Bajando la calle principal de mi
ciudad, ahora me encuentro, con mucha frecuencia, personas que van con
una olla arrocera bajo el brazo: se trata del estímulo
material para los vanguardias-me dijo alguien. Y con eso comenzó
esta reflexión: los estímulos, las motivaciones
y las decrecientes zanahorias de mi país.
Porque de eso se trata, y sería bueno recordar aquella fábula
del palo y la zanahoria con que se estimulaba a correr a
los indiferentes y vagos conejos. Ambos métodos se alternaban
en la fábula: unas veces el uso del palo motivaba
al conejo que no quería correr, acosándolo por la espalda
porque a nadie le gusta que le den palo de frente
y otras veces
era la codiciada zanahoria, plato favorito de los conejos que, como
engañosa golosina, se podía colocar a la vista del conejo,
por delante, como quien otorga lo mejor, como quien quiere
ayudar al conejo, como quien le regala o rebaja el trabajo de buscar
su comida y
de contra le presenta, delante, aunque un poco lejos
la suculenta zanahoria.
Todos sabemos la moraleja de esta actualísima fábula.
Muy actual en Cuba y muy actual en otros muchos países; en algunos
muy evidentes y con resultados inmediatos y masivos, en otros, menos
evidente. La moraleja es para una reflexión cívica muy
seria: ¿qué somos, personas o conejos? ¿qué
queremos ser y cómo queremos que nos traten? ¿Cómo
debemos tratar a los demás, por lo que son y lo que sienten o
por una motivación material? ¿Por qué se trabaja
y se vive? ¿Para qué se trabaja y para qué se vive
en Cuba? ¿Cuál debe ser la motivación profunda
y cívica del trabajador? ¿Cuáles deben ser los
verdaderos estímulos para que trabaje: el palo o la zanahoria?
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Auto que se
vendía por estímulo a los destacados en la
emulación socialista.
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En fin, ¿se puede cambiar el trabajo humano por algo
material en esta tierra? ¿Cuánto vale el trabajo
de los seres humanos? ¿Cuánto vale su esfuerzo
adicional o lo que llaman motivación para el trabajo o estímulo
para los destacados? Una última pregunta, aún más
profunda en este tema: Si el trabajo es la actividad propia del ser
humano; si el trabajo es la expresión más alta de la condición
de creador del hombre y la mujer hechos a imagen y semejanza de Dios;
si el trabajo es, en fin, la expresión más acabada y creativa
del alma; entonces, ¿cuánto vale el alma de
un trabajador? ¿cuánto vale su subjetividad laboral, única
en la condición humana? ¿Con cuánto se cambia
el alma, el esfuerzo, la creación y la fatiga que pone un trabajador
en su labor cotidiana?
Estoy seguro que todos los cubanos tenemos respuestas para cada una
de estas gravísimas preguntas, pero no nos atrevemos todavía
a llamar por su nombre al palo y a la zanahoria.
No nos atrevemos todavía a perder ninguno de los dos al perder
el simulacro de trabajo que tenemos. Porque todos hemos oído
alguna vez esa expresión que, por desgracia, se va haciendo muy
popular y hasta jocosa, como es el choteo cubano, que dice: yo
hago como que trabajo y ellos hacen como que me pagan, queriendo
decir que ni es trabajo lo que hacemos ni es salario justo lo que me
pagan. Aquí es, en mi opinión, donde radica la raíz
y la médula del problema del conejo, el palo y la zanahoria.
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Refrigeradores
soviéticos.
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Yo sé que, en el fondo- como me dicen continuamente
en la calle- hay muchos cubanos que comprenden lo que queremos
reflexionar y tienen sus propias conclusiones, pero las
ollas arroceras de estos días me conducen a poner más
a la superficie esta reflexión.
Somos personas. Todos somos personas
no conejos. Pero con frecuencia
esa verdad elemental y decisiva, esa verdad sencilla como todo lo trascendente:
somos personas, resulta que
se nos olvida. Y actuamos como conejos,
unas veces por miedo al palo, otras veces, por el interés
material de la zanahoria. Es tan dura esta afirmación
que me da pena ponerla a flote, pero qué significa esa frase
tan repetida y tan indigna de: mire, yo no estoy de acuerdo con
nada, pero no puedo decir lo que pienso porque me perjudica.
O esta otra un poco más audaz: Mire, yo digo lo que pienso,
pero no puedo actuar en consecuencia con lo que pienso porque pierdo
lo poco que me dan
¿qué será
lo que le dan: palo o zanahoria?
Palo, es decir, todo lo que tenemos por detrás, persiguiéndonos
si nos portamos mal o si no estamos estimulados para
apoyar alegremente lo que hay: amenazas veladas, presiones visibles,
pérdida de salario o de puesto de trabajo con el que se intenta
negociar los principios, campañas difamatorias a nivel de anónimos
o rumores echados a rodar o, las mismas campañas, pero a nivel
televisivo. Recados llegados de las más sutiles formas o citas
oficiales para interrogatorios. Será, quizá, esos paseos
que nos recuerdan los de Franco pero sin la consumación, en que
se trasladan personas a campos abiertos, cañaverales distantes
o parajes cercanos a las costas y luego se abandonan allí a su
suerte. Será, a lo peor, un expediente de CR, segregación
total a donde quiera que vayas, o cárcel o la siempre presente
amenaza de la pena de muerte, ya repelida y condenada por más
de la mitad de las naciones del mundo y por la inmensa mayoría
de los seres humanos.
