Revista Vitral No. 71 * año XII * enero-febrero de 2006


RELIGIÓN

 

LOS RETOS DE LA IGLESIA
EN EL MUNDO ACTUAL
LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Y SU DIÁLOGO PASTORAL CON EL MUNDO

CONFERENCIA MAGISTRAL DEL CARDENAL RENATO MARTINO,
PRESIDENTE DEL PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ DEL VATICANO,
EN LA HABANA CON OCASIÓN DEL XX ANIVERSARIO DEL ENEC

CARDENAL RENATO MARTINO

Cardenal Renato Martino, durante la Homilía del día de inauguración del XX aniversario del ENEC.

 

 

La misión esencial de la Iglesia y su mayor servicio.

El diálogo pastoral de la Iglesia con el mundo contemporáneo

La Doctrina Social de la Iglesia y la Pastoral social

Conclusión

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Agradezco al Eminentísimo Señor Cardenal Jaime Ortega Alamino, Arzobispo de La Habana, la fraterna invitación que, en nombre de los Obispos Católicos de Cuba, me dirigió para estar hoy entre Ustedes. Quiero decirles, a Su Eminencia, a los Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos y a todos los aquí presentes, que me siento profundamente honrado de participar con toda la Iglesia de Cuba, en la conmemoración del XX Aniversario del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, «fruto significativo y concreto del Concilio Ecuménico Vaticano II» , que sentó las bases para la puesta al día del servicio pastoral que la Iglesia ofrece y desarrolla en medio de la sociedad cubana. Me auguro que las reflexiones que a continuación les ofrezco contribuyan, aunque sea un poco, a la constante renovación y al servicio comprometido que caracteriza a los católicos cubanos y sea también de provecho para todos los que en esta bella Isla buscan el bien del hombre.
Al reflexionar con Ustedes sobre el tema que se me propuso compartir en el marco del XX Aniversario del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, tomo como punto de partida la Constitución Pastoral Gaudium et spes, que afirma: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón» . Como la comunidad de los discípulos de Cristo, la Iglesia se ocupa y se preocupa de los problemas que aquejan al hombre y dañan su dignidad inalienable, desfigurando la imagen divina plasmada en él por su Creador; se alegra de los triunfos que ponen de manifiesto su grandeza y su ingenio; alerta sobre los peligros y obstáculos que se interponen en su recorrido histórico hacia su destino eterno; y le revela que la sed de infinito presente en su corazón sólo puede ser saciada para siempre por el agua viva del Espíritu ofrecida por el Señor .
Sin duda una de las grandes novedades de la Gaudium et spes ha sido comprender que la Iglesia tiene que responder a los desafíos del mundo y a los que Cristo pone al mundo, lo cual supone hoy aceptar los desafíos del orden social, político, económico y cultural, de la falta de respeto por la vida humana, de la supresión de las libertades civiles y religiosas, del desprecio por los derechos de la familia, la discriminación racial, los desequilibrios económicos, el peso de la deuda, los problemas de la seguridad internacional y la carrera armamentista.
El Papa Juan Pablo II, en la constante preocupación por el hombre que caracterizó su Pontificado, expuso al inicio del año 2005, ante los representantes de las naciones, los desafíos que enfrenta la humanidad hoy: El desafío, amplio y crucial, de la vida, amenazada ya desde sus inicios, cuando el hombre es más débil. El primer derecho es el derecho a la vida, desde su concepción hasta su conclusión natural , pues condiciona el ejercicio de cualquier otro derecho y comporta, en particular, la ilicitud de toda forma de aborto provocado y de eutanasia . Además, la vida humana, se ve amenazada hoy por las instituciones que deberían protegerla, es el caso también de legislaciones que ponen en riesgo la estabilidad de la familia. La Iglesia no se cansa de proclamar y defender que la familia es la clave para el futuro de la humanidad. La familia plurisecularmente entendida como la comunidad que nace de la íntima comunión de vida y de amor conyugal fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, y que posee una específica y original dimensión social, en cuanto lugar primario de relaciones interpersonales, primera y vital célula de la sociedad .
El desafío de la alimentación. Hoy, millones de seres humanos se ven carentes del pan necesario, no obstante la fecundidad de la tierra. El hambre y la desnutrición, agravadas por la pobreza creciente, cuestionan dramáticamente a toda la comunidad internacional y representan también una grave amenaza para la paz. La comunidad internacional debe adquirir conciencia del principio del destino universal de los bienes y poder comprometerse verdaderamente en la justicia y la solidaridad. Que millones y millones de seres humanos padezcan el flagelo del hambre representa un grave desafío para la humanidad, un problema que «es, desde luego, de orden económico y técnico, pero más que todo de orden ético–espiritual y político. Es una cuestión de solidaridad vivida, de desarrollo auténtico y de progreso material» .
El desafío de la paz, que condiciona la consecución de tantos otros bienes esenciales. La paz es el sueño de todas las generaciones, un sueño que la humanidad podrá alcanzar sólo si todos los Pueblos de la tierra recorren juntos los caminos de la razón, el diálogo y la colaboración, conscientes de que la paz es, ante todo, un don de Dios. «La Iglesia... fiel a la misión que ha recibido de su Fundador, no deja de proclamar por doquier el Evangelio de la paz. Animada por su firme convicción de prestar un servicio indispensable a cuantos se dedican a promover la paz, recuerda a todos que, para que la paz sea auténtica y duradera, ha de estar construida sobre la roca de la verdad de Dios y de la verdad del hombre. Sólo esta verdad puede sensibilizar los ánimos hacia la justicia, abrirlos al amor y a la solidaridad, y alentar a todos a trabajar por una humanidad realmente libre y solidaria... sólo sobre la verdad de Dios y del hombre se construyen los fundamentos de una auténtica paz» .
El desafío de la libertad humana, uno de los derechos fundamentales del hombre, cuyo núcleo más íntimo es el derecho a la libertad religiosa. Derecho todavía no reconocido de manera suficiente o adecuada en muchos Estados. Todos los derechos humanos deben promoverse y respetarse en todas partes porque, así como nos indica el Papa Benedicto XVI, «los derechos fundamentales del hombre son los mismos en todas las latitudes; y entre ellos un lugar preeminente tiene que ser reconocido al derecho a la libertad de religión, porque concierne a la relación humana más importante, la relación con Dios. Quisiera decir a todos los responsables de la vida de las naciones: ¡si no teméis la verdad, no debéis temer la libertad! La Santa Sede, cuando por doquier pide condiciones de verdadera libertad para la Iglesia católica, las pide igualmente para todos» .
Estas cuestiones, en el ámbito actual de la globalización sin precedentes, representan grandes desafíos para la humanidad, mismos que no se afrontarán eficazmente sin una verdad absoluta acerca del hombre, cuyo misterio «sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» , y sin una conciencia clara y compartida de pertenecer a la única familia humana, que mueva eficazmente a la práctica de la solidaridad.

