La obra de Fernando Ortiz es indispensable
para entender la cultura cubana y estamos reuni dos principalmente para
tratar la temática orticiana en su dimensión cultural1
.Sin embargo, a pesar de que la cultura también es un aspecto
del perfil que trazo en este ensayo, mi preocupación se centra
en otro factor: la política. Durante años a Don Fernando
le preocupó activamente la política: fue miembro de la
Cámara de Representantes (1916-1923) por el Partido Liberal y
participó en varios movimientos reformistas durante los años
20 hasta que, finalmente, dejó la política en 1930, repelido
por el cooperativismo de 1928, por el culto a la personalidad de Gerardo
Machado y por la creciente represión del régimen.
En 1916, Don Fernando había llegado a la política, esperanzado
pero sin demasiadas ilusiones. Él entendía muy bien el
terrible gravamen que el caudillismo le imponía a la política
en Cuba y defendió la formación de múltiples partidos
alrededor de plataformas programáticas. Ortiz escribió
puntualmente:
Acostumbrémonos a medir el mérito, si no la fuerza
de los partidos, no por los hombres que lo integran sino por las ideas
que los animan y por los credos que difunden. Un manípulo de
creyentes altruistas puede y vale más que una legión de
escépticos a quienes sólo mueve la esperanza del botín.
No nos asustaría, ciertamente, ver en Cuba partidos socialistas,
clericales, semitas, militaristas, federalistas, laboristas, hasta racistas,
hasta monárquicos, hasta ver resucitado el integrismo español
y propagar la reincorporación a España, siempre que no
fueran sino ideales. El peligro grave no está en los partidos
múltiples que aspiran a la verdad, ni en los que tiendan al error
siquiera; está en el personalismo político proteiforme
en la política que heredamos de la metrópoli, porque el
personalismo en la política es casi siempre la mentira.
Ortiz también tenía una conciencia aguda de la peculiar
ascendencia de Estados Unidos sobre Cuba. En sus escritos sobre la intervención
de Estados Unidos en Nicaragua en 1911, Don Fernando anotó:
Engendros anémicos de un imperialismo que moría,
hemos seguido embrutecidos en la modorra tropical, de la que despertaremos
acaso tarde, cuando otro imperialismo que crece nos haya arrasado en
su torbellino. Cuba y Nicaragua, víctimas de igual dolencia,
irán poco a poco desangrándose. Sólo una civilización
intensa y difundida podría salvarnos: siendo cultos, seríamos
fuertes. Seámoslo.
Aunque sin vendas en los ojos, Ortiz todavía creía en
la acción política de hombres rectos como antídoto
a los males que corroían los cimientos republicanos. En 1916,
año en el que Alfredo Zayas debió haber asumido la presidencia,
Don Fernando fue electo a la Cámara de Representantes. El Partido
Liberal ganó la contienda electoral en noviembre, pero los conservadores
se negaron a entregarle las riendas del poder. Mario García Menocal
se declaró victorioso un mes después de que los votos
fueran emitidos. La elección, en realidad, había sido
relativamente honesta. El resultado tardío llevaba el sello indeleble
del fraude y desató una crisis política parecida a la
de 1905-1906, cuando los moderados de Tomás Estrada Palma impidieron
la elección de José Miguel Gómez. El año
1917 marcó un momento crítico en el desarrollo político
de la joven República. Los aires de cambio que sacudirían
a la sociedad cubana en los años 20 soplaron inicialmente cuando
Menocal retuvo el poder ilícitamente con el consentimiento de
la administración de Woodrow Wilson. Liberales y conservadores
honestos se alarmaron como nunca, tanto ante la desfachatez de Menocal
como por la manía liberal de recurrir a la lucha armada como
método de protesta. Un grupo bipartidista de individuos con prestigio
e integridad Manuel Sanguily, Manuel Márquez Sterling,
Enrique José Varona, Carlos Manuel de la Cruz, Cosme de la Torriente,
Juan José de la Maza y Artola, Enrique Loynaz del Castillo, entre
ellos trataron infructuosamente de fundar un nuevo partido político.
Aunque el nombre de Ortiz no aparece asociado a este esfuerzo, éste
recogía todas sus preocupaciones.