Zanahoria, es decir, todo lo que tenemos por delante, motivando
nuestro interés material, condicionando nuestro pensar y actuar
para poder obtener lo que nos den como estímulo
para los que se destaquen.Tiene que ser algo apetitoso,
algo deseado, algo que no tengamos, algo que sea necesario, algo que
nos hale hacia el apoyo, el aplauso, la marcha combativa, la complicidad
con la corrupción, el silencio cobarde frente a las injusticias
laborales, la sumisión frente a los abusos del poder administrativo
en el trabajo político en todos los rincones de nuestra existencia.
En cualquier oscuro rincón de nuestra subsistencia.
Pero lo más triste de esta situación es lo barata y lo
desabrida que se ha ido poniendo la zanahoria. Si todos
los que tenemos algunos años recordamos bien, al principio esos
estímulos tenía categoría internacional,
turístico e incluso cultural: viajes al extranjero (eso sí,
sólo al único mundo bueno¨ que existía
todavía entonces: la Unión Soviética y los otros
países del campo socialista). Es decir, que usted podía
ganarse un viaje turístico con todo incluido y podía
escoger uno fijo y otro adicional, como los juguetes de los Reyes Magos
en Cuba cuando había, podía combinar a la URSS con otro
país exclusivamente del mencionado campo. Pero si
usted no resultaba electo destacado o Vanguardia
y tenía sus ahorros en dinero cubano que cuando aquello
era el único y valía, como resulta natural en cualquier
país en la normalidad- entonces, usted podía programar
sus vacaciones para un viaje al extranjero socialista.
Luego que ese campo socialista desapareció-como
se dice increíblemente, no desaparecieron los países como
parece ser si vemos la televisión o la prensa cubanas, sino el
sistema comunista- entonces la zanahoria rebajó su valor y se
quedaron sólo las Vueltas a Cuba que ya existían
como estímulos, pero que no eran lo máximo.
Entonces sí, pues con su dinero cubano que podía ahorrar
de su salario normal podía ir con su familia a conozca
a Cuba primero ese codiciado paseo por el verde y bello caimán.
Pero comenzó a faltar el petróleo soviético
que entró también en perestroika y se acabaron las Vueltas
a Cuba.
Entonces la zanahoria y el precio de la motivación y de la subjetividad
de los cubanos tuvo que volverse a rebajar y se quedaron sólo
los refrigeradores, los aires acondicionados, los televisores, que ya
existían como estímulo pero que pasaron a ser lo
máximo para estimular a los trabajadores cubanos. Pronto
desaparecieron los refrigeradores y los aires acondicionados, con ellos
se cerraron también muchos lugares turísticos de nuestro
país, del nuestro, de aquel de la Vuelta a Cuba, de aquellos
del conozca a Cuba primero, pues bien, se cerraron y están
cerrados para los cubanos en general aunque, algo simbólico,
aún más humillante, se abren para hacer ver que no están
cerrados y que constituyen el apartheid más evidente y comprobable
de Cuba.
Y la zanahoria se vino a quedar en campismos repletos de mosquitos y
de incomodidades y en un fugaz y tumultuoso período de los televisores
Panda. Todos los recuerdos que me vienen a la mente de esa brevísima
etapa de los televisores, hasta que se comenzaron a enviar a Venezuela,
es que las pendencias, los litigios, las ofensas y las divisiones en
los centros de trabajo hablaban sin lugar a dudas de lo bajo y rastrero
que había llegado el estímulo material. Era
preferible irse al campismo más oscuro y fangoso que pelearse
con medio mundo del trabajo por un televisor chino que
además
valía 4 mil pesos cubanos, es decir, dos años de trabajo
de un cubano con un salario medio.
Pero los Panda también se acabaron
y la zanahoria se siguió
abaratando, y llegó la era de la olla arrocera. A este nivel
se ha rebajado el precio de la incondicionalidad, el precio de no decir
lo que pienso para no perjudicarme, el precio de asistir a todas las
marchas para no señalarme, el precio de callar las injusticias
laborales, la violación de los derechos de los trabajadores,
que según Juan Pablo II en la Encíclica Centessimus Annus,
fue la principal causa de la caída de aquel campo socialista
que era para Cuba el máximo estímulo-zanahoria.
Y para colmo de males, la socorrida olla arrocera - ¡tan práctica
y necesaria en un país como el nuestro!- venía de regreso,
llegó de la zona prohibida, de la resolvedera clandestina. Porque
había una vez, en este mismo país, -casi nadie quiere
recordarlo ahora- que las ollas arroceras fueron prohibidas por gastadoras
de electricidad. Sí, eso mismo, ollas eléctricas
que salen de circulación por ser lo que ellas son en sí
mismas: eléctricas y arroceras. Muchas veces hemos visto cómo
sacan de circulación no a ollas sino a personas, sectores de
nuestro pueblo como el exilio, e instituciones por ser lo que ellas
mismas son
y luego regresar por lo que no son porque conviene
motivar las decisiones de otros.
