Estimado lector de Vitral, muchas veces me han dicho que no coja lucha porque me va a dar un infarto y que lo importante es resolver el presente y ya mañana se verá. Es como si el futuro estuviera aplazado por causa de un presente que languidece ante nuestros ojos. Comprendo que el origen del planteamiento expresa preocupación por la salud, pero también comprendo que esas expresiones nos pueden llevar a un tío vivo social que da vueltas y vueltas sobre lo mismo hasta que su energía quede exhausta. Y en esas circunstancias inexorablemente nos mantendremos detenidos dentro del mismo círculo en que hemos estado girando y que al final quedaremos en peor situación de la que teníamos al comenzar las vueltas porque habrá pasado el tiempo en ese girar y girar sobre lo mismo con el consiguiente desgaste personal y social que implica. Por tanto considero que si bien el presente es muy importante de resolver, no podemos dejar de construir bases para el futuro y que constituye una gran superficialidad no tomar conciencia de lo que durante el presente hipoteca el futuro, porque la vida es efímera y el futuro que hoy vemos en lontananza en un abrir y cerrar de ojos se nos vendrá encima y entonces podríamos estar en la misma situación de la cigarra de la fábula, que no se planteó el futuro y solo cantaba mientras que la hormiga trabajaba y trabajaba sin cesar.
No es recomendable la actitud de dejar que el tiempo pase sin tener un mínimo de proyectos para el desenvolvimiento de nuestra vida personal y social. He pensado mucho en estas cuestiones porque vivimos momentos en que nos parece que solo el presente se nos viene encima con una carga de inseguridades y empeoramientos, que en el mejor de los casos nos plantean un porvenir detenido en el tiempo e inamovible, sin cambios sustanciales encaminados a la mejoría y el desarrollo.
Les hablo de tales cosas porque coyunturalmente llenan el espacio del pensamiento y de las preocupaciones no solo mías, sino de muchas personas en nuestro medio social. Incluso de los que se sienten vencidos y optan por irse, por huir de todo para buscar fuera lo que no tienen aquí, lo que no se han planteado cambiar y lo que no han podido mejorar. Esos sentimientos de frustración que embargan a muchos, en mi criterio, constituyen algo muy importante que tendríamos que analizar para buscar las causas verdaderas, la viga que tenemos en nuestros ojos, porque la actitud del avestruz, la superficialidad, el miedo y el desencanto oradan al futuro, detienen al pensamiento y desestimulan la actuación que debemos realizar.
Precisamente un domingo, cuando caminaba de regreso de la Eucaristía en la Parroquia de San Judas en Centro Habana, me encontré algunos mendigos acostados en los portales de la calle Galiano. Estaban allí, vencidos, con imágenes del San Lázaro de las muletas para que se les echaran monedas de limosnas. Entonces pensé que para esos compatriotas olvidados y desamparados, no había futuro porque ya no tenían proyectos, ni fórmulas o apoyos para enfrentarlo. De inmediato experimenté un sentimiento de culpa por la práctica de la omisión, porque la omisión es un pecado muchas veces mortal. Me dije entonces: ¿Qué es en lo que estamos pensando? , ¿por qué razón nos quejamos de las cosas cuando hablamos en voz baja?, y después no actuamos en consecuencia. Es que no entendemos que el presente y el futuro hay que construirlo simultáneamente y que las soluciones no nos van a caer como el maná del cielo.
La Fe en Dios puede mover montañas, pero la Fe da fuerzas a quien se decide a hacer las cosas. Dios actúa siempre por vía de las segundas causas, que somos nosotros mismos sin excepción, creados a su imagen y semejanza, con libre albedrío y responsabilidad de actuar sobre el presente y el futuro, libremente y sin miedos.