INTRODUCCIÓN
ACOTACIÓN DEL TERRENO
¿POR QUÉ LA IGLESIA
DEBE ESTAR AL SERVICIO DEL DESARROLLO PERSONAL Y SOCIAL?
¿QUÉ SERVICIO DEBE
PRESTAR LA IGLESIA?
¿CÓMO DEBE
PRESTAR LA IGLESIA ESTE SERVICIO?
BIBLIOGRAFÍA
|
|
|
Introducción
Agradezco la invitación a celebrar con esta comunidad cristiana
su primer centenario como diócesis canónica. El título
que me ha sido dado, aunque apunta bien a una preocupación concreta,
admite distintos enfoques. Por eso debo acotar el campo de mi reflexión,
para después sugerir por qué y cómo la Iglesia debe
estar al servicio del desarrollo personal y social.
ACOTACIÓN DEL
TERRENO
Cuando me piden una conferencia, prefiero que me formulen el título;
partiendo del mismo tengo cierta garantía de responder a las expectativas
de los oyentes. Y en el título que me han propuesto hay tres términos,
un supuesto y una preocupación implícita. Los tres términos
son: Iglesia, desarrollo personal y social en Cuba. El supuesto: que la
Iglesia debe estar al servicio de este desarrollo. Y la preocupación
implícita: cómo la Iglesia debe prestar este servicio.
Primero desbrozando el significado de los términos.
1.- Y comienzo por el que me resulta más problemático en
Cuba. Llevo muy poco tiempo aquí, cada vez me siento más
en sintonía con este pueblo y cada vez me siento más incapaz
de hablar sobre la compleja situación de la sociedad cubana y de
la Iglesia dentro de la misma. Estamos en un proceso que no admite simplificaciones
en el análisis. Me permito hacer aquí la sugerencia de Pablo
VI en la enc. Octogesima adveniens: incumbe a las comunidades
cristianas analizar con objetividad la situación propia de cada
país, esclarecida mediante la luz de la Palabra inalterable del
Evangelio, con normas de juicio y directrices de acción según
las enseñanzas sociales de la Iglesia.1 En esta conferencia,
y lógicamente desde la percepción personal que tengo sobre
la situación cubana, sólo pretendo exponer la palabra inalterable
del evangelio que ha venido concretando la Iglesia en sus enseñanzas
sociales, y ya más sobre el terreno las intervenciones de los obispos
cubanos.
2.- Entiendo por Iglesia la comunidad de hombres y mujeres que, alcanzados
por el espíritu de Jesucristo, han recibido el bautismo y forman
parte de una comunidad visible y orgánicamente estructurada. Entre
las imágenes para presentar esa comunidad ha tenido garra pueblo
de Dios; como pueblo, camina en la historia, es contemporánea
de la humanidad; sus miembros son también miembros de la sociedad
humana y participan los gozos y esperanzas, las preocupaciones, anhelos,
zozobras y procesos con los demás ciudadanos; nada humano puede
ser ajeno a los miembros de la Iglesia. Cuando añadimos de
Dios, estamos sugiriendo que este pueblo quiere respirar y vivir
con los sentimientos y la práctica de Dios revelado en Jesucristo:
un Dios de los hombres, cuya esencia es el amor, que quiere la vida en
plenitud para todos, que hace suya la causa de los excluidos y que rectifica
lo torcido. Para que todos los miembros de la Iglesia sean pueblo de Dios,
es decir, comunidad de mujeres y de hombres que viven y actúan
según el espíritu de Jesús que pasó por el
mundo poniendo en práctica su experiencia de Dios haciendo
el bien y curando a los oprimidos por el diablo, hay en la Iglesia
una organización visible y unos ministerios.
3).- Desarrollo personal y social. Desarrollo significa sacar a flote
las virtualidades o posibilidades que ya existen; así la semilla
del mango, arropada por la humedad de la tierra se hace árbol frondoso
y en esta época regala su agradable fruto. El desarrollo de la
persona humana exige cultivo de distintas dimensiones. A diferencia de
los otros animales, guiados por el instinto ciego, el Creador nos ha
puesto en manos de nuestra propia decisión, sólo libremente
podemos convertirnos al bien.2 En relación con los otros seres
humanos cada persona es una singularidad irrepetible y por eso no debe
ser reducida sin más a la masificación; pero a la vez vive
inseparablemente de los demás, tiene una vocación social,
su conducta influye sin remedio en los otros y la conducta de éstos
marca también la suya. Hay finalmente una tercera dimensión
del ser humano: llamados a conseguir nuevas metas somos un enigma para
nosotros mismos y, como no encontramos respuesta, acudimos espontáneamente
a las puertas de los dioses, en esta búsqueda tienen sentido y
carta de ciudadanía la experiencia y la práctica religiosa.
Libertad de las personas, vida en sociedad, apertura o salida de nuestra
propia tierra movidos por el enigma que nos habita, son aspectos que pertenecen
al desarrollo integral del ser humano. Constituyen la estructura.
