“El Señor hizo que se endureciera el corazón del Faraón,
rey de Egipto y que persiguiera a los israelitas que habían
salido de la esclavitud con la frente en alto…
Cuando el Faraón estaba cerca, los israelitas levantaron
la vista y vieron venir a los egipcios.
Entonces temieron mucho, pidieron ayuda al Señor
y dijeron a Moisés:
¿No había cementerios en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto?
¿No te decíamos: déjanos como servidores de los egipcios, pues nos conviene más ser siervos que morir en el desierto?...” (La Biblia. Éxodo, capítulo 14, 8-12)
“La comunidad de los israelitas comenzó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto, diciéndoles: ¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en la esclavitud de Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos
hartábamos de pan!
Pero ustedes nos han traído a este desierto para
hacer morir de hambre a toda esta gente.
Moisés respondió: Dile a toda la comunidad de los israelitas:
Acérquense ante el Señor, porque Él ha oído sus murmuraciones”.
(Éxodo, capítulo 16, 2-3 y 9)
Esta antigua y verdadera historia recogida en La Biblia desde hace miles de años nos presenta las formas de actuar del ser humano en las diferentes circunstancias en las que se encuentra:
- El pueblo de Israel había caído bajo la esclavitud de Egipto. Allí trabajaban como esclavos para el Faraón y este los alimentaba con las famosas “ollas de Egipto”.
- Moisés y Aarón lograron sacar el pueblo de la esclavitud “con la frente en alto”.
- La libertad tiene su precio, hay que conquistarla con sacrificio, eso significa el “desierto” por el que hay que pasar para llegar a la tierra prometida. Es el largo camino hacia la libertad.
- Pero parte del pueblo prefiere ser siervos que caminar hacia la libertad. Prefiere las ollas de Egipto, es decir, el pan sin libertad, que la libertad con sacrificios.
- Moisés no desespera por el envilecimiento del pueblo. Le recomienda acercarse más a Dios porque Él “ha oído sus murmuraciones”.
En todos los tiempos y en todas las naciones, también en Cuba, se ha repetido esta historia de esta disyuntiva: ¿pan sin libertad o libertad con sacrificio? ¿ollas de Egipto o desierto?
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¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en la esclavitud
de Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas
de carne y nos hartábamos de pan! «La Historia de Moisés
de James Joseph Jacques Tissot.
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El pueblo que ha vivido en Cuba ha vivido a lo largo de sus cinco siglos de historia conocida, mucho de olla y mucho de desierto. Tal ha sido el vaivén y las vicisitudes del trayecto hacia la libertad. Una nación no se forma recostados a la almohada, ni sentándose junto a “las ollas de Egipto”. “Resolver” nuestro problema de pan y bienestar no es vivir en la libertad. Es más fácil recoger la ración fácil que nos “dan” cada día junto a la olla. Lo que es difícil y requiere “frente en alto y caminar en el desierto” es ganarse ese pan con el propio esfuerzo y luchar la libertad para salir de la esclavitud del Faraón. De todos los faraones y de todas las esclavitudes.
Vivir es siempre más difícil que morir. Liberarse es siempre más difícil que dejarse someter. Trabajar y sudar el pan y la libertad es siempre más difícil que cambiar la libertad por el pan “dado” y “agradecido” por vivir sin trabajar. O haciendo como que trabajamos.
Cuando el paternalismo acostumbra a un pueblo -y el pueblo se deja acostumbrar asintiendo con la cabeza hacia abajo- a “lo que darán”, a lo que “me toca”, a las “medidas que vienen de arriba”, a la distribución de lo que otros deciden que necesitamos, entonces se crea lo que podemos llamar “cultura del pichón”: quedarse en el nido y abrir la boca para esperar a lo que los padres nos echen.
El camino hacia la libertad es siempre muy distinto de nuestros gustos y de nuestras comodidades. La libertad cuesta o no es verdadera libertad. Me refiero no sólo a las libertades civiles y políticas, sino también a las libertades económicas y sociales. Aún más y sobre todas, me refiero a la libertad de ser uno mismo, de elegir su proyecto de vida, de pensar con su cabeza, de poder ser protagonistas de nuestro destino. Esto cuesta más que las ollas de Egipto.
Si seguimos el itinerario de aquel pueblo de la Biblia, lo primero es disponerse a “salir de la esclavitud con la frente en alto…” Esto es, tomar conciencia de la propia dignidad y de los propios derechos. Eso es alzar la frente. Ser conscientes de lo digno, lo bueno, lo verdadero. Se trata de no ser cómplices de una escala de valores invertida: que da por buena la esclavitud y por digno la sumisión. Que pone las ollas por encima de la frente y lo material fácil como mejor que lo espiritual difícil. Convertir esta escala de valores y reconocer que lo blanco es blanco y lo rojo es rojo, es el primer paso en el largo camino de la liberación personal y social.
El segundo paso es no desfallecer ante las dificultades propias del camino en el desierto. Para un pueblo que había vivido tanto tiempo sin iniciativa propia no es fácil comenzar a gestionarse sus asuntos. Mejor era regresar a las “ollas de Egipto”, símbolo inequívoco de la dependencia material que no libera sino somete y presiona. Las ollas representan el materialismo del que pone la barriga por encima de la frente. Pobre del pueblo que quiera más las ollas que la libertad “de pensar y hablar sin hipocresía”.
