Aceprensa Año XXXIII. 20 febrero 2002.
Introducción
La idea de la reencarnación de las almas experimenta un aumento
de popularidad en Occidente, de la mano de movimientos religiosos de
impronta New Age y de doctrinas propias de religiones orientales (budismo,
hinduismo). ¿Es posible conciliar la reencarnación con
el cristianismo? ¿Es coherente con la grandeza de la existencia
humana? Recogemos algunos párrafos tomados de dos artículos,
uno del Cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, y el
otro del cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para
la Unidad de los Cristianos, incluidos en el libro Temas actuales de
escatología (1), que acaba de publicar Ediciones Palabra.
¿Hay pruebas científicas
de la reencarnación?
Schöborn. ¿Es cierto que nos aproximamos a una prueba
científica de la reencarnación? Algunos lo afirman,
apoyándose en experiencias que sugieren la existencia de
vidas sucesivas. (...)
Tomemos como ejemplo el célebre caso Bridey Murphy.
Una mujer americana, la señora Ruth Simons, revela en estado
de hipnosis muchos hechos de una vida anterior, que habría vivido
en Irlanda en el siglo XIX, bajo el nombre de Bridey Murphy. (...) Suponiendo
que la investigación no haya sido trucada, quedaría una
constatación metodológica que hacer: aunque los hechos
se revelan exactos, sigue siendo discutible su interpretación.
(...)
Lógicamente, no se trata de negar experiencias. Si una persona
afirma que se encuentra en un escenario del siglo XIX y es capaz de
describir con detalle ese lugar, ese paisaje y si esas descripciones
se comprueban que son exactas, no se puede hacer otra cosa que registrar
con atención todos esos datos. Sin embargo, cuando se trata de
interpretarlos se pasa a otro nivel.
(...) Se trata de situarlos en un cuadro más amplio para formular
una teoría explicativa. Pero una teoría explicativa no
es nunca el simple resultado de un cúmulo de datos experimentales.
(...) La reencarnación es una teoría explicativa. Presupone
principios generales a la luz de los cuales se interpretan determinadas
experiencias. En este sentido, no hay y no podrá haber jamás
una prueba estrictamente científica de la reencarnación,
del mismo modo que no podrá haber una prueba estrictamente científica
de su rechazo. En efecto, la teoría de la reencarnación
deriva de una concepción filosófica o religiosa de la
naturaleza del hombre, de su origen y de su destino. Quien acepta esa
concepción del hombre interpretará algunas experiencias
como pruebas de sus convicciones. Quien no las acepta dará
otras explicaciones según los principios de su visión
del mundo.
(...) Pero si no puede haber pruebas científicas a favor o en
contra de la reencarnación, tampoco es necesario contentarse
con valoraciones puramente subjetivas o, incluso, arbitrarias. Hay argumentos
a favor y en contra, pero que se sitúan en el plano filosófico
y teológico.
¿Cómo surge la doctrina
de la reencarnación?
Kasper. La muerte es un problema fundamental de la humanidad. En realidad,
los hombres siempre se han preguntado: ¿qué es lo que
sucede con la muerte?, ¿qué hay después de la muerte?,
¿se acaba todo con la muerte o hay vida después de la
muerte?. (...) La doctrina de la reencarnación, es decir, la
vuelta en un cuerpo y el volver a nacer o también la transmigración
de las almas(metempsicosis), es una de las más antiguas respuestas
a esa pregunta. (...) Se encuentra entre los así llamados pueblos
primitivos, entre los antiguos egipcios, entre los celtas, en la filosofía
griega (órficos, Pitágoras, Empédocles, Platón,
Plotino), en el poeta latino Virgilio, entre los gnósticos cristianos,
entre los maniqueos y los cátaros y entre la Cábala judía.
Sin embargo, en todas esas religiones o escuelas filosóficas,
la teoría de la reencarnación es sólo un elemento
entre otros. En la India, por el contrario (hinduismo y budismo), se
convierte en el dogma dominante de toda la religión y del conjunto
del pensamiento.
El común denominador de las teorías hindúes, que,
sin embargo, en los detalles particulares son muy diferentes, es la
doctrina del Karma (acción, obra). Según esta doctrina,
el destino de cada persona, en esta vida y en la futura, está
determinado por las consecuencias de precedentes o actuales buenas o
malas obras. La doctrina de la reencarnación es, por tanto, una
doctrina de la justa recompensa o de la compensación reparadora.
