Actuamos, como lo hemos hecho siempre, totalmente libres de extrañas influencias, consagrados al exclusivo servicio de Dios y de la patria.
Mons. Enrique Pérez Serantes1
I. Introducción
¡La libertad impere en mis montañas...
Y la proclamen con sus murmurios,
las aguas cristalinas de mis fuentes...
y las ondas sonoras de mis ríos!(2)
José Martí
Libertad es una de las palabras que ha movido desde siempre más apasionadamente a la humanidad. Toda persona siente en lo más profundo de su ser la nostalgia de ser libre: libre del poder de los que oprimen; libre frente a los juicios de los demás; libre de las presiones interiores, de los miedos y de las angustias; libre de las dependencias. Y es que el tema de la libertad es inagotable, porque, en el fondo, el camino de la libertad es la libertad misma.
La conciencia de la libertad y de la dignidad del hombre, junto con la afirmación de los derechos inalienables de la persona y de los pueblos, es una de las principales características de nuestro tiempo.(3)
“Nos hacemos a golpes de libertad”, dijo Sartre, y su frase hizo fortuna porque es expresión de una vivencia y una necesidad del hombre que se mueve entre la realidad que le consume y el anhelo que le impulsa. Realidad, porque, en mayor o menor grado, todos nos sentimos poseedores de parcelas de libertad; y anhelo, porque somos capaces de más libertad de la que poseemos.
Durante cinco siglos el cubano ha buscado como luz la libertad, desde aquellos aborígenes liderados por Hatuey —cuya cubanía atestiguan serios investigadores(4)— hasta los que hoy arriesgan la suya propia en aras de reconquistar la de la Patria. Cuánto valora el hijo de esta tierra dolorida la dicha de ser libre, podemos encontrarlo, por citar algún ejemplo, en los bellos versos de José Jacinto Milanés5, y en estas palabras del Apóstol: «Sin aire, la tierra muere. Sin libertad, como sin aire propio y esencial, nada vive. (…). Como el hueso ajusta fuerte al cuerpo humano, y el eje a una rueda, y el ala a un pájaro, y el aire al ala, así es la Libertad la esencia de la vida».
Hay quienes definen la libertad por su cara exterior dependiente de las circunstancias. Para ellos, eliminar las trabas que impiden actuar es sinónimo de libertad. Hay otros que hablan de la libertad con menos palabras y mayor sabiduría: son los que saben que la libertad es oportunidad, capacidad para elegir. Éstos, antes de tomar una decisión, se han preocupado de conocer qué quieren, por qué lo quieren, y lo que es aún más importante: hacia dónde les conduce esta elección. Entonces, la libertad se convierte para ellos en el viento que mueve la vela de sus vidas, pero con un timón bien orientado. Los teóricos de la libertad cortarán las amarras, dinamitarán los arrecifes, pero ¿a dónde van? Presentan la vida como si fuera un enorme supermercado en el que en cada estante se despliega un amplio surtido de posibilidades del que poder tomar lo que se quiera, pero, ¿para qué? Bastaría que hubiera un cartel de “No tomar”, para que se sintieran amenazados en el uso de su libertad, aunque el cartel estuviera colocado encima de botellas de veneno.
También hay, en todas partes, algunos que confunden la libertad con el individualismo, y creen que es libre el que puede hacer lo que quiera, el que no tiene por qué ajustarse a los demás, sino solamente mirar por sí mismo. Nada más ajeno al pensamiento martiano, que expresaba: «El mundo tiene dos campos: todos los que aborrecen la libertad, porque sólo la quieren para sí, están en uno; los que aman la libertad, y la quieren para todos, están en otro». Sólo es posible amar la libertad cuando se quiere para todos y es en este sentido que podemos hablar de la dimensión espiritual de la libertad —camino hacia la libertad de dependencias y presiones—. Pero esta libertad de cadenas exteriores e interiores tiene también una finalidad: la entrega a los demás, que para los cristianos ha de pasar por la entrega a Dios.
La libertad interior pertenece esencialmente a nuestra dignidad como personas humanas, sin ella no podemos sentirnos realizados.
