Hace unos días visité la barbería cercana a mi casa. Como ustedes saben las barberías son lugares donde se habla de casi todo de lo que ocurre en la vida diaria y que conforma la historia de las personas y de los pueblos.
Allí uno escucha hablar, de lo que vino al mercado, de la jugada que decidió el juego de pelota la noche anterior, de lo que se comenta en la calle acerca de los cambios que se avecinan. También uno escucha algunos chistes, a veces de mal gusto.
Allí, en ese lugar, oí hablar de la Navidad, y eso me motivó escribir este artículo, porque para muchos cubanos, como consecuencia de haber perdido la tradición de felicitar por la Navidad, porque significaba debilidad ideológica, quedó sólo la felicitación del Año Nuevo, y muchos creen que Navidad y Año Nuevo es lo mismo.
Hoy en Cuba, muchas salas de nuestras casas se adornan, pero la Navidad no es cuestión de adornos y bombillitas, esa es la cáscara. Más aún, como gesto de benevolencia con el Papa Juan Pablo II de feliz memoria, a raíz de su visita a Cuba, tenemos feriado el día 25 de diciembre, día de Navidad; y sigue siendo cáscara, porque tenemos día de asueto, tenemos arbolito y guirnalda, puede que dentro de poco tengamos villancicos en los medios de comunicación- controlados por el estado-; pero aún así no tenemos la razón de todo esto.
Para los cristianos la Navidad es el día en que celebramos el nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios, que nació en la pobreza de un establo, acostado en un pesebre y rodeado de animales. Es la celebración de Dios que se hizo hombre y vive en medio de los hombres. La Navidad es el gran acontecimiento que marca la Historia de la Humanidad.
La Navidad es punto de encuentro para todos los hombres y mujeres sin distinciones y, mucho menos, exclusiones. Todos tenemos un sitio en aquel establo desde donde hemos sido convocados a vivir como hermanos.
En una sociedad que valora el “tener” por encima del “ser”, que divide y separa por la manera de pensar, que mira con recelo al que le han dicho que es su enemigo y busca como vencerlo y aplastarlo, Dios se acerca tanto a la persona humana que se hace uno más para decirnos que el valor de la persona está dado exclusivamente por su ser de persona. Que Él ha venido, en la figura de un niño indefenso, para decirnos que somos hermanos, que tenemos un origen común, y que debemos vivir en la paz, que siempre es fruto de la justicia y el amor.
Dios viene en esta Navidad, para decirnos que celebrar esta fiesta es creer en el valor de lo insignificante a los ojos de tantas personas, en la riqueza de los pobres y en la unidad de lo diverso.
Creo que esto es lo que necesita el pueblo de Cuba, cada uno de los cubanos, sólo así podemos vivir en una sociedad donde exista un clima de sosiego, de confianza, de solidaridad y de libertad, en el que sea posible tomar las riendas de nuestra propia vida y de la vida de la nación de la que formamos parte.
Celebrar la Navidad, es el anuncio de una gran alegría que llegue a todos los cubanos. Y esto sólo se logra si buscamos de una manera sincera y sin miedo, respuestas justas y claras para cada una de las interrogantes que agobian hoy a tantos cubanos y cubanas.
Respuestas que permitan, por un lado encontrar las causas del por qué vivimos en un ambiente de desolación y desesperanza y, por otro lado, buscar alternativas que permitan ponernos todos en camino en busca del bien de todo el pueblo.
Poner manos a la obra para construir una convivencia en la justicia, la libertad y la paz en la que todos encontremos sentido a nuestras vidas, debería ser el propósito de cada hombre y mujer de buena voluntad, en la Navidad de este año. Si es así, pongamos muchos arbolitos, de todos los tamaños, con muchas luces y adornos; estaremos anunciando que la esperanza es posible, que la última palabra la tiene el hombre porque Dios nos entregó el amor. Y el amor dignifica al hombre.
Entonces, ¡FELIZ NAVIDAD!.