Revista Vitral No. 70 * año XII * noviembre-diciembre de 2005


TEATRO

 

EL FANTASMA
DEL TEATRO CUBANO

FÉLIX (BEN) RAMOS CASTILLA

 

 

El teatro cubano tiene una salud de hierro si se trata de actores, especialistas, jefes de escena, attrezzistas, directores artísticos y pasión. Pero, sin embargo, a falta de uno tiene dos talones de Aquiles. A veces creo que el teatro cubano tiene hasta un par de Aquiles más de los que debía tener.
El primer talón de Aquiles del teatro cubano es el público. Cada día va menos gente a las funciones teatrales. En ocasiones se pueden ver a los actores de una compañía en las funciones de otra… y viceversa… en un ambiente frugal que a pesar de todo lo que se pudiera decir es lo que mantiene con vida a ese arte que para más del ochenta por ciento de la población adulta cubana es un cadáver que anda. Una especie de zombi.
El público, tan promovido y anunciado como el más culto del planeta, prefiere irse a las salas de video a ver algunas de las carnicerías sin sentido que parecen escritas y dirigidas por Adolfo Hitler. Sus principales y más excelentes justificaciones son que “para sufrimiento con el que me toca vivir día a día es suficiente” y “es que eso no hay quien lo entienda” (donde eso es el teatro). ¿Hay problemas con la función y objetivos sociales del teatro? ¿Dónde se pueden localizar esos problemas?
Por lo pronto los teatristas no temen al primer talón de Aquiles que hemos mencionado; les duele pero no le temen porque su supervivencia económica no está determinada por el público. El teatrista es un hombre que tiene asegurado un salario y poco importa si se comunica o no con el pueblo a través de su arte. Se puede argumentar a favor de este status que de este modo y no de otro es como único es factible, en la modernidad, salvar el teatro. Sin embargo no es el Estado quien asume, que poca trascendencia tiene en Cuba si es el Estado o el Gobierno quien aporta los fondos para algo; pues Estado y Gobierno se confunden en nuestro léxico cotidiano. En realidad no sabemos cómo definir una u otra cosa.
Pero los teatristas cubanos han de pertenecer al organismo ministerial de cultura llamado Consejo de las Artes Escénicas. Un organismo que pretende, en ocasiones lo logra, porque no hay complicaciones ideológicas en tal o más cual propuesta, promover, difundir y comercializar el teatro cubano.
El teatrista que no pertenezca al Consejo de las Artes Escénicas no puede promover su obra. Puede incluso ser enjuiciado por diversos cargos si hace sus representaciones en un espacio público que pudiera ser considerado como jurisdicción del gobierno. Por otra parte no puede rentar o alquilar las instalaciones teatrales porque estas sólo pueden ser usadas por los colectivos, grupos, compañías, etc. que sean autorizadas por un comité, en la mayoría de los casos presidido por el Director Provincial de Cultura, el director del Centro de Cultura Comunitaria, el del Consejo de las Artes Escénicas, el director del Centro Provincial de la Música… Con lo que aseguran calidad y compromiso ideológico. Y aquel que pertenece ha de constreñir los contenidos de sus obras a un punto adecuado por los Asesores del Consejo.
Es clara que la subvención económica del teatro obliga a los artistas. Con éste patrocinio forzoso los discursos de las obras son condicionados y se resquebraja muchísimo el interés de los artistas que suelen sucumbir a tres o cuatros tentaciones.
La primera de ellas, y la más generalizada, son los largos períodos de montaje de una obra; donde lo que en realidad sucede es que hay largos espacios temporales de desocupación, o sea que nadie hace nada o van por las mañanas a las sedes a contarse los chismes del día anterior. En esas sesiones hasta se suelen inventar algunos chismes.
La segunda tentación es el síndrome torre de marfil donde un aventajado director y su grupo de actores caen víctimas de un laboratorismo, donde la investigación no conduce a ninguna parte y, si conduce, no es aprovechada por el espectador. En ese ambiente muchas veces el actor no tiene clara la idea de su objetivo para existir como teatrista. Éste ambiente monástico es nido de élites del desconcierto: nadie entiende los signos que maneja en sus puestas en escena.
La tercera tentación es el contestatario que no lo es … Suelen estos montar obras que tienen un ligero tufillo disidente, a lo que ellos mismos agregan el “¡estoy apretando!” en los comentarios de calle. Pero que, aparte de tocar los arquetipos por la superficie, sólo son una narración sin causa, ni motivo, ni soluciones de la realidad cubana …
El teatro cubano tiene ese fantasma viviendo en su sótano. No quisiéramos verle envejecer lleno de estos terrores a una creación libre y responsable. Lo cierto es que tenemos una gran escuela que podría deslumbrar a más personas dentro de nuestro pueblo.
Hoy podríamos comenzar a crear un buen público. La clave es retratarle.

Santa Clara, septiembre de 2005.

 

 

Revista Vitral No. 70 * año XII * noviembre-diciembre de 2005
Félix (ben) Ramos Castilla
Director del Proyecto Jornada Mercuccio. Exdirector artístico del Grupo Teatro Escambray. Miembro del Consejo de las Artes Escénicas de Villa Clara.