Los meses del verano en nuestro
país todavía son vistos como los meses de descanso y vacaciones.
Por una parte el clima de intenso calor, y por otra la tradición
de receso escolar y otras actividades, conllevan a muchos a pensar en
su tiempo libre, aún cuando eso se reduzca, en no pocos casos,
a sólo una reflexión no tan posible de realizar.
Deseamos hacer un aporte a estas reflexiones que forman parte de la
vida cotidiana de nuestro pueblo y que, quizá necesiten de otras
dimensiones y aristas.
Efectivamente, lo primero debería ser que consideramos esta dimensión
lúdica, recreativa y de descanso como una parte importante y
constitutiva de la naturaleza humana. La persona del hombre y la mujer
no ha sido creada por Dios sólo para trabajar y, mucho menos,
somos un fruto mecánico del trabajo, como expresa el marxismo.
Tampoco el trabajo fue creado por Dios como castigo para el ser humano,
como falsamente expresa un viejo merengue dominicano. También
es desmesurado decir que las personas viven para trabajar, sino que
más bien todos trabajamos para vivir y hacer la vida más
creativa, más hermosa, más humana.
Por otro lado, decir que el descanso laboral es un tiempo libre
y que cuando pedimos salir del trabajo es que nos van a liberar,
es todavía una lacra que arrastramos de la era de la esclavitud
o el trabajo forzado. Todas estas son visiones falsas de la relación
fundamental y dinámica entre trabajo y descanso. En los tiempos
que vivimos, tanto el trabajo como el descanso deberían ser vividos
como tiempos libres. Ya que todos los seres humanos nacemos y crecemos
libres e iguales en dignidad porque Dios nos ha querido así,
ningún poder humano puede arrogarse la prerrogativa de liberar
o retener a ningún ciudadano que trabaje y viva como
una persona libre y honesta.
Otra cosa es cuando ese ciudadano viola el buen comportamiento social
y debe ser detenido para ser reeducado -se supone- en un centro penitenciario.
Pero ese no es, ni debería ser, el caso de nuestros centros de
trabajo. Allí estamos libremente y allí deberíamos
trabajar y descansar cuando lo necesitemos y lo decidamos con plena
libertad y en coordinación libre con la autoridad laboral. Lo
otro sería explotación del hombre por el hombre o del
hombre trabajador por el Estado empleador.
Se hace cada vez más necesario en Cuba dar sentido a este elemento,
indispensable para la salud humana, que es el ritmo entre el trabajo
y el descanso. Aquí estamos viviendo en plena agonía que
ni siquiera puede ser llamada trabajo, porque si lo fuera plenamente,
debería darnos lo que necesitamos para vivir, poder descansar,
disfrutar de una sana recreación y poder tener la seguridad de
la casa y de la familia. Esto, como todos sabemos, no ocurre aquí
en la mayoría de nuestros hogares. El salario es injusto y no
alcanza ni para la alimentación básica, el nivel de vida
ha bajado hasta hacer de la existencia una lucha desesperante
y no una liberación gozosa de toda alienación y atadura
injusta, como coinciden en afirmar tanto el cristianismo como la teoría
del marxismo.
Por tanto, lo primero de todo sería que no se puede restablecer
el sano equilibrio entre el trabajo y el descanso cuando los salarios
son insuficientes y las condiciones laborales y de recreación
son penosas. Luego, la raíz del problema del descanso humano
son los salarios justos que permitan a la familia del trabajador tener
la indispensable seguridad de vida, es decir, que no tengan que salir
de su trabajo para entrar en otro que es, además, ilegal y perseguido
y que se convierte en la verdadera lucha diaria por la subsistencia.
Sin trabajo no hay país
y sin salario no hay descanso.