Según la fe cristiana, en la encarnación el Hijo
de Dios se ha unido en cierto modo a todo ser humano, es decir,
abrió un camino para que los seres humanos desarrollen sus virtualidades
en las tres vertientes: libertad personal, relación con los otros,
búsqueda de lo que rebasa o trasciende. Según la fe cristiana,
como hombres y mujeres son imagen de Dios, sus derechos humanos tienen
algo de divino, el profundo estupor ante la dignidad del ser humano y
el compromiso histórico para que esa dignidad en todas sus vertientes
logre pleno desarrollo se llama evangelio3.
Las tres dimensiones van inseparablemente unidas: la libertad personal
es real dentro de la organización social y sólo en el dinamismo
de la sociedad es posible que las personas humanas salgan de su propia
tierra descubriendo algo trascendente y absoluto en los demás.
Y se desarrollan en un dinamismo de liberación: la libertad tiene
que ser liberada de la concentración egoísta, la relación
con los otros tiene que ir superando al individualismo, la búsqueda
de lo trascendente exige romper amarras y abandonar falsas seguridades.
En los procesos sociales hay liberaciones económicas, políticas,
culturales...; puede crecer la economía, se puede lograr la independencia
política y salvaguardar la identidad cultural. Pero esas liberaciones
son parciales y no pueden olvidar las otras dos vertientes fundamentales
del ser humano: la relación con los otros y su dependencia de algo
trascendente. Puede haber liberaciones económicas o políticas
que no son el desarrollo de todo el hombre y en consecuencia tampoco son
el desarrollo de todos los hombres. Es entonces cuando la persona humana
deja de ser el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones
sociales4
En el título hay un supuesto que conviene justificar: que la Iglesia
está al servicio del desarrollo integral de la persona como individuo
y miembro de una sociedad. El supuesto pertenece a la misma condición
de la Iglesia. Su misión es proclamar la intervención gratuita
y vivificadora de Dios a favor de los hombres. No está en función
de sí misma, sino en función del reino de Dios, un símbolo
de fraternidad universal donde todos podamos vivir con libertad de hijos
y relacionarnos como verdaderos hermanos. Sólo el reino es absoluto
y una Iglesia que no sirve a esta causa, no sirve para nada5.
¿Por qué
la Iglesia debe estar al servicio del desarrollo personal y social?
Apunto dos claves de comprensión:
a)- Porque la Iglesia debe estar al servicio del reino de Dios, que incluye
el desarrollo integral del ser humano en un proceso siempre inacabado.
-Ya lo hemos dicho, el desarrollo de la persona humana debe alcanzar distintas
vertientes y está siempre en proceso de realización. Esas
vertientes, que deben ir unidas, son la libertad, la relación fraterna
con los otros en la sociedad, la salida de sí mismo en búsqueda
de lo trascendente. Cuando se promueven esas tres vertientes, hay garantías
de salud en el desarrollo social, que es ya desarrollo de todo el
ser humano y de todos los seres humanos. Este desarrollo está
evocado en el símbolo evangélico reino de Dios
¿no lo comparó Jesús con un banquete donde todos
y todas se puedan sentar juntos como personas libres y liberadas en la
mesa común de la creación? ¿no dijo que en ese reino
la persona humana es principio, sujeto y fin de todas las instituciones
sociales y todos sus procesos políticos o económicos? de
qué le sirve al hombre conquistar al mundo si pierde su vida; un
hombre vale más que una oveja, es decir más que todos
los medios de producción 6. Es importante la evolución en
la enseñanza de la Iglesia. En las encíclicas se habla de
la renovación del orden temporal a un orden social
y económico nuevo, promoción de la justicia
y la paz, derechos humanos, desarrollo humano,
desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres. El Vaticano
II propone la humanización de la familia humana, el
establecimiento de un mundo más humano. Por ahí
se concreta la llegada del reino de Dios.
-El reino de Dios no es sólo libertad, amor, compasión y
justicia como referencias teóricas de conducta; Jesús de
Nazaret no fue un moralista que formuló un nuevo código
de leyes. Vivió y murió para construir una sociedad humana
y cósmica organizada en libertad, amor, compasión y justicia.
Un mundo en que Dios-amor fuera el único Señor y se desmontaran
las idolatrías del tener y del poder, el reino es lo que sucede
en las personas y en la sociedad cuando los seres humanos dejamos que
Dios amor irrumpa. No es sin más la Iglesia que proclama y se compromete
en la llegada de ese reino, ni el cielo como un más allá
después de la muerte; se dice reino de los cielos como
sinónimo respetuoso de Dios. Reino es el destino de la humanidad
que ya se está fraguando aquí en nuestra organización
social y en el dinamismo cósmico, aunque hay fuerzas perversas
que se oponen a su llegada. Por eso Jesús se comprometió
en la llegada de ese reino haciendo el bien, rehabilitando a los pobres,
curando enfermos y combatiendo a los diablos, esos ídolos que dividen
a los seres humanos y lanzan unos contra otros.
