Revista Vitral No. 67 * año XII * mayo-junio de 2005


ÚLTIMA HORA

 

"EL OBISPO NO ESTÁ MÁS ARRIBA DE LOS CRISTIANOS, SINO ES UN CRISTIANO ENTRE LOS OTROS, HOMBRE COMO LOS OTROS"

HOMILÍA DE MONS. JOSÉ SIRO GONZÁLEZ BACALLAO
EN LA ORDENACIÓN EPISCOPAL DEL PADRE MANOLO

Momento en el que
le entregan el Báculo,
símbolo de su autoridad episcopal.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Queridos hermanas y hermanos todos,
Querido Padre Manolo:
Sentimientos variados embargaron mi alma cuando supe la noticia, aún bajo secreto pontificio, de que el P. Manolo había sido elegido obispo de Matanzas. Por una parte perdía al amigo fiel y hermano servicial, apoyo en los momentos difíciles y partícipe de alegrías y penas, el colaborador seguro y eficaz, el sacerdote capaz de múltiples servicios, etc. etc.
Por otra parte, la Iglesia cubana contaba con un obispo más, la Diócesis de Matanzas tenía de nuevo su pastor y el pueblo fiel podía confiar con un sacerdote celoso y abnegado que le ayude en un nuevo servicio que el Santo Padre Benedicto XVI le confiaba.
Hoy, día de la fiesta con que honramos al Inmaculado Corazón de María, colman las naves de esta Santa Iglesia Catedral, familiares y amigos del Padre Manolo, los Sres. Obispos, gran número de sacerdotes, religiosas y pueblo de Dios que participan en esta solemne Eucaristía en que será ordenado de obispo este siervo fiel y prudente.
Las lecturas nos hablan del temor de Jeremías a dar el Sí al Señor que le escoge, le consagra y le llama para ir a donde le envíe, hacer lo que le mande, sin miedo a nadie. Como dice la canción, “Ve por el mundo, grita a la gente, que el amor de Dios no acaba, ni la voz de Dios se pierde”.
El Salmo 95 nos recuerda el espíritu misionero que debe animar toda nueva vida, precisamente consagrada al anuncio del Evangelio.
En su 1ª Carta, San Pedro nos recuerda encarecidamente que debemos ser pastores del rebaño que Dios nos confía al estilo del buen pastor, no como déspotas ni asalariados, sino generosos y sacrificados.
En el Evangelio contemplamos a María, sierva del Señor, cuyo destino glorioso se canta en el Magnificat, convertirse en el “siervo Israel”, convertirse en todos nosotros que, en unión con su fe, somos hijos de Abraham, pueblo de Dios, herederos de su promesa. Leemos pues en el Magnificat esa profecía del acontecimiento de todo el cuerpo de la Iglesia que los Santos Padres leyeron en muchas páginas de la Escritura: “Desde el comienzo de la Escritura, en el frontispicio de la historia, estaba ya presente el misterio de la Iglesia.
Ten muy presente, querido Padre Manolo, que el obispo es ante todo un cristiano, su más grande aspiración, su deseo único, es permanecer siempre cristiano, morir como cristiano.
El obispo no está más arriba de los cristianos, sino es un cristiano entre los otros, bautizado junto a los otros bautizados, hombre como los otros. Un hombre con las virtudes y los defectos de todos los vivientes sobre la tierra, con las esperanzas y las desilusiones, con sueños y temores, con sus proyectos, características y recurrentes dificultades. Lo que más interesa, de hecho, no es ser sacerdote, hermano, obispo o Papa, sino el ser hijo de Dios, ser un bautizado. Ya lo decía en su tiempo San Agustín cuando afirmaba: “Soy obispo para ustedes, cristiano con ustedes”.
La llamada, la vocación, parte de una elección que el Maestro hace. Ningún apóstol se presentó por sí mismo a Jesús, ninguno le pidió ser apóstol. Lo mismo pasa con el obispo. Nadie se presenta (aún cuando hay muchos sacerdotes capaces). Ninguno escribe al Papa y dice: “Yo puedo ser obispo”. Si alguno lo piensa, se equivoca ya de por sí. Las cosas ocurren de otra forma. Un día te llama el Sr. Nuncio, te da la noticia: “El Papa te ha nombrado obispo de ... todo es secreto, no puedes comunicarlo a los demás.
Te quedas aturdido, incrédulo, trastornado, pero comienzas a tomar confianza y a perder el temor. Desde ese momento la vida cambia. Así lo quiere Dios. Tomas la pluma y escribes al Papa: “Gracias por la confianza, obedezco, Santo Padre, bendígame”. Y está hecho todo. Soy parte de esa preciosa cadena de los apóstoles y sus sucesores en el decursar de los siglos. Jamás ha habido un tiempo sin obispos. Tiempos con pocos sacerdotes, sin diáconos, ciertamente ha habido, pero jamás han faltado los obispos en la Iglesia; la sucesión del obispo de Roma, el Papa, es inisterrumpida, también la sucesión de los obispos es ininterrumpida desde su origen. El Concilio llama a los obispos “los sacramentos a través de los cuales se transmite la semilla apostólica”. (L.G. 20).
Mira al obispo, a cualquier obispo, y no te equivocas si dices: es sucesor de los Apóstoles, es el Apóstol que el Espíritu Santo ha mandado para guiar nuestra Iglesia, nuestra Diócesis...
La sucesión apostólica se transmite, junto con los poderes de los Apóstoles, como acontecía desde el principio, con la imposición de las manos, de parte de otros obispos válidamente consagrados.

