Revista Vitral No. 62 * año XI * julio-agosto de 2004


EDITORIAL

 

EL DESCANSO, LA RECREACIÓN
Y EL TIEMPO LIBRE

 

 

 

Los meses del verano en nuestro país todavía son vistos como los meses de descanso y vacaciones. Por una parte el clima de intenso calor, y por otra la tradición de receso escolar y otras actividades, conllevan a muchos a pensar en su tiempo libre, aún cuando eso se reduzca, en no pocos casos, a sólo una reflexión no tan posible de realizar.
Deseamos hacer un aporte a estas reflexiones que forman parte de la vida cotidiana de nuestro pueblo y que, quizá necesiten de otras dimensiones y aristas.
Efectivamente, lo primero debería ser que consideramos esta dimensión lúdica, recreativa y de descanso como una parte importante y constitutiva de la naturaleza humana. La persona del hombre y la mujer no ha sido creada por Dios sólo para trabajar y, mucho menos, somos un fruto mecánico del trabajo, como expresa el marxismo. Tampoco el trabajo fue creado por Dios como castigo para el ser humano, como falsamente expresa un viejo merengue dominicano. También es desmesurado decir que las personas viven para trabajar, sino que más bien todos trabajamos para vivir y hacer la vida más creativa, más hermosa, más humana.
Por otro lado, decir que el descanso laboral es un tiempo “libre” y que cuando pedimos salir del trabajo es que nos van a “liberar”, es todavía una lacra que arrastramos de la era de la esclavitud o el trabajo forzado. Todas estas son visiones falsas de la relación fundamental y dinámica entre trabajo y descanso. En los tiempos que vivimos, tanto el trabajo como el descanso deberían ser vividos como tiempos libres. Ya que todos los seres humanos nacemos y crecemos libres e iguales en dignidad porque Dios nos ha querido así, ningún poder humano puede arrogarse la prerrogativa de “liberar” o “retener” a ningún ciudadano que trabaje y viva como una persona libre y honesta.
Otra cosa es cuando ese ciudadano viola el buen comportamiento social y debe ser detenido para ser reeducado -se supone- en un centro penitenciario. Pero ese no es, ni debería ser, el caso de nuestros centros de trabajo. Allí estamos libremente y allí deberíamos trabajar y descansar cuando lo necesitemos y lo decidamos con plena libertad y en coordinación libre con la autoridad laboral. Lo otro sería explotación del hombre por el hombre o del hombre trabajador por el Estado empleador.
Se hace cada vez más necesario en Cuba dar sentido a este elemento, indispensable para la salud humana, que es el ritmo entre el trabajo y el descanso. Aquí estamos viviendo en plena agonía que ni siquiera puede ser llamada trabajo, porque si lo fuera plenamente, debería darnos lo que necesitamos para vivir, poder descansar, disfrutar de una sana recreación y poder tener la seguridad de la casa y de la familia. Esto, como todos sabemos, no ocurre aquí en la mayoría de nuestros hogares. El salario es injusto y no alcanza ni para la alimentación básica, el nivel de vida ha bajado hasta hacer de la existencia una “lucha” desesperante y no una liberación gozosa de toda alienación y atadura injusta, como coinciden en afirmar tanto el cristianismo como la teoría del marxismo.
Por tanto, lo primero de todo sería que no se puede restablecer el sano equilibrio entre el trabajo y el descanso cuando los salarios son insuficientes y las condiciones laborales y de recreación son penosas. Luego, la raíz del problema del descanso humano son los salarios justos que permitan a la familia del trabajador tener la indispensable seguridad de vida, es decir, que no tengan que salir de su trabajo para entrar en otro que es, además, ilegal y perseguido y que se convierte en la verdadera “lucha” diaria por la subsistencia. Sin trabajo no hay país… y sin salario no hay descanso.
