Revista Vitral No. 67 * año XII * mayo-junio de 2005


CÍVICA


LA DESCONFIANZA:
QUE LA CIZAÑA
NO MALOGRE LA COSECHA

DAGOBERTO VADÉS HERNÁNDEZ

 

 

 

Detalle del “Gran Apagón”. Obra de Pedro Pablo Oliva.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“Los trabajadores le preguntaron:
¿Quiere usted que vayamos a arrancar la cizaña?
Pero el Señor les dijo: ‘No, porque al arrancar la cizaña
pueden arrancar también el trigo.
Lo mejor es dejarlos crecer juntos hasta la cosecha.”
(San Mateo 13, 18-30)

La desconfianza es uno de los males cívicos más dañinos y desintegradores de la sociedad cubana actual. Lo podemos comprobar a nuestro alrededor.
En primer lugar en el seno familiar: los padres desconfían de sus hijos y estos de todos en la casa. Un hermano teme y desconfía de la discreción de su otro hermano. Hay padres que recomiendan a sus hijos que no digan a nadie lo que oyen en la casa. Hay abuelos y tíos que recomiendan a sus nietos y sobrinos que no digan en la escuela lo que se habla en familia. La tradicional puerta abierta o con “el ganchito” por la que entraban hasta la cocina los vecinos y amigos es hoy el portón de un castillo medieval, puerta con tres cerrojos, mirilla, reja y candado.
La íntima y dicharachera tertulia de la cocina, mientras se escogía el arroz y se tomaba el café, ha desaparecido porque es mejor que la gente del barrio no vea lo que tenemos para cocinar o el equipo electrodoméstico que compramos por la izquierda. La familia se esconde para comer y hasta candados y cerraduras se han instalado en las puertas de refrigeradores y escaparates…¿para cuidarse de quién? de la misma familia. Porque nadie de la calle accede a esos lugares.
Parece increíble, pero sabemos de casos de algunos que se hacen “novios o novias” de personas “que atienden” para enterarse de cerca de sus intimidades, atacarlas por el lado flaco que todos tenemos y si se diera el caso, como se ha dado, chantajearla o amenazarlo con alguna de las “dificultades detectadas¨.Otras personas, simplemente, no saben con quién se han casado porque sólo conocen la verdadera identidad de su pareja cuando se “quema”, se “destapa la operación” o es descubierto. La sensación de que se ha entregado la vida y los detalles de la mayor intimidad a una persona, causa un daño irreparable en el cónyuge o la esposa que han sido utilizados o por lo menos engañados. La familia ha puesto, por encima de los lazos de sangre, los recelos de la desconfianza.
Lo que antes era el vecindario, lugar común y fraterno en la vida pueblerina de nuestras ciudades y campos, es hoy un campo de observación y disimulos. Puede decirse que nuestras cuadras se han convertido en lugares de recelos, miradas sigilosas a los puntos de observación de los vecinos que sabemos que “están puestos para las cosas”. Un vecino habla y sospecha que el otro vecino es el “informante”.
Una espada de Damocles pende sobre el barrio: “siempre hay un ojo que te ve” se ha introducido en nuestras mentes como policías automáticos e invisibles, colocados en nuestra propia intimidad para advertirnos del peligro. Y, en efecto, todavía en ocasiones funciona ese diabólico mecanismo de control milimétrico que tiene que “saber” e “informar”, quién entra y sale de tu casa, quiénes son los amigos que más frecuentan, qué tenía la jaba que traía la vecina, con qué dinero has realizado los arreglos de tu casa que hacía más de cincuenta años que no se reparaba, por qué no fuiste a trabajar hoy, por qué cambiaste de trabajo. Incluso algunos, más alardosos y más brutos, proclaman que le han puesto un teléfono de repente “para hacer un trabajo en la cuadra”. Todos, incluso la empresa que los instala, saben que una gran cantidad de los nuevos teléfonos han sido priorizados y asignados a organismos de control que los “necesitan para ese trabajo en los barrios y cuadras”. El barrio ha puesto, por encima de los lazos de la amistad y la convivencia tradicional entre cubanos, el sigilo de la desconfianza.
En los centros de trabajo se agudiza esta situación. La atmósfera es irrespirable. Los que antes eran compañeros de trabajo ahora son luchadores por el “estímulo material”. Ya sabemos que “compañero” no es una mala palabra sino una palabra de origen fraterno y cristiano derivada del latín, “cum panis” los que comparten el mismo pan: del alimento, del trabajo, de la diversión, de la amistad. Existen, incluso, centros de trabajo en los que hay personas que se dedican a llevar minuciosamente una lista con los fallos de los demás para cuando llegue la asamblea de asignación de artículos. Esa lista llega a lo más íntimo y descarnado de la vida privada y laboral de los que deberían ser sus compañeros. Palabra viciada, desfigurada, maltratada y casi demonizada por la desconfianza y las pendencias. Tal parece que lo que importa no es el contenido de trabajo real si no el tener controlados y localizados a los trabajadores durante ocho horas diarias de su vida.
Así, pudiéramos ir describiendo cada uno de los ambientes sociales donde se siembra y se recoge desconfianza… pero no debemos insistir tanto porque esta misma descripción puede contribuir a esa siembra de recelo que aún no ha calado en algunos… ingenuos o distraídos. Porque parece ser que sólo quedan esos, los que ya viven sin vivir por el sigilo y un pequeño grupo que tiende a crecer, que ha decidido liberarse de ese virus, saltar por encima de micrófonos reales y policías virtuales y decidirse a vivir con transparencia.
He aquí, me parece, la palabra clave. Si buscamos el origen de la atmósfera irrespirable de la desconfianza lo podemos fácilmente encontrar en las siguientes causas:

-el establecimiento de un estado policial.
-la utilización de colaboradores, por lo general, ciudadanos con problemas que son presionados.
-invertir la escala de valores y hacer de la delación un mérito y de la tarea de “informar” un “trabajo”.
-dividir para vencer, recelar para debilitar al adversario, difamar para aplastar su vida no sus ideas.
-fomentar una cultura del miedo, como caldo de cultivo del autocontrol.

En efecto, quien teme y no sabe bien a lo que teme se paraliza y se desintegra por dentro. Quien teme a todo porque vive en un país en que todo es ilegal, y si no lo es, puede serlo de un día para otro, y volver a dejar de serlo luego de un simple discurso o resolución que nunca se publica, ese ciudadano vive en un estado paranoico del que naturalmente quiere huir si no puede superarlo por su propios medios.
Pues bien, decíamos que una clave para superar ese recelo es, primero, conocer sus causas y sus gestores. Es muy saludable para vencer el miedo conocer quiénes y por qué cultivan y mantienen este estado de “desconfianza nacional”. Es muy saludable hacer conciente lo que se pretende alcanzar con esa “desconfianza capilar”. Sabemos que entre otros objetivos, hay por lo menos uno muy explícito: controlar lo diferente. Y otro, menos explícito pero más determinante, intentar que no se asocien los ciudadanos que tienen algunos criterios o metas comunes, porque un espacio común dentro de las diferencias propias de la diversidad, es más “peligroso” para los que quieren mantener el control total que cualquier “amenaza” externa.

Detalle 2 del “Gran Apagón”.
Obra de Pedro Pablos Oliva.

Otra clave es determinar bien las posibles consecuencias de una delación, del trabajo de un “informante” dentro del grupo o del barrio, estudiar bien qué importancia podría tener compartir un espacio con alguien o algunos que sabemos o sospechamos que son o fueron colaboradores del adversario. Creo, sinceramente, que la mayoría de las veces no alcanzamos a calcular bien las consecuencias reales. El fantasma que llevamos dentro tiene parte de policía y parte de mago para unas veces inventar y otras agrandar la sombra de lo que realmente puede ocurrir. El caso extremo es una luz para desvelar fantasmas: los que están en la cárcel injustamente no están porque alguien los delató, están porque hicieron lo que hicieron a la luz pública y lo proclamaron por los medios a su alcance. No hubo en ellos ni misterios ni clandestinaje.
La clave final para vencer la desconfianza y el miedo es la transparencia. Transparencia en lo que se piensa. Transparencia en lo que se dice. Transparencia en lo que se hace. La transparencia es la llave para cerrar la puerta de la desconfianza, del miedo y de los misterios. No se puede considerar clandestino, ni se puede delatar lo que se dice y se escribe públicamente. El policía que llevamos dentro y los que están por todos lados no tendrán que investigar nada, ni descubrir, ni delatar nada que se haga a la luz del día.
No hay nada que desintegre más una familia, que desintegre a los grupos de la sociedad civil y que fraccione a la nación como la desconfianza. Quien siembra la desconfianza, sospecha de todo y de todos, aún sin quererlo, divide, deja caer en los demás la responsabilidad y la culpa y, al final, se queda solo.
No se trata de pasar de la desconfianza como estilo a la ingenuidad ciega. La realidad es que estos extremos dañan igualmente. ¿cómo encontrar el equilibrio que sane a los cubanos de tal gangrena cívica?
¿No sería posible arriesgar -siempre hay que arriesgar- una cuota razonable de confianza mutua en nuestras familias, en los vecinos de un mismo barrio, entre los grupos de la sociedad civil, incluso, al interior de las iglesias?
¿No sería posible colocar la transparencia en un sitio más alto en nuestra escala de valores?
Porque, a fin de cuentas, ¿No habrá personas en nuestras familias, en nuestros barrios, en los grupos de la sociedad civil, en las comunidades eclesiales, en todos ellos, que sean dignas de confianza, que estén allí de buena voluntad, que tengan la honestidad y la integridad personal que los haga acreedores de un mínimo de confianza?
¿Será la hora de la cosecha en Cuba en que sólo Dios podría juzgar qué es trigo y qué es cizaña?
¿o será esta la hora de dejar crecer juntos trigo y cizaña para no paralizar la siembra ni malograr la cosecha?

Confiemos.

   

Revista Vitral No. 67 * año XII * mayo-junio de 2005
Dagoberto Valdés
(Pinar del Río, 1955)
Ing. Agrónomo. Director del Centro de Formación Cívica y Religiosa y Presidente de la Comisión Católica para la Cultura en Pinar del Río. Miembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz, del Vaticano. Trabaja en el almacén «El Yagüín», de Siete Matas, como ingeniero de yaguas.