Antes de presentar la grandeza de las enseñanzas de Juan Pablo II con relación a la familia, es muy importante ir a las raíces más profundas, a la experiencia más íntima de su infancia, que lo marcó para toda la vida. Él mismo escribe: “Mi reconocimiento es sobre todo para mi padre, que enviudó muy pronto. No había recibido aún la primera Comunión cuando perdí a mi madre; apenas tenía nueve años. Por eso no tengo conciencia clara de la contribución, seguramente grande, que ella dio a mi educación religiosa. Después de su muerte y, a continuación, después de la muerte de mi hermano mayor, quedé solo con mi padre, que era un hombre profundamente religioso. Podía observar cotidianamente su vida que era muy austera …. Sucedía que a veces me despertaba de noche y encontraba a mi padre arrodillado, igual que lo veía siempre en la iglesia parroquial”(1). Reconoce que este ejemplo fue para él, en cierto modo, el primer seminario, una especie de seminario doméstico. Así inició su vida quien con los años se convertiría en un padre, pastor y maestro insigne para toda la humanidad.
Durante el decursar del pontificado de Juan Pablo II, finales del siglo XX e inicios del XXI, la existencia de la familia ha estado amenazada, especialmente la propia vida humana. Ella ha sido blanco de diferentes “avances científicos e interpretaciones sobre lo que es o no persona”. Súmesele el alto nivel de pobreza social y política que la rodean y que provocaron en la mente y en el corazón de este santo Papa una gran preocupación, explicitada en encíclicas, exhortaciones, discursos, intervenciones, persiguiendo como objetivo elevar la dignidad de todo hombre y mujer, y a su vez elevar también la dignidad de la familia.
En el pensamiento del Papa, está como fundamento, la idea originaria del “hombre” y “la familia”: “Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios los creó”, “hombre y mujer los creó” y cuando terminó “Dios los bendijo, diciéndoles: Sean fecundos y multiplíquense” (2). Esto hace que el hombre y la mujer tengan una dignidad humana que nada ni nadie puede posponer, no tener en cuenta o pisotear. Además, desde el principio de la vida humana, aparece el conjunto de personas que forman el grupo primario de la humanidad: la familia. Tanto la persona humana como la familia son las obras de la creación que el Santo Padre defiende y purifica en todo momento. El Papa reconoce que: “La persona y la familia corren parejas en la estima y en el reconocimiento de su dignidad, así como en los ataques y en los intentos de disgregación. La grandeza y la sabiduría de Dios se manifiestan en sus obras. Con todo, parece que hoy los enemigos de Dios, más que atacar de frente al Autor de la creación, prefieran herirlo en sus obras”(3).
El Santo Padre hace suyas las palabras del Concilio Vaticano II cuando ratifica que: “El hombre es, por naturaleza, un ser social y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás”(4). Por tanto la familia, lejos de ser un obstáculo para el desarrollo y crecimiento de la persona, es el lugar privilegiado para hacer crecer todas las potencialidades personales y sociales que el hombre lleva inscritas en su ser. Reconoce que la familia tiene como principio interior, como fuerza permanente, y como meta última de su cometido, el amor. Por eso, en la Encíclica Redemptor hominis nos invita a reflexionar: “El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente” (5).
La familia será lo que sea la pareja. Esta idea que comúnmente se utiliza cuando se analiza una familia, ha estado muy presente en las reflexiones del Papa, pues dedica un lugar privilegiado al encuentro entre el hombre y la mujer. El filósofo Manuel Mounier afirma: “las otras personas no limitan a la persona, sino que la hacen ser y desarrollarse. Ella no existe sino hacia los otros, no se conoce sino por los otros, no se encuentra sino en los otros”(6). Tal parece que esta corriente del personalismo está de fondo en el pensamiento del Papa. Su audacia le lleva a escribir: “la comunión primera es la que se instaura y se desarrolla entre los cónyuges; en virtud del pacto de amor conyugal, el hombre y la mujer, no son ya dos, sino una sola carne …. Y están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total”(7). El Santo Padre desafía con fuerza: a la infidelidad que corroe y mata a la pareja humana y a la familia, por los sufrimientos y otras secuelas que deja como rastro; a la nueva avalancha de ideas y leyes sobre el matrimonio y familias formadas por personas de igual sexo. Presenta lo cotidiano como el lugar donde se expresa esa donación total; esa unión cada vez más rica entre un hombre y una mujer en todos los niveles, unión “de cuerpo, del carácter, del corazón, de la inteligencia y la voluntad, del alma” (8), que logra ser para las demás familias, para la vida social, para la propia comunidad cristiana, el barrio, un signo eficaz del amor que los une.
