Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005


«PASÓ POR EL MUNDO
HACIENDO EL BIEN...»

P. JOSÉ CONRADO RODRÍGUEZ ALEGRE

 


En el atardecer de aquel miércoles 21 de enero Juan Pablo II besó la tierra cubana. Esta vez sus labios no llegaron hasta el piso. La tierra, recogida en distintos puntos de la Isla, llegó a sus labios de las manos de unos niños. Y allí comenzó el maratón que lo llevaría a puntos diferentes de la geografía nacional, apuntando siempre al centro de su diana: el corazón de los cubanos.
¡Y que sí dio en la diana! Como en tantas partes del mundo, y en especial de nuestra América, hubo un mutuo “encantamiento”, una fascinación particular entre este Papa con imán para las multitudes y nuestro pueblo. Pero superó, esa sensación de cercanía, de presencia positiva, de energía espiritual, a la presencia física: nos puso en paz con nosotros mismos, nos llenó de alegría y de esperanza, nos hizo mirar a lo alto y pensar a lo profundo, pero no sólo cuando él estaba presente. En esos días, poco a poco empezamos a respirar a pleno pulmón: aires de libertad y de franqueza nos devolvían el viejo sabor olvidado de la fraternidad en la calle, en la escuela, en el trabajo. Hizo de la Isla una inmensa Iglesia a corazón abierto. Esos cinco días fueron especiales.

El Papa besa la tierra cubana a la llegada
al aeropuerto, signo del gran amor que le
tenía a esta sufrida tierra.

Muchas veces se ha hecho la pregunta: ¿y qué quedó de la visita del Papa? ¿El Papa logró sus objetivos? ¿Sirvió para algo la visita del Papa a Cuba? Quizá, después de siete años, en el momento de su muerte, estas preguntas encuentran respuesta en el cariño de su despedida, en esta oleada de bondad y de humanidad que ha despertado su recuerdo entre nosotros. Pero esto no es suficiente. El Papa también dejó un legado: su mensaje al pueblo cubano, recogido en los diferentes textos de sus homilías, alocuciones y discursos.
El primer Secretario de Estado de Juan Pablo II, el Cardenal Villot, contó que en cierta ocasión, al anunciarle al Papa la visita de un obispo, también le comunicó que el visitante pertenecía al movimiento “Cristianos por el socialismo”. La respuesta del Papa fue: -”El socialismo, eminencia, es algo que yo conozco un poco”.
El Papa que llegó a Cuba aquel 21 de enero, conocía muy bien nuestra realidad. La había vivido muy de cerca en su propia patria. Ya en aquel discurso inaugural del Aeropuerto José Martí en La Habana, el Papa señalaría las grandes líneas de su mensaje programático para el Pueblo de Cuba. “Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional”, dijo. Luego lanzó, no podía faltar, su propuesta fundamental, con la que inauguró su pontificado y que puede ser considerado ya su legado como papa: “No tengan miedo de abrir sus corazones a Cristo, dejen que Él entre en sus vidas, en sus familias, en la sociedad, para que así todo sea renovado”. Y finalmente, “Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba, para que este pueblo, que como todo hombre y nación busca la verdad, que trabaja por salir adelante, que anhela la concordia y la paz, pueda mirar el futuro con esperanza”.
En la Misa de Santa Clara el Papa enfocó su atención en el tema de la familia: “La situación social que se ha vivido en este país ha acarreado no pocas dificultades a la estabilidad familiar: las carencias materiales –como cuando los salarios no son suficientes o tienen un poder adquisitivo muy limitado- las insatisfacciones por razones ideológicas, la atracción de la sociedad de consumo. Estas, junto con otras medidas laborales y de otro género, han provocado un problema que se arrastra en Cuba desde hace años: la separación forzosa de las familias dentro del país y la emigración que ha desgarrado a familias enteras... Experiencias no siempre aceptadas y a veces traumáticas son la separación de los hijos y la sustitución del papel de los padres a causa de los estudios que se realizan lejos del hogar en la edad de la adolescencia, en situaciones que dan por triste resultado la proliferación de la promiscuidad, el empobrecimiento ético, la vulgaridad, las relaciones prematrimoniales a temprana edad y el recurso fácil al aborto”.
El Papa llamó a que la familia, la Iglesia y la escuela conformaran una comunidad educativa “donde los hijos de Cuba puedan crecer en humanidad”. Los padres jamás deben renunciar al derecho insustituible e inalienable de la educación de sus hijos. A la autoridad pública le competan derechos y deberes en el ámbito de la educación, pero “esto no le da derecho a sustituir a los padres”, “que deben poder escoger para sus hijos el estilo pedagógico, los contenidos éticos y cívicos y la inspiración religiosa en los que desean formarlos integralmente”... “¡Cuba: cuida a tus familias para que conserves sano tu corazón!”