Otra condición indispensable es que existan espacios adecuados
y accesibles para el descanso. En efecto, ni siquiera tenemos en nuestro
hogar un espacio físico y psicológico para el descanso
y el sosiego; si nuestra casa es un verdadero infierno y no tiene las
más mínimas condiciones para reposar en familia; si la
promiscuidad, la violencia doméstica, la continua intromisión
de personas ajenas y la fatal desconfianza entre vecinos e incluso entre
familiares bajo un mismo techo, hacen imposible tener un modesto y pequeño
lugar para descansar la cabeza, ¿qué pudiéramos
decir, entonces, de otros espacios de sano descanso y recreación?
Todos sabemos que lo que queda para aquellos cubanos de a pie y ni siquiera
para la inmensa mayoría de ellos, son esos lugares inenarrables
que llaman campismos. Todo lo demás es resolviéndolo
con influencias o con mucho dinero que muy pocos tienen. Los lugares
concebidos desde siempre para el descanso y la recreación en
ambientes naturales como playas, montañas y valles, están
reservados injustamente, para los extranjeros y nacionales que tienen
dólares para gastar en unas vacaciones. Y todos sabemos que esos
hoteles y demás instalaciones no están al alcance de la
inmensa mayoría de los cubanos, para no decir que no están
al alcance de ninguno de los trabajadores cubanos porque, aún
cuando estuvieran años ahorrando, no pueden pagar con el dinero
de sus salarios, siempre insuficiente y sin ningún valor en esos
lugares.
Un solo ejemplo, reciente por cierto pues hace poco tiempo no era así,
es el peaje que los cubanos debemos pagar, en dólares,
para pasar a ver, sólo a ver, el Complejo Turístico
Las Terrazas. ¿Cómo es posible que un cubano trabajador
no pueda pasar por una carretera de su país para disfrutar con
su familia, o para disfrutar con unos amigos, de un paraje de los más
bellos de la naturaleza de su patria? Los problemas financieros de una
instalación como ésta, donde trabajan cubanos muy buenos
y luchadores, como la mayoría de nuestros compatriotas, no deben
hacer perder la perspectiva de la segregación que supone exigir
un pago en una moneda que no es la nuestra ni la de nuestros salarios.
No puede perderse esta perspectiva porque se pierde al pueblo, aún
cuando se ganen turistas y dinero para ese mismo pueblo.
Otro de los elementos de esta reflexión debería ser la
utilización del tiempo y no sólo de las instalaciones
y espacios naturales. Hace casi 20 años la Iglesia en Cuba puso
su atención sobre este asunto en su más importante reunión
de las últimas décadas. Me refiero al Encuentro Nacional
Eclesial Cubano (ENEC) que se celebró en febrero de 1986, luego
de cinco años de intensa y capilar preparación en toda
Cuba. Escogemos un párrafo de tan vigente reflexión:
En cuanto al tiempo libre, debe lograrse un equilibrio en la recta
utilización del mismo, de modo que eduque, que refresque el espíritu,
que dinamice el organismo humano, que facilite la reconciliación
con la naturaleza y facilite también los espacios de oración,
contemplación, reflexión, encuentro en familia y relación
con los amigos. Debemos cuidar, asimismo, que la recreación sea
variada, que conduzca a la formación moral, contribuya al sano
y educativo esparcimiento del hombre en la familia y en la sociedad,
evitando identificar la recreación con los excesos en la ingestión
de bebidas alcohólicas o con las relaciones sexuales irresponsables
y egoístas
El descanso semanal del domingo, las vacaciones
periódicas y el tiempo diario de esparcimiento deben marcar el
ritmo natural y necesario en la vida de las personas, de manera que
contribuyan a su equilibrio interno, a su desarrollo humano y a sus
relaciones sociales. (ENEC, nos. 592 y 593)
Quizá deberíamos empezar por reconsiderar el mismo concepto
de recreación que se ha ido generalizando en las últimas
décadas entre los cubanos. Si alguien habla de fiesta, inmediatamente,
se identifica con bebidas alcohólicas y, aún más,
una fiesta estuvo buena si todos salieron borrachos y al
otro día se alardea de ello en el trabajo y entre amigos. La
razón principal de la fiesta, de la recreación, que es
pasar un rato de sano esparcimiento para refrescar el alma y estrechar
los lazos de amistad, no es mencionado ni en primero ni en segundo lugar,
y en frecuentes ocasiones ni siquiera es tenida en cuenta. En un país
donde se identifique la fiesta y la recreación con el alcohol
y el relajo, algo anda muy mal en la vida, en la cultura y en el espíritu
de la gente.
