I. Introducción
Permítanme comenzar mi reflexión en estas VII Jornadas de Teología, agradeciendo su gentil invitación a mi hermano, don Julián Barrio, Arzobispo de esta benemérita Sede de Santiago, Apóstol por el que nos viene a todos los iberoamericanos la sucesión apostólica, la transmisión del Evangelio de Jesucristo y ese estilo de vivir la fe con la impronta de una cultura que hemos compartido y mezclado con otras todos los pueblos latinoamericanos. Y agradezco también la franca invitación de Don Segundo Pérez, director del Instituto Teológico Compostelano, a quien me unen las raíces del recuerdo y la veneración a San Rosendo.
Vengo de una isla apasionada y sufriente, que se mece en las cálidas aguas del Mar Caribe, que recibió inmediatamente después de la sede primada de Santo Domingo el anuncio del Evangelio el amanecer de un 27 de octubre de 1492. Vengo como quien viaja a las raíces para agradecer su savia milenaria, pero al mismo tiempo, ¡oh milagro de la fecundidad del Espíritu!, traigo entre mis pobres manos, algunos de aquellos aportes originales y novedosos que aquel continente ha ofrecido a su matriz; lo hago con la alegría del que regresa de la cosecha que se hizo hace siglos con lágrimas, pero al mismo tiempo con el temor y temblor del que se sabe superado por el don que trae y la responsabilidad a que nos compromete a todos. Esto lo pude experimentar especialmente cuando encontré sobre mi mesa de trabajo el programa de estas jornadas y pude comprobar el nivel académico y la calidad del testimonio de sus ponentes.
Pero aquí estoy, como el cartero que sabe que la carta proviene de un Señor inmensamente más importante y trascendente que él mismo, pero que sin su humilde servicio quizá nunca hubiera llegado a su destino o quizá hubiera recorrido otros tortuosos caminos. Por eso, intentaré cumplir, con la sencillez y la diligencia del mensajero, este servicio con mi corazón y mi mente puesto en las entrañas de Cuba, pero con la vista y los brazos extendidos a todo el continente del que somos parte: América, una y diversa, plural y compleja, exuberante y pobre, nueva y envejecida ya por las huellas del pecado, de la injusticia, de la opulencia, del totalitarismo y de la manipulación de bloques y guerras frías y calientes, locales y guerrilleras, genocidios cruentos y físicos y genocidios sordos e incruentos que sangran por dentro con el pecado mayor que reconozco en el rostro de América: el daño antropológico, venido del norte y del este, venido de la mano del dios dinero y del dios ideología. Pero igualmente devastador de la sagrada e inviolable dignidad de la persona humana.
II. Fe y cultura: un desafío en plena expansión y vigencia en América Latina
En efecto, se trata de la naturaleza humana y su forma de ser, de vivir, de convivir, de relacionarse consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con su Creador, es ese el concepto de cultura que subyace y se aborda en todos estos temas teológicos.
Es por eso que considero que el gran reto y el mayor desafío, siempre anterior y siempre más en profundidad con relación a los debates propuestos y a los títulos sugerentes de tantas realidades diversas, es ese de la forma, el contenido, el estilo y los procesos con los que la fe, ella misma, sin perder su identidad pero sin cargar sobre los pueblos fardos innecesarios, logra encontrar las diferentes culturas, ellas mismas, sin perder su esencia pero sin prejuiciar la fe, sin cerrarse a la fecundación de las semillas del Verbo que llevan en sí mismas; ni hacerse refractarias al cambio purificador y renovador. Este es el mutuo desafío y el persistente reto que lleva en el mundo un camino de 20 centurias y en América una más breve peregrinación de cinco siglos.
Sigue hoy muy vigente aquella contundente afirmación del recordado Papa Juan Pablo II: “La fe que no se hace cultura, no ha sido plenamente acogida, no ha sido totalmente pensada, no ha sido fielmente vivida.” (Juan Pablo II, 16 .1. 82). Es por ello que debemos estar muy atentos a los signos de nuestras culturas para poder acoger la fe, pensarla en profundidad para poder vivirla «mar adentro» y no desde las orillas y las superficies de las culturas.