La audacia del Papa nuevamente le permite seguir manteniendo como slogan que “la familia es santuario de la vida”, lo cual se repite con mucha fuerza en el mundo creyente y también se abre paso en otras fronteras. La defensa de la vida desde la concepción en el vientre materno hasta la ancianidad, ha sido una de sus preocupaciones constantes. En su visita a Cuba, unas de las primeras palabras pronunciadas para todos los cubanos y para el mundo, en la misa de Santa Clara fueron: “Cuando los matrimonios viven en sistemas económicos o culturales, que bajo la falsa apariencia de libertad y progreso, promueven o incluso defienden una mentalidad antinatalista, induciendo de ese modo a los esposos a recurrir a métodos de control de la natalidad que no están de acuerdo con la dignidad humana, se llega incluso al aborto, que es siempre, además de un crimen abominable(9), un absurdo empobrecimiento de la persona y de la misma sociedad”(10). Pero mucho antes de estas valientes afirmaciones en suelo cubano, ya Juan Pablo II había escrito la Carta Encíclica Evangelium Vitae, el Evangelio de la Vida; desafiando a los cristianos, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, al ratificar que: “Somos el pueblo de la vida …. Somos enviados, estar al servicio de la vida no es para nosotros una vanagloria, sino un deber ….. En nuestro camino nos guía y sostiene la ley del amor ….. No debemos temer la hostilidad y la impopularidad, rechazando todo compromiso y ambigüedad que nos conformaría a la mentalidad de este mundo”(11).
El Papa mira con muy buenos ojos todo lo que implique el desarrollo de los pueblos, su progreso, la aplicación de los avances científicos como incremento para el bien común. Sin embargo, aclara también que: “No hay conquistas sociales sin respeto a la vida”(12). Nadie, en su opinión, bajo ningún concepto, está excluido de tan importante tarea: defender la vida humana. Su firmeza en estos principios lo hace merecedor de un reconocimiento extraordinario. Él pasará a la historia, como el hombre que elevó en todas las circunstancias el valor de la dignidad humana.
Los padres son los primeros educadores de sus hijos, ratifica Juan Pablo II: “Puesto que han dado la vida a sus hijos tienen la gravísima obligación de educar a la prole y, por tanto, ellos son los primeros y obligados educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia, que cuando falta, difícilmente puede suplirse”(13), -continúa afirmando en el discurso- “Les compete el correspondiente derecho a educar a sus propios hijos. Dado su origen, es un deber-derecho primario en comparación con la incumbencia educativa de otros, insustituible e inalienable, esto es, que no puede delegarse totalmente en otros, ni otros pueden usurparlo”(14). Destaca algo muy interesante con relación al Estado y sus instituciones, la educación y los padres de familia: “A la autoridad pública le competen derechos y deberes, en cuanto debe servir al bien común. Ella, sin embargo no puede sustituir a los padres, ya que su cometido es el de ayudarles, para que puedan cumplir su deber-derecho de educar a los propios hijos de acuerdo con sus convicciones morales y religiosas”(15). Resulta una osadía ratificar con mucho énfasis cómo las autoridades e instituciones del Estado deben jugar en este campo un papel subsidiario y no abdican de sus derechos cuando se consideran al servicio de los padres; al contrario, ésta es precisamente su grandeza: defender y promover el libre ejercicio de los derechos educativos.
En nuestra Patria la osadía fue más allá de lo esperado por todos, en el campo educativo; fue un desafío a todos los cubanos, y a todo lo concerniente con este aspecto tan importante de la vida humana y social. Él afirmó: “La familia, la escuela y la Iglesia deben formar una comunidad educativa donde los hijos de Cuba crezcan en humanidad. No tengan miedo, abran las familias y las escuelas a los valores del Evangelio de Jesucristo, que nunca son un peligro para ningún proyecto social”(16). Implicación, que sin dejar a un lado lo expuesto anteriormente sobre los padres como los primeros responsables de la educación de los hijos, ahora también incluye a los maestros de las escuelas y universidades, más los agentes de pastoral de la Iglesia (sacerdotes, diáconos permanentes, religiosas y religiosos). Y les pide que hagan una comunidad en la que partiendo de un proyecto educativo libre y responsable, respondan a las necesidades y exigencias de las nuevas generaciones. Por supuesto, que en la mente de Juan Pablo II, también este mensaje lleva implícito algo que ha dicho en innumerables oportunidades y que aquí no repitió, pero que es válido siempre para nosotros: “El derecho de los padres a la educación religiosa de sus hijos debe ser particularmente garantizado…a educación religiosa es el cumplimiento y el fundamento de toda educación que tiene por objeto el pleno desarrollo de la persona humana”(17).