El Papa profundizaría su propuesta al visitar la Universidad
de La Habana para reunirse allí con los representantes del
mundo de la cultura y honrar al Padre Varela, cuyos
restos descansan en el Aula Magna de esa casa de estudios.


A los jóvenes dedicó el Papa la Misa en Camagüey. En medio del entusiasmo desbordante de los presentes y de una alegría contagiosa como los cantos que la multitud coreaba, el Papa propuso a los jóvenes el modelo de una vida centrada en Jesús, el Cristo. A ellos les dijo: “Queridos jóvenes, sean creyentes o no, acojan el llamado a ser virtuosos. Ello quiere decir que sean fuertes por dentro, grandes de alma, ricos en los mejores sentimientos, valientes en la verdad, audaces en la libertad, constantes en la responsabilidad, generosos en el amor, invencibles en la esperanza. La felicidad se alcanza desde el sacrificio. No busquen fuera lo que pueden encontrar dentro. No esperen de los otros lo que ustedes están llamados a ser o hacer. No dejen para mañana el construir una sociedad nueva, donde los sueños más nobles no se frustren y donde ustedes puedan ser los protagonistas de su historia.
El Papa profundizaría su propuesta al visitar la universidad de La Habana para reunirse allí con los representantes del mundo de la cultura y honrar al Padre Varela, cuyos restos descansan en el Aula Magna de esa casa de estudios. La cultura es el alma de los pueblos, pero como dijo el Papa: “toda cultura tiene un núcleo íntimo de convicciones religiosas y de valores morales, que constituyen como su “alma”; es ahí donde Cristo quiere llegar con la fuerza sanadora de su gracia”. El P. Varela es, al mismo tiempo que piedra fundacional de la nacionalidad cubana, la mejor síntesis, en su propia persona, entre fe cristiana y cultura cubana. Desde esa piedra miliar de la fe y de la patria, el pueblo cubano está llamado a vivir en diálogo, abierto a los valores que primero Varela y los “padres de la patria”, en especial Martí, encarnaron en sus vidas: “... el camino de la síntesis entre la fe y la cultura, el camino de la formación de conciencias libres y responsables, capaces de diálogo y... de fidelidad a los valores fundamentales de la persona y de la sociedad”.
El sábado 24 de enero las cinco provincias orientales se dieron cita en Santiago de Cuba para la Misa y la coronación de la Virgen de la Caridad, “principal símbolo y apoyo de la fe del pueblo cubano y de sus luchas por la libertad”, a cuyo cuidado maternal encomendó el Papa todo el pueblo cubano, de dentro y fuera de la Isla. En la homilía de este día el Papa exhortó al cubano a encarnar, en la vida cotidiana, su fe cristiana. El Papa reclamó el necesario espacio de libertad que necesita la Iglesia para llevar adelante su misión evangelizadora: “Defendiendo su propia libertad, la Iglesia defiende la de cada persona, la de las familias, la de las diversas organizaciones sociales, realidades vivas que tienen derecho a un ámbito propio de autonomía y soberanía” (CA;45) “...la Iglesia está llamada a dar su testimonio de Cristo, asumiendo posiciones valientes y proféticas ante la corrupción del poder político o económico”, diría en la plaza Antonio Maceo de Santiago. (RM, 43)
En su encuentro con el mundo del dolor, en el habanero Santuario de San Lázaro en el Rincón, el Papa lanza la luz del evangelio sobre la realidad del sufrimiento: sólo en Cristo, cuando unimos nuestros dolores a los suyos, y descubrimos que es Él quien nos llama a seguirlo y a compartir su cruz, encontramos sentido y fecundidad al sufrimiento, que puede ser ofrecido por la salvación de los demás y que revela la grandeza de la dignidad humana. El Papa diría: “Existe también el sufrimiento del alma, como el que padecen los segregados, los perseguidos, los encarcelados por diversos delitos o por razones de conciencia, por ideas pacíficas aunque discordantes. Estos últimos sufren un aislamiento y una pena por la que su conciencia no los condena, mientras desean incorporarse a la vida activa en espacios donde puedan expresar y proponer sus opiniones con respeto y tolerancia”. Luego el Papa iba a añadir: “Por eso, cuando una persona sufre en su alma, o cuando sufre el alma de una nación, ese dolor debe convocar a la solidaridad, a la justicia, a la construcción de la civilización de la verdad y del amor”. Para concluir que no se puede desoír ese clamor de personas y pueblos, sin cometer una grave falta de omisión
En la Misa conclusiva de la visita papal, el domingo 25, Juan Pablo II se presentó como un ministro de Dios, que es testigo, como su Maestro, de un camino de paz, justicia y libertad. En nombre de la verdad sobre el hombre, el Papa hace la crítica a los sistemas ideológicos y económicos que han pretendido enfrentar a los hombres y a los pueblos y han tratado de reducir el papel de la religión a la esfera individual. Critica por igual el neoliberalismo económico que supedita a hombres y pueblos a las fuerzas ciegas del mercado. Frente a estos sistemas reduccionistas el Papa propone la cultura del amor y de la vida, que propicia la reconciliación, el diálogo y la acogida fraterna del prójimo. Pero este camino supone el conocimiento de la verdad de Jesús, la que nos hace libres “porque nos revela la verdad sobre el hombre y su condición trascendente, sobre sus derechos y deberes, sobre su grandeza y sus límites”. La liberación cristiana “no se reduce a los aspectos sociales y políticos, sino que encuentra su plenitud en el ejercicio de la libertad de conciencia, base y fundamento de los otros derechos humanos”.
