Revista Vitral No. 71 * año XII * enero-febrero de 2006


NARRATIVA

 

EL PUENTE DEL ISLEÑO

HÉCTOR PALACIOS RUIZ

 

 


José, aquel primo de mi tío que se tomó con él la primera taza de café caliente en Cuba una madrugada, cuando atracó el barco que los trajo de las Islas Canarias, era además su compadre; le había bautizado su hijo mayor. Pero José no se dedicó a la cosecha del tabaco, sino a la de café, por eso se instaló en una buena finca en medio del lomerío del Escambray que se llamaba Mayaguara. En su propia finca había un paradero del tren que, bordeando enormes barrancos, atravesaba la cordillera más importante de la antigua provincia Las Villas.
Para visitar a su compadre, Carmona siempre iba a caballo, eran más de dos días de camino, pero con las ventajas que ofrecía el recién construido ferrocarril, por su rapidez y seguridad, entre todos convencimos a mi tío que la próxima visita a Mayaguara no la hiciera a caballo, que fuera en el tren. Él siempre nos hizo mucho caso y aceptó la sugerencia. Mas para que viajara con seguridad le tuvimos que dar un seminario de más de una semana para que supiera cómo era el viaje, los paraderos que tendría que pasar y como debía hacer para llegar a Mayaguara. Le explicamos muy bien que en los trenes el conductor anunciaba las paradas y que cuando llegara Sopimpa, que era la que antecedía a la de su destino, debía de estar atento, ya que las paradas en esos desolados lugares eran muy breves y el tren podría llevarlo a otra que no fuera la que él quería.
Una mañana del mes de agosto, antes del inicio de la cosecha de tabaco que se avecinaba, Carmona decidió pasar unos días en casa de su querido compadre José. Lo acompañamos al paradero de Sal si Puedes; que era el más cercano. Antes de tomar el tren le aclaramos de nuevo el itinerario; se le insistió que tenía que estar atento después que anunciaran la parada de Panchita la Gorda, porque la próxima, como a 20 minutos, era Sopimpa, donde ya debía tener a mano todo lo que llevaba pues la siguiente era la de Mayaguara y en ella debía bajar rápidamente.
El tren salió y todos lo seguimos con la vista hasta un desfiladero que estaba como a 400 metros.
La parada de Mayaguara era muy típica, el tren tenía su paradero casi al borde del puente del ferrocarril, una obra ingeniería imponente para su época, más de 400 metros de largo y 40 de profundidad. Por debajo pasaba el caudaloso río Agabama, uno de los mayores del país. El puente no tenía baranda de protección. En el río habían crecido durante decenas de años muchísimos plantones de caña brava que, con la constante humedad, se habían desarrollado de forma asombrosa. Su tamaño era la distancia del lecho del río hasta un poco más arriba del borde del puente.
Después de pasar la parada de Panchita La Gorda, mi tío se puso en tensión porque se aproximaba a su destino. Escuchó la voz pintoresca del conductor en su anuncio rutinario, eso lo tranquilizó; 15 minutos después él estaba atento a cualquier aviso, escuchó la voz familiar que anunciaba la próxima parada: ¡SOPIMPAAAAA!, Mi tío sabía que en el próximo aviso debía descender del tren e hizo todo lo indicado, cogió los paquetes que llevaba y se aproximó a la puerta por donde debían bajar cuando anunciaran su lugar de destino.
La zona era bastante inhóspita, a ambos lados de la vía férrea se observaban los enormes taludes hechos en los bordes de las montañas cuando se estaba construyendo el ferrocarril por aquellos eficientes obreros españoles que tanto cooperaron al desarrollo del país.
Como a 200 metros aparecía una pequeña zona con algunos llanos. ¡Ese era el lugar!. El tren redujo la velocidad y su enorme cuerpo de hierro penetró por la cabecera del puente. En ese instante sintió la voz potente del conductor que, a todo pulmón gritó: ¡MAYAGUARAAAAAA!. Y mi tío, advertido de que debía bajar rápidamente en esta parada, sin que el tren se detuviera, en el mismo medio del puente, dio un salto para descender en su destino. Asombrado ante el abismo que se le interpuso antes de caer y desbaratarse en aquella profundidad, se abrazó a las primeras y hermosas matas de caña brava que estaban cerca de sus fuertes brazos. Como es lógico los paquetes se despeñaron y nada de ellos se pudo aprovechar. El conductor y los pasajeros de su coche que vieron el salto de Carmona, pensaron que era un loco que quería suicidarse. Varios de ellos, con los empleados del ferrocarril que venían a bordo, al salir del puente y llegar al paradero, se bajaron y corrieron a auxiliar al hombre que se había lanzado al río, entre ellos estaba su primo José que lo esperaba junto a la familia. Cuando llegaron a la mitad del puente, miraron hacia abajo pensando ver el destrozo del suicida al chocar contra las rocas profundas, pero se percataron que algo se mecía entre las frondosas caña bravas, cuál no sería su asombro al ver a mi pobre tío, que se aferraba a ellas como un gato para salvar su vida, con su pecho sangrante.
Si asombroso fue para todos aquel salto espectacular, mucho mayor era este del hombre colgado en las alturas y gritando aterrado que le salvaran la vida. En aquellos tiempos no había las grúas que existen hoy. ¿Cómo bajarlo de allí? Esta fue otra odisea que duró más de seis horas. Tuvieron que buscar todas las sogas de los guajiros de la zona y otros recursos, pero salvaron a Carmona.
Cuando lo bajaron estaba pálido por el enorme susto que pasó y, agotado por el esfuerzo tremendo que había hecho para no caer a las profundidades y con tremendas heridas en el pecho y las piernas, a consecuencia del choque con las cañas bravas, sumamente cortantes.
Para curarlo necesitaron dos litros de luz brillante, el combustible que usaban los campesinos para alumbrarse por las noches. Aquel incidente paralizó el ferrocarril del Escambray durante veinte horas, y una semana de intenso trabajo para traer a mi tío desde Mayaguara hasta Beguejiga en una carreta con dos yuntas de bueyes tirándola. Por nada del mundo quiso regresar en el tren.

 

Revista Vitral No. 71 * año XII * enero-febrero de 2006
Lic. Héctor Palacios Ruíz
Sociológo. Fue Director del Centro de Estudios Sociales. Actualmente es preso de conciencia desde marzo de 2003.