Las amenazas a la institución familiar, en que se ha insistido anteriormente, traen consecuencias nada satisfactorias. Juan Pablo II, en su condición de Padre y en clave de misericordia, dedica gran espacio en la encíclica Familiaris Consortio a este tema, exhortando a la animación y acompañamiento a las parejas y familias que son catalogadas como “casos difíciles”(18). Estos los vemos con frecuencia en nuestro medio social: familias con miembros enfermos (algunos con VIH-SIDA), matrimonios mixtos, matrimonios a prueba, uniones libres de hecho, católicos unidos sólo con matrimonio civil, separados y divorciados, divorciados y vueltos a casar, personas sin familia. Pide se busquen las causas; se eduque en el verdadero sentido de pareja (hombre y mujer) y de familia; se ayude y se ilumine pacientemente; se les realice una corrección caritativa, y con testimonios familiares cristianos, puedan ellos sentirse animados a imitarlos. El Papa solicita que la comunidad cristiana debe tratar con todas sus fuerzas de que: “Nadie se sienta sin familia en este mundo; la Iglesia es casa y familia para todos, especialmente para cuantos están fatigados y cargados” (19).
El Papa Juan Pablo II creyó en la familia, en su continuidad histórica, en su fortaleza, a pesar de los desafíos que enfrenta. Ha sido una voz profética en defensa de la familia, de la vida y de la sociedad. En uno de sus últimos discursos dirigido al Foro de Asociaciones Familiares destacó: “La familia no sólo está en el centro de la vida cristiana; también es el fundamento de la vida social y civil y, por eso, constituye un capítulo central de la Doctrina Social Cristiana, como muestra muy bien el compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (No. 209-254). Es preciso profundizar continuamente en el íntimo alcance personal y al mismo tiempo en el valor social, originario e irrenunciable de la unión entre el hombre y la mujer, que se realiza en el matrimonio y da origen a la comunidad familiar. Quien destruye este entramado fundamental de la convivencia humana, causa una herida profunda a la sociedad y provoca daños a menudo irreparables” (20). Por todo esto el Papa ha solicitado en reiteradas ocasiones la ayuda y cooperación de instituciones internacionales, estados, organizaciones de la sociedad civil y de los hombres y mujeres de buena voluntad. Ha recabado de ellos la disposición para trabajar unidos al servicio de la familia. Deja bien claro el legado de que las familias deben tomar cada vez mayor conciencia de su protagonismo en todas las esferas de la vida social. Tienen que ser proféticas y responsables de su quehacer tanto a nivel de familias individualmente, como también agrupándose con otras, en diferentes asociaciones civiles y/o religiosas; donde seguramente encontrarán mayor resonancia de su acción a favor de la vida humana y de la sociedad.
Recordemos que “El futuro de la humanidad se fragua en la familia”. Seamos concientes de todo esto y seamos fieles a nuestro Juan Pablo II, trabajando por y para la familia como lo hizo él, con entereza, valor y creatividad. Así honraremos su memoria.
Referencias:
1.Juan Pablo II. Don y misterio, En el quincuagésimo aniversario de mi sacerdocio”. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. 1996.
2.Génesis 1, 27-28, La Biblia Latinoamericana. Ediciones Paulinas, Editorial Verbo Divino; Familiaris Consortio No 11.
3.Juan Pablo II. Discurso en la Clausura del Congreso Teológico-Pastoral sobre la familia. Río de Janeiro, Brasil, 3 de octubre 1997.
4.Concilio Vaticano II, Constitución Gozos y Esperanza No 12.
5.Juan Pablo II. Carta Encíclica Redemptor Hominis, No 10; Familiaris Consortio, No18.
6.Mounier E; El personalismo. Sígueme, Salamanca 1990, p. 475.
7.Familiaris Consortio, No19.
8.Juan Pablo II Discurso a los esposos en Kinshasa, No 4. 3 de mayo de 1980.
9.Concilio Vaticano II, Constitución Gozo y Esperanza No 51.
10.Visita de Juan Pablo II a Cuba. Homilía de la Misa en Santa Clara, No 3. 22 de enero 1998.
11.Juan Pablo II. Carta Encíclica Evangelium Vitae, Valor y carácter inviolable de la vida humana, No 79 al No 82. 25 marzo 1995.
12.Juan Pablo II. Discurso en la presentación de las Cartas Credenciales del nuevo embajador de España ante la Santa Sede. Zenit, 18 junio 2004.
13.Gravissimum educationis, No 3.
14.Juan Pablo II. Homilía durante la Misa para las familias cristianas celebrada en la Plaza de Lima en Madrid, España. 2 de noviembre 1982. Familiaris Consortio, No 36.
15.Ibid.
16.Ibid.
17.Visita de Juan Pablo II a Cuba. Homilía de la Misa en Santa Clara, No 4. 22 de enero 1998.
18.Familiaris Consortio, No 77 al No 85.
19.Evangelio de San Mateo 11, 28; Familiaris Consortio, No 85.
20.Juan Pablo II. Discurso a los participantes en la Asamblea del Foro de las Asociaciones Familiares, Roma. L. Osservatore Romano. 18 de diciembre 2004.