-El reino de Dios se concreta en el dinamismo social. Como salvación
o realización total del hombre no es sólo vida para el alma
sino también para el cuerpo. No sólo para el individuo aislado
sino para las personas viviendo en sociedad. A veces identificamos reino
de Dios con salvación del alma cayendo en el individualismo, en
una espiritualidad descarnada: mi salvación, mi
cielo, mi muerte. Según la exhortación
Evangeli nuntiandi reino de Dios es el mundo nuevo,
el nuevo estado de cosas, la nueva manera de vivir, de vivir en comunidad.
Por eso el Vaticano II recuerda: es un error pensar que, porque
no tenemos aquí ciudad definitiva, sino que buscamos la ciudad
que ha de venir, podemos descuidar nuestras posibilidades terrenas7.
Y el Sínodo de 1971 invita insistentemente a nuestra participación
en la transformación del mundo.
-Como el desarrollo integral del ser humano, el reino de Dios conlleva
la liberación integral del ser humano. Es verdad que el reino de
Dios es total y trascendente; Jesús va al fondo del problema y
ataca la causa radical de todas las formas de dominación: el pecado,
matar la verdad con la injusticia (Rm 1,18),.Pero con frecuencia, porque
el reino de Dios no se identifica sin más con las liberaciones
parciales económicas o políticas, olvidamos que no es indiferente
ante las mismas y las incluye. Si es liberación total incluye las
liberaciones parciales, la superación de toda esclavitud política,
económica, de raza o de sexo. Cuando los cristianos olvidamos eso,
fácilmente vivimos obsesionados por subsanar los pecados personales
pero no los pecados sociales y las consecuencias del pecado, no sólo
del pecado de acción sino también de omisión. Nuestros
pecados ofenden a Dios en cuanto atacan y destruyen lo verdaderamente
humano que es nuestro propio bien, dijo hace siglos Tomás de Aquino.8
Si el reino de Dios es liberación trascendente debe incluir lo
que ella trasciende y lleva más allá. La salvación
trascendente postula y exige que los seres humanos tengan lo necesario
para sobrevivir, gocen de libertad, que los grupos humanos y los pueblos
sean sujetos responsables de su propia historia. A veces los mismos cristianos
entendemos la trascendencia como algo que excluye este mundo, el humano,
el temporal, el social. La Iglesia en el Vaticano II quiso corregir esta
desviación y, en sintonía con el Concilio, el Sínodo
de 1971 declaró: la acción en nombre de la justicia
y la participación en la transformación del mundo, se nos
muestra como una dimensión constitutiva de la predicación
del evangelio9.
b) Por la buena noticia sobre Dios revelado en la conducta histórica
de Jesús.
Cuando los cristianos confesamos que Jesús es la palabra o el Hijo
de Dios, estamos diciendo que en su forma de actuar y de hablar hemos
percibido quien es Dios. Con frecuencia nos imaginamos a la divinidad
como un ser superior que vive detrás de las nubes, vigilante y
rival de los seres humanos, juez implacable que permanece insensible ante
nuestros muchos males e incluso los envía para probar nuestro aguante.
No acabamos de creernos la revelación de Jesús: que Dios
es un Dios de los seres humanos, sólo sabe amar, nos acompaña
en el camino procurando la vida para todos y combatiendo con nosotros
las fuerzas del mal que nos humillan.
Es la novedad que siempre ha tratado de garantizar la Iglesia en sus declaraciones
más solemnes siguiendo el evangelio de Jesús. En la encarnación
la humanidad no quedó destruida por la presencia de Dios sino respetada
en su integridad y promovida; Dios aparece no como rival y contrario a
la humanidad sino como compañero y afirmación de la misma.
Si Jesús se puso al lado de los social y religiosamente excluidos,
en su conducta estaba diciendo cómo siente, cómo es y cómo
actúa Dios. En los primeros siglos de la Iglesia hubo algunos que
negaban la integridad humana de Jesucristo; como era Dios, no podía
ser en todo igual a nosotros; pero la fe cristiana reaccionó: en
todo igual a nosotros, e incluso más humano que nosotros,
porque siempre fue solidario de todos, nunca se concentró egoísta
y humanamente en sí mismo, no tuvo pecado; Dios es alguien solidario
con la humanidad; en ella y con ella manifiesta su misericordia como justicia
que rectifica lo torcido, amor que recrea y perdón que rehabilita
lo perdido. Hubo también otros que negaban la divinidad de Jesús;
si aquel hombre ignoró y sufrió ¿cómo podría
ser el motor inmóvil e impasible?; pero en el primer Concilio Ecuménico
celebrado en Nicea, la Iglesia confesó: Jesucristo Dios sufriendo
como nosotros. Quiere decir que Dios no es un simple espectador de nuestros
muchos males, ni mucho menos permisor pasivo ante nuestras desgracias;
Él está en nosotros y con nosotros dándonos fuerza
y coraje para combatir y superar todos nuestros males.
