Era el viernes 23 de enero de 1998 en Camagüey. ¡Diez!, ¡Nueve!, ¡Ocho!, ¡Siete!... Miles de jóvenes que se habían ido agrupando durante toda la noche, no podían contenerse ya tras las vallas colocadas y contaban en alta voz los segundos que faltaban para las 6 de la mañana, hora que las autoridades habían fijado para abrir al público la Plaza Ignacio Agramonte de Camagüey en la que Juan Pablo II, cuatro horas después, celebraría la Misa dedicada a los jóvenes... ¡Tres!, ¡Dos!, ¡Uno!, ¡YA! Fue como el disparo de arrancada de las competencias olímpicas: aquel mar de jóvenes no pudo contenerse por más tiempo y llenó, en nada, el histórico lugar. Querían estar lo más cerca posible de Juan Pablo II.
Ahora, siete años después, el estado de salud del Papa empeoraba velozmente. “Corazón débil, respiración superficial, presión arterial inestable…” En la Plaza de San Pedro muchos jóvenes se habían reunido para pasar la noche rezando por él. Joaquín Navarro Vals, el médico portavoz de la Santa Sede, confirmaba el agravamiento, añadiendo con emoción: “El Papa está consciente, lúcido y sereno. Ayer por la tarde el Papa probablemente se acordaba de los jóvenes que ha encontrado en todo el mundo a lo largo de su pontificado. Efectivamente, parecía referirse a ellos cuando a través de sus palabras, se ha podido reconstruir la siguiente frase: ‘Yo los he buscado. Ahora ustedes han venido a verme, y les doy las gracias».
El Papa de los Jóvenes ya inició su último viaje. Hoy muchos se preguntan en dónde estaba este magnetismo del Papa, a quien hoy lloramos, para atraer multitudes, y especialmente a los más jóvenes. Y muchos explican que es porque la gente sentía que el Papa los quería y los entendía. Él conservó en todo momento su espíritu juvenil, su amor al deporte, a la naturaleza, a la música, y estuvo siempre al lado de los jóvenes. Era el padre que proponía a sus hijos vivir altos ideales, que nunca bajó el listón a la altura que ellos pudieran saltar, sino que los animó siempre a poder llegar más alto.
Sus palabras, al inicio de su pontificado ya fueron una firme propuesta: “¡No tengan miedo!¡Abran más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo!”. Como Jesucristo a aquel joven del que habla el Evangelio (Mc. 10, 21), Juan Pablo II fijaba en los jóvenes su mirada y los amaba. Y en cada viaje apostólico alrededor del mundo, tuvo siempre un mensaje para ellos. He aquí algunos:
En Brasil (1 julio de 1980) alertaba a los jóvenes del peligro de ser utilizados, de que otros pensaran y decidieran lo que ellos debían pensar y decidir: “Si el joven que yo fui, llamado a vivir la juventud en un momento crucial de la historia, puede decir algo a los jóvenes que son ustedes, creo que les diría: ¡No se dejen instrumentalizar!”. Y les daba su testimonio personal: “Participando como sacerdote, Obispo y Cardenal, en la vida de innumerables jóvenes en la Universidad, en los grupos juveniles, en las excursiones por las montañas, en los círculos de reflexión y oración, aprendí que un joven comienza peligrosamente a envejecer cuando se deja engañar por el principio, fácil y cómodo, de que “el fin justifica los medios”; cuando llega a creer que la única esperanza para mejorar la sociedad está en promover la lucha y el odio entre los grupos sociales, en la utopía de una sociedad sin clases, que se revela muy pronto como creadora de nuevas clases. Me convencí de que sólo el amor aproxima lo que es diferente y realiza la unión en la diversidad. Las palabras de Cristo: “Un precepto nuevo les doy: que se amen los unos a los otros, como yo les he amado” (Jn. 13, 34), me parecían entonces, por encima de su inigualable profundidad teológica, como germen y principio de la única transformación lo suficientemente radical como para ser apreciada por un joven… Sólo el amor verdadero construye”.
