Homilía de Monseñor José Siro González Bacallao,
Obispo de Pinar del Río, en la Misa exequial del Papa
en la Catedral de Pinar del Río. Lunes 4 de abril de 2005
Queridos hermanos y hermanas. Hoy se colman las naves de nuestra vieja Catedral para recordar a alguien muy querido de la humanidad, alguien que con su vida, su amor y su fidelidad a Dios y a los hombres ha dejado una estela que brilla en todo el mundo y que los hombres admiran y alaban. La lectura que escuchamos nos da una idea de cómo fue creciendo aquel joven polaco en este misterio de la Iglesia; cómo aquel joven sacerdote comenzó, en medio de las penas de una fatal ideología, creciendo en el amor al hombre y a la libertad y cómo de Obispo fue realizando una bella labor de entrega a su rebaño, hasta que un providencial 16 de octubre día de 1978 fue elegido para conducir a la Iglesia como le pidiera su amigo y benefactor el Cardenal Wyszynski: “te suplico que conduzcas a la Iglesia con fidelidad hasta el tercer milenio”, y cumplió lo que le había prometido a aquel Cardenal famoso.
Durante 26 años gobernó a la Iglesia, con amor, con entrega, con bríos en los primeros años y después, vencido por el dolor y la enfermedad, con aquel cansancio físico, pero con aquel espíritu que lo animaba y lo empujaba a buscar a las multitudes y sobre todo a los jóvenes.
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Monseñor José Siro besa el anillo al Santo Padre. |
En estos momentos la humanidad completa mira las pantallas de la televisión, registra la Internet, escucha la radio, lee la prensa, buscando noticias de este hombre y averiguando cuál es el misterio de esa Iglesia, de esta institución que este hombre gobernó con tanto amor y tanto empeño, y tenemos que ir como siempre a la fuente de la Escritura Sagrada para encontrar ahí ¿qué es la Iglesia? ¿por qué el Papa?.
El Evangelio que escuchamos nos da idea de cómo nació aquello que Jesús hacía casi 2 años iba madurando como idea y realizando como obra. Un día, allá, cerca del nacimiento del Jordán, preguntó, así en la intimidad de sus discípulos, ¿quién dice la gente que soy yo? Y le dijeron: “Bueno, unos, que el bautista que resucitó, otros, que Elías, otros que Jeremías, otros que algún profeta”. Eso decía la gente, aquellos hombres que llevaban un tiempo ya largo en su escuela fueron también interrogados: ¿y ustedes?, ¿quién dicen que soy? Simón Pedro, con aquel carácter singular que tenía, respondió enseguida: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios mismo”. El Señor reconoció que en aquel noble pescador el Padre había puesto el empeño de un liderazgo, de una jefatura y le dijo: Simón, eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, eso te lo ha dicho mi Padre que está en el Cielo. ¿Él te ha dicho eso? ¿te ha revelado ese secreto? Y yo te digo que de ahora en adelante tú eres Pedro; le cambió el nombre (por eso desde entonces los Papas cambian su nombre) y con un juego de palabras en arameo dijo: “sobre esta piedra, sepan voy a construir mi Iglesia y las fuerzas del infierno no prevalecerán contra ella y te daré las llaves del Reino; lo que ates en la Tierra quedará atado en el Cielo y lo que desates en el Tierra quedará desatado en el Cielo. Nacía así el Papado, y comenzaba así, ese misterio, ese singular misterio del amor de Cristo que iba a dejar su presencia en la Tierra cuando él subiera a los Cielos; y, unos años después, San Pablo, aquel terrible perseguidor de los cristianos, cuando cambió su vida porque Dios lo escogió como vaso de elección para comunicar su misterio de amor a los hombres y de modo especial a los que no eran judíos, a los que llamaban gentiles, Pablo diría: «la Iglesia es ese cuerpo místico cuya cabeza es Cristo, y este cuerpo místico lo conforman los bautizados que doblan su rodilla ante Jesús» y, como recordábamos ayer en el Evangelio, le dijo Tomás: “Señor mío y Dios mío”. Grandes multitudes en la tierra al recordar al Papa están diciéndole a Jesús: “Señor mío y Dios mío”.