Si los cristianos confesamos la fe en la divinidad de Jesús, esa
confesión no se reduce a una creencia especulativa sin mayor repercusión
en la práctica. Más bien es un encuentro interpersonal con
un Dios que fructifica en un imperativo moral: el compromiso histórico
a favor de los seres humanos. Supuesta esa fe en la divinidad de Jesús
el imperativo moral se concreta en algunos interrogantes lanzados a los
cristianos: si Dios no es rival sino compañero y afirmación
de todos los seres humanos ¿estamos dispuestos a despojarnos continuamente
de las imágenes que nos fabricamos sobre Dios como soberano intocable
y paralizante del ser humano? Si es solidario de la humanidad ¿estamos
dispuestos a trabajar para que todos los hombres y mujeres, todos y cada
uno de los pueblos, sean justos responsables de sus propias historias?.
Sí aceptamos que Jesús de Nazaret hizo suya la causa de
los pobres y realmente sufrió por combatir nuestros males ¿estamos
dispuestos a luchar contra los males y sufrimientos que desfiguran a nuestra
humanidad, rompiendo cualquier complicidad con las causas y causantes
de los males y sufrimientos que afligen a la humanidad y atenazan al cosmos?
Según nuestra fe cristiana, hasta el ser humano más
insignificante, creado a imagen de Dios y cuyos derechos humanos tienen
algo de divino, está llamado a realizarse y perfeccionarse participando
en la marcha de la humanidad; ningún creyente cristiano puede vivir
tranquilo mientras uno solo de sus hermanos, en cualquier parte del mundo,
sea víctima de la injusticia, de la opresión o viva degradado.
¿QUÉ SERVICIO
DEBE PRESTAR LA IGLESIA?
En sus Cartas a Elpidio, Félix Varela habla de la Iglesia como
el conjunto de los creyentes bautizados, guiados por la luz de la fe,
unidos por el vínculo de la caridad y bien fundada esperanza.10
-La fe significa un encuentro interpersonal con Dios como amor gratuito
e inesperado a favor de todos. En ese encuentro nos sentimos acompañados,
amados y perdonados. La teología clásica presenta la caridad
como amistad con Dios, transformación del corazón humano
con los sentimientos de misericordia. El amor gratuito de Dios ha sido
infundido en nuestros corazones; ese amor hace que nos sintamos hijos
del Padre común y hermanos de todos. Según Mt 5,48 Jesús
señala una meta muy elevada sed perfectos como el Padre celestial;
pero Lc 6,36 concreta bien cuál es la perfección de Dios:
sed misericordiosos como misericordioso es vuestro Padre.
Según la parábola del buen samaritano el amor eficaz al
prójimo es la concreción histórica de un amor gratuito
y compasivo que nos alcanza y transforma mientras vamos de camino.
-La caridad o amor sólo se hace real en un tejido social, en una
organización de la ciudad, polis. Con razón
se habla de la caridad política: incidencia del amor
cristiano en la transformación de la sociedad y mediaciones sociales
en que ese amor toma cuerpo. Con frecuencia en esas mediaciones económicas,
políticas o religiosas se instala una tentación de la que
debemos ser conscientes: suplantación del amor que sirve por el
poder que oprime.
Apunto algunas concreciones de esta caridad política que tienen
actualidad para nosotros:
En nuestra sociedad, amenazada por el individualismo sálvese
quien pueda- donde hay tantas heridas que supuran rencor y venganza,
el amor de misericordia debe ser inspiración para establecer la
justicia, o rectificar lo torcido. Esa justicia que se hace con el hijo
del pródigo y con los viñadores que reciben jornal completo
aunque han llegado tarde al trabajo. Una justicia que rompe con todos
los consensos sociales porque brota del amor gratuito, amor de misericordia
que se hace cargo y carga con la miseria del otro ayudándole a
salir de su postración. Un amor y una justicia que salen de un
corazón espontáneamente justo, que está motivado
por la pasión de justicia. Un amor que perdona sin medida y sin
pedir nada a cambio. La comunidad cristiana debe ser germen de solidaridad
y los cristianos deben mostrar el nuevo lazo de solidaridad universal.
Y solidaridad no es un sentimiento superficial por los males de tantas
personas, cercanas o lejanas, sino la determinación firme y perseverante
de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de
todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de
todo.11 Evocando el evangelio de Jesucristo tres ámbitos de la
caridad como solidaridad deben ser atendidos por los cristianos en su
servicio a nuestra sociedad: los derechos humanos, los derechos de los
pobres o excluidos y el amor a los enemigos.
