Introducción
I. Dos observaciones de carácter general
. 1)La enseñanza social de la Iglesia es una hermenéutica: “una cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial”(1) Ello quiere decir que los documentos de la Iglesia sobre cuestiones sociales deben ser interpretados en el contexto en que salieron, aceptando que su enseñanza ha de ser completada por otros documentos posteriores respondiendo a nuevas situaciones: “continuidad y renovación” (2).
2) Como recuerda la Comisión de Justicia y Paz que ha organizado este evento, “las Semanas sociales son laboratorios culturales, donde la DSI debe ser aplicada y re-creada a la luz de la realidad circundante”; pero esta realidad circundante para Cuba -geográficamente una isla- es la sociedad internacional Es normal que, al redactar estas notas, el trasfondo y la preocupación sea la realidad actual de Cuba y de su Iglesia; pero esta realidad es mucho más compleja de lo que aparece, porque la sociedad cubana está ya sacudida y lo estará cada vez más también por ese “pensamiento único” que se introduce ineludiblemente dentro del paquete llamado modernización(3).
II. Angulo de visión en la encíclica Pacem in terris
Esta encíclica salió en una coyuntura social del mundo bien de terminada. Juan XXIII sufrió con intensidad la difícil tensión de la «guerra fría». En 1961 la República Democrática Alemana se rodeó con un muro fortificado de 47 kms de longitud y 4 metros de altura, para frenar la entrada de alemanes orientales. Y durante el verano de 1962 la URSS instaló en Cuba misiles balísticos capaces de llegar a los Estados Unidos; el presidente Kenedy amenazó con represalias nucleares, la humanidad entera paso unos meses de angustia por miedo a una catástrofe nuclear hasta que Kruschev, el 28 de octubre, decidió retirar los misiles. Después de las explicaciones dadas por su médico, el papa Juan entendió que le quedaba muy poco tiempo, y decidió consagrarlo a la causa de la paz: “como Vicario, aunque indigno, de Aquel a quien el anuncio profético proclamó Príncipe de la Paz, creemos que es obligación Nuestra consagrar todo Nuestro pensamiento, todo Nuestro cuidado y esfuerzo a obtener este bien en provecho de todos”(4). La primera redacción de la Pacem in terris estaba ya lista el 7 de enero de 1963, y fue publicada el 11 de abril, jueves santo.
El papa Juan XXIII parte de que la paz se fundamenta en la verdad y que ésta incluye la satisfacción de los derechos humanos.
“La paz de fundarse sobre la verdad”(5); “la convivencia entre los hombres será ordenada, fructífera y propia de la dignidad de la persona humana si se funda sobre la verdad, según la recomendación del apóstol san Pablo: deponiendo la mentira, hablad la verdad cada uno con su prójimo, porque somos miembros unos de otros” (6); “el orden que rige en la convivencia entre los seres humanos es de naturaleza moral; efectivamente se trata de un orden que se apoya sobre la verdad”(7); hay “una relación inseparable entre el compromiso por la paz y el respeto a la verdad”(8). Y concreta diciendo que es urgente que los seres humanos garanticen esa verdad de sus propias personas: por supuesto, “resulta absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado”(9); pero “ni el cese de la carrera de armamentos, ni la reducción de las armas ni, lo que es fundamental, el desarme general son posibles, si este desarme no es absolutamente completo y llega hasta las mismas conciencias” (10); es decir cada persona debe abandonar sus propios ídolos o falsos absolutos para vivir su verdad de criatura dependiente.
A su vez “el secreto de la paz verdadera reside en el respeto de los derechos humanos”(11) Por primera vez en la Enseñanza Social de la Iglesia hay una verdadera carta de los derechos y deberes humanos(12). Quiere decir que, si por una parte la paz se apoya en la verdad, y por otra parte la auténtica paz coincide con el respeto efectivo a los derechos humanos, la verdad y los derechos humanos van inseparablemente unidos. En este supuesto la Declaración Universal de los Derechos Humanos, año 1948 afirma en su Preámbulo: la salvaguarda de la libertad, de la justicia y de la paz “es el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”(13).
Ya pensando en el compromiso de los cristianos con los demás hombres en la construcción de la paz, es importante señalar otro detalle. En la PT Juan XXIII inauguró la costumbre de dirigir la encíclicas sociales no sólo a los católicos sino también a todos los que busquen con sincero corazón: “las líneas doctrinales brotan también de las exigencias íntimas de la naturaleza humana y caen, las más de las veces, dentro de la esfera del derecho natural; ello explica una innovación peculiar en este documento, dirigido no sólo al episcopado de la Iglesia universal, al clero y a los fieles de todo el mundo, sino también a todos los hombres de buena voluntad”(14).
1. Qué entendemos por “verdad”
El interrogante que hace siglos se hacía Poncio Pilato -”¿qué es la verdad?”- hoy es de actualidad máxima; estamos a punto de eliminar la verdad, dejar que se diluya entre las categorías vacías; hay como una cierta desazón a la hora de precisar y preferimos quedarnos un poco en el aire. El pensamiento moderno ha insistido mucho en la subjetividad y en la inmanencia con el peligro de caer en el subjetivismo y el intimismo negando la objetividad y la trascendencia. Podríamos hablar de verdad metafísica, verdad científica, verdad procesal, verdad ética, verdad histórica, verdad del arte, de la poesía.... Pero como aquí daré prioridad a la visión cristiana de verdad, quiero distinguir entre pensamiento moderno sobre la verdad, concepto tradicional heredado de Grecia antigua, y visión cristiana.