La misión esencial de la Iglesia y su mayor servicio

La Iglesia no mira sólo el mundo en que se encuentra, sino que mantiene una atención constante a sus raíces para reafirmar continuamente su identidad y su misión. El Concilio Vaticano II ha sido ocasión para inspirar e iluminar aún más una renovada autocomprensión de la Iglesia, la cual vuelve su mirada nuevamente y con mucha mayor frecuencia hacia sus orígenes bíblicos y patrísticos, percibiendo con mayor claridad el sentido de su presencia en el mundo actual «teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias» y la misión que en él debe cumplir: «Continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad (cf. Jn 18,37), para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (cf. Jn 3,17; Mt 20,28; Mc 10,45)» . La Iglesia, retomando la reflexión bíblico-patrística, se autocomprende y autodefine como una Iglesia al servicio de la humanidad y de la dignidad de la persona humana.
La Iglesia es consciente, quizá hoy más que nunca, que debe responder, desde su identidad , a todos los grandes problemas que aquejan a la humanidad, los mismos que la tocan también directamente, pero sobre todo al gran desafío que representa una «cultura actual, profundamente marcada por un subjetivismo que desemboca muchas veces en el individualismo extremo o en el relativismo...» donde «el hombre tiende a replegarse cada vez más en sí mismo, a encerrarse en un microcosmos existencial asfixiante, en el que ya no tienen cabida los grandes ideales, abiertos a la trascendencia, a Dios» .
La sensación de la ausencia de Dios que invade y angustia a millones de seres humanos debe encontrar una respuesta en la Iglesia que proclama la presencia continua del Señor. En efecto la promesa de Jesús «Yo estoy con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20), debe ser anunciada con la palabra, la celebración y la vida por los discípulos de Cristo. Éste es el gran desafío para la Iglesia, testimoniar la presencia providente de Dios a una humanidad que, con frecuencia, se siente turbada por la sensación de su ausencia. Por ello uno de los mayores servicios que la Iglesia puede hacer al hombre de hoy es propiciar, provocar su encuentro con Cristo vivo y presente, para que esta experiencia dé «un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» . Es a partir de esta experiencia personal del encuentro con el Amor de Dios en Jesucristo que pueden surgir hombres nuevos para una humanidad nueva .

