Revista Vitral No. 63 * año XI * septiembre-octubre de 2004


EDUCACIÓN CÍVICA

 

EL ALMA NO TIENE CAMBIO: NI CONEJO, NI PALO, NI ZANAHORIA

DAGOBERTO VALDÉS HERNÁNDEZ

 

 

 

 

Bajando la calle principal de mi ciudad, ahora me encuentro, con mucha frecuencia, personas que van con una olla arrocera bajo el brazo: se trata del “estímulo material para los vanguardias”-me dijo alguien. Y con eso comenzó esta reflexión: los “estímulos”, las “motivaciones” y las decrecientes “zanahorias” de mi país.
Porque de eso se trata, y sería bueno recordar aquella fábula del palo y la zanahoria con que se “estimulaba” a correr a los indiferentes y vagos conejos. Ambos métodos se alternaban en la fábula: unas veces el uso del palo “motivaba” al conejo que no quería correr, acosándolo por la espalda porque a nadie le gusta que le den palo de frente…y otras veces era la codiciada zanahoria, plato favorito de los conejos que, como engañosa golosina, se podía colocar a la vista del conejo, por delante, como quien otorga “lo mejor”, como quien quiere ayudar al conejo, como quien le regala o rebaja el trabajo de buscar su comida y… de contra le presenta, delante, aunque un poco lejos la suculenta zanahoria.
Todos sabemos la moraleja de esta actualísima fábula. Muy actual en Cuba y muy actual en otros muchos países; en algunos muy evidentes y con resultados inmediatos y masivos, en otros, menos evidente. La moraleja es para una reflexión cívica muy seria: ¿qué somos, personas o conejos? ¿qué queremos ser y cómo queremos que nos traten? ¿Cómo debemos tratar a los demás, por lo que son y lo que sienten o por una motivación material? ¿Por qué se trabaja y se vive? ¿Para qué se trabaja y para qué se vive en Cuba? ¿Cuál debe ser la motivación profunda y cívica del trabajador? ¿Cuáles deben ser los verdaderos estímulos para que trabaje: el palo o la zanahoria?

Auto que se vendía por estímulo a los destacados en la
“emulación socialista”.


En fin, ¿se puede “cambiar” el trabajo humano por algo material en esta tierra? ¿Cuánto “vale” el trabajo de los seres humanos? ¿Cuánto “vale” su esfuerzo adicional o lo que llaman motivación para el trabajo o estímulo para los destacados? Una última pregunta, aún más profunda en este tema: Si el trabajo es la actividad propia del ser humano; si el trabajo es la expresión más alta de la condición de creador del hombre y la mujer hechos a imagen y semejanza de Dios; si el trabajo es, en fin, la expresión más acabada y creativa del alma; entonces, ¿cuánto “vale” el alma de un trabajador? ¿cuánto vale su subjetividad laboral, única en la condición humana? ¿Con cuánto se “cambia” el alma, el esfuerzo, la creación y la fatiga que pone un trabajador en su labor cotidiana?
Estoy seguro que todos los cubanos tenemos respuestas para cada una de estas gravísimas preguntas, pero no nos atrevemos todavía a llamar por su nombre al “palo” y a la “zanahoria”. No nos atrevemos todavía a perder ninguno de los dos al perder el simulacro de trabajo que tenemos. Porque todos hemos oído alguna vez esa expresión que, por desgracia, se va haciendo muy popular y hasta jocosa, como es el choteo cubano, que dice: “yo hago como que trabajo y ellos hacen como que me pagan”, queriendo decir que ni es trabajo lo que hacemos ni es salario justo lo que me pagan. Aquí es, en mi opinión, donde radica la raíz y la médula del problema del “conejo, el palo y la zanahoria”.

Refrigeradores soviéticos.


