Revista Vitral No. 60 * año X * marzo-abril de 2004


PEDAGOGÍA

 

EL EMPODERAMIENTO
Y SUS SIGNIFICADOS

P. RAÚL LUGO

Historia de un concepto.

Dos clases de poder.

Empoderamiento:
una definición multidimensional.

Primeras premisas para el empoderamiento.

Referencias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dice Vesna Terselic, que hay palabras que son como un zumbido, que las vas encon
trando aquí y allá en las iniciativas que tienen que ver con el desarrollo de las personas y de los pueblos, que saltan en las conversaciones de pacifistas, ecologistas, feministas y hasta en los documentos de las Naciones Unidas. Son palabras que cambian de estación en estación y año con año. El empoderamiernto (“empowerment” en inglés y algo así como “fortalecimiento” en buen castellano...pero hace cuánto tiempo que el castellano ya no es el mismo...)aparece en mucha de la literatura actual, especialmente en aquella que se refiere a los trabajos de transformación social, como un intento de explicarnos a nosotros mismos y a los demás lo que estamos haciendo.
Hasta hace unos años la palabra mágica y revolucionaria era “participación”. Pero a partir de los años 90 la más invocada es empoderamiento. ¿Hay algún cambio entre estos dos conceptos? ¿Es uno más avanzado que el otro, o es simplemente la manía de nombrar lo mismo con diferentes apelativos?

Historia de un concepto

El concepto de empoderamiento se formó en los Estados Unidos. La palabra aparece por primera vez en el libro Empoderamiento negro de Bárbara Salomón, en 1976, pero no se hizo popular sino hasta finales de la década de los 80, a través de la obra de Carolina Moser sobre análisis de género en 1989. Varios movimientos ejercieron influencia en la aparición de este concepto: el movimiento de los negros, el movimiento de las mujeres (que fue el que le dio carta de ciudadanía al empowerment), las campañas alfabetizadoras de Paulo Freire, el anarquismo, el marxismo, etc. Actualmente oímos hablar de empoderamiento a los que trabajan en educación de adultos, en trabajo comunitario, en trabajo social y hasta en personajes tan disímiles como Clinton, Major o Putin.
La demanda de participación creció cuando las grandes revoluciones del siglo XX mostraron que no habían aportado demasiados beneficios a los más pobres. Por eso la demanda de participación apareció como una demanda humilde y modesta, no orientada a la conquista del poder o al control de los recursos del planeta. El poder podía quedarse en manos de quienes lo manejaban, con tal de que se dejara un espacio libre para que las comunidades tomaran sus propias decisiones a escala local. El problema es que en muchos países, con participación o sin ella, los pobres han seguido empobreciéndose y ha aumentado el número de guerras. Véase, si no, el caso de la India, una de las democracias mejor diseñadas del planeta.
Es por eso que en la reflexión social se ha pasado del concepto de participación al de empoderamiento. Sin embargo, como han ya de imaginar, el problema fundamental surge cuando preguntamos, ¿de qué poder se trata? El primer problema insoslayable es, no tanto el concepto de empoderamiento, sino el concepto raíz del poder, que ha estado sometido a polémica en los últimos años. Mucha de la gente que usa la palabra empoderamiento no se da cuenta de las variadas posibilidades que existen de que el término sea causa de malentendidos.