II. Objetivo de la ponencia
Esta es la paz, que ardiente ansío,
como ansía el sol, soberbio y encendido,
romper su luz en el cristal del río.(6)
El objetivo de este tema es Reflexionar sobre la libertad como fundamento para la paz en relación al ser y la coherencia de la persona y en cuanto a su búsqueda, anuncio y compromiso social, facilitando así una reflexión sobre la Libertad que tenga, como telón de fondo, la encíclica Pacem in Terris.
Por la relación que tiene con la temática que abordamos, vamos a citar la visión que sobre la paz, nos da el Pontificio Consejo Cor Unum: «Una paz duradera no es el resultado de un equilibrio de fuerzas, sino de un equilibrio de derechos. La paz no es tanto el fruto de la victoria del fuerte sobre el débil sino -en cada pueblo y entre los pueblos- el fruto de la victoria de la justicia sobre los privilegios injustos, de la libertad sobre la tiranía, de la verdad sobre la mentira, del desarrollo sobre el hambre, la miseria o la humillación».(7)
III. La Libertad en la Escritura
y el Magisterio de la Iglesia
Es la fe que nos permitirá trabajar juntos, orar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos
y luchar juntos por la libertad, con la certidumbre de que un día seremos libres.(8)
Martin Luther King
La Libertad en la Biblia
El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi libertador.
Salmo 17, 1
Hoy muchas personas relacionan la palabra libertad con los movimientos de liberación y no con la fe en un Dios trascendente. Sin embargo, el camino hacia ella comenzó de esta manera: «El Señor dijo: ‘He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arranca su opresión y conozco sus angustias. Voy a bajar a liberarlo de la mano de los egipcios’»(9). Todo se sitúa en esta perspectiva. El cristianismo nunca debería haber sido otra cosa que la respuesta de Dios al clamor de los esclavos.
Libertad en el Antiguo Testamento:
Sí, «libertad» es una palabra central en la Biblia; y es que en Ella Dios se muestra no sólo como el Dios de la promesa y de la Historia, sino, sobre todo, como el gran libertador. De tal manera que nuestra inteligencia de la Biblia y del Dios de la Biblia se basa en ese ir descubriendo la mano divina en cada una de las liberaciones que jalonan la historia del pueblo escogido. Precisamente por esa presencia reiterada de Dios en cada proceso hacia la libertad que vive el pueblo, a su historia le damos el nombre de Historia de la Salvación o, lo que es lo mismo, Historia de la Liberación.
Los primeros gritos de libertad fueron escuchados en Grecia, en la época clásica (siglo V a.C.), sin embargo, fue en Israel donde se manifestó por vez primera la idea de un pueblo totalmente libre, un pueblo sin esclavos. Grecia e Israel constituyen las dos fuentes de la libertad en la humanidad. Aquí tienen su origen todos los movimientos por la libertad que existen en el mundo de hoy y de estas fuentes renacen sin cesar nuevas energías en la lucha por la libertad.
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Restos del ingenio de La Demajagua. |
En el desarrollo de la Historia de la Salvación nos encontramos con personajes señeros que fueron actores-testigos en esas experiencias de opresión-libertad. Uno de los más significativos fue sin duda Moisés. Al igual que Yahvé, Moisés tiene que contemplar la miseria de su pueblo en la esclavitud y aceptar los planes de Dios, convirtiéndose en instrumento de su proyecto de liberación. Moisés nace a la libertad el día en que cambia su modo de contemplar la esclavitud de sus hermanos y acepta la misión de liberarlos. El proyecto de Dios es la liberación. El proyecto que Moisés hace suyo es la liberación de su pueblo. Dios lo convence, a pesar de que se resiste insistentemente. Sin embargo, el pueblo no quería la libertad. Más que libertad, lo que el pueblo quería era seguridad y tranquilidad. Lo trágico de la historia es que el pueblo no se dejó convencer. Hubo que arrastrarlo y, aun así, aprovechó cualquier oportunidad para volver a la esclavitud anterior. Al final tenemos la figura de Moisés que muere sin haber alcanzado su objetivo.
