CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 1 julio 2004 (ZENIT.org).- Publicamos
la «Declaración común» firmada por Juan Pablo
II y el Patriarca ecuménico de Constantinopla Bartolomé
I al final de su visita a Roma. El texto ha sido distribuido este jueves
por la Sala de Prensa de la Santa Sede.
«Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes.
Haced todo con amor»
(1 Corintios 16,13-14).
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Momento en
que el Papa y el Patriarca
firman la Declaración Común.
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1. En el espíritu de fe en Cristo y de caridad recíproca
que nos une, damos gracias a Dios por el don de este nuevo encuentro,
que tiene lugar en la fiesta de los santos apóstoles Pedro y
Pablo, testimoniando la firme voluntad de continuar el camino hacia
la plena comunión entre nosotros en Cristo.
2. Han sido muchos los pasos positivos que han marcado nuestro camino
en común, sobre todo comenzando por el acontecimiento histórico
que hoy recordamos: el abrazo entre el Papa Pablo VI y el patriarca
Atenágoras I en Jerusalén, en el Monte de los Olivos,
el 5 y el 6 de enero de 1964. Hoy, nosotros, sus sucesores, nos volvemos
a encontrar para conmemorar dignamente ante Dios, en la fidelidad del
recuerdo y de las intenciones originarias, aquel bendito encuentro,
que ha pasado a formar parte de la Iglesia.
3. El abrazo de nuestros respectivos predecesores de venerada memoria
en Jerusalén expresaba visiblemente una esperanza presente en
el corazón de todos, como explicaba el comunicado: «Con
los ojos puestos en Cristo, arquetipo y autor, con el Padre, de la unidad
y de la paz, piden a Dios que este encuentro sea signo y preludio del
mundo futuro para la gloria de Dios y para iluminación de nuestro
pueblo fiel. Después de tantos siglos de silencio, ahora se han
encontrado con el deseo de realizar la voluntad del Señor y de
proclamar la antigua verdad de su Evangelio confiado a la Iglesia (comunicado
común del Papa Pablo VI y del Patriarca Atenágoras I,
Tomos Agapis - Vaticano - Fanar, 1971, n. 50, p. 120).
4. ¡Unidad y paz! La esperanza encendida por aquel histórico
encuentro ha iluminado el camino de estas últimas décadas.
Conscientes de que el mundo cristiano sufre desde hace siglos el drama
de la separación, nuestros predecesores y nosotros mismos hemos
continuado con perseverancia el «diálogo de la caridad»
con la mirada puesta en aquel día luminoso y bendito en el que
será posible comulgar en el mismo cáliz el santo Cuerpo
y la preciosa Sangre del Señor (Cf. Alocución del
Patriarca Atenágoras al Papa Pablo VI, 5 de enero de 1964, ibídem,
n. 48, p. 109). Los numerosos acontecimientos eclesiales que han salpicado
estos últimos cuarenta años han dado fundamento y consistencia
al compromiso de la caridad fraterna: una caridad que, sacando lecciones
del pasado, esté dispuesta a perdonar, a creer más en
el bien que en el mal, orientada a conformarse ante todo con el divino
Redentor, y a dejarse atraer y trasformar por Él (Cf. Alocución
del Papa Pablo VI al Patriarca Atenágoras, 6 de enero de 1964,
ibidídem, n. 49, p. 117).
5. Damos gracias al Señor por estos gestos ejemplares de caridad
recíproca, de capacidad para compartir, que nos ha permitido
vivir, entre los cuales es un deber recordar la visita del Patriarca
ecuménico Dimitrios en 1979, cuando, en la sede de Fanar, se
anunció la creación de una Comisión mixta internacional
para el diálogo teológico entre la Iglesia católica
y la Iglesia ortodoxa en su conjunto, nuevo paso para apoyar el «diálogo
de la caridad» con el «diálogo de la verdad»;
la visita del Patriarca Dimitrios a Roma, en 1987; nuestro encuentro
en Roma, en la fiesta de los Santos Pedro y Pablo en 1995, cuando rezamos
en San Pedro, aunque separándonos dolorosamente durante la celebración
de la Liturgia eucarística, pues no podemos todavía beber
del mismo cáliz del Señor. Después, más
recientemente, el encuentro de Asís con motivo de la Jornada
de oración por la paz en el mundo y la declaración común
por la salvaguarda de la creación, firmada en 2002.
