Revista Vitral No. 60 * año X * marzo-abril de 2004


REFLEXIONES

 

LA PRIMERA REPÚBLICA: POLÍTICA, CIVISMO Y SOBERANÍA

MARIFELI PÉREZ- STABLE

Fernando Ortiz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Alfredo Zayas, Presidente de la República de Cuba
de 1921 a 1925.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

José Miguel Gómez, presidente de la República de Cuba desde 1909 a 1913.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Don Tomás Estrada Palma, primer presidente
de la República de Cuba
.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La obra de Fernando Ortiz es indispensable para entender la cultura cubana y estamos reuni dos principalmente para tratar la temática orticiana en su dimensión cultural1 .Sin embargo, a pesar de que la cultura también es un aspecto del perfil que trazo en este ensayo, mi preocupación se centra en otro factor: la política. Durante años a Don Fernando le preocupó activamente la política: fue miembro de la Cámara de Representantes (1916-1923) por el Partido Liberal y participó en varios movimientos reformistas durante los años 20 hasta que, finalmente, dejó la política en 1930, repelido por el cooperativismo de 1928, por el culto a la personalidad de Gerardo Machado y por la creciente represión del régimen.
En 1916, Don Fernando había llegado a la política, esperanzado pero sin demasiadas ilusiones. Él entendía muy bien el terrible gravamen que el caudillismo le imponía a la política en Cuba y defendió la formación de múltiples partidos alrededor de plataformas programáticas. Ortiz escribió puntualmente:
“Acostumbrémonos a medir el mérito, si no la fuerza de los partidos, no por los hombres que lo integran sino por las ideas que los animan y por los credos que difunden. Un manípulo de creyentes altruistas puede y vale más que una legión de escépticos a quienes sólo mueve la esperanza del botín. No nos asustaría, ciertamente, ver en Cuba partidos socialistas, clericales, semitas, militaristas, federalistas, laboristas, hasta racistas, hasta monárquicos, hasta ver resucitado el integrismo español y propagar la reincorporación a España, siempre que no fueran sino ideales. El peligro grave no está en los partidos múltiples que aspiran a la verdad, ni en los que tiendan al error siquiera; está en el personalismo político proteiforme en la política que heredamos de la metrópoli, porque el personalismo en la política es casi siempre la mentira.”
Ortiz también tenía una conciencia aguda de la peculiar ascendencia de Estados Unidos sobre Cuba. En sus escritos sobre la intervención de Estados Unidos en Nicaragua en 1911, Don Fernando anotó:
“Engendros anémicos de un imperialismo que moría, hemos seguido embrutecidos en la modorra tropical, de la que despertaremos acaso tarde, cuando otro imperialismo que crece nos haya arrasado en su torbellino. Cuba y Nicaragua, víctimas de igual dolencia, irán poco a poco desangrándose. Sólo una civilización intensa y difundida podría salvarnos: siendo cultos, seríamos fuertes. Seámoslo.”
Aunque sin vendas en los ojos, Ortiz todavía creía en la acción política de hombres rectos como antídoto a los males que corroían los cimientos republicanos. En 1916, año en el que Alfredo Zayas debió haber asumido la presidencia, Don Fernando fue electo a la Cámara de Representantes. El Partido Liberal ganó la contienda electoral en noviembre, pero los conservadores se negaron a entregarle las riendas del poder. Mario García Menocal se declaró victorioso un mes después de que los votos fueran emitidos. La elección, en realidad, había sido relativamente honesta. El resultado tardío llevaba el sello indeleble del fraude y desató una crisis política parecida a la de 1905-1906, cuando los moderados de Tomás Estrada Palma impidieron la elección de José Miguel Gómez. El año 1917 marcó un momento crítico en el desarrollo político de la joven República. Los aires de cambio que sacudirían a la sociedad cubana en los años 20 soplaron inicialmente cuando Menocal retuvo el poder ilícitamente con el consentimiento de la administración de Woodrow Wilson. Liberales y conservadores honestos se alarmaron como nunca, tanto ante la desfachatez de Menocal como por la manía liberal de recurrir a la lucha armada como método de protesta. Un grupo bipartidista de individuos con prestigio e integridad –Manuel Sanguily, Manuel Márquez Sterling, Enrique José Varona, Carlos Manuel de la Cruz, Cosme de la Torriente, Juan José de la Maza y Artola, Enrique Loynaz del Castillo, entre ellos– trataron infructuosamente de fundar un nuevo partido político. Aunque el nombre de Ortiz no aparece asociado a este esfuerzo, éste recogía todas sus preocupaciones.
