Revista Vitral No. 60 * año X * marzo-abril de 2004


MEMORIA CULTURAL

 

JILMA MADERA:
LA ESCULTORA PINAREÑA QUE SUPO CORONAR EL PUNTO MÁS ALTO DE LA GEOGRAFÍA NACIONAL

JORGE DEL VALLE GONZÁLEZ

Cristo de Jilma Madera, ubicado en la Bahía de La Habana.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Busto de José Martí realizado por Jilma,
ubicado en el Turquino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jilma Madera fue, al parecer, predestinada a nacer y crecer, a crear, a vivir y morir en un lugar nombrado San Cristóbal. Su vida, su obra y su pensamiento así lo demuestran: concebida en los alrededores del poblado pinareño de San Cristóbal, por un posible error en el tiempo de embarazo, vio la primera luz de este mundo en San Cristóbal de La Habana, el 17 de septiembre de 1915. No muchos días después, sobre un reptil de acero, por el camino de hierro fue traída para el templo familiar. Allí transcurrió su infancia y adolescencia entre la encrestada cordillera de Guaniguanico y la nerviosa serenidad de la llanura del sur.
Española por la vía paterna, francesa por la materna, recibió un caudal de cultura en el seno familiar. Ya las posibilidades de la municipalidad no llenaban la sana y útil ambición de los que necesitan y desean superarse. La capital del país se impuso como objetivo y en 1930 partieron.
Jilma recordaba, con ese encanto estremecedor y melancólico de la nostalgia, su niñez encantada recurriendo muchas veces a las nubes y a las montañas para, con especial ilusión óptica, conformar figuras o grupos de ellas con la belleza que pudiera fabricar toda su infantil imaginación. Las vacaciones en la finca eran todo un acontecimiento y para ella algo de lo más añorado.
Además de los estudios normales sus padres le matricularon en una escuela de música para estudiar piano: “Cinco años dando martillo sobre aquel teclado de “medioluto” sin poder convencer a mis padres y hermanos mayores que ese no era mi arte”. Nos dijo varias veces. A los 22 años matriculó en la Escuela de San Alejandro y sintió acercarse a su vocación. En una clase, pasado ya algún tiempo, el profesor Teodoro Ramos Blanco presentó una modelo para que posara y los alumnos intentaran un perfil de la misma. Jilma no miraba para la que posaba, lo cual llamó la atención del profesor y, dirigiéndose a la mesa de ella, le dijo: “señorita, ese perfil no se parece al de la modelo”. Jilma le respondió: “Profesor, esta no es la modelo...ésta soy yo.” Ramos Blanco le replicó: “Pero es que tampoco se parece a usted”, a lo que Jilma, con la fineza que le caracterizaba, le dijo: “Profesor, las personas nunca nos vemos como realmente somos”. Después de este diálogo, el autor del «Maceo de las Taironas» le dijo: “No ocupe su tiempo en otra cosa, usted es escultora por excelencia: ¡Hágase!”
Aunque Jilma estudió grabado, dibujo y otras líneas de las artes plásticas, ocupó casi todo su tiempo en la escultura; dedicándose a modelar, esculpir, tallar utilizando madera, barro, piedra, metal, cera y amalgamas, etc.
Al casarse, viajó a los Estados Unidos –viaje de luna de miel- y ocupó su tiempo libre en visitar galerías, talleres e intercambiar con artistas consagrados. Allí dejó puertas abiertas en Washington, Nueva York y Boston. La II Guerra Mundial se recrudecía y con un grupo de amigos martianos firmó la carta de condena dirigida al Eje (Berlín, Roma, Tokio).
