Todos los cristianos dice
el Concilio en Gadium et Spes-, deben tomar conciencia de la propia
vocación especial en la comunidad política; deben dar
ejemplo desarrollando en sí mismos el sentido de la responsabilidad
y la dedicación al bien común (1). Y más
adelante: Es necesario cuidar asiduamente la educación
cívica y política, hoy tan necesaria, tanto para el conjunto
del pueblo como, sobre todo, para los jóvenes, para que todos
los ciudadanos puedan llevar a cabo su papel en la comunidad política
(2)
Y el profesor Guiseppe Lazatti, a quien recordamos con especial afecto
en esta Iglesia en la que le dimos el último adiós, escribía
en 1981, bajo el título de «El verdadero escollo de la
presencia católica» (3), las siguientes palabras:
Una presencia viva, actuante, eficaz de los católicos en
el contexto de la situación del país no puede ser más
que consecuencia de aquella identidad de los católicos cuya actuación
sigue siendo, y no puede dejar de ser, la preocupación primaria
de los católicos mismos, o sea, de la Iglesia italiana. Si tanto
nos preocupamos, justamente y con razón, de las formas de esta
presencia, mucho más nos deberíamose preocupar, en las
circunstancias adecuadas, de aquella razón o causa primaria de
la presencia de la misma que está en el descubrir y realizar
para cuantos guiados por el Espíritu sienten la responsabilidad
de distinguirse con el nombre de cristianos católicos- de aquella
identidad que los hace, no de palabras sino en el estilo de vida, sal
y fermento de una civilización que tenga el signo del hombre,
aquella que Pablo VI quiso predecir como «civilización
del amor» (4)
Pero, ¿es de verdad posible, para un cristiano, hacer política
así? No se trata de una pregunta abstracta y teórica.
Se trata de una cuestión práctica. ¿Es posible
concretamente, para un cristiano, hacer política hoy, en nuestro
país, en esta coyuntura histórica y cultural? ¿En
qué condiciones, incluso personales, puede darse esto?(5)
La posibilidad, para un cristiano convencido y coherente y en especial
para un católico, de hacer política activa hoy en Italia,
es puesta en duda ante todo por aquellas corrientes del pensamiento
que consideran que los católicos, ya sea a causa de acontecimientos
históricos particulares del pasado, ya sea a causa de condicionamientos
eclesiásticos o dogmáticos, no tienen una cultura suficiente
del Estado.(6) No faltan tampoco algunos que consideran que, en general,
el rigor de los principios morales no es compatible con una gestión
del poder moderna y realista.
Entre los católicos tampoco faltan quienes, si no niegan, en
teoría, la posibilidad de actuar como creyentes en política,
consideran que en las actuales condiciones de ciertas sociedades, esto
no es de hecho posible sin compromisos inaceptables para quien quiera
vivir plenamente el Evangelio. La navegación sería teóricamente
posible, pero la fuerza mayor sería superior a la capacidad de
resistencia del barco.
Sin embargo, sigue siendo verdad que si la política es parte
primordial del quehacer humano, todo hombre que se dedica a ella lo
hace en la integridad de su persona. Ahora bien, toda la persona ha
sido sanada y redimida por Cristo. Hago política porque soy persona
humana, en cuanto hombre o mujer corresponsable del destino histórico
del cosmos. Hago política como cristiano porque Cristo ha redimido
todo lo que es humano y pertenece al hombre.(7)
¿Qué respondemos a la primera objeción, o sea,
que el cristiano podría no tener un sentido suficiente del Estado?
Preguntamos ante todo: ¿de cuál Estado? Ciertamente no
del que se colocase como realidad suprema traspasando los límites
de la trascendencia, haciéndose juez último de todas las
cosas. Y tampoco de un Estado que se colocase al frente de otros Estados
nacionales como un absoluto sin atención a la universalidad de
la convivencia humana.(8). Pero tampoco en la otra dirección,
de un Estado que no respetase el antiguo principio de subsidiariedad.(9)
El cristiano tiene, en cambio, muy fuerte el sentido de un Estado que
tenga inscrito en su dinámica, el principio del bien común,
que sienta como irrebasable el respeto a cada persona, que reconozca
las realidades sociales en todos los niveles, que se abra a la colaboración
internacional.
Pero éste es el ideal de Estado que emerge de nuestra Constitución
(10)., el que tantos políticos cristianos como Alcide de Gasperi,
junto con tantos otros hombres de buena voluntad, han contribuido a
diseñar y a formar con su sacrificio y su sentido cívico
y jurídico. Este es el ideal de Estado al que hace apenas unos
días11 nos llamaba la voz autorizada de nuestro Presidente de
la República, Francesco Cossiga, en Florencia, diciendo, entre
otras cosas, las siguientes palabras:
La vida de los entes locales es el fundamento mismo de toda democracia:
la amplitud de los espacios reservados, en una comunidad estatal, a
las instituciones locales es índice de la vitalidad y de la salud
de un régimen democrático. El sistema de las autonomías
es el primer rostro del estado. Muy grave sería si la gente,
al dirigirse a las instituciones, advirtiese en ellas algo ajeno, o
sea, que no las sintiese como propias; si las descubriese no como instrumentos
de libertad, sino al contrario, instrumentos de opresión. Esta
visión que no debe ni puede parecer utópica guió
la acción generosa e iluminada de Giorgio La Pira. Del realismo
de la utopía él supo dar pleno y absoluto testimonio cuando
luchó por la paz y se preocupó porque en lugar de las
cortinas que entonces dividían y dividen al mundo, fuesen construidos
puentes de solidaridad activa; cuando observó con atenta sensibilidad
las necesidades de aquellos que, marginados y débiles, deben
recibir más que los demás del ordenamiento democrático.