El diálogo pastoral de la Iglesia con el mundo contemporáneo

A partir de la encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI y la constitución pastoral Gaudium et spes del Vaticano II, el diálogo es considerado una de las prioridades pastorales de la Iglesia, ya que representa el modo privilegiado de su acercamiento a la sociedad
La Iglesia quiere decir una palabra orientadora, siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II, aceptando lo positivo del progreso humano y, a la vez, alertando contra la tentación de un individualismo que amenaza la fraternidad entre los hombres y pone en peligro al género humano . La Iglesia, pues, no quiere, no debe, quedarse al margen del diálogo, porque, dirá Pablo VI, «Todo lo que es humano nos pertenece. Tenemos en común con toda la humanidad la naturaleza... Estamos prontos a compartir esta primera universalidad... Y tenemos verdades morales, vitales, que hay que poner de relieve y que hay que corroborar en la conciencia humana, para todos beneficiosas. Dondequiera que el hombre busca comprenderse a sí mismo y al mundo, podemos unirnos nosotros a él. Dondequiera que se reúnen las asambleas de los pueblos para establecer los derechos y los deberes del hombre, nos sentimos honrados cuando se nos permite sentarnos entre ellos...No somos la civilización, sino promotores de ella» . La Iglesia entra en este diálogo con el mundo y sus realidades, ofreciendo su milenaria experiencia en humanidad , pero sobre todo, el mensaje evangélico a Ella encomendado, esta Buena Nueva que «es luz, es novedad, es energía, es renacimiento, es salvación» .
En todo diálogo auténtico debe haber sinceridad, libertad, búsqueda de la verdad, comprensión, disponibilidad y apertura a una mayor comunicación. Pero el diálogo que la Iglesia quiere entablar con la sociedad tiene además una característica que lo distingue, es pastoral, es decir, posee una dimensión sobrenatural y su fin es escrutar la presencia providente de Dios en el mundo, conocer su voluntad y caminar hacia ella .
El Concilio ha impulsado decididamente a la Iglesia hacia una renovación teológica y espiritual, hacia una apertura al diálogo con las demás confesiones cristianas, con las religiones no cristianas y con los no creyentes; en fin, la ha impulsado al acercamiento con el mundo en que vive, y a aceptar los desafíos que éste pueda presentarle. En esta línea, el Pontificio Consejo «Justicia y Paz» propone el Compendio de la doctrina social de la Iglesia a «los hermanos de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, a los seguidores de otras religiones, así como a cuantos, hombres y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el servicio al bien común» reconociendo que es «un signo de esperanza el hecho que hoy las religiones y las culturas manifiesten disponibilidad al diálogo y adviertan la urgencia de unir los propios esfuerzos para favorecer la justicia, la fraternidad, la paz y el crecimiento de la persona humana» (n. 12).
La Iglesia, dialogando con el mundo acerca de los desafíos que cuestionan a ambos, ofrece al mundo su visión. Ciertamente algunos de los dramas a los que se enfrenta el hombre de hoy, y sobre los cuales la Iglesia tiene el derecho y el deber de decir una palabra, son nuevos, fruto de los cambios acelerados que se han dado en los últimos años, sin embargo su raíz es antigua como el hombre mismo. La Gaudium et spes , basándose en san Pablo (cf. Rm 1, 21-25), llama a esta raíz, pecado, entendida como el rechazo de la justicia de Dios, es decir, de la fuerza divina que salva al hombre en Jesucristo. Este rechazo ofende y manipula la verdad de Dios, en detrimento de la verdad del hombre, pues ambas verdades son complementarias y se encuentran intercomunicadas. El no reconocer a Dios ni sus derechos, buscar manipularlo, crear dioses a su medida y de acuerdo a sus intereses, es el pecado radical del hombre, cuya verdad sufre automáticamente las consecuencias y se resquebraja, pues no se puede manipular la verdad de Dios sin consecuencias para el hombre .
La Doctrina Social de la Iglesia, instrumento importante e imprescindible para el diálogo pastoral con la sociedad contemporánea.