En su interior se encuentra la idea de justicia. Al mismo tiempo debe
responder al problema de la teodicea, es decir, de la justificación
de Dios ante el hecho de que a menudo a los buenos las cosas les van
mal, mientras el malo triunfa.
¿El cristianismo ha aceptado
alguna vez la reencarnación?
Schönborn. ¿Es verdad que el cristianismo ha rechazado
siempre la reencarnación? Según algunos autores, parecería
que no. En la literatura a favor de la reencarnación habitualmente
se pretende que el cristianismo primitivo ha conocido y aceptado la
doctrina de la reencarnación. Se resaltan, por ejemplo, las palabras
de Cristo sobre Juan el Bautista: Si lo queréis aceptar,
él es aquel Elías que debía venir (Mt 11-14).
¿Sería, por tanto, Juan Bautista una reencarnación
de Elías?. Orígenes, el mayor teólogo del siglo
III, mostró ya lo que la exégesis contemporánea
confirma, es decir, que este caso, como otros textos similares, nada
tiene que ver con la reencarnación. En su comentario del Evangelio
de San Juan, Orígenes recuerda este otro pasaje, de Lucas 1,
17, que dice que Juan precede al Señor con el espíritu
y la fuerza de Elías.
Por otra parte, precisamente Orígenes es fácilmente citado
como testigo cristiano de las creencias de la reencarnación.,
(...) Pues bien, el estudio detallado de los textos de Orígenes
muestra claramente que rechaza explícitamente la metempsicosis
(transmigración de las almas). Por el contrario enseña
la preexistencia de las almas, antes de su incorporación, de
su venida a los cuerpos, y es precisamente esta doctrina, y no la de
la reencarnación, la que el Concilio de Costantinopla ha atribuido
a Orígenes, condenándola en el año 543.
Un texto del Concilio Vaticano II contiene al menos un rechazo implícito
de la reencarnación; se trata de la Constitución dogmática
sobre la Iglesia Lumen gentium (n.48) Ahí se habla del único
curso de nuestra vida terrena, con intención de rechazar
la idea de la reencarnación. Por lo que yo sé, la Iglesia
nunca ha condenado explícitamente la reencarnación, no
porque considere que es una doctrina compatible con la fe cristiana,
sino, bien al contrario, porque la reencarnación contradice tan
manifiestamente los principios de esta fe, que una condena nunca ha
parecido necesaria.
¿Es un punto de contacto con
la antigua sabiduría oriental?
Kasper. La teoría de la reencarnación encontró
un renovado interés en la época moderna, a partir del
período neoclásico y romántico. Poetas y pensadores
como Kant, Lessing, Lichtenberg, Herder, Goethe y Schopenhauer se interesaron
por ella. La antroposofía de Rudolf Steiner contribuyó
mucho a su difusión. También en los nuevos movimientos
religiosos, especialmente en el movimiento New Age y en los movimientos
que le están emparentados, tiene un papel importante.
(...) Sin embargo, no se debe pensar que, con las nuevas teorías
de la reencarnación, se haya vuelto a tomar contacto con la antigua
sabiduría de la espiritualidad oriental. Al contrario, entre
las teorías de la reencarnación orientales (hinduista
y budista) y las occidentales modernas hay una diferencia fundamental.
Para la religiosidad oriental, el ciclo de volver a nacer es algo temible,
del que se quiere escapar y liberar. La teoría de la vuelta a
un cuerpo está en ese caso inseparablemente unida con el tema
de la culpa y la expiación, de la purificación o catarsis;
la rueda del volver a nacer es castigo y maldición y provoca
horror y miedo.
En el pensamiento occidental, por el contrario, la posibilidad de la
reencarnación significa una nueva ocasión positiva, para
realizar todas las posibilidades humanas y recuperar una vida fracasada
y equivocada, para lo que una vida única sería demasiado
breve. En este caso la reencarnación no es peso, sino consuelo
por la apertura de posibilidades posteriores. No se encuentra bajo el
signo de la redención de la sed de la existencia, sino de la
auto realización en la existencia. Es más, se encuadra
en el típico optimismo occidental sobre el progreso, que, desde
el momento en que tiene más o menos todos los medios externos
para la existencia, mira hacia un alargamiento espiritual de la conciencia
y hacia una cada vez más amplia manifestación de la chispa
divina en el mundo y en el hombre. Desde este punto de vista, a menudo
hoy la teoría de la reencarnación se une con las nuevas
teorías de la evolución, que parten de una dinámica
de autoorganización y de autotransformación del universo
que trasciende cada vez más. (F. Capra, H. Von Dithfurt).