Manifestaciones ciertamente de su inagotable caridad de cristiano, pero
también de sus profundas convicciones de demócrata, de
su fe en una democracia que no sea tan sólo el foro en donde
los fuertes libremente desarrollen sus facultades, sino también
la casa común donde éstos, creciendo y consolidándose,
sepan y quieran poner las premisas para el crecimiento de los más
débiles.
Así pues, los cristianos no estarán nunca en segundo lugar
por lo que se refiere al verdadero sentido del Estado.(12).
Pero aquí surge la otra objeción: ¿es posible actuar
eficazmente en el campo político respetando la moral cristiana?
La fuerza de la objeción está en la relación necesaria
entre el bien común y el poder y en el contraste que puede verificarse
entre interés general e interés particular, sea éste
personal o de grupo.
Recordemos ante todo, algunas sencillísimas verdades referentes
tanto a la relación entre bien común y poder, como entre
bien común e intereses particulares.
Actúa de manera conforme al orden moral, cristiano e incluso
simplemente humano, quien pone como fin de su actuar político
el bien común (13) y considera el poder y su ejercicio como un
medio, uno de los medios, para realizar el bien común. Pero desgraciadamente,
en la praxis corriente puede suceder lo contrario, o sea que se busque
el poder por la propia conveniencia personal y que sólo subordinadamente
a ésta y a su conservación, sobre todo si el poder depende
también del consentimiento, se preocupen del bien común.
Por lo que toca a la relación entre bien común y bien
o interés particular, puede no estar mal buscar el bien personal,
familiar, de grupo, ya sea económico, social o político;
es decir, puede ser necesario cuando se trata de necesidades o derechos
objetivos. Está mal subordinar el bien general al particular
u obviamente está mal cualquier ilegítimo acaparamiento
o desviación de los bienes comunes para un interés particular.
Pero, ¿qué puede hacer el cristiano comprometido en política
cuando le toca actuar en ambientes de moralidad incierta o decadente?
Este era ciertamente el problema que debió afrontar Ambrosio
en su actividad.
Hoy, después de muchos siglos y tantos acontecimientos, no faltan
sociedades y situaciones en las que las deficiencias morales en el ámbito
de la política son consideradas inevitables y por lo tanto, en
cierta forma «normales»,no según las normas del derecho,
sino según las necesidades del vivir contingente.
Aquí en especial se abre el campo para un valeroso testimonio
que se ligue tanto con los grandes ideales de la antigua justicia, que
ya Cicerón definía como un caritas generis humani,
como con los de la moralidad cristiana que Ambrosio relacionaba, en
la sabia continuidad, con los de la tradición humanista romana
transcribiendo para sus fieles el De officiis de Cicerón.
Pero el testimonio inspirado por la fe cristiana tiene en su base una
visión en perspectiva más amplia que la del antiguo orador
y filósofo. Superando, junto con él, en nombre del sentido
del deber y de la justicia, la esclavitud de la necesidad del éxito
inmediato, tal testimonio se deja mover por la virtud de la esperanza
que es virtud sólida, tenaz y ciertísima. Para quien se
quiere dedicar con tal ánimo al difícil servicio del aspecto
público, está la promesa evidente de la ayuda de Dios
para quien quiere actuar bien, aunque no sepa cómo ni por qué
vías lo ayudará Dios en su testimonio y promoverá
su causa. La esperanza cristiana es como la de Abraham que fue el fundador
de muchas estirpes, la espera contra toda esperanza. El cristiano que
no sepa alimentarse de tal esperanza no debe aventurarse con un navío
demasiado frágil por mares profundos y borrascosos. Su nave no
está calificada para la fuerza de este mar.
Se arriesgaría quizá a dar un contratestimonio. El político
cristiano no debe solamente ser hábil y competente. ¡Debe
serlo y cómo!(14). Pero debe también saber mantener con
Dios una relación de confianza en un clima de oración.
Un cristiano debe expresarse como tal hasta las últimas consecuencias,(15)
sin temer que el actuar como cristiano deje de tener, a largo plazo,
el resultado que Dios promete a la perseverancia en la fe.
II.¿Qué
educación debe ser cultivada para que todos los ciudadanos adultos,
y no sólo los más dotados, se abran a lo político?
Es necesario que la colectividad como tal distinga por lo menos tres
sectores de intervención:
1.-Proporcionar conocimientos de tipo cultural, histórico, legislativo.
2.-Promover experiencias de colaboración, de diálogo e
incluso de confrontación dialéctica con ciudadanos de
varias tendencias, estén organizados o no.
3.-Dar la posibilidad de conocer y de utilizar los instrumentos de intervención
democrática que ya existen o que se pueden promover.
Se trata pues, ante todo, de un trabajo de concientización, de
una educación popular que coincida de hecho con la concientización
para la participación democrática. Como ha dicho el presidente
Cossiga en su ya citado discurso: Es con el método democrático
como la nación logrará, en forma duradera y no episódica
y contingente, corregir los desequilibrios geográficos y sectoriales
que el desarrollo de la economía presenta todavía; a dar
finalmente mayor eficiencia a la administración pública
en su conjunto; a asegurar adecuadas oportunidades de crecimiento para
todos; a contener y derrotar aquellos fenómenos de disgregación
social en los que encuentran alimento la violencia, la criminalidad
organizada, la búsqueda de escapes artificiales de la realidad,
la prevalencia de egoísmos destructivos. Pero para esto
es necesaria una vasta educación con base en todos los ciudadanos
para que conozcan y puedan utilizar las posibilidades ofrecidas por
el método democrático.