Viajó a Puerto Rico donde realizó varias obras menores y sendos bustos de Hostos y Betances. Vuelve a los EE:UU y comienza a trabajar el mármol con especialistas, trabaja la terracota y realiza el primer busto a Franklin D. Roosevelt fundido en bronce. De EE.UU viaja a México y se detiene para observar cuidadosamente todo lo relacionado con las distintas culturas del país. Revisó en los museos las esculturas de los toltecas, zapotecas, mayas, etc. Se personó en las famosas pirámides esculpidas de la civilización de Teotihuacan, subió hasta la cima de la Pirámide del Sol. Llegó a Yucatán y continuó hacia el norte de Guatemala. Se hizo fotografiar sobre la Pirámide de Uxmal. El Dios de los aztecas y la Serpiente Emplumada (Quetzalcoatl) esculpida en la piedra viva. De los contemporáneos conoció a Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros que influyó en sus esculturas a partir de sus líneas, y aunque no conoció personalmente a Orozco, su obra pictórica la atrajo, principalmente “El Esclavo”. Desde este viaje comenzó a trabajar las máscaras y allí realizó el boceto de “Lamento”, una de sus más interesantes y conmovedoras creaciones: Toda una mezcla de placer y sentimiento, de satisfacción y angustia y una denuncia artística de la extraordinaria capacidad femenina en la que se funde el amor, la pasión y la incomprensión.
De sus trabajos en terracota nos resulta impresionante su posición antibíblica en cuanto a la creación de la mujer: “Génesis”, obra que dedicó a una sobrina suya y que seguramente conserva, presenta, lejos de lo descrito por la Escritura, a un Adán sin sexo y con las contracciones propias del parto y el torso de Eva saliendo por el costado. Esta obra de unos 25 cms posee los más mínimos detalles de los “accidentes” musculares de un hombre. Al decir esto, me siento obligado a referir un trabajo-estudio que Jilma realizó sobre el recorrido de los músculos en diferentes posiciones y circunstancias y que fue reconocido por varios cirujanos y profesores de Anatomía de la Universidad de La Habana. Existe en su taller.
Ya he dicho en otros escenarios que quien busca ser es porque nunca ha sido, y lo peor es que nunca será. Este no es el caso de Jilma, ya que ella supo, en todos los estadios de su vida conciente, lo que en realidad era y ello le permitió la entrega total a su creación singularísima.
Debemos recordar que Jilma fue una mujer con una cultura universal, si excluimos la política y la religión. Ella podía consumir 4 ó 5 horas conversando sobre grandes músicos de cualquier época, podía utilizar ese mismo tiempo en explicar el desarrollo de la civilización egipcia. Con fluidez explicaba el desarrollo de esta o aquella manifestación del arte o la literatura en tal o cual cultura. Ella aprendió a participar correcta y adecuadamente en una recepción, una entrevista, una cena de cortesía y también conversar largamente con un humilde y poco instruido amigo.
“Cuando la alfabetización –contaba- por poco me ponen a alfabetizar en el Vedado...yo les puse condición: a la provincia de campos bellísimos y amados...” Así nos llegó a una humilde casa campesina del municipio La Palma, en el camino a Playa Berracos, donde sembró la semilla de la amistad y la comunicación hasta su último minuto. De igual forma, cuando se inauguró la “plaza Don Diego Rodríguez”, el cual hubo de fenecer pocas semanas antes, se personó allí como autora del busto, con un discreto y serio vestido beige y estampación de puntos negros: Jilma conoció lo bello y lo calamitoso del ser humano.