Los discursos del Papa a la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC) y a los agentes de pastoral (clérigos, religiosos y laicos) en la Catedral de La Habana fueron un pase de antorcha del Papa a la Iglesia cubana: “muchas son las expectativas y grande es la confianza que el pueblo cubano ha depositado en la Iglesia” diría a los obispos al tiempo que pedía para la Iglesia libertad y espacios para realizar su triple misión: cultual, profética y caritativa: “pues las palabras proféticas en defensa del oprimido y el servicio caritativo, dan autenticidad y coherencia al culto”. A los líderes eclesiales les diría: “el pueblo cubano les necesita porque necesita a Dios”.
No podía faltar la palabra del Papa al mundo del ecumenismo, en una visita que ocurrió en los días del Octavario por la Unión de los Cristianos: en la Nunciatura Apostólica diría en el mensaje entregado a los representantes de otras iglesias y de la comunidad judía: “el retorno a una comunión plena exige amor, valentía y esperanza las cuales surgen de la oración perseverante”. En las palabras del Ángelus rezado en la Plaza José Martí, al final de la Misa, volvería a referirse al tema de la unidad de los cristianos.
La visita del Papa, con su rico contenido espiritual y pastoral, conmovió profundamente a los cubanos. Me llena de esperanza descubrir en estos momentos de su partida a la Casa del Padre, cómo se reaviva la llama de aquellos días y provoca esta impresionante oleada de cariño, atención y solidaridad, compartidos por todo el pueblo. El Papa vino y se quedó en el corazón de los cubanos.
Pero él vino además a ayudar a Cuba en un momento muy difícil de su historia. Trajo una propuesta concreta, clara y realizable. Que cada cubano, sintiéndose protagonista de su propia historia, la asumiera con responsabilidad. En un sistema como el que rige en nuestro país, el Estado asume el peso de las decisiones hasta un punto, que deja poco lugar al libre juego de las instituciones intermedias y de las personas: eso que llamamos la sociedad civil. Entre nosotros la esperanza despertada en aquellos días ha dado lugar al abatimiento e indefensión que hoy afecta a nuestro pueblo y que el Papa señaló en su discurso de despedida en el Aeropuerto José Martí. Refiriéndose a que ninguna nación puede hoy vivir sola, y que Cuba debe ser ayudada por otros países y recibir así los beneficios de la unidad y la concordia, concluiría el Papa: “De este modo se contribuirá a superar la angustia causada por la pobreza material y moral, cuyas causas pueden ser, entre otras, las desigualdades injustas, las limitaciones de las libertades fundamentales, la despersonalización y el desaliento de los individuos y las medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del país, injustas y éticamente inaceptables”.
El Papa señaló causas internas y externas. Los problemas de Cuba no dependen solo de lo que unos llaman “bloqueo”, y otros “embargo”, americano. Aunque este contribuye. Reducir el mensaje del Papa a esa crítica justa y necesaria a “las medidas restrictivas impuestas desde fuera” olvidando que dentro tenemos responsabilidad por “el desaliento, la despersonalización, las desigualdades injustas y las limitaciones de las libertades fundamentales” es hacer el papel “del sordo porque no quiere oír”. Y eso, no es saludable.
Cuando el pueblo cubano aplaudió al Papa en sus distintas intervenciones, como cuando aplaudió la intervención del Arzobispo Primado, Mons. Pedro Meurice en la Plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba, (trece veces en un discurso de solo dos paginas), se hizo eco de un mensaje que no hablaba solo de lo que tenían que hacer los demás respecto de nosotros, sino de lo que nos tocaba hacer a nosotros mismos para solucionar estos problemas que nos implican a todos y nos afectan a todos. De ahí la insistencia del Papa en la necesidad del diálogo, de la apertura, dentro y fuera del país, y de que cada cubano debía asumir su propio protagonismo, en el ámbito personal y en el social. De ahí su insistencia en la verdad que libera y en la sinceridad que construye puentes de esperanza y de participación.
No hay que oír solo la parte del mensaje papal que coincide con nuestro parecer o apoya nuestros intereses. Lo que de verdad nos enriquece es ese llamamiento a la unidad en la diversidad, al respeto del derecho que el otro tiene a existir como diferente, y de contribuir con su perspectiva y desde su verdad, al bien común. Las voces múltiples enriquecen este mundo que no debe ser unipolar en ningún sentido. Lo triste sería que nos pasara como a aquella Jerusalén, por la que Jesús lloró, diciendo: “¡Si entendieras, siquiera en este día, lo que te puede dar la paz!”. (Lc.19, 41) El mensaje del Papa en su visita a Cuba fue un llamado urgido al diálogo, a tomarnos en serio los unos a los otros. Y este llamado es especialmente urgente para aquellos que aun hoy tienen en su mano y en su voz, la hegemonía de los destinos de la nación: el poder político, económico, ideológico y social.

