a cualquier edad. Pero siempre hay canciones, melodías y poemas que nos marcan en la vida, dejando una huella imborrable. El tono sentimental que tome en nosotros depende de cuán agradable o desagradable nos resulte, del grado de identificación, de nuestro estado de ánimo, de que responda a nuestras vivencias afectivas presentes o pasadas. Influye además, en esta elección de escucha, una disyuntiva: bien el hecho de que su contenido se refleje en nuestra vida, o bien nuestro deseo de que el mismo en nuestro vivir se reflejara. Por eso me centro en la importancia del saber escuchar.
No pretendo, amigo lector, influir en tus gustos musicales, sino de repente sugerirte una autoevaluación de tu capacidad de escucha.
¿Es bueno gustar de la música y bailar?- Sí, por supuesto.
¿Es buena toda la música que me gusta…?
Bueno… esta segunda pregunta me invita a pensar.
Un poco más allá de nuestra preferencia, las canciones con las cuales interactuamos a diario, hacen parte de nuestra subjetividad a través de los diferentes Medios de Comunicación Masiva, de los dancing, las discotecas y la que escuchamos en otros lugares. Desafortunadamente, una gran mayoría de la juventud se deja sugestionar.
No es mi intención, anatematizar a productores o intérpretes. Pero, ¿nos detenemos a pensar alguna vez en lo que expresan? ¿Qué sentido tienen? ¿Cuál es la intención de quienes la producen? ¿A qué me invita en lo personal? Y en fin… ¿cuál es mi respuesta?
Si nos hacemos estas preguntas y tratamos de interiorizar la idea central de las canciones, no asumiríamos tan fácilmente una postura instintiva como nos motivan las masas, que nunca propician medios para reflexionar sobre cosas tan importantes como esta.
Desde hace algún tiempo el Reguetton ha ido tomando auge en los países caribeños y de manera particular en Cuba, donde el surgimiento de agrupaciones diversas hace más perceptible su acogida por nuestra gente, la que se divierte y baila con intensidad el sugestivo ritmo del «perreo». Cito algunas de sus frases:
“Quítate que voy sin yoki…”
“Dale, dale Don, dale, la sortija no me sale, pon jabón pa´ que resbale…oiga doctor mi ano no es un jugueté…”
“Tú vienes con tú novio y me estás mirando y él no se da cuenta…
y yo mientras tanto solamente pienso como tú la inventas.”
“Hoy escuché de sexo y voy a devorarte vida mía…acércate, nadie te lo va a hacer
como yo…nadie te va a besar como yo…”
“Quítate tú pa´ ponerme yo y ahora vamo´a ver quien es quién…”
“Coge mi tubó mamita, coge mi tubó...Dame tú tubó, papito, dame tú tubó.”
“Y dime, ¿mami tú te vienes?- Papi yo me vengo.
Y papi, ¿tú te vienes?- mami yo me vengo…”
No es preciso explicar su significado. Son las expresiones que giran en torno a las relaciones genitales, dimensión de extrema importancia en la vida de los humanos. La última, por ejemplo, se refiere a la fase de orgasmo.
La comunicación de la pareja durante el sexo resulta benéfica, porque lo hace más humano y le da sentido de responsabilidad al buscar que la persona con quien se comparte el cuerpo, comparta también el espíritu y los sentimientos y no busque simplemente satisfacer instintos. Pero cuando el ser humano proyecta las relaciones sexuales de la forma en que lo hace aquí, reduce su condición de HUMANO y su dignidad al cantar la intimidad, por así decirlo, de una forma tan obscena. Estas expresiones se convierten de manera global en incentivos para disminuir virtudes como autodominio, entereza, valor, fidelidad, respeto, sencillez en el trato con los demás, que son esenciales en la identidad de la persona, atenuando inconscientemente la genuina intensidad de la máxima manifestación afectiva entre un hombre y una mujer, convirtiéndola en una especie de deporte lascivo que conduce al vacío existencial, engendrado por el hastío que se experimenta y que se va haciendo más recóndito. A su vez, quizás no de inmediato, este vacío lleva implícito una experiencia de angustia que influirá en un futuro en la pérdida de la alegría de vivir y en la mengua de la capacidad de enfrentar con madurez los altibajos de la vida.
Alguien dijera:”Quien ha vivido la guerra, no juega a la guerra”
Será su desgarrante influencia a lo largo de la Historia, el miedo a vivirla o la ignorancia al fin de lo que es vivir entre balas; posibles incentivos para que en el Reguetton esté presente el uso de armas de fuego, recreación especulativa del arte de matar. Penosamente escuchamos los disparos, la caída al suelo de los casquillos que salen de la recámara del fusil como el equivalente del haber logrado la conquista de “su amor” si lo podemos expresar así. Todo en un clima bélico. Y más, es también la seguridad de que sus “técnicas” para lograr este propósito son infalibles, pero por ley de la fuerza, no por ley de la disponibilidad. Asimismo otros sonidos semejantes que podemos identificar muy fácilmente con destrucción y, por ende, muy lejos de trasmitir la paz. Espejo de la violencia en los hogares y augurio de muchos, rotos más tarde.