Los derechos humanos son como aspiraciones comunes de futuro que se van
fraguando como una ética secular; hoy ya tenemos bien formulados
los derechos de los seres humanos y de los pueblos: a la libertad, a la
autodeterminación, a la vida; derechos de la familia y de los individuos,
derechos políticos y derechos sociales; en la misma línea
se van descubriendo los derechos de la creación, hogar común
de los seres humanos. Desde la visión cristiana esos anhelos o
aspiraciones de la humanidad se proyectan en un horizonte nuevo y más
amplio. Porque todos los hombres y mujeres son imagen de Dios sus derechos
humanos tienen alo divino, espontáneamente suscitan en nosotros
un deber ineludible. No me resisto a traer aquí un texto del Sínodo
de Obispos de 1971. Toda la Iglesia, y con ella los obispos y los
sacerdotes, según sus responsabilidades, ha de escoger una manera
precisa de actuar, cuando están en juego la defensa de los derechos
fundamentales del hombre, la consecución de la causa de la justicia
y de la paz, arbitrando medios claramente conformes al evangelio.12
Otro aspecto en la conducta histórica de Jesús es la opción
por la causa de los excluidos o echados fuera por discriminaciones económicas,
políticas o religiosas. El profundo estupor ante la dignidad de
toda persona humana se llama evangelio y quien ha recibido esta buena
noticia dejándose transformar por ella, no puede menos de ponerse
al lado de los excluidos para defender su dignidad inviolable.
En la misma inspiración de la misericordia tiene su justificación
el amor a los enemigos, que nos han hecho daño sin razón
o que amenazan nuestra seguridad. En ese amor quedan superados los resentimientos,
el odio y la revancha. En la visión cristiana todos los seres humanos,
incluidos los que no piensan como nosotros y se vuelven injustamente contra
nosotros, gozan de una dimensión trascendente, han sido creados
para la felicidad. Y esta visión elimina la raíz de la venganza
y depone cualquier odio interior, suscitando en nosotros incluso el deseo
de bien para ellos.
-Finalmente los cristianos debemos apostar a una esperanza bien
fundada. Una mirada confiada en el porvenir cuando parece que no
hay una salida. En su reciente Carta No hay patria sin virtud
el Cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana constata: muchos
hermanos nuestros se vuelven a la Iglesia en Cuba pidiendo una palabra
de futuro, porque existe en el pueblo cubano un temor difuso y generalizado
al porvenir13. Según esa Carta, la desesperanza es
hoy la primera causa de emigración14.
La esperanza se nos muere entre las manos cuando los problemas son tantos
y tan grandes que no sabemos qué hacer, o no podemos hacer nada
o lo que hacemos no da el fruto esperado. Pocas veces la esperanza ha
estado tan baja en el mundo y esta enfermedad también carcome a
nuestra sociedad cubana; al no lograr los resultados esperados en los
proyectos utópicos intrahistóricos la decepción nos
paraliza, perdemos el horizonte de utopía y lo más razonable
es la desesperanza. Pero los resultados y la eficacia no son los únicos
parámetros que los cristianos tenemos para mirar confiadamente
al porvenir. Hablamos de esperanza teologal que significa
pensar nuestro futuro desde Dios. Según nuestra fe, el porvenir
de la humanidad está ya habitado; en cualquier hipótesis
Dios será para esta humanidad amor, Abba, Padre. Nos sobran amenazas
de guerras e invasiones, de violencias y de muerte. Según la fe
cristiana el porvenir de nuestro pueblo ya está habitado por el
Señor, no estamos condenados a buscar solos un futuro mejor sino
en compañía de un amor gratuito que nos precede y nos sostiene.
Hoy somos llamados a mantenernos fieles a la utopía del reino de
Dios; una fidelidad de larga duración y posiblemente sin resultados
inmediatos. Finalmente ¿no creemos los cristianos que la última
palabra, que es de vida y de felicidad para los crucificados del mundo,
ya se ha hecho realidad en el crucificado que llamamos Jesucristo?
Para no quedarnos en teorías consoladoras es necesario no sólo
mirar confiadamente al porvenir, sino construir ese futuro en el compromiso
incondicional por crear una nueva sociedad fraternada, seguros de que
todo lo que se hace por amor no cae ya en el vacío. Y así
paso al tercer punto de mi exposición.
¿Cómo debe
prestar la Iglesia este servicio?
La comunidad de discípulos de Jesucristo requiere por su misma
naturaleza una presencia pública en la sociedad, pues proclama
una salvación para todos los seres humanos que sólo son
reales en una organización social. Esos discípulos deben
ser luz del mundo y sal de la tierra; son como la ciudad a la vista de
todos o como la luz que no se puede ocultar (Mt 5,13,16) No cabe un anonimato
vergonzante de los cristianos, ni el aislacionismo en recintos sagrados,
ni el ghetto, ni la evasión espiritualista. La confrontación
con el status quo socio-religioso de su tiempo desencadenó el proceso
que terminó en la crucifixión de Jesús, dando a entender
que no toda configuración social es aceptable según el evangelio.
