El deporte no fue ajeno al enfrentamiento
que sostuvieron los países del este y el oeste
durante el período de la llamada Guerra Fría, que culminó
en las postrimerías del siglo pasado con la desintegración
de la Unión Soviética y el derrumbe del campo socialista.
Atrás habían quedado los tiempos fundadores del barón
Pierre de Coubertin, cuando competir era el fin esencial de la actividad
deportiva, y se pasaba a una etapa de rivalidad en la que cada sistema
social aspiraba a que los triunfos y medallas oficiaran como garantía
de una supuesta supremacía sobre su oponente.
Paradójicamente, y a pesar de la gran cantidad de recursos e
intereses que tal oposición ponía en juego, transcurrían
importantes competencias, como los Juegos Olímpicos, que no propiciaban
el tope entre los mejores deportistas del mundo. A la mayoría
de los certámenes convocados por el Comité Olímpico
Internacional (COI) solo acudían los denominados atletas aficionados;
mientras que los deportistas profesionales, casi siempre exponentes
de mayores reservas de calidad, debían competir en otras ligas
o circuitos.
Pero el paso del tiempo fue erosionando gradualmente el concepto de
deportista aficionado. Es cierto que el deporte de alto rendimiento
precisa de un atleta que entrene a diario y que dedique gran parte del
año a competir en lides que le aseguren mantener la forma óptima.
En esas circunstancias muchos de ellos aceptaban ayudas de entidades
dedicadas a comercializar artículos deportivos o patrocinar competencias
de primer nivel. Otras veces el propio Estado otorgaba simbólicas
plazas laborales a determinados atletas, que en la práctica les
aseguraban la cobertura económica para concentrarse únicamente
en la actividad del músculo.
Todo lo anterior, unido al interés de los organizadores de los
más importantes eventos internacionales de contar con las figuras
cimeras del deporte mundial, ha propiciado que en los últimos
tiempos haya desaparecido la barrera que separaba a los aficionados
de los profesionales. La mayoría de las Federaciones Internacionales
eliminaron de sus siglas la condición de deporte aficionado,
y en los certámenes regionales como Centroamericanos y Panamericanos,
así como también en Juegos Olímpicos, ya compiten
los unos contra los otros.
La consecuencia de semejante evolución de los acontecimientos
se ha presentado con un carácter más marcado sobre los
deportistas que antaño clasificaban como aficionados. Ahora pueden
aquilatar realmente su calidad deportiva al competir con rivales que
requieren de toda su entrega y preparación; acceden con mayor
frecuencia a jugosos premios en metálico y hasta su manera de
pensar sufre una metamorfosis al vislumbrar horizontes de realización
personal que van más allá del orgullo de representar a
la patria en un evento internacional.
De igual modo los países que concebían su universo deportivo
en el capítulo aficionado resultan los grandes perjudicados.
Ya no son los dueños indiscutibles de las medallas en disputa,
como sucedía antes cuando las naciones con deporte profesional
debían enviar a las competencias internacionales a atletas de
segunda categoría o con niveles de entrenamiento inadecuados.
Asimismo comienzan a perder atletas que constituyeron auténticas
inversiones de las que pensaban extraer abundantes beneficios.
Otro signo distintivo de estos tiempos es el tránsito de atletas
del Sur subdesarrollado hacia el Norte industrializado. Son innumerables
los casos de deportistas africanos y caribeños, por sólo
citar dos de las áreas más afectadas por esta migración,
que hoy compiten bajo las banderas de Canadá, los países
de Europa occidental u otras regiones del Primer Mundo. Tan manifiesta
tendencia llevó al COI a emitir una disposición que establece
plazos para que los atletas puedan representar internacionalmente a
sus nuevos países de adopción. Mas, aún así,
constituye un flujo difícil de detener en esta época caracterizada
por el fin del antagonismo ideológico y el afianzamiento de la
disparidad entre los distintos niveles de desarrollo.
