Revista Vitral No. 67 * año XII * mayo-junio de 2005


SUELTO


CULTURA DEL DIÁLOGO

RAÚL F. CASTILLO MENÉNDEZ


 

 

 

 

Antecedentes

En la antigua Grecia, cuna del pensamiento científico occidental, los filósofos como Sócrates (469-399 AC) primero, y su discípulo Platón (aprox.427-? AC) después, tuvieron plena conciencia del valor de la comunicación como instrumento para buscar la verdad. Tan es así, que una parte importante de sus vidas la dedicaron a desarrollar teórica y prácticamente el método del diálogo, lo cual inició una manera original de hacer filosofía.
Si desde la antigüedad la implementación del diálogo fue descubierta como un adecuado y necesario procedimiento para robustecer el pensamiento humano, no podemos por ello ignorar que también representó un freno y un alto costo para muchos pretender practicarlo; digamos el caso Galileo: el poder prevaleciente de la época lo castigó severamente cuando escribió en 1632 la obra titulada Diálogos dedicada a explicar sus resultados experimentales sobre la polémica del sistema heliocéntrico, en contraposición al geocéntrico. Pudieran mencionarse muchos ejemplos más, incluso con desenlaces peores, antes y después de este caso, pero no es la intención. El propósito es presentar, mediante este conocido hecho histórico, la existencia del peligro de ser acusado y sancionado por intentar plantear puntos de vista diferentes al vigente en lugares donde no se permite legalmente la libre expresión de ideas y posiciones encontradas. El totalitarismo —con sus tonalidades, manifiestas o solapadas— obstaculiza cualquier esfuerzo que estimule la pluralidad democrática. Salvando las distancias de las épocas precedentes, aún algunos países mantienen estos arcaicos regímenes, matizados por estructuras comunitarias rígidas y cerradas cuyo efecto paralizante al progreso social se hace evidente a corto, mediano o largo plazo. Sin embargo, a pesar de la lenta marcha o retrocesos sociales que los sistemas autoritarios provocan, los adelantos humanos no se detienen definitivamente, porque entre las múltiples causas, la fuerza del diálogo —con su dimensión activa y participativa en la vida comunitaria— siempre juega un papel importante en el desarrollo cultural de los pueblos. Fomentar, consolidar y rectificar conductas que busquen soluciones a problemas de la vida personal, familiar, social, política, científica, religiosa, económica, entre otras tantas, están presentes en el ser humano, aunque en ocasiones y por variadas razones no se manifiesten. No conozco aspectos de la cotidianidad ajenos al diálogo, porque éste se produce aún con uno mismo, lo cual para el creyente religioso significa ir al encuentro con Dios.

Escuela de Atenas (1510-1511) es uno de los frescos que Rafael pintó para decorar las estancias del Vaticano. En él aparecen Platón y Aristóteles (centro) así como otros filósofos y eruditos griegos.


El valor del diálogo interno se ve reflejado en la historia de la filosofía por muchos y diversos pensadores. Hago referencia solo a tres relevantes figuras que vivieron en épocas y pensamientos muy diferentes: Platón (s V,A.C.), en el desarrollo de su teoría del conocimiento llegó a decir que el pensamiento es el diálogo del alma con uno mismo, San Agustín (354-430, D.C ),cuando empleó el habla consigo mismo para hallar la verdad que habita dentro de sí; y Gadamer (1900 – 2002), en su obra fundamental Verdad y método(1960), donde la experiencia de la verdad y el arte quedan abiertas al diálogo consigo mismo.