Una de las consecuencias de la crisis provocada por la reelección fraudulenta fue la llegada a La Habana del General Enoch Crowder en 1919; se quedó hasta 1922 y supervisó la más flagrante intromisión de EEUU en los asuntos internos de Cuba. Pese a su nacionalismo intachable, Don Fernando colaboró con Crowder en la elaboración de un nuevo código electoral, cuya esencia era la reorganización de los partidos políticos a fin de debilitar la dominación de los caudillos. Don Fernando nunca consideró que el costado indiscutiblemente imperioso de la diplomacia norteamericana fuera la única cara de EEUU, y recomendó:
“Fortificación del sentimiento nacionalista, sin quijotismos santamente ilusos ni xenofobias anacrónicas. La mejor garantía de la independencia cubana es un gobierno culto, honrado y justo, basado en las aspiraciones populares y en cordial intimidad recíproca con los Estados Unidos.”
Ortiz optó por no aspirar a la reelección en 1922 y abandonó la Cámara de Representantes; sin embargo, no renunció a la tribuna política. En 1923, la Junta Cubana de Renovación Nacional publicó un Manifiesto a los cubanos, el primero de una serie que la sociedad civil lanzaría en contra del sistema político durante la primera mitad de la década. Don Fernando era el presidente de la Junta y autor del manifiesto. Curiosamente, éste diagnosticó el estado de la nación en términos domésticos: El nacionalismo que reclamaba era la conciencia cívica que debía conducir la actuación pública de los cubanos. La renovación nacional tenía que comenzar en casa. Dice el Manifiesto:
“Los cubanos queremos una vida Republicana, nuevas ideas públicas, nuevas prácticas gubernamentales, nuevas orientaciones legislativas, nuevas escuelas, nuevas riquezas, nuevos códigos, en fin, un nuevo espíritu cívico que avive como fuego purificador las energías del pueblo cubano, para consolidar la República y terminar la obra de la revolución libertadora, dándole a Cuba un gobierno realmente democrático y libre, defendido por una vigorosa civilización nacional y una resistente probidad política”.
El gobierno y la oposición dejaron huellas indelebles en el panorama político de los años 20. Movimientos políticos y sociales de diversas orientaciones alzaron primero la pancarta reformista y luego el grito de revolución. El esfuerzo de Machado por retener el poder en contra de los principios de la Constitución y la opinión pública fue el catalizador de lo que sería la revolución de 1933. El caudillismo alcanzó insólitas dimensiones en torno a Machado, enaltecido con honores que no tenían nada que ver con sus méritos y que obviaban la creciente oposición: Doctor Honoris Causa, Egregio, Salvador de la Patria, Hombre Cumbre, Primer Obrero de Cuba. En 1928 el sistema bipartidista se resquebrajó cuando liberales y conservadores se unieron sobre la base del cooperativismo para apoyar la falsa reelección del presidente; el pacto dividió a los partidos y preparó el terreno para el surgimiento de una nueva clase política en la década siguiente. En 1930 Ortiz, exasperado, salió de Cuba. Al partir reclamó la renuncia de Machado y el Congreso, la constitución de un gobierno provisional y una verdadera solución cubana a la crisis nacional. Esta última demanda se refería a la afirmación de los cooperativistas de que su acuerdo representaba una solución cubana; Ortiz replicó que dicha solución no podía ser un “cubaneo” más. Como es sabido, Don Fernando continuó siendo un intelectual público de excepcional altura hasta su muerte, pero nunca más participaría activamente en la política.
En 1923 Ortiz se dirigió a una prestigiosa asamblea en la Academia de Historia e instó al público a no considerar sólo la política en el estudio de la historia de Cuba. Don Fernando pidió: “Reconstruir la historia de Cuba sobre el conocimiento exacto de sus fundamentos étnicos, demográficos y culturales, más que sobre la esquelética armazón política”. La cultura cubana, argumentó, ha sido analizada “a la luz de la secular hoguera” de las luchas que le dieron la libertad a Cuba; otras luces del pasado necesitaban ser traídas para poder abarcarla en su totalidad. Probablemente tenía razón, por lo menos para ese entonces. Sin embargo, por los tiempos que vivimos, voy a desoir a Don Fernando cuando advirtió sobre la necesidad de apartarse de los derroteros políticos: Voy a hacer hincapié sobre la política republicana entre 1902 y 1928. La historiografía cubana ha estado demasiado centrada en la economía, en los movimientos sociales y en el peso de Estados Unidos. Necesitamos un entendimiento político de nuestro pasado por una sencilla razón: Es a través de la acción política que los pueblos hacen y rehacen su propia historia.