1.-Es necesario ayudar a la gente común a formarse criterios
de juicio usando instrumentos adecuados de conocimiento y análisis:
encuadramientos y conocimientos históricos; elementos y hechos
económicos; estructuras constitucionales, etc. Estos son, en
especial, los argumentos que se tratan a partir de la enseñanza
social de la Iglesia en las escuelas de preparación al compromiso
social y político que han sido promovidas en nuestra diócesis
y que han sido recibidas con gran atención y beneplácito.
(16).
Es necesario también enseñar a la gente a saber leer críticamente
la prensa, a asumir una actitud autónoma ante las presiones de
los medios de comunicación, etc.
2.-Sin embargo, son también necesarias experiencias concretas
según los diversos estadios y las diferentes épocas de
la vida. Pensemos aquí en la acción promocional que pueden
ejercer, y que de hecho ya ejercen, las múltiples realidades
de las asociaciones juveniles incluso con iniciativas de diálogo
y de confrontación dialéctica con diversas realidades.
Se necesita organizar estas iniciativas con mucha seriedad y cuidado
pero también sin temer ampliar las ideas y los horizontes. Pienso
también en lugares de confrontación en niveles aún
más elevados de responsabilidad, casi como nuevas ágoras
en las que dialoguen entre ellas la filosofía, la economía,
la política y la teología(17). Considero que se necesita
actualmente multiplicar en Italia lugares de debate democrático
y de seria profundización científica de ideas y proyectos
en la escucha serena y tolerante de todas las opiniones. Sin tales lugares,
el pensamiento político termina por agotarse y dejar el campo
libre a un pragmatismo vacío.
3. Se necesita finalmente conocer las varias instancias que permitan
intervenir, promover y defender los derechos de todo ciudadano y pretender,
de parte de los órganos responsables y administrativos, justicia
y honestidad. Estas instancias existen en los regímenes democráticos
pero son poco conocidas o se tiene poca costumbre de recurrir a ellas,
muchas veces por el temor de que todo sea inútil. Se necesita
superar este estado de ánimo y demostrar que con la paciencia
y la preparación, al final algo sucede.
Se dirá que ésta es, ante todo, una educación cívica
global antes que una educación cristiana. Pero el campo político
es propio del ciudadano en cuanto tal y la presencia cristiana en él
debe darse y ser presencia auténticamente humana y estímulo
de la actuación democrática como enseña el Magisterio
de la Iglesia. Lo que Dios quiere salvar, haciéndolo entrar en
su esfera, es el hombre en la integridad de sus manifestaciones.(18).
III.¿Cuál es la tarea
de la Iglesia local en este proceso educativo?
Nos podemos preguntar legítimamente: pero, este educar a la
gente para la participación política, ¿qué
tiene que ver con la Iglesia?
Para contestar esta pregunta es suficiente volver a escuchar lo que
ha dicho el Sínodo sobre los laicos en su mensaje al pueblo de
Dios: El compromiso de la acción sociopolítica de
los fieles radica en la fe puesto que ésta ilumina la totalidad
de la persona y de su vida. Ello supone una formación cuidadosa
proporcionada al nivel de las responsabilidades presentes y futuras.
En la actividad política el compromiso de los fieles debe
ser la honestidad, la promoción de la justicia social y de los
derechos del hombre en todas las fases de la vida, la defensa y la reconquista
de la libertad, sobre todo de la religiosa, tan limitada en vastas zonas
del planeta, y la búsqueda constante de la paz en el mundo entero(19).
Es bajo esta luz que se manifiesta la tarea de la Iglesia local, entendida
como organismo viviente, de promover las iniciativas de su laicado dirigiendo
las de cada uno al bien de todos. No se trata tanto de hacer política
como de promover la honestidad, la participación, la creatividad,
haciendo referencia al Evangelio y a la fe que conoce nuestra tradición.
No se trata de bajar la cabeza ante intereses de grupo por nobles que
sean, sino de levantarla al nivel de los grandes desafíos de
la convivencia pacífica entre los pueblos. Y mientras más
difíciles de realizar o casi imposibles parezcan esos ideales,
más se revela la necesidad de una esperanza como la que hemos
mencionado. ¡El cristiano debe, esperar, y dar razón de
su esperanza!
Sin embargo, hay algo más que debemos tener presente. Nos podemos
preguntar si, en el pasado, la Iglesia en su conjunto haya podido o
sabido elaborar doctrinas, promover experiencias, propiciar dinamismos,
apelar a la sensibilidad acerca de la justicia y el bien común
en una medida tal que pudiera responder en forma satisfactoria a su
tarea de formación moral incluso en el campo político.
Nace la duda legítima escribía también
Giuseppe Lazzati en el artículo citado- de si la falta de una
clara conciencia de lo que signifique ser cristianos en un tipo de vida
nuevo que, lejos de eliminar lo humano, lo salva y se expresa en nuevas
relaciones con Dios, con los hombres, con la creación (...) pueda
depender, además de las presiones del mundo... multiplicadas
hasta lo inverosímil en un ambiente descristianizado...también
de una formación inadecuada ofrecida por las comunidades en las
cuales los católicos nacen, crecen, viven(20).
