Revista Vitral No. 70 * año XII * noviembre-diciembre de 2005


ESPECIAL

 

NAVIDAD:
CONCORDANCIAS EN DICIEMBRE

RAFAEL A. BERNAL CASTELLANOS

 

 

 

Alejo Carpentier.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“Para liquidar a las naciones (...) lo primero que se hace es quitarles la memoria.
Se destruyen sus libros, su cultura, su historia.
Y luego viene alguien y les escribe otros libros,
les da otra cultura y les inventa otra historia.
Entonces la nación comienza a olvidar lo que es
y lo que ha sido. Y el mundo circundante
lo olvida aún mucho antes.”

El libro de la risa y el olvido.
Milan Kundera.


La relación de un escritor con el pedazo de mundo que le dio origen no se establece sólo a partir de la frecuencia con que aquel aparece en sus obras; más allá de un paisaje, de un individuo, de un vocablo, lo que fundamenta esa identidad es la inclusión dentro de sus creaciones de un compromiso antropocentrista que vea en los suyos una prolongación del universal conjunto humano con el que comparte sueños y penas.
Es posible que diversos factores hayan trasladado el sitio de su nacimiento hacia un lugar que no fue el de sus padres; sin embargo, si ese hombre, tan pronto tiene uso de razón, comienza a vincularse vitalmente con su circunstancia, si hace suyas las costumbres, voces e ideas que alientan ese sitio y a quienes en él habitan, sin lugar a dudas las concepciones, tradiciones e idioma de sus progenitores constituirán un importante sustrato de su cultura general, pero a lo largo de su vida sentirá como propio aquel ambiente que provocó sus primeras sonrisas y lágrimas infantiles.
Ese es el caso de Alejo Carpentier Valmont, uno de nuestros intelectuales más reconocidos internacionalmente y, a la vez, uno de los más acuciosos investigadores de nuestras costumbres y quehacer como pueblo al que nunca separó de América Latina ni olvidó valorar en su relación con el mundo.
El desarrollo de sus concepciones estéticas estuvo marcado por el estudio de todas aquellas ideas y costumbres que distinguen cada cultura local sin que por ello desconociera la raíz común que dichos comportamientos tienen.
Vinculado desde temprano al quehacer periodístico, su estilo siempre estuvo caracterizado por la precisión y la capacidad motivadora de los temas para establecer una inmediata comunicación que, además de captar la atención, despierte una reflexión creativa en los lectores.
Por esta razón asuntos tan variados como la Geografía, la cocina, las artes y las religiones encontraron espacio dentro de sus trabajos. Lo importante para él radicaba en el fundamento humano de los hechos que valoraba, cuánto podía entregar a sus contemporáneos el mínimo gesto, la pequeña obra recogida en una antigua historia.
Un ejemplo de esa proyección de la esencia humana en las más diversas fuentes puede apreciarse en el tratamiento que, reiteradamente, da a las fiestas de Navidad en varios de sus trabajos donde, sin soslayar la fe que en ellas se manifiesta, rescata su singular valor antropológico.
El 26 de diciembre de 1940, frescos aún los aromas navideños, Carpentier publica en el semanario habanero Tiempo nuevo la crónica «Misa del Gallo en Santa María del Rosario» donde, desde la descripción de la ceremonia religiosa en la vetusta iglesia, reflexiona sobre ambientes similares y actitudes vistas o leídas sin dejar de insertar un borracho que, en las afueras, canta un danzón y la expresión irónica de una norteamericana sorprendida por los rejuegos tímbricos del coro que entona una vieja pieza tradicional española bajo la mirada complacida del sacerdote.
Carpentier capta el carácter de pretexto festivo que adquiere entre nosotros, así se aprecia en estas líneas:
“... El borracho callejero se empeña en perfilar con falsetes burlescos el montuno de «Almendra»... Estamos en Cuba, aunque queramos olvidar las palmas que cimbrean sobre el añoso tejado del santuario y la vegetación casi tropical que invade sus techumbres estriadas de musgo.”(1)
Se recrea en la descripción del templo y en las asociaciones que le despierta la ceremonia con otros autores y sucesos, pero resulta significativo que recoja la expresión de una turista norteamericana ante la forma de concluir la ceremonia: –¡Church’s swing!...– que muestra como su atención durante la Misa estuvo centrada más en el entorno que en el sacerdote, al tiempo que distingue el aliento local de la celebración, concebido por un extraño como algo popular ajeno a la liturgia.
Profundo conocedor de la música, la referencia de la turista despierta la sonrisa carpenteriana, pues para él resultaba evidente la relación, recién descubierta por la norteamericana, entre la entonación popular, la proyección escenográfica de la música y los solos que los intérpretes de jazz hacen en sus interpretaciones; este «descubrimiento», asumido desde el ego conceptual de quien se cree más documentado por provenir de un ambiente donde la estructura jazzística se considera patrimonio local, provoca en él la pincelada satírica del que sabe, como los antiguos griegos, que nada es nuevo bajo el sol, y que en aquel supuesto swing de jazz estaban recogidas muchas improvisaciones anónimas en plazas y barracones.
