Revista Vitral No. 71 * año XII * enero-febrero de 2006


ENCUENTRO CON...

 

70 AÑOS DE LAS RELACIONES
ENTRE CUBA Y EL VATICANO

P. JOSÉ CONRADO RODRÍGUEZ ALEGRE

 

 

Padre José Conrado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


El aniversario 70 de las relaciones diplomáticas de la Santa Sede con la República de Cuba nos da ocasión para reflexionar en el hecho mismo y en sus repercusiones para la vida de la Iglesia en Cuba y para el pueblo cubano. De hecho, el Nuncio apostólico es un representante del Papa como cabeza visible de la Iglesia Católica, como Pastor Supremo ante la nación, el pueblo y la Iglesia que está en Cuba. Representante personal del Papa, en cuanto pastor universal de la Iglesia, de la cual representante y representado son servidores.
El Nuncio expresa ese carácter complejo de la Iglesia: por una parte, institución internacional, supranacional si se quiere, pero que existe en la realidad de cada iglesia local, en cada diócesis. El Nuncio es en primer lugar, el representante del Pastor Universal ante la Iglesia local y sus pastores, que componen colegio entre sí y con todos los demás obispos del mundo, presididos por el Papa.
Sin perder ese carácter “nacional”, local, la Iglesia es una realidad que incluye a las otras naciones, pueblos y culturas, pues se identifica con ellos. El principio “comunión”, que rige al interior de la “comunidad de los hermanos”, no excluye, sino incluye, esta otra comunión con “todo lo humano”. y con todos los humanos. Por eso la presencia del Nuncio apostólico en la nación en la que desarrolla su labor “diplomática”, es más que eso: es también pastoral, forma parte de su tarea como obispo, como pastor del Pueblo de Dios.
Pero además, el Nuncio hace presente al Santo Padre ante un pueblo determinado y el gobierno que lo representa. La Iglesia en Cuba, que forma parte indiscutible y bien probada de este pueblo (ahí están sus cinco siglos de presencia en la vida y en el acontecer histórico del país), es también una realidad que trasciende a este marco de lo nacional. En este caso lo internacional no borra lo nacional, lo universal no niega lo local.
Por eso el Nuncio es como cualquier otro embajador pero, al mismo tiempo, viene a ser diferente. Si se quiere, y para expresarlo de alguna manera, es el más cubano de todos los extranjeros: en cierto sentido, es embajador en tierra propia, como lo es cada misionero en el país al que le ha entregado la vida, aunque no sea aquel en que nació.

Sin llamarse a engaño
Si todo esto se podría decir “teóricamente”, en mi caso personal, y en mi ya larga experiencia con los diferentes Nuncios en Cuba, y con sus colaboradores, podría decir que la praxis no sólo confirma, sino que precede a la teoría.
La Nunciatura Apostólica de la Habana, en los últimos 46 años, ha sido una “plaza difícil”. De hecho, Cuba fue el primer país comunista que ha sostenido, de manera ininterrumpida, relaciones oficiales a nivel de embajada, con la Santa Sede. Ni siquiera en la católica Polonia ocurrió algo semejante: a pesar del complejo proceso de la ostpolitik vaticana en tiempos de Pablo VI, no se logró establecer relaciones diplomáticas normales con Varsovia.
Hubo que esperar la elección del primer Papa eslavo para que hubiera Nunciatura Apostólica en Varsovia, ya bajo el pontificado de Juan Pablo II. Entre los países comunistas de Europa, la Yugoslavia de Tito fue la excepción tardía: al final del largo gobierno del viejo mariscal comunista se restablecieron las relaciones diplomáticas con la Sede Apostólica, después de una visita personal de Tito al Papa Pablo VI, que por aquel entonces causó mucho revuelo en la prensa internacional.
El carácter ininterrumpido de las relaciones diplomáticas entre Cuba y el Vaticano no nos puede llamar a engaño: Antes dijimos que La Habana era una plaza difícil. De hecho, después de que el Nuncio Luigi Centoz abandonó Cuba, muy al principio de la revolución, la Santa Sede dejó al frente de la Nunciatura a un Encargado de Negocios.
Monseñor Cesare Zachi no tuvo rango de embajador hasta casi finalizada su estancia en Cuba. Aunque fue ordenado Obispo en los sesenta, de hecho no accedería a la categoría de Nuncio sino a mediados de los setenta. Fue una complicada gestión diplomática la que le permitió a Zachi ser Nuncio: Era, con mucho, el más viejo diplomático con representación oficial en La Habana, pero como embajador era el de México el que detentaba la condición de “decano” del cuerpo diplomático.
Hubo que esperar a la jubilación del mexicano, para que, por derecho de antigüedad, viniera a ocupar esa posición el representante vaticano y así poder ser “Nuncio Apostólico”. Por eso, el sucesor de Zachi, Mons. Mario Tagliaferri, llevó el título de “pronuncio”. (Por una convención internacional que se remonta al Congreso de Viena de 1815, y que la costumbre ha avalado, los representantes del Papa suelen tener como prerrogativa la decanatura del cuerpo diplomático en muchos países, de manera particular en los de mayoritaria tradición católica).
Sólo en el caso que sea además decano, se da el título de “nuncio” al representante vaticano).