Más recientemente, Giuseppe Dossetti, en un discurso ante el
Congreso Eucarístico de Bolonia, se preguntó en qué
medida se dieron, en el pasado, contribuciones positivas por parte de
los creyentes para el saneamiento de las formas sociales que se suceden
en la historia. Él insiste en que tal operación requiere
y requerirá siempre de condiciones precisas: 1) que se sepa con
extrema lucidez qué cosa es propiamente el hecho cristiano y
que no se lo agote con supuestos más o menos conscientes; 2)
que se tenga conciencia del límite y del grado de opinabilidad
que puede existir en las otras fuentes utilizadas y en el proyecto que
de ellas resulta; 3) que la mediación se haga con rigor doctrinal
y moral, proporcional al grado de desinterés personal, de grupo
e incluso de institución, o sea, de gran pureza en la defensa
de los intereses mismos de las instituciones de la comunidad creyente
en cuanto tales; 4) finalmente, que el intento sea inspirado por una
intuición profunda de la actualidad histórica, sin anacronismos,
enfatizaciones de la tradición, nostalgias desviantes o incluso
lacerantes innovaciones. Aún considerando que tales condiciones
no se hayan verificado plenamente en los siglos pasados, Guiseppe Dossetti
considera que el momento actual nunca ha sido, por una parte tan desfavorable
y por otra, tan insólitamente propicio.
Cualquier cosa que se diga, sigue presente la exigencia expresada tantas
veces y con tanta fuerza por el profesor Lazzati (21) de asegurar para
el hoy y para el mañana una dimensión cultural y de reflexión
adecuada al compromiso político del cristiano. No se trata de
encontrar recetas que pueden tener sólo una eficacia momentánea,
sino de iniciar una búsqueda que en el campo político
tenga el signo de la gratuidad, o sea, que no busque primaria y absolutamente
el éxito político inmediato, sino ante todo el testimonio
del reino aceptando un arduo camino.
Creo que en Italia son ya muchos los que sienten la necesidad de una
búsqueda así, católicos y no católicos.
Para ser creíbles será necesario ponerse no tanto por
encima de las partes cuando por debajo de ellas, o sea, en la profundidad
de la conciencia cívica del país.
Tarea de la Iglesia en su conjunto será, ante todo, formar las
conciencias; luego, acompañar a las personas en los momentos
y en las circunstancias difíciles; garantizar una preparación
permanente que tenga en cuenta el mutar de las cosas y la presentación
de nuevos problemas en el horizonte de la humanidad; estimular las energías
intelectuales a actualizar y a confrontarse entre amplios horizontes.
Todo esto en una perspectiva de universalidad humana porque no se trata
aquí tanto de defender el interés o la libertad específica
de los católicos como el promover la efectiva libertad y el bien
de la participación democrática de todos y, en la libertad
de todos, la libertad y la participación democrática de
todos y, en la libertad de todos, la libertad y la participación
de los católicos.
Para terminar, citaré una vez más las palabras de nuestro
Presidente: que el pueblo italiano, ante las lagunas las distorsiones,
ante el malestar de las instituciones siente la necesidad de una democracia
más madura y más consciente. Para alcanzar esta meta la
receta puede ser sólo una: favorecer la participación
de los ciudadanos para la gestión del poder, expandir las posibilidades
de participación en las decisiones que conciernen a la colectividad.
La Iglesia de san Ambrosio está lista para contribuir, en su
ámbito y con sus fuerzas, a una seria educación de base
que habilite para participar en el proyecto común.
Notas
1 Gaudium et Spes, n.75
2 Ibídem,n. 75.
3 El artículo apareció
en Vita e pensiero, 64 (1981, n. 10), 2-6.
4 Ibídem, p.6.
5 Consideraciones análogas
se han hecho ya después de la Convención de Assago. En
ese entonces, considerando un aspecto más específico y
particular, me expresaba así: También con referencia
al testimonio que se debe dar en la vida política, los cristianos
están llamados a un estilo de vida que yendo, incluso valerosamente,
contra los estereotipos prevalentes del consumismo y del éxito
como fin en sí mismo (¡hasta en política!) y del
cálculo exclusivo de la ventaja individual, introduzca y difunda
los gérmenes de la gratuidad y de la dedicación (Cfr.40.
Itinerario).
Como ha afirmado su Excelencia Mons. Nicora: el testimonio de
un compromiso político éticamente irreprensible es actualmente
uno de los más significativos para la credibilidad de la fe cristiana.
¿Es concretamente posible tal testimonio, hoy, en la política?
¿Es posible para hombres y mujeres comunes que tengan buena voluntad,
deseo de honestidad e inteligencia sin tener para ello la vocación
al heroísmo o al martirio? La cuestión es crucial hoy
en Italia porque tiene que ver con la posibilidad real de estimular
o no nuevas levas para el servicio social y político de los próximos
veinte años. Esta posibilidad surgió muchas veces en la
Convención a partir de la constatación de la distancia,
denunciada por algunos, entre los que trabajan en la política
y la gente común inclinada a mirar a los primeros con una cierta
sospecha instintiva y, más en general, por la denuncia de una
cierta incomodidad de los jóvenes ante el compromiso político.
La respuesta a estas interrogantes toca el sistema partidista, no en
abstracto sino como es vivido hoy en nuestro país. Se tiene a
veces, la impresión de que el sistema de las relaciones entre
los partidos, tal como se van enredando de hecho en la actualidad, tienda
a fijarse en un peligroso y un día tal vez irreversible ciclo
de deterioro. Cuando mediante alianzas ocultas y reparticiones subterráneas
nacen situaciones híbridas en las que las alianzas y las oposiciones
tradicionales entre partidos distintos proclamadas a la luz del sol
no responden a lo que sucede, en cambio, en los cuartos oscuros del
palacio, se da un fenómeno que entre mentiras y encubrimientos
corre el riesgo de desanimar a quienes quisieran aventurarse en tales
laberintos.
