Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005


MIS RECUERDOS
DEL PAPA ESQUIANDO


P. JOAQUÍN GAIGA

 

 

Cuando el Papa Juan Pablo II subió al solio pontificio en octubre de 1978 yo tenía 31 años y trabajaba de Cura Coadjutor en una parroquia de la periferia de mi ciudad de Verona (Italia), dependiendo de un Cura mayor que yo más de 20 años: Don Angelo. Recuerdo que del Papa recién elegido la televisión y la prensa italiana hablaban también de un hombre aficionado y que practicaba deporte y lo comprobaban con la publicación de simpáticos servicios fotográficos.
El nuevo Papa había sido buen nadador, hábil en bajar torrentes impetuosos con la canoa, en trepar montañas, en esquiar. Sobre todo este último detalle me impactó mucho pues Dios sabe cuántas fueron mis carreras trás del balón con los muchachos en los campos de nuestras parroquias en Italia, que normalmente son equipadas también de estructuras para la sana recreación, ejercicio del deporte y juego, siempre había sido apasionado esquiador por haber nacido y vivido en la montaña, en medio de mucha nieve.

Juan Pablo II solía dedicar sus horas de descanso a su deporte favorito,
el esquí, 16 de julio de 1988, Adamello, Italia.


En mi niñez y juventud había sido muy pobre y nunca pude tener un par de esquíes decentes y fáciles de maniobrar pero, como se dice en mi tierra: “Al buen artista le basta cualquier instrumento”.
Sólo a los 30 años pude comprar mis primeros esquís de buenas condiciones y perfeccionar mi práctica de este deporte. Fue poco después que me gustó saber que esta pasión la compartía con el ex Obispo de Cracovia. También el ahora Papa había experimentado muchas veces las extraordinarias sensaciones que produce el alcanzar una cumbre elevada y, desde allá mirar la profundidad de los valles, los abismos, barrancos y, en pleno invierno, el asomarse a una larga secuencia de cumbres blanqueadas de nieve en un cielo despejado como en ninguna otra temporada. También él había probado cierto temor y hesitación al emprender un descenso por algunas pendientes que parecen aún más empinadas si están cubiertas de nieve, pero había probado también la gran satisfacción, llegado al pie de la montaña, de haber desafiado victoriosamente sus insidias y peligros, de sentir el cuerpo fatigado, pero al mismo tiempo más enérgico, más dúctil y entrenado a enfrentar otros ejercicios y fatigas de carácter más propiamente intelectual y espiritual.
Hasta la voluntad y las demás facultades psíquicas parecen como vacunadas con una nueva energía gracias al sano ejercicio del deporte. En suma se experimenta la verdad de lo que decían los antiguos sabios romanos: “Mens sana in corpore sano” (La mente es más sana en un cuerpo sano) y viceversa.
Eso lo comprendía también Don Angelo y estaba muy contento conque, después de todas las otras actividades, yo me pasara alguna hora al día con los muchachos en los campos de fútbol parroquiales realizados por él mismo, haciendo de aquella parroquia casi la más equipada también en estructuras deportivas de la Diócesis. Pero, parecía un poco perplejo cuando le pedía salir con los muchachos a esquiar en la montaña.
Mientras tanto aquello del Obispo Karol Wojtyla, amante de la montaña y esquiador no quedó sólo en un recuerdo del pasado. Sorprendió el nuevo Papa cuando, a pocos meses de su elección, respondiendo a una invitación, se hizo transportar en helicóptero sobre el glaciar de la Marmolada (Norte de Italia) a 3264 m. de altura y allí celebró la misa, bendijo una estatua de la Virgen, compartió con “gli Alpini”, los esquiadores, los amantes de la montaña. Algunos años más tarde habría bajado también yo con mis esquíes las vertiginosas pendientes de aquel glaciar.