Regresó a Cuba con una nueva concepción escultórica y trabajó arduamente en las obras “Madre india”, “Ensimisma”, que reprodujo a tamaño natural en piedra viva. Ya para entonces acumulaba los relieves de “El pacto del silencio”, que recuerda al fiel y muy leal campesino Pedro (Perico) Pérez y sus hijos cuando se comprometieron en guardar los restos del Lugarteniente General Antonio Maceo y los de su ayudante Panchito Gómez Toro. Otros relieves como “Finlay” y “Cervantes”, etc.
Salió hacia Europa y se sorprende de ser muy conocida y considerada allí. Llegó a Barcelona, viajó a Madrid en tren, viajó a Marsella y Lyon (Francia) y que agasajada por la intelectualidad de estos puntos de Europa. En España realizó el boceto de “Viceversa”, obra que expresa “el poder y la fuerza del espíritu sobre la carne...del amor sobre la pasión”. Trabajó mucho –como suelen trabajar los hombres que se hacen jornaleros o siervos de sí- y vendió algunas piezas allá. Dictó conferencias sobre el arte escultórico y también sobre la cultura cubana y americana en general, ocupando importantes cintillos en la prensa y la radio que se saturaba de los recuentos de todos los episodios espantosos de la recién concluida guerra.
En su segundo viaje a Europa entra y se detiene en París. En la “Ciudad Luz”, encontró muchos artistas e intelectuales de latinoamérica. “Ya dentro del Louvre –contaba- recibí el más conturbador de los impactos: La Victoria de Samotracia. Una obra de veintitrés siglos que logró sacarme del mundo por no sé que tiempo. Me dije: eso es lo que tú buscabas, ahí lo tienes”.
Siguió a Italia (Roma, Florencia, Nápoles) y de allí a Grecia para recorrer personalmente todo lo que de valor escultórico guardaba la ruina de una civilización. Junto a arqueólogos, espeleólogos, historiadores, recorrió las tres zonas o áreas que conforman el país: la continental, la peninsular y la insular. Sin la menor muestra de osadía o suficiencia, aceptó el reto de dictar una conferencia sobre “la arquitectura y el arte en la Grecia Antigua”. Algo similar a lo que hizo en Nápoles (Italia) al dictar una conferencia sobre “El arte en el papel fabriano”.Al regresar a Cuba, encontró las convocatorias que le animaron en su empeño desde el encuentro con “La Victoria de Samotracia”: el complejo escultórico que se situaría en el frontis del Palacio de Justicia, “La República”· y “El Cristo de La Habana”. Sobre el primero presentó un boceto que tituló “El triunfo de la Justicia”, que ganó el primer lugar pero así fue Jilma, debía vendar los ojos de la impetuosa mujer que representaba la Justicia. No aceptó la exigencia del jurado y debatió con el tribunal de especialistas en la escultura griega y latina y les convenció con el sólido argumento de que “si la justicia no ve, es ciega, y si es ciega cómo podrá diferenciar lo bueno y lo malo?.” Después nos comentaba: “las gentes piensan que lo legal es justo...¡qué cosa! ¡cuántas leyes hay en el mundo preñadas de injusticia!”.
La segunda fue presentada en un boceto de 1.5 mts. =15 mts. Y ganó el primer lugar. Esta sería situada a la entrada de la sede del Banco Nacional de Cuba (hoy Hospital Hermanos Ameijeiras). Para lograrla hizo solo dos bocetos, pero utilizó cinco modelos a fin de lograr una mujer serena, dulce, sólida y dispuesta, “pero nunca hombruna y maternal como hay algunas por el mundo” –nos comentaba-.