¿Es compatible con el cristianismo?
Kasper. El juicio de todos los teólogos católicos es
absolutamente claro: las teorías modernas de la reencarnación
son incompatibles con la esperanza cristiana en la vida nueva y eterna,
y contradicen no sólo los versículos específicos
de la Sagrada Escritura o alguna afirmación dogmática
aislada de la Iglesia, sino que van contra las ideas esenciales de la
fe cristiana, situándose en contraste con el conjunto de esa
fe. (Incluso un teólogo como Hans Küng, tan disponible a
ponerse de acuerdo con las representaciones de otras religiones, piensa
que aquí un acuerdo entre las diferentes mentalidades es
imposible y es inevitable elegir).
Un primer argumento procede de la visión bíblica del tiempo
y de la historia. Mientras casi todas las demás religiones se
representan el tiempo bajo la imagen circular de un eterno retorno y
ven los acontecimientos como un repetirse cíclico de un acontecimiento
primordial, la Biblia pone el acento sobre la unicidad y la irrepetibilidad
del actuar de Dios en la historia. Especialmente la vida, la muerte
y la resurrección de Jesucristo son algo que ha sucedido de una
vez por todas. La categoría bíblica fundamental de una
vez por todas sirve análogamente para la vida humana. A cada
persona se le ha otorgado un período de tiempo único.
(...) También se dice muy claramente: del mismo modo que Jesucristo
se ha ofrecido una sola vez, igualmente está establecido
que los hombres mueran una sola vez, después de lo cual viene
el juicio (Hb 9, 27 s.). Únicamente esta unicidad del vivir
y del morir da a la vida su tensión y su seriedad. La vida no
es un juego descomprometido, en la vida se deben tomar decisiones definitivas.
Cada instante es algo que ya no vuelve y, por ello, algo único.
¿El cuerpo no importa?
Kasper. Un segundo argumento se refiere a la concepción cristiana
de la unidad de alma y cuerpo. Según esta visión, alma
y cuerpo no son dos realidades que se han acercado y se han juntado.
El alma es la forma sustancial del cuerpo y el cuerpo es la expresión
y el símbolo real del alma. Por tanto, el hombre es corpore
et anima unus . Por ello la esperanza cristiana en el más
allá no concierne sólo a la inmortalidad del alma, sino
a todo el hombre, tal como dice la fe en la resurrección de la
carne, es decir, del cuerpo. En relación con esta forma de pensar
unitaria, las teorías de la reencarnación son expresión
de un dualismo extremo, que debe llevar a plantearse una doble pregunta:
¿Se puede garantizar la identidad del alma, y la persona, si
se manifiesta sucesivamente bajo diversas formas corpóreas? ¿No
se trata quizá de una desvalorización total del cuerpo,
que es concebido como una corteza externa, que al final simplemente
uno se quita de encima?
¿Ley del Karma o don de la
gracia?
Kasper. El tercer y último argumento se coloca en el centro
de la fe cristiana. El mensaje central del Evangelio es que la realización
del hombre no es obra nuestra ni fruto de nuestro propio esfuerzo, sino,
más bien, don de la gracia de Dios. En el cristianismo no vale,
como en la doctrina del Karma, la ley de la obra personal y la recompensa,
sino el principio de la gracia. Lo que esto significa se revela en la
parábola de los viñadores. El dueño de la viña
es bueno y por ello incluso los que han trabajado solo una hora reciben
la recompensa completa de una jornada de trabajo, igual que los que
han soportado el peso y el calor de todo el día. (Mt 20, 1-6).
Especialmente Pablo afirma varias veces de un modo muy claro que no
somos justificados por nuestras obras y realizaciones, sino por la fe
en la gracia de Dios en Jesucristo (Rm 3, 20-28). Pues habéis
sido salvados por la gracia mediante la fe, y esto no por vosotros,
sino que es don de Dios; tampoco procede de las obras, para que ninguno
se gloríe (Ef 2,8 s.).
¿No es demasiado poco
una única vida?