Juan Pablo II, Maestro de doctrina social y Testigo evangélico de Justicia y de Paz, consciente y preocupado ante la carencia de un punto de referencia para la autocrítica y el discernimiento, es decir, ante el vacío de una ética social que experimentan las diversas sociedades hoy, propuso con fuerza y convicción desde los primeros días de su largo y fructífero Pontificado, en nombre de la Iglesia, a los católicos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, los presupuestos antropológicos y éticos del humanismo cristiano contenidos en su enseñanza social .
Esta propuesta la planteó ya desde su primer viaje pastoral, cuando en Puebla, durante la Inauguración de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano dijo a los Pastores del Continente de la Esperanza: «Confiar responsablemente en esta doctrina social, aunque algunos traten de sembrar dudas y desconfianzas sobre ella, estudiarla con seriedad, procurar aplicarla, enseñarla, ser fiel a ella es, en un hijo de la Iglesia, garantía de la autenticidad de su compromiso en las delicadas y exigentes tareas sociales, y de sus esfuerzos en favor de la liberación o de la promoción de sus hermanos. Permitid, pues, que recomiende a vuestra especial atención pastoral la urgencia de sensibilizar a vuestros fieles acerca de esta doctrina social de la Iglesia» (Discurso Inaugural, III,7).
Juan Pablo II, en repetidas ocasiones subrayó la importancia de este corpus doctrinal. Cito, por la importancia que tiene para este Continente del cual Cuba forma parte, y también para el Pontificio Consejo «Justicia y Paz», el número 54 de la Exhortación postsinodal Ecclesia in America. En este pasaje del documento, el Papa afirmó que «difundir esta doctrina constituye una verdadera prioridad pastoral», y señaló la importancia que tiene para todos los agentes evangelizadores el asimilar la Doctrina Social y dejarse iluminar por ella para adquirir la capacidad de «leer la realidad actual y de buscar vías para la acción». En base a este número, podemos afirmar que la Doctrina Social de la Iglesia representa un importante e imprescindible instrumento para el diálogo pastoral que la Iglesia quiere entablar con la sociedad actual, pues no se trata simplemente de conocer la realidad del mundo en que vivimos sino que es necesario «trabajar, en nombre de la fe en Cristo, para la transformación de las realidades terrenas» (Id.).
En este número 54, el Santo Padre expresó también su deseo, «para alcanzar este objetivo», de contar con «un compendio o síntesis autorizada de la doctrina social católica», deseo que se vio cumplido en octubre del 2004, con la presentación –después de una elaboración seria, larga y fatigosa, pero fascinante y satisfactoria–, del Compendio de la doctrina social de la Iglesia. En la elaboración de este importante documento eclesial, una de las cosas que el Pontificio Consejo tuvo muy en cuenta, fue seguir con fidelidad las directrices trazadas por Juan Pablo II en Ecclesia in America, que específica lo siguiente: «Naturalmente, como ha sucedido con el Catecismo de la Iglesia Católica, (el Compendio) se limitaría a formular los principios generales, dejando a aplicaciones posteriores el tratar sobre los problemas relacionados con las diversas situaciones locales» (Id.). Así el Pontificio Consejo «Justicia y Paz», precisa que el Compendio de la doctrina social de la Iglesia se propone como «instrumento para el discernimiento moral y pastoral» de la realidad, como «una guía», como «un subsidio», como «ocasión de diálogo» con todos los que «desean sinceramente el bien del hombre» (n. 10), y afirma que sus primeros destinatarios son todos los miembros de la Iglesia, comenzando por «los Obispos, que deben encontrar las formas más apropiadas para su difusión y su correcta interpretación» (n. 11).
Esto tiene una unidad estrecha y coherente con el contenido del Discurso que el mismo Juan Pablo II les dirigió con motivo de la visita ad limina que Ustedes, queridos hermanos en el episcopado, realizaron en 1998: «Los fieles laicos deben responder con madurez, perseverancia y audacia a los desafíos de la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia a la vida económica, política y cultural de la Nación. En este sentido los fieles están llamados a participar con pleno derecho y en igualdad de oportunidades en la vida pública, para dar su propia contribución al progreso nacional y participar con generosidad en la reconstrucción del País, accediendo a los diversos sectores de la vida social, como es la educación y los medios de comunicación social, dentro de un marco legal adecuado» (9 de junio de 1998). Meses antes, cuando visitó estas tierras, había declarado que la doctrina social es «un esfuerzo de reflexión y propuesta que trata de iluminar y conciliar las relaciones entre los derechos inalienables de cada hombre y las exigencias sociales, de modo que la persona alcance sus aspiraciones más profundas y su realización integral, según su condición de hijo de Dios y de ciudadano. Por lo cual, el laicado católico debe contribuir a esta realización mediante la aplicación de las enseñanzas sociales de la Iglesia en los diversos ambientes, abiertos a todos los hombres de buena voluntad» (Homilía en La Habana, 25 de enero de 1998).
La Iglesia reclama la atención de todos sus miembros sobre la Doctrina Social de la Iglesia, pues la considera y propone como «parte esencial del mensaje cristiano» que anuncia, y sostiene que «su enseñanza, difusión, profundización y aplicación son exigencias imprescindibles para la nueva evangelización» y, como hemos visto, un instrumento importante e imprescindible para el diálogo pastoral con la sociedad contemporánea.