La idea de verdad en el pensamiento moderno
En la corriente existencialista derivada de Kierkegaard, “la verdad es la subjetividad”, o “la subjetividad es la verdad”; independientemente de que la persona centre su voluntad en un objeto bueno o malo, verdadero o falso, la verdad es la autenticidad en el propio comportamiento; si por ejemplo en mi oración me relaciono con un ídolo, si lo invoco con la sinceridad del corazón, estoy orando en verdad. Esta visión, aunque confunde verdad con sinceridad, destaca bien la importancia de las convicciones personales.
Según otra corriente pragmática –siguiendo a Nietzsche y William James-, la verdad no es realidad ontológica, no existe una naturaleza absoluta de las cosas; lo vedadero no es una realidad consistente que tratamos de alcanzar. Una cosa es verdadera en cuanto es útil para el progreso.; en cuanto da al hombre la posibilidad de superarse a sí mismo para llegar al superhombre: “el criterio de verdad se encuentra en la intensificación del sentimiento de poder”. Una teoría muy cercana a las teorías del marxismo. La teoría tiene su eco en algunas orientaciones recientes de teología: la verdad tiene que ser verificada por la práctica. Aunque esta visión pragmática deja de lado otros valores -amistad, contemplación, apertura a la gratuidad y a la trascendencia- y aunque en política puede conducir a la dictadura más inhumana, destaca bien otro aspecto importante: la verdad; no debe ir separada de la vida; una verdad que sólo puede ser contemplada y que no cambia nada en el mundo ni en el hombre, resulta estéril; la verdad debe estar abierta hacia el futuro, suscitar y nutrir la esperanza, impulsar la acción.
Un cierto positivismo. El espíritu científico y la mentalidad tecnológica de los últimos siglos vienen vinculado verdad y verificación; es verdadero sólo lo que se puede verificar. Un aspecto bueno es el aprecio por los datos concretos, por la objetividad; puede servir de contrapeso a la corriente subjetivista. Pero, según esa visión, la verdad se identifica con la verdad científica; esto supondría no admitir otra realidad que no sea empírica y en consecuencia negar cualquier otra dimensión de trascendencia o absoluto no controlable por la investigación de la ciencia.
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Juan XXIII.
Elevado al solio pontificio en 1958. |
Concepción clásica de la verdad
Según la filosofía griega, la verdad es fundamentalmente algo objetivo: la realidad misma de una cosa en cuanto conocida. Hay verdad por tanto cuando el espíritu se abre a la realidad objetiva; cuando hay correspondencia del espíritu con esa realidad: “adaecuatio intellectus ad rem”.Luego conocer la verdad significa conocer las cosas como son realmente; un juez quiere conocer cómo fe la realidad de los hechos, un historiador revuelve documentos antiguos para precisar lo que en realidad sucedió, mientras el filósofo reflexiona sobre la realidad de las cosas. Por eso muchos concluyeron que Dios es la verdad última que a todo da consistencia, como el sol es principio de toda luz.
Se ve la diferencia de esta visión respecto a la concepciones modernas de verdad. Mientras estas concepciones ponen la verdad en el sujeto -experiencia personal, autenticidad de su comportamiento, su fuerza creadora- la visión griega se caracteriza por el respeto a la objetividad. Mientras que las visiones modernas sobre la verdad destacan el la dimensión pragmática de la verdad que se demuestra en la acción, la visión griega, más estática, da prioridad a la verdad objeto de contemplación. No se trata de aceptar una visión de verdad, rechazando las otras. El hacer sin la contemplación del ser es ciego; pero el ser que no madura en hacer tampoco es fecundo. Tomás de Aquino insistió con razón en que la verdadera teología es a la vez especulativa y práctica.
La verdad según la visión cristiana
Se ha difundido ampliamente la opinión de que la revelación cristiana está ligada a la filosofía griega. Es innegable que históricamente hablando el pensamiento cristiano se ha expresado durante mucho siglos en categorías de la filosofía griega; pero es mentira la frase Nietzsche: “el cristianismo es un platonismo para el pueblo”. El cristianismo es una religión revelada no una filosofía aunque se sirva de categorías filosóficas para expresarse. En los primeros siglos Dios era llamado “Dios de la verdad” o “Padre de la verdad”; con estas expresiones los cristianos no designaban la idea platónica de que Dios es la realidad suprema, sino que nos ha dirigido su palabra, se autocomunica en una historia de salvación. El centro culminación en esa historia es la encarnación, buena y novedosa noticia donde el cristianismo se identifica y ofrece toda su originalidad:”la verdad resplandece para nosotros en Cristo, el cual es, al mismo tiempo, el mediador y plenitud de toda la revelación” (15). Sólo aceptando la encarnación continuada, podemos entender la verdad de la Iglesia como misterio, es decir “realidad profunda penetrada por la presencia de Dios”. Y si en la encarnación “el Hijo de Dios en cierto modo se ha unido a todo hombre”(16), también podemos y debemos rastrear la presencia de la verdad en todos los seres humanos.