Podemos comprobar, en este continente verde y azul, empinado como los Andes y caliente como el Caribe, que ese proceso, aún hoy, más de quinientos años después, presenta diferentes estados de gestación y edades de crecimiento. Me atrevo a decir que en aquel mismo continente encontramos «zonas» no tanto geográficas sino culturales donde:
- este encuentro entre fe y cultura aún no se ha dado porque son estilos de vida cerrados a la trascendencia ya sea por un hedonismo asfixiante o por restos de un sistema político seudo mesiánico que intenta suplantar la redención de Jesucristo con paraísos tristes y populistas o incluso intentan «usar», manipular la fe sencilla de los pobres para hacerles creer que esa redención se ha encarnado en personas, partidos, campañas políticas o programas de un asistencialismo paternalista que crea una cultura verticalista, en la que el don de la salud o de la educación, por siglos deficitario, le viene dado de arriba por un Estado o Misión providencialista; que además de no promover la responsabilidad y de no empoderar las conciencias y los ciudadanos, juega cruelmente con su necesidades básicas, con sus pobrezas y los usa como un insoportable cartel propagandístico con ropaje de redención social que no libera las potencialidades de las personas y de los pueblos, sino que los malcría, los hace dependientes de “lo que viene de arriba o de fuera” y los ata a un humillante “agradecimiento eterno” al Estado bienhechor, a las personas o ideologías, que luego consideran traidor o, cuando menos, mal hijo a quienes quieren pensar distinto y soberanamente de quienes les han “traído la ayuda”.
- Este encuentro entre la fe y la cultura se dio en Latinoamérica, como sabemos, en un inicio de la evangelización pero esta fue insuficientemente auténtica, o faltaron agentes y medios, o no supo encarnarse profundamente en las entrañas de aquellas culturas y ahora nos topamos con lo que Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi llamó “un barniz superficial” de cristianismo que no ha sido aún capaz de “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio, los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad.” (E.N. 19) y nosotros pudiéramos decir de nuestro continente, al que con frecuencia declaramos cristiano, y lo es en su matriz y su sustrato católico, pero pareciera como que le falta calar hasta “pasar de condiciones menos humanas a condiciones más humanas” que es la verdadera fórmula del auténtico desarrollo, como debería ser continuamente recordado trayendo a la memoria aquella Encíclica Populorum Progressio que en su tiempo marcó un hito y parece que espera aún por la concreción de estos otros tiempos con sus nuevas circunstancias pero con el mismo problema de fondo que es confundir consumismo con progreso, desarrollismo con desarrollo, crecimiento macro-económico con desarrollo humano integral.
- Este encuentro entre la fe y la cultura en América Latina se ha dado en otras zonas culturales y humanísticas, sociales y regionales, logrando una verdadera fecundación de esos ambientes socioculturales que, sin perder su identidad propia, han aceptado, inculturado y promovido la buena noticia del Evangelio, dando frutos abundantes de liberación interior, personal y comunitaria, social e internacionales. Esta frutación evangélica ha ocurrido cada vez que las personas han aprendido a pensar con cabeza propia, como nos enseñaba a principios del siglo XIX, el Siervo de Dios Padre Félix Varela, que es el Padre de la cultura y la nacionalidad cubana, y cuya causa de beatificación está introducida desde 1986. Ha ocurrido cada vez que la dignidad de la persona humana y sus derechos inalienables y totales han sido inspirados, enseñados, defendidos hasta con los nuevos martirios civiles o cruentos que son más difíciles de reconocer o son más manipulables por las fuerzas del mal, porque los victimarios vienen disfrazados, bajo piel de ovejas, como defensores o de la civilización, o de la seguridad nacional, o de una llamada justicia social impuesta por los totalitarismos del Estado o las leyes del mercado que no quieren ser reguladas por nada ni por nadie. Este diálogo inculturado y generador de iniciativas se ha dado cada vez que una comunidad o un grupo de personas ha aprendido a organizarse para autogestionarse, cada vez que las asociaciones, instituciones y organismos se articulan para tejer y crear el entramado de la sociedad civil, nuevo nombre de la democracia que se hace cotidianamente con los insustituibles ingredientes de la autoestima, la autogestión ciudadana local y la participación articulada de una sociedad civil creativa y solidaria.
|
Llegada de Colón a América el 12 de octubre de 1492 .