Esta actitud humanista extiende sus redes a todo lo ancho de la literatura universal y aproxima autores con una misma ciudadanía, pues en ellos subyace, junto a lo anterior, una savia, un germen propio que, sin apreciarse en los cromosomas, forma parte de la identidad nacional.
Cuando estos vínculos, además, se fraguan entre personalidades de vasta formación intelectual y con una rica percepción estética, los resultados pueden justificar una emotiva antología donde estudiar los valores más profundos y trascendentales del quehacer humano.
Si esta amena viñeta navideña nos llama la atención y parece descubrirnos un Carpentier desconocido es bueno aclarar que no es única en su producción, años después, durante una larga estancia en Caracas publicó, bajo el título «Letra y Solfa», una columna de vasto contenido cultural en el diario El Nacional donde se refirió varias veces a esta festividad.
Precisamente, a partir de esos comentarios navideños desde sus dimensiones humanas, Alejo Carpentier se vincula con otra figura nuestra: Dulce María Loynaz.
Quizá lo más perceptible de estas coincidencias sea como ambos, a través de sus textos sobre el tema, desarrollan un juicio que conjuga la profundización en los comportamientos con un lirismo de tan exacta precisión que sugiere una poesía con matices propios en nuestra literatura.
Lo más original en el tratamiento de este tema no está sólo en la calidad expositiva de los autores sino en la diversidad confesional de los mismos, pues Dulce María, católica, coincide en apreciaciones y procedimientos con Carpentier, más próximo al agnosticismo e interesado en las religiones afrocubanas.
Llama la atención que tanto uno como otra, al abordar la fiesta de Navidad se interesen más en la forma en que es percibida por sus contemporáneos que en la valoración tradicional, sin que, por ello, descuiden la dimensión universal que ha alcanzado la misma.
Durante un viaje por Europa y América del Sur, entre 1944 y 1945, Dulce María se impresiona con las festividades navideñas en Granada y La Paz. Centra su mirada en el elemento genuinamente popular y, más que glosar el acto religioso, se sumerge en la inculturación del mismo a partir de las diversas actitudes que el hombre común manifiesta ese día. Al igual que Carpentier, parte de la dimensión festiva para recoger la transculturación que se ha ido produciendo a través de los tiempos:
“Nochebuena en Granada: La gitanería de la montaña ha bajado por la tarde y en el Albayzín se alegra la zambra.”(2)
De igual modo, describiendo la ceremonia indígena en La Paz se fija en que...
“A pesar de la continua afluencia de hombres y animales, no se perciben voces ni murmullos: a una señal del más anciano que rompe el silencio haciendo sonar su caracol en una sola nota prolongada, brota de alguna parte una pequeña música, y empiezan todos a bailar en derredor del niño, arrojándole pétalos de flores en lluvia menuda y silenciosa. Es el suyo también un baile silencioso, un poco rígido, un poco hierático. Y cosa extraña, no ríen al bailar; sus caras permanecen con la misma expresión de siempre, o mejor dicho, sin ninguna expresión, apretados los labios, fijos los ojos.(3)
Es de agradecer esa actitud de ambos; si Carpentier prefirió recordar, en su crónica sobre la Misa del Gallo en Santa María del Rosario, el oropel de los Condes de Casa Bayona, constructores del templo, sin dejar de asociarlo con las blancas iglesias de Castilla de donde había llegado la liturgia que ante él transcurría; de similar modo cuando Dulce María enfrenta el festejo en La Paz no se detiene en describir la Misa Mayor, al aire libre, en la plaza, a las doce del día, sino en el acto que le sigue donde se unen todas las clases sociales, incluidos los representantes de las comunidades indígenas, que recibe el nombre de «El Beso de la Estrella» donde pervive la estratificación de la nación y se concentra su cultura en una ceremonia que, a partir de una mediatizada significación religiosa, no es más que un juramento de fidelidad social a la Patria. Por otro lado su descripción de Granada está matizada con el recuerdo de los antepasados árabes que subyace en cantos y construcciones.
En este último sentido es curiosa la semejanza que establece entre un anciano vendedor, que exhibía un pastel de chocolate y merengue con la forma de la Alambra al verlo destruido por unos burros espantados, y el llanto de Boabdil al perder su heredad. La oración que escribe es tan sugerente en su polisemia que no puede olvidarse en la valoración de los hechos, tanto los actuales como los antiguos: “El viejo dueño de la Alambra ha prorrumpido en llanto”(4). Aquí más que al anciano vendedor se siente al joven califa que continúa su lamento a través de los siglos luego de ser derrotado por las tropas de los Reyes Católicos, cuyos descendientes, mezclados en el tiempo con los suyos, festejan ante el hermoso palacio la gran fiesta de fe del triunfador.
Esta incisiva mirada que puede percibirse en los textos de dos de los ganadores del Premio CERVANTES permite comprender mejor la exacta dimensión antropológica de sus obras, pues más que literatura de ficción –como es habitual llamar a la narrativa– lo que estos autores escribieron está transido de una sustancial preocupación por el hombre aún Jardín, de Dulce María Loynaz, que lleva de subtítulo «Novela lírica» pues tanto él como ella suscribieron con sus obras afirmaciones del otro, así Carpentier atestiguó que...