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Cena con el Santo Padre. Sínodo de octubre de 1994,
el Obispo dice: no me está regañando, sino felicitando
por las intervenciones de los cubanos en el Aula Sinodal. |
La televisión del mundo mostraba las multitudes en la Plaza de San Pedro y tantas otras del mundo, hacían ver a aquella gente joven desgranando el rosario con lágrimas en los ojos que les corrían por las mejillas; algunas personas no podían hablar cuando se les entrevistaba y en todas había una singular emoción nacida no de un impacto como la muerte de un artista o de un gran hombre en el mundo; no, es el impacto de la desaparición física de un extraordinario hombre que dedicó su vida a amar a los demás y de modo especial a los más pobres, a los más necesitados, a los más débiles; que dedicó su vida a defender a los más indefensos a los que no tenían voz, a propugnar la libertad, los derechos de la persona humana, todo aquello que fuera grande y hermoso para que el hombre sea feliz, y lo hizo en todos los campos, lo hizo actuando como Papa extraordinario, escribiendo documentos que pasarán a la posteridad, escribiendo libros preciosos y sobre todo, escribiendo el libro precioso de su vida que fue convertirse en el párroco del mundo. Velaba por las parroquias, las diócesis y las naciones como si fuera su Roma y eso fue atrayendo a la gente, y eso fue haciendo que la gente viera, primero en aquel joven Papa, un hombre emprendedor de nuevos caminos, pero después al anciano vencido por el dolor pero intrépido ante el Evangelio, que daba un testimonio único a esta humanidad: los ancianos valen, la ancianidad sirve, y así, iba por el mundo y cuando sus colaboradores le dijeron: “Santo Padre, ¿usted va a ir a Francia, se va a enfrentar a los jóvenes de aquel París?; No irán, irán pocos, el grupito de los católicos” y dijo: “iré y ellos vendrán”, y así fue y los cálculos eran de cien mil y fueron más de un millón de jóvenes a verlo, a escucharlo, y como decía alguien: “yo no tengo fe católica práctica pero aquel hombre me hablaba, apenas entendía sus palabras ya en sus últimos años, pero su mensaje se le metía a uno en lo más profundo del corazón”.
Y ese era el mensaje del Papa, el entenderse con los hombres el comprender el extravío de un incauto Obispo y recogerlo en el seno de la Iglesia, la caída de un sacerdote que arrastró su miseria años y años, recogerlo y sentarlo a su mesa, sentarlo y después decirle: “venga, que me voy a confesar”, “Santo Padre, que ya perdí la licencia y la dignidad”, “usted sigue siendo sacerdote”. Recorrió esos mundos haciendo tanta maravilla del amor y la compasión. ¿Quién de nosotros no recuerda con un cariño y una admiración inolvidables a aquel anciano que entró a la casa del dolor que es el Leprosorio dando pausadamente la mano o un abrazo a todos aquellos enfermos, diciéndoles palabras dulces como no dicen los hombres de estos tiempos: “Ánimo, hijo, pon tu dolor en Cristo que sufrió tanto”. ¿Quién no recuerda su encuentro en Camagüey con aquellos jóvenes quienes lo vitoreaban y él les dejó un gran y único consejo: «sean portadores del mensaje de Cristo y sean ustedes protagonistas de su propia historia». ¿Quién no recuerda aquel encuentro con las familias en Santa Clara donde nos dijo: “Cuba, cuida a tu familia, únela a la escuela y a la Iglesia para que la conserves”. ¿Quién podrá olvidar cuando aquella mano trémula cogió la corona de la Virgen, la Patrona, Madre y Reina y la colocó sobre las sienes y le dijo: “tú eres la reina de Cuba”. ¿Quién de nosotros no recuerda el paso cálido y majestuoso de aquella nave aérea que fue dejando su bendición sobre nuestra Diócesis.
Casi un año después nos encontramos y me dijo: “Pinar del Río, Cuba, Pinar del Río el de las lucecitas”: recordaba aquello con cariño. Fue un hombre extraordinario, pasó haciendo el bien y por pasar haciendo el bien ya las multitudes hablan de algún milagro y hablan de su santidad, de su maravillosa heroicidad de amor, hablan de su entrega a los demás y eso es santidad.