Dos clases de poder

Algunas definiciones de poder se centran, con diferentes grados de sutileza, en la capacidad de que dispone una persona o grupo para lograr que otra persona o grupo haga algo en contra de su voluntad. Este «poder» se encuentra en los procesos de toma de decisiones, en el conflicto y en la fuerza, y es llamado poder de “suma cero” porque se resume en la fórmula: mientras más poder tiene una persona, menos tiene la otra. Este poder se define en relación con la, obediencia. Por eso se le llama PODER SOBRE, ya que se considera que ciertas personas tienen control o influencia decisiva sobre otras. Las feministas han demostrado que generalmente el «poder sobre» es ejercido por los varones sobre otros varones, los varones sobre las mujeres y los grupos sociales, políticos, económicos o culturales dominantes sobre los que están marginados; es, por tanto, un instrumento de dominación.
Este poder tiene maneras muy sutiles de ejercerse y de lograr sus objetivos. La más frecuente es cuando se convierte en tarea educativa. Entonces, las personas a las que se niega sistemáticamente el poder y la influencia en la sociedad dominante, interiorizan los mensajes que reciben, sobre cómo se supone que deben ser o tienen que ser y cómo estas personas llegan a creer que esos mensajes son ciertos. A esto se le llama «opresión interiorizada» y se convierte en algo tan arraigado que sus efectos llegan a confundirse con la realidad y a justificarse como naturales. Un ejemplo claro lo constituye la mujer sometida a abusos violentos cuando expresa sus propias opiniones. Finalmente llegará a creer que no tiene opiniones propias.
Hay, en cambio, otra forma de entender el poder. Se trata de un concepto que ha sido alimentado por lo mejor de la doctrina y la práctica cristiana y humanista. Es la definición de poder en términos generativos: poder es la capacidad que tienen unas personas para estimular la actividad de otras y elevar su estado de ánimo y su nivel de vida. Es bajo esta noción de poder que surgen los liderazgos que persiguen que un grupo alcance todo aquello de que es capaz, que supere los conflictos de intereses y que sea el propio grupo el que formule su agenda colectiva de trabajo. Este modelo de poder se diferencia del de «suma cero» porque el aumento de poder de una persona no significa necesariamente la disminución del poder de otra. A este poder le llamaremos PODER PARA y se logra solamente cuando las personas somos capaces de cuestionar y resistir al PODER SOBRE.
Pero hay todavía un elemento más proveniente de la tradición evangélica que hay que considerar para enriquecer este concepto de «Poder para». Se trata de la consideración que Jesucristo hace en Mat 20,25-28 y que equipara el poder con el servicio, como único criterio válido para que el poder sea usado en la perspectiva del evangelio que él trae. El «poder para» es un servicio gratuito y altruista. El verdadero poder no es el que hace más grande a la persona, sino el que se ejerce para que todos puedan «ser más». Pero este ejercicio del poder como servicio, requiere una buena dosis de sacrificio y de espíritu de entrega. No a otra cosa se refiere la frase final de este pasaje, cuando Jesús afirma que “no ha venido a ser servido, sino a servir”y añade categórico: “y a dar mi vida por los demás”.