|
Basten estos tres grados del diálogo y el mutuo impacto entre fe y cultura en América Latina, de los que podríamos precisar otros muchos más estadíos y matices, pero estos son a lo mejor señales de estos tiempos en nuestro continente para no dormir en los ya añejos laureles del llamado, con razón, continente de la esperanza, pero que a fuerza de esperar o de suscitar esperanza pudiera cansarse de no acabar de enrumbar el camino, dejar de jugar a las ideologías y los mercados de caudillos y bandazos que solo logran alargar el horizonte de la esperanza, entristecer a nuestros pueblos y crear una cultura de la desconfianza en la política, un clima de escepticismo en los cambios, una atmósfera de indiferentismo religioso al ver demasiadas promesas, mesianismos y manipulaciones durante años sin término, dando saltos y experimentos de un lado y del otro.
Debería venir ya ese tiempo sosegado y humilde de siembras sin sobresaltos y sin falsas expectativas, que creyendo en la fuerza de lo pequeño y en la eficacia de la semilla, se decidiera en el continente y en las numerosas islas del Caribe, a continuar ese plantío de educación cívica para la libertad y la responsabilidad en profundo diálogo y corresponsabilidad con el sembradío de una fe respetuosa de los ritmos, sencilla y directa en sus signos, encarnada-inculturada en sus modos, audaz y profética en señalar las semillas del Reino y en denunciar las señales de la mentira y de la muerte, donde quiera que estén y al coste que fuere necesario para mantener una fidelidad a prueba de fanatismos y de veleidades con los poderes de este mundo. Con ningún poder de este mundo que, por cierto, pueden esconderse incluso bajo aparente liberación de un poder para, una vez derrumbado, levantarse con una fuerza mayor de sometimiento de pueblos y conciencias.
Cada vez más la Iglesia debe tener los ojos bien abiertos y limpios de intereses espurios. Sus pastores debemos ser vigías del Reino, oteando el horizonte de la vida y de los pueblos, y especialmente los laicos, que deben estar «mar adentro», bien metidos en el lugar teológico de su santificación que es el mundo de la familia, de la sociedad civil, de la economía, la política, las relaciones internacionales, las escuelas de pensamiento, los proyectos educativos, las investigaciones científicas, para desde allí, servir a su pueblo y a la Iglesia con una mirada muy penetrante —no inquisidora, que esos tiempos ya pasaron— sino escrutadora de las señales, promotora de las semillas del Verbo, listas para señalar y denunciar todo lo que en el mismo nacimiento y concepción de esos ambientes lesiona, disminuye, desfigura o aplasta la dignidad de la persona humana.
Creo que si la señal más significativa de la cultura de la muerte en nuestro continente es, como decía al principio, lo que llamamos «daño antropológico», de ahí que el mayor desafío sea reparar ese daño antropológico sin provocar otro mayor, entonces podríamos decir que la principal forma de «proponer la fe» es anunciando de tal forma el Evangelio de los Derechos Humanos que podamos contribuir con otros hombres y mujeres de buena voluntad a la concepción y vivencia de una escuela de humanismo personalista, comunitario, justo y solidario.
III. Proponer la fe: un diálogo fecundo con las esperanzas y las tristezas de nuestros pueblos
La concepción y vivencia de una siempre nueva escuela de humanismo integral y solidario, como nos lo presenta el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia que recomendaría como estupendo instrumento de evangelización, deben ir acompañadas de una actitud dialogante, en el que los agentes de evangelización nos dejemos interpelar por “los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias” de nuestros pueblos y al mismo tiempo presentarles, sin miedo y sin complejos, nuestras propuestas-Buenas Noticias del Evangelio.
Este proponer las Buenas Nuevas de Jesús, no son, como sabemos pero a veces olvidamos, recetas para resolver todos los problemas pero sí son:
- por un lado, una denuncia serena pero inteligente de todos los falsos dioses, mesianismo y religiones seculares que han intentado e intentan aún hoy, bajo nuevas formas de providencialismos, alienar a nuestros pueblos con sustitutivos de su propia cultura, de su fe en el único Dios verdadero que respeta la libertad de cada persona y desea que asuma su plena y adulta responsabilidad ante su propia vida y la convivencia social.