Los profetas que vendrán posteriormente se encargarán de renovar la llamada de Moisés. Ellos también van a recibir una vocación a la libertad. Su libertad estará en la misión de liberar a su pueblo. Por eso, desde Moisés hasta los últimos profetas fue formándose la figura del Mesías. El Mesías es el libertador que conduce a su pueblo hacia la libertad. Pero la historia permanece abierta. La historia de Israel es un sueño de libertad, una libertad vivida como ilusión o desafío y nunca realizada. El obstáculo fundamental es la propia resistencia del pueblo.
En el Antiguo Testamento queda claro que «libertad» es asumir la liberación del pueblo, salir de uno mismo movido por la compasión, como Yahvé, y arriesgar la vida en el servicio al prójimo. Queda claro también que quien recibe ese don de Dios, esa vocación, y la acepta, sufre. El pueblo suele rechazar a los que quieren liberarlo. Y es que conducir al pueblo hasta la libertad es tanto como convertir al pueblo en Mesías, como suscitar un «pueblo liberador». Ésta es, de hecho, la vocación a la libertad. Pero los pueblos por regla general no quieren ser mesiánicos porque conocen de sobra la historia y saben que todo redentor termina crucificado.
Al recorrer las páginas de los cuatro libros del Pentateuco donde aparece la figura de Moisés, vemos que el rasgo más significativo, el que reiteradamente aparece a lo largo de los diversos capítulos, es el de Moisés dialogando permanentemente con Dios. El tema central de todos esos diálogos es siempre la «libertad». Si nos centramos en el libro del Éxodo podemos sacar algunas conclusiones:
1ª Que la liberación del pueblo de la esclavitud de Egipto se va realizando enmarcada en los diversos diálogos entre Yahvé y Moisés. En este dialogar va quedando claro que es Dios quien da la libertad, pero siempre exige que el pueblo realice su parte. Por eso podemos afirmar que para Israel la libertad fue don y tarea.
2ª Que la liberación para la Alianza también se desarrolla enmarcada entre diálogos de Moisés con Dios. A lo largo de los diversos textos vemos cómo la iniciativa de la Alianza (la propuesta de una libertad que dura para siempre) es de Dios, pero a su vez el pueblo debe asumir sus propios compromisos. También la Alianza es don y tarea.
3ª Hay otro rasgo muy significativo en la libertad que Dios ofrece como don y tarea a su pueblo: se trata de una “libertad en proceso”. Moisés así lo entiende y así se lo transmite al pueblo. La libertad no es algo que se da de una vez para siempre, sino un valor que se va consiguiendo en el camino. No es para sedentarios (precisamente su permanecer en Egipto fue lo que les acarreó el infierno de la esclavitud), sino para caminantes, para los que marchan tras la utopía dispuestos a conquistarla, porque tienen confianza en que Yahvé está de su parte.
A pesar de la resistencia de la mayoría del pueblo a luchar por su libertad, siempre hubo grupos de judíos que mantuvieron el espíritu de los profetas y de Moisés, el espíritu de espera del Mesías, espera de la verdadera libertad, y que combatieron la ilusión de que la Ley causa liberación. Estos judíos permanecieron atentos a los signos del futuro y mantuvieron el verdadero sentido de libertad en la historia. Entonces, surgió el acontecimiento de Jesús de Nazaret y todos los acontecimientos del Nuevo Testamento.
Jesús y la libertad
Probablemente, como consecuencia del cambio cultural postmoderno, en la actualidad a muchísimos cristianos lo que les entusiasma es un Jesús desvinculado de cualquier contexto histórico. El Jesús que se busca hoy en día es del tipo «Jesús te ama» o «Amo a Jesús», «el amigo siempre presente» objeto de la emotividad o el sentimiento religioso y del afecto humano, el Jesús que ofrece una compensación a todas las frustraciones o necesidades afectivas. Sin embargo, lo cierto es que cuando Pablo, Juan, Santiago y los demás anuncian el evangelio de la libertad —la buena noticia de la libertad para todos— se refieren al modelo de Jesús. No parten de consideraciones teóricas, sino del ejemplo vivido por Jesús. Y el vocabulario de la libertad les pareció el más adecuado para expresar el mensaje contenido en la vida de Jesús.