Según la revelación judeocristiana, la verdad es como un modo de ser ligado a un modo de actuar. Se esta haciendo en la autocomunicación de Dios encarnado en Jesucristo; y en una encarnación continuada no solo en la Iglesia sino también en la evolución de la historia. Por eso hay que amar a la verdad como se ama a una persona, como se ama a Dios mismos revelado en Jesucristo.
En esta visión cristiana de la verdad como autocomnunicación de Dios en el ser humano que acoge con libertad, tienen cabida y deben ser asumidas las exigencias de la sensibilidad moderna respecto a la vedad. Esta conlleva una opción existencial responsable, pues, aunque Dios se autocomunique, la revelación sólo es posible cuando los seres humanos se abren a la palabra. La verdad implica también una decisión subjetiva: escuchar, dejarse alcanzar por esa palabra que gratuitamente nos llega; supone autenticidad en las convicciones. La verdad no es separable de la vida del hombre; quien experimenta la cercanía de Dios revelado en Jesucristo, se ve impulsado a superarse a sí mismo, a crecer en humanidad. De modo análogo a lo que hoy exige la calidad científica, la verdad según la visión cristiana, también debe ser verificada en un compromiso histórico; la filiación vivida inspira y alimenta el empeño por la fraternidad .
2. Articulación en dos verdades
La visión cristiana de la verdad como revelación o autocomunicación de Dios en una encarnación continuada se concreta en dos vertientes: cuál es la verdad de Dios y cuál es la verdad del hombre. Aunque a Dios nadie le ha visto, el Hijo nos lo dio a conocer; y también el Hijo, Jesucristo, “en su misma revelación del misterio del Padre, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”(17). La PT trata directamente sobre la verdad del hombre, si bien apoyando sus afirmaciones en la verdad de Dios. Vamos a comenzar por esta verdad de Dios que sin duda es fuente, luz y clave para interpretar adecuadamente la verdad de los seres humanos.
a- La verdad de Dios
La PT no trata explícitamente el tema. Pero hay algunas referencias indicativas. Una cuando justifica la consistencia los derechos humanos: “si consideramos la persona humana a la luz de las verdades reveladas por Dios, obligado es que la estimemos todavía mucho más, puesto que el hombre ha sido redimido por la sangre de Jesucristo, la gracia sobrenatural le ha hecho hijo y amigo de Dios y le ha constituido heredero de la vida eterna”(18). Más adelante la encíclica se refiere al orden moral, “universal, absoluto e inmutable en sus principios”, afirmando: “ese orden encuentra su exclusivo fundamento en el verdadero Dios, personal y trascendente”(19). Estas dos afirmaciones dan ya los marcos para reflexionar sobre la verdad de Dios.
En la visión bíblica la verdad es atributo de Dios tal como se ha revelado. Y el término verdad verdad (émeth) -se puede traducir como fidelidad, fiabilidad, firmeza, constancia- va unido a otros dos: compasión (hesed) misericodia, gracia; y justicia (sedakah ) rectitud e integridad. A veces se añade otra categoría: paz (shalon). Así canta el salmo 85: “la compasión y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se abrazarán, la verdad brotará de la tierra y la justicia descenderá del cielo”. Este concepto de verdad directamente tiene poco que ver con la visión griega de verdad: conformidad de la mente con la realidad objetiva
En su autocomunicación gratuita Dios es la verdad. Digno de confianza, su fidelidad es eterna; actúa siempre con misericordia y rectitud. Es la roca firme que no engaña ni deja caer. Y en esta línea la primeras comunidades cristianas celebran la novedad de la encarnación: en Jesucristo, “lleno de gracia y de verdad” se ha revelado la gloria de Dios. Hasta los mismos enemigos de Jesús percibieron esa transparencia: “Maestro, sabemos que eres veraz y que no temes a nadie porque no miras al status o rango social de las personas, sino que enseñas el camino de Dios en verdad”(20). Según esto, verdad aquí es un modo realizar la existencia que contrasta con la mentira, el engaño y la hipocresía. Por eso los primeros cristianos confiesan que Jesús es “la verdad, el camino y la vida” para todos(21).
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Jesucristo ante Poncio Pilatos. El miniaturista italiano
del siglo XV Cristoforo de Predis representó ese pasaje
bíblico en esta ilustración de un códice que se conserva
en la
Biblioteca Real de Turín, en la cual los personajes
aparecen ataviados con los ropajes de la época
en que fue pintada la obra. |
Se comprende ahora que la verdad de Dios se revela como afirmación y apoyo de los seres humanos y de sus derechos. Así lo manifestó Jesús de Nazaret en su conducta histórica. Si bien la religión cristiana no se reduce a una ética, hay una conexión intrínseca entre fe cristiana y conducta moral. Ya la ética secular, concretada en las declaraciones internacionales sobre derechos humanos, tiene su propia consistencia sin necesidad de ser bautizada, pero la fe cristiana sitúa esos derechos en una perspectiva teologal, en una vida de fe, esperanza y amor. Esta humanidad ha sido aceptada por Dios, no sólo grabando en ella su imagen sino enraizándola en su mismo ser divino mediante la encarnación..Podemos confiar y esperar porque Dios actúa ya en nuestra historia a favor de la liberación de la humanidad. Y en esta visión evangélica es posible el amor gratuito, una ética con gracia.
