Revista Vitral No. 75 * año XIII * septiembre-octubre de 2006


REFLEXIONES

 

DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA:
ELECCIONES Y ALGO MÁS...

RAUL F. CASTILLO MENÉNDEZ

 

 

 "La OEA continuará desarrollando programas y actividades dirigidas a promover los principios y prácticas democráticas y fortalecer la cultura democrática en el Hemisferio, considerando que la democracia es un sistema de vida fundado en la libertad y el mejoramiento económico, social y cultural de los pueblos. La OEA mantendrá consultas y cooperación continua con los Estados Miembros, tomando en cuenta los aportes de organizaciones de la sociedad civil que trabajan en esos ámbitos”.

Artículo 26, Carta Democrática Interamericana, 2001.

Hace treinta y seis años, veinte y tres países eran miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA), y de ellos diez eran dictaduras militares. Actualmente hay treinta y cuatro países en la OEA y ninguno tiene dictadura. Aunque esto refleja un avance sin precedentes para la democracia en América Latina (AL), hay un presente aún más prometedor y es que entre diciembre y los seis meses del año en curso han sido elegidos mediante sufragios seis nuevos presidentes: Evo Morales, del Movimiento al Socialismo (MAS) por Bolivia; la chilena Michelle Bachelet, militante socialista y candidata por la Concertación de Partidos por la Democracia; de Costa Rica, Oscar Arias, del Partido Liberación Nacional, Premio Nóbel de la Paz (1987) y expresidente 1986-1990; Álvaro Uribe, por el Partido Primero Colombia, actual presidente y reelecto para un segundo y último mandato; Alan García, del Partido Aprista Peruano, ligado a la socialdemocracia y expresidente 1985-1990; y el candidato oficialista mexicano Felipe Calderón por el Partido de Acción Nacional en las más reñidas elecciones de la historia contemporánea de ese país.
Quedan pendientes para los próximos meses: Brasil (1 oct.), Ecuador (28 oct.), Nicaragua (5 nov.), y Venezuela (4 dic.).
A pesar de todo lo que viene desarrollando América Latina en democracia, el presente no es color de rosa. Hay una creciente insatisfacción con el desempeño de algunas políticas y sus líderes. Basta decir que desde 1982, alrededor de trece presidentes elegidos democráticamente han sido destituidos y otros están siendo encausados por graves delitos. Sencillamente, entender el funcionamiento democrático, dentro de la gran diversidad y complejidad de las sociedades contemporáneas, aún no es, para algunos dirigentes latinoamericanos, asignatura aprobada. La carencia de cultura cívica traducida en corrupción y violencia, entre otros males, sigue socavando las democracias.
Por otro lado, aunque existen preocupaciones, temores y riesgos a crisis antidemocráticas, dada la alta inestabilidad económica, política y social en varios países de la región, pienso también que son tiempos de magníficas posibilidades para demostrar en la práctica los aciertos que entraña una verdadera democracia. Todo depende de cómo se defiendan esas posibilidades. Me refiero concretamente a la voluntad y al esfuerzo educativo que se viene haciendo en la gente y en aquellos o aquellas que están siendo elegidos para gobernar, no sólo para presidentes, sino para cualquier instancia.
Va quedando claro que los esplendores y éxitos democráticos no surgen por regulaciones impuestas ni por improvisaciones, modas o espontaneidades, sino por un largo, duro, constante y mancomunado trabajo en la formación cívica ciudadana. El esfuerzo es grande y lento, pero estimulante.
Por eso pienso que la democracia no sólo precisa de elecciones libres y periódicas, sino de personas que se manifiesten democráticamente antes, durante y después de las votaciones. Una democracia social no es posible alcanzarla sin el protagonismo de una democracia individual. Thomas Jefferson decía que la suma de las soberanías individuales hace la soberanía nacional. Entonces, no es posible aspirar a una democracia nacional sin que antes prevalezca una respuesta personal. ¿Y estamos preparados para el fin que tanto deseamos?
No incluyo mi respuesta, sólo digo que una persona que quiera democracia o se sienta demócrata, no puede temerle a la transparencia. Más bien lo que hace es reclamar espacios abiertos —a cualquier instancia— para polemizar, debatir y dialogar en un marco de libertad, cordura y respeto partiendo de que no hay verdad absoluta ni perfecta. No hay cosa más falsa que considerarse perfecto. El ser humano, por naturaleza, es imperfecto y en correspondencia ello, las democracias también lo son. Pobre de aquel o aquellos que se erijan perfectos o piensen que sus obras lo son. Lo perfecto bien pudiera semejarse a lo máximo, lo absoluto, y eso le corresponde sólo a Dios.