Signo del deterioro ético y conceptual del cubano con relación
a la diversión, la fiesta y la alegría son los actuales
carnavales. Los que tenemos más edad recordamos estas fiestas
como una ocasión anual para salir con toda la familia, sentarnos
en nuestras calles principales para disfrutar de la belleza, la buena
música y la buena presencia de las carrozas y comparsas, cada
una de ellas con un significado cultural y un mensaje humano, llenas
de artísticas iniciativas y de verdadera elegancia. ¿En
qué se han convertido hoy estas carrozas y comparsas? Es mejor
no describirlas.
Luego se impuso esa desafortunada costumbre de las trochas
que no existía en nuestras provincias occidentales y que se han
convertido en verdaderos tugurios repletos de corrales, todos iguales,
hechos de maderas de desecho y cualquier cosa más, con la más
lamentable falta de higiene, concebidas con el apuro y la falta de creatividad
de quien tiene que cumplir una tarea de la empresa o el
organismo. A eso le llaman áreas cerradas nombre
que no se sabe bien qué significa y que tiene el cuño
uniformante y monótono de la más triste mediocridad.
La significativa disminución de la presencia de toda la familia,
en estos festejos es la mejor evaluación del grado de vileza
e inhumanidad de eso que llaman fiestas populares.
Cada año, al llegar estos meses de supuestas vacaciones y sana
recreación, un viejo refrán viene, cada vez, con más
frecuencia y razón, a nuestra memoria: A pueblo en miseria,
pan y feria y su correspondiente complemento: Y si no hay
pan, más feria.
Y la lógica pregunta ante la distracción manipuladora
de los organizadores, ¿qué es lo que celebramos? ¿Cuál
es el sentido de la fiesta? En realidad, ¿hay motivos para celebrar?
¿Cómo anda nuestra vida cotidiana antes y después
de eso que llaman fiesta?
Todos sabemos que una de las respuestas es no importa, no es para
pensar, es para desconectar de la lucha diaria. He aquí
la sabiduría popular y su desidia. Esta es la manera de escapar
de la realidad. Es, sencillamente, la peor de las alienaciones. Porque
viene disfrazada de diversión, de fiesta, cuando en el fondo
es ruido para no oír lo que la vida, el corazón y la conciencia
nos reclaman. No es fiesta, es oscuridad y taberna para no ver ni pensar,
por una semana, en lo que está pasando. Es, en efecto, diversión,
pero en el sentido que tiene esa palabra de divergir, de distraer de
lo esencial, de lo verdadero, de desviar la vista de lo que de verdad
importa. Nada más lejano de lo que es auténticamente popular
que este tipo de diversión manipuladora e innoble.
Pero todos necesitamos celebrar, todos necesitamos la fiesta, todos
necesitamos el descanso y la sana y consciente distracción, no
para desconectarnos con un sustituto de droga alienante
de la realidad, sino para retomar fuerzas para seguir transformándola.
La fiesta y el descanso son para tomar distancia, no para apagar la
realidad; y tomando distancia, ver más clara la realidad, sus
causas, sus efectos, sus remedios; así, descansados y renovados
con el contacto con la belleza natural y humana, no con la inmundicia
y lo grosero, reemprender un nuevo ciclo de trabajo y estudios con corazón
sano, alma renovada, creatividad estimulada, voluntad fortalecida y
cuerpo descansado.