El deporte cubano se ha visto muy castigado en años recientes
por esta fuga de atletas, la que en resumidas cuentas forma parte del
contexto general migratorio por el que atraviesa nuestra sociedad. Deportistas
de boxeo, atletismo, esgrima, baloncesto, voleibol y otras especialidades
han marchado a otros países. Particular impacto causó
la disputa entre las autoridades deportivas de Cuba y España
en torno a la estelar saltadora de longitud Niurka Montalvo. El Comité
Olímpico Cubano apeló ante el COI e impidió que
Montalvo compitiera en los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, lo
cual privó a España, su nueva patria, de una casi segura
medalla. En represalia, España canceló una base permanente
de entrenamiento que tenían los atletas cubanos en el país
ibérico. A propósito, algunos opinan que el bajo rendimiento
que hoy adolece nuestro atletismo es una consecuencia de ello.
Capítulo aparte merece el análisis acerca de nuestro deporte
nacional, el béisbol. Siempre debe de haber constituido para
cualquier pelotero cubano una cima el poder jugar en las Grandes Ligas
del béisbol norteamericano. Allí se desempeñaron
figuras rutilantes de nuestra pelota como Orestes Miñoso, Conrado
Marrero, Camilo Pascual, Edmundo Amorós y otros muchos. Los caza-talentos
de esa Liga estaban conscientes del potencial de calidad que anidaba
en la pelota cubana y que debido al diferendo político-ideológico
que enfrenta a ambos países, ha impedido el libre flujo de peloteros
de la mayor de las Antillas a la Meca del béisbol mundial.
Es cierto que no faltaron en todos estos años de Revolución
los intentos por atraer a los peloteros cubanos hacia las Grandes Ligas.
Sin embargo, durante el período que transcurrió entre
la primera mitad de los años 60 y la pasada década de
los 90 no hubo ninguna captación de importancia. El iniciador
de la actual avalancha fue el lanzador capitalino René Arocha,
quien aprovechó un tope de entrenamiento contra un equipo estadounidense
para desertar de la delegación cubana. Arocha, ciertamente, ya
había dado lo mejor de sí en nuestras Series Nacionales;
no obstante, en su primer año en las Grandes Ligas jugó
con los Cardenales de San Luis y obtuvo un excelente promedio de nueve
juegos ganados y solo una derrota.
La trascendencia de esa actuación consistió en demostrar
que los peloteros cubanos estaban aptos para triunfar en cualquier béisbol
y abrió el camino a los que seguirían su huella. Ellos
fueron Rolando Arrojo y los hermanos Liván y Orlando el
Duque Hernández, estos dos últimos con faenas tan
brillantes que llevaron a sus equipos: Marlins de La Florida y Yankees
de Nueva York, respectivamente, a la conquista de sendas Series Mundiales.
La gota que colmó la copa vino con la decisión de José
Ariel Contreras de abandonar el Equipo Nacional para desempeñarse
en ese otro nivel. Un vacío inconmensurable para el ya deteriorado
pitcheo cubano. Precisamente Contreras, el héroe frente a los
Orioles de Baltimore, el mismo que había sido llamado por las
máximas autoridades del país como el titán
de ébano.
El caso Contreras debe haber desatado una especie de psicosis entre
las autoridades deportivas nacionales con vistas a evitar nuevas deserciones.
Cualquier sospecha, conversación comprometedora o el más
mínimo contacto con personas residentes en el exterior podía
constituirse en un estigma que tronchaba la carrera de un atleta. En
ese contexto se inscribe la tribulación del también pinareño
Yobal Dueñas
En el año 2002 Yobal fue el héroe indiscutible del triunfo
cubano en una Copa Intercontinental al batear un jonrón en el
juego decisivo contra Corea del Sur. Era el dueño absoluto de
la segunda almohadilla en el equipo Cuba, y la televisión transmitió
escenas en las que el pelotero recibía el homenaje de su CDR
y juraba lealtad a la pelota revolucionaria. Pero, inexplicablemente,
no fue incluido en el equipo que asistió a los Panamericanos
de República Dominicana en el 2003. Ese es el único estímulo
que tienen los atletas cubanos, representar a la Patria en eventos internacionales.