Todo el Nuevo Testamento nos muestra a Jesús como paradigma de la libertad. Sus enseñanzas son categóricas: «Si se mantienen fieles a mi palabra, serán realmente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad les hará libres»(10). Jesús-Hombre quería primero ser libre y conquistar su libertad. Su libertad se encontraba en el servicio al prójimo: enfermos, endemoniados, excluidos, leprosos y todas aquellas personas cuya condición testimoniaba un estado de esclavitud. Todos eran esclavos de algo. Jesús quiso ponerse a su servicio y hacer lo que estaba a su alcance para ayudarlos. Actuando de este modo, entró en conflicto con las autoridades judías, que no compartían la misma compasión. Jesús sabía que su vida, sus actos, sus comportamientos, las críticas que recibía y las inevitables persecuciones serían normativas para los discípulos, marcarían el camino a seguir.
Jesús también quería que sus discípulos fueran libres, que conquistaran una libertad como la suya. Por eso podemos afirmar que Jesús, más que para liberar vino al mundo para llamar, para transmitir una vocación, a fin de que cada uno de los llamados conquistara su libertad, fuera el protagonista de su liberación. Llamó a muchos para que siguieran su camino y alcanzaran la libertad como Él. Jesús enseñó que nadie puede liberar a nadie. Cada uno ha de recorrer el camino, convertirse, cambiar de vida. Para Jesús el «encuentro con el otro» es el momento del despertar de la libertad. La compasión hacia el prójimo —esclavo o esclavizado— despierta a la libertad. El samaritano, por ejemplo, demostró que era libre: lo dejó todo y se ocupó del hombre al que habían “malmatado”. Ésa es la libertad a la que está llamado el discípulo de Jesús.
A lo largo de su vida Jesús va planeando sus acciones de acuerdo con las situaciones en que se encuentra. Sin embargo, hay una línea fija, constante y radical que orienta toda su vida: la misión de conducir a su pueblo hasta la libertad.
Desde estas coordenadas de libertad el comportamiento de Jesús fue de tal manera provocativo, que aquello terminó donde era de esperar que terminara: en la sentencia a muerte y en su ejecución. Su muerte es consecuencia de su existencia libre y de su forma liberadora de actuar. La libertad con que vivió y las prácticas de liberación que realizó le acarrearon la muerte.
Pablo y la libertad de los cristianos
«Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Hermanos, ustedes han sido llamados a ser hombres libres»(11). Estas palabras constituyen el núcleo central de la Carta a los gálatas, texto en el que Pablo condensó toda su predicación. La vocación a la libertad es la novedad del Evangelio de Cristo, la conclusión final de toda la historia bíblica, el fundamento de la nueva existencia para toda la humanidad. Para Pablo el Reino de Dios significa libertad. El cristiano es libre para conquistar su libertad.
Los judíos veneraban la Ley. Ella era toda su esperanza. Reconocían en la Ley todos los atributos que más tarde los cristianos reconocerán en Cristo. Un día, de repente, Pablo abrió los ojos y vio que su pueblo no era libre y que todo el sometimiento a la Ley no volvía libre a la gente. Existía una esclavitud radical de la que ni la Ley, ni Moisés, ni las tradiciones podían liberar. Y, a partir de su experiencia de Jesús, descubre que la liberación viene de Dios por el Espíritu Santo —que es tanto como decir que procede de dentro del mismo ser humano: «¿No saben que son templo del Espíritu Santo que habita en cada uno de ustedes?» (12)—. ¿Cómo se realiza esto? Pablo asegura que el camino de la liberación es la fe, la confianza en Dios y en su proyecto para la humanidad. La Fe para Pablo es lanzarse hacia adelante, sumergirse en la libertad que despunta. Es como arrojarse al mar de Dios para aprender a nadar, como el niño que nace y respira por primera vez. En el acto de fe toda la vida recibe una nueva iluminación, un nuevo sentido, adquiere un nuevo valor. Pero la liberación que propone Pablo no se reduce a los límites de la experiencia interior. Desde el principio la fe es un acto corporal y social, la definición de la persona en su pueblo. De ahí que la liberación paulina implica la liberación económica, social y política, aunque resulte evidente que todo comienza liberando a la persona de su propia impotencia e incapacidad.