Un Movimiento Cívico para una República Civil

Los historiadores han enfatizado, con razón, el hecho de que la incompleta independencia cubana en 1902 desvirtuó el ideal separatista del siglo XIX. La Enmienda Platt claramente limitó la soberanía de la Isla. Sin embargo, la república caudillista vició las aspiraciones civiles y cívicas de sectores importantes del independentismo y, por ende, igualmente violó sus aspiraciones. Así como la Enmienda Platt limitó la soberanía nacional, la clase política posterior a 1902 transgredió las ambiciones republicanas del independentismo. Es esencial rescatar esta tradición cívica, que es también un legado de la labor de los autonomistas, para poder entender la trayectoria de la primera República.
La República se inauguró el 20 de mayo de 1902 bajo una Constitución que contenía la peculiar Enmienda mediante la cual EE.UU retenía el derecho de intervención para salvarguardar la libertad, el orden y las propiedades. No era, sin embargo, evidente cómo se daría su aplicación ni bajo qué condiciones. No pocos cubanos honorables pensaban que el buen gobierno anularía la enmienda foránea y, posiblemente, conduciría a su revocación. A finales de abril y comienzos de mayo de 1902, cuando Estrada Palma encabezó una extraordinaria marcha de regocijo popular, la Enmienda Platt pasó a segundo plano y nada mermó la felicidad por la próxima inauguración de la República. El primer presidente insistió en la “unión y concordia” a lo largo de la marcha cívica como pilares de la soberanía nacional y defensa contra el caudillismo que había frustrado a las repúblicas latinoamericanas. La cubana sería una República verdaderamente civilista2.
El movimiento cívico de la primera República sostuvo el buen gobierno como la mejor herramienta para el progreso y como el antídoto más eficaz contra la intervención de EEUU. El que las relaciones con Washington podían forjarse sobre términos dignos era una idea central de este movimiento; los cubanos lograrían un trato respetuoso de EEUU mediante un gobierno propio y capaz. Manuel Márquez Sterling lo expresó de forma contundente: “El civismo es, después de todo, la manifestación definitiva de la independencia consolidada”. Su conocido y citado ensayo de 1917, A la ingerencia extraña, la virtud doméstica, encapsuló el espíritu del movimiento.
El buen gobierno era una medida tan válida de una transición exitosa de la colonia a la República como una soberanía nacional sin cortapisa. El gobierno propio se apartaría del comportamiento establecido por los capitanes generales –déspotas, arbitrarios, corruptos, excluyentes, represivos– a fin de cumplir las aspiraciones del independentismo. Los poderes imperiales siempre han menoscabado la capacidad de los colonizados para el autogobierno: España sostenía que el ajiaco racial cubano era un obstáculo insuperable para la civilización. Uno de los logros estelares del movimiento anticolonial después de 1878 fue precisamente la conformación de una cubanidad inclusiva y segura de sí misma, que identificaba al racismo con el colonialismo. En la Isla y en la diáspora, los tabaqueros, la intelectualidad, la pequeña burguesía e incluso criollos adinerados forjaron la inquebrantable certeza de que los cubanos sí eran capaces de gobernarse. El éxito político del Partido Revolucionario Cubano (PRC) y las proezas militares del Ejército Libertador avalaron el ideal de una Cuba libre; la batalla, sin embargo, también se libraba en el plano de las ideas y de la autoestima nacional. Cuba y sus jueces, libro de Raimundo Cabrera, encarnó la lucha en el campo ideológico. Publicado inicialmente en 1888 en respuesta a Cuba y su gente, del español Fernando Moreno, el libro de Cabrera se convirtió en el primer best-seller cubano, contando rápidamente con siete ediciones. Cuba y sus jueces narra detalladamente los logros cubanos a pesar del enorme atraso de España y expresa fe firme en el progreso que una Cuba libre lograría.
Punto y aparte de la Enmienda Platt, la joven República se inició razonablemente bien. Bajo Estrada Palma los augurios parecían prometedores. La reconstrucción económica procedía a buen paso, el erario nacional registraba excedentes, la primera administración cubana continuó y hasta superó lo logrado en materia de obras públicas, educación y salud por John Brooke y Leonard Wood, los dos gobernadores norteamericanos entre 1898 y 1902. Aproximadamente un cuarto del presupuesto nacional fue gastado en la educación, el perfil de salud de los cubanos seguía mejorando, el programa de construcción de carreteras triplicó los kilómetros pavimentados durante la ocupación de EEUU. La intromisión de EEUU en los asuntos cubanos fue modesta. Cuba, en efecto, manejó la posibilidad de un acuerdo de comercio con Gran Bretaña para obtener, finalmente, el tratado de reciprocidad con EEUU que se demoraba por la oposición de los productores de remolacha. En breve, Estrada Palma gobernó aceptablemente por tres años. En el cuarto año, el panorama se nubló: miembros del gabinete y otros allegados de Don Tomás planearon, conspiraron y forzaron su reelección. La crisis desatada no sólo opacó los logros de su gobierno sino que fue la causante de la subsiguiente intervención de EEUU, más dañina del incipiente sentido de nación que la misma Enmienda Platt. Los anexionistas y los residentes españoles vieron en la intervención la prueba irrefutable de la incapacidad de los cubanos para gobernarse. EEUU y la opinión internacional confirmaron sus sospechas de que los cubanos era inmaduros y, más grave aún, la crisis de 1905-1906 y la ocupación de 1906-1909 reforzaron las dudas sobre sí misma que azotaban a la sociedad cubana. Las bases que Don Tomás había sentado durante tres años se quebrantaron al negarse a pactar con los liberales. El sentimiento de orgullo y confianza en una Cuba libre, que había caracterizado al independentismo, sufrió un golpe durísimo; posteriormente, el pesimismo se fue apoderando de la República.
El movimiento cívico era elitista. Muchos de sus militantes criticaban el sufragio universal tan firmemente como sus precursores habían denunciado la esclavitud en el siglo XIX: “dos instituciones diametralmente opuestas y equivocadas”3. El populismo –según ellos, consecuencia inevitable del sufragio universal– era hostil al buen gobierno; la demagogia era el resorte más cómodo para los políticos. Éstos se mostraron totalmente incompetentes “para los fines patrióticos de consolidación del país, pero en sumo grado hábiles para aprovecharse de la sencillez de sus conciudadanos menos instruidos”4. Una cruzada en pos de la cultura, la educación y una creciente conciencia cívica era imperativa para elevar la calidad de la ciudadanía; al igual que lo era la inmigración blanca. La educación pública y secular era el medio para forjar el nuevo ciudadano que la República necesitaba. Cuba contemporánea, Revista bimestre y otras publicaciones deploraron el abandono que había sufrido después de la presidencia de Estrada Palma. Carlos M. Trelles, en efecto, definió el retroceso de la República , en primer lugar, en términos educacionales: entre 1903 y 1922, el número de profesores se incrementó de 3,500 a 6,000, mientras que el número de soldados aumentó de 3,000 a 13,000; los gastos para la educación se redujeron de un 25 por ciento a un 15 por ciento del presupuesto, mientras los militares se incrementaron de un 10 por ciento a un 24 por ciento. El problema era de liderazgo, la ausencia de una clase política que fuera capaz de consolidar la República como los independentistas lo habían hecho tan hábilmente en pos de Cuba libre. Una vanguardia cívica dirigiría a la ciudadanía al ejercicio prudente de sus derechos y auparía las “singulares dotes de nuestro pueblo para el ejercicio ordenado de todos sus derechos y libertades”5. Apuntaba Carlos de Velasco: “¡Cuántas cosas no se harían mejor de lo que se hacen, si el pueblo se enterase bien de todo lo que le atañe y diera su merecido a cada cual!”6. Los civilistas argumentaban que una clase política lo suficientemente honesta (“un poco de prudencia en el manejo del tesoro nacional”) marcaría para bien las relaciones EEUU-Cuba y fortalecería la confianza de los cubanos de a pie en la República7.
En 1892, el artículo 4 del programa del PRC afirmaba:
“El Partido Revolucionario Cubano no se propone perpetuar en la República Cubana, con formas nuevas o con alteraciones más aparentes que esenciales, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia, sino fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta por la esclavitud.”
El movimiento cívico abrazó de lleno el espíritu civil y moderno del PRC. Pero los civilistas se remontaban asimismo a la oposición a la supremacía militar que Ignacio Agramonte había manifestado durante la Guerra de los Diez Años: “La doctrina de los camagüeyanos, por peligrosa y perjudicial que haya parecido después, aún en el supuesto de que hubiera sido el origen del fracaso de la Revolución de 1868, fue la buena, pues enseñó a los cubanos a sentir un santo horror por todo lo que fuera tiranía, despotismo, verdadera dictadura militar”8. Los fracasos de la República se hacían eco de los vicios de la colonia y los tiempos, por tanto, exigían fortificar nuevos hábitos y enterrar los viejos adquiridos a través del yugo español que había esclavizado a todos los cubanos. La cultura y la educación en una República civil alentarían que un número creciente de cubanos sintieran, según Márquez Sterling, “la independencia como facultad inviolable del espíritu”. Para los civilistas, la crisis de 1905-1906 fue dolorosísima: Estrada Palma había sido un buen presidente, pero su intransigencia ante los liberales y luego la facilidad con que le entregó el país a los norteamericanos manchaban su récord honorable. Aun así, Don Tomás siguió siendo una especie de faro pues sus primeros tres años demostraron la capacidad de los cubanos para gobernarse, como Cabrera tan apasionadamente lo había anticipado en su best-seller.