Momento en el que le colocaban
la Mitra al nuevo Obispo.

El Sacramento del Orden es el Sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles, continúa ejercitándose en la Iglesia hasta el fin de los tiempos, es por tanto el Sacramento del Ministerio apostólico y comprende tres grados: episcopado, presbiterado y diaconado (Catecismo de la Iglesia Católica 1,536).
Con la ordenación, es decir, recibiendo el Sacramento del Orden, un hombre, un cristiano es consagrado para ser constituido idóneo apacentando al pueblo de Dios con la palabra y la gracia.
La ordenación es una gran oración que se invoca después de la imposición de las manos por el obispo y hace de un bautizado diácono, presbítero u obispo.
El Concilio Vaticano II enseña que “con la consagración episcopal se confiere la plenitud del Sacramento del Orden, que por esto se llama en la liturgia de la Iglesia y en el testimonio de los Santos Padres “supremo sacerdocio” o “cumbre del sagrado ministerio.
Muchos son los valores y las virtudes que se piden al obispo. San Pablo le reclamaba a su discípulo Timoteo una larga lista de virtudes. Pablo VI hizo un cuadro de la vida del obispo que resumió en tres condiciones. Ser para todos: padre, hermano, amigo.
Ser padre: con el ardor de San Pablo, que se desgasta por sus hijos y que grita en voz alta: ¡los quiero mucho, porque os he generado! Soy padre para todos Uds.. Como Jesús revela el rostro y el amor del Padre, también el obispo, con su vida, con su comportamiento, con sus palabras, debe revelar el rostro bueno de Dios, que es nuestro Padre. El obispo es ante todo Padre, porque en la Iglesia tiene el puesto del Padre y debe revelar a todos que su corazón es un corazón de padre.
Hermano: el obispo es y debe ser hermano con los hermanos: como José, también él debe revelar a los hermanos que no lo conocen, que es un verdadero hermano, hombre con los hombres, hombre entre los hombres. Cuidado con dar la impresión de estar sobre los hombres.
Dice San Agustín que es”tarea de quien ama, apacentar el rebaño de Dios”. Por esto la caridad pastoral es la primera virtud que el obispo debe tener, porque su vida y su ministerio son una respuesta de amor. Los antiguos decían: “al hijo mudo, la mamá lo entiende” El obispo debe ser exactamente así, debe entender aún a quien no logra hablar. Esto lo hace el corazón, sólo el corazón.

Homilía de Mons. Siro, a la izquierda el Cardenal Jaime Ortega
y Alamino, a la derecha, el Arzobispo de Santiago de Cuba
Mons. Pedro Meurice Estiú, los otros dos obispos consagrantes.

Amigo de todos: Hermano y Padre, pero también amigo. Amigo de todos, porque a todos abre el corazón y acoge a todos con serenidad, espontaneidad, sinceridad. Pero sobre todo, amigo de sus sacerdotes. Más aún que conocerlos uno a uno y seguirlos con afecto paternal y fraterno, el obispo debe comprometer sus fuerzas para crear una verdadera familia diocesana.
Al hermano se pide la ayuda; al padre, el amor; al amigo, la sinceridad y la franqueza.
Un obispo amigo ¿quién no lo querría? Y ¡quién, entre aquellos que están lejos de la fe, entre quienes no comparten los pensamientos de Cristo, ¿no aprecia al amigo, un amigo sincero e importante, como puede ser el obispo! La amistad a veces, constituye un vínculo tan profundo, que lleva a establecer relaciones constantes, afectuosas, aún permaneciendo cada uno en su propia posición.
Lo dijo el Señor Jesús: “Yo no los llamo siervos, sino amigos”.

Entrega del Anillo, signo de su compromiso
con Cristo, su Iglesia y su pueblo.

Pero ¡cuán difícil es encontrar el camino justo en todas las cosas! ¡cómo es de difícil conciliar las exigencias de la verdad, la claridad y la comprensión! No siempre es fácil, porque el obispo es también un hombre como todos; a veces las nubes se espesan sobre él, pero el día que no sea capaz de hablar sereno y tranquilo, debe hacer una sola cosa: callar. Lo que cuenta, sin embargo, en la vida del obispo, es que viva el servicio del Maestro con humildad y confianza, confiando en la luz y en la ayuda del Espíritu Santo pero también en la colaboración de los sacerdotes y de la gente y todo ello con alegría. Recuerda lo de san Pablo: Estad siempre alegres. Os lo repito, estad alegres.
Muchísimas consideraciones se podrían hacer, pero no hay lugar a ellas en este momento. Este es el misterio del obispo: el misterio de un hombre como los otros hombres, pobre, débil, pecador, elegido y consagrado para una tarea altísima que desempeña, no a título personal, sino en nombre y en lugar de Cristo
Termino, querido Padre Manolo esta lista de consejos , con uno muy particular: Que la Eucaristía sea el centro de tu vida y que en el centro con Cristo esté la Virgen María, modelo de consagración episcopal, ejemplo fúlgido de donación a los hermanos. Ahora más que nunca llámala MADRE.
Ánimo, Padre Manolo. El Señor que te llamó a tan excelsa obra, sin dudas te ayudará a realizarla. Amén.

 

Revista Vitral No. 67 * año XII * mayo-junio de 2005