Otra condición indispensable es que existan espacios adecuados y accesibles para el descanso. En efecto, ni siquiera tenemos en nuestro hogar un espacio físico y psicológico para el descanso y el sosiego; si nuestra casa es un verdadero infierno y no tiene las más mínimas condiciones para reposar en familia; si la promiscuidad, la violencia doméstica, la continua intromisión de personas ajenas y la fatal desconfianza entre vecinos e incluso entre familiares bajo un mismo techo, hacen imposible tener un modesto y pequeño lugar para descansar la cabeza, ¿qué pudiéramos decir, entonces, de otros espacios de sano descanso y recreación?
Todos sabemos que lo que queda para aquellos cubanos de a pie y ni siquiera para la inmensa mayoría de ellos, son esos lugares inenarrables que llaman “campismos”. Todo lo demás es “resolviéndolo” con influencias o con mucho dinero que muy pocos tienen. Los lugares concebidos desde siempre para el descanso y la recreación en ambientes naturales como playas, montañas y valles, están reservados injustamente, para los extranjeros y nacionales que tienen dólares para gastar en unas vacaciones. Y todos sabemos que esos hoteles y demás instalaciones no están al alcance de la inmensa mayoría de los cubanos, para no decir que no están al alcance de ninguno de los trabajadores cubanos porque, aún cuando estuvieran años ahorrando, no pueden pagar con el dinero de sus salarios, siempre insuficiente y sin ningún valor en esos lugares.
Un solo ejemplo, reciente por cierto pues hace poco tiempo no era así, es el “peaje” que los cubanos debemos pagar, en dólares, para pasar a “ver”, sólo a ver, el Complejo Turístico Las Terrazas. ¿Cómo es posible que un cubano trabajador no pueda pasar por una carretera de su país para disfrutar con su familia, o para disfrutar con unos amigos, de un paraje de los más bellos de la naturaleza de su patria? Los problemas financieros de una instalación como ésta, donde trabajan cubanos muy buenos y luchadores, como la mayoría de nuestros compatriotas, no deben hacer perder la perspectiva de la segregación que supone exigir un pago en una moneda que no es la nuestra ni la de nuestros salarios. No puede perderse esta perspectiva porque se pierde al pueblo, aún cuando se ganen turistas y dinero para ese mismo pueblo.
Otro de los elementos de esta reflexión debería ser la utilización del tiempo y no sólo de las instalaciones y espacios naturales. Hace casi 20 años la Iglesia en Cuba puso su atención sobre este asunto en su más importante reunión de las últimas décadas. Me refiero al Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) que se celebró en febrero de 1986, luego de cinco años de intensa y capilar preparación en toda Cuba. Escogemos un párrafo de tan vigente reflexión:
“En cuanto al tiempo libre, debe lograrse un equilibrio en la recta utilización del mismo, de modo que eduque, que refresque el espíritu, que dinamice el organismo humano, que facilite la reconciliación con la naturaleza y facilite también los espacios de oración, contemplación, reflexión, encuentro en familia y relación con los amigos. Debemos cuidar, asimismo, que la recreación sea variada, que conduzca a la formación moral, contribuya al sano y educativo esparcimiento del hombre en la familia y en la sociedad, evitando identificar la recreación con los excesos en la ingestión de bebidas alcohólicas o con las relaciones sexuales irresponsables y egoístas… El descanso semanal del domingo, las vacaciones periódicas y el tiempo diario de esparcimiento deben marcar el ritmo natural y necesario en la vida de las personas, de manera que contribuyan a su equilibrio interno, a su desarrollo humano y a sus relaciones sociales.” (ENEC, nos. 592 y 593)