Una de las consecuencias de la crisis provocada por la reelección
fraudulenta fue la llegada a La Habana del General Enoch Crowder en
1919; se quedó hasta 1922 y supervisó la más flagrante
intromisión de EEUU en los asuntos internos de Cuba. Pese a su
nacionalismo intachable, Don Fernando colaboró con Crowder en
la elaboración de un nuevo código electoral, cuya esencia
era la reorganización de los partidos políticos a fin
de debilitar la dominación de los caudillos. Don Fernando nunca
consideró que el costado indiscutiblemente imperioso de la diplomacia
norteamericana fuera la única cara de EEUU, y recomendó:
Fortificación del sentimiento nacionalista, sin quijotismos
santamente ilusos ni xenofobias anacrónicas. La mejor garantía
de la independencia cubana es un gobierno culto, honrado y justo, basado
en las aspiraciones populares y en cordial intimidad recíproca
con los Estados Unidos.
Ortiz optó por no aspirar a la reelección en 1922 y abandonó
la Cámara de Representantes; sin embargo, no renunció
a la tribuna política. En 1923, la Junta Cubana de Renovación
Nacional publicó un Manifiesto a los cubanos, el primero de una
serie que la sociedad civil lanzaría en contra del sistema político
durante la primera mitad de la década. Don Fernando era el presidente
de la Junta y autor del manifiesto. Curiosamente, éste diagnosticó
el estado de la nación en términos domésticos:
El nacionalismo que reclamaba era la conciencia cívica que debía
conducir la actuación pública de los cubanos. La renovación
nacional tenía que comenzar en casa. Dice el Manifiesto:
Los cubanos queremos una vida Republicana, nuevas ideas públicas,
nuevas prácticas gubernamentales, nuevas orientaciones legislativas,
nuevas escuelas, nuevas riquezas, nuevos códigos, en fin, un
nuevo espíritu cívico que avive como fuego purificador
las energías del pueblo cubano, para consolidar la República
y terminar la obra de la revolución libertadora, dándole
a Cuba un gobierno realmente democrático y libre, defendido por
una vigorosa civilización nacional y una resistente probidad
política.
El gobierno y la oposición dejaron huellas indelebles en el panorama
político de los años 20. Movimientos políticos
y sociales de diversas orientaciones alzaron primero la pancarta reformista
y luego el grito de revolución. El esfuerzo de Machado por retener
el poder en contra de los principios de la Constitución y la
opinión pública fue el catalizador de lo que sería
la revolución de 1933. El caudillismo alcanzó insólitas
dimensiones en torno a Machado, enaltecido con honores que no tenían
nada que ver con sus méritos y que obviaban la creciente oposición:
Doctor Honoris Causa, Egregio, Salvador de la Patria, Hombre Cumbre,
Primer Obrero de Cuba. En 1928 el sistema bipartidista se resquebrajó
cuando liberales y conservadores se unieron sobre la base del cooperativismo
para apoyar la falsa reelección del presidente; el pacto dividió
a los partidos y preparó el terreno para el surgimiento de una
nueva clase política en la década siguiente. En 1930 Ortiz,
exasperado, salió de Cuba. Al partir reclamó la renuncia
de Machado y el Congreso, la constitución de un gobierno provisional
y una verdadera solución cubana a la crisis nacional. Esta última
demanda se refería a la afirmación de los cooperativistas
de que su acuerdo representaba una solución cubana; Ortiz replicó
que dicha solución no podía ser un cubaneo
más. Como es sabido, Don Fernando continuó siendo un intelectual
público de excepcional altura hasta su muerte, pero nunca más
participaría activamente en la política.
En 1923 Ortiz se dirigió a una prestigiosa asamblea en la Academia
de Historia e instó al público a no considerar sólo
la política en el estudio de la historia de Cuba. Don Fernando
pidió: Reconstruir la historia de Cuba sobre el conocimiento
exacto de sus fundamentos étnicos, demográficos y culturales,
más que sobre la esquelética armazón política.
La cultura cubana, argumentó, ha sido analizada a la luz
de la secular hoguera de las luchas que le dieron la libertad
a Cuba; otras luces del pasado necesitaban ser traídas para poder
abarcarla en su totalidad. Probablemente tenía razón,
por lo menos para ese entonces. Sin embargo, por los tiempos que vivimos,
voy a desoir a Don Fernando cuando advirtió sobre la necesidad
de apartarse de los derroteros políticos: Voy a hacer hincapié
sobre la política republicana entre 1902 y 1928. La historiografía
cubana ha estado demasiado centrada en la economía, en los movimientos
sociales y en el peso de Estados Unidos. Necesitamos un entendimiento
político de nuestro pasado por una sencilla razón: Es
a través de la acción política que los pueblos
hacen y rehacen su propia historia.
