Revista Vitral No. 60 * año X * marzo-abril de 2004


PATRIMONIO CULTURAL

 

MONSEÑOR ÁNGEL GAZTELU GORRITI, SACERDOTE Y POETA

PBRO. VALENTÍN SANZ GONZÁLEZ CM

P. Ángel Gaztelu .

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Harto difícil me resulta escribir algo sobre mi «Padrino». No por falta de datos, anécdotas y vivencias personales, sino por todo lo contrario...Son demasiados para resumirlos en tan poco espacio. Temo, sobre todo, no estar a la altura digna de quien tan magníficamente utilizó la pluma...No pretenden, pues, estas líneas ser algo más que un testimonio de mi afecto y admiración. Como tal léanse.
Mi relación con el P. Gaztelu comenzó en el año 1961, cuando mi hermano y yo empezábamos a prepararnos para hacer la Primera Comunión en la Parroquia del Espíritu Santo. La hicimos un 10 de septiembre de 1962, Solemnidad de Pentecostés. Al año siguiente, por la misma fecha, me llevaba en su viejo Plymouth, al Seminario del Buen Pastor. Desde ese momento devino celoso Ángel Guardián – Arcángel Miguel, más bien «a capa y espada»—de mi vocación sacerdotal, en su proceso anfractuoso (¡le encantaba ese adjetivo!).
Recuerdo que me llevaba con él en sus visitas a casa de los pintores Portocarrero y Milián, de Lezama, de Lorenzo el escultor, Cintio Vitier y Fina García Marruz, Eliseo Diego y algunos otros escritores y artistas, quienes también solían frecuentar la casa parroquial. Me viene a la memoria, por ejemplo, el bautismo del nieto -y ahijado- del canciller Raúl Roa, en el cual yo ayudé como acólito, con la asistencia de algunos amigos y amigas del ámbito cultural, entre los cuales me llamó la atención el famoso “Bola de Nieve”.
Monseñor Ángel Gaztelu Gorriti, “El Padre”, como le llamaban respetuosamente sus colegas de Orígenes, había nacido en Puente la Reina, Navarra, el 19 de abril de 1914. Una deliciosa villa, a la cual tuve el privilegio de “peregrinar” –que en ese ánimo fui- antes de regresar a Cuba el año pasado, al terminar mis estudios en España. Gloria, la sobrina nieta del Padre, fue mi amable cicerone. Allí pude ver su casa natal –la de su familia materna- los Gorriti—lamentablemente abandonada hoy. A sus trece años de edad su familia emigró a Cuba, de la cual se enamoró el adolescente “a primera vista” y con una pasión que lo acompañó hasta el final de su vida, hasta el punto de fusión “hipostática” de entrambas naturalezas. Casi inmediatamente a su llegada entró en el Seminario San Carlos y San Ambrosio, donde ya antes de ordenarse de presbítero enseñó latín y gramática castellana.
No sin haber franqueado algún que otro inconveniente, fruto de la miope incomprensión de su vocación literaria, fue ordenado en 1938, enviándosele a trabajar, como decía él, “a la última parroquia de La Habana”, San Nicolás de Bari. De ahí pasó a Bauta (y encargado de Caimito del Guayabal) en 1940, donde realizó, junto con la celosa tarea pastoral, una extraordinaria labor de remozamiento del templo parroquial apoyado por amigos artistas como el escultor Lozano y los pintores Portocarrero y Mariano. También edificó varias iglesias nuevas en la zona, entre las cuales sobresale, sin duda, la capilla de Nuestra Señora de la Caridad de Playa Baracoa, diseñada por el arquitecto Eugenio Batista, sobre la base de criterios litúrgicos avanzadísimos orientados por Gaztelu (altar “de cara al pueblo” mucho antes del Vaticano II), donde colocó en el ábside un moderno crucifijo tallado en madera por Lozano, junto con las catorce estaciones del Vía Crucis y un precioso mural en mosaico de la Virgen de la Caridad, obras de René Portocarrero.
Llegó, finalmente, al Espíritu Santo, en 1957. allí se deja sentir también su labor renovadora, inspirada siempre en una síntesis perfecta entre su vocación sacerdotal y su exquisito sentido artístico. Quedan allí las huellas de su paso, por ejemplo, en el mausoleo del obispo Valdés, con su estatua yacente y el Baptisterio, con la lápida en bronce del Bautismo del Señor, sendas obras de Lozano, el remozamiento del retablo del Altar Mayor bajo la magnífica cúpula gótica –la mejor de ese estilo en Cuba, cuya piedra tallada acertadamente mandó él desnudar- y el buen gusto- rara avis en esas circunstancias—con que acometiera la reforma litúrgica del Vaticano II, amén de tantos recuerdos imperecederos dejados en el edificio material, pero sobre todo en las “piedras vivas” de esa comunidad parroquial y en el popular barrio. “Domine dilexi decorem domus tuae” (“Amé, Señor, el decoro de tu casa”, Sal 25/26,8), reza la losa conmemorativa de su faena restauradora, expresando inequívocamente su motivación profunda, como en el caso de San Francisco de Asís, más allá del mero significado material del templo.
Desde 1984, aunque su corazón quedó siempre en Cuba, se instaló en Miami, muy a pesar suyo –me consta-, ejerciendo el ministerio sacerdotal en la Parroquia de San Juan Bosco, sin perder nunca los vínculos con la Iglesia que vive en Cuba y, -trascendiendo las cuestiones ideológicas- con sus amistades y personalidades de la cultura en la Isla, hasta que a sus 89 años lo sorprendió la muerte el pasado día 29 de octubre. No desperdiciaba él ocasión de manifestar su añoranza por Cuba y su deseo de volver a ella. En el reverso de una postal fechada el 18 de octubre de 1992, que conservo cual tesoro, me escribía: “Cada día que pasa me aumenta más el deseo de volver a esa...viva la espera en la real y verde palma de esa el alma...y sobre todo en las manos de Dios”. Frase, la referente a la palma (imagen simbólica, evocación “sacramental”de su Cuba amada), que me recuerda su soneto:

Radiante, vegetal arquitectura
-canon gentil de enhiesta gallardía-
en tus plumajes verdes se depura
el aire en liras y alas de armonía...
(“Palmera”, fragmento, en Gradual de laudes)

Más el “anhelo” siempre subordinado, desde la hondura de su fe, a la inescrutable Voluntad Divina (“...y sobre todo en las manos de Dios”), como el Moisés que contempla de lejos la Tierra, cumpliéndose así plenamente, al final de sus días de Éxodo-Exilio indeliberado, cuanto ya desde su juventud expresaba en este otro soneto, uno de mis preferidos (¡Me parece oírselo recitar!):

ANHELO

Quiero ser como el río, Señor,
dócil al cauce que le da forma;
quiero ser río de amor
siempre y cuando tú seas mi norma.

No me detendré a mirar la flor
Si su cristal espeja y se transforma,
ni me quedaré con su color
que es vano si tu luz no lo informa.

Pura el agua, si es que se remansa,
será para contemplarte mansa
del íntimo recodo en la calma

vislumbrando en la gama y en la flor
las huellas de tus pasos, Señor,
río de amor, remanso del alma.
(De Gradual de laudes)

La obra poética del Padre Gaztelu, “descubierto” por Juan Ramón Jiménez durante su visita a Cuba en 1936, se inicia desde muy temprano con su colaboración con Lezama en las revistas Verbum (1937), Espuela de Plata ( 1941) y Nadie Parecía (1943) y se consuma en la fundación del grupo Orígenes en 1944, junto a la generación de intelectuales que marcarían indeleblemente la cultura cubana. Se concentra dicha obra, fundamentalmente, en estos libros: Poemas (1940), Gradual de laudes (1955, primera edición, de las cinco que tuvo) y Poemario (1994), pero éstos son apenas como la “punta del iceberg” de incontables textos dispersos e inéditos que algún día valdría la pena publicar, pues no sólo sus cartas, sino la más mínima nota escrita por él, rezuman poesía por los cuatro costados. No sabía hacerlo de otro modo. (últimamente, por ejemplo, escribía sus homilías –con esmerada y pulcra caligrafía- coleccionándolas organizadamente por ciclos litúrgicos). A todo esto es indispensable sumar la extensa bibliografía “pasiva”: Antologías que lo incluyen, artículos sobre él en diferentes publicaciones, etc.
En la última ocasión en que lo visité, me obsequió una fotocopia del cuaderno inédito de poemas de su juventud (1932-1934) que, según la nota –de su puño y letra- a manera de introducción, se los había dado a Lezama, siendo él aún seminarista, y que fueron “hallados entre sus papeles y libros del escritorio de la casa donde vivía” poco después del fallecimiento de éste y devueltos a Gaztelu por un amigo. De entre esos poemas me impresiona el primero, titulado “el Ángelus”, inspirado –según otra nota marginal suya- por la contemplación de la “crepuscular pintura de Millet”, reseña espléndida del cuadro (¡Ahora sé por qué me atrajo, como un imán, en el Louvre!), concluyendo una estrofa que bien podría autodefinir la vida y la obra del sacerdote-bardo:

El sonido tremola en el celaje,
cual tremolan las notas en la lira
y el poeta en un éxtasis se inspira
con la Oración que late en el paisaje.

En cierta ocasión conversábamos él y yo en la soledad de su celda de San Juan Bosco, rodeados de libros y numerosos recuerdos de Cuba y de su Puente inolvidado (exponía con orgullo la magnífica fotografía hecha por él con su Kodak Retina –II desde una colina cercana, que en vano intenté imitar) Me dijo, como lamentándose: “Siento que en algo fracasé contigo: hubiese deseado hacer de ti un poema”. Le respondí: “Padrino, no ha fracasado: ¡Ud. me hizo gustar la buena poesía y apreciar el verdadero arte!” Eso debo a Gaztelu. Y mucho más: el haberme enseñado la síntesis imprescindible entre Fe y Cultura, la visión del Arte de toda época y lugar, como reflejo e inspiración del Supremo artista, el descubrimiento de la trascendencia de lo Bello como propiedad metafísica del ser, la revelación de lo que de humano hay en la escritura Sagrada y lo que hay del Espíritu Divino en las letras humanas, la certeza inefable de la Encarnación de la Palabra en la palabra, la epifanía de la vida en la vida. Gracias, Padrino, auténtico “Evangelizador de la Cultura”. Ha podido Ud. con toda propiedad y con su resonante voz barítona de navarro incubanado hasta la médula, entonar el “Nunc dimitis, Dominie, servum tuum in pace” (“Ahora permite, Señor, a tu siervo irse en paz”, Lc. 2,29).
Amén.


 

 

 

Revista Vitral No. 60 * año X * marzo-abril de 2004
Pbro. Valentín Sanz González CM
Sacerdote paul. Párroco de la Trinidad en Santiago de Cuba. Fotográfo. Este artículo esta tomado de la revista «Claras Luces» de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba, Número 15- septiembre 2003.