El pasado 2 de abril de 2005 murió en Roma Su Santidad Juan Pablo II, 263 sucesor de San Pedro como Obispo de Roma, Vicario de Cristo y Jefe Supremo de la Iglesia Católica, la principal comunidad eclesial de la fe cristiana.
El 18 mayo de 1920 en Wadowice, pequeña población del sur de Polonia, nació el segundo hijo de una familia muy modesta. Fue bautizado con el nombre de Josef Karol Wojtyla. Su nacimiento ocurrió, por accidente providencial, el mismo día en que el Mariscal Pilsudski entró a Varsovia quien, derrotando a los soviéticos, aseguró la renovada independencia de su Patria.
El pontificado de Juan Pablo II duró de 1978 a 2005, sólo superado en duración por el pontificado de 32 años de Pío IX en el siglo XIX. Al elegir a un polaco como Papa, el primero no italiano desde que el Papa holandés Adriano VI murió en 1523, los Cardenales escogieron a una persona que había padecido en carne propia los traumas más graves y dolorosos de nuestros tiempos: el régimen nazi que provocó la Segunda Guerra Mundial junto con el Holocausto de los judíos, el genocidio más premeditado de nuestra época, y el régimen soviético, el sistema totalitario más duradero de nuestra época.
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En Roma, Brasil o Filipinas, en Chile o en Japón,
en Estados Unidos
o en la vieja Europa,
el Sucesor del pescador de Galilea guía una
barca a punto de doblar el cabo de los tres mil años. |
Escogieron a un polaco cuyo nacionalismo estaba impregnado de cristianismo y de sentido de justicia social. Pero no expresaba ni envidia ni, menos aún, odio hacia otros pueblos, sino respeto por ellos, por ser a su juicio cada cultura una aproximación al misterio del hombre y de Dios.
Escogió el mismo nombre que el de su predecesor. En efecto, el Cardenal Albino Luciani, Patriarca de Venecia, adoptó el nombre de Juan Pablo I queriendo unir los nombres del Cardenal Roncalli, Patriarca de Venecia, Juan XXIII, y del Cardenal Montini, Arzobispo de Milán, Pablo VI, por ser los papas conciliares con nombres apostólicos, ya que el primero convocó e inició el Concilio Vaticano II y el segundo lo prosiguió y clausuró, ambos deseosos de que la Iglesia fuera más fiel a los Evangelios. Juan Pablo II reafirmó de este modo su fidelidad al Concilio en el que había tenido destacada partipación como Obispo con enfoque cristológico.
A él le tocó la difícil tarea de poner en ejecución las decisiones del Concilio. Los que vivimos como cristianos adultos antes del Concilio Vaticano II experimentamos el impacto de los cambios conciliares, las dificultades y hasta la confusión que se vivieron como parte de sus resultados. Se dieron aberraciones en la resistencia a los cambios, como también en la voluntad de sobrepasarlos más allá de lo estipulado por el Concilio.
En estas circunstancias se necesitaba un guía, a la vez firme y carismático, para impulsar el «agiornamiento» sin perder la identidad católica del cristianismo. Juan Pablo II fue ese guía, a través de sus 14 encíclicas, doctrinales, sociales y pastorales, desde su primera Redemptor Hominis (1979) hasta su más reciente Ecclesia de Eucharistia (2003), pasando por algunas de las más sobresalientes como Centesimus Annus (1991), Veritatis Splendor (1993), Evangelium Vitae (1995) y Fides et Ratio (1998). Y también a través de su 21 Cartas Apostólicas, entre ellas Mulieris Dignitatem (1998), y del Catecismo de las Iglesia Católica (1992).
Le han criticado ser demasiado conservador teológicamente, sin apreciar su convicción de que debemos recuperar lo que él llamó “el esplendor de la verdad” para superar el relativismo que corroe la inteligencia humana (Fides et Ratio.no. 87-90). Algunas de sus prácticas teológico-pastorales, por ejemplo, en materia del matrimonio de sacerdotes, del sacerdocio de las mujeres o de métodos responsables para controlar la natalidadad, continuarán siendo discutidas por teólogos, fieles y creativos, y posiblemente sean revisadas.
Acerca de otros temas, bioética por ejemplo, se puede pensar que es indispensable que hayan adquirido mayor solidez científica para que la reflexión y discusión teológicas puedan emitir juicios más seguros sobre los mismos. Además, su pensamiento político-social, se colocó en la vanguardia de quienes propugnan cambios a favor de la equidad. Sus posiciones suscitaron a veces controversias legítimas y ataques indignos, y a ambos hizo frente con admirable coherencia y consistencia. Una convicción profunda animó el pensamiento y la enseñanza de Juan Pablo II en todo lo que toca al hombre: “Una vez que se ha quitado la verdad al hombre; es pura ilusión pretender hacerlo libre, bien van juntas o juntas perecen miserablemente” (Ibid.no.90).
