Ciudad de la Habana, 30 de octubre 2004.
Querido Padre Mario: Reciba un fuerte abrazo.
Me sentí muy feliz de poder hablar con usted ayer. Fue una conversación muy provechosa y reconfortante. Muchas gracias por sus reflexiones y consejos. Muchas gracias por su aliento espiritual y sus mensajes de fe. También le agradezco sus dos últimas cartas.
He pensado mucho en lo que hablamos y le agradezco profundamente y le agradezco al SEÑOR esos minutos que me ha concedido para que hablemos.
Le reitero una vez más mi gratitud por los libros que me envió, y de manera especial las atenciones que tuvo con mi hija Paola y mi padre, cuando fueron a su Iglesia. Mi hija Paolita quedó muy contenta con la visita a la Iglesia de San José de las Lajas. Y usted le causó muy buena impresión.
En las últimas conversaciones que tuve con la niña le insistí en que además de esforzarse por ser una buena estudiante y una profesional capaz en el futuro, tratara de crecer en espiritualidad. Le hablé de la importancia de orar, de hablarle al SEÑOR, de compartir con Él sus sueños, sus retos, victorias y esperanzas.
Le expliqué a mi hija cómo lamentaba mis años pasados de ateo y los beneficios que se obtenían al intentar vivir de la mano del SEÑOR.
Le pido a Dios que ilumine con su gracia y su sabiduría divina a mi hija.
Padre, me ha llegado al alma la partida de la niña. Si algo me reconforta es saber que eso también es voluntad del SEÑOR, y en las decisiones del SEÑOR siempre hay mucha sabiduría, amor, misericordia y justicia.
En medio de la situación especial que vive Cuba y en medio de mi propia situación, el SEÑOR les ha concedido a mi hijita y a su mamá el privilegio de ir a vivir a un país con mayores seguridades. Mi hija está ahora en un ambiente seguro que yo no podré ofrecerle mientras esté preso. ¿Qué más le puedo pedir al SEÑOR?
He encontrado mucho apoyo y consuelo en el SEÑOR y sigo avanzando en el propósito de vivir cada día más de su mano.
San José María Escrivá de Balaguer en “camino” hace varias reflexiones sobre nuestra tendencia natural a aferramos a los consuelos humanos y sobre la importancia de abandonarnos en las manos del SEÑOR.
Aceptar que se haga siempre la voluntad de Dios e incluir en esa voluntad divina la suerte de nuestros seres queridos y familiares cercanos es un paso fuerte en la fe.
Me estoy esforzando muchísimo y aunque es difícil asimilar y hacerse a la idea de ese abandono total en las manos de Dios, el solo intento me trae fuertes oleadas de paz interior.
Yo extraño a mi hija pero me siento feliz en lo más íntimo.
Amo intensamente la vida y me preocupo si la siento amenazada, pero soy feliz en lo más íntimo porque vivo apegado a la verdad, al SEÑOR, aunque eso me cueste la vida terrenal.
Como bien usted me decía ayer, estoy en los primeros pasitos de mi infancia espiritual. He vuelto a nacer y trato de poner todas mis decisiones ante la consideración del SEÑOR.
[…]
Sí, le confieso a usted que de mis viejos orgullos me queda muy poco o nada. Me he ido haciendo a la idea de que mi mayor orgullo ha de ser considerarme hijo adoptivo del SEÑOR y desde ese orgullo hallo un amor infinito y poderoso que me hace amar mejor a mi país, a mi familia, a mis amigos y a este hermoso planeta Tierra. Hallo fuerzas increíbles para amar, luchar y perdonar.
Creo que mi camino no ha sido tortuoso. El SEÑOR ha sido sumamente bondadoso y misericordioso conmigo. Hay millones de cubanos que han sufrido y sufren más que yo.
Para mí, que no tuve una formación religiosa desde niño y que crecí dentro de una de las escuelas de mayor extremismo ideológico, así como de intolerancia política, el SEÑOR ha sido muy misericordioso.
He sufrido mucho Padre, y sufro, no se lo puedo negar. Pero aún así me considero muy afortunado. He podido descubrir a Cristo y he tenido, a pesar de todo, la oportunidad de beber de su amor. ¿Qué más le puedo pedir al SEÑOR?
Si no se aprende a amar a Dios desde niño, el camino ha de ser inevitablemente “menos normal” […] La labor de Cristo se hace más difícil en un alma como la mía, de más de 30 años, educado en una cultura de enfrentamiento y de mucha intolerancia política. No solo uno se resiste, con tozudez, a reconocer nuestra fragilidad y nuestra condición de granitos de arena en el desierto, sino que nos resistimos tenazmente a desterrar el “ego” y el “orgullo” para amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como a sí mismos.
Para amar a Cristo en la juventud o la adultez, hay que pasar por pruebas y desafíos que estremezcan nuestro orgullo, nuestra soberbia y dispongan nuestro espíritu a mirar más allá del horizonte. Por fortuna el SEÑOR es consciente de nuestras imperfecciones y siempre está dispuesto a amarnos, a perdonarnos.
El camino hacia el SEÑOR, hacia la vida sobrenatural de la fe, siempre estará lleno de retos y desafíos. En los retos y los desafíos el SEÑOR nos da la oportunidad de pulir nuestras almas, cincelar nuestro espíritu y nuestro carácter.
Se necesita valor personal y perseverancia para renunciar a nuestro “yo”, para ser humildes de espíritu y para aceptar que siempre y en todo se haga la voluntad de Dios.
He aprendido en estos años a agradecerle a Dios todas mis vivencias buenas y malas. Y he descubierto con asombro e infinita gratitud que el SEÑOR siempre me ha ofrecido más de lo que yo esperaba de él.
Ha sido muy bondadoso conmigo y esta impresión me acompaña cada día.
El SEÑOR me ha ofrecido una nueva perspectiva del amor, de la justicia, del perdón y de la esperanza.
Bueno Padre, yo me despido por hoy, ¡Perdóneme mis errores e imperfecciones! ¡Pídale al SEÑOR que me ayude a ser cada día mejor hombre y mejor cubano!
¡Muchas gracias por todo el apoyo espiritual y de formación que me brinda! ¡Salúdeme a todos los hermanos de fe!
¡Exprésele mi profunda gratitud a todos los que hacen posible la Pastoral Penitenciaria en nuestra provincia y en el país!
¡Muchas gracias por sus consejos y reflexiones teológicas! Reciba un fuerte abrazo y mi respeto. ¡Qué Dios lo bendiga y bendiga la Iglesia cubana!
Ernesto Borges Pérez.