Pero al mismo tiempo ya es significativo que entre las tentaciones, tal
vez la más importante que sufrió y superó Jesús
fue la idolatría del poder: lograr una presencia pública
con la lógica de los poderosos que dominan y se imponen por la
fuerza. Frente a tendencias del laicismo moderno y de otras ideologías,
que pretenden echar a la Iglesia fuera de la vida pública, de lo
que se trata no es sólo de que la Iglesia tenga la existencia social
jurídicamente reconocida sino de que su presencia en la sociedad
sea evangélicamente significativa, como dice el P. Félix
Varela para el bien de los pueblos no sólo en lo espiritual
sino también en lo temporal.
Para trazar un marco, recurro a dos documentos:
-Uno es la Constitución del Vaticano II Sobre la Iglesia
en el mundo actual. Da por supuesta la presencia pública
de la Iglesia en la sociedad: existe en el mundo y con él
vive y actúa, avanza junto con toda la humanidad y
experimenta la misma suerte terrena del mundo15. Más aún
existe como fermento y alma de la sociedad humana. Pero ¿cómo?
Enseguida se puntualiza: la misión propia que Cristo confió
a la Iglesia no es de orden político, económico o social,
pues el fin que le asignó es de orden religioso16. Luego
la Iglesia no debe ser ni identificarse con ningún partido político,
tampoco una sociedad económica financiera para distribuir equitativamente
los bienes de producción, ni una entidad asistencial para enfermos
y desvalidos de la sociedad. Su misión es religiosa, ser proclamación
de un Dios de los hombres y de su proyecto de vida en plenitud para todos
los seres humanos y para la creación, tal como se reveló
en Jesucristo. Pero esa proclamación incide sin remedio en la organización
social y política donde se juega la vida de los seres humanos.
Por ello esa fe cristiana, o encuentro personal con el Dios revelado en
Jesucristo, ilumina todo con una nueva luz y manifiesta el plan divino
sobre la vocación integral del hombre y así dirige la mente
hacia soluciones plenamente humanas17. En consecuencia la
Iglesia que por razón de su ministerio y de su competencia, de
ninguna manera se confunde con la comunidad política y no está
vinculada a ningún sistema político, es al mismo tiempo
el signo y la salvaguarda del carácter trascendental de la persona
humana18.
El concilio puntualiza bien la respuesta sobre la persona pública
de la Iglesia planteada tradicionalmente en las coordenadas de relación
Iglesia-Estado que se concreta en el binomio jerarquía eclesiástica-gobierno
de la sociedad civil; la confrontación se sitúa en el plano
magisterial o doctrinal; en forma de colaboración, denuncia y protesta.
En asambleas como el ENEC y en valiosos documentos los obispos vienen
ejerciendo su magisterio fieles a la orientación del Vaticano II.
Tienen muy claro que la misión encomendada por Cristo a la Iglesia
no es de orden político ni está inspirada en la preocupación
por lograr una presencia pública que funcione con la lógica
del poder. Es importante dejar bien sentado ese punto cuando unos esperan
de la Iglesia que sea un partido de oposición o se deje domesticar
por el régimen político vigente. Pero en la misión
religiosa de la Iglesia hay también una inevitable incidencia en
el campo social de la economía y de la política cuando peligran
los derechos fundamentales de los seres humanos, según la fe cristiana
esos derechos tienen algo de divino y anuncio del Dios que quiere la vida
en plenitud para todos y hace suya la causa de los excluidos conlleva
la denuncia de situaciones políticas o económicas que ignoran
o hacen imposible la satisfacción de eso derechos. Para este anuncio
y esta denuncia los obispos tienen que leer atentamente ese dinamismo
complejo que es la realidad social, escuchar cuidadosamente a los otros
e invocar al Espíritu. En todo caso no es evangélicamente
lícito guardar silencio cuando están en juego los derechos
fundamentales de las personas.
La Iglesia no se identifica con ningún partido político,
y precisamente por eso debe defender los derechos de todos a tener su
propia voz en la sociedad, estén o no de acuerdo con el régimen
establecido. Aunque, siguiendo la conducta de Jesús, la Iglesia
debe denunciar abusos y defender los derechos, como desafío de
un poder constituido, sino como expresión de la misericordia o
amor que gratuitamente se ofrece sin recibir nada a cambio, aceptando
incluso la conflictividad y el fracaso.
Hay además otro aspecto importante. Aunque la misión de
la Iglesia no es política, quiérase o no, sus obispos y
sus instituciones juegan un papel social. La comunidad católica
constituye un grupo social como las demás confesiones religiosas.
