Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005


SEAN HOMBRES Y MUJERES SANTOS


MANUEL MARTÍNEZ

 

 

P. Juan Pablo II, que los ángeles te lleven al paraíso,
que un coro festivo te acoja y conduzca a la Ciudad Santa,
a la Jerusalén del cielo, para que tengas un descanso eterno. Amén.
( De la Misa exequial por los funerales de S.S.
Juan Pablo II. Iglesia Catedral de San Isidoro de Holguín)

Hablar y escribir sobre hombres como S.S. Juan Pablo II, que ya comienzan a llamar el Magno, de un hombre que llenó una época con su carismática presencia, y que aún sin estar sepultado, ya se le hacen rogativas y peticiones, es tarea harto difícil.
Es evidente que no puede ser una mera simple tarea recolectora de datos, de hechos o de fechas más o menos significativas con las que se cumple un cometido. Hay hombres que no se pueden encerrar en cifras, que los datos estadísticos y la frialdad de los números no abarcan su estatura ni sus dimensiones.
Hay hombres que solo pueden servir como inspiración y guía. Lo mejor que se hace con ellos es tratar de imitarlos o por lo menos acercarse.
Hay hombres que para definirlos solo existe una categoría, que a pesar de no ser inalcanzable y ser accesible a todos, algunos la alcanzan con humildad y sencillez, pero con los evidentes reflejos de la Divinidad, en sus vidas y los actos de todos los días, que trascienden a los demás; otros son los santos anónimos que llegan a los altares y pasan haciendo el bien demostrando que para Dios no hay “héroes desconocidos” ni “soldados anónimos”.
Y ese fue el mandato, el proyecto de vida, que principalmente dirigió Juan Pablo II, sucesor número 263 del apóstol Pedro al laicado de todo el mundo: “Sean hombres y mujeres santos”... (Roma Nov. 2000)
En ello se resume su mensaje, el de su vida y de su Pontificado. Por eso lo que nos interesa no es una investigación histórica, ni un análisis metodológico y científico, queremos descubrir y ser renovados por el auténtico apóstol de la fe, que nos interpela con su vida. Que nos pedía lo que él trataba de alcanzar siempre: su proyecto de vida. Tuvo la virtud, hablándole al laicado, de ayudarlo a ver entre tanto pecado, tanto error, tanta maldad reflejada y subrepticia, ante tanta ceguera activa y pasiva, dónde estaba y está, el meollo, el centro, la clave. Se dice que comunicación es depositar parte de uno mismo en los demás y eso es lo que hizo este gran comunicador.
En su visita a Cuba su magisterio no pudo ser más explícito y certero. Directo a las raíces. Él resaltó, hizo énfasis, alertó en algo que sabíamos, pero que no habíamos tal vez interiorizado debidamente, en su esencia fundacional y cimentadora... Nos dijo que la ética cristiana, la misma que inspiró su propia vida, es la ética inspiradora de los fundadores de nuestra nacionalidad que impregnaron nuestra cultura nacional, la misma ética del P. José A. Caballero; del siervo de Dios P. Félix Varela, (“piedra fundacional de la nacionalidad cubana” recogiendo el criterio de muchos, así lo definió S.S. en el encuentro con los intelectuales en La Habana); José de la Luz y Caballero, Rafael Mendive; de José Martí se expresó en los siguientes términos, en la Universidad de la Habana, ...“un hombre de luz, coherente con sus valores éticos, animado por una espiritualidad de raíz eminentemente cristiana”...
Que esto sea reconocido valorado cada día más, es agradecimiento permanente de nosotros los cristianos y de los que no siéndolo, son lo suficientemente inteligentes, sabios y honestos para entenderlo…
Él fue el que en el encuentro con los intelectuales en la Universidad de La Habana, (al que ya nos hemos referido) recordó que esa “ánima cristiana” no es ajena a la cultura de nuestro pueblo y su nacionalidad.
Bien dijo S.S. en la Plaza José Martí en La Habana: “Dios ha bendecido a este pueblo con verdaderos formadores de la conciencia nacional, claros y firmes exponentes de la fe cristiana, como el más valioso sostén de la virtud y el amor”
Esta personalidad gigantesca (sin exageración y bien entendida) tuvo la rara virtud hoy, de haber sido fuerte con los fuertes, con los grandes de la historia actual y “débil” hasta tocar los extremos de la ternura, con los débiles que fueron para él, los pequeños, los pobres, los enfermos, los incapacitados, los humildes. Nos dejó un importante y clarificador mensaje: no estamos del lado del pobre solo por ser pobre, sino por estar del lado de la verdad, de la justicia, de la libertad, de la dignidad de la persona humana y el valor sagrado de la misma, de donde dimanan todos los derechos. Esto es lo importante.
Porque si nuestra “opción preferencial son los pobres” (aunque de forma no exclusiva, ni excluyente), para la Iglesia y para todo el laicado con ella, la primera opción preferencial del pobre es dejar de serlo. Y es esta promoción de resurrección y liberación, la que nos enseñó a ver al pobre con otros ojos. No con los del acompañamiento pasivo, no es solo serlo y sufrirlo con él exclusivamente, es ayudarlo a descubrir la historia de su liberación y a ser agente activo de esa liberación.
