Dice Vesna Terselic, que hay palabras
que son como un zumbido, que las vas encon
trando aquí y allá en las iniciativas que tienen que ver
con el desarrollo de las personas y de los pueblos, que saltan en las
conversaciones de pacifistas, ecologistas, feministas y hasta en los
documentos de las Naciones Unidas. Son palabras que cambian de estación
en estación y año con año. El empoderamiernto (empowerment
en inglés y algo así como fortalecimiento
en buen castellano...pero hace cuánto tiempo que el castellano
ya no es el mismo...)aparece en mucha de la literatura actual, especialmente
en aquella que se refiere a los trabajos de transformación social,
como un intento de explicarnos a nosotros mismos y a los demás
lo que estamos haciendo.
Hasta hace unos años la palabra mágica y revolucionaria
era participación. Pero a partir de los años
90 la más invocada es empoderamiento. ¿Hay algún
cambio entre estos dos conceptos? ¿Es uno más avanzado
que el otro, o es simplemente la manía de nombrar lo mismo con
diferentes apelativos?
Historia de un concepto
El concepto de empoderamiento se formó en los Estados Unidos.
La palabra aparece por primera vez en el libro Empoderamiento negro
de Bárbara Salomón, en 1976, pero no se hizo popular sino
hasta finales de la década de los 80, a través de la obra
de Carolina Moser sobre análisis de género en 1989. Varios
movimientos ejercieron influencia en la aparición de este concepto:
el movimiento de los negros, el movimiento de las mujeres (que fue el
que le dio carta de ciudadanía al empowerment), las campañas
alfabetizadoras de Paulo Freire, el anarquismo, el marxismo, etc. Actualmente
oímos hablar de empoderamiento a los que trabajan en educación
de adultos, en trabajo comunitario, en trabajo social y hasta en personajes
tan disímiles como Clinton, Major o Putin.
La demanda de participación creció cuando las grandes
revoluciones del siglo XX mostraron que no habían aportado demasiados
beneficios a los más pobres. Por eso la demanda de participación
apareció como una demanda humilde y modesta, no orientada a la
conquista del poder o al control de los recursos del planeta. El poder
podía quedarse en manos de quienes lo manejaban, con tal de que
se dejara un espacio libre para que las comunidades tomaran sus propias
decisiones a escala local. El problema es que en muchos países,
con participación o sin ella, los pobres han seguido empobreciéndose
y ha aumentado el número de guerras. Véase, si no, el
caso de la India, una de las democracias mejor diseñadas del
planeta.
Es por eso que en la reflexión social se ha pasado del concepto
de participación al de empoderamiento. Sin embargo, como han
ya de imaginar, el problema fundamental surge cuando preguntamos, ¿de
qué poder se trata? El primer problema insoslayable es, no tanto
el concepto de empoderamiento, sino el concepto raíz del poder,
que ha estado sometido a polémica en los últimos años.
Mucha de la gente que usa la palabra empoderamiento no se da cuenta
de las variadas posibilidades que existen de que el término sea
causa de malentendidos.
Dos clases de poder
Algunas definiciones de poder se centran, con diferentes grados de
sutileza, en la capacidad de que dispone una persona o grupo para lograr
que otra persona o grupo haga algo en contra de su voluntad. Este «poder»
se encuentra en los procesos de toma de decisiones, en el conflicto
y en la fuerza, y es llamado poder de suma cero porque se
resume en la fórmula: mientras más poder tiene una persona,
menos tiene la otra. Este poder se define en relación con la,
obediencia. Por eso se le llama PODER SOBRE, ya que se considera que
ciertas personas tienen control o influencia decisiva sobre otras. Las
feministas han demostrado que generalmente el «poder sobre»
es ejercido por los varones sobre otros varones, los varones sobre las
mujeres y los grupos sociales, políticos, económicos o
culturales dominantes sobre los que están marginados; es, por
tanto, un instrumento de dominación.