Sorprendió sobre todo el Papa cuando, en el primer invierno de su pontificado y algunos de los sucesivos, antes que sus energías fueran debilitadas por las consecuencias del atentado a su vida, no resistió la tentación de reponer en el armario por algún día su bata blanca de Pontífice y vestir pantalones y botas de esquiador marchándose hacia alguna de las pistas nevosas del Norte de Italia o del más cercano monte Terminillo. Aunque se le reservaban lugares de cierta privacidad, los cazadores de fotos prohibidas, aquello que en Italia les llaman “i paparazzi” lograron de algún sitio retratar al Papa esquiando. En una de estas salidas lo acompañó el mismo presidente de la República: el anciano y simpático Sandro Pertini: socialista y agnóstico pero simpatizante de este Papa sorpresivo. Pertini, con su imprescindible pipa de fumar tabaco siempre en la boca, se lamentaba con sutil ironía ante los diaristas que lo entrevistaban no poder, por la edad y por no haberse nunca manejado con los esquíes, bajar por las pistas al lado del Papa, pero se declaraba muy satisfecho de verlo tan feliz y divertido como un niño en aquel atrevido ejercicio.
Pero Don Angelo se encontraba más bien confundido ante el Papa esquiador y por poco le da un infarto al ver comparecer en una revista una de aquellas fotos de rapiña de los “paparazzi” que retrataban al Papa nadador. Por haberse acostumbrado a la imagen del Papa encerrado en el Vaticano, celebrante, orante, impartiendo bendiciones, a lo mejor dando un paseo por los jardines vaticanos, estas actuaciones del Papa polaco lo habían hundido en una crisis profunda, no sabía como ubicarse.
Yo, al contrario, recorté de una revista una foto del Papa esquiando, le pegué abajo otra mía también bajando con los esquíes una pista de los Alpes, y le puse al pie: “Con Pedro también en eso”, y me hice un cuadro que quedó por algunos años en mi estudio. Y si antes me creaban cierta molestia y escrúpulo de conciencia las miradas de don Angelo cuando me iba a esquiar a la montaña, ahora me sentía más sereno, aprobado y comprendido por la autoridad suprema de la Iglesia: “Si esquiaba el Papa, 5-6 veces en el invierno también lo podía hacer un joven cura agobiado por el trajín del trabajo pastoral en una gran parroquia de periferia y la enseñanza en la escuela”.
Además iba experimentando, en sintonía con el Papa, las ya citadas ventajas en el campo psíquico y espiritual de un sano ejercicio del deporte. Tanto yo como muchos otros que practicábamos algún deporte, sentimos entonces tener en el nuevo Papa un amigo, uno que compartía también eso con nosotros. Pronto en el Vaticano, en la Plaza de San Pedro, en la Sala Nervi donde el Papa daba sus discursos del miércoles empezaron a darse cita grupos deportivos para ver y simpatizar con el Papa deportivo y recibir su bendición. Los mismos peregrinajes del Año Santo, en ciertos casos, se mezclaron con el ejercicio deportivo porque fueron muchas la comitivas que acudieron a Roma procedentes desde largas distancias en bicicleta o a pie.
Nunca olvidaré mi emoción cuando, al visitar Polonia en 1992, y llegar a Wadovice: pueblo natal de Juan Pablo II, en su casa, transformada en pequeño museo de recuerdos, pude retratarme delante de sus viejos esquíes, con los cuales bajaba de las montañas polacas de Zakopane, y su canoa guardados en una vitrina.
No sólo aquellos, sino también los más modernos y sofisticados que le regalaron en Roma tenían que transformarse pronto en objeto de museo porque el atentado del 13 de mayo de 1981, sus consecuencias, otras enfermedades que sobrevinieron, el paso de los años y el derrumbe de “esta nuestra morada terrena” (S. Pablo) que nadie puede detener, obligaron al Papa a asumir la fisonomía del anciano débil y vacilante. ¿Cuánto habrán contribuido el ejercicio de aquellos deportes, la reserva de energía acumulada con el mismo, a explicar tanta resistencia, el aguante, el incansable trabajo apostólico de ese Papa hasta el final de 26 años de pontificado?
Como dicen siempre en mi tierra: había tenido pronto el Papa que “Colgar los esquíes al clavo”. No renunció desde el primero hasta los últimos años de su pontificado a concederse una decena de días de vacaciones durante el caluroso verano de Roma, eligiendo para eso siempre lugares de los Alpes en el Norte de Italia. Lugares donde el silencio, el paisaje de una naturaleza bastante incontaminada, como el respirar la brisa y los vientos de alta cota hacen advertir más cercano el Cielo y más clara la voz de Dios, como le pasó a Elías en las alturas del Oreb.