Por nuestra parte, no podemos dejar de proclamar que la caridad política
salvada por Cristo es capaz, por sí misma, de redimir incluso
al mundo de la política, también viciado como todo lo
demás, por el pecado y de dar valor a las vocaciones políticas
serias y honestas. ¡Cuán grave responsabilidad asumiría
quien hiciese que la elección de comprometerse a ser honesto
en política se convirtiese en un acto heroico de pocos, merecedores
de la aureola del martirio! No nos deberíamos entonces de quejar
si los mejores jóvenes, de todas las extracciones culturales
o ideológicas, eligen más bien las profesiones en las
que permanece consolidada una segura ética del comportamiento.
Si de hecho los jóvenes se decidieran o no a servir hasta en
política y a expresar así un aspecto fundamental del hacerse
prójimo dependerá también de la capacidad
de los partidos de ofrecer itinerarios de militancia honrados y aceptables
en los cuales la conciencia no se vea obligada a compromisos, sino que
sea valorada en sus ideas de fondo (C.M: Martini, LVIII, Milán,
1987, pp. 38-39). Farsi prossimo nella cittá, en
Atti del Convengo Diocesano Farsi prossimo, Archivo Ambrosiano LVIII,
Milán, 1987, pp.38- 39A
6 Para una reflexión más
analítica sobre estos temas véase por ejemplo: Ai cattolici
manca il senso dello Stato? En: La Civiltá Católica, 138
(1987-IV) 209-220.
Partiendo de un artículo de L. Colleti en La Repubblica del 20-21
de septiembre de 1987, se sintetizan así las acusaciones dirigidas
a los católicos: La acusación dirigida a los católicos
es pues la de carecer de la idea de Nación porque
forman parte de una comunidad universal como es la Iglesia y de ser
entonces supra-nacionales, y de carecer de la idea de Estado
más precisamente de Estado nacional- porque
más que en el Estado ponen el acento en la persona,
en la familia y en la sociedad natural, pero
sobre todo porque la idea de Estado nacional es una creación
de la civilización laica moderna a la que los católicos
han sido extraños. En ellos, en nombre de la restauración
visionaria del mundo feudal, o sea, de la civilización medieval
y pre-burguesa, está vivo un componente subversivo, en
el sentido preciso de antiburgués y en sentido histórico
de anti-estatal(p.210).
7 Así se expresaba Mons. Nicora
en nuestra Convención en Assago: Existe además una
cuestión de moralidad. Entre nuestros hermanos en la fe, en nuestras
comunidades, frecuentemente surge en este punto otra pregunta: admitamos
que nos tenemos que comprometer y que se deba hacerlo según la
originalidad de los valores cristianos ligados a una auténtica
capacidad cultural y una madura competencia política; pero ¿es
posible comprometerse en este campo salvando el alma, es
decir evitando caer de todos modos en el compromiso, en la traición
de los valores éticos cristianos? ¿La política
es inexorablemente sucia o puede, en cambio, ser vivida
con transparencia y coherencia moral?
Esta es una pregunta ciertamente provocadora y de fundamental importancia
porque toca un aspecto que de hecho aleja a muchos cristianos de un
compromiso más generoso en esta dirección. Es necesario
entonces que en nuestras comunidades se den respuestas claras también
a esta interrogante.
La respuesta es, en sí, relativamente fácil: el cristiano
no podrá nunca admitir que exista una esfera de la experiencia
humana que pueda sustraerse a la acción salvífica y renovadora
de Jesucristo.
Si Jesús es de verdad el Salvador del hombre y del mundo, es
también el Salvador de esta experiencia característica
del hombre que es la política. Ciertamente se necesitará
que quien se ponga en este camino difícil y comprometido sepa
mantener viva la comunión con Cristo a través de los instrumentos
formativos, sacramentales, ascéticos y de comunión que
ofrece la tradición de la Iglesia; en efecto, sólo con
esa condición podrá experimentar esa liberación
profunda de la esclavitud del mal y del espíritu de orgullo y
de dominio que es la única que puede hacer al cristiano operador
de libertad y constructor de estructuras abiertas al respeto y la promoción
de la libertad y de la solidaridad entre los hombres.
Pero la posibilidad debe ser afirmada: sí es posible vivir, incluso
esta dificilísima frontera que es la política, en coherencia
con los valores de la fe y de la ética cristiana. Y si es posible,
es un deber hacerlo.
Es más, deberíamos convencernos mucho más de que
esta capacidad de testimoniar una transparencia moral auténtica,
inclusive y precisamente en el campo de la política, es actualmente
uno de los testimonios más significativos de la credibilidad
de la misión de la Iglesia.
De nada serviría predicar, celebrar y evangelizar si luego no
tuviésemos laicos cristianos verdaderamente capaces de demostrar
con hechos que la fuerza liberadora que viene de Jesucristo es capaz
de llegar hasta allá. (A Nicora; Educazione alla caritá
política, en: Atti del Convengo Diocesano farsi prossimo,
cit. Pp., 70-71).