Ello lo llevó a una de sus decisiones más arriesgadas: la de reconocer, a lo largo de su pontificado y sobre todo a propósito del nuevo milenio, las fallas cometidas por los miembros de la Iglesia y pedir perdón por las mismas. En el libro intitulado Cuando el Papa pide perdón del periodista italiano Luigi Accattoli, informa que Juan Pablo II lo hizo en más de cien oportunidades, siguiendo la iniciativas de Adriano VI y Pablo VI, así como del Concilio Vaticano II. Accattoli, al analizar 21 casos en los que Juan Pablo II reconoció fallas y pidió perdón por ellas, demuestra que superó los precedentes previamente mencionados, por la pluralidad y la precisión de los temas de sus pronunciamientos en este sentido: desde la postura de católicos acera de las cruzadas, las dictaduras, las mujeres, los judíos y Galileo hasta el genocidio en Ruanda, el cisma de Oriente, varios episodios en la historia de los Papas y el trato a los negros.
No cabe la menor duda que Juan Pablo II jugó un papel de primer plano en el hecho histórico probablemente más decisivo de la segunda mitad del siglo XX, a saber, el desmoronamiento del imperio soviético. Su actividad en este sentido comenzó, cuando encabezaba la Iglesia en Cracovia, en relación con el Sindicato Solidaridad dirigido por Lech Walesa, y no siempre en acuerdo con el Cardenal Wyszynski. La continuó como Papa desde Roma, abarcando todo el mundo comunista bajo control soviético.
En estas circunstancias, el 3 de mayo de 1980, Juan Pablo II fue objeto de un intento de asesinato, que casi le cuesta la vida, por parte de un joven turco, Mehemet Ali Agca. Vinculado originalmente a la Mafia de Turquía y a los Lobos Grises de la extrema derecha turca, habría sido entrenado como terrorista en Siria y habría estado al servicio de la agencia secreta de Bulgaria, la cual habría interpretado de manera extremista una actitud negativa de la KGB en contra de Juan Pablo II por su papel en favor de la liberación primero de Polonia y luego con alcance más amplio. Juan Pablo II estaba convencido de que la Virgen lo había salvado, a él cuyo escudo papal era una cruz amarilla sobre un fondo azul marino, con la letra” M” por María y su lema “Totus Tuus” (“Todo Tuyo”).
El pontificado de Juan Pablo II ha sido a la vez doctrinal, social y pastoral. Al mismo tiempo que promovió el valor de la verdad en su relación con la vida intelectual, y el de la justicia social con referencia a la vida social, concibió su labor pastoral como la de un Papa peregrino, de presencia viajera a través de todo el mundo: visitó 301 de las 334 parroquias de Roma, y realizó 143 viajes pastorales al interior de Italia y 103 fuera de Italia a los cinco continentes, haciendo además uso sumamente eficaz de los medios de comunicación modernos. De estos viajes, 19 fueron a América Latina, donde sirvió de mediador entre Chile y Argentina, dejó sentada dramáticamente su posición a favor de la justicia social, pero sin confusión con el marxismo leninismo, y pudo rendirle culto a la Virgen de Guadalupe en compañía de millones de creyentes que su presencia atrajo a Cristo Jesús.
Su labor pastoral también incluyó la beatificación de 1310 personas y la canonización de 469 santos y santas, en el convencimiento de que a través del mundo en sus actuales condiciones, Dios continúa llamando a la santidad a los hombres y mujeres de la más grande variedad y estas personas responden con generosidad, aceptando su gracia como única respuesta plena a las exigencias de nuestro mundo en ebullición.
El título de la entrevista-libro que redactó el periodista Vittorio Messori, Cruzando el Umbral de la Esperanza, resume el sentido de la vida y del pontificado de Su Santidad Juan Pablo II. En estos tiempos marcados por avances científicos y tecnológicos asombrosos, pero también por guerras atroces, revoluciones cruentas y genocidios, vivimos una gran confusión sobre nuestra propia humanidad. Si Juan Pablo II atrajo multitudes como ningún otro Papa, fue porque por su presencia y sus palabras, desde su primer mensaje el día de su elección; el mundo captó sus palabras de esperanza: “Hermanos y hermanas. No temáis darle la bienvenida a Cristo ni aceptar su poder. ¡No temáis porque Cristo está presente!”
Él ha sido el santo de la esperanza para nuestro mundo y nuestra época.