Muy entrelazados a la sensación auditiva, tenemos los videos clips, exhibidos en TV y por la calle en “video beam”. Pocos tienen la capacidad de ver más allá de las imágenes, lo más común es deslumbrarse ante ellas. La diversión y los placeres que se muestran ahí, no solo atentan contra el decoro del Hombre, sino que además producen un estado de insatisfacción por la carencia de lo que puede advertirse en pantalla: los vestuarios, el dinero, las prendas, las bebidas finas y esto incita a su búsqueda. Estos videos clips nunca advierten imágenes ni letra que motiven a trabajar, estudiar, crecer como persona, ser útiles a los demás, luchar por la fidelidad, tener un proyecto de vida. En cambio: sí a consumir, a tener relaciones malsanas, destructivas, a la promiscuidad, al hedonismo: la cultura del placer. De esto se desprende que este problema social representa un peligro inminente para el proceso de formación de valores morales en niños, adolescentes y jóvenes.
No hay que esperar un futuro para conocer la trascendencia psicosocial de estas exhibiciones que estamos comentando, ya se palpan objetivamente las manifestaciones correspondientes a esta variante “musical” en nuestras casas, barrios, escuelas, reproduciendo expresiones vulgares, denigrantes que deshumanizan a ambos sexos convirtiéndolos en reses como instrumentos de placer. Implícito, un espíritu prepotente que obstruye el crecimiento de la Humildad, suprema virtud. Su ausencia engendra desdén, egoísmo, insolencia, arrogancia y vanidad.
Generalizando un poco, nos extendemos a la música y videos de otros géneros. Hay música, no precisamente de la que comentamos, que disfraza el amor de tal modo que entorpece el choque con la realidad en las edades umbrales, tocan solo la parte “rosada” del amor, también el dolor, con frecuencia causado por la infidelidad, pero muy difícilmente la convivencia en lealtad, los momentos de desacuerdo en la pareja, las riñas, el esfuerzo por ser comprensivos y pacientes. Cuando el cantar se limita al cuerpo, se pierde la parte axiológica del ser humano, que recoge las virtudes y realmente determina la autenticidad de las relaciones.
Sin embargo, paralelo a este fenómeno ocurre otro muy interesante. Cuando un artista canta, compone o dibuja, está expresando sus sentimientos como una necesidad humana superior, expresa sus concepciones del mundo, cosmogonía y trata de lograr la aceptación de la mayor parte.
Por tanto, volviendo al Reguetton en Cuba, es preciso darnos cuenta de que esta variante cultural es un reflejo de lo que está viviendo la sociedad, de lo que se vive en las escuelas al campo, en los preuniversitarios, politécnicos, en el servicio militar. Ocurre algo semejante a un proceso de retroalimentación. Su artista sale de entre la masa, ambos viven las mismas realidades, sus formas de ver el mundo son muy parecidas. Entonces, ¿qué sucede? …
Que, independiente del ritmo “sabroso”, al reflejar el primero lo que vive la segunda, este tiene de manera incondicional el reconocimiento y los aplausos de la sociedad.
Todo lo que existe, existe por una razón. No se trata por tanto de aniquilar imaginariamente esta tendencia artística, por el contrario, se hace necesaria porque responde a las realidades sociales y marca ineludiblemente un período de nuestra historia, si no existiera habría que inventarla. Es preciso que concurra determinada música, pintura, poesía, narrativa, para que irradie de algún modo lo que en su entorno y contexto está sucediendo.
¿Me permite el lector un ejemplo más palpable? Otra frase de otra canción que memorizamos: “¡ay, a mí me gustan los yumas!”
¿Por qué le gustan los yumas? ¿Por ser lindos, simpáticos y cariñosos? No, claro que no. Le gustan porque el yuma es el tipo que “tiene”, el que le va a resolver su problema, quien la va ayudar a sacar adelante a su familia, el que la puede llevar a comer a lugares finos con toda comodidad, quien le compra los equipos de música, TV, DVD, ropa, perfume… ¡el hombre del dinero! que le puede proporcionar todo lo que materialmente pueda necesitar para satisfacer sus necesidades.
Pero la persona que lucha por conseguir la auténtica libertad, se cuestiona:
“¿Me impulsa esta canción a la virtud o a la degradación moral? ¿A qué me invita este video? ¿Son imágenes de vida o de cultura de muerte y antivalores?”
De una forma u otra el vivir en sociedad supone un entrenamiento para convivir con lo que nos desagrada y al mismo tiempo con lo que afectivamente nos sentimos identificados, pero desechando lo que aún pudiendo ser agradable y placentero no se compenetra con la dignidad ni se fortalece el edificio de la personalidad.
No se trata de condenar o manifestar objetivamente repugnancia, más bien saber escuchar y observar los mensajes que se transmiten a través de las diferentes variantes culturales. Constituye un elemento de suma importancia para no dejarnos seducir por su contenido ni por su vulgaridad. Nunca han de llevarse a la efectividad, acciones que no hayan pasado previamente por el tamiz de nuestra conciencia.
Cada vez que pensemos en esto, no sólo ganamos en capacidad crítica sino que hacemos a la mediocridad perder terreno… en nuestra vida.

 

 

Revista Vitral No. 75 * año XIII * septiembre-octubre de 2006