Jilma Madera, junto a una parte
del Cristo de La Habana.


El tercero, “El Cristo” lo consideró lo mejor de su obra y primogénito monumental. Sólo este se pudo realizar ya que la falta de presupuesto primero y, cuando lo hubo, la imposibilidad de ejecutarlos por limitaciones físicas de Jilma, después, hizo que se quedara en los impresionantes bocetos que se encuentran en su casa-taller.
Los tres bocetos monumentales los realizó en cera; sólo queda el del “Triunfo de la Justicia”; y le pregunté por qué hacerlo a tan pequeña escala en cera, me dijo: “quien no sabe trabajar la cera no podrá trabajar el mármol”.
En las nueve fotografías expuestas se pudo observar un buen número de elementos para estudiar y profundizar en la vida, obra y pensamiento de la “sui generis” creadora.
Aun en su “libreta de viaje” –a otras llamaba cuadernos de viaje- anotaba lo que consideraba de importancia.
Apuntó que se encontró con Celia (Celia Sánchez Manduley) en Ocujal del Turquino, pudo observar claramente a Celia en el momento en que hacían la guardia de honor en el Mausoleo de Santa Ifigenia, el día 18 en la mañana. Celia era hija del Dr. Manuel Sánchez Silveira, (médico) que representó en la antigua provincia de Oriente el propósito de los martianos de llevar al Turquino el busto de José Martí. Por cierto, fue en esta jornada donde se inicia la incomparable amistad entre Celia y Jilma.
Sobre “El Cristo de La Habana” se debe tener en cuenta que posee una marcada diferencia con los monumentales conocidos. Este no está recibiendo, -como el del Corcovado, el de León (Guanajuato), el de Lisboa, el de Lubango, el de los Andes, etc.- su autora lo concibió enseñando. Situado justo en el lugar donde ya la agresividad del mar se atenúa, nadie posó para moldear el boceto, bendecido por el Papa, situado en eje con la Catedral de San Cristóbal de La Habana. Y añade un detalle muchas veces criticado, lo referente a su calzado, que lejos de ser sandalias como las de aquella época son unas “chancleticas” de meter el dedo como le llaman aquí. Aquellos son los pies de la propia Jilma.
Ya he dicho que Jilma era anticlerical, atea y cristiana. Lo que puede parecer una contradicción no es más que una autodefinición de la propia Jilma. Su cristianismo debe considerarse a partir del sincero y profundo amor por su patria y, además, una extrema compasión por sus semejantes. Ella fue amiga, admiradora y seguidora de un humilde carpintero que en 42 meses estableció una doctrina que ha transcurrido por veinte siglos. Hombre que amaba a los pobres y combatía la pobreza, que amaba a los ricos y despreciaba las riquezas, que amaba a los enfermos y arremetía contra las enfermedades, que amaba al delincuente y odiaba el delito, que amaba a los oprimidos y condenaba la opresión, que sacrificó su vida hasta la muerte para que el hombre viviera eternamente, que llevó en sí mismo la angustia infinita de los oprimidos y les animó a buscar la verdad que les libertaría, del hombre de la Regla de Oro.
Nos resulta curioso el hecho de que un gran número de los antiguos alumnos del Seminario Martiano se mostraran anticlericales y, no pocos, ateos. Meditando al respecto encuentro las valoraciones que Martí hiciera sobre la Iglesia y, no es secreto recién revelado, decir que el Apóstol de nuestra independencia sentenciara hace más de un siglo: “El cristianismo muere a manos del catolicismo”. No albergo la menor duda que hoy diría:”El cristianismo muere a manos de los cristianos”, porque el Cristo de Jilma, el Cristo de Martí y el de los cristianos sinceros, es recrucificado cada día, ya no por judíos y romanos, sino por los propios cristianos. Pero esta realidad me recuerda al reformista Martín Lutero, el cual no era un monje budista, o un islámico, o un sintoista; era un sacerdote católico, apostólico y romano, sólo que con una visión que se presentó por sobre sus superiores de entonces y no se entendieron sus propuestas. Ya hoy se ha superado todo aquello y no se necesitaría un Martín Lutero, no se necesita por haberse estudiado, entendido y aplicado, pienso, todo lo que provocó un innecesario sector llamado protestante. Entiendo que si lo protestado ya no existe, tampoco debe existir ese sector. Así nos sucede con el caso de Jilma, sólo que ella no dejó, al menos que conozcamos, tal o cual razón. Sí se puede asegurar que ella interpretó la doctrina del Singular Nazareno como cualquiera de los religiosos seguidores de Él. Y no se mostró agresiva o irónica con la Iglesia ni con alguna secta religiosa, pues fue recibida en audiencia por tres personalidades en el Vaticano, el último de los cuales fue el propio Papa, y sus relaciones con S.E.R.el Cardenal Arteaga fueron respetuosas en los días en que trabajaba “El Cristo”.
La casa donde ella vivió por más de medio siglo en Lawton, la hizo su hermano para ella. Allí, en el piso de la sala se puede descubrir una cruz cuando entra y, curiosamente cuando sale del lugar también. En mi opinión modesta, pero algo argumentada, puedo decir que la novia del mármol fue descristianizada: alguna vez, el eco de la proclamación de la luz nos muestra la más absoluta oscuridad, entonces no especulemos.

 

 

 

Revista Vitral No. 60 * año X * marzo-abril de 2004
Jorge del Valle González
Investigador de la UNHIC. Miembro del Ejecutivo de la Sociedad Cultural José Martí de Pinar del Río. Consultor hebraísta.