Este poder tiene maneras muy sutiles de ejercerse y de lograr sus objetivos.
La más frecuente es cuando se convierte en tarea educativa. Entonces,
las personas a las que se niega sistemáticamente el poder y la
influencia en la sociedad dominante, interiorizan los mensajes que reciben,
sobre cómo se supone que deben ser o tienen que ser y cómo
estas personas llegan a creer que esos mensajes son ciertos. A esto
se le llama «opresión interiorizada» y se convierte
en algo tan arraigado que sus efectos llegan a confundirse con la realidad
y a justificarse como naturales. Un ejemplo claro lo constituye la mujer
sometida a abusos violentos cuando expresa sus propias opiniones. Finalmente
llegará a creer que no tiene opiniones propias.
Hay, en cambio, otra forma de entender el poder. Se trata de un concepto
que ha sido alimentado por lo mejor de la doctrina y la práctica
cristiana y humanista. Es la definición de poder en términos
generativos: poder es la capacidad que tienen unas personas para estimular
la actividad de otras y elevar su estado de ánimo y su nivel
de vida. Es bajo esta noción de poder que surgen los liderazgos
que persiguen que un grupo alcance todo aquello de que es capaz, que
supere los conflictos de intereses y que sea el propio grupo el que
formule su agenda colectiva de trabajo. Este modelo de poder se diferencia
del de «suma cero» porque el aumento de poder de una persona
no significa necesariamente la disminución del poder de otra.
A este poder le llamaremos PODER PARA y se logra solamente cuando las
personas somos capaces de cuestionar y resistir al PODER SOBRE.
Pero hay todavía un elemento más proveniente de la tradición
evangélica que hay que considerar para enriquecer este concepto
de «Poder para». Se trata de la consideración que
Jesucristo hace en Mat 20,25-28 y que equipara el poder con el servicio,
como único criterio válido para que el poder sea usado
en la perspectiva del evangelio que él trae. El «poder
para» es un servicio gratuito y altruista. El verdadero poder
no es el que hace más grande a la persona, sino el que se ejerce
para que todos puedan «ser más». Pero este ejercicio
del poder como servicio, requiere una buena dosis de sacrificio y de
espíritu de entrega. No a otra cosa se refiere la frase final
de este pasaje, cuando Jesús afirma que no ha venido a
ser servido, sino a serviry añade categórico: y
a dar mi vida por los demás.
Empoderamiento: una
definición multidimensional
El empoderamiento, pues, ha de verse y juzgarse en relación
con la idea que la persona tenga de poder. Hay empoderamientos que producen
vida y otros que producen muerte. Escuchemos lo que Jo Rowlands1 expone
acerca de una definición de empoderamiento:
En el contexto de la definición convencional, el empoderamiento
debe consistir en introducir dentro del proceso de la toma de decisiones
a las personas que se encuentran fuera del mismo. Ello pone un fuerte
énfasis en el acceso a las estructuras políticas y a los
procesos formalizados de toma de decisiones y, en el ámbito económico,
en el acceso a los mercados y a los ingresos que les permitan participar
en la toma de decisiones económicas. Todo ello remite a personas
capaces de aprovechar al máximo las oportunidades que se les
presentan sin o a pesar de las limitaciones de carácter estructural
impuestas por el Estado. Dentro de la interpretación generativa
del poder (poder para) el empoderamiento incluye...procesos en que las
personas toman conciencia de sus propios intereses y de cómo
estos se relacionan con los intereses de otros, con el fin de participar
desde una posición más sólida en la toma de decisiones
y, de hecho, influir en tales decisiones.