Un decano comunista
Sin embargo, en todo ese tiempo, La Habana mantuvo su representante en el Vaticano con el rango de “embajador”: una inadecuación de rango que no suele darse en las relaciones diplomáticas. Pienso que Cuba, manteniendo a su representante con ese rango, se desmarcaba del resto de los países del socialismo real, y así expresaba una cosa de la que el gobierno cubano, cuando ha podido, siempre se ha ufanado: su independencia, su autonomía respecto de cualquier poder foráneo, incluso de los amigos. Eso, claro, cuando se ha podido.
Lo cierto es que el embajador cubano, Luis Amado Blanco, llegó a ser decano del cuerpo diplomático ante el Vaticano. No dejaba de ser curioso que el embajador de un país comunista tuviera a su cargo los discursos y presidiera, al frente de sus colegas, los encuentros de éstos con el Papa.
Ciertamente, las relaciones diplomáticas entre Cuba y el Vaticano no nos pueden llamar a engaño. Había un reconocimiento formal del Vaticano, pero no “relaciones normales” con la Iglesia que está en Cuba.
De hecho, en casi todos estos años de gobierno marxista en Cuba, el único canal de comunicación con la Iglesia ha sido la Nunciatura Apostólica.
Más aún, paradójicamente, la más cubana, por continuidad de presencia y antigüedad, de todas las instituciones del país, es protocolarmente atendida por el Ministerio de Relaciones Exteriores. Existe una Oficina de Asuntos Religiosos en el Comité Central del Partido Comunista (CC del PCC), pero en las actividades de alto nivel entre la Iglesia y el Estado es el ministro de Relaciones Exteriores, o su adlátere, el que suele representar al Estado cubano.
Se minimizan las relaciones con la Iglesia que está en Cuba, al tiempo que se exaltan las buenas relaciones con el Papa.
Esta inadecuación en la relación Iglesia-Estado a nivel nacional ha sido salvada por la Nunciatura Apostólica a lo largo de todos estos años. Este carácter de suplencia, que durante muchos años alcanzó hasta a las gestiones para las salidas del país de obispos, sacerdotes, religiosos(as) y laicos, ha dado a la nunciatura en La Habana una especial connotación en la vida de la Iglesia cubana.
Qué bien se les podría aplicar a los sucesivos Nuncios, secretarios, auditores y demás colaboradores de la Nunciatura, aquellas palabras de Pablo: “Además de éstas y otras cosas, pesa sobre mí la preocupación de todas las Iglesias: ¿Quién vacila que yo no vacile con él? ¿Quién tropieza sin que un fuego me devore?” (2Cor. 11,28-29). “Me he hecho todo para todos, con el fin de salvar, sea como sea, a algunos” (1Cor. 9,22b).