b- La verdad del ser humano
Según la revelación bíblica, hombre y mujer son imagen, fruto de Dios mismo autocomunicándose. Ahí está el punto de partida para la PT: “Dios ha creado al hombre inteligente y libre a imagen y semejanza suya”(22). Esta condición fundamenta los derechos humanos. Dios es más íntimo a nosotros que nosotros mismos, y la experiencia cristiana de Dios para amar incluso a nuestros enemigos. Si somos capaces de contemplar al ser humano como imagen de Dios, se imponen tres consecuencias elementales: 1) “profundo estupor ante la dignidad del ser humano(23); 2) “en toda convivencia bien organizada y fecunda se debe colocar como fundamento el principio de que todo ser humano es persona, es decir, una naturaleza dotada de inteligencia y de voluntad libre”(24); si Dios ha creado al hombre señor de todas las cosas, “el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene necesidad de la sociedad”(25); 3) si la naturaleza humana está dotada de inteligencia y de voluntad libre, tiene “unos derechos y deberes que, por universales e inviolables, son también absolutamente inalienables”(26). Esta visión sugiere que todos somos hermanos de la única familia que es la humanidad. En la revolución francesa brotaron tres reclamos: libertad, igualdad y fraternidad. El capitalismo se hizo cargo de la libertad y el socialismo de la igualdad; pero en la práctica de uno y otro sistema se ha olvidado casi siempre la fraternidad. Hay que retomar este proyecto de fraternidad, apoyados en que todos los seres humanos son imagen de Dios, y en otra verdad que recuerda la PT: “ el hombre ha sido redimido por la sangre de Jesucristo, la gracia sobrenatural le ha hecho hijo y amigo de Dios y le ha constituido heredero de la vida eterna”. En la realización verdadera de este hombre como hijo que actúa en libertad se manifiesta la verdad de Dios y brota espontáneamente la verdad del ser humano que se manifiesta en la fraternidad .
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Declaración de los Derechos del hombre y
del ciudadano, símbolo, no ya sólo de la Revolución Francesa,
sino también del mundo contemporáneo.
Art Resource, NY/Erich Lessing. |
El sello de la divinidad en el hombre conlleva tres dimensiones. En primer lugar se distingue de los animales: tiene que canalizar sus instintos indeterminados y construir su medio ambiente, creando su propia cultura; en esa tarea el Creador le ha dejado en manos de su propia decisión, es libre. En segundo lugar el ser humano solo crece y se perfecciona en sociedad, relacionándose con los otros; como exigencia de la propia humanización necesita escuchar, discernir y comprometerse con sus semejantes; hoy cada vez es más patente que los otros son la “humanidad”, la única familia humana. Finalmente, la dimensión trascendente. Llamado a ser más de lo que es el hombre se sobrepasa continuamente a si mismo, a su esencia pertenece la espera. El primer paso es la salida de si mismo para tener cosas, unas seguridades elementales de porvenir. Asi las Declaraciones de los derechos humanos que tuvieron lugar en el s.XVIII defendieron la propiedad privada para todos. Cuando falta ese aliciente para la primera trascendencia, el hombre no se mueve y permanece pasivo. Aunque los seres humanos logren tener cosas, la insatisfacción radical permanece, y espontáneamente se acercan a las puertas de los dioses; en el templo de Delfos hay una inscripción: conócete a ti mismo.
Esta verdad se concreta en derechos y deberes
Unos derechos. El ser humano, como viviente y en su peculiaridad sobre los demás animales, tiene derecho “a la existencia, a la integridad física, a los medios indispensables y suficientes para un nivel de vida digno”. Tiene derecho “al debido respeto de su persona, a la buena reputación, a la libertad para buscar la verdad y, dentro del orden moral y del bien común, a manifestar y defender sus ideas.., a tener una información objetiva sobre los sucesos públicos”(27); tiene derecho “a participar en los bienes de la cultura”, “a la libertad de elegir su propio estado y, por consiguiente, a crear una familia con paridad de derechos y deberes entre hombre y mujer”; a los padres “corresponde en primer lugar, el derecho de mantener y educar a sus propios hijos” (28).
A estos reclamos van unidos otros derechos a la hora de relacionarse con los otros en sociedad. Derechos en el ámbito de la economía: “no sólo a que se le ofrezca trabajo sino también a que él lo elija libremente, en condiciones tales que no sufran daño la integridad física ni las buenas costumbres, y que no comprometan el normal desarrollo de los jóvenes”(29), sino también derecho “a desarrollar las actividades económica según las normales condiciones de la responsabilidad personal”, “el derecho del obrero a una retribución del trabajo...,que sea suficiente para que el trabajador y su familia se mantengan en un nivel de vida que responda a la dignidad humana”; “el derecho a la propiedad privada sobre los bienes, aún sobre los bienes de producción”, si bien “al derecho de propiedad privada va inherente una función social”(30).