Ventajas de la variedad informativa

En la sociedad contemporánea la información es predominante y prácticamente inevitable. Cuba, de una u otra manera, está inmersa en ella. A pesar del cúmulo cognoscitivo e informativo que recibimos los cubanos, muchos de nuestros problemas se deben a la comunicación, o mejor dicho a la incomunicación y aún peor, a la parcialidad y distorsión de ella. Pudiera parecer paradójico que con tanto flujo informativo padezcamos de desinformación. Ante tal situación —nuestro país y el planeta no escapan a ello— se impone el discernimiento informativo para no vivir confundido o abrumado por la compleja realidad circundante.
En nuestro caso, decantar la información no deseada dentro del limitado conjunto que se nos ofrece, es poco probable, pues a veces preferimos vivir distanciados o sencillamente desconectados de la actualidad comunicacional oficial ante el inevitable “más de lo mismo”. Es como un escape de resistencia para sobrevivir sicológicamente y evitar caer en los que algunos llaman el “síndrome de la indefensión aprendida” o de “desesperanza adquirida”. No se trata de obviar la necesidad de conocer profundamente una materia o una temática determinada, digamos de manera vertical, porque los perfiles o especialidades del saber académico y noticioso han existido y seguirán existiendo. Se trata de la posibilidad de acceder a las diversas especialidades, es decir, de forma horizontal; y de lo que emane de las interrelaciones entre ellas, es lo que parece evidenciar uno de los caminos más alentadores por donde transita el actual desarrollo intelectual en las sociedades más avanzadas.
Esta interpretación, vista a la luz de nuestros tiempos, es posible por estar en un entorno global el cual permite visualizar y constatar la diversidad como valor y no como antivalor. Lograr estar en un medio donde se admita desenvolverse libremente ante la variedad oscilatoria de criterios y acciones entre puntos contrapuestos, es una de las vías para enseñar a la persona a utilizar el diálogo plural, abierto y transparente como un arma imprescindible para progresar. El producto intelectual no solo se fortalece por el estudio académico, sino también mediante el debate plural y abierto.
Por otro lado, con la diversidad no intento licitar aquello que transgreda la vida privada, sexual u otras manifestaciones de irrespeto a la dignidad humana. Abogo porque las ediciones o el lenguaje discursivo público mantengan sus particularidades y perfiles temáticos con sus normas éticas y reglas preestablecidas, pero en su conjunto, necesitamos encontrar —al menos, para el que lo desee o necesite— la diversidad de pensamientos y aceptarla como riqueza humana y no excluirla o prohibirla por considerarla mediocre, no estar de acuerdo con ella y en el peor de los casos no decirla por conveniencia.
Por ejemplo, para llevarlo a un plano polémico y actual, traigo el tema de la globalización, vista por Thomas Friedman, analista político internacional de The New York Times y el director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet. El debate se publicó simultáneamente en la revista norteamericana Foreign Police — que organizó este intercambio de opiniones— y en Le Monde Diplomatique. Posteriormente salió publicado íntegramente en otros medios de comunicación1. La referencia a este encuentro —hay otros, incluso más recientes— intenta ilustrar cómo dos concepciones radicalmente opuestas, pudieron ser debatidas, con sus respectivas argumentaciones. Cada cual presentó sus verdades, ante la realidad globalizadora del mundo, sin violencia ni rupturas, sin vencedores ni vencidos. Más bien, el triunfo cayó en las sociedades democráticas propiciadoras e integradoras de encuentros como éstos. Hace poco leí en el periódico Granma2: “Exigimos transparencia, solidez investigativa y respeto a las ideas diferentes”. No hay expresión tan oportuna, semejante y coherente a lo que se quiere defender en este artículo. Pero la frase queda incompleta, por un lado, parcialmente cerrada por la poca o ninguna publicidad de las enriquecedoras y controvertidas intervenciones foráneas en los diversos pensamiento allí debatidos y por el otro, la no inclusión de las diversas posturas de pensamiento de carácter interno nacional. El diálogo personal o comunitario no es solo hacia fuera, hacia dentro también. La transparencia, solidez investigativa y el respeto a las ideas diferentes de carácter académico sirven de muy poco si no se es capaz de propiciar la posibilidad de aplicarlos al hacer cotidiano de todos los miembros de una sociedad.
Usando un término geométrico, pudiera decirse que las asimetrías de pensamientos estimulan una refrescante dinámica, mientras se denota una desagradable lentitud en las simetrías de vida. Estas últimas, en su mayoría, nos conducen a la percepción de una vida humana sin interacciones críticas, lo cual es totalmente incierto. Cada verdad puede ser vista e interpretada por muchos lados y en ello esta implícita la contradicción. Lejos de buscar lo que uno u otro quieran escuchar, es crear el contexto educativo y práctico, libre del castigo, donde cada cual piense, diga y actúe lo que sienta o entienda. Cada día se hace más evidente, en mi opinión, que una de las tareas del pensar hay que buscarla en el encuentro. Encuentros —entre nuevos y viejos, iguales y opuestos pensamientos— que garanticen el debate abierto. En esa estructura monolítica, vista a través de la responsabilidad y el respeto a las diversidades de pensamientos y acciones como una realidad, la cultura del diálogo no solo es un deseo, sino una insuperable e imperiosa necesidad. En ello, se fundamenta unos de los tesoros del ser humano. Empezar a cultivarlo sería una acertada decisión.