Porque no podemos ser pobres ni conformarnos con serlo cuando ser pobre significa miseria, analfabetismo, hambre, degradación, esclavitud, vivir de dádivas y concesiones de los más poderosos o los que tienen más. No negó el asistencialismo pero resaltó la dignidad del ser humano, como hijo de Dios, que tiene que abandonar el subdesarrollo mental, aquel que nos condiciona a aceptar como generosa condescendencia lo que nos pertenece por derecho. Esto nos lo enseña el servicio de defensa y promoción de la dignidad humana. Su clarificación del mensaje también nos llevó a descubrir y aceptar la voluntad de Dios, cuando sabemos que es su voluntad de Dios y no la voluntad de otros hombres, impuesta o envuelta en mensajes liberacionistas.
En el Santuario de San Lázaro, en el Rincón, nos recordó: “…existe también el sufrimiento del alma, como el que padecen los segregados, los perseguidos, los encarcelados por diversos delitos o por razones de conciencia, por ideas pacíficas aunque discordantes. Estos últimos sufren el aislamiento y una pena por la que su conciencia no los condena mientras desean incorporarse a la vida activa, con espacios donde puedan expresar y proponer sus opiniones con respeto y tolerancia”…“aliento a promover esfuerzos en vista de la reinserción social de la población penitenciaria. Esto es un gesto de alta humanidad y es una semilla de reconciliación, que honra a la autoridad que la promueve y fortalece también la convivencia pacífica en el país...
“Por eso, cuando sufre una persona en su alma, o cuando sufre el alma de una nación, ese dolor debe convocar a la solidaridad, a la justicia, a la construcción de la verdad y el amor.” (Homilía en el Rincón de San Lázaro)
Fue este un importante mensaje que se desprende del tesoro de su magisterio expuesto en la visita a Cuba.
Demostró que la Iglesia no es una asociación privada para satisfacer necesidades de tipo ideológico, social, o personal como todavía algunos la quieren ver, aún dentro de la Iglesia, sino que juega un papel de equilibrio en el juego de fuerzas de la humanidad. Como servidora de esa humanidad y “experta” en humanidad que es.
A los jóvenes en Camagüey les reiteró el mensaje: “No se separen de María y caminen junto a ella. Así serán santos, porque reflejándose en Ella y confortados en su auxilio, acogerán la palabra de la promesa, la custodiarán celosamente en su interior y serán los heraldos de la nueva evangelización para una sociedad también nueva, la Cuba de la Reconciliación y el Amor”.
Ya les había dicho también: “Vuelvan a las raíces cubanas y cristianas… nadie debe eludir el reto de la época en que le ha tocado vivir”… así como los alertó a no caer en las tentaciones de las diversas formas de fuga del mundo y la sociedad.
A los laicos presentes en la Catedral de la Habana (el 25 de enero), y que representaban a tantos, les agradeció su fidelidad cotidiana por mantener la llama de la fe en el seno de su familia. Los invitó a alimentar su fe mediante una formación continúa, bíblica y catequética. A perdonar las ofensas, a servir a su pueblo en todos los ámbitos ya abiertos y esforzándose por lograr acceso a los todavía cerrados.
Y repitió lo que en su pontificado y después del Concilio Vaticano II se ha convertido en un insistir a tiempo y destiempo, a pesar de los oídos sordos: “La tarea de un laicado católico comprometido es precisamente abrir los ambientes de la cultura, la economía, la política y los medios de comunicación social, para trasmitir a través de los mismos la verdad y la esperanza sobre Cristo y el hombre. Y como instrumento nos exhortó e hizo referencia en sus homilías al estudio de la Doctrina Social de la Iglesia.
Diez años después de haber sido elegido sucesor de San Pedro, el 30 de diciembre de 1988, salía a la luz la exhortación apostólica post sinodal Christifideles Laicis. Su obra cumbre referente al laicado. Ya se había celebrado el sínodo de los obispos de 1987, cuyo tema había sido “Vocación y Misión en la Iglesia y en el mundo, a los 20 años del Concilio Vaticano II”.
Y decía: “Los cristianos son santos y por eso quedan capacitados y comprometidos a manifestar la santidad de su ser, en la santidad de todo su obrar”. En el número 17 del mismo documento: “La vocación de los fieles laicos a la santidad implica que la vida, según el Espíritu, se exprese particularmente en su inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades terrenas…” seguía diciendo: “… deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria”.
Demos gracias a Dios, por este “Santo Papa” que tan presente tuvo al laicado en su misión en la Iglesia y en la sociedad. Que desde el cielo continúe el aliento y la protección de sus fieles cristianos laicos, puestos como él bajo la protección de la Santísima Virgen. Y como ya muchos hacen en las diócesis orientales sigamos pidiéndole la lluvia bienhechora de su discurso de despedida en la Habana, junto como el Adviento de Esperanza.


 

Revista Vitral No. 66 * año XI * marzo-abril de 2005
Manuel Martínez
Responsable de Laicos de la Diócesis de Holguín, director de la revista Cocuyo.