8 Entonces, ¿de qué
Estado y de qué Nación? ¿Es que
los católicos no tienen el sentido? En este punto la respuesta
debería ser clara: los católicos no tienen el sentido
del Estado absoluto (Hobbes), de Estado soberano, separado
y superior al cuerpo político (Bodin), del Estado expresión
de la voluntad (Rousseau), del Estado como suprema encarnación
del Espíritu absoluto y fuente de todos los derechos de la persona
(Hegel), en resumen, del Estado tendencialmente totalitario y monopolizador
en lo interno y militarista y llevado a practicar una política
de fuerza en lo exterior. Los católicos no tienen el sentido
de la Nación que se cierra en sí misma sin abrirse a las
demás naciones y que se exalta y exalta los valores nacionales-
casi hasta divinizarse dando lugar a un nacionalismo exagerado que en
el ochocientos y el novecientos ha sido causa de muchos y sangrientos
conflictos. (Ai cattolici manca il senso dello Stato?,
cit.,p.217)
9 La formulación clásica
del principio de subsidiaridad es de Pio XI en la encíclica Cuadragésimo
Anno: Es ciertamente verdad y está bien demostrado por
la historia que por la mutación de las circunstancias muchas
cosas ya no se pueden llevar a cabo sino por grandes asociaciones donde
antes las hacian también las pequeñas. Sin embargo, debe
permanecer firme el principio importantísimo en la filosofía
social: que así como no es lícito quitar a los individuos
lo que ellos pueden realizar con sus propias fuerzas y la propia industria
para dárselo a la comunidad, así también es injusto
entregar a una mayor y más alta sociedad lo que puede ser hecho
por las comunidades menores e inferiores. Esta situación puede
provocar un grave daño y una perturbación del recto orden
de la sociedad, porque el objeto natural de cualquier intervención
de la sociedad misma es el de ayudar en forma supletoria a los miembros
del cuerpo social y no el de destruirlos y absorberlos.
Por lo tanto, es necesario que la autoridad suprema del Estado delegue
en las asambleas menores e inferiores el despacho de los asuntos y cuidados
de menor importancia los que, por otra parte, distraerían muchísimo
a aquella y, así entonces, podrá ejecutar con mayor libertad,
con más fuerza y eficacia los asuntos que le competen a ella
sola porque sólo ella puede realizarlos: de dirección,
o sea, de vigilancia; de promoción, de represión, según
los casos y las necesidades. Que se persuada, pues, firmemente a los
hombres del gobierno de que mientras más perfectamente se desarrollen
el orden jerárquico entre las diferentes asociaciones, salvo
el principio de la función subsidiaria, más fuerte resultará
la autoridad y el poder social y por ello más feliz y próspera
la condición del Estado mismo.
Este mismo principio será retomado por el magisterio sucesivo.
En particular con Juan XXIII, se tendrá de él una explicitación
muy rica y positiva. En efecto, si Pío XI distinguía en
la dirección, vigilancia, promoción, represión,
las tareas de los poderes públicos, Juan XXIII, en la Mater et
Magistra (n.57) redescribe la competencia de los poderes públicos
con referencia a las funciones de: a) Apoyo y promoción de las
actividades sociales; b) Estímulo de la iniciativa de los individuos
solos, de las familias, de los diferentes grupos sociales; c) Coordinación
según un diseño orgánico de bien común;
d) Suplencia, ahí donde la libre iniciativa de los otros sujetos
del cuerpo social no puede o no quiere realizarse; e) Integración,
ahí donde la libre iniciativa de los otros sujetos se demuestra
útil pero insuficiente.
10 Aquí podemos recordar algunos artículos de la
Constitución Italiana en los que son reconocidos y sancionados
estos valores. Ante todo se hace referencia al artículo 20, en
el cual se marca la afirmación de aquél principio
personificante que está en la base de nuestro sistema constitucional
. En él se establece la preeminencia de la persona humana vista
incluso en su esencial apertura a todas aquellas agrupaciones y formaciones
sociales que desarrollan su personalidad respecto a la sociedad y, por
tanto, al Estado. Dice así: La República reconoce
y garantiza los derechos inviolables del hombre tanto como individuo
como en las formaciones sociales donde se desarrolla su personalidad
y requiere el cumplimiento de los deberes inderogables de solidaridad
política, económica y social.
Una aplicación de este mismo principio es la que encontramos
en el artículo 50.: La República, una e indivisible,
reconoce y promueve las autonomías locales; lleva a cabo, en
los servicios que dependen del Estado, la más amplia descentralización
administrativa; adecúa los principios y los métodos de
su legislación a las exigencias de la autonomía y de la
descentralización.
Por lo que concierne, por otra parte, al aspecto internacional, la referencia
obligada es el artículo 11. Que dice así: Italia
repudia la guerra como instrumento de ofensa a la libertad de los otros
pueblos y como medio de resolución de las controversias internacionales;
consiente, en condiciones de paridad con los demás Estados, las
limitaciones de soberanía necesarias a un ordenamiento que asegure
la paz y la justicia entre las naciones; promueve y favorece las organizaciones
internacionales dedicadas a tal fin.
11 Discurso pronunciado en Florencia
Palazzo Vecchio, en respuesta al saludo del Alcalde el 28 de noviembre
de 1987.
12 En síntesis se puede decir
que el cristiano reconoce que el Estado es una realidad buena y necesaria
para que el hombre, según las exigencias de su misma naturaleza
social, pueda desarrollarse en plenitud. Sin embargo, al mismo tiempo
está realmente convencido de que el Estado es una realidad relativa
y no puede nunca elevarse al nivel del absoluto. Más bien está
al servicio del bien común, interno y universal y, por lo tanto,
está al servicio de las personas humanas y de los grupos intermedios
empezando por la familia.
El cristiano posee lúcidamente esta visión de Estado y
por esta clase de Estado sabe comprometerse profunda y desinteresadamente.
(cf: Ai cattolici manca il senso dello Stato),cit., pp. 217-220).