Un Movimiento Cívico para una República Civil
Los historiadores han enfatizado, con razón, el hecho de que
la incompleta independencia cubana en 1902 desvirtuó el ideal
separatista del siglo XIX. La Enmienda Platt claramente limitó
la soberanía de la Isla. Sin embargo, la república caudillista
vició las aspiraciones civiles y cívicas de sectores importantes
del independentismo y, por ende, igualmente violó sus aspiraciones.
Así como la Enmienda Platt limitó la soberanía
nacional, la clase política posterior a 1902 transgredió
las ambiciones republicanas del independentismo. Es esencial rescatar
esta tradición cívica, que es también un legado
de la labor de los autonomistas, para poder entender la trayectoria
de la primera República.
La República se inauguró el 20 de mayo de 1902 bajo una
Constitución que contenía la peculiar Enmienda mediante
la cual EE.UU retenía el derecho de intervención para
salvarguardar la libertad, el orden y las propiedades. No era, sin embargo,
evidente cómo se daría su aplicación ni bajo qué
condiciones. No pocos cubanos honorables pensaban que el buen gobierno
anularía la enmienda foránea y, posiblemente, conduciría
a su revocación. A finales de abril y comienzos de mayo de 1902,
cuando Estrada Palma encabezó una extraordinaria marcha de regocijo
popular, la Enmienda Platt pasó a segundo plano y nada mermó
la felicidad por la próxima inauguración de la República.
El primer presidente insistió en la unión y concordia
a lo largo de la marcha cívica como pilares de la soberanía
nacional y defensa contra el caudillismo que había frustrado
a las repúblicas latinoamericanas. La cubana sería una
República verdaderamente civilista2.
El movimiento cívico de la primera República sostuvo el
buen gobierno como la mejor herramienta para el progreso y como el antídoto
más eficaz contra la intervención de EEUU. El que las
relaciones con Washington podían forjarse sobre términos
dignos era una idea central de este movimiento; los cubanos lograrían
un trato respetuoso de EEUU mediante un gobierno propio y capaz. Manuel
Márquez Sterling lo expresó de forma contundente: El
civismo es, después de todo, la manifestación definitiva
de la independencia consolidada. Su conocido y citado ensayo de
1917, A la ingerencia extraña, la virtud doméstica, encapsuló
el espíritu del movimiento.
El buen gobierno era una medida tan válida de una transición
exitosa de la colonia a la República como una soberanía
nacional sin cortapisa. El gobierno propio se apartaría del comportamiento
establecido por los capitanes generales déspotas, arbitrarios,
corruptos, excluyentes, represivos a fin de cumplir las aspiraciones
del independentismo. Los poderes imperiales siempre han menoscabado
la capacidad de los colonizados para el autogobierno: España
sostenía que el ajiaco racial cubano era un obstáculo
insuperable para la civilización. Uno de los logros estelares
del movimiento anticolonial después de 1878 fue precisamente
la conformación de una cubanidad inclusiva y segura de sí
misma, que identificaba al racismo con el colonialismo. En la Isla y
en la diáspora, los tabaqueros, la intelectualidad, la pequeña
burguesía e incluso criollos adinerados forjaron la inquebrantable
certeza de que los cubanos sí eran capaces de gobernarse. El
éxito político del Partido Revolucionario Cubano (PRC)
y las proezas militares del Ejército Libertador avalaron el ideal
de una Cuba libre; la batalla, sin embargo, también se libraba
en el plano de las ideas y de la autoestima nacional. Cuba y sus jueces,
libro de Raimundo Cabrera, encarnó la lucha en el campo ideológico.
Publicado inicialmente en 1888 en respuesta a Cuba y su gente, del español
Fernando Moreno, el libro de Cabrera se convirtió en el primer
best-seller cubano, contando rápidamente con siete ediciones.
Cuba y sus jueces narra detalladamente los logros cubanos a pesar del
enorme atraso de España y expresa fe firme en el progreso que
una Cuba libre lograría.
