Revista Vitral No. 63 * año XI * septiembre-octubre de 2004


NARRATIVA

 

EL DULCE CONSUELO DE CREER
QUE ÉSE NO ERES TÚ

BELISARIO CARLOS PI LAGO

 

 


Lo ves deslizarse como una sombra, de esquina en esquina, de grupo en grupo. Sabes que su oído y su vista tienen esa precisión que adquieren los sentidos cuando se desarrollan en función de un arte. Parece indiferente. Sin embargo, su ojo capta el detalle y a la oreja le basta con una palabra. Todos miran con repugnancia su presencia que enciende silencios. Tú también lo juzgas, lo desprecias y lo haces blanco de sofisticadas indirectas. Pero nunca has estado preso.
Tú no sabes lo que se siente en la soledad de un calabozo, mirando las veinticuatro horas un bombillo que no te deja saber si afuera es de noche o de día, oyendo a un investigador increparte por lo que hiciste y lo que no hiciste, unas veces en tono de amistosa persuasión, otras con torva amenaza, siempre reacio a escuchar tus protestas de ultrajado inocente. Entre pregunta y pregunta, cada una de ellas conclusión definitiva, tu mente no tiene tiempo de responder y sabes que callando otorgas. No es necesario probarte el delito; es suficiente con que no puedas probar tu inocencia.
Un día cualquiera tienes compañía en la celda y, sin averiguar quién eres, te confiesan cómo y por qué ha ido a parar allí. No te pregunta nada, sabes que él espera lo mismo de ti y quisieras matarlo; pero no puedes y lo engañas, y se mienten, y se acechan, y sientes asco, y no vomitas. Te hace la historia de una señora que él conoce, que tiene el marido preso y que es amante de un oficial de la Seguridad, o del DTI. Él no conoce su nombre, pero todo lo que dice te hace pensar que se trata de tu mujer; cuando indagas el detalle esencial, él simplemente no sabe y la duda te martilla más que la posible certeza. Con el cerebro así vas a un interrogatorio y te acosan y llamas a la muerte, pero no te hace caso, porque la muerte sabe que sus víctimas le pertenecen y ella las toma sin apuro, cuando le viene en ganas.
Te tragas la lengua y te alimentas de eso de yo soy un hombre, pero no sabes hasta cuándo serás capaz de serlo. Y ese hombre va dando paso a un espectro abúlico e insensible con la mirada idiota y la vista fija, buscando desesperadamente una luz al final de su macabro túnel. Comienza a no importarte la buena salida; sólo salir. La dignidad se va convirtiendo en una carga molesta y la conciencia se hace una vieja peleona. Vas olvidando el yo soy un hombre y te consuela pensar que muchos viven sin serlo a plenitud.
Llega la proposición salvadora. Tu virtual verdugo casi te ha convencido de que es tu amigo y tú te obligas a creer en sus buenas intenciones, porque necesitas creer en algo. Una fuerza misteriosa te explota por dentro y los restos de ti protestan e insultan. Él se va con una comprensiva sonrisa profesional. Seguro de sí, te deja ver que no es culpable de que las cosas hayan ido a parar a donde están, que tú no eres dueño de escoger y que él tiene tiempo para esperar, igual que la muerte.
La libertad del cuerpo se hace obsesión y lo pinta todo de negro. Ya no te ves el alma, y aceptas. Te condenan, pero te hacen ver que tu sabia decisión te libró de una pena mayor y tú quedas agradecido, y hasta te felicitas por lo inteligente que fuiste.
Entraste a la cárcel. Ves el exterior entre listas como otro preso cualquiera, pero no lo eres. Eres un Caballo de Troya, especie de Mata Hari hombre. Sientes que todos te temen, pero te desprecian, porque el temor que inspiras no es hijo del respeto. Fuiste testigo y relator de robos, comercios, planes de fuga y hasta de los más repugnantes actos de sodomía. Entregaste culpables y recibiste golpes. Te enviaron a otras galeras para protegerte. Aprendiste a bajar la cabeza ante insultos, pero seguro de que tu desquite mediato sería más efectivo que el áspid de Cleopatra y la cicuta de Sócrates.
Te premiaron por tu buen comportamiento y tuviste una cita conyugal. La primera; y, en dudosa intimidad, tu mujer coronó tu casi erección con un orgasmo mal fingido. Y volviste a dudar. Y te acordaste de aquel preso que te echaron en la celda para que ordeñara la ubre de tus confesiones con un guante de falsa amistad y ya no pudiste sentir el mismo asco que sentías por él porque ahora tú eres igual, y no te atreves a aceptar que sentiste náuseas de ti. Te volviste huraño, odiaste a los hombres, a los presos y a los libres, y comenzaste a disfrutar lo que hasta ahora hacías por humillante obligación.
Te especializaste, con esmero de artesano, en dar a todos la traición que de ellos esperabas. Y no te sentías indigno porque mintiendo siempre, aprendiste a mentirte a ti mismo. Te obligaste a pensar que las víctimas de tus delaciones sólo esperaban la oportunidad para hacer otro tanto contigo y gozar de cuanto gozabas.
Un día saliste. Y en la calle seguiste haciendo tu trabajo. Viste a la humanidad como una gran prisión y tu libertad significó apenas un poco más de espacio que te hizo la tarea un poco más difícil. Y pasaste por todos los empleos pero del que en realidad vivías era el que hacías a ocultas. Dices mentiras, traicionas amistades, ves, oyes y no callas. Ofreces amistad como carnada y la recibes como dádiva de tontos. Te deslizas como la serpiente, con la sola diferencia de que tú acechas para que otro muerda. No estás enamorado de tu obra, pero razonas, como el aura, que alguien tiene que comerse la carroña para limpiar el mundo y así te obligas a aceptarte. No sientes asco de ti, tampoco orgullo, y has terminado por no sentir nada. Asumes con perfecta naturalidad que la traición es un medio de vida como otro cualquiera y que ningún hombre ni mujer vale el sacrificio de ser honesto. Almacenas y reproduces información como un disco duro, libre de emociones y de remordimientos, ajeno al mundo.
Piensa en él y trata de comprenderlo, así, en lucha estéril por dar sentido a una masa de huesos y vísceras forrada con piel, única reminiscencia de su antigua humanidad. Entiéndelo, compadécelo, y disfruta el dulce consuelo de creer que ése no eres tú.
 

 

 

Revista Vitral No. 63 * año XI * septiembre-octubre de 2004
Belisario Carlos Pi Lago
(La Palma, 1950)
Licenciado en Inglés. Su libro "De caña, tabaco y ron", obtuvo una mención en el Concurso Literario VITRAL, en su primera edición.