Así ha sido también en los hechos (cfr ibídem,
pp 210-211), como recordaban también los obispos italianos: La
presencia de los cristianos en las instituciones públicas tiene
una tradición y es una realidad que nadie puede honradamente
ignorar. Expresada en forma ampliamente unitaria, inclusive por peticiones
responsables de la Iglesia ante situaciones extremadamente difíciles
y comprometidas, ha sido una presencia decisiva para la reconstrucción
del país después de la guerra, para la elaboración
de un nuevo orden constitucional, para la salvaguardia de la libertad
y de la democracia, para la transformación y el desarrollo de
la sociedad italiana en diversos sectores de importancia, para la sincera
apertura a Europa para la segura garantía de la paz (Consejo
Permanente de la Conferencia Episcopal Italiana. La Chiesa italiana
e le prospettive del paese, n. 36; cfr también Juan Pablo II,
Allocuzione al Convengo di Loreto, n. 8, en Rivista Diocesana Milanese,
76 /1985/418-420).
13 En la doctrina católica
es tradicional la afirmación del bien común como fin,
criterio y razón de ser de toda actividad y poder políticos.
Ya a nivel neotestamentario se pueden subrayar algunos pasos que sugieren
estas consideraciones. En especial, por ejemplo: 1Pe 2, 14 afirmando
que es tarea de la autoridad castigar a los malhechores y premiar
a los buenos, deja entender que en tal forma la autoridad misma
puede realizar, por lo menos en forma mínima, su tarea de mantener
dentro del orden la convivencia humana. Con 1 Tim 2,2 cuando se ve en
la acción de la autoridad una ayuda para que podamos vivir
una vida calmada y tranquila en toda piedad y dignidad, se entiende
que es tarea de la autoridad precisamente la de realizar una sociedad
que viva en forma estructurada y ordenada en el respeto de los grandes
valores de la vida humana y de la posibilidad, para cada persona, de
realizarse a sí misma en un crecimiento armonioso y global.
En un nivel magisterial, estas mismas indicaciones están presentes
con frecuencia y constancia. A título de ejemplo basten dos textos:
La comunidad política existe precisamente en función
de aquel bien común en el cual aquella encuentra significado
y plena justificación y del cual obtiene su ordenamiento jurídico,
originario y propio. (Gaudium et spes, n. 74): el poder político,
en cuanto es vínculo natural y necesario para asegurar
la cohesión del cuerpo social, debe tener como fin la realización
del bien común (Octogesima Adveniens, n. 46)
En esta misma línea me había expresado durante mi homilía
en la Catedral, el pasado 16 de mayo de 1987, en ocasión del
traslado de la urna del Beato Cardenal Ferrari: También hoy,
como entonces, el verdadero bien del pueblo sigue siendo el fin de la
política.
Aquel bien común que se concreta en el conjunto de las
condiciones que permiten y favorecen en los seres humanos, en las familias
y en las asociaciones, la realización más plena de su
perfección (GS 74)
Y es una adquisición de gran relieve de los regímenes
democráticos modernos que quien juzga y decide acerca del bien
común de la nación sea, precisamente, el pueblo.
Una sana concesión de la participación popular en el gobierno
de la cuestión pública se aleja así de tentaciones
opuestas: el escepticismo por un lado, la idolatría del poder
por el otro, inspirándose en las palabras de Jesús: Yo
estoy entre vosotros como uno que sirve ...Que el mayor entre ustedes
se haga como el más pequeño y quien gobierna como quien
sirve (Lc 22, 27.26).
La política llamada continuamente al principio del bien común,
es reconducida incansablemente al orden moral. Moralidad, pues, de los
medios que deben ser buenos para la persecución de objetivos
buenos y moralidad de los fines que, como expresa el Concilio Vaticano
II (GS 74), son relativos a la tarea de tutelar el bien común
en una perspectiva que debe ser al mismo tiempo dinámica, universal
e integral.
-Dinámica, porque el bien común se concreta a un conjunto
de condiciones que se nutren de los valores y derechos fundamentales
de la persona teniendo en cuenta el continuo desarrollo de las coordenadas
históricas, culturales y ambientales.
-Universal, porque en la actualidad no nos podemos contentar con tutelar
las intereses de una sola comunidad, sino que hace falta ampliar la
mirada hasta abrazar las exigencias de toda familia humana y el bien
universal de la paz.
-Integral, porque el bien común no equivale tan solo al bienestar.
Por consiguiente, una modernización o racionalización
que mortificase los valores morales, relacionales, solidarios, revelaría
en realidad un paso atrás hacia las formas humanoides de la convivencia.
En este contexto resalta la atención privilegiada que debe ser
dada siempre a los últimos y a los indefensos en todos los campos
y en todos los momentos de la vida. En una óptica genuinamente
evangélica ésta es una prueba fundamental para juzgar
la moralidad de los programas y de las realizaciones. ( C.M. Martini,
Il vero bene del popolo Rivista Diocesana Milanese, 78/1987/
1080-1081).
14 La necesidad, pero al mismo tiempo
la insuficiencia de la competencia es una aseveración que, con
extrema claridad, encontramos ya en la Pacem in Terris de Juan XXIII.
Ante todo él afirma:No basta estar iluminados por la fe
y encendidos por el deseo del bien para impregnar de sanos principios
una civilización y vivificarla en el espíritu del Evangelio.
Para tal fin es necesario inserirse en sus instituciones y actuar eficazmente
desde dentro de las mismas. Pero nuestra civilización se contradistingue
sobre todo por sus contenidos científico-técnicos. Por
lo cual no es posible inserirse en sus instituciones y actuar con eficacia
desde dentro de las mismas si no se es científicamente competente,
técnicamente capaz, profesionalmente experto (n. 51). Sin
embargo, subraya al mismo tiempo que la competencia científica,
la capacidad técnica, la experiencia profesional, si bien son
necesarias no son suficientes...se necesita también, al mismo
tiempo, que (los hombres) lleven a cabo (las actividades de contenido
temporal) en el ámbito del orden moral y, por lo tanto, como
ejercicio o reivindicación de un derecho, como cumplimiento de
un deber y prestación de un servicio; como respuesta positiva
a un mandato de Dios, colaboración personal a la acción
creadora y contribución personal a la realización de Su
plan providencial en la historia (n.52).