Eligió para estas vacaciones en los primeros años un lugar de mi tierra “veneta”, en la zona llamada de “Le Dolomiti”, entre las más lindas montañas de mundo. El Papa iba ágil en aquellos años por senderos empinados alcanzando alturas de 2000 o 3000 metros, de eso los irreducibles diaristas y “paparazzi” nos tenían bien informados cada día. En los últimos años cambió completamente de zona, desplazándose al noroeste de los Alpes, en el Valle de Aosta, donde se encuentra la ciudad del mismo nombre cercana al confín entre Italia y Francia.
Se alojaba el Papa en una casa de un pueblecito bastante lejos de esa ciudad rodeada por algunas de las más elevadas cumbres de Italia y de Europa: el Cervino, el Gran Paradiso, el Gran San Bernardo, el pequeño San Bernardo, y sobretodo el más elevado macizo de Europa: el Monte Blanco (4882 m). Podía el Papa desde aquella casa fijar su mirada hacia el Monte Blanco, resignándose a acortar siempre más, con el avanzar de los años, los tramos de sus paseos, tembloroso, apoyado sobre su bastoncito, pero contento y encantado de aquellos paisajes que le preanunciaban algo de la belleza celestial.
También yo, a comienzos de 1997 tuve que “colgar mis esquíes al clavo” o mejor: los colgué al pie de un Crucifijo en mi cuartito de dormir en mi casa natal a 1000 m. de altura para responder a la llamada de marcharme como misionero a Cuba donde, en cuanto a nieve, durante estos más de ocho años he disfrutado sólo de algún espejismo producido a veces por ciertas nubes mañaneras sobre la Sierra del Rosario. “Con Pedro también en eso” – podría decir refiriéndome a la sucesiva fase de la vida de Juan Pablo II: aquella después de su accidente que supo aceptar y vivir de manera serena y ejemplar, Para él vino después también la última: aquella del sobrevenir la enfermedad, los crecientes achaques y limitaciones.
A pesar de esto, también como hombre acostumbrado al sacrificio y disciplina de los deportistas, cual buen atleta de Cristo, siguió caminando, aunque ayudado por su bastoncito o un andador, casi hasta el final por los difíciles Calvarios del mundo. Merecía en estos últimos tiempos hacer suyo el balance existencial del segundo Apóstol del cual había tomado su nombre de Pontífice: “He combatido la buena batalla, he concluido mi carrera, he conservado la fe. Sólo me queda recibir la corona que el Señor, justo juez, me dará (2 Tm. 4,7-8)”.
Ha concluido el Papa Juan Pablo II su carrera llevada hasta el final con una tenacidad ejemplar para cada atleta, ha terminado de subir y bajar nuestras cumbres terrenas para alcanzar la infinitamente más elevada y atrevida Montaña del Señor. Desde allá bendiga y proteja también a todos los que aman la montaña, los que hacen del deporte un ejercicio para fortalecer no sólo sus músculos, sino también la voluntad y la autodisciplina.
A propósito. No puedo terminar sin una alusión al querido Don Angelo. Está vivo todavía, me quiere, me ayuda y se interesa mucho de mi actividad misionera en Cuba. Desde hace años se había reconciliado perfectamente con el Papa ex deportivo. Se había transformado en un gran admirador de Su Santidad y, Dios sabe como llorará su muerte en estos días. En los últimos años de mi servicio de coadjutor logré entusiasmarlo de la montaña, pero visitada en verano porque a la nieve y los esquíes le tuvo siempre un gran miedo. Lo vi la ultima vez hace 7 meses y, lamentablemente, si un tiempo me superaba de más de 10 cm. en estatura, me daba pena ahora verlo tan encorvado que su cabeza se situaba más de 10 cm. por debajo de la mía. Se quejaba un poco de su artrosis y quizás extrañaba no haber aprendido a tiempo del Papa a dedicar algunos momentos del día también al sano ejercicio físico, pasando dañosamente por alto el antiguo refrán romano: “Mens sana in corpore sano” y viceversa.


 

Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005
P. Joaquín Gaiga.
26 de febrero de 1947, Verona, Italia.
Párroco de San Luis, Ordenado sacerdote 1 de julio de 1972. Misionero italiano. Ha publicado varios libros.