- Y por otro lado, esa propuesta de fe es, sobre todo, el anuncio de una visión del mundo, del hombre y de la historia basados en el designio de Dios sobre la Creación, en la que la persona humana ocupa el lugar de mayor y plena dignidad y los derechos humanos son y deberían ser la versión inculturada del Sermón de la Montaña que leemos en el Evangelio de San Mateo, especialmente en el capítulo 5 y siguientes y que tiene su anuncio final en Mateo 25, visión que nos presenta como en un escenario global el Juicio de las Naciones que no es otra cosa que el rasero moral de nuestro comportamiento diario, personal y comunitario.
Como me han pedido que mencione algunos retos de esa denuncia-anuncio profético que es y debe ser la propuesta dialógica y dialéctica del Evangelio de Cristo en el contexto de América Latina, deseo remitirles al magnífico e inculturado Documento de Trabajo de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que tendrá lugar, Dios mediante, en Aparecida, Brasil el próximo año.
En este instrumento de reflexión se nos presentan varios retos que interpelan nuestras conciencias de pastores y también el compromiso de los fieles laicos, cuyo protagonismo en la hora actual y venidera de la Iglesia no solo se debería profundizar, sino que tengo la certeza, por mi propia experiencia en Cuba, que la misión del laicado en los ambientes de la familia, la sociedad, la política, la economía, la cultura, las relaciones internacionales, etc. no solo son y serán importantes para el lugar y el papel que ocupará y desempeñará la Iglesia Católica en ese mundo que se nos viene encima, sino que ese protagonismo laical será cada vez más decisivo y determinante para la eficacia y la autenticidad de la edificación del Reino de Dios en el entramado y complejo tejido de la convivencia humana y el futuro de los pueblos. Aún más, me atrevo a decir que quizá será la única forma creíble e impactante para sociedades cada vez más secularizadas y reacias a lo que consideran con frecuencia como intromisiones eclesiásticas.
Solamente me detendré en mencionar alguno de esos retos en el continente que habla, reza y proclama la Buena Nueva en español, sabiendo que quedan otros muchos, pero que dado el tiempo y mi limitada visión venida de una isla sin acceso a la Internet, sin prensa libre, con una reducida capacidad para recibir, procesar, acceder y distribuir la información, incluso la más esencial, les pediré disculpas por ello y les rogaría que me acompañaran en este especie de muestrario de esperanzas y angustias que, para el corazón de un obispo cubano, adquieren una resonancia verdaderamente insoslayable:
· El hombre se ha asomado como nunca antes al universo tanto macro como micro, lo que ha cambiado sustancialmente su relación con la naturaleza. (cf. no. 98 y 99)
· Eso ha impactado en la salud psicológica y espiritual de las personas y de la sociedad que hace más urgente lo que se ha llamado una «ecología humana».
· Por otra parte, el matrimonio como concepto y como experiencia está cambiando su «visión antropológica». Las crisis de la pareja entre un hombre y una mujer, se une a los intentos de equiparar otras uniones a la del único y natural matrimonio. Es la familia la que sale perdiendo y con ella se quebranta el primer espacio de personalización y socialización. En cambio, el aborto es abiertamente permitido y muchas veces impuesto de cierta manera por disposiciones del Estado.
· Se nos echa encima lo que se ha llamado «la nueva sociedad del conocimiento y de la información» que con una avalancha de descubrimientos, noticias, estudios, opiniones, criterios de juicio, puntos de interés, modelos de vida, todos diversos, muchos contradictorios, otros convergentes en un solapado relativismo moral, nos colocan en la disyuntiva de la incapacidad enajenante de no poder acceder ni a toda la información ni a todos los conocimientos, lo que en ocasiones acompleja a muchos y por otro convierte a los que más los poseen en «nuevos brujos de la tribu», en nuevos y falsos «sacerdotes» únicos y excluyentes «mediadores» entre los que se quedan en las penumbras de un analfabetismo funcional ante las nuevas tecnologías, y la infranqueable montaña de información y conocimientos. Estos falsos ídolos y falsos intermediarios mágicos en la creciente sociedad de la información deben ser denunciados y desmitificados por el anuncio evangélico contra los falsos dioses del saber. Mi país se detuvo, por otro lado desgraciadamente, en la caverna de las señales de humo, pues, como sabemos, el acceso a la Red de Redes que llamamos la Internet está absolutamente controlada y manipulada por el Estado totalitario, que se convierte así en el único poseedor de la información global.