Yo sé que, “en el fondo”- como me dicen continuamente en la calle- hay muchos cubanos que “comprenden” lo que queremos reflexionar y tienen “sus propias conclusiones”, pero las ollas arroceras de estos días me conducen a poner más “a la superficie” esta reflexión.
Somos personas. Todos somos personas… no conejos. Pero con frecuencia esa verdad elemental y decisiva, esa verdad sencilla como todo lo trascendente: somos personas, resulta que… se nos olvida. Y actuamos como “conejos”, unas veces por miedo al “palo”, otras veces, por el interés material de la “zanahoria”. Es tan dura esta afirmación que me da pena ponerla a flote, pero qué significa esa frase tan repetida y tan indigna de: “mire, yo no estoy de acuerdo con nada, pero no puedo decir lo que pienso porque me “perjudica”. O esta otra un poco más audaz: “Mire, yo digo lo que pienso, pero no puedo actuar en consecuencia con lo que pienso porque “pierdo” lo poco que me “dan”… ¿qué será lo que le “dan”: palo o zanahoria?
“Palo”, es decir, todo lo que tenemos por detrás, persiguiéndonos si nos “portamos mal” o si no estamos “estimulados para apoyar alegremente lo que hay”: amenazas veladas, presiones visibles, pérdida de salario o de puesto de trabajo con el que se intenta negociar los principios, campañas difamatorias a nivel de anónimos o rumores echados a rodar o, las mismas campañas, pero a nivel televisivo. Recados llegados de las más sutiles formas o citas oficiales para interrogatorios. Será, quizá, esos “paseos” que nos recuerdan los de Franco pero sin la consumación, en que se trasladan personas a campos abiertos, cañaverales distantes o parajes cercanos a las costas y luego se abandonan allí a su suerte. Será, a lo peor, un expediente de CR, segregación total a donde quiera que vayas, o cárcel o la siempre presente amenaza de la pena de muerte, ya repelida y condenada por más de la mitad de las naciones del mundo y por la inmensa mayoría de los seres humanos.

Televisor Panda.


“Zanahoria”, es decir, todo lo que tenemos por delante, “motivando” nuestro interés material, condicionando nuestro pensar y actuar para “poder obtener” lo que nos den como “estímulo” para los que se “destaquen”.Tiene que ser algo apetitoso, algo deseado, algo que no tengamos, algo que sea necesario, algo que nos hale hacia el apoyo, el aplauso, la marcha combativa, la complicidad con la corrupción, el silencio cobarde frente a las injusticias laborales, la sumisión frente a los abusos del poder administrativo en el trabajo político en todos los rincones de nuestra existencia. En “cualquier oscuro rincón” de nuestra subsistencia.
Pero lo más triste de esta situación es lo barata y lo desabrida que se ha ido poniendo la “zanahoria”. Si todos los que tenemos algunos años recordamos bien, al principio esos “estímulos” tenía categoría internacional, turístico e incluso cultural: viajes al extranjero (eso sí, sólo al único mundo “bueno¨ que existía todavía entonces: la Unión Soviética y los otros países del campo socialista). Es decir, que usted podía “ganarse” un viaje turístico con todo incluido y podía escoger uno fijo y otro adicional, como los juguetes de los Reyes Magos en Cuba cuando había, podía combinar a la URSS con otro país exclusivamente del mencionado “campo”. Pero si usted no resultaba electo “destacado” o “Vanguardia” y tenía sus ahorros en dinero cubano – que cuando aquello era el único y valía, como resulta natural en cualquier país en la normalidad- entonces, usted podía programar sus vacaciones para un viaje al “extranjero” socialista.
Luego que ese “campo” socialista “desapareció”-como se dice increíblemente, no desaparecieron los países como parece ser si vemos la televisión o la prensa cubanas, sino el sistema comunista- entonces la zanahoria rebajó su valor y se quedaron sólo las “Vueltas a Cuba” que ya existían como estímulos, pero que no eran “lo máximo”. Entonces sí, pues con su dinero cubano que podía ahorrar de su salario normal podía ir con su familia a “conozca a Cuba primero” ese codiciado paseo por el verde y bello caimán. Pero comenzó a faltar el petróleo “soviético” que entró también en perestroika y se acabaron las Vueltas a Cuba.

