Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005


EL PAPA DE LA PREOCUPACIÓN SOCIAL


JOAQUÍN BELLO

 

 

Introducción

La preocupación social de Karol Wojtyla no es casual pues fue hijo de un pueblo que ha debido luchar durante toda su historia por conservar su integridad territorial y su identidad cultural y religiosa.
Mientras cursaba el primer año de universidad en Cracovia tuvo que sufrir la ocupación nazi en Polonia y trabajar primero en una cantera y después en una planta de productos químicos, su aprecio por esta experiencia de haber sido obrero manual es tal, que él mismo dice que le confiere más valor que a un doctorado.
Las horrendas violaciones a los derechos humanos de que fue testigo tienen un símbolo imperecedero en el campo de exterminio de Ausschwitz, muy próximo a su ciudad, Cracovia, en el cual fueron exterminados con la tecnología más sofisticada de la época más de 3 millones de seres humanos.
Terminada la guerra y con la ayuda de la Unión Soviética que mantuvo varias divisiones de soldados en suelo polaco, el partido comunista se apoderó del poder político y económico e intentó (sin éxito) además imponer su sistema cultural.
El atropello a derechos tan esenciales como la libertad de expresión y religiosa, el pluralismo informativo, el derecho a saber la verdad sobre los acontecimientos históricos, todo esto motivó una reacción enérgica en el sacerdote, luego Obispo, después Arzobispo y finalmente Cardenal de Cracovia, tomemos por ejemplo un texto de 1977:
“Los derechos del hombre son una parte esencial de la condición humana y Dios, haciéndose hombre ha confirmado la dignidad del ser humano. Es por eso que no pueden arbitrariamente ser limitados. Nadie puede decir -Ustedes son beneficiarios de estos derechos porque pertenecen a tal o cual nación, raza, clase o partido- Cada hombre tiene derecho a una promoción social en el marco de su comunidad”
Después, ya como Juan Pablo II, gracias a sus frecuentes viajes pastorales tuvo que informarse muy bien y conoció personalmente la situación de los países de todos los continentes.

Su enseñanza Social

No es tarea fácil resumir la riquísima enseñanza social de Juan Pablo II. Todos sus documentos tienen un hondo contenido social, tanto los de carácter teológico, como los más pastorales. Son indiscutiblemente una fuente inagotable de enseñanza social todas las intervenciones que realizó en cada país y en cada reunión donde participó y nosotros, los cubanos, somos testigos de esto. Sin embargo, el mismo Papa señala que las Encíclicas que pertenecen directamente a lo que llamamos Doctrina o Enseñanza Social de la Iglesia son Laborem Excercens (1981) acerca del trabajo humano, Sollicitudi Rei Sociales (1987) acerca del desarrollo humano integral y Centesimus Annus (1991) escrita para conmemorar el centenario de la encíclica de León XIII Rerum Novarum.
Antes de abordar algunos temas centrales de su enseñanza social quisiéramos destacar que Juan Pablo II, desde los inicios de su pontificado, mostró su vivo interés por la Doctrina Social de la Iglesia que había sido fuertemente cuestionada en América Latina y Europa desde mediados de la década del sesenta. Ya en su discurso inaugural de Puebla, el Papa manifestó su predilección por la DSI, veamos:
“Confiar responsablemente en esta doctrina social, aunque algunos traten de sembrar dudas y desconfianza sobre ella, estudiarla con seriedad, procurar aplicarla, ser fiel a ella, es, en un hijo de la Iglesia, garantía de la autenticidad de su compromiso en las delicadas y exigentes tareas sociales y en su esfuerzos a favor de la liberación y promoción de sus hermanos (Puebla III, 7)
La centralidad de la persona y de la familia como ha sido tradicional en la enseñanza social católica, constituyen ejes centrales del pensamiento de Juan Pablo II.