Como puede verse, el tema de la libertad no representa un tema marginal o uno de tantos temas del cristianismo: Se trata de su centro, su núcleo, pues el mismo mensaje cristiano es un mensaje de libertad De ahí la importancia de no dejarnos vencer por nuestra eterna tentación: el miedo a la libertad. No podemos pretender buscar la salvación y el acceso a lo trascendente huyendo de los riesgos de la historia y estableciendo con Dios el “negocio” de las obras buenas y de los consiguientes méritos, cuando la auténtica trascendencia nos aguarda en la historia, allí donde Dios, que sufre con el hermano —en la cárcel, en el dolor, en la desesperanza—, espera una ayuda que sólo puede venir de nuestra libertad. No correr el riesgo de anunciar que estamos dispuestos a vivir sin miedo a la libertad sería una traición a nuestra vocación de cristianos, sería renegar de Cristo.
Los caminos hacia la libertad son las huellas de Dios en el hombre(13); y el camino de todos nosotros hacia Dios pasa siempre por el hombre, porque la manifestación más genuina de la libertad —en coordenadas cristianas— es el mutuo servicio voluntario en el amor.
La Libertad en la Doctrina Social de la Iglesia
Entre los hombres la verdad es la madre
y óptima guardiana de la libertad.14
León XIII
Las distintas problemáticas sociales vinculadas a la libertad humana son a un tiempo temas eclesiales, de ahí su interés para la Doctrina Social de la Iglesia. Son temas de competencia eclesial por tres motivos interconectados y extensibles a cualquier otro que ponga en juego la dignidad humana. En primer lugar, en virtud de la comunicación del ministerio profético y del ministerio real de Cristo a la propia Iglesia; en segundo lugar, en virtud de que la Iglesia es Madre y Maestra de la humanidad, y lo es no sólo de la dimensión espiritual de la humanidad. La preocupación de la Iglesia se dirige “a todo el hombre”, es decir, al hombre en la totalidad de su naturaleza, corporal y espiritual, (aunque ciertamente exista una lógica primacía del orden espiritual sobre el material); en último lugar, y no por eso menos importante, en virtud de uno de los principales fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia, se trata de la filiación divina gracias a la cual el hombre se abre a la auténtica fraternidad, aquella que está fundada en Dios Padre por la Redención de Cristo. Éste es el segundo principio fontal o de primer orden de la DSI: el principio cristológico, que a su vez implica que aceptamos el primero que es el principio teológico. De esta filiación divina procede a su vez uno de los conceptos nucleares de la DSI sobre el que quiero llamar la atención: el de “familia humana”. Desde la consideración de la humanidad como una familia humana —en un sentido real y no poético o metafórico— el hombre tiene que ver al hombre, a todo hombre, como a un hermano en Cristo, siempre próximo, como a otro hijo de Dios. De aquí parte necesariamente una nueva forma de pensar las relaciones sociales y la cuestión social.
La libertad, junto con la justicia, constituyen los objetivos más altos de la Doctrina Social de la Iglesia: atender a las exigencias de la justicia mediante el uso responsable de la libertad. Tal objetivo sólo puede conseguirse por amor, y cuando nos atenemos a la verdad en todas las cosas. Vemos así relacionados, en el mismo corazón de la Doctrina Social de la Iglesia, los cuatro pilares que señala Juan XXIII en la Pacem in Terris: Verdad, justicia, amor y libertad, como fundamentos de la convivencia humana(15).
La Doctrina Social de la Iglesia, nació como respuesta a la cuestión social moderna, pero León XIII, su iniciador, pensó —y es difícil no darle la razón— que tenía que poner las bases del pensamiento político católico antes de abordar la tarea de empezar a crear un pensamiento social. Y su enseñanza política amplia prepara el camino para la Rerum Novarum en 1891. Ya en 1888 había publicado la encíclica Libertas, sobre la libertad humana, en la cual reflexiona sobre el verdadero sentido y valor de la libertad, como don de Dios, y advierte contra las consecuencias negativas de la absolutización de la libertad, cuyo principal fruto, en el siglo XIX, fue el liberalismo, que ofrecía las bases para la expansión del capitalismo(16).