El Papa Juan Pablo II besa a Cristo crucificado,
como signo del amor por los que sufren en Cuba y en el mundo.
Misa celebrada en la Plaza Antonio Maceo, Santiago de Cuba.


Juan Pablo II, fiel discípulo de su Maestro, nos quiso recordar que “el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado”. Las instituciones, los sistemas políticos, económicos, culturales y religiosos, todos los poderes de este mundo, deben ponerse al servicio de la persona humana, de cada hombre, y de su bien más preciado: el don de la libertad. Juan Pablo confíó en todos nosotros. Tuvo fe en los cubanos, sin excluir a nadie. Puede que su programa, exigente y difícil, respetuoso e incluyente, esté todavía sin cumplir. Yo quiero pensarlo así: que estamos a tiempo, que podemos emprender caminos nuevos, que quizá su muerte nos permita terminar lo que su visita comenzó entre nosotros. Esto nos enseño Juan Pablo II. Esto debemos agradecerle y por esto le debemos honrar. Pues como dijo Martí: “Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas”.
Cuando un hombre bueno ha sabido sembrar el amor, cuando ha dado su vida a favor de los demás, día a día, cuando ha tratado de compartir el sufrimiento de la gente, sus luchas y esperanzas, la gente acaba reaccionando, y nosotros aprendiendo, aquello que dijo Martí en su ultima carta a Doña Leonor Pérez: “No son inútiles la verdad y la ternura”. Con su viaje a Cuba, con su vida y con su muerte esto hemos aprendido de Juan Pablo II. Hay, pues, lugar para la esperanza y yo apuesto por ella.

 

 

Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005
P. José Conrado Rodríguez Alegre
Sacerdote santiaguero, Párroco de Santa Teresita, fue profesor del Seminario San Basilio Magno e hizo su Licenciatura en la Universidad de Comillas Españas.