Laborem Excercens (1981)

La encíclica LE, publicada en ocasión del 90 aniversario de la RN, no pudo ser dada a conocer en esta fecha (13 de mayo) por razón del atentado que sufrió el Papa, y no fue publicada hasta el 14 de septiembre del 81, constituye la nueva Carta Magna del Trabajo, concebido éste como clave esencial de toda la cuestión social.
La encíclica parte del hombre como sujeto activo y responsable del trabajo, constituyendo este principio de la subjetividad del trabajo el hilo conductor de todo el desarrollo del documento. Este hombre, sujeto del trabajo, no es considerado en abstracto, como un ser autónomo, autártico, autosuficiente, individualista e insolidario, sino como persona, en su única e irrepetible individualidad existente, como ser histórico, social y solidario, creado por Dios, herido por el pecado y redimido por Jesucristo.
Entre las claves principales de la encíclica podemos seleccionar:
·Un trabajador no vale por lo que produce, sino por lo que es: una persona, igual en derecho a cualquier otra. Se afirma, desde luego, la igualdad de los emigrantes, de las mujeres y de los minusválidos
·La prioridad del trabajo frente al capital; la primacía del hombre respecto a las cosas
·Si el capital condiciona el trabajo del hombre, lo hace dependiente, o sea, esclavo, se da una ruptura trágica en el orden de la naturaleza del trabajo
·El trabajo estará al servicio del hombre si se deja de considerarlo como mercancía
·La encíclica tiene una interesante propuesta: la copropiedad de los medios de trabajo para que el trabajador cobre conciencia de trabajar en algo propio
·La encíclica y las ideologías dominantes (El liberalismo capitalista y el socialismo marxista): Ambos sistemas tienen la misma raíz: el materialismo práctico del economicismo. En el capitalismo el trabajo es una especie de mercancía o fuerza anónima para la producción y el provecho económico que defiende como dogma el derecho exclusivo a la propiedad privada de los medios de producción. En el socialismo cambian de dueño los medios de producción; al individuo lo sustituye el Estado, por tanto el hombre tampoco es sujeto del trabajo, sino que es tratado como dependiente de lo material, o sea de la producción.
·La alternativa propuesta por la encíclica, jamás renuncia a su espiritualidad, de la que sobresale: la prioridad del hombre, la primacía del trabajo sobre el capital, el trabajo como fuerza conciliadora entre trabajadores y propietarios, el bien común sobre el egoísmo personal del capitalista y del colectivismo estatal, el trabajo como obra co-creadora de Dios.

Sollicitudo rei socialis (1987)

Esta encíclica escrita para conmemorar los 20 años de Populorum Progressio reasume la enseñanza de su predecesor Pablo VI acerca del desarrollo humano de todo el hombre y de todos los hombres e incluye nuevos aportes al tema.
El desarrollo no es un proceso rectilíneo, casi automático y de por sí ilimitado, como si en ciertas condiciones el género humano marchara seguro hacia una especie de perfección indefinida (SRS 20) No podría ser de otra manera ya que la historia no es simplemente un proceso necesario hacia lo mejor, sino más bien un reconocimiento de libertad, un combate entre libertades (Familiaris Consortio 6)
No obstante, Juan Pablo II nos invita a ver la historia en clave de solidaridad: los hombres y las mujeres que hacen la historia – que ayudan a sus semejantes a desarrollarse en el sentido de PabloVI – son aquellos que viven la solidaridad hasta las últimas consecuencias, es decir hasta dar la vida por sus hermanos. Colaborar con esta tarea constituye un imperativo de la conducta cristiana:
«Quien quiera renunciar a la tarea difícil pero exaltante de elevar la suerte de todo el hombre y de todos los hombres, bajo el pretexto del peso de la lucha y del esfuerzo incesante de superación, o incluso por la experiencia de la derrota y del retorno al punto de partida, faltaría a la voluntad de Dios Creador.»
El texto citado encierra un profetismo comparable al de los escritos de los Santos Padres. Con igual vigor, el Papa polaco denuncia la existencia de mecanismos perversos de orden económico y político que se alzan como un dique que detiene la corriente de solidaridad, perpetuando y a veces acrecentando la situación de miseria de grandes multitudes.
Los mecanismos son perversos porque no son naturales, sino manejados por seres humanos, cuando el Papa escribe esta encíclica, aún no se había producido un entendimiento entre EEUU y Rusia, la perestroika en aquella época comenzaba a anunciar la primavera y el Papa adjudica esa responsabilidad a la hegemonía de los 2 bloques existentes.
Los mecanismos perversos corresponden en lenguaje religioso a las estructuras de pecado y la única alternativa para superar su maldad es la conversión personal y comunitaria a la solidaridad. Solo así podremos crear condiciones favorables para una auténtica liberación, para un desarrollo humano integral.