Panel pintado por Simone Martini
dedicado a san Agustín Novello y representa al santo
rodeado de escenas que ilustran cuatro de sus milagros.

El valor del antagonismo

El diálogo no puede reducirse a una determinada esfera de la sociedad ni tampoco puede ser impuesto. Sin él, quizás sea difícil moldear integralmente la personalidad humana. En otros contextos se ha enfatizado que el diálogo no es simplemente hablar con el otro ni tan siquiera intercambiar opiniones, es eso y algo más. Es asistir con voluntad de acercarse a la verdad y al bien común, dispuestos a adquirir y entregar compromisos de carácter consensual de pensamiento y obra, ello constituye materia prima imprescindible para que se produzca la participación abierta, sincera y respetuosa entre las partes. Fijémonos en el vocablo subrayado entre. Esta preposición tiene un papel predominante en la construcción del diálogo, pues no basta con el interés de una sola parte, sin el aporte de la otra no se produce una aproximación dialogante. Sabemos por los resultados prácticos el significado y alcance de este componente gramatical.
Sin duda, el respeto ante el disenso favorece el diálogo, que emerge como herramienta útil a la actividad pública. Cuando se entorpece o prohíbe, pierde efectividad y eficacia porque se hace discreto, en baja voz, en privado y con miedo. Un entorno con tal práctica no ocasiona beneficio alguno en ningún aspecto de la vida cotidiana. Al contrario, es caldo de cultivo para la doble personalidad que tanto duele y daño hace. Para nosotros, no es ajena esta afirmación.
Para que las condiciones sean propicias y se produzca el diálogo, previamente hay que educar y entrenar a los actores, porque la cultura participativa no se logra de un día para otro ni es virtud acabada. Esta, siempre admite perfectibilidad.
La crítica —con Nietzsche a la cabeza— constituye una valiosa contribución a la cultura filosófica universal, la cual promovida en espacios populares, públicos y plurales y en contextos de “igual a igual” se convierte hoy en una imperiosa necesidad para el progreso de nuestras sociedades y una obligación para promover el continuo fortalecimiento del pensamiento humano. La propuesta no es criticar por criticar ni mucho menos para destruir, es aprender a criticar y a ser criticados, dialogando y buscando soluciones creativas y viables a los problemas cotidianos. La crítica como servicio de vida y no sentir la vida agredida por ella, pudiera constituir un apreciable estilo a incorporar.
En verdad, el diálogo de unos y otros, y sobre todo entre unos y otros, es una de las opciones imprescindibles para llevar adelante los éxitos de los actuales y nuevos proyectos políticos, económicos y sociales que muchos pueblos del mundo defienden a capa y espada, pero es cierto que Cuba también lo requiere y cuanto antes, mejor.
En virtud de la interacción socio-política, se piense como se piense o se esté donde se esté, el reconocimiento, primero, y la invitación de todas las partes después, es un elemento importante para intentar lograr una articulación participativa que influya positivamente en los contornos estructurales de la vida nacional. Para ello — y lo vemos en otras partes del mundo, particularmente América Latina— se hace necesario, al menos, reunir dos voluntades necesarias e imprescindibles: la de dialogar y la consensual, basadas en la transparencia, la cordura, el respeto y el desinterés. ¡Claro!, desarrollar un diálogo y alcanzar consenso siempre tiene un precio, ya que el segundo se fundamenta en hacer concesiones. Pero vale la pena ante el beneficio social que ello representa.

Hans-Georg Gadamer.


La imparcialidad del proceso dialogante presupone la no exclusión, excepto si se incumple con lo anterior expresado. Esta última posición, a mi juicio, constituye el camino menos traumático para las transformaciones democráticas de los pueblos. Adelantar en los puntos menos escabrosos y sobre todo identificar las partes con voluntades de hacerlo, ese difícil reto y a la vez en el noble empeño que exigen las complejas sociedades actuales.
Afortunadamente hay ejemplos de ellos, Cultivar la cultura del diálogo y no la sordera es la decisión más aconsejable para el bien de todos.


Notas


1. Rev. Comunicación. Centro Gumilla. Estudios venezolanos de comunicación. No.112, pp. 82-89, Cuarto trimestre 2000, Caracas, Venezuela.
2. Maria J. Mayoral.- “Encuentro Internacional de Economistas. Nueva discusión de los problemas mundiales”. Granma, 08.01.05, pp. 3.


   

Revista Vitral No. 67 * año XII * mayo-junio de 2005
Raúl F. Castillo Menéndez
(Habana, 1946).
Biólogo y Comunicador Social Católico.