6. A pesar de nuestra firme voluntad de continuar por el camino hacia
la comunión plena, hubiera sido irrealista no esperarse obstáculos:
doctrinales ante todo, pero también derivados de los condicionamientos
de una historia difícil. Además, nuevos problemas surgidos
de los profundos cambios acaecidos en la conformación político-social
europea han tenido consecuencias en las relaciones entre las Iglesias
cristianas. Con el regreso a la libertad de los cristianos en
Europa central y oriental se han despertado también antiguos
temores, haciendo difícil el diálogo. Debe resonar siempre
dentro de nosotros y entre nosotros la exhortación de san Pablo
a los Corintios: que entre vosotros todo se haga con amor.
7. La Comisión mixta internacional para el diálogo teológico
entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto,
que comenzó con tanta esperanza, en los últimos años
ha perdido el ritmo. Sin embargo, puede ser todavía un instrumento
idóneo para estudiar los problemas eclesiológicos e históricos
que se encuentran en la base de nuestras dificultades y para encontrar
hipótesis de solución. Tenemos el deber de continuar con
el compromiso decidido de reactivar su trabajo cuanto antes. Al constatar
las recíprocas iniciativas en este sentido de las sedes de Roma
y de Constantinopla nos dirigimos al Señor para que apoye nuestra
voluntad y convenza a todos de que es indispensable continuar con el
«diálogo de la verdad».
8. Nuestro encuentro en Roma de hoy nos permite también afrontar
fraternamente algunos problemas y malentendidos que han surgido recientemente.
La larga práctica del «diálogo de la caridad»
nos ayuda precisamente en estas circunstancias para que las dificultades
puedan ser afrontadas con serenidad y no detengan u oscurezcan el camino
emprendido hacia la plena comunión en Cristo.
9. Ante un mundo que sufre todo tipo de divisiones y desequilibrios,
el encuentro de hoy quiere recordar de manera concreta y con fuerza
la importancia de que los cristianos y las Iglesias vivan entre sí
en paz y armonía para testimoniar en la concordia el mensaje
del Evangelio de una manera más creíble y convincente.
10. En el contexto particular de Europa, en camino hacia formas más
elevadas de integración y de ampliación hacia el este
del continente, damos gracias al Señor por este positivo desarrollo
y expresamos la esperanza de que en esta nueva situación crezca
la colaboración entre católicos y ortodoxos. Son muchos
los desafíos que tenemos que afrontar juntos para contribuir
al bien de la sociedad: curar con amor la plaga del terrorismo, infundir
esperanza de paz, contribuir a sanar tantos conflictos dolorosos; restituir
al continente europeo la conciencia de sus raíces cristianas;
construir un auténtico diálogo con el Islam, pues de la
indiferencia y de la recíproca ignorancia sólo puede nacer
desconfianza e incluso odio; apoyar la conciencia del carácter
sagrado de la vida humana; actuar para que la ciencia no niegue la chispa
divina que todo hombre recibe con el don de la vida; colaborar para
que nuestra tierra no quede desfigurada y la creación pueda conservar
la belleza que Dios le ha donado; pero sobre todo anunciar con renovado
vigor el mensaje evangélico, mostrando al hombre contemporáneo
cómo el Evangelio le ayuda a volver a encontrarse consigo mismo
y a construir un mundo más humano.
11. Pidamos al Señor que dé paz a la Iglesia y al mundo
y que vivifique con la sabiduría de su Espíritu nuestro
camino hacia la comunión plena, «ut unum in Christo sumus».
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]