Pero las diferentes perspectivas de trabajo han ido enriqueciendo el
concepto de empoderamiento. Las feministas, por ejemplo, han hecho una
gran aportación. Como ellas sostienen que la interpretación
del «Poder sobre» conlleva la comprensión de las
dinámicas de opresión y de la opresión interiorizada,
sostienen también que tal poder, cuando se ejerce sobre los grupos
menos poderosos, afecta su forma de percibirse a sí mismos con
la capacidad y el derecho de ocupar ese espacio decisorio. Esa es para
ellas la primera etapa de la lucha de empoderamiento. Así, sostienen
las feministas, las capacidades que se atribuyen a un determinado conjunto
de personas son, en gran medida una construcción social. El empoderamiento,
por tanto, debe llevar a deshacer las construcciones sociales negativas,
de forma que las personas afectadas lleguen a considerarse a sí
mismas cooposeedoras de la capacidad y el derecho de actuar y tener
influencia.
En el campo educativo (asesoramiento, educación formal, trabajo
social) el empoderamiento se entiende generalmente de acuerdo con el
concepto de Freire de concientización, y se centra en individuos
que se convierten en «sujetos» de sus propias vidas y desarrollan
una «conciencia crítica», es decir, la comprensión
liberadora de sus circunstancias y del entorno social que los conduce
a la acción transformadora. Desde esta perspectiva, el trabajo
de empoderamiento implica una mutación en la conciencia personal.
En un contexto de trabajo por el desarrollo, el empoderamiento toma
otros rasgos. Escuchemos la definición de Séller y Mbwewe:
Un proceso mediante el cual las mujeres llegan a ser capaces de
organizarse para aumentar su propia autonomía, para hacer valer
su derecho independiente a tomar decisiones y a controlar los recursos
que les ayudarán a cuestionar y a eliminar su propia subordinación.2
Esta visión del empoderamiento desde una experiencia de trabajo
de desarrollo entre mujeres de Zambia muestra que a menudo se identifican
equivocadamente los términos de empoderamiento y desarrollo.
Se piensa falsamente que el empoderamiento llega a través de
la solidez económica de manera automática. Algunas veces
puede que sea así, pero no siempre ni en muchos casos, porque
han de entrar en consideraciones relaciones específicas determinadas
por el género, la cultura, la clase social y, en la India, hasta
la casta. Cuando el enfoque de empoderamiento se centra únicamente
en las actividades económicas, no se crean automáticamente
espacios para que la mujer analice su propio papel como mujer, ni otros
aspectos problemáticos de su vida en los que el empoderamiento
tendría algo que decir.
En el trabajo de la comunicación social, el poder se entiende
como la capacidad de una persona de producir determinados efectos,
buscados o previstos, en otras personas3,así que el empoderamiento
es entendido como el aumento en la capacidad de producir estos efectos
en las personas. Esta capacidad de tener influencia hace que el empoderamiento
sea preferible a la participación, porque refleja una intención
no sólo de llevar a cabo algún tipo de contribución,
sino de contribuir, pero de un modo que lleve a un desplazamiento perceptible
en las relaciones de poder.
Por último, para no cansar, la práctica psicoterapéutica
también ha dado su aportación al enriquecimiento del concepto
de empoderamiento. Escuchemos la definición de McWhirter:
Es el proceso por el que las personas, las organizaciones o grupos
carentes de poder (a) toman conciencia de las dinámicas del poder
que operan en su contexto vital, (b) desarrollan las habilidades y la
capacidad necesarias para lograr un control razonable de sus vidas,
(c) ejercitan ese control sin infringir los derechos de otros y (d)
apoyan el empoderamiento de otros en la comunidad.4
Esta definición, como podemos ver, aumenta un rasgo que nos resultará
importantísimo: que el empoderamiento no es una acción
o un conjunto de acciones, sino un proceso y que implica pasar del conocimiento
a la acción. Por eso la autora hace la distinción, que
nos será muy útil, de situaciones de empoderamiento (empowered),
cuando se cumplen las cuatro condiciones y y situaciones empoderadoras
(empowering), cuando se desarrollan una o más condiciones, pero
no están presentes todas.
