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La convivencia pacífica
entre las personas, los diferentes grupos sociales y entre las naciones
es voluntad de Dios y por tanto, es tarea de la Iglesia. La violencia
es contraria al Plan de Salvación de Dios.
Cuando pensamos en el aporte de la Iglesia en la promoción de
la convivencia pacífica, probablemente, lo primero que nos viene
a la mente es el trabajo de mediación o denuncia de la Iglesia
ante las múltiples realidades de guerra y conflictos armados
que hay en el mundo, por ejemplo las intervenciones militares de las
superpotencias, como la ocurrida recientemente en Iraq, conflictos como
el de Colombia, o las guerras fraticidas promovidas por regímenes
sanguinarios como los recientes de Liberia o Yugoslavia y otros muchos
que ni siquiera conocemos. Los medios de difusión en Cuba suelen
presentar la realidad del mundo como una realidad de conflictos, en
contraste con una situación interna de paz y prosperidad, suelen
presentar las relaciones internacionales como esencialmente conflictivas,
mientras que las de Cuba con otros pueblos, son de ayuda solidaria.
Podría parecer que en Cuba la Iglesia no tiene nada que aportar
para la convivencia pacífica.
Sin embargo la paz no es la mera ausencia de guerra, no consiste solamente
en que a la gente en nuestras calles no se le vea armada, ni se escuchen
tiroteos. En Cuba hay múltiples realidades de violencia y de
conflictos en potencia que pudieran desencadenarse en cualquier momento:
- Hay violencia creciente en las relaciones interpersonales: en las
paradas, las colas y los barrios, generadas por la desconfianza, la
miseria y la degradación moral.
- Hay violencia creciente en el interior de las familias, generada por
las causas anteriores, además del hacinamiento y la separación
forzosa de sus miembros.
- Hay violencia en el ejercicio político cuando se encarcela
injustamente a opositores pacíficos y en las diversas formas
de coacción y tortura psicológica que pueden ser ejercidas
sobre cualquier ciudadano en cualquier ambiente de nuestro país.
En Cuba no se ven manifestantes pacíficos apaleados en las calles.
Sin embargo hay miedo, mucho miedo, que impuesto de las maneras más
sutiles y eficaces paraliza una enorme cuota de la iniciativa cívica
pacífica de los ciudadanos y los grupos, y eso, acumula sufrimientos
y rencores que pueden un día estallar violentamente. Lo sucedido
alrededor del Proyecto Varela y el gradual desarrollo de la oposición
pacífica son esperanzadoras excepciones.
- Hay violencia también en los medios de difusión, no
sólo en las películas y las aventuras, sino en las mesas
redondas, tribunas abiertas y otros espacios donde suele aparecer el
lenguaje del odio al enemigo y la condena al adversario.
- Hay conflicto, a veces violento, en el interior de muchas personas
que piensan una cosa y hacen y dicen otra; que de día trabajan
en una cosa que no tiene que ver con su verdadera vocación y
por la noche en otra, en la que intentan realizarse.
- Detrás de cada ley injusta, de cada disposición laboral
injusta, de cada jefe autoritario, hay un conflicto en potencia y violencia
ejercida contra la persona.
- Son violentos, aunque muchas veces sutilmente encubiertos, los mecanismos
de represión y de intromisión en la vida personal de los
cubanos por parte del Estado, coartando a veces hasta la última
de las libertades humanas: la de tomar decisiones, eligiendo la actitud
a seguir en un momento y lugar determinados.
- En Cuba hay cierta cuota de odio acumulado en varias personas. En
cualquiera de nuestros pueblos, por ejemplo, hay personas a las que
se la tienen guardada para ajustarles cuentas por presuntos
daños hechos a otros cuando han sido partícipes de alguna
injusticia.
Sin embargo el profeta Isaías, en la Primera Lectura, en un lenguaje
poético precioso, nos presenta el ideal de la convivencia pacífica.
El profeta, en nombre de Dios, nos asegura que las realidades de violencia
pueden ser superadas, por irreconciliables que parezcan, y por cotidianas
que sean. Nos toca a nosotros colaborar en esa obra buscando los caminos
para hacer posible la reconciliación.
¿Cómo hacer que el lobo del sufrimiento y el odio acumulados
paste con el cordero de la reconciliación?
¿Cómo hacer para que el tigre del miedo que paraliza,
paste con el cabrito de la iniciativa y la valentía ante la vida
propia del pueblo cubano?
¿Cómo hacer para que el león de las batallas y
el becerro de la apatía y la sumisión se dejen conducir
por el niñito del diálogo, la tolerancia política
y el respeto a la diversidad innata de nuestro pueblo?
Nadie que no seamos los cubanos, los de aquí y los de fuera,
podemos contestar correctamente estas preguntas. Pareciera un milagro
lograr estas cosas, y realmente lo es, pero el propio profeta nos da
la clave: Del tronco de Jesé, es decir, del pueblo, brotarán
retoños. Retoños de sus raíces, es decir, de los
que se han comprometido con Cuba y han puesto su alma de raíz.