Punto y aparte de la Enmienda Platt, la joven República se inició
razonablemente bien. Bajo Estrada Palma los augurios parecían
prometedores. La reconstrucción económica procedía
a buen paso, el erario nacional registraba excedentes, la primera administración
cubana continuó y hasta superó lo logrado en materia de
obras públicas, educación y salud por John Brooke y Leonard
Wood, los dos gobernadores norteamericanos entre 1898 y 1902. Aproximadamente
un cuarto del presupuesto nacional fue gastado en la educación,
el perfil de salud de los cubanos seguía mejorando, el programa
de construcción de carreteras triplicó los kilómetros
pavimentados durante la ocupación de EEUU. La intromisión
de EEUU en los asuntos cubanos fue modesta. Cuba, en efecto, manejó
la posibilidad de un acuerdo de comercio con Gran Bretaña para
obtener, finalmente, el tratado de reciprocidad con EEUU que se demoraba
por la oposición de los productores de remolacha. En breve, Estrada
Palma gobernó aceptablemente por tres años. En el cuarto
año, el panorama se nubló: miembros del gabinete y otros
allegados de Don Tomás planearon, conspiraron y forzaron su reelección.
La crisis desatada no sólo opacó los logros de su gobierno
sino que fue la causante de la subsiguiente intervención de EEUU,
más dañina del incipiente sentido de nación que
la misma Enmienda Platt. Los anexionistas y los residentes españoles
vieron en la intervención la prueba irrefutable de la incapacidad
de los cubanos para gobernarse. EEUU y la opinión internacional
confirmaron sus sospechas de que los cubanos era inmaduros y, más
grave aún, la crisis de 1905-1906 y la ocupación de 1906-1909
reforzaron las dudas sobre sí misma que azotaban a la sociedad
cubana. Las bases que Don Tomás había sentado durante
tres años se quebrantaron al negarse a pactar con los liberales.
El sentimiento de orgullo y confianza en una Cuba libre, que había
caracterizado al independentismo, sufrió un golpe durísimo;
posteriormente, el pesimismo se fue apoderando de la República.
El movimiento cívico era elitista. Muchos de sus militantes criticaban
el sufragio universal tan firmemente como sus precursores habían
denunciado la esclavitud en el siglo XIX: dos instituciones diametralmente
opuestas y equivocadas3. El populismo según ellos,
consecuencia inevitable del sufragio universal era hostil al buen
gobierno; la demagogia era el resorte más cómodo para
los políticos. Éstos se mostraron totalmente incompetentes
para los fines patrióticos de consolidación del
país, pero en sumo grado hábiles para aprovecharse de
la sencillez de sus conciudadanos menos instruidos4. Una cruzada
en pos de la cultura, la educación y una creciente conciencia
cívica era imperativa para elevar la calidad de la ciudadanía;
al igual que lo era la inmigración blanca. La educación
pública y secular era el medio para forjar el nuevo ciudadano
que la República necesitaba. Cuba contemporánea, Revista
bimestre y otras publicaciones deploraron el abandono que había
sufrido después de la presidencia de Estrada Palma. Carlos M.
Trelles, en efecto, definió el retroceso de la República
, en primer lugar, en términos educacionales: entre 1903 y 1922,
el número de profesores se incrementó de 3,500 a 6,000,
mientras que el número de soldados aumentó de 3,000 a
13,000; los gastos para la educación se redujeron de un 25 por
ciento a un 15 por ciento del presupuesto, mientras los militares se
incrementaron de un 10 por ciento a un 24 por ciento. El problema era
de liderazgo, la ausencia de una clase política que fuera capaz
de consolidar la República como los independentistas lo habían
hecho tan hábilmente en pos de Cuba libre. Una vanguardia cívica
dirigiría a la ciudadanía al ejercicio prudente de sus
derechos y auparía las singulares dotes de nuestro pueblo
para el ejercicio ordenado de todos sus derechos y libertades5.
Apuntaba Carlos de Velasco: ¡Cuántas cosas no se
harían mejor de lo que se hacen, si el pueblo se enterase bien
de todo lo que le atañe y diera su merecido a cada cual!6.
Los civilistas argumentaban que una clase política lo suficientemente
honesta (un poco de prudencia en el manejo del tesoro nacional)
marcaría para bien las relaciones EEUU-Cuba y fortalecería
la confianza de los cubanos de a pie en la República7.
