Harto difícil me resulta
escribir algo sobre mi «Padrino». No por falta de datos,
anécdotas y vivencias personales, sino por todo lo contrario...Son
demasiados para resumirlos en tan poco espacio. Temo, sobre todo, no
estar a la altura digna de quien tan magníficamente utilizó
la pluma...No pretenden, pues, estas líneas ser algo más
que un testimonio de mi afecto y admiración. Como tal léanse.
Mi relación con el P. Gaztelu comenzó en el año
1961, cuando mi hermano y yo empezábamos a prepararnos para hacer
la Primera Comunión en la Parroquia del Espíritu Santo.
La hicimos un 10 de septiembre de 1962, Solemnidad de Pentecostés.
Al año siguiente, por la misma fecha, me llevaba en su viejo
Plymouth, al Seminario del Buen Pastor. Desde ese momento devino celoso
Ángel Guardián Arcángel Miguel, más
bien «a capa y espada»de mi vocación sacerdotal,
en su proceso anfractuoso (¡le encantaba ese adjetivo!).
Recuerdo que me llevaba con él en sus visitas a casa de los pintores
Portocarrero y Milián, de Lezama, de Lorenzo el escultor, Cintio
Vitier y Fina García Marruz, Eliseo Diego y algunos otros escritores
y artistas, quienes también solían frecuentar la casa
parroquial. Me viene a la memoria, por ejemplo, el bautismo del nieto
-y ahijado- del canciller Raúl Roa, en el cual yo ayudé
como acólito, con la asistencia de algunos amigos y amigas del
ámbito cultural, entre los cuales me llamó la atención
el famoso Bola de Nieve.
Monseñor Ángel Gaztelu Gorriti, El Padre,
como le llamaban respetuosamente sus colegas de Orígenes, había
nacido en Puente la Reina, Navarra, el 19 de abril de 1914. Una deliciosa
villa, a la cual tuve el privilegio de peregrinar que
en ese ánimo fui- antes de regresar a Cuba el año pasado,
al terminar mis estudios en España. Gloria, la sobrina nieta
del Padre, fue mi amable cicerone. Allí pude ver su casa natal
la de su familia materna- los Gorritilamentablemente abandonada
hoy. A sus trece años de edad su familia emigró a Cuba,
de la cual se enamoró el adolescente a primera vista
y con una pasión que lo acompañó hasta el final
de su vida, hasta el punto de fusión hipostática
de entrambas naturalezas. Casi inmediatamente a su llegada entró
en el Seminario San Carlos y San Ambrosio, donde ya antes de ordenarse
de presbítero enseñó latín y gramática
castellana.
No sin haber franqueado algún que otro inconveniente, fruto de
la miope incomprensión de su vocación literaria, fue ordenado
en 1938, enviándosele a trabajar, como decía él,
a la última parroquia de La Habana, San Nicolás
de Bari. De ahí pasó a Bauta (y encargado de Caimito del
Guayabal) en 1940, donde realizó, junto con la celosa tarea pastoral,
una extraordinaria labor de remozamiento del templo parroquial apoyado
por amigos artistas como el escultor Lozano y los pintores Portocarrero
y Mariano. También edificó varias iglesias nuevas en la
zona, entre las cuales sobresale, sin duda, la capilla de Nuestra Señora
de la Caridad de Playa Baracoa, diseñada por el arquitecto Eugenio
Batista, sobre la base de criterios litúrgicos avanzadísimos
orientados por Gaztelu (altar de cara al pueblo mucho antes
del Vaticano II), donde colocó en el ábside un moderno
crucifijo tallado en madera por Lozano, junto con las catorce estaciones
del Vía Crucis y un precioso mural en mosaico de la Virgen de
la Caridad, obras de René Portocarrero.
Llegó, finalmente, al Espíritu Santo, en 1957. allí
se deja sentir también su labor renovadora, inspirada siempre
en una síntesis perfecta entre su vocación sacerdotal
y su exquisito sentido artístico. Quedan allí las huellas
de su paso, por ejemplo, en el mausoleo del obispo Valdés, con
su estatua yacente y el Baptisterio, con la lápida en bronce
del Bautismo del Señor, sendas obras de Lozano, el remozamiento
del retablo del Altar Mayor bajo la magnífica cúpula gótica
la mejor de ese estilo en Cuba, cuya piedra tallada acertadamente
mandó él desnudar- y el buen gusto- rara avis en esas
circunstanciascon que acometiera la reforma litúrgica del
Vaticano II, amén de tantos recuerdos imperecederos dejados en
el edificio material, pero sobre todo en las piedras vivas
de esa comunidad parroquial y en el popular barrio. Domine dilexi
decorem domus tuae (Amé, Señor, el decoro
de tu casa, Sal 25/26,8), reza la losa conmemorativa de su faena
restauradora, expresando inequívocamente su motivación
profunda, como en el caso de San Francisco de Asís, más
allá del mero significado material del templo.