Y derechos en la gestión política. Todos tienen derecho “a tomar parte activa en la vida pública y el de contribuir personalmente al bien común”; tienen derecho a colaborar “en virtud de sus decisiones personales, es decir, tomadas por convicción, por propia iniciativa, en actitud de responsabilidad y no en fuerza de imposiciones o presiones procedentes las más veces de fuera”. De la sociabilidad de los seres humanos surge “el derecho de reunión y de asociación, como también el derecho de dar a la asociaciones la estructura más conveniente para obtener sus objetivos y el derecho a moverse dentro de ellas por la propia iniciativa y responsabilidad para que las asociaciones alcancen la finalidad deseada”; estas asociaciones “deben considerarse como absolutamente necesarias para asegurar a la persona humana una suficiente esfera de libertad y de responsabilidad”; “el derecho a la libertad de movimiento y de residencia dentro de la comunidad política en la que esté el ciudadano; y el derecho a emigrar hacia otras comunidades políticas y establecerse en ellas cuando así lo aconsejen justas causas” (31). Por su dimensión trascendente, el ser humano necesita unas metas asequibles que movilizan su creatividad y su esfuerzo por llegar a ser más de lo que es. Y en la búsqueda de esa trascendencia, tiene derecho a “honrar a Dios según el dictamen de su propia conciencia y profesar privada y públicamente la religión”(32). Cuando se satisfacen estos derechos que conlleva la dignidad humana, la convivencia se funda “sobre la verdad” del ser humano(33).
Y unos deberes. La PT introduce un reverso fundamental y saludable para que los derechos no queden reducidos a pronunciamientos abstractos, declaraciones vacías o reivindicaciones parciales. Los derechos “se hallan inseparablemente unidos en la persona que los posee con otros tantos deberes”; por ejemplo al derecho a la libertad de buscar la verdad, corresponde “el deber de investigarla siempre más amplia y profundamente”; nadie tiene derecho a instalarse en su propia verdad negándose al diálogo para caminar hacia la verdad completa(34). Y ya en la humana convivencia “a un determinado derecho natural de cada uno corresponde la obligación en los demás, de reconocérselo, respetárselo” y en la medida de lo posible procurar la satisfacción del mismo. Los derechos del otro son deberes míos y la conducta del otro tiene que verse afectada por mis derechos(35).
Novedad de la Encíclica respecto a la Declaración Universal de 1948
Los derechos humanos, apunta la PT son sustancialmente los mismos proclamados por las Naciones Unidas en 1948. Pero con algunas matizaciones muy significativas. Por ejemplo, el derecho a la emigración no se limita, como hace la Declaración de 1948, al propio país; toda persona “es miembro de la familia humana y pertenece en calidad de ciudadano a la comunidad mundial”(36). En vez de “libertad de pensamiento”, la encíclica trae la expresión “posibilidad de buscar la verdad libremente”, haciendo notar que la libertad de pensamiento tiene unos límites de carácter ético, “dentro del orden moral y del bien común”(37). En vez del derecho “a casarse y fundar una familia”, se dice “el derecho a elegir el estado de vida”, bien fundar una familia u optar por el celibato(38). Se defiende el derecho a la propiedad privada, pero añadiendo que a la misma”va inherente una función social” (39).
Estos matices sugieren ya que la principal novedad introducida por la Encíclica respecto a la Declaración de 1948 es sobre la fundamentación de los derechos humanos. Mientras esa Declaración de las Naciones Unidas los basa en “una concepción común y en un ideal común de los pueblos y naciones”(40), la Encíclica los fundamenta en dos columnas que sostienen el único edificio de la paz: 1) la naturaleza o condición de la persona: “en toda convivencia humana bien organizada y fecunda se debe colocar como fundamento el principio de que todo ser humano es persona, es decir, una naturaleza dotada de inteligencia y de voluntad libre” (41). Lo cual implica un correctivo y un imperativo. Un correctivo a cualquier organización o sistema social que postergue a los seres humanos en su dignidad y no satisfaga los derechos fundamentales de los mismos. Y un imperativo, porque los derechos humanos constituyen el patrimonio esencial de la persona, lo que primariamente le es debido, y por consiguiente anterior y criterio determinante para la eticidad de cualquier legislación positiva. Por eso los juristas del s. XVI, al debatir sobre los derechos de los indios, empezaron planteando si eran o no verdaderos seres humanos, hasta que Paulo III en 1537 declaró que los indios eran “capaces de sacramentos”, lenguaje que por entonces significaba su dignidad de personas. Los derechos humanos son el reconocimiento de lo que las personas son dentro de la vida social. En esta convicción apoyaban su denuncia profética Bartolomé de Las Casas y Francisco de Vitoria contra los atropellos de los colonizadores: “¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y tan horrible servidumbre aquestos indios?; estos ¿no son hombres? ¿no tienen almas racionales”(42); 2) la común pertenencia a la única familia humana: “el hecho de pertenecer a una determinada comunidad política de ninguna manera impide el ser miembro de la familia humana y pertenecer en calidad de ciudadano a la comunidad mundial”(43)
Consistencia y fuerza de los derechos humanos