Juan Pablo II ante la tumba del P. Félix Varela,
uno de los padres fundadores de la cultura cubana.

 

Centesimus Annus (1991)

Esta encíclica escrita para conmemorar los 100 años de la Rerum Novarum, es una encíclica fundamental dirigida entre otras cosas a analizar la situación mundial en su momento histórico.
En el capítulo III , Juan Pablo II analiza las causas de la crisis del socialismo real, sostiene que el error fundamental del socialismo real es de orden antropológico: el hombre no es considerado como una persona, centro libre de decisión moral, sino reducido a una simple molécula de la sociedad y sometido al mecanismo económico, social y político manejado por un Estado omnipotente. Dicho error se explica, en último término, por el ateísmo del sistema derivado de la filosofía propia del materialismo dialéctico e histórico que, negando la trascendencia, encierra al hombre en la pura temporalidad, incapacitándolo para tomar conciencia plena de su dignidad.
Fueron los propios trabajadores quienes reaccionaron cuando tomaron conciencia de que algunos de sus derechos fundamentales habían sido violados por demasiado tiempo. Siempre que la subjetividad -el ser persona- de los seres humanos es desconocida estos se convierten en seres sin iniciativa, carentes de creatividad y sin interés por su trabajo. El maltrato al trabajo humano que habían denunciado los húngaros en 1956, los checoslovacos en la Primavera de Praga de 1968 y los polacos del sindicato Solidaridad a partir de 1980, explica que el sistema socialista de producción había caído en la ineficiencia, uno de cuyos indicadores más negativos en Rusia lo denunciara el mismo Gorvachov; la disminución durante 15 años de la renta per cápita. La experiencia del socialismo real demuestra que no puede haber solidaridad verdadera sin libertad.
Todo el capítulo IV de esta encíclica constituye una meditación sobre el capitalismo y sus instituciones básicas a la luz de los principios fundamentales de la DSI, la complejidad de la cuestión aconseja citar textualmente a Juan Pablo II:
“La respuesta obviamente es compleja. Si por capitalismo se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, el mercado, la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta es ciertamente positiva, aunque quizás seria mas apropiado hablar de economía de empresa, economía de mercado o simplemente economía libre. Pero si por capitalismo se entiende un sistema en el cual la libertad en el ámbito económico, no esta encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa (CA 42)”
Podríamos decir que la intencionalidad ultima de la DSI y de la encíclica Centesimus Annus es contribuir a que la humanidad y cada uno de sus pueblos vayan creando espacios sociales, económicos, políticos y de relaciones internacionales en los cuales se viva el clima específicamente humano, alcanzando una calidad de vida que beneficie a todos, especialmente a los mas pobres.
“Su única finalidad ha sido la atención y la responsabilidad hacia el hombre, confiado a ella por Cristo mismo. Hacia ese hombre que como el Concilio Vaticano II recuerda, es la única criatura que Dios ha querido por si misma” (CA 55).