La Doctrina Social de la Iglesia y la Pastoral social

La misión de practicar la caridad, también en el ámbito de las relaciones sociales, la Iglesia la desarrolla a través de su Pastoral social. Ésta no es otra cosa que la «expresión del ministerio de evangelización social, dirigido a iluminar, estimular y asistir la promoción integral del hombre mediante la praxis de la liberación cristiana, en su perspectiva terrena y trascendente... es la expresión viva y concreta de una Iglesia plenamente consciente de su misión evangelizadora de las realidades sociales, económicas, culturales y políticas del mundo» . Recibe su forma de la Doctrina Social de la Iglesia, y tiene como fundamento la dignidad de la persona humana. Su objetivo principal es la defensa y promoción de esta dignidad inalienable. Creo que uno de los retos para toda la Comunidad eclesial es dejar de lado la referencia casi accidental de la pastoral social a la Doctrina Social de la Iglesia y tomarla seriamente como esencial en el cumplimiento de su misión, para dar forma a su acción evangelizadora de las relaciones sociales.
Para fortalecer aún más la necesidad de este importante corpus doctrinal, cito al actual Pontífice, quien en su primera encíclica afirma lo siguiente: «En la difícil situación en la que nos encontramos hoy, a causa también de la globalización de la economía, la Doctrina Social de la Iglesia se ha convertido en una indicación fundamental, que propone orientaciones válidas mucho más allá de sus confines: estas orientaciones —ante el avance del progreso— se han de afrontar en diálogo con todos los que se preocupan seriamente por el hombre y su mundo» .

Conclusión

El pasado 25 de enero tuve el gran honor de participar en la presentación de la primera encíclica del Santo Padre Benedicto XVI. Y es precisamente en este maravilloso documento pontificio que me baso para proponer algunas reflexiones que, a manera de conclusión, puedan enriquecer lo que hasta ahora les he expuesto.

a. Lo primero y fundamental: ir al centro de la fe

La primera Carta encíclica del Santo Padre Benedicto XVI, nos propone una profunda e iluminadora reflexión acerca del amor cristiano, considerado en sus aspectos filosóficos, teológicos, espirituales, pastorales y ético–culturales. Recordando que Dios es caridad, Su Santidad nos invita a todos a ir al centro de la fe cristiana: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna” (3, 16)» (n. 1).

b. Orientaciones para la acción pastoral de la Iglesia en ámbito social

La Encíclica, ante el riesgo de un activismo social y caritativo sin alma, que se vuelve presa fácil de las ideologías o que puede propiciar fácilmente el desánimo y la desesperanza, llama a todos a cultivar las razones y motivaciones espirituales del ser Iglesia y del ser cristiano que dan sentido y valor al hacer y al actuar. El Papa afirma, en uno de los pasajes más sugestivos de su encíclica: «El amor es “divino” porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “todo para todos” (cf. 1 Co 15, 28)» (n.18).
El documento pontificio confirma también el valor de la Doctrina Social de la Iglesia, como propuesta válida y autorizada ante los desafíos que la Iglesia y la humanidad enfrentan (cf. n. 27). Las iluminadoras enseñanzas contenidas en este precioso documento pontificio contribuyen a fortalecer aún más la identidad del trabajo pastoral de la Iglesia, particularmente de los fieles laicos, dirigido a evangelizar las relaciones sociales.