Tiene derecho a un estatuto que le permita cumplir su misión; la
satisfacción de ese derecho no es ningún privilegio. Por
ello es poco realista y puede pecar de espiritualismo vacío una
ruptura total de la Iglesia con los poderes públicos porque deja
a un lado las relaciones indispensables que todo grupo social se ve obligado
a mantener con la sociedad política y sus autoridades. Y habría
peligro de perversión evangélica si, renunciando al diálogo
y a contactos institucionales con las autoridades de la sociedad, bajo
capa de una actitud pastoral no del todo independiente, los obispos llegasen
a constituirse o ser considerados como grupo de influencia política
en oposición al gobierno secular vigente. De todas formas no es
fácil evitar las ambigüedades y encontrar la posición
adecuada en todo momento: ¿cómo mantener contactos con el
poder sin ser o parecer absorbidos por él? ¿cómo
relacionarse apareciendo completamente libres a los ojos de todos? Hay
que tener los ojos muy abiertos a la realidad, escuchar pacientemente
a los otros y sobre todo sanear evangélicamente el corazón
para no confundir la prudencia con el miedo a perder las falsas seguridades
ni la audacia profética con imprudencia temeraria.
-El planteamiento de la presencia pública en las coordenadas de
la relación Iglesia-Estado, como sinónimo de jerarquía
eclesiástica-gobierno de la sociedad, puede dar la falsa imagen
de que el sujeto de la llamada presencia pública de la Iglesia
no se manifiesta sino en la voz autorizada de los obispos. En 1971 la
enciclíca Octogesima Adveniens dejó bien claro que el sujeto
de la presencia pública es la comunidad cristiana, no tanto con
sus teorías cuanto con su práctica histórica. No
plantea un debate doctrinal sino la urgencia de trabajar con energía
para instaurar una fraternidad universal, base indispensable de una justicia
auténtica y condición de una paz duradera19. e invita
a las comunidades cristianas a ser sujeto de la presencia pública
en una práctica existencia con doble vertiente:
1)- Discernimiento cristiano de las situaciones a las que se deben: Incumbe
a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación
de su país, esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable
del evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio
y directrices de acción según las enseñanzas sociales
de la Iglesia20. A estas alturas sabemos que la neutralidad política
es pretensión ingenua: porque ningún proceso histórico
se identifica sin más con el reino de Dios y porque la Iglesia
no se identifica con ningún partido político, cabe el pluralismo
entre los cristianos a la hora de optar por un partido siempre que tengan
como horizonte la llegada del reino de Dios. Esa elección supone
el discernimiento que debe hacer cada uno escuchando a sus hermanos de
comunidad.
2)- Conforme a ese discernimiento se pide a los cristianos una conducta
públicamente responsable: a estas comunidades cristianas
toca discernir con la ayuda del Espíritu Santo, en diálogo
con los demás hermanos cristianos y todos los hombres, las opciones
y compromisos que conviene asumir para realizar transformaciones sociales,
políticas y económicas que se consideren de urgente necesidad
en cada caso21. Con el debido discernimiento cada cristiano debe
procesar y tomar partido ante los acontecimientos sociales y políticos.
Pero la encíclica. Octogesima Adveniens sugiere algo más
que deben aportar todos los cristianos en su práctica política,
entendido este adjetivo en su sentido original como organización
de la sociedad. en este esfuerzo por promover tales transformaciones
los cristianos deberán en primer lugar, renovar su confianza en
la fuerza y la originalidad de las exigencias evangélicas22.
¿Cuáles son las fuerzas y la originalidad de las exigencias
evangélicas que debemos vivir y ofrecer hoy y aquí los cristianos?
Señalo algunas:
Primero empezar a pensar. Es el consejo del P. Félix Varela. En
la nueva cultura esa forma nueva de vivir y de interpretar la vida-
hombres y mujeres están programados desde arriba por las fuerzas
que tienen el poder económico y los medios de comunicación
en sus manos; ahora no me refiero a lo que pueda suceder en Cuba sino
a lo que está sucediendo en pueblos económicamente muy prósperos
del ámbito europeo. Se va creando un tipo de persona superficial,
manipulada, incapaz de pensar y tomar decisiones por su cuenta. Las comunidades
cristianas pueden y deben ser el ámbito donde las personas escuchen,
confronten otras posiciones, profundicen y vayan aproximándose
hacia la verdad completa. En todos los terrenos, también en el
ámbito de la política.
Mirar con profundo estupor al ser humano. Juan Pablo II ha escrito en
su primera encíclica que este profundo estupor ante el valor y
dignidad del ser humano se llama Evangelio23. Si creemos
de verdad en la encarnación, debemos admitir que el Espíritu
está ya presente y activo en la evolución de la historia,
y que el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre24.
Luego este mundo y este hombre son el camino de la Iglesia. Cuando en
1965 Pablo VI clausuró el Concilio Vaticano II resumió la
postura de la Iglesia respecto al mundo moderno: la antigua historia
del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del concilio; una
simpatía inmensa lo ha penetrado todo25. Nuestra experiencia
cristiana de Dios, misericordia entrañable, nos impulsa no a huir
de nuestro pueblo del que formamos parte sino a la acción en los
puntos donde los hombres se juegan su existencia y su provenir26.