Olla arrocera.


Entonces la zanahoria y el precio de la motivación y de la subjetividad de los cubanos tuvo que volverse a rebajar y se quedaron sólo los refrigeradores, los aires acondicionados, los televisores, que ya existían como estímulo pero que pasaron a ser “lo máximo” para estimular a los trabajadores cubanos. Pronto desaparecieron los refrigeradores y los aires acondicionados, con ellos se cerraron también muchos lugares turísticos de nuestro país, del nuestro, de aquel de la Vuelta a Cuba, de aquellos del “conozca a Cuba primero”, pues bien, se cerraron y están cerrados para los cubanos en general aunque, algo simbólico, aún más humillante, se abren para hacer ver que no están cerrados y que constituyen el apartheid más evidente y comprobable de Cuba.
Y la zanahoria se vino a quedar en campismos repletos de mosquitos y de incomodidades y en un fugaz y tumultuoso período de los televisores Panda. Todos los recuerdos que me vienen a la mente de esa brevísima etapa de los televisores, hasta que se comenzaron a enviar a Venezuela, es que las pendencias, los litigios, las ofensas y las divisiones en los centros de trabajo hablaban sin lugar a dudas de lo bajo y rastrero que había llegado “el estímulo material”. Era preferible irse al campismo más oscuro y fangoso que pelearse con medio mundo del trabajo por un televisor chino que…además valía 4 mil pesos cubanos, es decir, dos años de trabajo de un cubano con un salario medio.
Pero los Panda también se acabaron…y la zanahoria se siguió abaratando, y llegó la era de la olla arrocera. A este nivel se ha rebajado el precio de la incondicionalidad, el precio de no decir lo que pienso para no perjudicarme, el precio de asistir a todas las marchas para no señalarme, el precio de callar las injusticias laborales, la violación de los derechos de los trabajadores, que según Juan Pablo II en la Encíclica Centessimus Annus, fue la principal causa de la caída de aquel campo socialista que era para Cuba el máximo estímulo-zanahoria.
Y para colmo de males, la socorrida olla arrocera - ¡tan práctica y necesaria en un país como el nuestro!- venía de regreso, llegó de la zona prohibida, de la resolvedera clandestina. Porque había una vez, en este mismo país, -casi nadie quiere recordarlo ahora- que las ollas arroceras fueron prohibidas por “gastadoras de electricidad”. Sí, eso mismo, ollas eléctricas que salen de circulación por ser lo que ellas son en sí mismas: eléctricas y arroceras. Muchas veces hemos visto cómo sacan de circulación no a ollas sino a personas, sectores de nuestro pueblo como el exilio, e instituciones por ser lo que ellas mismas son… y luego regresar por lo que no son porque conviene “motivar” las decisiones de otros.
¡Qué larga y triste historia la de los estímulos materiales!, ¡qué poco dura la alegría en casa del pobre!, ¡qué bajo ha caído el precio-estímulo de la incondicionalidad de algunos cubanos!, ¡qué alto el costo de este experimento de más de cuatro décadas con las zanahorias y los conejos!
¡Y qué alto es el precio de la libertad!
Pero no debemos quedarnos en la queja, o en la comprobación de la moraleja de los estímulos. Debemos decirlo alto y claro:
El alma de los cubanos no tiene precio. Cada uno de los cubanos y cubanas vale más que todos los estímulos materiales y morales que se puedan inventar. Cada uno de los cubanos y cubanas, donde quiera que viva y como quiera que piense vale más que todas las zanahorias y los palos juntos y valen más que el altísimo costo que ha provocado el intentar considerar a las personas como conejos y a las naciones como un campo de experimentación. Ese costo humano es innombrable e impagable.
El alma de los cubanos no tiene cambio, ni vuelto, ni nada que la pueda matar. Prueba de ello es la inmensa mayoría que calladamente, por miedo, piensa que lo están comprando o que lo están chantajeando o que lo están presionando o ilusionando con zanahorias por delante y palos por la espalda y no se dejan engañar. Todos sabemos que son muy pocos los engañados y muchos los que callan por temor.
