Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005


LOS EVANGELIOS Y EL PAPA

GERARDO E. MARTÍNEZ-SOLANAS

 

 

SS Juan Pablo II fue una presencia inspiradora para nuestros tiempos y nos dejó una herencia de apostolado dinámico como pocos. Su vida de santidad estuvo asentada sobre los pilares firmes de la fe y de unos convencimientos que proclamó con valentía en su largo peregrinaje como Sumo Pontífice de la Iglesia.
Algunos comienzan a referirse a él como Juan Pablo II el Grande, en reconocimiento de su extraordinario Pontificado, pero este era un hombre sencillo, a imagen de Jesús. Así como el Maestro Jesús supo aceptar alabanzas y honores de fieles y discípulos, Juan Pablo II, como Él, nunca dio paso a la soberbia o al orgullo. Su misión en la vida fue proclamar la palabra del Maestro y propagar sus enseñanzas a todos los confines de la Tierra.
Desde Pedro, todos los Jefes de la Iglesia han tenido esta misma responsabilidad. Hubo quienes abusaron de su autoridad y también quienes la desvirtuaron y ensuciaron, pero el mensaje cristiano ha perdurado a través de los siglos salvaguardado por muchos buenos Papas y por todo un ejército de paz formado por infinidad de hombres y mujeres que dedicaron y dedican sus vidas a proclamar la palabra de Cristo y a aplicar con amor el mensaje de Su Evangelio.
Podemos creer o no en la palabra del Señor que figura en los textos de la Santa Biblia y que proclaman los cristianos desde hace dos milenios, pero lo que no podemos negar, como muchos intentan, es su firme carácter histórico. Quienes aducen que el Nuevo Testamento se escribió siglos después de la muerte de Cristo, o no saben lo que dicen o mienten, porque lo que se hizo en los Concilios de Hipona (393) y de Cartago (397), bajo la inspiración de Agustín y Jerónimo respectivamente, fue estructurar el testimonio que ya existía y depurar textos dudosos en su rigor histórico y testimonial. 

Estos textos dudosos, mal llamados “apócrifos”, no dejan de tener también un valor histórico y testimonial, pero no fueron incluidos por determinadas contradicciones y evidentes inexactitudes. Uno de ellos, curiosamente, es el “Evangelio según S. Pedro”, del que existen diversas versiones de los siglos II, III y IV y en el que se encuentran un total de 29 divergencias que lo apartan de las coincidencias de los cuatro evangelistas reconocidos.
Los textos que hoy figuran en el Nuevo Testamento tienen todos la raíz testimonial de quienes conocieron a Jesús o el contexto histórico de quienes conocieron a sus primeros apóstoles y discípulos. El aspecto histórico fue corroborado por Flavio Josefo, entre otros, y la labor de los recopiladores del siglo IV se basa íntegramente en textos obtenidos del siglo I y principios del II. 
Por lo tanto, son cristianos quienes se hacen discípulos de las enseñanzas de Jesús extraídas del Nuevo Testamento. Cuando Juan Pablo II seguía con firmeza esas enseñanzas, muchos lo acusaban de ortodoxia y conservadurismo, pero el Sumo Pontífice no hacía más que cumplir con su misión. Si hemos de cambiar las perspectivas de la Iglesia por las exigencias de tiempos nuevos, tendríamos entonces que fundar una nueva religión. 
No obstante, Juan Pablo II fue un innovador, un pastor universalista y un sacerdote que abrió los brazos a los hombres de buena voluntad en todo el mundo con espíritu ecuménico y mente abierta. Pidió perdón por los numerosos pecados y aberraciones que han aquejado a su Iglesia a lo largo de los siglos y fue humilde como Cristo en su grandeza. Dio ejemplo de hermandad con todos los seres humanos, independientemente de cuáles fueran sus creencias.  Su alma mora en estos instantes en presencia de nuestro Creador. Cumplió con su misión. ¡Que Dios lo bendiga!


 

Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005
Gerardo E. Martínez-Solanas
Intelectual cubano, residente en Miami. Economista y Politólogo. Ex Funcionario de las Naciones Unidas.