· En el ámbito de la economía se da la disyuntiva entre crecimiento económico y desarrollo humano integral en la que las leyes del mercado nos quieren presentar las cifras macroeconómicas como el «sancta-sanctorum» intocable de la clase empresarial y los índices de crecimiento como las señales de progreso, enmascarando que tras esas estadísticas se esconden amplios sectores de nuestras sociedades que no solo no se desarrollan como personas y como sociedades sino que decrecen a niveles de pobreza extrema mientras contemplan por la televisión una imagen de país que no reconocen ni en su estómago ni en sus bolsillos. Cuba no es una excepción, mientras nos informan que nuestra economía ha crecido a niveles insospechados en Japón o Europa, por encima del 11 por ciento, nuestro pueblo sufre las más elementales pobrezas, desde la falta de medicinas y una adecuada alimentación hasta un pobre techo para restañar el efecto de los ciclones. Lo peor es que la Iglesia y los países que no piensan con el Estado cubano, pasan increíbles trabajos para ayudar, regalar, donar, promover, en el ambiente surrealista que me contaba una monjita cubana, Hija de la Caridad, que había vivido y servido durante décadas en Haití y al venir a Cuba y pasar unos meses, se lamentaba diciendo: “en Haití hay mucha pobreza pero se podía ayudar y promover obras sociales con libertad, no mordían la mano extendida para liberar y ayudar. En Cuba no es así. Donar y regalar puede convertirse en un delito.”
· Otro de los desafíos que son enumerados en el Documento del CELAM es la crisis en la búsqueda de la verdad. En efecto, como una señal de la época que nace llamada por algunos como postmodernidad, los sentimientos y las pasiones emergen como único criterio válido de verdad y de bien. Es una nueva forma del hedonismo existencialista que determina la eticidad de los actos por el grado de satisfacción emocional que provocan. Este relativismo moral no es aséptico, en Cuba, por ejemplo, viene convoyado con el imperio de la ideología como criterio de la verdad y del poder como árbitro de la bondad. Sobre la belleza ya casi ni se discierne a nivel profundo en Cuba.
· En el no. 108 del citado Documento se nos presenta como desafío para la fe “un profundo desarraigo. Se debilitan o desaparecen las raíces que cada uno tiene en personas, en convicciones capaces de dar un norte a la propia vida, en lugares queridos, en tradiciones, en costumbres, en la historia de su pueblo y de su patria. Este desarraigo va unido a un sentimiento de gran inseguridad y de desconcierto; a veces, de angustia. Por eso mismo, las preguntas acerca de la seguridad, la autoestima, la identidad cultural y las raíces humanas de toda existencia, han llegado a tener una relevancia fundamental.” Yo soy testigo de ese desarraigo, porque vivo en una bella y hospitalaria isla del Caribe, que sin embargo ha visto desgarrarse a más de dos millones de sus hijos e hijas que, como otros muchos millones, no encuentran junto a las bellezas naturales de su tierra, aquella esperanza de vida, aquellos proyectos económicos y aquellos espacios de libertad, donde se pueda vivir con un mínimo de confianza en el futuro, una indispensable seguridad para sus hijos y un clima de eticidad y justicia que respeten la muy publicitada dignidad plena del hombre que, por desgracia, no se parece a los encantos de la Perla del Caribe. Eso debían saber y meditar los turistas de estas tierras y los de otras muchas que van a la Cuba virtual y no a la realidad de un pueblo desarraigado, que mientras muchos españoles, italianos, alemanes y canadienses, se preguntan por qué tantos cubanos y cubanas quieren irse de Cuba, esos que quieren irse se preguntan cómo los turistas cierran los ojos a la Cuba real. Es un pecado de indiferencia y de falta de solidaridad efectiva y transparente que debemos denunciar y corregir.
|
Misiones fundadas en California por el monje
franciscano y colonizador español fray Junípero Serra.