Cuando se les priva de esa posibilidad, y se hallan en plenitud de condiciones,
la única opción que les queda es mirar al exterior. Efectivamente,
tanto Yobal como el lanzador espirituano Maels Rodríguez, también
eliminado de la delegación panamericana, se las arreglaron para
abandonar el país ilegalmente.
Después vendría el más sonado de estos episodios,
y que tuvo como centro al prometedor capitalino Kendry Morales. Él
tampoco estuvo en los Panamericanos, pero sí formó parte
del equipo que compitió días después en el Campeonato
Mundial celebrado en nuestro país. Aquí se desempeñó
a gran altura y obligó a los federativos nacionales a incluirlo
en la selección que iría al preolímpico de Panamá.
En el país itsmeño se produjo un hecho que aún
hoy permanece cubierto por un velo de misterio, al menos para la opinión
pública nacional que depende de la información que ofrecen
los medios de difusión oficialistas. Casi tras el arribo a Panamá
y apenas sin jugar, Kendry Morales fue devuelto a Cuba bajo el pretexto
de presentar problemas personales. La falta de noticias
adicionales sobre el suceso destapó todo tipo de rumores y conjeturas,
la mayoría de las cuales apuntaban que Kendry intentó
desertar de la delegación y había sido descubierto por
los agentes de seguridad que siempre acompañan a las comitivas
cubanas.
La intriga aumentó cuando dio inicio la serie nacional y Kendry
se reincorporó a su equipo, Industriales, para desaparecer nuevamente
poco tiempo después cuando, según él, fue conminado
a dejar ese colectivo. Al parecer, el corresponsal de la BBC de Londres
en La Habana lo entrevistó y las declaraciones del pelotero aparecieron
en la página web de esa emisora. Allí Kendry expresó
que nunca pretendió abandonar el país y que las causas
de sus desventuras son la sospecha y la desconfianza que prevalece en
torno a su persona. Incluso hasta las viviendas de algunos de sus familiares
fueron registradas en busca de algún elemento comprometedor.
El resultado: puesta en peligro la carrera y forma deportiva de un brillante
atleta. En cuanto a su futuro, si decide apostarlo aquí en la
Isla, estimo difícil que logre exorcizar los demonios que le
han endilgado. Prácticamente no le han dejado alternativas para
evadir una insípida existencia. Sobran más comentarios...
Semejante enclaustramiento de nuestras autoridades deportivas con respecto
a los atletas contrasta con la política aperturista que se sigue
con los entrenadores y otros colaboradores del deporte. Según
Humberto Rodríguez, presidente del INDER, en el pasado año
más de 2000 técnicos y entrenadores cubanos prestaron
servicio en 50 naciones. Mas también declaró que Cuba
ni vende, ni renta, ni regala atletas(1). Es evidente que en la
concepción de la jerarquía cubana subsiste la mentalidad
de la Guerra Fría, cuando ser potencia deportiva ayudaba a brindar
una imagen positiva del sistema social que se construía.
De todos modos no se vislumbra por el momento la manera de contener
este drenaje de atletas. Cada día faltan más peloteros
de la Serie Nacional y en otros deportes la tendencia también
indica al éxodo. Es un problema de muy difícil solución,
una de las cuales podría ser permitir que los deportistas compitieran
en determinadas ligas profesionales y después representaran al
país de origen en los principales eventos internacionales. Existen
precedentes en el deporte mundial que aconsejan esa práctica.
Desde luego, en el béisbol esa estrategia tropieza con la actitud
de los dueños de equipos de las Grandes Ligas que no han permitido
hasta ahora ceder a sus atletas para otras competencias.
No es suficiente con que los atletas de la élite disfruten de
un nivel de vida por encima de la extendida pobreza del resto de la
población, ni que cuando lleguen al retiro cuenten con una Comisión
Nacional que atienda sus necesidades. Si son capaces de competir al
más alto nivel y ser retribuidos acorde a su calidad deportiva,
no se les debe poner obstáculos. El interés nacional no
tiene por qué estar reñido con el empeño de la
plena realización humana. Lo contrario es nadar contra la corriente.
(1) Periódico Granma, 2 de febrero del 2004