Schönborn. Lo que impulsa a muchos de nuestros contemporáneos
a creer en la reencarnación es el sentimiento de que una única
vida terrestre es demasiado breve para sostener el paso de una decisión
que tiene alcance eterno. Al mismo tiempo existe el sentimiento de que
nuestros actos humanos, tan fuertemente condicionados por muy diversas
circunstancias, no pueden tener ese carácter definitivo que la
tradición bíblica les atribuye. Así surge el intento
de imaginar existencias sucesivas que permitan corregir
lo que ha faltado en la vida presente.
A primera vista este modo de ver las cosas parece más indulgente
con las debilidades humanas, aunque, en realidad, es de una dureza inhumana,
pues de hecho hace recaer en el hombre el peso de una liberación
que sólo puede recibirse de Dios. Efectivamente, desde esa perspectiva,
es el hombre solo quien debe llevar a buen término la propia
vida. ¿Quién puede afirmar que obtendrá un resultado
mejor la próxima vez? ¿No seguirá estando, igual
que ahora, sometido a debilidades? Y aunque consiguiese escapar a ciertas
carencias, que le oprimen en la existencia presente, ¿quién
podrá prepararle contra nuevas dificultades, quizás más
graves que las de ahora? Realmente de este modo no se escapa de la idea
alucinante de ininterminables existencias sucesivas, con altos y bajos
infinitamente variables, sin posibilidad de salida, desde el momento
en que, para poder salir, es necesario que el hombre fuese capaz de
una vida completamente lograda, íntegra, perfecta. ¿Cómo
podría lograrlo en mil vidas mejor que en una sola, si en todas
y cada una depende de sus solas fuerzas? ¿Quizá lo que
no se quiere es precisamente salir del círculo de la propia vida?
¿Y si eso fuese precisamente el infierno?.
¿No será un rechazo
a dejarse salvar?
Schörborn. ¿No provendrá la creencia en la reencarnación
de un rechazo profundo a dejarse salvar? Lo que decide nuestra suerte
eterna no es la calidad de nuestros éxitos, sino solamente esto:
que hayamos abierto la puerta a Aquel que llama y que quiere entrar
para darnos la vida eterna. Pero para oír a Aquel que está
a la puerta (cfr. Ap 3,20) es necesario tener deseos de ser salvados.
Poco importa que una vida sea larga o breve; lo que es decisivo para
nuestra salvación eterna no depende de la cantidad de años,
sino únicamente de haber acogido el amor salvador de Cristo,
que no busca otra cosa que salvar a todos aquellos que lo desean, aunque
no sea más que en los últimos instantes de su vida: Jesús,
acuérdate de mí cuando estés en tu Reino
(Lc 23,42).
El rechazo a la reencarnación no se deriva de una doctrina abstracta,
ni de una fidelidad terca a los dogmas recibidos, sino que procede directamente
de la experiencia cristiana básica, que San Pablo ha descrito
con esta célebre frase: Para mí vivir es Cristo
y morir una ganancia. (Flp 1,21).
(...) Si la reencarnación no tiene espacio en el cristianismo,
esto es debido a que la vida en Cristo es el fin definitivo. Haberle
encontrado significa que no tiene sentido proseguir en una larga búsqueda,
de vida en vida, tras una realización última y lejana.
El fin está ya presente (cfr. 1 Co 10, 11). La larga búsqueda
del hombre ha terminado. Dios ha encontrado al hombre. Después
de este encuentro, ¡ya no hay más que buscar! Ahí
está lo que el hombre ha buscado siempre, e incluso mucho más,
desde el momento en que supera infinitamente cualquier esperanza humana.
Lo que cree la Iglesia católica
La fe cristiana es incompatible con la reencarnación, como
puede advertirse en diversas verdades afirmadas en el Catecismo de la
Iglesia Católica.
La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre,
del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar
su vida terrena según el designio divino y para decidir su último
destino. Cuando ha tenido fin el único curso de nuestra
vida terrena(Lumen gentium, n, 48), ya no volveremos a otras
vidas terrenas. Está establecido que los hombres
mueran una sola vez (Hb 9, 27). No hay reencarnación
después de la muerte (n. 1013).
Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal
su retribución eterna en un juicio particular que refiere su
vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien
para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para
condenarse inmediatamente para siempre (n. 1022)
Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección
Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado
reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado
y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último
día (n. 1016).
Referencias
(1)Congregación para la Doctrina de la Fe. Temas actuales de
escatología. Documentos, comentarios y estudios. Palabra. Madrid.