En Japón (25 de febrero de 1981): “A los jóvenes de todas partes les digo: únanse para crear un mundo de fraternidad y solidaridad; atiendan a nuestros hermanos y hermanas en necesidad; alimenten al hambriento; acojan al que no tiene hogar; liberten al oprimido; lleven la justicia donde reina la injusticia, y la paz donde sólo hablan las armas. Sus corazones jóvenes tienen una extraordinaria capacidad para hacer el bien y el amor: pónganlos al servicio de sus semejantes”.
Juan Pablo II tenía los ojos fijos en el cielo, donde está el Resucitado, pero también tenía los pies bien puestos en la tierra que le tocó vivir. Conocía de los males que acechan a los jóvenes de hoy, y los animó a tener fuerzas para llevar lo que él mismo llamó: “el martirio de tener que nadar contra corriente”. Ante un mundo que relativiza la moral, que justifica el aborto, las relaciones prematrimoniales, el divorcio, la eutanasia, la seducción de los bienes materiales, la doble cara, el oportunismo, la falta de compromiso… Juan Pablo II animaba a los jóvenes a no dejarse arrastrar por la corriente.
En Gabón (18 de febrero de 1982): “Actualmente florecen un poco por todas partes pequeñas comunidades de jóvenes que reflexionan y que oran para tener el coraje de avanzar contra corriente de maneras de pensar y de vivir ciertamente destructoras de la persona humana y de la sociedad”.
Ante un mundo que más bien se queja de los jóvenes y les achaca la mayoría de los males y pecados, Juan Pablo II no dejaba de manifestar su confianza en ellos. Así les habló en Irlanda: “Queridos jóvenes, éste es el mensaje que yo les entrego hoy, pidiéndoles que lo lleven con ustedes y lo compartan en casa con su familia, y en la escuela y el trabajo con sus amigos. Cuando vuelvan a casa digan a sus padres, y a todo aquel que quiera escuchar, que el Papa cree en ustedes y cuenta con ustedes. Digan que la juventud es la fuerza del Papa, que quiere compartir con ellos su esperanza en el futuro y su ánimo”.
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Juan Pablo II, recibe de manos de Tania Gómez y
Yaxis Cires Dib,
tabaco, producto típico de Pinar. |
Y así, como el padre y amigo, el 23 de enero de 1998 estuvo con los jóvenes cubanos en Camagüey, que no dejaban de suplicarle, cantando “que se quedara en Camagüey”. Allí les dejó más que un mensaje. Dejó un proyecto de vida para todo joven cubano:
“Queridos jóvenes, sean creyentes o no, acojan el llamado a ser virtuosos. Ello quiere decir que sean fuertes por dentro, grandes de alma, ricos en los mejores sentimientos, valientes en la verdad, audaces en la libertad, constantes en la responsabilidad, generosos en el amor, invencibles en la esperanza. La felicidad se alcanza desde el sacrificio. No busquen fuera lo que pueden encontrar dentro. No esperen de los otros lo que ustedes son capaces y están llamados a ser y a hacer. No dejen para mañana el construir una sociedad nueva, donde los sueños más nobles no se frustren y donde ustedes puedan ser los protagonistas de su historia… ¡Que Cuba eduque a sus jóvenes en la virtud y la libertad, para que pueda tener un futuro de auténtico desarrollo humano integral, en un ambiente de paz duradera!”.
El Papa quería ayudar a los jóvenes de Cuba a crecer. Les habló de lo positivo que veía en ellos: “Conozco bien los valores de los jóvenes cubanos… su capacidad artística y creativa… su espíritu alegre y «...emprendedores… dispuestos siempre a acometer grandes y nobles empresas para la prosperidad del país…la sana pasión que ponen en las cosas que les interesan… la facilidad para superar las contrariedades y limitaciones… la fidelidad de muchos de ustedes a la fe recibida de los mayores, tantas veces transmitida en el regazo de las madres y abuelas durante estas últimas décadas, en las que la voz de la Iglesia parecía sofocada”.