Desde 1984, aunque su corazón quedó siempre en Cuba, se
instaló en Miami, muy a pesar suyo me consta-, ejerciendo
el ministerio sacerdotal en la Parroquia de San Juan Bosco, sin perder
nunca los vínculos con la Iglesia que vive en Cuba y, -trascendiendo
las cuestiones ideológicas- con sus amistades y personalidades
de la cultura en la Isla, hasta que a sus 89 años lo sorprendió
la muerte el pasado día 29 de octubre. No desperdiciaba él
ocasión de manifestar su añoranza por Cuba y su deseo
de volver a ella. En el reverso de una postal fechada el 18 de octubre
de 1992, que conservo cual tesoro, me escribía: Cada día
que pasa me aumenta más el deseo de volver a esa...viva la espera
en la real y verde palma de esa el alma...y sobre todo en las manos
de Dios. Frase, la referente a la palma (imagen simbólica,
evocación sacramentalde su Cuba amada), que me recuerda
su soneto:
Radiante, vegetal arquitectura
-canon gentil de enhiesta gallardía-
en tus plumajes verdes se depura
el aire en liras y alas de armonía...
(Palmera, fragmento, en Gradual de laudes)
Más el anhelo siempre subordinado, desde la hondura
de su fe, a la inescrutable Voluntad Divina (...y sobre todo en
las manos de Dios), como el Moisés que contempla de lejos
la Tierra, cumpliéndose así plenamente, al final de sus
días de Éxodo-Exilio indeliberado, cuanto ya desde su
juventud expresaba en este otro soneto, uno de mis preferidos (¡Me
parece oírselo recitar!):
ANHELO
Quiero ser como el río, Señor,
dócil al cauce que le da forma;
quiero ser río de amor
siempre y cuando tú seas mi norma.
No me detendré a mirar la flor
Si su cristal espeja y se transforma,
ni me quedaré con su color
que es vano si tu luz no lo informa.
Pura el agua, si es que se remansa,
será para contemplarte mansa
del íntimo recodo en la calma
vislumbrando en la gama y en la flor
las huellas de tus pasos, Señor,
río de amor, remanso del alma.
(De Gradual de laudes)
La obra poética del Padre Gaztelu, descubierto por
Juan Ramón Jiménez durante su visita a Cuba en 1936, se
inicia desde muy temprano con su colaboración con Lezama en las
revistas Verbum (1937), Espuela de Plata ( 1941) y Nadie Parecía
(1943) y se consuma en la fundación del grupo Orígenes
en 1944, junto a la generación de intelectuales que marcarían
indeleblemente la cultura cubana. Se concentra dicha obra, fundamentalmente,
en estos libros: Poemas (1940), Gradual de laudes (1955, primera edición,
de las cinco que tuvo) y Poemario (1994), pero éstos son apenas
como la punta del iceberg de incontables textos dispersos
e inéditos que algún día valdría la pena
publicar, pues no sólo sus cartas, sino la más mínima
nota escrita por él, rezuman poesía por los cuatro costados.
No sabía hacerlo de otro modo. (últimamente, por ejemplo,
escribía sus homilías con esmerada y pulcra caligrafía-
coleccionándolas organizadamente por ciclos litúrgicos).
A todo esto es indispensable sumar la extensa bibliografía pasiva:
Antologías que lo incluyen, artículos sobre él
en diferentes publicaciones, etc.
En la última ocasión en que lo visité, me obsequió
una fotocopia del cuaderno inédito de poemas de su juventud (1932-1934)
que, según la nota de su puño y letra- a manera
de introducción, se los había dado a Lezama, siendo él
aún seminarista, y que fueron hallados entre sus papeles
y libros del escritorio de la casa donde vivía poco después
del fallecimiento de éste y devueltos a Gaztelu por un amigo.
De entre esos poemas me impresiona el primero, titulado el Ángelus,
inspirado según otra nota marginal suya- por la contemplación
de la crepuscular pintura de Millet, reseña espléndida
del cuadro (¡Ahora sé por qué me atrajo, como un
imán, en el Louvre!), concluyendo una estrofa que bien podría
autodefinir la vida y la obra del sacerdote-bardo:
El sonido tremola en el celaje,
cual tremolan las notas en la lira
y el poeta en un éxtasis se inspira
con la Oración que late en el paisaje.
En cierta ocasión conversábamos él y yo en la
soledad de su celda de San Juan Bosco, rodeados de libros y numerosos
recuerdos de Cuba y de su Puente inolvidado (exponía con orgullo
la magnífica fotografía hecha por él con su Kodak
Retina II desde una colina cercana, que en vano intenté
imitar) Me dijo, como lamentándose: Siento que en algo
fracasé contigo: hubiese deseado hacer de ti un poema.
Le respondí: Padrino, no ha fracasado: ¡Ud. me hizo
gustar la buena poesía y apreciar el verdadero arte! Eso
debo a Gaztelu. Y mucho más: el haberme enseñado la síntesis
imprescindible entre Fe y Cultura, la visión del Arte de toda
época y lugar, como reflejo e inspiración del Supremo
artista, el descubrimiento de la trascendencia de lo Bello como propiedad
metafísica del ser, la revelación de lo que de humano
hay en la escritura Sagrada y lo que hay del Espíritu Divino
en las letras humanas, la certeza inefable de la Encarnación
de la Palabra en la palabra, la epifanía de la vida en la vida.
Gracias, Padrino, auténtico Evangelizador de la Cultura.
Ha podido Ud. con toda propiedad y con su resonante voz barítona
de navarro incubanado hasta la médula, entonar el Nunc
dimitis, Dominie, servum tuum in pace (Ahora permite, Señor,
a tu siervo irse en paz, Lc. 2,29).
Amén.