Quizá deberíamos empezar por reconsiderar el mismo concepto de recreación que se ha ido generalizando en las últimas décadas entre los cubanos. Si alguien habla de fiesta, inmediatamente, se identifica con bebidas alcohólicas y, aún más, una fiesta estuvo “buena” si todos salieron borrachos y al otro día se alardea de ello en el trabajo y entre amigos. La razón principal de la fiesta, de la recreación, que es pasar un rato de sano esparcimiento para refrescar el alma y estrechar los lazos de amistad, no es mencionado ni en primero ni en segundo lugar, y en frecuentes ocasiones ni siquiera es tenida en cuenta. En un país donde se identifique la fiesta y la recreación con el alcohol y el relajo, algo anda muy mal en la vida, en la cultura y en el espíritu de la gente.
Signo del deterioro ético y conceptual del cubano con relación a la diversión, la fiesta y la alegría son los actuales carnavales. Los que tenemos más edad recordamos estas fiestas como una ocasión anual para salir con toda la familia, sentarnos en nuestras calles principales para disfrutar de la belleza, la buena música y la buena presencia de las carrozas y comparsas, cada una de ellas con un significado cultural y un mensaje humano, llenas de artísticas iniciativas y de verdadera elegancia. ¿En qué se han convertido hoy estas carrozas y comparsas? Es mejor no describirlas.
Luego se impuso esa desafortunada costumbre de las “trochas” que no existía en nuestras provincias occidentales y que se han convertido en verdaderos tugurios repletos de corrales, todos iguales, hechos de maderas de desecho y cualquier cosa más, con la más lamentable falta de higiene, concebidas con el apuro y la falta de creatividad de quien tiene que “cumplir” una tarea de la empresa o el organismo. A eso le llaman “áreas cerradas” nombre que no se sabe bien qué significa y que tiene el cuño uniformante y monótono de la más triste mediocridad.
La significativa disminución de la presencia de toda la familia, en estos festejos es la mejor evaluación del grado de vileza e inhumanidad de eso que llaman “fiestas populares”.
Cada año, al llegar estos meses de supuestas vacaciones y sana recreación, un viejo refrán viene, cada vez, con más frecuencia y razón, a nuestra memoria: “A pueblo en miseria, pan y feria” y su correspondiente complemento: “Y si no hay pan, más feria”.
Y la lógica pregunta ante la distracción manipuladora de los organizadores, ¿qué es lo que celebramos? ¿Cuál es el sentido de la fiesta? En realidad, ¿hay motivos para celebrar? ¿Cómo anda nuestra vida cotidiana antes y después de eso que llaman fiesta?
Todos sabemos que una de las respuestas es “no importa, no es para pensar, es para desconectar de la lucha diaria”. He aquí la sabiduría popular y su desidia. Esta es la manera de escapar de la realidad. Es, sencillamente, la peor de las alienaciones. Porque viene disfrazada de diversión, de fiesta, cuando en el fondo es ruido para no oír lo que la vida, el corazón y la conciencia nos reclaman. No es fiesta, es oscuridad y taberna para no ver ni pensar, por una semana, en lo que está pasando. Es, en efecto, diversión, pero en el sentido que tiene esa palabra de divergir, de distraer de lo esencial, de lo verdadero, de desviar la vista de lo que de verdad importa. Nada más lejano de lo que es auténticamente popular que este tipo de “diversión” manipuladora e innoble.
Pero todos necesitamos celebrar, todos necesitamos la fiesta, todos necesitamos el descanso y la sana y consciente distracción, no para “desconectarnos” con un sustituto de droga alienante de la realidad, sino para retomar fuerzas para seguir transformándola. La fiesta y el descanso son para tomar distancia, no para apagar la realidad; y tomando distancia, ver más clara la realidad, sus causas, sus efectos, sus remedios; así, descansados y renovados con el contacto con la belleza natural y humana, no con la inmundicia y lo grosero, reemprender un nuevo ciclo de trabajo y estudios con corazón sano, alma renovada, creatividad estimulada, voluntad fortalecida y cuerpo descansado.