En 1892, el artículo 4 del programa del PRC afirmaba:
El Partido Revolucionario Cubano no se propone perpetuar en la
República Cubana, con formas nuevas o con alteraciones más
aparentes que esenciales, el espíritu autoritario y la composición
burocrática de la colonia, sino fundar en el ejercicio franco
y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo
nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo
real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad
repentina en una sociedad compuesta por la esclavitud.
El movimiento cívico abrazó de lleno el espíritu
civil y moderno del PRC. Pero los civilistas se remontaban asimismo
a la oposición a la supremacía militar que Ignacio Agramonte
había manifestado durante la Guerra de los Diez Años:
La doctrina de los camagüeyanos, por peligrosa y perjudicial
que haya parecido después, aún en el supuesto de que hubiera
sido el origen del fracaso de la Revolución de 1868, fue la buena,
pues enseñó a los cubanos a sentir un santo horror por
todo lo que fuera tiranía, despotismo, verdadera dictadura militar8.
Los fracasos de la República se hacían eco de los vicios
de la colonia y los tiempos, por tanto, exigían fortificar nuevos
hábitos y enterrar los viejos adquiridos a través del
yugo español que había esclavizado a todos los cubanos.
La cultura y la educación en una República civil alentarían
que un número creciente de cubanos sintieran, según Márquez
Sterling, la independencia como facultad inviolable del espíritu.
Para los civilistas, la crisis de 1905-1906 fue dolorosísima:
Estrada Palma había sido un buen presidente, pero su intransigencia
ante los liberales y luego la facilidad con que le entregó el
país a los norteamericanos manchaban su récord honorable.
Aun así, Don Tomás siguió siendo una especie de
faro pues sus primeros tres años demostraron la capacidad de
los cubanos para gobernarse, como Cabrera tan apasionadamente lo había
anticipado en su best-seller.
Conclusión
Durante la primera República no se establecieron los cimientos
institucionales e ideológicos que estabilizaran el sistema político.
Los conflictos en la élite reflejaban un afán de hegemonía
y exclusión; los mecanismos de consenso fueron débiles
y de corta duración. Es decir, la República civil fue
frustrada y la Cuba republicana no allanó los nuevos caminos
que formaban el ideal independentista. La falta de confianza entre las
élites no era inusual en América Latina en momentos de
transición política o de expansión de la participación
ciudadana. Lo distintivo de Cuba fue la inhabilidad de la sociedad política
de afianzar un camino institucional estable como sucedió en México,
o consolidar el poder sobre la base del Ejército, bien en la
variante sultanista de Nicaragua y República Dominicana
o la populista de Brasil y Argentina. Cuba tomó otros giros y
nos hace falta comprender cabalmente sus particularidades políticas.
Hacer hincapié en la política pese a la súplica
de Fernando Ortiz arrojaría luz sobre el escenario cubano
desde adentro y, por tanto, subrayaría el peso de factores endógenos
no el deus ex machina del imperialismo yanqui
en el desenvolvimiento nacional.
Notas
1. Una versión de este ensayo fue presentado en el simposio,
Contrapunteo cubano: Cultura cubana e historia en la obra de Fernando
Ortiz, 20-22 marzo 2000, en la Universidad de la Ciudad de Nueva
York. Ésta fue publicada en
Centenario de la República, 1902-2002 , William Navarrete y Javier
Castro Mori (editores) Miami: Ediciones Universal, 2002.
2. Marifeli Pérez-Stable, Estrada Palma s Civic March:
From Oriente to Havana, April 20-May 11, 1902"
, Cuban Studies/Estudios Cubanos. 29. 2000. 135-121.
3. José Sixto Solá, El pesimismo cubano,
Cuba Contemporánea (diciembre de 1913), 281.
4. Carlos de Velasco, El problema negro,
Cuba Contemporánea
(febrero de 1913), 77.
5. Mario Guiral Moreno, El saneamiento de las costumbres públicas
y la educación cívica del pueblo, Cuba Contemporánea
(febrero de 1917), 109.
6. Carlos de Velasco, La obra de la revolución cubana.
Cuba Contemporánea (julio de 1914), 281.
Miguel de Carrión El desenvolvimiento social de Cuba en
los últimos veinte años,
Cuba Contemporánea (septiembre de1921), 25
8. Julio Villoldo, La República civil,
Cuba Contemporanea
(marzo de 1918), 193.