Empoderamiento: una definición multidimensional

El empoderamiento, pues, ha de verse y juzgarse en relación con la idea que la persona tenga de poder. Hay empoderamientos que producen vida y otros que producen muerte. Escuchemos lo que Jo Rowlands1 expone acerca de una definición de empoderamiento:
“En el contexto de la definición convencional, el empoderamiento debe consistir en introducir dentro del proceso de la toma de decisiones a las personas que se encuentran fuera del mismo. Ello pone un fuerte énfasis en el acceso a las estructuras políticas y a los procesos formalizados de toma de decisiones y, en el ámbito económico, en el acceso a los mercados y a los ingresos que les permitan participar en la toma de decisiones económicas. Todo ello remite a personas capaces de aprovechar al máximo las oportunidades que se les presentan sin o a pesar de las limitaciones de carácter estructural impuestas por el Estado. Dentro de la interpretación generativa del poder (poder para) el empoderamiento incluye...procesos en que las personas toman conciencia de sus propios intereses y de cómo estos se relacionan con los intereses de otros, con el fin de participar desde una posición más sólida en la toma de decisiones y, de hecho, influir en tales decisiones”.
Pero las diferentes perspectivas de trabajo han ido enriqueciendo el concepto de empoderamiento. Las feministas, por ejemplo, han hecho una gran aportación. Como ellas sostienen que la interpretación del «Poder sobre» conlleva la comprensión de las dinámicas de opresión y de la opresión interiorizada, sostienen también que tal poder, cuando se ejerce sobre los grupos menos poderosos, afecta su forma de percibirse a sí mismos con la capacidad y el derecho de ocupar ese espacio decisorio. Esa es para ellas la primera etapa de la lucha de empoderamiento. Así, sostienen las feministas, las capacidades que se atribuyen a un determinado conjunto de personas son, en gran medida una construcción social. El empoderamiento, por tanto, debe llevar a deshacer las construcciones sociales negativas, de forma que las personas afectadas lleguen a considerarse a sí mismas cooposeedoras de la capacidad y el derecho de actuar y tener influencia.
En el campo educativo (asesoramiento, educación formal, trabajo social) el empoderamiento se entiende generalmente de acuerdo con el concepto de Freire de concientización, y se centra en individuos que se convierten en «sujetos» de sus propias vidas y desarrollan una «conciencia crítica», es decir, la comprensión liberadora de sus circunstancias y del entorno social que los conduce a la acción transformadora. Desde esta perspectiva, el trabajo de empoderamiento implica una mutación en la conciencia personal.
En un contexto de trabajo por el desarrollo, el empoderamiento toma otros rasgos. Escuchemos la definición de Séller y Mbwewe:
“Un proceso mediante el cual las mujeres llegan a ser capaces de organizarse para aumentar su propia autonomía, para hacer valer su derecho independiente a tomar decisiones y a controlar los recursos que les ayudarán a cuestionar y a eliminar su propia subordinación”.2
Esta visión del empoderamiento desde una experiencia de trabajo de desarrollo entre mujeres de Zambia muestra que a menudo se identifican equivocadamente los términos de empoderamiento y desarrollo. Se piensa falsamente que el empoderamiento llega a través de la solidez económica de manera automática. Algunas veces puede que sea así, pero no siempre ni en muchos casos, porque han de entrar en consideraciones relaciones específicas determinadas por el género, la cultura, la clase social y, en la India, hasta la casta. Cuando el enfoque de empoderamiento se centra únicamente en las actividades económicas, no se crean automáticamente espacios para que la mujer analice su propio papel como mujer, ni otros aspectos problemáticos de su vida en los que el empoderamiento tendría algo que decir.
En el trabajo de la comunicación social, el poder se entiende como “la capacidad de una persona de producir determinados efectos, buscados o previstos, en otras personas”3,así que el empoderamiento es entendido como el aumento en la capacidad de producir estos efectos en las personas. Esta capacidad de tener influencia hace que el empoderamiento sea preferible a la participación, porque refleja una intención no sólo de llevar a cabo algún tipo de contribución, sino de contribuir, pero de un modo que lleve a un desplazamiento perceptible en las relaciones de poder.
Por último, para no cansar, la práctica psicoterapéutica también ha dado su aportación al enriquecimiento del concepto de empoderamiento. Escuchemos la definición de McWhirter:
“Es el proceso por el que las personas, las organizaciones o grupos carentes de poder (a) toman conciencia de las dinámicas del poder que operan en su contexto vital, (b) desarrollan las habilidades y la capacidad necesarias para lograr un control razonable de sus vidas, (c) ejercitan ese control sin infringir los derechos de otros y (d) apoyan el empoderamiento de otros en la comunidad”.4
Esta definición, como podemos ver, aumenta un rasgo que nos resultará importantísimo: que el empoderamiento no es una acción o un conjunto de acciones, sino un proceso y que implica pasar del conocimiento a la acción. Por eso la autora hace la distinción, que nos será muy útil, de situaciones de empoderamiento (empowered), cuando se cumplen las cuatro condiciones y y situaciones empoderadoras (empowering), cuando se desarrollan una o más condiciones, pero no están presentes todas.