Conclusión

Durante la primera República no se establecieron los cimientos institucionales e ideológicos que estabilizaran el sistema político. Los conflictos en la élite reflejaban un afán de hegemonía y exclusión; los mecanismos de consenso fueron débiles y de corta duración. Es decir, la República civil fue frustrada y la Cuba republicana no allanó los nuevos caminos que formaban el ideal independentista. La falta de confianza entre las élites no era inusual en América Latina en momentos de transición política o de expansión de la participación ciudadana. Lo distintivo de Cuba fue la inhabilidad de la sociedad política de afianzar un camino institucional estable como sucedió en México, o consolidar el poder sobre la base del Ejército, bien en la variante “sultanista” de Nicaragua y República Dominicana o la populista de Brasil y Argentina. Cuba tomó otros giros y nos hace falta comprender cabalmente sus particularidades políticas. Hacer hincapié en la política –pese a la súplica de Fernando Ortiz– arrojaría luz sobre el escenario cubano desde adentro y, por tanto, subrayaría el peso de factores endógenos –no el deus ex machina del “imperialismo yanqui”– en el desenvolvimiento nacional.

Notas

1. Una versión de este ensayo fue presentado en el simposio, “Contrapunteo cubano: Cultura cubana e historia en la obra de Fernando Ortiz”, 20-22 marzo 2000, en la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Ésta fue publicada en
Centenario de la República, 1902-2002 , William Navarrete y Javier Castro Mori (editores) Miami: Ediciones Universal, 2002.

2. Marifeli Pérez-Stable, “Estrada Palma ’s Civic March:
From Oriente to Havana, April 20-May 11, 1902"
, Cuban Studies/Estudios Cubanos. 29. 2000. 135-121.

3. José Sixto Solá, “El pesimismo cubano”,
Cuba Contemporánea (diciembre de 1913), 281.

4. Carlos de Velasco, “El problema negro”,
Cuba Contemporánea
(febrero de 1913), 77.

5. Mario Guiral Moreno, “El saneamiento de las costumbres públicas y la educación cívica del pueblo”, Cuba Contemporánea (febrero de 1917), 109.

6. Carlos de Velasco, “La obra de la revolución cubana”.
Cuba Contemporánea (julio de 1914), 281.
Miguel de Carrión “El desenvolvimiento social de Cuba en los últimos veinte años”,
Cuba Contemporánea (septiembre de1921), 25

8. Julio Villoldo, “La República civil”,
Cuba Contemporanea
(marzo de 1918), 193.


 

Revista Vitral No. 60 * año X * marzo-abril de 2004
Marifeli Pérez-Stable
(La Habana, 1949)
Fue Presidenta del Instituto de Estudios Cubanos de 1994-1998. profesora de Sociología en la Universidad Internacional de la Florida. Coordinadora del proyecto: «Cuba, la Reconciliación Nacional». Ha publicado varios artículos y libros sobre Cuba.