Cuando fui por primera vez con los obispos en el año 82 a la visita que llaman Ad Limina, es decir, los límites de Pedro y Pablo, fuimos a celebrar la misa a las siete de mañana con el Papa, desayunamos con él, nos recibió a todos con un lindo discurso; el entonces presidente de la Conferencia Episcopal dijo uno también muy precioso, muy fraterno. Después, una conversación privada, un encuentro con cada uno de los Obispos. A la una, de nuevo el almuerzo con él, una larga post-mesa y después la despedida. Durante ese tiempo rezamos en varias ocasiones, rezamos el Ángelus, la oración de la mañana, del mediodía y del caer de la tarde en honor de la Virgen, rezamos en algunas ocasiones la Salve y así fue aquel día maravilloso. Nos regaló a cada uno un cáliz como diciéndonos mística y proféticamente: «ahí tienen el cáliz que van a beber». Cuando salimos ya, me dijo un obispo mayor: ¿qué fue lo que más te impactó del Papa? Yo era el obispo más joven, por lo menos en ordenación, tan solo tenía unos meses de ordenado y le dije: “Admiré en aquel hombre los vuelos de un gran filósofo, la altura y profundidad de un gran teólogo, pero, ¿sabes lo que más me impactó? Que reza como una viejita polaca”.
Ayer entrevistaban al Vocero del Vaticano, Navarro Valls, que conoce de verdad a este Papa con el cual está trabajando hace largos años, (yo creo que 25) y le preguntaron: En su vida tan cercana al Papa ¿qué es lo que más le ha impactado del Santo Padre? Y respondió: “El Papa es un incansable trabajador…, el Papa es un hombre de Dios, pero lo que más me impacta de su vida es su intensidad, su profundidad y constancia en la oración, es hombre de oración”. Los líderes de este mundo pueden hablar, pueden hacer, pueden iluminar, pero no es esa luz la luz de la Iglesia, y yo les decía ayer a la gente del Cangre: puede ser que el mundo y Cuba se deslumbren ante las cosas que ven por la televisión, pero esa no es la Iglesia ¡¡No!! Ese es el cariño del mundo al Papa, al 264 sucesor de Pedro, así en una larga e ininterrumpida cadena. Esa no es la Iglesia, la Iglesia es misterio de amor y dolor que conforman los hombres y mujeres, jóvenes y mayores que de verdad se postran ante el Señor en los momentos alegres y en los momentos de prueba, de dolor y de tristeza. Yo les decía, cuántas monjitas de quizás 25 ó 30 años están en una cama con un cáncer terrible y están ofreciendo su vida por el Papa; cuántos obreros tenían un trabajo de esos terribles y no pudieron ir allí; cuántas mujeres allí en las calles de Italia han vendido su cuerpo para ganar algo o disfrutar mal su libertad; toda esa gente forman un misterio de amor de Dios dentro de la virtud y el pecado que conforman ese misterio que es su Iglesia. Por aquella avenida que llaman de la Reconciliación, atravesaron un día no lejano las tropas que pedían la cabeza al Papa, que lo despojaron en hora buena de su territorio y de su poder humano. Años atrás la caballería y la tropa de Napoleón subieron aquellas escaleras y se llevaron a un pobre anciano, el Papa de entonces, preso e ignominiosamente tratado. Entonces era la Iglesia y ahora también es la Iglesia. Aunque la fachada de San Pedro sea majestuosa, ahí no está la Iglesia. En las obras de Martí hay una página muy linda. Comenta él a un amigo lo que vio en San Pedro: “allí vi, dice él, entre la majestad de aquel templo, entre el humo del incienso perfumado y la maravilla de aquellos cantos, vi a un anciano achacoso y doblado por los años que llevaba sobre sus hombros el peso de su Iglesia y el peso de la opinión, buena o mala de los hombres”. Siempre he recordado eso, porque en una ocasión en que tuve que estar un mes en el Sínodo llamado de la “Vida Religiosa”, experimenté algo parecido. El Papa llegaba a cada sesión con su bastoncito y siempre lo aplaudían los Cardenales y los Obispos que estábamos allí. En una ocasión, llegó dos minutos después y dijo: “hoy no hay aplausos para el Papa, he llegado tarde”.