El trabajo de este pueblo emprendedor y luchador, en el mejor sentido de esta palabra, es la riqueza mayor y el porvenir mayor, y la garantía de que en este país jamás harán falta ni palos, ni zanahorias humillantes para estimular la creatividad natural de nuestro pueblo. Ni hará falta viajes para premiar porque el premio será el salario que se gana con el sudor de la propia frente y el gusto de poder progresar con el propio esfuerzo. No hará falta “motivar” a los trabajadores con dádivas que han bajado al plano de las ollas arroceras, porque la motivación mayor será que “nos dejen levantar cabeza”. O lo que es mejor, no esperar a que nos dejen, sino levantar nuestras cabezas y cambiar lo que haya que cambiar para poder trabajar sin palos ni zanahorias, para poder emprender por cuenta propia lo que se ha demostrado que vale una olla arrocera por cuenta del Estado.
Cuba será un pueblo digno y próspero, pero con el estímulo de la libertad para trabajar y la justicia en los salarios de los trabajadores. Con el estímulo de la libertad de expresar lo que se siente y lo que se cree sin miedo a perder un televisor o una olla. Con el estímulo de la libertad de conciencia y religión para que nunca olvidemos que no somos conejos sino personas, hijos de Dios, libres, responsables y con derechos y deberes que no nos ha concedido como “estímulo” ningún gobierno de este mundo, sino el Creador que nos ha puesto en este mundo libres e iguales en dignidad y derechos.
Cuba será un pueblo laborioso y próspero, no de un día para otro porque todo debe ser gradual y progresivo. Nada, ni los conejos, se pueden sacar del sombrero de un mago, pero Cuba sí podrá reconstruirse y avanzar como cualquier nación de la tierra, cambiando de un sistema de vida para otro, con el estímulo de la libertad de empresa y de inversión con la que este sistema se salvó en lo peor del período especial, engañando a los trabajadores con un “permiso” para el trabajo por cuenta propia que le permitió subsistir y salir del hueco de la dependencia económica y política de la Unión Soviética para luego ir cerrando minuciosamente la única fuente verdadera y durable de progreso y de libertad: el trabajo humano con justicia y con derechos para los trabajadores.
No estoy soñando nuevos mesianismos, ni presentando una nueva ilusoria utopía ideológica como futura zanahoria para que mejoremos las ollas de Egipto. Estoy pensando con los pies puestos en esta tierra y con la memoria fresca y con los hechos en la mano. Todos lo hemos podido ver en cada familia y en cada barrio. Ya lo pudo comprobar nuestro pueblo y su Gobierno en los años noventa con el trabajo por cuenta propia, lo podemos comprobar cada día y a lo largo de estos cuarenta y cinco años, con los cubanos que se van de este país y sólo necesitan el tiempo que dure el vuelo hasta el lugar de destino, sea Estados Unidos o Madagascar para demostrar con su trabajo de lo que son capaces los cubanos si se les deja trabajar y levantar cabeza. Si eso ocurre en cualquier otro país donde van los cubanos, sea Holanda o Haití, ¿por qué los cubanos de aquí dentro van a necesitar de ollas arroceras o de televisores Panda como “estímulos” para trabajar? Lo que necesitamos es libertad para trabajar y justicia en los salarios y Cuba no sólo podrá salvarse sino que será una nación próspera y digna, abierta y solidaria.
Sin palos, sin conejos y sin zanahorias: porque el alma de los cubanos no tiene cambio.

 

 

Revista Vitral No. 63 * año XI * septiembre-octubre de 2004
Dagoberto Valdés
(Pinar del Río, 1955)
Ing. Agrónomo. Director del Centro de Formación Cívica y Religiosa y Presidente de la Comisión Católica para la Cultura en Pinar del Río. Miembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz, del Vaticano. Trabaja en el almacén «El Yagüín», de Siete Matas, como ingeniero de yaguas.