¡Qué larga y triste historia la de los estímulos
materiales!, ¡qué poco dura la alegría en casa del
pobre!, ¡qué bajo ha caído el precio-estímulo
de la incondicionalidad de algunos cubanos!, ¡qué alto
el costo de este experimento de más de cuatro décadas
con las zanahorias y los conejos!
¡Y qué alto es el precio de la libertad!
Pero no debemos quedarnos en la queja, o en la comprobación de
la moraleja de los estímulos. Debemos decirlo alto y claro:
El alma de los cubanos no tiene precio. Cada uno de los cubanos y cubanas
vale más que todos los estímulos materiales y morales
que se puedan inventar. Cada uno de los cubanos y cubanas, donde quiera
que viva y como quiera que piense vale más que todas las zanahorias
y los palos juntos y valen más que el altísimo costo que
ha provocado el intentar considerar a las personas como conejos y a
las naciones como un campo de experimentación. Ese costo humano
es innombrable e impagable.
El alma de los cubanos no tiene cambio, ni vuelto, ni nada que la pueda
matar. Prueba de ello es la inmensa mayoría que calladamente,
por miedo, piensa que lo están comprando o que lo están
chantajeando o que lo están presionando o ilusionando con zanahorias
por delante y palos por la espalda y no se dejan engañar. Todos
sabemos que son muy pocos los engañados y muchos los que callan
por temor.
El trabajo de este pueblo emprendedor y luchador, en el mejor sentido
de esta palabra, es la riqueza mayor y el porvenir mayor, y la garantía
de que en este país jamás harán falta ni palos,
ni zanahorias humillantes para estimular la creatividad natural de nuestro
pueblo. Ni hará falta viajes para premiar porque el premio será
el salario que se gana con el sudor de la propia frente y el gusto de
poder progresar con el propio esfuerzo. No hará falta motivar
a los trabajadores con dádivas que han bajado al plano de las
ollas arroceras, porque la motivación mayor será que nos
dejen levantar cabeza. O lo que es mejor, no esperar a que nos
dejen, sino levantar nuestras cabezas y cambiar lo que haya que cambiar
para poder trabajar sin palos ni zanahorias, para poder emprender por
cuenta propia lo que se ha demostrado que vale una olla arrocera por
cuenta del Estado.
Cuba será un pueblo digno y próspero, pero con el estímulo
de la libertad para trabajar y la justicia en los salarios de los trabajadores.
Con el estímulo de la libertad de expresar lo que se siente y
lo que se cree sin miedo a perder un televisor o una olla. Con el estímulo
de la libertad de conciencia y religión para que nunca olvidemos
que no somos conejos sino personas, hijos de Dios, libres, responsables
y con derechos y deberes que no nos ha concedido como estímulo
ningún gobierno de este mundo, sino el Creador que nos ha puesto
en este mundo libres e iguales en dignidad y derechos.
Cuba será un pueblo laborioso y próspero, no de un día
para otro porque todo debe ser gradual y progresivo. Nada, ni los conejos,
se pueden sacar del sombrero de un mago, pero Cuba sí podrá
reconstruirse y avanzar como cualquier nación de la tierra, cambiando
de un sistema de vida para otro, con el estímulo de la libertad
de empresa y de inversión con la que este sistema se salvó
en lo peor del período especial, engañando a los trabajadores
con un permiso para el trabajo por cuenta propia que le
permitió subsistir y salir del hueco de la dependencia económica
y política de la Unión Soviética para luego ir
cerrando minuciosamente la única fuente verdadera y durable de
progreso y de libertad: el trabajo humano con justicia y con derechos
para los trabajadores.
No estoy soñando nuevos mesianismos, ni presentando una nueva
ilusoria utopía ideológica como futura zanahoria para
que mejoremos las ollas de Egipto. Estoy pensando con los pies puestos
en esta tierra y con la memoria fresca y con los hechos en la mano.
Todos lo hemos podido ver en cada familia y en cada barrio. Ya lo pudo
comprobar nuestro pueblo y su Gobierno en los años noventa con
el trabajo por cuenta propia, lo podemos comprobar cada día y
a lo largo de estos cuarenta y cinco años, con los cubanos que
se van de este país y sólo necesitan el tiempo que dure
el vuelo hasta el lugar de destino, sea Estados Unidos o Madagascar
para demostrar con su trabajo de lo que son capaces los cubanos si se
les deja trabajar y levantar cabeza. Si eso ocurre en cualquier otro
país donde van los cubanos, sea Holanda o Haití, ¿por
qué los cubanos de aquí dentro van a necesitar de ollas
arroceras o de televisores Panda como estímulos para
trabajar? Lo que necesitamos es libertad para trabajar y justicia en
los salarios y Cuba no sólo podrá salvarse sino que será
una nación próspera y digna, abierta y solidaria.
Sin palos, sin conejos y sin zanahorias: porque el alma de los cubanos
no tiene cambio.