Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005


PALABRAS DEL NUNCIO APOSTÓLICO MONS. LUIGI BONAZZI EN LA MISA DE RÉQUIEM CELEBRADA EN LA CATEDRAL DE LA HABANA

 


Su Eminencia el Cardenal Jaime Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana y Presidente de la Conferencia Episcopal, me ha pedido que –como Representante del Papa- recuerde con una breve intervención al menos «algo» del especial amor y de la amistad que unieron al Papa Juan Pablo II a Cuba y a Cuba a Juan Pablo II. Lo hago con gusto, aunque estoy conciente de que se trata de una tarea prácticamente imposible.
Ha sido dicho, y con razón, que el mundo es de quien más lo ama y mejor sabe demostrarlo. Al final es el amor lo que queda; no permanece otra cosa. Juan Pablo II permanece porque hizo de su vida un continuo acto de amor a la Iglesia y al mundo.
El amor de Juan Pablo II se hizo particularmente visible en los días de su inolvidable visita, del 21 al 25 de enero de 1998. Había sido largamente deseada y fue preparada con toda la atención posible, tanto de las autoridades civiles cuanto de las religiosas. Juan Pablo II, que ya llevaba en su cuerpo los signos tangibles del sufrimiento, se quedó profundamente impresionado, asombrado, por la admirable manifestación de afecto que recibió del pueblo.
Fueron cuatro días de fiesta, de celebración genuina, nacida de la comunión intensa entre todos los cubanos, a quienes congregó la presencia del Santo Padre, su cariño visible, su sabiduría, su verdad. Fue un encuentro de personas, de corazones, de gestos de estima antes que de palabras. Cuando les llegó el turno a las palabras fueron acogidas también como expresión del amor del Papa. Entre todas ellas me gustaría recordar las siguientes cuatro:
La primera, dirigida a la Nación Cubana en la que personaliza y aplica a Cuba cuanto había dicho al inicio de su Pontificado: “No tengan miedo de abrir sus corazones a Cristo, dejen que Él entre en sus vidas, en sus familias, en la sociedad, para que así todo sea renovado… ¡Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba!” (Palabras a su llegada al aeropuerto, 21 de enero de 1998).

El Papa saluda a las personas que se congregaron a la salida
de la Catedral de La Habana, durante el encuentro con sacerdotes,
religiosos, religiosas, seminaristas y laicos de todo el país.
25 de enero de 1998.

La segunda, dicha a las familias, en favor de las cuales, siendo todavía un joven Obispo, había escrito el libro “Amor y responsabilidad”: “¡Cuba: cuida a tus familias para que conserves sano tu corazón! La familia, la escuela y la Iglesia deben formar una comunidad educativa donde los hijos de Cuba puedan crecer en humanidad. No tengan miedo, abran las familias y las escuelas a los valores del Evangelio de Jesucristo que nunca son un peligro para ningún proyecto social”. (Homilía dedicada a la familia en Santa Clara, 22 de enero de 1998).
La tercera, dirigida a los jóvenes, destinatarios, desde su lecho de muerte, de su último saludo y agradecimiento: “Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y social... Les quiero hablar también de compromiso. El compromiso es la respuesta valiente de quienes no quieren malgastar su vida… La felicidad se alcanza desde el sacrificio. No busquen fuera lo que pueden encontrar dentro, no esperen de los otros lo que ustedes son capaces y están llamados a ser y hacer. No dejen para mañana el construir una sociedad nueva, donde los sueños más nobles no se frustren.” (Homilía a los jóvenes en Camagüey, 23 de enero 1998).
La cuarta, para recordar el valor de aquello a lo que muchas veces no se da valor, es decir, el sufrimiento: “Cuando sufre una persona en su alma, o cuando sufre el alma de una nación, ese dolor debe convocar a la solidaridad, a la justicia, a la construcción de la civilización de la verdad y del amor. La indiferencia ante el sufrimiento humano, la pasividad ante las causas que provocan las penas de este mundo, los remedios coyunturales que no conducen a sanar en profundidad las heridas de las personas y de los pueblos, son faltas graves de omisión, ante las cuales todo hombre de buena voluntad debe convertirse y escuchar el grito de los que sufren.” (Mensaje pronunciado en el Encuentro con el Mundo del Dolor en el Rincón. La Habana, 24 de enero de 1998).
Durante todo el tiempo de la visita, los cubanos fueron insuperables en sus demostraciones de amor y afecto. Es verdaderamente imposible decir en pocos minutos algo adecuado. Sin embargo, me parece que todo haya sido bien expresado con las palabras de despedida que el Presidente de la República Fidel Castro Ruz dirigió al Papa el 25 de enero de 1998: “Por el honor de su visita, por todas sus expresiones de afecto a los cubanos, por todas sus palabras, aún aquellas con las cuales pueda estar en desacuerdo, en nombre de todo el pueblo de Cuba, Santidad, le doy las gracias.”
El diálogo ininterrumpido de Juan Pablo II con Cuba vivió su «último acto» –por así decir- el 8 de enero pasado, con ocasión de la ceremonia de presentación de las Cartas Credenciales del nuevo Embajador de Cuba ante la Santa Sede. Son las últimas palabras del Papa a Cuba, de ahí su importancia. Después de haber escuchado atentamente el discurso del Embajador y haber renovando el vivo auspicio de que “se puedan superar cuanto antes los obstáculos que impiden la libre comunicación e intercambio entre la Nación cubana y parte de la comunidad internacional”, el Papa Juan Pablo II, como retomando idealmente las palabras del Presidente Fidel Castro apenas recordadas, dijo:
“En realidad, en toda sociedad pluralista la Iglesia presenta sus orientaciones y propuestas que pueden llevar a puntos de vista diferentes entre quienes comparten la fe y quienes no la profesan. Las divergencias en este sentido no deben producir ninguna forma de conflictividad social sino más bien favorecer un diálogo constructivo y amplio.
«A este respecto hay temas en los cuales la Iglesia en Cuba desea iluminar la realidad social, como por ejemplo: la amplia problemática suscitada por la promoción de la dignidad humana; la consideración de la realidad familiar y la educación de las nuevas generaciones en una cultura de la paz, de la vida y de la esperanza; la compleja relación entre la economía y los valores del espíritu; la atención global de la persona humana, aspectos estos en los cuales es conveniente un diálogo con todos los grupos que integran el pueblo cubano… Renuevo mi saludo a las Autoridades cubanas e invoco… sobre toda la Nación cubana, que recuerdo siempre con afecto, la ayuda de Dios y la abundancia de sus bendiciones.»
Recuerdo y bendición que son aún más verdaderos y vivos ahora que Juan Pablo II nos mira desde el Cielo y desde allí, en la luz de Dios, nos acompaña en nuestra aventura humano-divina que es la vida. Gracias.


 

Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005
+Luigi Bonazzi
Nuncio Apostólico en La Habana