Imposibilitada de citar todos los documentos del Magisterio que abordan este tema, señalaré simplemente los tres documentos trascendentales de carácter político escritos por Pío XI en la Pascua del año 1937: la condenación del nazismo en la Mit brennender Sorge, la condenación del comunismo en la Divini Redemptoris y sobre la situación religiosa de México en la Firmissimam constantiam. La Iglesia definía así de nuevo su postura contraria a toda dictadura que desconoce los derechos fundamentales de la persona humana.
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La campana del ingenio que otrora llamaba a los esclavos
a cumplir sus agotadoras tareas, convocó el 10 de octubre
de 1868 a blancos y negros a cumplir el sacrificio
heroico por la libertad y la independencia. |
Pío XII, en sus radiomensajes durante la II Guerra Mundial, y después de ésta en el período de la “guerra fría”, no guardó silencio ante las situaciones violatorias de los derechos humanos y la libertad. En diciembre de 1940, en un artículo aparecido en el Time magazine, Albert Einstein rendía homenaje a Pío XII: «Sólo la Iglesia se ha declarado abiertamente contra la campaña de Hitler por la supresión de la verdad. Nunca antes había tenido un amor especial por la Iglesia, pero ahora siento un gran afecto y admiración porque sólo la Iglesia ha tenido el coraje y la tenacidad de alinearse en defensa de la verdad intelectual y de la libertad moral. Por ello, me veo obligado a confesar que ahora aprecio sin reservas lo que durante mucho tiempo desprecié»(17).
Pero es el Papa Roncalli, el anciano-joven, quien pocas semanas antes de su muerte da respuesta a la tarea pendiente, y es la Pacem in Terris, considerada como su testamento, la que logra en este campo el “aggiornamento” de la Iglesia. En ella queda establecida la Declaración de Derechos Humanos de la Iglesia, y sin libertad no hay Derechos Humanos. Para él, la libertad es fundamento de la convivencia humana. Juan XXIII murió poco después de la promulgación de esta encíclica, pero desde lo eterno podrá ver el inmenso bien que hizo para instaurar la paz en la tierra: Pacem in Terris.
Ahora bien, la síntesis de la doctrina cristiana sobre la libertad está en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, que en su Capítulo I sobre la dignidad de la persona humana, dice: «La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad (…). La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa». (n. 17).
La Libertad en el pensamiento social de Juan Pablo II
La Iglesia llama a todos a encarnar la fe en la propia vida,… para alcanzar la verdadera libertad, que incluye el reconocimiento de los derechos humanos y la justicia social
Juan Pablo IIl
Homilía en Santiago de Cuba
El tema de la libertad humana es un tema antropológico y moral que se reviste de especial relevancia a tenor de las concretas circunstancias existenciales por las que están pasando tanto las sociedades desarrolladas como las subdesarrolladas. Las primeras, principalmente por la ausencia de libertad interna (libertad psicológica y moral), al haberla desconectado de la referencia al bien y la verdad, y de la fe cristiana originaria, cayendo en un craso individualismo subjetivista. Las segundas, principalmente, por la ausencia de libertades externas (civiles y políticas), en virtud de las graves situaciones de miseria, guerras continuas y dictaduras en la que se encuentran.
Son numerosas las ideologías, las situaciones políticas, sociales y culturales, y las actitudes individuales, que se oponen a la libertad de la persona humana, a su auténtica naturaleza y a su dignidad fundamental. En este sentido, es probablemente Juan Pablo II la persona que durante el siglo XX ha defendido con más fuerza la libertad, la dignidad y la verdad del hombre.
Libertad y Verdad
La libertad que defiende Juan Pablo II no se reduce a una arbitraria apertura individualista de posibilidades subjetivas, ni en su aspecto social a un formalismo negativo, o al sucedáneo moderado de un “laissez faire”. La libertad, en su despliegue correcto, tiene una conexión intrínseca y responsable con la verdad y con la realidad objetiva de nuestro ser. Por ello, él afirma que aquello que se opone a la verdad del hombre en el fondo se opone a su auténtica libertad; sólo podemos realizar y madurar nuestra libertad en el desarrollo de la verdad objetiva de nuestro ser.