A veces, se ponía a leer un librito y pestañeaba: el dolor, el pos- operatorio… y terminó el mes con una hermosa Eucaristía muy participada, con muchos concelebrantes y el Papa estaba allí, adolorido, no pudo incensar el altar, y se tenía que agarrar de él para doblar las esquinas. En el Gloria se mantuvo derecho y cuando se sentaba yo veía a aquel hombre y decía: “Esta es la Iglesia, nuestra Iglesia, no son las preciosas paredes de mármol ni esas imágenes majestuosas, no, este es el marco; la Iglesia está sobre ese altar en cuyo fondo descansan los restos de aquel pobre pescador de Galilea del cual es sucesor este anciano achacoso.”
Muchos de ustedes, los que han venido hoy a despedir a Juan Pablo II, no vienen quizás a la Iglesia, otros vienen poco, pero, como decía un teólogo protestante por la televisión: Yo admiro a este hombre, el Papa, porque su mensaje se mete en lo profundo del alma, con una densidad teológica inigualable. Es el hombre que besa a un niño y lo enternece, es el hombre que acoge a un anciano y lo atiende con un amor inigualable, es el hombre que mira a una familia como para instarlos a que se unan en una comunión inigualable, es el hombre que mira las multitudes, así, con unos ojos únicos, es el Papa que luchó incansablemente por el diálogo interreligioso y el ecumenismo, él, que no tuvo reparo de visitar, el primero en la historia, una sinagoga y una mezquita. Este es el hombre de Dios que hoy recuerda la Humanidad, y su recuerdo será imperecedero.
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Monseñor Pedro Meurice Estiú, Arzobispo de Santiago de Cuba,
al centro, y Monseñor José Siro González Bacallao,
Obispo de Pinar del Río, dialogan cordialmente con el Papa
durante la visita de los Obispos cubanos al Vaticano el martes
8 de junio de 1998, para darle continuidad al Magisterio
del Santo Padre luego de su visita a Cuba seis meses antes. |
Vendrá otro Papa, seguirá este estilo de evangelización u otro, pero siempre será el Sucesor de Pedro y la Iglesia seguirá su marcha por el mundo como esa nave de Jesús, cuyo timonel es el pescador de Galilea, navegando por los mares de esta vida, a veces muy azarosos, a veces muy encrespados, otras veces más serenos, pero siempre conscientes de que, aunque el tránsito es difícil, el puerto a que la conducen es seguro.
Eso quiere la Iglesia y eso quiso el Papa para la Humanidad, a la que amó con tanto ardor: que encuentre un puerto seguro. Y el único puerto seguro en esta vida para el hombre es Dios. Como decía Isaías: “Del Dios eterno salimos y hacia Él regresamos”. Como nos recordaba también San Pablo en su Carta a los Romanos: “Por el Bautismo somos coherederos de su Reino” Por tanto, vivamos así, con esta conciencia y amor a la Iglesia este precioso encuentro entre nosotros y toda la Humanidad con ocasión del tránsito de Juan Pablo II. Y podamos decir: Un día no lejano el Papa bueno, Juan XXIII nos dejó un gran recuerdo. Ahora este Papa, al que ya proclaman el Grande, nos deja su vida inolvidable.
Queridos hermanos y hermanas, que todo esto quede en nuestro recuerdo en nuestra memoria y en nuestra conciencia, para que seamos un poco mejores, para que amemos un poco más a Dios, y amándolo a Él, nos sea más fácil amar al prójimo al que vemos. Y de esa manera, amando a Dios en el prójimo, sabremos perdonar al enemigo como lo hizo Juan Pablo II. Sabremos amar la naturaleza y a las personas como lo hizo este Papa. Y sabremos luchar por la felicidad en esta vida y en la otra, la vida eterna a la que todos estamos llamados y en la que acaba de entrar nuestro Santo Padre el Papa Juan Pablo II.
Que así sea