Las ollas de Egipto han sido siempre y en todas partes el símbolo del chantaje que el poder ejerce sobre los oprimidos para “darle” como dádiva lo que cada cual tiene derecho y deber de buscarse por sí mismo. Pero para ello necesita dos cosas, por lo menos: libertad para tomar la iniciativa por sí mismo y con sus propios medios y esfuerzos y espacio de libertad para poder establecerse en “tierra de libertad”, es decir, el marco legal, el espacio social y el respeto al derecho de emprender sus empresas, sus proyectos, su forma de organizarse, su manera de ganarse el pan y las vías para poder compartirlo en libertad y solidaridad.
Si desfallecemos no llegamos a la orilla de la libertad, de la justicia social, de la solidaridad, de la fraternidad. Las ollas y los demás efectos domésticos siempre están más cerca y más fáciles de alcanzar que la convivencia en democracia y responsabilidad. Aquella se “resuelve” repartiendo la pobreza, esta se lucha educando para la iniciativa y la participación.
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¿No había cementerios en Egipto para que
nos
hayas
traído a morir
en el desierto?
La serpiente de bronce,
obra de Gustavo Doré.
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Algunos siempre se adelantan en el peregrinar por el desierto. Moisés, Aarón y los demás fieles al Señor que los sacó de la opresión de Egipto, sabían que Dios no abandona a su pueblo, pero que tampoco es un Dios paternalista que reparte cosas en el desierto. El maná, el agua y las codornices fueron para dar señales de que Él caminaba con su pueblo hacia una vida mejor, pero eran insuficientes para educar al pueblo de que tenían que gestionar su propio destino. Dios nos quiere libres pero responsables, no siervos y dependientes de un falso providencialismo que acomoda a la gente a lo que “vendrá”, sin mover un dedo.
Cuando el pueblo de Cuba pase este Mar Rojo y llegue al desierto de una sociedad en la que todo cuesta, en la que muchos usarán su cuota de libertad con un individualismo salvaje, tomando como proyecto de vida el “sálvese el que pueda”. Los que no podamos estaremos inmediatamente tentados a regresar a las “ollas de Egipto”. Recordarlo hoy es preparación para mañana. La libertad y la responsabilidad exigirán no un sálvese el que “pueda”, sino un empoderamiento de los ciudadanos para que cada cual “pueda” ser protagonista de su propia historia y “quiera” compartir ese “poder” para construir una convivencia ciudadana solidaria y fraterna.
Vendrán los que se conviertan en caminantes egoístas, solitarios y faraónicos. Por eso es bueno educar para la solidaridad desde hoy mismo y, en su momento, poner límites a un falso liberalismo no con más opresión, sino con un marco legal que coloque un contén al individualismo y al monopolio del tener, del poder y del saber.
Vendrán los caminantes que quieran regresar a las “ollas de Egipto”. Por eso es bueno educar para la libertad y la responsabilidad desde hoy mismo y, en su momento, poner límites a los nuevos populismos, mesianismos y tentaciones de nuevos chantajes materialistas para intentar inclinar la frente alta de la libertad, no con exclusiones políticas o sociales sino con un marco legal que no permita nuevos autoritarismos paternalistas.
Vendrán en fin, los caminantes que se cansen y quieran abandonar la marcha de la reconstrucción y echar a su suerte a la Isla-desierto que peregrina hacia una nueva tierra-convivencia de promisión. Por eso hay que “fortalecer las rodillas vacilantes y reforzar las espaldas que se doblan” desde hoy mismo, mediante una formación ética y cívica que favorezca una antropología de la humildad del paso a paso y de la perseverancia del largo camino.
Hoy, ahora, podríamos comenzar por preguntarnos a nosotros mismos en qué lugar de nuestras vidas hemos puesto a las actuales “ollas de Egipto” y qué actitud tomaremos ante los diferentes chantajes que los materialismos de cualquier ideología o color pongan en nuestro camino “como sillas que nos invitan a parar”.
Sin embargo, estoy seguro que habrá también muchos cubanos y cubanas que no aceptarán esas “sillas” de Egipto. Habrá siempre compatriotas que sigan el camino de la liberación personal y social, que prefieran el agua de la Roca del desierto, que prefieran el desabrido y escaso maná de la libertad que las ingestas ollas de la opresión. Habrá, estoy seguro, cubanos y cubanas que prefieran el sacrificio en gratuidad que la jaula de oro. Ante los nuevos y viejos materialismos habrá coterráneos que no sucumbirán al hedonismo y al individualismo y seguirán, entonces, en otro tipo de sociedad, peregrinando hacia una tierra que mane leche y miel: pero no en los paraísos perdidos, sino en la solidaridad como camino de la fraternidad, en la responsabilidad como compañera inseparable de la libertad, en la justicia social como yunta inseparable del desarrollo económico. En el respeto irrestricto a todos los derechos humanos como par dialéctico de la convivencia pacífica.
Estoy seguro que esos cubanos y cubanas ya viven y trabajan en Cuba. Están aquí y también en cualquier desierto de la pluriforme Diáspora cubana. Ellos siguen amando la tierra de sus padres, que eso quiere decir Patria. Esperan y trabajan desde aquellos nuevos desiertos y desde allí sostienen a sus familias con voz y maná. Los que peregrinan aquí, también esperan y trabajan para que nunca más, en “la tierra más hermosa que ojos humanos han visto”, nos aferremos a las ollas de Egipto, sobre todo cuando ya estemos atravesando el Mar Rojo hacia la plena liberación.
Las disyuntivas siguen y seguirán en pie: ¿pan o libertad? ¿Libertad sin justicia social o solidaridad responsable? ¿autoritarismo paternalista o democracia participativa?
Los cubanos y cubanas de a pie, de hoy y de mañana... ¿tendremos la palabra?
Yo deseo y espero que sí.