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Cardenal Angelo
Sodano, Secretario de Estado del Vaticano.
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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 24 septiembre 2004 (ZENIT.org).- En medio
del debate que en estos momentos tiene lugar sobre la reforma de las
Naciones Unidas, la Santa Sede ha lanzado una propuesta: introducir
en la Carta de la ONU el principio de «intervención humanitaria».
La iniciativa ha sido expuesta por el cardenal Angelo Sodano, secretario
de Estado vaticano, en una entrevista publicada por el diario turinés
La Stampa (22 de septiembre).
La Comisión de reforma, instituida por el secretario general
de la ONU, Kofi Annan, entregó sus primeros resultados el 7 de
junio pasado y los estados los están analizando en estos momentos.
En este contexto, el purpurado italiano ha revelado que la «Santa
Sede desea que se introduzca en la Carta de las Naciones Unidas un nuevo
principio, es decir, la posibilidad, o más bien, el deber de
una intervención humanitaria en casos evidentes en
los que los derechos humanos de una población son pisoteados».
En el número 11 de su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
del año 2000, Juan Pablo II ya había expuesto los términos
exactos de la propuesta de la Santa Sede.
«Evidentemente, cuando la población civil corre peligro
de sucumbir ante el ataque de un agresor injusto y los esfuerzos políticos
y los instrumentos de defensa no violenta no han valido para nada, es
legítimo, e incluso obligado, emprender iniciativas concretas
para desarmar al agresor», afirmaba.
«Pero éstas han de estar circunscritas en el tiempo y deben
ser concretas en sus objetivos, de modo que estén dirigidas desde
el total respeto al derecho internacional, garantizadas por una autoridad
reconocida a nivel supranacional y en ningún caso dejadas a la
mera lógica de las armas», aclaraba el Papa.
«Por eso proponía, habrá que hacer un
mayor y mejor uso de lo que prevé la Carta de las Naciones Unidas,
definiendo posteriormente instrumentos y modalidades eficaces de intervención,
en el marco de la legalidad internacional».
«A este propósito la misma Organización de las Naciones
Unidas tiene que ofrecer a todos los Estados miembros la misma oportunidad
de participar en las decisiones, superando privilegios y discriminaciones
que debilitan su papel y credibilidad», concluía Juan Pablo
II.
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