Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005


SENTIDO Y VALOR DEL SUFRIMIENTO


SOR ROSARIO PRIETO HIDALGO, HC

 

 

Encuentro con el mundo del dolor

El sábado 24 de enero a las 7:00 pm el Santo Padre Juan Pablo II visita el Santuario de San Lázaro que se encuentra a las afueras de la ciudad de La Habana, en el pueblo El Rincón y a la entrada del Hospital Dermatológico: “Dr. Guillermo Fernández Hernández-Baquero”. S. S. Juan Pablo II saluda con cariño a los pacientes del Hospital, en ellos saluda a todos los enfermos de Cuba, a los ancianos que se encuentran solos y abandonados y a cuantos padecen en su cuerpo o en su espíritu.
Saluda a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl que sirven en este centro y en ellas a todos los consagrados que trabajan con amor en otros lugares.
Extiende su saludo al personal médico y paramédico del Hospital y a las niñas del coro que no pueden cantar de la emoción.
Se encuentran allí también enfermos de VIH de un Sanatorio cercano y la banda de los enfermos psiquiátricos de Mazorra.
A continuación les habla del misterio del dolor:
“Vengo como peregrino de la verdad y la esperanza a este Santuario de San Lázaro; como testigo, en la propia carne, del significado y el valor que tiene el sufrimiento cuando se acoge acercándose confiadamente a Dios, «rico en misericordia» (…) Queridos hermanos, todo ser humano experimenta, de una forma u otra, el dolor y el sufrimiento en la propia vida y no puede menos que interrogarse sobre el mismo. El dolor es un misterio, muchas veces inescrutable para la razón. Forma parte del misterio de la persona humana, que sólo se esclarece en Jesucristo, quien revela al hombre su propia identidad. Sólo desde él podremos encontrar el sentido a todo lo humano”.

Atentado a Juan Pablo II, el 13 de mayo de de 1981,
uno de los hechos más ignominiosos para la civilización humana.


“El sufrimiento –como he escrito en la carta apostólica Salvifici doloris- no puede ser transformado y cambiado con una gracia exterior, sino interior… pero este proceso interior no se desarrolla siempre de igual manera… Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo. La respuesta que llega mediante esta participación es… una llamada: «Sígueme, Ven, toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz» (n. 26).
“Éste es el verdadero sentido y el valor del sufrimiento, de los dolores corporales, morales y espirituales. Ésta es la buena noticia que les quiero comunicar. A la pregunta humana, el Señor responde con una llamada, con una vocación especial que, como tal, tiene su base en el amor. Cristo no llega hasta nosotros con explicaciones y razones para tranquilizarnos o para alienarnos. Más bien viene a decirnos: Vengan conmigo. Síganme en el camino de la cruz. La cruz es sufrimiento. «todo el que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame» (Lc 9, 23). Jesucristo ha tomado la delantera en el camino de la cruz; él ha sufrido primero. No nos empuja al sufrimiento, sino que lo comparte con nosotros y quiere que tengamos vida y la tengamos en abundancia (cf. Jn 10, 10).
“Esto se refiere a los dolores físicos, pero vale todavía más si se trata de los múltiples sufrimientos morales y del alma. Por eso cuando sufre una persona en su alma, o cuando sufre el alma de una nación, ese dolor debe convocar a la solidaridad, a la justicia, a la construcción de la civilización de la verdad y del amor. Un signo elocuente de esa voluntad de amor ante el dolor y la muerte, ante la cárcel o la soledad, ante las divisiones familiares forzadas o la emigración que separa a las familias, debe ser que cada organismo social, cada institución pública, así como todas las personas que tienen responsabilidades en este campo de la salud, de la atención a los necesitados y de la reeducación de los presos, respete y haga respetar los derechos de los enfermos, los marginados, los detenidos y sus familiares, en definitiva, los derechos de todo hombre que sufre. En este sentido, la pastoral sanitaria y la penitenciaria deben encontrar los espacios para realizar su misión al servicio de los enfermos, de los presos y de sus familias.
“Al pie de la cruz, con los brazos abiertos y el corazón traspasado, está nuestra Madre, la Virgen María, Nuestra Señora de los Dolores y de la Esperanza, que nos recibe en su regazo maternal henchido de gracia y de piedad. Ella es camino seguro hacia Cristo, nuestra paz, nuestra vida, nuestra resurrección. María, Madre del que sufre, piedad del que muere, cálido consuelo para el desalentado: ¡mira a tus hijos cubanos que pasan por la dura prueba del dolor y muéstrales a Jesús, fruto bendito de tu vientre! Amén”.

El papa y sus sufrimientos

Múltiples han sido los dolores que ha sufrido el Santo Padre en sus 26 años de pontificado. Sufrimientos en sus innumerables viajes al ver los dolores de sus hijos: enfermedades, odios, injusticias, violencias, pecados, etc…
En su propia carne: el atentado, intervenciones quirúrgicas (de la cadera, del colon). Todo esto fue desgastando su salud y ahora, en los últimos días de su vida: hospitalización, nuevas intervenciones, dolor de tener que escribir lo que quisiera decir. No obstante, sigue confiando en la Virgen María y poniéndose en sus manos: “Totus Tuuos”, pide, además, que le sigan acompañando sobre todo con la oración.
Da gracias a toda la Iglesia y a los creyentes de otras denominaciones por todos los signos de afecto que estaba recibiendo.
Envió desde el Hospital mensajes a fieles reunidos para asambleas, jornadas, celebraciones.
Al final, terminando su vida terrena dijo: “Soy feliz, quiero que ustedes también lo sean”.

VIsita del Santo Padre Juna Pablo II,
al Santuario del Rincón, La Habana, Cuba , 24 de enero de 1998..

 

Mi sufrimiento

Vivo con la cruz de la enfermedad que he podido asumir en la fe. Pienso que es “mi hermana la enfermedad”, cuento con ella, va conmigo. Esa fe me hizo tomar conciencia de que ya no podía seguir sirviendo donde tan feliz fui y con disponibilidad, poder dejar paso a las jóvenes. El Señor no se dejó vencer en generosidad, me ha concedido abundantes gracias.
Hace poco tuve que tomar una decisión por mi enfermedad, me fui a la capilla y al ver el gran crucifijo me dije: “su cruz fue más grande que la mía y sin embargo, él la supo llevar”, luego recordé al Santo Padre (ya hospitalizado) y pensé, “su cruz es más grande que la mía”, entonces su ejemplo me ayudó a la aceptación.
Que yo pueda seguir cargando mi cruz con paz y alegría en seguimiento de Jesús, así seré feliz como el Santo Padre nos deseó. Amén.


 

Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005
Sor Rosario Prieto Hidalgo, Hija de la Caridad
Ha prestado su servicios en Pinar del Río durante muchos años. Actualmente trabaja en el Leprosorio de El Rincón.