Una mano franca
Es difícil poder expresar ese papel fundamental y constante que la nunciatura ha jugado en medio de nosotros a lo largo de todos estos años. En aquel “maremoto” inicial que amenazó con acabar con todo, la nunciatura fue como una tabla de salvación, como un reposo después de la tormenta.
Por muchos años, a través de la Nunciatura llegaron desde el vino de misas hasta los libros que leíamos, las primeras grabadoras que utilizamos en nuestro trabajo pastoral y las medicinas que necesitábamos en nuestras enfermedades. En aquellos años de aislamiento casi total (existía el cacareado bloqueo exterior y el otro, más férreo, para la Iglesia y para el pueblo, dentro del país), la Nunciatura Apostólica fue una ventana abierta, una mano franca, una protección sensible, cercana, fraternalmente solidaria, contra “la arbitrariedad y el misterio” circundantes.
Mucho antes de que Juan Pablo II lanzara en Roma su grito inaugural, o de que oyéramos, de sus labios y en nuestra propia tierra, su llamado personal al valor y a la confianza: “no tengan miedo”, los Nuncios Apostólicos en Cuba, nos alentaron a no tenerlo, y a comportarnos como si no lo tuviéramos. Ellos nos dieron aliento y esperanza, apoyo y valentía.
Hasta hoy. A lo largo de todos estos años y en las peores circunstancias. Así lo hemos sentido, así lo hemos vivido y así lo tengo que decir, y me atrevo a hacerlo en nombre de todos los católicos cubanos, hasta el más pequeño. Por eso la Nunciatura Apostólica en Cuba ocupa un lugar tan especial en nuestros corazones. “Calle 12, entre 5ta y 7ma” es una dirección que nos sabemos de memoria los curas y las monjas y muchos laicos.
Allí hemos ido a llorar y a reír, a buscar consuelo y ayuda, consejo y amistad, sin ser nunca defraudados. Como dice el refrán: “en los tiempos difíciles es cuando se conoce a los amigos”. El Papa, y sus sucesivos representantes a los largo de todos estos años, han sido nuestros amigos más cercanos, fieles y desinteresados.
No se acompaña a un pueblo en desventura sin cargar, de alguna manera, con la cruz que ese pueblo lleva. Cuba, su pueblo y su Iglesia, han cargado una pesada cruz en las últimas cinco décadas. los representantes pontificios han tenido que cargar también esa cruz. En el doble sentido que le damos a la palabra martirio (etimológicamente, martirio significa “testimonio”, pero también la utilizamos como sinónimo de “sufrimiento”). Quizá nadie mejor para encarnar este sentido dual de la palabra que el penúltimo de nuestros Nuncios: Mons. Michael Curtney.

En recuerdo de todos
A principio de los noventa llegó a La Habana el nuevo secretario de la Nunciatura. Era un irlandés. Unos años antes, otro irlandés nos había dejado un grato y triste recuerdo: Kevin Mullen, que murió tras corta enfermedad mientras cumplía su servicio diplomático en la nunciatura habanera como secretario.
Monseñor Michael se ganó rápidamente la simpatía de todos: su sencillez, espíritu de servicio, y su franca solidaridad con nuestra Iglesia y nuestro pueblo hicieron de este hijo de Irlanda un pronto amigo de los que lo conocimos. Terminada su labor en Cuba, fue enviado a Egipto, luego a Estrasburgo como representante pontificio ante el Parlamento Europeo y después de Nuncio Apostólico a África.
En África estaba cuando le llegó el nombramiento como nuncio en Cuba. Enorme fue su alegría y la nuestra. El sabía cuánto le queríamos por acá, y cuánto lo necesitábamos. Y nunca está mejor un hombre bueno que cuando va allí, donde es más útil él y su trabajo más necesario.
En los días en los que se despedía del país en el cual realizaba su misión de Nuncio, y mientras esperaba el placet del gobierno cubano para venir a realizar su misión en La Habana, en medio de una gestión de paz para resolver viejas pendencias entre grupos políticos rivales, Mons. Michael fue ametrallado. Murió mártir de su fe, de su amor a la paz, de su servicio de reconciliación. Era ya nuestro Nuncio, pero murió sirviendo los intereses de otro pueblo sufrido y necesitado como el nuestro.
En Michael Curtney he visto un símbolo, como la misteriosa encarnación en su persona y ministerio, del ministerio y la persona de tantos hombres fieles a Cristo y a la Iglesia, fieles a este pueblo y a esta Iglesia nuestros. Nombres como los de Cesare Zachi, Mario Tagliaferri, Giulio Einaudi, José Laigueglia, Faustino Sainz, Beniamino Stella, Luis Robles, Pietro Sambi, Agostino Marchetto, Giuseppe Lazarotto, Kevin Mullen, Cristophe Pierre, Claudio Mondino y tantos otros, son inolvidables para nosotros.
Algunos ya están con el Señor, otros sirven a la Iglesia en otras partes del mundo. Todos forman parte de esta Iglesia que está en Cuba, que ellos ayudaron a crecer, acompañaron en su momento y sirven todavía, pues sentimos que su cariño y su recuerdo son como un alimento que nos da vida. Esa es la herencia que tiene hoy en sus manos Monseñor Luigi Bonazzi, actual Nuncio de Su Santidad en Cuba. Personalmente pienso que esa herencia está en muy buenas manos. Y ojalá que en esas manos permanezca por mucho tiempo.


 

Revista Vitral No. 71 * año XII * enero-febrero de 2006
P. José Conrado Rodríguez Alegre
Párroco de Santa Teresita en Santiago de Cuba.