Según la PT las leyes que regulan las relaciones humanas han de buscarse “allí donde Dios las ha dejado escritas, esto es, en la naturaleza del hombre”(44). Esta naturaleza se desvela como dinamismo vivo a lo largo de la historia en las declaraciones sobre derechos humanos. Son como aspiraciones comunes de futuro que van forjando una ética secular. La Iglesia reconoce que de la única naturaleza dotada de inteligencia y voluntad libre “directamente nacen al mismo tiempo derechos y deberes absolutamente inalienables”(45). Acepta la consistencia ética de la Declaración Universal reconociendo así que lo humano es un medio de posible revelación. Y amplía el horizonte desde el evangelio: todos somos imagen de Dios, y en consecuencia los derechos humanos tienen algo de divino(46). Es lo que implica la encarnación en todas sus consecuencias: Dios está con nosotros para siempre, en el dinamismo dela sociedad y en la comunicación de los seres humanos; en todos los lugares en que los hombres se reúnen alcanzados por el espíritu del Hijo que actúa en todo hombre que viene a este mundo
Es verdad que los derechos humanos han venido recibiendo distintas denominaciones: “derechos naturales, derechos del hombre y del ciudadano,, derechos individuales, libertades públicas, derechos fundamentales”. También han recibido distintas definiciones y justificación peculiar desde una visión religiosa, racionalista o jurídico-positivista. Pero en todo caso deben ser reconocidos como un sector de la normatividad jurídica referida a valores de la persona humana en sus dimensiones de libertad, autonomía e igualdad de condición en la vida social, que deben ser respetados en toda legislación y toda práctica política. No son meros ideales morales ni programas humanitarios. Enuncian una justicia básica y tienen una universalidad que no puede ser alcanzada por otro género de normas jurídicas. “Unos principios universales que son anteriores y superiores al derecho interno de los estados, y que tienen en cuenta la unidad y la común vocación de la familia humana”(47).
Repercusiones en y para la convivencia pacífica
La verdad del ser humano, explicitada y concretada en sus derechos fundamentales, determina la convivencia humana: relaciones entre los ciudadanos y los poderes públicos, las relaciones entre las comunidades políticas, y la relación de cada pueblo con la comunidad mundial. Así lo desarrolla en distintos apartados la PT.
Dos principios son como pivotes de todo el discurso:
1) la persona humana “es principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales”; 2) y la organización política debe “debe respetar el conjunto de condiciones sociales que permitan y faciliten, en lo seres humanos, el integral desarrollo de su persona”(48). Desde esos principios y a modo de ejemplo señalo algunos puntos de interés:
En la relación de los ciudadanos con los poderes públicos, “la autoridad es sobre todo una fuerza moral; no se funda tan sólo y principalmente en la amenaza, en el temor de las penas o en la promesa de premios; los gobernantes deben apelar en primer lugar a la conciencia, o sea, al deber que cada uno tiene de aportar voluntariamente su contribución al bien de todos”(49). Por el hecho de ser gobernantes “y por actuar en nombre e interés de la comunidad, no pueden en modo alguno faltar a las exigencias de su dignidad persona”(50); consideren como su deber principal el que los derechos humanos “sean reconocidos, respetados, armonizados, defendidos y promovidos; y por otra parte que cada uno pueda más fácilmente cumplir sus deberes”(51). Para servir a la satisfacción de los derechos humanos, la encíclica estima muy conforme a la naturaleza una organización de las comunidades políticas “fundada en una conveniente división de los poderes en correspondencia con los tres principales de la autoridad pública: legislativo, ejecutivo y judicial”(52)
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Pio XII un Papa que trabajó por
la paz de la humanidad. |
La relación entre las distintas comunidades políticas debe funcionar con “la misma ley moral que regula las relaciones entre los hombres”(53).Esas relaciones “han de estar reguladas por la verdad; y la verdad exige que se elimine por completo toda huella de racismo”. Como no existen seres humanos superiores por naturaleza, “tampoco existen diferencias naturales entre las comunidades políticas, todas son iguales en dignidad natural, pues que son cuerpos cuyos miembros son los mismos seres humanos”. Otra vez aquí se remite de modo implícito a la única familia humana, y se hace una llamada urgente a “la acción solidaria de todos” “una solidaridad cordialmente practicada”que la misma encíclica identifica con “la caridad cristiana”(54). En esta perspectiva hay que suprimir toda la carrera de armamentos, hasta un desarme “que llegue a los mismos espíritus, eliminando de los corazones hasta el mismo temor y la angustiosa psicosis de la guerra”(55)
3. Para construir la paz, hacer la verdad en este mundo
Quiere decir que paz y verdad aquí no se definen como categorías abstractas. La paz se construye y la verdad se hace dentro de un mundo concreto y en un dinamismo histórico que incumbe y nos implica.
La paz se construye
Shalom en el mundo bíblico es el saludo con el deseo de todos los bienes materiales y espirituales. Bienestar del hombre que vive en armonía y es feliz en la existencia cotidiana de relaciones consigo mismo, con Dios, con los otros vivientes y con su entorno creacional. La paz designa un estado de cosas donde se articulan la gratuidad, la compasión y la justicia. Como el mismo ser humano, la paz está en proceso de gestación y se va construyendo gracias al impulso del Creador que actúa en el interior de los seres humanos, y gracias también al compromiso libre y responsable de los mismos. La paz se busca, se construye. Los profetas de Israel libraron un combate por la verdadera paz. Jesucristo es nuestra paz porque con su vida y su martirio, inspirados en el amor, derribó los muros de separación entre los pueblos.