“Sólo clavándose en la sombra, chupando gota a gota el jugo vivo de la sombra, se logra hacer para arriba obra noble y perdurable.”...(5)
del mismo modo que la Loynaz demostró que...
“La verdad es que todo escritor, desde Homero hasta el último premio Goncourt, es un testigo de algo más vasto que lo inmediato y tangible; contemplador de la humanidad en función de sus constantes permanentes; cronista de un pasado que puede vincularse directamente con el presente; analista de sus propias experiencias vitales…” (6)
La dimensión más objetiva de estos conceptos radica en la cercanía que ambos establecieron con su entorno, pues más allá de la ubicación en el tiempo de la anécdota de sus obras, su importancia está en el comportamiento de los personajes que intervienen, pues si se procede a un análisis de fondo de textos como El siglo de las luces o Últimos días de una casa se advierte que el conflicto manifiesto en ellos está fundamentado en la actitud humana ante los cambios históricos; Víctor Hughes, Sofía y Esteban pudieron haber sido o no los habitantes de la ilustre mansión que enfrentaba sus últimos instantes, lo cierto es que todos, y todo, estaba inmerso en ese violento proceso de cambios que periódicamente vive la Humanidad llamado Revolución. Costumbres, valores, ideas y símbolos se estremecen, caen, se levantan y terminan adecuándose a las nuevas circunstancias, ya sea aceptando un programa político, ya sea trocando sus macizas paredes de piedra por otras de acero y cristal; lo realmente significativo ha sido que el hombre ha seguido siendo –casi sin cambios en su anatomía– semejante a aquel que una vaca y una mula vieran nacer en un pesebre de Belén.
No obstante, es preciso subrayar que en ambos autores la preocupación por sus iguales los lleva a valorar, en medio de dramáticos cambios, el aspecto que ha hecho crecer a los pueblos dentro de tanto caos: la esperanza en algo mejor, la capacidad de agregar lo propio a lo recibido, la irredimible decisión de transformar; no en balde Dulce María, en las frías alturas de La Paz, al referirse al rito de bendecir las redes de los pescadores que saldrán de faena el día de Navidad –pues creen que uno de ellos atrapará en su red al gran Sol de Oro hundido por los Incas en las profundidades del Titicaca– precisa:
“La fe les basta, no importa que el Milagro no se produzca, porque el verdadero Milagro es la fe...
“Nochebuena en La Paz... ¡Qué sol de oro iremos a pescar algún día! Cuándo seremos como el niño indio que deja de comer para mirar el sol, para creer en él...”(7)
Por su parte Carpentier, al centrar sus comentarios en las formas y contenidos de los festejos navideños, acude a la capacidad humana de trascender por la alegría, la bondad y la fraternidad, como se aprecia en este fragmento del artículo publicado en El Nacional, de Caracas, el 28 de diciembre de 1952:
“... Y el rito de alborozo, la alegría en torno al pesebre, se mantiene a lo largo de los siglos, y hoy, en 1952, todo hombre sabe por qué se ha sentido obligado a ser un poco más bueno, más dadivoso, más indulgente, más alegre, más niño –en una palabra– en las fiestas que celebran, arrastrados por la alegría colectiva, aquellos mismos que tienen poca o ninguna fe.”(8)
Pudiera parecer que la intención de los autores es sumarse al homenaje navideño desde sus interioridades e incluyen, como elemento significativo, la participación humana; sin embargo, cuando se profundiza en la lectura de sus textos se aprecia que el interés central de ambos es demostrar, con la fuerza con que ese día se ha grabado en el imaginario colectivo, la importancia que la celebración en ella implícita ha adquirido para los pueblos, pues la fecha en esencia no festeja un nacimiento –como muchos creen– sino la posibilidad de un cambio en las duras condiciones humanas, encerrado en ese poético acto de nacer en medio de la naturaleza para comenzar con tristezas y dolores, pero también con cantos y conquistas, un proceso de mejoras.
Si es cierto que en una de sus obras más conocidas Alejo Carpentier señala que el hombre sólo puede alcanzar su máxima grandeza “en el reino de este mundo” no es menos cierto que es también en esa obra donde el hombre sostiene su capacidad de resistencia y lucha por su libertad refugiándose en la fidelidad a sus creencias ancestrales. Muy probablemente en similar fecha Dulce María glosaba, en el LXXX de sus Poemas sin nombre, la historia de Moisés afirmando que el Milagro sin la fe de los hombres no pasaría de ser un mero acto de magia que no resolvería ni salvaría nada. Hoy, cuando nos corresponde honrar el aporte de ambos a nuestra identidad no podemos menos que reconocer en ellos no sólo a los trascendentales autores que siempre hemos visto, sino a quienes demostraron la fuerza de la fe en el ser humano, no importa que esa fe haya nacido, como ellos, en diciembre, o en julio como en enero; lo realmente válido es que este universal pueblo del que somos parte asuma en sus actos la convicción de creer en aquello que recibimos si aspiramos a escribir una obra, crear una tradición o mejorar el mundo.