En la homilía que pronunció en la Plaza José Martí, en La Habana, nos decía:
La libertad que no se funda en la verdad condiciona de tal forma al hombre que algunas veces lo hace objeto y no sujeto de su entorno social, cultural, económico y político, dejándolo casi sin ninguna iniciativa para su desarrollo personal. Otras veces esa libertad es de talante individualista y, al no tener en cuenta la libertad de los demás, encierra al hombre en su egoísmo. La conquista de la libertad en la responsabilidad es una tarea imprescindible para toda persona. Para los cristianos, la libertad de los hijos de Dios no es solamente un don y una tarea, sino que alcanzarla supone un inapreciable testimonio y un genuino aporte en el camino de la liberación de todo el género humano. Esta liberación no se reduce a los aspectos sociales y políticos, sino que encuentra su plenitud en el ejercicio de la libertad de conciencia, base y fundamento de los otros derechos humanos.
El Papa considera que el tema de la libertad tiene hondas repercusiones, incluso teológicas, por eso su encíclica Veritatis Splendor, que se dirige a las bases de la teología moral —a cuyo ámbito pertenece la Doctrina Social de la Iglesia(18)—, tiene como tema principal, junto al de la verdad, el de la verdadera libertad humana. Con esta encíclica pretende aclarar cuál es el sentido cristiano de la libertad, sin establecer ninguna grieta entre éste y el verdadero sentido humano de la misma.
Para Juan Pablo II la esencia del problema actual estriba en la negación de la relación entre libertad y verdad, lo cual tiene hondas repercusiones contra el propio hombre, contra su estructura moral; pero también, y por la misma razón, contra la misma estructura de las relaciones sociales. Porque, nos dice: «No menos decisivo en la formación de la conciencia es el descubrimiento del vínculo constitutivo entre la libertad y la verdad. Como he repetido otras veces, separar la libertad de la verdad objetiva hace imposible fundamentar los derechos de la persona sobre una sólida base racional y pone las premisas para que se afirme en la sociedad el arbitrio ingobernable de los individuos y el totalitarismo del poder público causante de la muerte»(19).
Una nueva libertad para un hombre nuevo
A mi modo de ver, la profundidad de los planteamientos que expone Juan Pablo II nos está hablando de otro modo de comprender la libertad, de un modo mucho más pleno y radical. El esquema que reduce la libertad a in-dependencia, a no interferencia, a arbitrariedad, o incluso a autodeterminación, es irrisorio en comparación con la grandeza a la que nos llama el cristianismo.
Para el enfoque antropológico que desarrolla el Papa, la libertad se explica en la paradoja de la autoentrega y no tanto en la capacidad de la autodeterminación(20). Este enfoque, auténticamente humano, auténticamente cristiano, se torna irrealizable dentro de un enfoque moderno/posmoderno de la libertad en la medida en que esta libertad es esencial y exclusivamente autonomía, emancipación de todo vínculo que comprometa a priori al individuo y que le restrinja su abanico de posibilidades.
La clave de una libertad plena, verdadera y madura se encuentra en el amor, en el don de uno mismo.
IV. Diversas categorías de la Libertad
Sólo desde el amor la libertad germina,…
… Desde el cimiento mismo del corazón despierto,
desde la fuente clara de las verdades últimas.(21)
Libertad proviene del latín libertas, condición del hombre que es liber, libre, no esclavo, y es un término susceptible de diversos sentidos, según el ámbito a que se aplica. Significa en general capacidad de actuar según la propia decisión. Según el ambiente en donde se ejerce la decisión, puede hablarse de diversas clases de libertad.
a) La libertad sociológica, que es el sentido originario de libertad, se refiere, en la antigüedad griega y romana, a que el individuo no se halla en la condición de esclavo; mientras que, en la actualidad alude a la autonomía de que goza el individuo frente a la sociedad, y se refiere a la libertad política o civil, garantizada por los derechos y libertades que amparan al ciudadano en las sociedades democráticas.
Actualmente se llaman libertades civiles o libertades de… a los Derechos Humanos de primera generación, por ejemplo: libertad de conciencia, libertad de expresión, libertad de prensa, libertad religiosa, libertad de asociación, etc., son derechos civiles, de ámbito personal de la esfera privada; pero a la vez son libertades que se han de lograr de forma política: son libertades civiles y a la vez libertades políticas. Por lo general las libertades políticas, cuando son conculcadas, cuando son negadas, generan negación de libertades civiles.