Haciendo la verdad
Pío XII hizo suyo el lema “la paz obra de la justicia”(opus iustitiae pax). Pablo VI propuso el desarrollo como “el nuevo nombre de paz”(56). La PT dice que la paz “no se puede establecer ni asegurar, si no se guarda íntegramente el orden establecido por Dios”(57); pero, según la encíclica, en este orden “ se ha de colocar como fundamento el principio de que todo ser humano es persona, es decir una naturaleza dotada de inteligencia y voluntad libre” con unos derechos y deberes fundamentales(58); luego la paz será fruto de satisfacer la dignidad de los seres humanos con sus derechos y deberes inalienables. Veintiséis años después, Juan Pablo II dirá que la paz es fruto de la solidaridad ( opus solidaritatis pax) ; al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas -gratuidad total, perdón y reconciliación- la solidaridad se supera a sí misma, y entonces el prójimo “no es solamente ser humano con sus derechos e igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo”(59). La visión cristiana me hace comprender que el otro es mi hermano y que soy responsable de su suerte.
Implícitamente se afirma que la paz se construye “haciendo la verdad” del ser humano garantizada por la verdad de Dios, dentro de un mundo y de una historia que se ven amenazados de inhumanidad. Y esa verdad del ser humano se concreta en sus derechos y deberes inalienables
La conducta humana de Jesucristo es la transparencia de Dios mismo en la historia y la realización de la humanidad nueva en el tiempo; una “teopraxis”, una práctica histórica sobre la verdad de Dios, que por fin emerge y se manifiesta la verdad sobre el hombre, dentro de un mundo y de una historia desfigurados por la mentira. A Jesús le condenaron por blasfemo; no porque inventó un filosofía nueva sobre la divinidad, sino porque implicó a Dios en la liberación de los hombres; porque se sentó a comer con pobres y pecadores, porque curó a enfermos condenados a la exclusión, porque defendido la dignidad de las personas, sus derechos y deberes, como aceptadas y amadas incondicionalmente por el Padre. como imagen. Así lo celebraban con gozo los primeros cristianos: “la verdad está en Jesús”, “en su rostro se asienta la gloria de Dios”; “se manifestó la benevolencia o filantropía de Dios a favor de los hombres”, “en Verbo encarnado ha llegado para nosotros la gracia de la verdad”(60). Jesús no es la verdad en el sentido de la filosofía platónica, como si quisiera mostrar en sí mismo el ser absoluto y divino; es la verdad porque siendo y actuando expresa la presencia benevolente de Dios comunicando vida y dignificando a todos los seres humanos. En Jesucristo se plasmaron la verdad de Dios y la verdad del hombre.
Cristinos son los que se dejan alcanzar por el “Espíritu de la verdad”, tal como se ha manifestado en la conducta histórica de Jesucristo. Gustan la verdad de Dios como amor, viven la experiencia de hijos y hacen la verdad del ser humano en la historia. Impresiona la teología del cuarto evangelista: “el que hace la verdad, se acerca a la luz”(61). No solamente los bautizados, sino todos aquellos que se dejan alcanzar por el espíritu de Jesucristo y actúan en consecuencia, caminan ya en la luz, descubren la verdad y la dignidad de todo ser humano, procuran satisfacer sus derechos inviolables, y así construyen la paz. En esta visión de la verdad como práctica se comprenden las afirmaciones de la PT: la paz no se puede construir, si no se guarda “el orden moral universal, absoluto e inmutable en sus principios, que encuentra su exclusivo fundamento en el verdadero Dios, personal y trascendente”(62). Pero este orden se apoya en la verdad -de Dios y del hombre- “que debe realizarse según la justicia, exige ser vivificado y completado por el amor mutuo, y finalmente encuentra en la libertad un equilibrio cada día más razonable y más humano” (63). Según la Biblia, Dios es verdad, misericordia y justicia, interviniendo en una historia de salvación; son tres dimensiones que van unidas en la práctica histórica de Jesús, y no son separables en quienes han sido alcanzados por el evangelio que no es teoría abstracta sino anuncio de una buena noticia e invitación a una práctica existencial: hacer la verdad en una sociedad asaltada continuamente por la mentira.