En Cuba

El Santo Padre conocía por experiencia propia nuestra realidad, además la conocía dada su preocupación particular por Cuba que, unida a su confianza en la persona humana, en Dios y en la misión de la Iglesia, lo convirtió e un mensajero de la esperanza .
Así, desde su primer discurso en el aeropuerto José Martí, nos dijo “No tengan miedo… La Iglesia convoca sin excepción a todos, personas, familias, pueblos, para que siguiendo fielmente a Jesucristo, encuentren el sentido pleno de sus vidas, se pongan al servicio de sus semejantes, transformen las relaciones familiares, laborales y sociales, lo cual redundará siempre en beneficio de la patria y la sociedad.”
El Papa convocó a cada uno de esos componentes y así habló en Santa Clara a las familias: “Los padres, al haber dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole y, por consiguiente, deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Esta tarea de la educación es tan importante que cuando falta difícilmente puede suplirse. Se trata de un deber y un derecho insustituible e inalienable. Es verdad que en el ámbito de la educación, a la autoridad pública le competen derechos y deberes, ya que tiene que servir al bien común, sin embargo esto no le da derecho a sustituir a los padres. Por tanto, los padres, sin esperar que otros los reemplacen en lo que es su responsabilidad, debe poder escoger para sus hijos el estilo pedagógico, los contenidos éticos y cívicos y la inspiración religiosa en los que deseen formarlos. No esperen que todo les venga dado. Asuman su misión educativa, buscando y creando los espacios y medios adecuados en la sociedad civil”
Al ser la juventud el sector más dañado y por representar el futuro de la Patria y de la Iglesia, el Papa fue muy enfático cuando se dirigió a ella: “El mejor legado que pueden hacer a las generaciones futuras es la transmisión de los valores superiores del espíritu, no se trata sólo de salvar algunos de ellos, sino de favorecer una educación ética y cívica que ayude a asumir nuevos valores, a reconstruir el propio carácter y el alma social sobre la base de una educación para la libertad, la justicia social y la responsabilidad”.
Y dirigiéndose a la Iglesia, planteó:”La Iglesia tiene el deber de dar una formación moral, cívica y religiosa que ayude a los jóvenes cubanos a crecer en los valores humanos y cristianos sin miedo y con la perseverancia de una obra educativa que necesita el tiempo, los medios y las instituciones que son propias de esa siembra de virtud y espiritualidad para el bien de la Iglesia y de la Nación”…”¡Que Cuba eduque a sus jóvenes en la virtud y la libertad para que pueda tener un futuro auténtico y desarrollo humano integral en un ambiente de paz duradero.”
También cuando el Sumo Pontífice conversó con los obispos cubanos en el Arzobispado de La Habana, refiriéndose a los jóvenes y a las familias enfatizó: “ A este sector de la población hay que cuidarlo con esmero, facilitándole una adecuada formación moral y cívica que complete en los jóvenes el necesario Suplemento del Alma que les permita remediar la pérdida de valores y dé sentido a sus vidas con una sólida educación humana y cristiana.”
El papel de los laicos en esta importantísima misión fue subrayado por Su Santidad cuando expresó : “Es de desear que los laicos comprometidos continúen preparándose en el estudio y aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia para iluminar con ella todos los ambientes.” (Santiago de Cuba). También nos llamó a: “Mantener la llama de la fe en el seno de sus familias, venciendo así los obstáculos y trabajando con valor para encarnar el espíritu evangélico en la sociedad.” (Catedral de La Habana)