¿Son así nuestras vacaciones? ¿Tienen nuestras fiestas y recreaciones estos resultados? ¿Esto es lo que queda en nuestro espíritu, en nuestro cuerpo y en nuestra psicología al terminar un tiempo libre, un descanso de fin de semana o unas fiestas llamadas populares? ¿O lo que queda es cansancio, resaca, obstinación renovada por la nostalgia del escape y asco de la vida?
Cuando el espíritu de un pueblo ha sido reducido a ras de tierra, o ha llegado a ese nivel como consecuencia de un sistema de vida, se hace un daño al ser humano muy difícil de reparar. Cuando se considera lo “popular” como lo burdo y lo más bajo, no tanto en los discursos sino en la práctica cotidiana, se hace un daño a la cultura de un pueblo que lleva años reparar. Cuando no se respetan los tiempos de descanso diario, los fines de semana, las vacaciones periódicas de todas las personas y se les presiona para entretenerlas con un ritmo frenético y desaforado de trabajo o rastrera distracción, se violan los derechos de los trabajadores, se lesiona su alma y se provoca una ruptura, a veces irreparable, en su equilibrio interior.
Venga ya, regrese ahora, el sentido humanista de nuestras fiestas, la elevación del alma cubana a la altura que merece. Retornen las mejores y auténticas tradiciones de nuestros carnavales y quede atrás lo que en ellos rebaja al hombre y a la mujer. Venga la libertad para el tiempo de trabajo y para el tiempo de descanso. Venga la sana “re-creación” que nos haga parecernos más al Creador y nos reconcilie con la creación. Démosle vacaciones a la vulgaridad, el alcoholismo y a la triste fealdad y vengan las vacaciones para descansar de verdad. Venga también el sentido cristiano del domingo y el respeto a todas las religiones y sus humanísimas tradiciones.
¿Será posible que ninguno de los eminentes especialistas con que cuenta nuestro país dedique parte de su tiempo, no del de su descanso y el de su familia, sino del tiempo de su trabajo a investigar y proponer soluciones dignas y humanizantes para este problema del descanso, el tiempo libre y la sana recreación? ¿O será que esto es considerado por los que deciden y los que estudian como un problema menor? ¿Será que las prioridades de la defensa y la batalla de ideas, no dejan espacio para estudiar y remediar la salud mental y el equilibrio psicosomático de los cubanos?
En fin, ¿qué será primero la persona humana o las prioridades que otros le imponen?
¿Qué será más importante la integridad física, psíquica y espiritual de las personas o la integridad de un programa o de un sistema? No hay país sin personas sanas. No hay sistema que se sostenga sin personas sanas y equilibradas. No hay programas sociales o económicos o culturales que progresen con personas rotas por dentro, distraídas por fuera, manipuladas por arriba, rodeada de crispación por todos lados.
Todos somos responsables de esto. Todos. Unos por imponerlo. Otros por aguantarlo. Otros por no pensar. Otros por pensarlo y no expresarlo. Otros por pensarlo y expresarlo pero quedarse en el lamento estéril. Otros por querer pensarlo, decirlo y actuar… pero muy lejos de aquí. Desde la otra orilla. Algunos de ellos, a buen recaudo y buen descanso.
Así Cuba no se arregla. Así no podremos descansar realmente de la “agonía por la Patria” de la que vivió y habló Martí.
¿No sabremos los cubanos, por nosotros mismos, levantarnos de tanta distracción soez y reconstruir nuestro tiempo libre que debe ser toda nuestra vida: trabajo y descanso?
¿No sabremos los cubanos, por nosotros mismos, descansar de tanta angustia sin huir de ella a otras tierras o a nuestro mundo virtual y sin meter la cabeza en un hueco, que puede ser llamado lo mismo “área cerrada” que “batalla de ideas”?

Nosotros creemos que sí.

Y Cuba descansará.

Pinar del Río, 14 de julio de 2004.

 


 

Revista Vitral No. 62 * año XI * julio-agosto de 2004