15 Así se expresaron también
los obispos italianos en 1981: El primer compromiso que la Iglesia
y los cristianos pretenden confirmar y realizar con nueva intensidad
es...la voluntad de dar, cada vez más claramente, el primado
a la vida espiritual de la cual depende todo lo demás. Sacerdotes,
religiosos y laicos que vivan la vida de gracia y comunión con
Dios en la fe, en la esperanza, en la caridad, en una incesante oración
personal y comunitaria son levadura buena que el mundo necesita(...).
Tampoco creemos que volverse a Cristo pueda significar evadir la situación.
No pocas experiencias, aún recientes, nos confirman más,
que perdernos en la realidad social sin nuestra identidad es un grave
riesgo que hay que evitar. Si no hemos hecho bastante en el mundo no
es porque seamos cristianos, sino porque no lo somos lo suficiente
(Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal Italiana, La Chiesa
italiana e le prospettive del paese, n. 13; cfr también los núms....24-25.
16 Estas mismas escuelas miran a desarrollar con método
riguroso y exigente: 1) un profundo conocimiento de la doctrina y del
Magisterio social de la Iglesia y de la tradición viva del movimiento
católico italiano; 2) un discernimiento del contexto socio cultural
del país; 3) una competencia específica en los diversos
sectores en los que Prefazione puede y debe expresarse el
testimonio y el servicio de los laicos cristianos (C.M. Martini,,
en: Farsi prossimo nella cittá, supl. de Orientamenti (Especial
escuela diocesana. Subsidio didáctico 1, p. 4.).
17 Es una indicación coherente
también con la lógica subyacente a la propuesta de reanudación
de las Semanas Sociales tal como está formulada en
la Nota de los obispos italianos después de la Convención
de Loreto: Los católicos de nuestro país deben ser
ayudados a entender cada vez mejor su papel incluso en la asunción
de las responsabilidades públicas.Para esto deseamos reanudar,
lo más pronto posible aunque en términos nuevos, la experiencia
de las Semanas Sociales que enriquecidas por las reflexiones
maduradas con el Concilio, con el Magisterio pontificio y con las indicaciones
del episcopado podrán ser de gran ayuda a la maduración
de las conciencias inclinadas al servicio de nuestra patria con marcada
sensibilidad cristiana (Conferencia Episcopal Italiana), La Chiesa
in Italia dopo Loreto. Nota pastorale, n. 57).
18 Obviamente a la Iglesia le corresponde
un tipo de educación dirigida a la edificación de una
sólida espiritualidad. Los obispos italianos escribían:
Deber de la Iglesia...es principalmente el formar a los cristianos,
de manera especial a los laicos, para un compromiso coherente proporcionando
no sólo doctrina y estímulos, sino también adecuadas
líneas de espiritualidad para que su fe y su caridad crezcan,
no a pesar del compromiso, sino precisamente a través de él.
(Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal Italiana, La Chiesa
italiane e la prospettive del paese, n.34; véase también
A. Nicora, Educazione alla caritá política, cit.,pp. 72-73).
Las mismas escuelas de formación para el compromiso social político
de las que ya se ha hablado tienen en mira este preciso objetivo. En
efecto, en la persecución de una finalidad eminentemente
educativa y pastoral no quieren ser cursos populares de cultura cívica
y política dirigidos genéricamente a un público
de curiosos, sino más exactamente una contribución dirigida
a desarrollar motivaciones y conocimientos para apoyar a todos aquéllos
que por vocación se orientan hacia el servicio a la ciudad
del hombre (C.M. Martini, Prefazione, cit.,p.4).
19 Sínodo de los obispos 1987,
Sui sentieri del Concilio. Messaggio al popolo di Dio, n. 11.
20 G.Lazzatti, Il vero scoglio della
presenza católica, cit., p.3.
21. Es una aseveración que
ha acompañado un poco toda la reflexión y la experiencia
del profesor Lazzati, convencido de la necesidad y de la urgencia de
ayudar a los cristianos a formarse y cultivar una cultura capaz
de hacerlos estar en la ciudad como actores y no como espectadores
(G. Lazzati, La cittá delluomo Construire, da cristiani,
la cittá deluomo a misura di uomo, Roma 1984, p.66), como
también que sin una cultura adecuada no se da la condición
inicial para una presencia activamente eficaz de los católicos
dentro del vasto y diferenciado campo de las realidades temporales
(Id., Il vero scoglio della presenza cattolica, cit.,p.5). De aquí
todo su empeño para ayudar a pensar políticamente
que desembocó también en la fundación de la sociedad
Cittá delluomo (Ciudad del hombre), que retomando
y desarrollando las ideas de fondo de la Civitas humana
del grupo de los profesorcitos reunidos en torno a Dossetti,
tuviese como objetivo elaborar, promover, defender una cultura
política que animada por la concepción cristiana del hombre
y del mundo, desarrolle la adhesión a los valores de la democracia
expresados en los principios fundamentales de la Constitución
de la República Italiana respondiendo a las complejas exigencias
de la sociedad en transformación (Art. 3 del Estatuto de
citta delluomo). Cfr. P. Vanzan, Il mondo, La
Chiesa e il Regno di Dio nella vita e opera di uno starez
occidentale, en: A. Oberti (bajo su revisión), Giuseppe Lazzatti:
vivere da laico, Appunti per una biografia e testimonianze, Roma 1986,
pp. 39-45; 64-67).