Juan Pablo II se refirió a determinadas realizaciones que ya se materializaban cuando expresó: “ Las Obras de Evangelización que van teniendo lugar en distinto ambientes, como por ejemplo, misiones en barrios y pueblos sin iglesias, deben ser cuidadas y fomentadas para que puedan servir no sólo a los católicos, sino a todo el pueblo cubano, para que conozca a Jesucristo y lo ame. La historia enseña que sin fe desaparece la virtud, los valores morales se oscurecen, no resplandece la verdad, la vida pierde su sentido trascendente y aún el servicio a la Nación puede dejar de ser alentado.” (Santiago de Cuba), y subrayó : “ es de desear que las publicaciones católicas y otras iniciativas puedan disponer de los medios necesarios para servir mejor a toda la sociedad cubana “.
El valor del testimonio lo defendió cuando dijo: “ La Iglesia está llamada a dar su testimonio de Cristo asumiendo posiciones valientes y proféticas ante la corrupción del poder político y económico.” En cuanto a la Doctrina Social de la Iglesia sostuvo que esta: ” es un esfuerzo de reflexión y propuesta que trata de iluminar y conciliar las relaciones entre los derechos inalienables de cada hombre y las exigencias sociales, de modo que la persona alcance sus aspiraciones más profundas y su realización integral, según su condición de hijo de Dios y ciudadano. Por lo cual el laicado católico debe contribuir a esa realización mediante la aplicación de las enseñanzas sociales de la Iglesia en los diferentes ambientes.”
También el Papa, el 22 de enero del 1999 envió un bello mensaje a nuestro pueblo del cual extraemos el siguiente párrafo: “ Ustedes deben ser los protagonistas de su propia historia personal y social. Asumir esa responsabilidad debe significar para la Iglesia en Cuba poder profesar la fe en actos públicos reconocidos; ejercer la caridad de forma personal y social; educar las conciencias para la libertad y el servicio a todos los hombres y estimular las iniciativas que puedan configurar una nueva sociedad. En ella los derechos fundamentales de la persona humana y la justicia social encontrarán por igual sin menoscabo de unos en detrimento de otros, el reconocimiento y una efectiva promoción institucional.”
En la misa de Réquiem, celebrada en la Catedral de La Habana, Su Excelencia, Monseñor Luigi Bonazzi, Nuncio Apostólico en Cuba, recordando que hasta en sus últimas palabras a Cuba, Juan Pablo II abogó por un comportamiento social ético, expresó:
“El diálogo ininterrumpido de Juan Pablo II con Cuba vivió su ‘último acto’ –por así decir- el 8 de enero pasado, con ocasión de la ceremonia de presentación de las Cartas Credenciales del nuevo Embajador de Cuba ante la Santa Sede. Son las últimas palabras del Papa a Cuba, de ahí su importancia. Después de haber escuchado atentamente el discurso del Embajador y haber renovando el vivo auspicio de que “se puedan superar cuanto antes los obstáculos que impiden la libre comunicación e intercambio entre la Nación cubana y parte de la comunidad internacional”, el Papa Juan Pablo II, como retomando idealmente las palabras del Presidente Fidel Castro apenas recordadas, dijo:
“En realidad, en toda sociedad pluralista la Iglesia presenta sus orientaciones y propuestas que pueden llevar a puntos de vista diferentes entre quienes comparten la fe y quienes no la profesan. Las divergencias en este sentido no deben producir ninguna forma de conflictividad social sino más bien favorecer un diálogo constructivo y amplio.
“A este respecto hay temas en los cuales la Iglesia en Cuba desea iluminar la realidad social, como por ejemplo la amplia problemática suscitada por la promoción de la dignidad humana; la consideración de la realidad familiar y la educación de las nuevas generaciones en una cultura de la paz, de la vida y de la esperanza; la compleja relación entre la economía y los valores del espíritu; la atención global de la persona humana, aspectos estos en los cuales es conveniente un diálogo con todos los grupos que integran el pueblo cubano… Renuevo mi saludo a las Autoridades cubanas e invoco… sobre toda la Nación cubana, que recuerdo siempre con afecto, la ayuda de Dios y la abundancia de sus bendiciones.”


 

Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005
Joaquín Bello
Laico comprometido de la Diócesis de La Habana. Miembro del Secretariado Ejecutivo de la Comisión Nacional de Justicia y Paz, trabaja actualmente en la Conferencia Episcopal.