Por otro lado, si bien es una buena noticia macroeconómica saber por los informes de instituciones internacionales competentes que la economía global crece, la agradable noticia deja de ser completa cuando se conoce que ha influido poco en el bienestar promedio del ciudadano tercermundista y dentro de ellos me interesa resaltar al latinoamericano. La retribución, subsidiaridad y solidaridad… vinculadas a los rápidos y cambiantes procesos de la globalización, a menudo, fracasan, y esto es sumamente preocupante por el peligro de la desestabilización y de la incredibilidad de los procesos democráticos modernos y con ello la frustración del esperanzador ideal común de justicia social que toda verdadera democracia encierra.
Las protestas —al menos, en sentido general— no dejan de tener razón. Por eso, los que quieran democracia y los que digan representarla tienen la palabra, no para hacer demagogia ni adueñarse de lo que, por derecho, le pertenece a otros, sino para distribuir los bienes con equidad. No son tiempos para repetir inaceptables y vergonzosas faltas. De ahí la urgencia no sólo de gente especializada, culta y educada en democracia, sino sobre todo de buena voluntad, personas sinceras, honestas, sencillas y decentes, que lleven a la práctica lo que dicen defender; libertad, verdad y justicia.
Además, la democracia postmoderna da poder hasta al más insignificante individuo de una sociedad. Incluso, hoy por hoy, la voluntad de la mayoría no puede callar o excluir a la minoría. En este contexto el respeto a la diversidad tiene que primar y junto con ello la virtud de tolerar. Es aquí, quizás, junto con la justicia social, donde muchas veces se hace delicado establecer los límites democráticos éticamente aceptables, porque hay individuos que apoyándose en los derechos democráticos, intentan destruir abierta o solapadamente el sistema de valores que sustenta una sociedad de hombres libres. La respuesta es difícil, cierto, pero lo fácil es saber que tolerar no significa perder la libertad y que, la democracia se gana con más democracia. La democracia global de la que estamos hablando pertenece a las urnas y no a las armas. Y por ser conciente de esta idea —a pesar de innumerables razones, muchas de ellas bien fundamentadas— soy intolerante con los actuales y posibles conflictos violentos de cualquier naturaleza, vengan de donde vengan.
Hay experiencias en la historia reciente que los países de mayor adelanto sostenido económico y social son aquellos donde sus líderes pueden ser de izquierda, derecha o centro y el progreso sigue su curso. ¿Por qué? Porque hay coalición, alianza, consenso y una red de instituciones nacionales y supranacionales autónomas y articuladas entre sí, que frenan todo intento antidemocrático.
Algunos dicen que el capitalismo es la vía más eficiente para llegar a la democracia, argumentando —hoy más que nunca— que fracasaron los defensores del llamado «socialismo real». Sin embargo, pienso, que ninguna polarización es sana. Hacer coincidir los logros de uno y otro viene siendo lo más aconsejable. El rico contenido de la Doctrina Social de la Iglesia es un ejemplo permanente de ello. Se conoce de naciones que progresan con una mezcla de capitalismo con ingredientes socialistas, otras, con una combinación de socialismo con ingredientes capitalistas. Bienvenidas todas, como cualquier otra. Eso sí, habrá avance sostenido siempre y cuando exista la voluntad de responder con principios democráticos. De lo contrario, el intento no avanzará o avanzará poco con respecto a otros y por último fracasará con un saldo humano y social negativo.
Las diversas formas de democracias alternativas pueden ser factibles de éxito, no lo dudo, pero lo que no es viable son las alternativas a la democracia.
Como ha sucedido durante la zigzagueante historia humana, los pueblos, —y ese es uno de actuales desafíos para este hemisferio y, por supuesto, Cuba no es excepción— más temprano que tarde, irán tomando el rumbo hacia un mañana mejor y esa, en mi opinión, sigue siendo la democracia. El tren de la democracia global avanza y toma velocidad y el que titubea y no se sube a él, lo pierde y queda atrás.

 

 

Revista Vitral No. 75 * año XIII * septiembre-octubre de 2006
Raul F. Castillo Menéndez
C.Habana, 1946
Biólogo, Comunicador Social Católico.