|
· Por último deseo resaltar dos puntos que se mencionan en el Documento de Trabajo de Aparecida y que tocan sensiblemente nuestro deber de proponer la verdad y la justicia del Evangelio de Cristo. Me referiré a los párrafos 130 y 131 en los que se aborda que “después de los gobiernos autoritarios o dictatoriales, la valoración de la democracia posee ambivalencias importantes. Por un lado, es común encontrar mayoritario aprecio por la democracia formal… y por otro, este fenómeno convive con la deficiente penetración de la democracia como cultura de la participación, de la solidaridad, de la subsidiaridad en nuestras sociedades e instituciones. La gente se cansa con la debilidad de sus gobiernos. Se constata una creciente tendencia a aplaudir el surgimiento de líderes mesiánicos o caudillos de corte populista. Prometen el paraíso…suelen ser duros con sus adversarios políticos…aún a costa del sacrificio de importantes derechos y libertades públicas.”. Sólo deseo añadir, desde mi experiencia como obispo cubano, que por muy débil que sea la democracia y por muchos defectos que tengan sus instituciones, jamás se debe abandonar el camino institucional de la separación, reparto y mutuo control de los poderes del Estado de Derecho, jamás se debe fracturar la alternancia política, jamás se deben soslayar o manipular los procesos electorales, por mucha crisis de gobernabilidad que sufran nuestros pueblos, deseo decirles con conocimiento de causa que ese cauce imperfecto y perfectible del Estado de Derecho y de la democracia es y será siempre mejor que abandonar nuestra libertad y nuestra conciencia en manos de líderes mesiánicos o populistas o ambos en simbiosis, con la atractiva ilusión engañosa de paraísos que antes del séptimo día se han convertido ya en infiernos de manipulaciones crueles, propaganda hueca y cinismo metodológico. Bien vendría quejarse menos de las imperfecciones de la democracia y trabajar más en la educación ética y cívica de nuestros pueblos. Creo que es un deber insoslayable y urgentísimo al que los pastores debemos dedicar esfuerzo, oración y recursos poniendo en manos de los laicos aquello que, a través de una educación participativa, liberadora y empoderadora de la ciudadanía promoverá en nuestras sociedades la cultura de la democracia que secuestran y manipulan los oportunistas ante nuestros pecados de omisión en el campo cívico y político.
IV. En perspectiva de esperanza: proponer la fe «mar adentro»
Por último quiero terminar con esta visión positiva y esperanzadora del Documento de Trabajo de la V Conferencia del CELAM que dice así: “América Latina y el Caribe son desafiados con fuerza por los cambios religiosos, éticos, en general, culturales, que marcan dolores de parto de una nueva época. No somos una isla (yo digo que Cuba sí lo es en todos los sentidos, y prosigue) Tenemos que orientar nuestro trabajo pastoral hacia la conversión de hombres, mujeres, jóvenes que viven en el hoy, cuyas convicciones vacilan, que buscan la libertad, el bien, la felicidad y la belleza, atraídos, desafiados o rechazados por los mensajes de los medios de comunicación, y por los grupos que se llaman progresistas o, en reacción a ellos, por tendencias exclusivamente conservadoras. Remaremos mar adentro…” (No. 94)
También yo, viejo obispo de la Isla “más hermosa que ojos humanos han visto”, miro al futuro con esperanza y doy fe y testimonio de la capacidad de los cubanos y cubanas, de los latinoamericanos en general y de todo hombre y mujer de buena voluntad, para levantarse de sus propias ataduras, para tomar en sus manos las riendas de su vida personal y nacional, y para proponer de pie, junto a la cruz de cada día, la fe que ahora deseo compartir con ustedes viniendo de donde vengo y habiendo vivido lo que ustedes saben, o ni se imaginan, que hemos vivido:
- Creo firmemente en la fuerza y la ternura del Evangelio que es capaz de mover montañas.
- Creo firmemente “en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud”, como diría José Martí, el apóstol de la libertad de Cuba.
- Creo que toda persona y toda cultura tienen en sí mismos, esas “semillas del Verbo” que debemos descubrir, hacer concientes y fecundar en ellos y ellas.
- Creo que todo tiempo es nuevo y mejor para proponer el Evangelio y para vivirlo con mayor intensidad y coherencia.
- Creo que Cuba podrá incorporarse a la comunidad de las naciones en una nueva etapa de libertad y responsabilidad, de justicia y solidaridad, de tránsito pacífico y de reconciliación nacional y, como dijera el anterior Arzobispo de Camagüey, que “nuestro futuro no se parezca a ninguno de nuestros pasados”.
Encomiendo estos anhelos a la solicitud de la Madre de Dios que en Cuba es llamada Virgen de la Caridad, a la intercesión de San Rosendo, patrono de mi Diócesis y hombre intrépido de estos lares y, por supuesto, a la oración y la solidaridad fraterna de todos ustedes.
Muchas gracias.