Pero no tuvo dudas en alertar que “la sombra de la escalofriante crisis actual de valores que sacude al mundo, amenaza también a la juventud de esta luminosa Isla”. Y fue colocando algunos problemas nuestros sobre la mesa: “…Cuando un joven vive «a su forma», idealiza lo extranjero, se deja seducir por el materialismo desenfrenado, pierde las propias raíces y anhela la evasión. Por eso, el vacío que producen estos comportamientos explica muchos males que rondan a la juventud: el alcohol, la sexualidad mal vivida, el uso de drogas, la prostitución que se esconde bajo diversas razones –cuyas causas no son siempre sólo personales- , las motivaciones fundadas en el gusto o las actitudes egoístas, el oportunismo, la falta de un proyecto serio de vida en el que no hay lugar para el matrimonio estable, además del rechazo a toda autoridad legítima, el anhelo de la evasión y de la emigración, huyendo del compromiso y de la responsabilidad para refugiarse en un mundo falso, cuya base es la alienación y el desarraigo”.
Les hablaba del compromiso: “Los invito a asumir un compromiso concreto, aunque sea humilde y sencillo, pero que, emprendido con perseverancia, se convierta en una gran prueba de amor y en el camino seguro para la propia santificación. Asuman un compromiso responsable en el seno de sus familias, en la vida de sus comunidades, en el entramado de la sociedad civil y también, a su tiempo, en las estructuras de decisión de la nación”.
Y los exhortaba: “Con jóvenes virtuosos, un país se hace grande. Por eso, y porque el futuro de Cuba depende de ustedes, de cómo formen su carácter, de cómo vivan su voluntad de compromiso en la transformación de la realidad, les digo: ¡Afronten con fortaleza y templanza, con justicia y prudencia los grandes desafíos del momento presente: vuelvan a las raíces cubanas y cristianas, y hagan cuanto esté en sus manos para construir un futuro cada vez más digno y más libre!”.
Quizás el primer viaje apostólico que el nuevo Papa deba emprender fuera de Roma sea a la ciudad de Colonia, en Alemania, para presidir la Jornada Mundial de los Jóvenes, compromiso que había asumido Juan Pablo II que, de haber estado vivo, hubiese ido a pesar de su frágil salud. Él fue el iniciador de estas Jornadas (Roma 1984, Buenos Aires 1987, Santiago de Compostela, 1989, Czestochowa 1991, Denver 1993, Manila 1995, París 1997, Roma 2000, Toronto 2002 y ahora Colonia 2005). Desde el cielo, el Papa de los Jóvenes les sonreirá, cantará con ellos, se divertirá con ellos e intercederá por ellos.
Son unos cuantos los jóvenes cubanos que agradecen a Juan Pablo II, con su visita a Cuba, el haber conocido a Jesucristo, haberse bautizado o haber recuperado la fe. Ellos deberán ser los primeros en acoger su llamado a ser virtuosos.
La noticia de su muerte no ha dejado insensible a nadie. Los testimonios de gratitud y reconocimiento a su persona y labor han provenido de todas partes: musulmanes, judíos, ortodoxos, protestantes, ateos, políticos, intelectuales, gobiernos de izquierda o derecha, monarquías, democracias, dictaduras, gente sencilla… De momento, los críticos de Juan Pablo II y su pontificado parecían haberse esfumado. El reconocimiento y los aplausos han sido masivos. Ya algunos hablan de Juan Pablo II Magno, de Juan Pablo II el Grande. ¿Hará falta que la Iglesia –me he preguntado- inicie un proceso de canonización de este Papa de los Jóvenes cuando ya el mundo lo ha canonizado?
Cuentan que no hace mucho alguien preguntó por qué a Juan Pablo II, un Papa tan extraordinario, no se le había otorgado en alguna ocasión el Premio Nóbel de la Paz. Y cuán feliz fue la respuesta de aquel que contestó: “Es que un Premio Nóbel le hubiera quedado chiquito”. Por mi parte yo prefiero llamarlo como muchos lo hicieron: “El Papa de los Jóvenes”, que sí le queda muy bien.
¡Que descanse en paz Juan Pablo II, el eternamente joven como Jesucristo!