Primeras premisas para el empoderamiento

¿Cómo poner un cierto orden entre tantas definiciones que nos llegan desde tantos y tan diversos campos del saber y de la acción? Intentemos ahora, desde la perspectiva nuestra, es decir de educadores en valores cívicos y religiosos, establecer en qué medida y bajo qué premisas este concepto puede ser pertinente para nosotros.
Hay que partir, en primer lugar, de la distancia que solemos poner entre nosotros y el poder. Y es que nuestras experiencias con el poder no han sido siempre las mejores. Esto ha creado, en ciertos casos, una aversión al poder que tiene sólidas razones, pero ha sumido a muchas organizaciones sociales en una especie de timidez, en la que el activista o el facilitador educativo sentía que, fuera cual fuera el tipo de poder en cuestión, la misma palabra «poder» estaba maldita. De ahí surgían muchas acusaciones a miembros de organizaciones que eran acusados de «apego al poder» o de ser simplemente manipulados por él.
Es cierto que las relaciones con el poder, cualquiera que éstas sean, han de ser muy bien pensadas y se deberán hacer con el máximo de prudencia. Pero también es cierto que el uso del concepto de empoderamiento nos puede servir para reconocer, de una vez por todas, que si queremos tener una influencia real, hemos de afrontar directamente el tema del poder. Y mientras el concepto de participación nos permite solamente tomar parte de la estructura del poder, el concepto de empoderamiento puede significar transformar las relaciones de poder a través de la transformación de uno mismo, de las relaciones sociales y la cultura.
Un segundo elemento, importantísimo para nuestra tarea en Cuba, es conocer que, aunque sepamos desde el punto de vista conceptual qué puede significar el empoderamiento, queda el problema de cómo llevar adelante esta tarea, especialmente cuando las desigualdades que se han intentado corregir desde hace siglos siguen siendo parte importante de las estructuras del poder actuales. Ante esto hay que afirmar, porque así lo enseña la experiencia, que hay momentos propicios. Que aunque el empoderamiento sea un proceso que puede y debe realizarse a tiempo y a destiempo, hay circunstancias históricas para la transformación. Yo creo que a nivel internacional se van moviendo fuerzas que convierten a este momento en un instante que hay que aprovechar. El sistema neoliberal y las estrategias de comercio que han creado un mundo que genera cada vez más pobres, enfrentan hoy, a una escala planetaria, un movimiento de repulsa. Las manifestaciones de Seattle, de Génova y, en septiembre próximo, de Cancun, así lo demuestran. Después de constatar esto, tenemos que enfrentar el paso siguiente: no importa solamente establecer y mantener el horizonte de un mundo utópico más justo, que es lo que expresa la frase «otro mundo es posible», sino preguntarnos qué pasos, limitados pero realizables, podemos dar ahora, qué experiencias de fortalecimiento pueden llevar a cabo ciertas fuerzas sociales, cómo, además de manifestarse a las puertas de los que toman decisiones, podemos lograr una participación más activa en tales tomas de decisión.
Un tercer elemento, no menos importante, es que el empoderamiento será posible si superamos nosotros, y animamos a otros a superar, el comportamiento de víctimas y, en cambio, mostramos asertividad como ciudadanas y ciudadanos activos. Sólo así puede iniciarse un proceso de empoderamiento que lleve a una reestructuración social desde la base.

Referencias
1.- Rowlands Jo, Questioning empowerment Oxford 1997
2.- Keller B. Mbwewe D.C. Policy and planning for the empowerment of Zambia’s women farmers, Canadian Journal of Development Studies 12/1 Wrong Policy 1991 75-88
3.- Wrong Dennis, Power Philadelphia, Transaction Pub. 1995
4.- McWhirter E.H., Empowerment in counselling, Journal of Counseling and Development 69 1991 222-227.


 

Revista Vitral No. 60 * año X * marzo-abril de 2004
P. Raúl Lugo
Sacerdote mejicano.