La verdad cristiana es una categoría englobante, incluye el amor, la justicia y la libertad. Según el apóstol Pablo, pecado es “matar la verdad con la injusticia”(64); actuar en la mentira. Primero mato la verdad del otro a quien utilizo como una cosa olvidando que también es imagen del Creador, mato mi propia verdad pretendiendo ser absoluto como Dios mismo, y consiguientemente es siempre una ofensa a Dios, único señor, que nos sigue mirando y manteniendo a todos con amor. La injusticia, el odio y la opresión son expresiones de la mentira; obras del diablo, “mentiroso y homicida desde el principio”(65)
Camagüey, 18 de novienbre 2004
Notas
1. Enc.
Sollicitudo rei socialis
(SRS) 30 dic 1987, 41
2. SRS, 3
3. El “pensamiento único” implica que “lo económico predomina sobre lo político; en el nombre del realismo y el pragmatismo se sitúa la economía en el puesto de mando; la economía, desembrazada del obstáculo social, especie de resabio patético, cuyo peso sería causa de agresión y de crisis”.Es la economía que sirve a los intereses de los poderosos sin ningún control ético ni social. Se manifiesta con toda claridad en la globalización con la exclusión de los más débiles (I. Ramonet,
Un mundo sin rumbo. Crisis de fin de siglo
,Madrid 1996)
4. Enc Pacem in terris (PT) 166
5. PT, 167
6. PT, 35
7. PT , 37
8. Así lo ratificó Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial de la Paz, 1 en.2003, 8
9. PT, 127
10. PT, 113
11. Es el título que Juan Pablo II dio a su Mensaje en la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero, 1999
12. La PT es el fin de un contencioso que comenzó con el breve Quod aliquantum de Pío VI (10 marzo de 1791) condenando los “Derechos del hombre y del ciudadano”, proclamados dos años antes en la Revolución Francesa; aunque la intervención pontificia tuvo su justificación en el clima antieclesiástico de aquellos reclamos, hay que reconocery lamentaraquel desencuentro. León XIII en la Rerum novarum (1891) se refirió a los derechos económicos y sociales, pero mantuvo su oposición a los derechos civiles y políticos, especialmente a la libertad religiosa y a la libertad de expresión. Pío XI (1937) y Pío XII (1942) iniciaron un tímido acercamiento a esos derechos. PT ( 8-27) presenta el elenco de los derechos humanos
13. Considerando 1º
14. Esa costumbre siguieron después Pablo VI –Populorum progressio- , y Juan Pablo II -Redemptor hominis, Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus-.
15. Vat. II, Const Dei Verbum (DV)2. La Iglesia católica es maestra de la verdad porque su misión es “anunciar y enseñar competentemente la verdad que es Cristo”(DV,14)
16. GS,22
17. Vat II, GS, 22
18. PT, 10
19. PT, 38
20. Mc 12, 14.
21. Jn 14,6
22. PT, 3
23. Enc Redemptor hominis, 10
24. PT,9
25. PT, 3; Vat.II, GS, 25
26. PT, 9
27. PT, 11 y 12
28. PT, 13-17
29. PT, 18 y 19
30. PT, 20, 21 y 22
31. PT, 23-26
32. PT, 14, 34
33. PT, 35
34. PT, 28
35. PT, 30 35
36. PT, 25
37. PT, 12
38. PT, 15
39. PT, 22
40. Declaración Universal de los Derechos Humanos, 10 de dic. de 1948, Considerando 7
41. PT, 9, 145
42. Son palabras del sermón pronunciado por Antonio Montesinos en La Española , el cuarto domingo de adviento del 1511 ante las autoridades colonizadoras de la Isla. En esta escuela dominicana se inscriben Francisco de Vitoria y Bartolomé de Las Casas.
43. PT, 25
44. PT, 6
45. PT, 9. “Cuando las relaciones de la convivencia se ponen en términos de derechos y obligaciones, los hombres penetran en el mundo de valores espirituales, y comprenden qué es la verdad, la justicia y el amor...;bajo este impulso se encuentran en el camino que les lleva a conocer mejor al Dios verdadero”(PT,45)
46. En esa idea conviene leer Mt 25,31 s
47. Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero, 2004, n.5
48. Vat II, GS,25; PT, 3 y 58 remitiendo a la enc. Mater et Magistra (AAS 53,417)
49. PT, 48
50. PT, 81
51. PT, 60
52. PT, 68-69
53. PT, 80
54. PT, 98, 107, 114. Es importante observar la evolución en la enseñanza social de la Iglesia de la Iglesia.
55. PT, 113
56. Enc Populorum Progressio, 87
57. PT, 1
58. PT, 9
59. SRS, 39 y 40
60. Ef 4,21; 2 Cor 4,2-6; Jn 1,17; 14,6
61. Jn 3,21
62. PT, 1 y 38
63. PT, 37
64. Rm 1,18
65. Jn 8,44 y 55 PT, 65 Aunque la encíclica no trae nombre de personas ni de grupos, todos entendieron que la crítica y el comentario se referían al marxismo tal como estaba funcionando en el bloque soviético. Se confirmó cuando días después con el patrocinio del Secretariado Pontificio para los no-creyentes, comenzaban en Salzburgo conversaciones entre católicos e intelectuales marxistas. Es de notar sin embargo que la encíclica abre una ventana de oxígeno cuando dice: hay que distinguir entre ideología inicial de un movimiento y su evolución posterior; pudiera ocurrir que el movimiento surgido de esa ideología hubiera ido renunciando con el tiempo a buena parte de los elementos inaceptables; de ser así “ ¿quién puede negar que en la medida en que tales corrientes se ajusten a los dictados de la recta razón y reflejen fielmente las justas aspiraciones del hombre, puedan tener elementos buenos y merecedores de aprobación?”(PT, 159).