- Relación entre justicia y caridad

En los números del 26 al 29, la encíclica afronta el tema de la relación entre justicia y caridad, con una serie de oportunas y estimulantes orientaciones sobre la competencia de la Iglesia y de su doctrina social, y sobre la competencia del Estado en la realización de un orden social justo.
El Santo Padre afirma que «la justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política» (n. 28). Afirmada la competencia de la política y del Estado en la construcción de un orden social justo, y por lo tanto la falta de competencia de la Iglesia y de su Doctrina Social en tal construcción, el Santo Padre se apresura de inmediato a delinear la competencia específica de la Iglesia y de su Doctrina Social: Las enseñanzas del Papa Benedicto sobre este punto podrían sintetizarse de la siguiente manera: La razón práctica, continuamente acechada por la tentación de hacer prevalecer el interés y el poder, debe purificarse constantemente. La Doctrina Social de la Iglesia se propone como respuesta a esta exigencia permanente de purificación de la razón práctica. (cf. n.28).

- Naturaleza de la Doctrina Social: su ubicación y modo de argumentar

Por lo que respecta a su ubicación, el Santo Padre radica la Doctrina Social en la fe y en su acción purificadora de la razón (cf. n. 28). Cuando con su Doctrina Social la Iglesia se dirige al hombre, lo hace «no sólo a la luz de la experiencia histórica, no sólo con la ayuda de los múltiples métodos del conocimiento científico, sino ante todo a la luz de la palabra revelada del Dios vivo» (Laborem exercens n. 4). Su misma pertenencia desde el inicio a la enseñanza de la Iglesia y el formar parte de su patrimonio tradicional, son coherentes con su estar radicada ante todo en la fe. La Doctrina Social está elaborada «a la luz de la fe y de la tradición eclesial» (Sollicitudo rei socialis, n. 41).
En cuanto a su modo de argumentar, el Santo Padre afirma que «La Doctrina Social de la Iglesia argumenta desde la razón y el derecho natural, es decir, a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano» (n. 28). Me parece que aquí se puede subrayar algo muy importante en el ámbito epistemológico: la relación de la Doctrina Social con la filosofía y, sobre todo, con la antropología filosófica debe considerarse como algo innato.

- La tarea de la Iglesia en la construcción de un orden social justo

La tarea de la Iglesia, con su Doctrina Social, en la construcción de un orden social justo, es despertar las fuerzas espirituales y morales. ¿A cuáles fuerzas se refiere el Santo Padre? Escuchemos sus palabras: «El deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública. Por tanto, no pueden eximirse de la “multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común”. La misión de los fieles es configurar rectamente la vida social, respetando su legítima autonomía y cooperando con los otros ciudadanos según las respectivas competencias y bajo su propia responsabilidad. Aunque las manifestaciones de la caridad eclesial nunca pueden confundirse con la actividad del Estado, sigue siendo verdad que la caridad debe animar toda la existencia de los fieles laicos y, por tanto, su actividad política, vivida como “caridad social” » (n. 29).
La presencia del fiel laico en el campo social es concebida aquí en términos de servicio, signo y expresión de la caridad, que se manifiesta en la vida familiar, cultural, laboral, económica, política, según características específicas. Para ello, los fieles laicos deben cultivar una auténtica espiritualidad laical inspirada por el amor, que les regenere como hombres y mujeres nuevos, inmersos en el misterio de Dios e insertos en la sociedad, santos y santificadores. Una espiritualidad que rechace tanto el espiritualismo intimista como el activismo social y sepa expresarse en una síntesis vital que confiera unidad, significado y esperanza a la existencia.

c. La utopía cristiana del amor

Deseo terminar mi intervención ante Ustedes citando uno de los pasajes más bellos de la Encíclica, que sintetiza, con un realismo que nos desarma, lo que podemos describir como la utopía cristiana del amor: «El amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor... El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido —cualquier ser humano— necesita: una entrañable atención personal. Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio. La Iglesia es una de estas fuerzas vivas: en ella late el dinamismo del amor suscitado por el Espíritu de Cristo. Este amor no brinda a los hombres sólo ayuda material, sino también sosiego y cuidado del alma, una ayuda con frecuencia más necesaria que el sustento material» (n. 28.b). Muchas Gracias.


 

Revista Vitral No. 71 * año XII * enero-febrero de 2006
Fotos: Laura María Fernández.