Las libertades públicas o políticas, presuponen que el Estado reconoce a los ciudadanos el derecho de ejercer (al abrigo de toda presión exterior) cierto número de actividades determinadas. Son libertades porque permiten actuar sin coacción; son libertades públicas porque corresponde a los órganos del Estado —titular de la soberanía— respetarlas y garantizarlas. Éstas son libertades que suponen una mayor autonomía para los ciudadanos, y al mismo tiempo conllevan obligaciones del Estado.
b) La libertad psicológica es, normalmente, la capacidad que posee la persona, «dueña de sí misma», de no sentirse obligada a actuar a instancias de la motivación más fuerte.
c) La libertad moral es la capacidad de la persona de decidirse a actuar de acuerdo con la razón, sin dejarse dominar por los impulsos y las inclinaciones espontáneas de la sensibilidad.
Tanto la libertad psicológica como la moral pueden reducirse simplemente a la libertad de la voluntad, que puede definirse como la facultad de decidirse por una determinada conducta mejor que por otra igualmente posible, o simplemente como la capacidad de autodeterminarse o escoger el motivo por el que uno se decide a obrar de una u otra manera, o a no obrar. Ésta es la libertad que la tradición llama liberum arbitrium, o libre albedrío, «libertad de elección», o «libertad de decisión». La idea de libertad moral no añade a este concepto más que la libre aceptación de los valores morales como motivos suficientes para obrar. A la capacidad de autodeterminación en el obrar, se la llama también «espontaneidad» de la voluntad.
Para un manejo sencillo de las clasificaciones de la libertad, ésta se ha dividido en dos:
a.Libertad-de: Significa libertad de obstáculos, de vínculos o de restricciones, sean éstos de orden físico o de orden moral.
b.Libertad-para: Significa libertad para alcanzar un objetivo o para realizar un valor o para llegar a una meta, es de tipo interna y reside en la voluntad.
Referencias
1. Arzobispo de Santiago de Cuba (1949-1968), Carta Pastoral
Con Cristo o contra Cristo, del 23 de diciembre de 1960, en “La Voz de la Iglesia en Cuba”, Obra Nacional de la Buena Prensa, México, D.F., 1995, p. 159.
2. Como todas las demás citas de Martí, ésta está tomada de la versión digital de las Obras Completas.
3. Libertatis Conscientia, 1.
4. Tomás Jústiz y del Valle: La cubanidad de Hatuey. La Habana, 1952.
5.«Pero, ¡ay!, tu fuga ya me acredita/ que ansías ser libre, pasión bendita /que aunque la lloro, la apruebo yo». Del poema “ La fuga de la tórtola “, en Virgilio López Lemus: Doscientos años de poesía cubana. Casa Editora Abril, La Habana, 1999, p. 65.
6. Juan Marinello, “Paz”, 10-XI-1917.
7. El hambre en el mundo (1996), 28
8. Cita tomada de Solidaridad.net
9. Éxodo 3, 7-8.
10. Juan 8, 31-32
11. Gálatas 5, 1. 13.
12. 1 Corintios 4, 16.
13. Anselm Grüm: Caminos hacia la libertad, p. 8.
14. Immortale Dei, B III.
15. Pacem in Terris, 37.
16. «La libertad, bien aventajadísimo de la naturaleza y propio únicamente de los que gozan de inteligencia o razón, da al hombre la dignidad de estar en manos de su propio arbitrio y tener la potestad de sus acciones; pero interesa en gran manera el modo con que se ha de ejercer semejante dignidad, porque del uso de la libertad se originan, así como bienes sumos, males también sumos». Libertas Praestantissimun 1.
17. Citado por David G. Dalin en el artículo “El Papa justo”, Revista Internacional de Comunión y Liberación Huellas-Litterae Communionis, No. 4, Abril 2001. Dalin, Rabino de Nueva York, es una de las personalidades de relieve del mundo judío estadounidense.
18. Sollicitudo Rei Socialis 41.
19. Evangelium Vitae 96.
20. Cf. Veritatis Splendor 87
21. Himno de la Liturgia de las Horas.
N. R. Esta ponencia continúa. Publicaremos la segunda parte en Vitral 71, Dios mediante.