Teniendo como horizonte la llegada del reino de Dios.Ya el Vaticano II
insistió: por medio de los laicos el Señor desea extender
su reino: un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia,
un reino de justicia, de amor y de paz27. Mirando a nuestro contexto
señalo tres aspectos ya bien destacados en la orientación
de la Iglesia.
Defender la dignidad de todas las personas y pueblos; más en concreto
colaborar al progreso de la libertad humana y cristiana28.
El adjetivo cristiana significa una libertad motivada e impulsada
por el amor a los demás. Colaborar al progreso de esta libertad
implica ser veraces, trabajar por un reino de verdad, donde
nadie tenga que vivir de las apariencias. Según el evangelio las
personas deben ser valoradas por lo que son en sí mismas, imágenes
del Creador, y no por la fachada, por el capital que posean o puesto social
que ocupen.
La reconciliación. El símbolo reino de Dios
evoca otro símbolo bíblico: el año de gracia
(Lc 4,18). Un tiempo en que las deudas se perdonan y todos vuelven a ser
personas con su propia palabra en la sociedad. Es el tiempo de gracia
y no de venganza, el tiempo de amor y no de odio, el tiempo de paz y no
de violencia.
Solidaridad sin fronteras. Sentimiento y conducta del que piensa y actúa
pensando no sólo qué será de mí sino también
qué será de los otros, especialmente de los más débiles
e indefensos. La solidaridad en acción es el reino de Dios. Cuando
el individualismo se nos mete en la sangre los cristianos debemos desarrollar
esta conducta humanista y humanizadora, en el otro siempre hay algo trascendente
y absoluto que nos reclama. Muchas veces no es cuestión de dar
cosas ni solución a dificultades para las que no tenemos remedio.
Lo que sí podemos hacer siempre es acompañar, tal vez en
nuestra cercanía las personas puedan entender que no están
solas porque Dios está con ellas.
Testigos de la esperanza. En el mundo y en Cuba este servicio de los cristianos
es tan urgente como difícil. Urgente porque la esperanza se nos
muere entre las manos y no es suficiente decir que después de la
muerte todos encontraremos la felicidad, porque la cuestión es
más inmediata y acuciante:¿qué podemos esperar ahora
y aquí? Y difícil porque nadie da lo que no tiene y con
frecuencia los mismos cristianos vivimos desesperanzados, descontentos
de todo, pesimistas ante los procesos sociales y con cara de pocos redimidos.
Pero si creemos de verdad en que el Espíritu renueva ya la faz
de la tierra y este mundo es ya mundo del Hijo de Dios ¿no podemos
descubrir en las aspiraciones y procesos humanos semillas del Verbo que
abran ya futuro?. En una de sus cartas, Ef 1,18, Pablo pide para los primeros
cristianos que Dios ilumine los ojos del corazón para
que podáis reconocer la esperanza. Y en la obra de todos conocida,
el zorro dice al Principito: lo esencial es invisible a los ojos,
sólo se ve bien con el corazón. Los ojos sin
corazón siempre quedan en la superficialidad. Cuando se mira
con el corazón, las personas y los pueblos encuentran motivos y
coraje de futuro. Para esta querida comunidad cristiana de Pinar del Río
y para mí en esta noche, pido que Dios ilumine los ojos de nuestro
corazón. Ese Dios que desde el comienzo del mundo nos confió
la tierra a todos nosotros para que nos esforcemos, con la ayuda de su
gracia, en hacer de ella un lugar de ternura, justicia y fraternidad.
Bibliografía
1 N. 4, n.
2 GS,17
3 Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 10
4 GS, 25
5 Mt 6,33. Es la idea que se ve con toda claridad en la exhort. Evangelii
nuntiandi, n.8.Esta visión responde al evangelio: hay que convertirse
al reino que está llegando (Mc 1,14-15)
6 Mc. 8,36; Mt. 12,11. En el pueblo judío, que había sufrido
la sequedad en el desierto, las ovejas y el agua para darles de beber
eran medios fundamentales de supervivencia y de producción (Jn
4,12). Ello explica la permisión para sacar una oveja caída
en un pozo rompiendo el descanso sabático.
7 GS,43
8 Summa contra Gentes III, 122
9 La justicia en el mundo. introd..
10 Carta segunda Sobre la superstición
11 Juan Pablo II, Enc. Sollicitudo rei sociales, n. 38
13 n. 18
14 N.39
15 GS,40
16 GS,42
17 GS,11
18 GS, 76. Enc. Redemptor hominis, n. 13 b
19 N. 17
21 Ib.
22 N.4
20 N.16
23 Redemptor hominis, n. 10 b
24 GS,nn. 22 y 26.
25 El valor religioso del concilio, 7 de dic. 1965, n.8.
26 Octogesima adveniens, n. 51
27 LG, n. 36
28 LG, n. 26
|