Primeras premisas
para el empoderamiento
¿Cómo poner un cierto orden entre tantas definiciones
que nos llegan desde tantos y tan diversos campos del saber y de la
acción? Intentemos ahora, desde la perspectiva nuestra, es decir
de educadores en valores cívicos y religiosos, establecer en
qué medida y bajo qué premisas este concepto puede ser
pertinente para nosotros.
Hay que partir, en primer lugar, de la distancia que solemos poner entre
nosotros y el poder. Y es que nuestras experiencias con el poder no
han sido siempre las mejores. Esto ha creado, en ciertos casos, una
aversión al poder que tiene sólidas razones, pero ha sumido
a muchas organizaciones sociales en una especie de timidez, en la que
el activista o el facilitador educativo sentía que, fuera cual
fuera el tipo de poder en cuestión, la misma palabra «poder»
estaba maldita. De ahí surgían muchas acusaciones a miembros
de organizaciones que eran acusados de «apego al poder»
o de ser simplemente manipulados por él.
Es cierto que las relaciones con el poder, cualquiera que éstas
sean, han de ser muy bien pensadas y se deberán hacer con el
máximo de prudencia. Pero también es cierto que el uso
del concepto de empoderamiento nos puede servir para reconocer, de una
vez por todas, que si queremos tener una influencia real, hemos de afrontar
directamente el tema del poder. Y mientras el concepto de participación
nos permite solamente tomar parte de la estructura del poder, el concepto
de empoderamiento puede significar transformar las relaciones de poder
a través de la transformación de uno mismo, de las relaciones
sociales y la cultura.
Un segundo elemento, importantísimo para nuestra tarea en Cuba,
es conocer que, aunque sepamos desde el punto de vista conceptual qué
puede significar el empoderamiento, queda el problema de cómo
llevar adelante esta tarea, especialmente cuando las desigualdades que
se han intentado corregir desde hace siglos siguen siendo parte importante
de las estructuras del poder actuales. Ante esto hay que afirmar, porque
así lo enseña la experiencia, que hay momentos propicios.
Que aunque el empoderamiento sea un proceso que puede y debe realizarse
a tiempo y a destiempo, hay circunstancias históricas para la
transformación. Yo creo que a nivel internacional se van moviendo
fuerzas que convierten a este momento en un instante que hay que aprovechar.
El sistema neoliberal y las estrategias de comercio que han creado un
mundo que genera cada vez más pobres, enfrentan hoy, a una escala
planetaria, un movimiento de repulsa. Las manifestaciones de Seattle,
de Génova y, en septiembre próximo, de Cancun, así
lo demuestran. Después de constatar esto, tenemos que enfrentar
el paso siguiente: no importa solamente establecer y mantener el horizonte
de un mundo utópico más justo, que es lo que expresa la
frase «otro mundo es posible», sino preguntarnos qué
pasos, limitados pero realizables, podemos dar ahora, qué experiencias
de fortalecimiento pueden llevar a cabo ciertas fuerzas sociales, cómo,
además de manifestarse a las puertas de los que toman decisiones,
podemos lograr una participación más activa en tales tomas
de decisión.
Un tercer elemento, no menos importante, es que el empoderamiento será
posible si superamos nosotros, y animamos a otros a superar, el comportamiento
de víctimas y, en cambio, mostramos asertividad como ciudadanas
y ciudadanos activos. Sólo así puede iniciarse un proceso
de empoderamiento que lleve a una reestructuración social desde
la base.
Referencias
1.- Rowlands Jo, Questioning empowerment Oxford 1997
2.- Keller B. Mbwewe D.C. Policy and planning for the empowerment of
Zambias women farmers, Canadian Journal of Development Studies
12/1 Wrong Policy 1991 75-88
3.- Wrong Dennis, Power Philadelphia, Transaction Pub. 1995
4.- McWhirter E.H., Empowerment in counselling, Journal of Counseling
and Development 69 1991 222-227.