Referencias
1. Carpentier, Alejo. Misa del Gallo en Santa María del Rosario, p.5. Ediciones CASA BAYONA, Centro de Estudios Hispánicos «José María Chacón y Calvo». La Habana. 1995.
2. Loynaz, Dulce María. En Dos Nochebuenas, Poemas náufragos, p.51. Edit. LETRAS CUBANAS. C. de La Habana. 1991.
3. Loynaz, Dulce María en Dos Nochebuenas, en Poemas náufragos, pp. 59-60. Edit. LETRAS CUBANAS. C. de La Habana. 1991.
4. Loynaz, Dulce María, En Dos Nochebuenas, Poemas náufragos, p.48. Edit. LETRAS CUBANAS. C. de La Habana. 1991.
5. Loynaz, Dulce María. En III, Poemas sin nombre, p. 235. Ediciones AGUILAR. Madrid. 1955.
6. Chao, Ramón. Palabras en el tiempo de Alejo Carpentier,
p. 77. Edit. ARTE Y LITERATURA. C. de La Habana. 1985.
7. Loynaz, Dulce María. En Dos Nochebuenas, Poemas Náufragos, p. 63. Edit. LETRAS CUBANAS. C. de La Habana. 1991.
8. Carpentier, Alejo. En Después de los villancicos, Letra y solfa. Mito e historia. (5), p. 36. Edit. LETRAS CUBANAS. C. de La Habana. 1997.


 

Revista Vitral No. 70 * año XII * noviembre-diciembre de 2005
M. Sc. Rafael A. Bernal Castellanos
(Pinar del Río, 1965)
Licenciado en periodismo en Ciudad de La Habana y Profesor graduado en Español y Literatura en el I.S.P. de Pinar del Río.