¿Son así nuestras vacaciones? ¿Tienen nuestras
fiestas y recreaciones estos resultados? ¿Esto es lo que queda
en nuestro espíritu, en nuestro cuerpo y en nuestra psicología
al terminar un tiempo libre, un descanso de fin de semana o unas fiestas
llamadas populares? ¿O lo que queda es cansancio, resaca, obstinación
renovada por la nostalgia del escape y asco de la vida?
Cuando el espíritu de un pueblo ha sido reducido a ras de tierra,
o ha llegado a ese nivel como consecuencia de un sistema de vida, se
hace un daño al ser humano muy difícil de reparar. Cuando
se considera lo popular como lo burdo y lo más bajo,
no tanto en los discursos sino en la práctica cotidiana, se hace
un daño a la cultura de un pueblo que lleva años reparar.
Cuando no se respetan los tiempos de descanso diario, los fines de semana,
las vacaciones periódicas de todas las personas y se les presiona
para entretenerlas con un ritmo frenético y desaforado de trabajo
o rastrera distracción, se violan los derechos de los trabajadores,
se lesiona su alma y se provoca una ruptura, a veces irreparable, en
su equilibrio interior.
Venga ya, regrese ahora, el sentido humanista de nuestras fiestas, la
elevación del alma cubana a la altura que merece. Retornen las
mejores y auténticas tradiciones de nuestros carnavales y quede
atrás lo que en ellos rebaja al hombre y a la mujer. Venga la
libertad para el tiempo de trabajo y para el tiempo de descanso. Venga
la sana re-creación que nos haga parecernos más
al Creador y nos reconcilie con la creación. Démosle vacaciones
a la vulgaridad, el alcoholismo y a la triste fealdad y vengan las vacaciones
para descansar de verdad. Venga también el sentido cristiano
del domingo y el respeto a todas las religiones y sus humanísimas
tradiciones.
¿Será posible que ninguno de los eminentes especialistas
con que cuenta nuestro país dedique parte de su tiempo, no del
de su descanso y el de su familia, sino del tiempo de su trabajo a investigar
y proponer soluciones dignas y humanizantes para este problema del descanso,
el tiempo libre y la sana recreación? ¿O será que
esto es considerado por los que deciden y los que estudian como un problema
menor? ¿Será que las prioridades de la defensa y la batalla
de ideas, no dejan espacio para estudiar y remediar la salud mental
y el equilibrio psicosomático de los cubanos?
En fin, ¿qué será primero la persona humana o las
prioridades que otros le imponen?
¿Qué será más importante la integridad física,
psíquica y espiritual de las personas o la integridad de un programa
o de un sistema? No hay país sin personas sanas. No hay sistema
que se sostenga sin personas sanas y equilibradas. No hay programas
sociales o económicos o culturales que progresen con personas
rotas por dentro, distraídas por fuera, manipuladas por arriba,
rodeada de crispación por todos lados.
Todos somos responsables de esto. Todos. Unos por imponerlo. Otros por
aguantarlo. Otros por no pensar. Otros por pensarlo y no expresarlo.
Otros por pensarlo y expresarlo pero quedarse en el lamento estéril.
Otros por querer pensarlo, decirlo y actuar
pero muy lejos de
aquí. Desde la otra orilla. Algunos de ellos, a buen recaudo
y buen descanso.
Así Cuba no se arregla. Así no podremos descansar realmente
de la agonía por la Patria de la que vivió
y habló Martí.
¿No sabremos los cubanos, por nosotros mismos, levantarnos de
tanta distracción soez y reconstruir nuestro tiempo libre que
debe ser toda nuestra vida: trabajo y descanso?
¿No sabremos los cubanos, por nosotros mismos, descansar de tanta
angustia sin huir de ella a otras tierras o a nuestro mundo virtual
y sin meter la cabeza en un hueco, que puede ser llamado lo mismo área
cerrada que batalla de ideas?
Nosotros creemos que sí.
Y Cuba descansará.
Pinar del Río, 14 de julio de 2004.