La ciudad es un laberinto al aire,
una retina donde se horada la hiel entre la hiel,
donde mordemos los instantes de lo cotidiano
La ciudad es el pretexto de los suicidas, los locos,
los ermitaños
Nadie persigue lunas en la ciudad,
solo algunos gatos que no resultan confiables del todo:
dejaron de relamerse las entrañas ante Dios
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“Unas vacas: vida del pueblo y sueños del amor”.
Óleo/lienzo. 100x150cm. Obra de Antonio Roig Díaz. |
La ciudad, complejo sistema de alcantarillas,
de tráfico urbano, de drogas, de advenedizos,
esos émulos prestados al regreso
La ciudad que transita, se desespera, vuelve
Es una navaja de luz abierta sobre el horizonte,
el rincón preferido de algún noctámbulo,
la mesa sueca de ladrones, prostitutas y mendigos,
cada uno en el oscuro regazo de la suerte
La ciudad es el rostro afable del espacio
donde aprendemos el límite de la intrascendencia,
y los inseguros pasos ante la avenida,
el oscuro arte de lo incierto
Una ciudad está llena de marcas,
lugares afines, viciados recuerdos,
pesadillas de iconoclastas goteando como la nieve
en el inseguro umbral de la espera
Una ciudad es un poco de tantos,
sus puentes, nuestros obstáculos
donde jamás aventuramos la palabra a través
Una ciudad pesa en la memoria
porque las cosas podrían ser diferentes,
según la nostalgia del viejo enraizado
en las ruinas de la esquina,
en los adoquines por el olvido asfaltados,
el barco que nunca zarpó del muelle,
el tranvía, aún rehén del suspiro infinito
tras dos amantes,
también la foto malograda; había luz,
no hubo culpables,
el chico que vuelve otra vez de la escuela
Una ciudad es solo eso,
un trozo de piedra que nos acorrala los sentidos,
y espera asesinarnos de alguna forma.