Sobre ese retoño estará el Espíritu de Dios y no
dejará de asistirlo, aunque parezca que sean eternas las realidades
de opresión. Ese espíritu da la sabiduría y la
prudencia, para contestar estas y todas las preguntas que nos hacemos
los cubanos. Ese retoño no se guiará por las apariencias
de la manipulación de la información y la difamación,
sino que juzgará con rectitud, haciendo justicia a los débiles
y defenderá los derechos de los pobres, que en Cuba abundamos
en todos los ambientes de la sociedad.
Para el profeta la raíz profunda de la paz está en la
justicia. Hoy diríamos que: en la justicia del salario que satisfaga
las necesidades básicas, en la justicia de las relaciones laborales
que respeten los derechos de los trabajadores, en la justicia de la
convivencia política plural y tolerante, en la justicia de la
educación, al alcance de todos, pero libremente escogida y protagonizada
por la familia; en la justicia de la distribución de las riquezas,
producidas por los cubanos y no recibidas de regalo humanitario, ni
malgastada en campañas políticas, o enviadas a otros lugares
del mundo sin contar con los necesitados de nuestro país.
El salmo canta a la misericordia infinita de Dios que perdona los pecados,
que pasa por encima de la lógica de la violencia y salva a su
pueblo, comprometiéndose con él, para que la verdad y
el amor se den cita: la verdad de nuestra realidad dura y muchas veces
injusta y con el amor al adversario y el perdón al que se declara
nuestro enemigo. El Señor nos ayudará, ya nos está
ayudando, a que se bese la paz de la no violencia y la apertura de mente
y de iniciativas, con la justicia del respeto a los derechos y de la
condena adecuada a los culpables. El señor ya nos está
trayendo la lluvia fresca que dará fruto, la lluvia del cambio
de la mente y los corazones de los cubanos y del predominio del carácter
noble de este pueblo, sobre las iniciativas del odio y la venganza.
Este pueblo pacífico y de enorme capacidad de recuperación
dará sin dudas muchos frutos si se deja regar por la lluvia de
Cristo, el Maestro de la Convivencia Pacífica.
Él, que vivió entre nosotros, vive en comunidad pacífica
y diversa con el Padre y el Hijo, de tal manera que son uno solo, el
Dios que nos regala el sol que nace de lo alto para iluminar a los que
vivimos en tinieblas y en sombras de muerte.
En el Evangelio, Jesucristo nos sube aún más el listón.
Y al imperativo de la justicia agrega el de la misericordia: Si te piden
la capa, dales también tu camisa, si te dan una bofetada en una
mejilla, ofrece también la otra...
Son estas palabras de las más duras e incomprendidas del Evangelio,
porque para entenderlas hay que participar de la lógica cristiana,
en que la realización humana y la felicidad se encuentran verdaderamente
en dar y en darse. En dar más de lo que el otro merece porque
también cada uno de nosotros necesita para vivir mucho más
amor del que merece y porque, por ser hijos de un mismo padre, somos
todos hermanos. ¿Y qué no se le perdona a un hermano?
En eso los cubanos, hechos de un corazón más grande que
nuestro pecho, lo entendemos bien ¿no hemos oído cosas
como estas?: es un sinvergüenza, pero es mi hermano,
me robó, pero es mi hermano y no puedo dejar que se muera
de hambre, tengo que meterlo a camino, me pegó, pero
es mi hermano, y no puedo cerrarle la puerta ahora que está en
desgracia, te han hecho mucho daño, pero lo mejor
que hiciste fue darles una galleta sin mano..., gracias a Dios,
los cubanos preferimos aun las galletas sin mano y la puerta abierta,
y eso, en términos evangélicos es poner la otra mejilla,
es buscar una respuesta no violenta a una actitud violenta, es dar más
de lo que el otro espera o merece, gratis, más allá de
procurar que cada cual reciba lo que le corresponde, que es la justicia.
Sin justicia no puede haber paz, la justicia es el mínimo para
la convivencia pacífica, pero la misericordia es la mayor realización
de la convivencia cristiana.
En Cuba hay muchos que ponen la otra mejilla ofreciendo alternativas
de paz y diálogo al discurso de violencia y exclusión.
Es muy grave que a estos se les trate como a ladrones o apátridas.
En Cuba hay muchos que ponen la otra mejilla, presentando iniciativas,
innovaciones, buscando oportunidades de realización laboral y
profesional en medio de enormes dificultades, es muy grave que no se
les tenga en cuenta. Es loable que profesionales cubanos ayuden en el
mundo entero, pero la solidaridad no puede servir como cubierta al apoyo
a determinadas tendencia políticas, porque eso es injerencismo.
Ni la solidaridad puede servir para aprovecharse de la difícil
situación económica de estos profesionales en Cuba ni
para lograr presuntas hazañas en el extranjero, porque esto es
una forma moderna y sutil de esclavitud.
En el mundo hay muchos que ponen la otra mejilla olvidando el pasado
y abriéndose a la cooperación solidaria con Cuba, es muy
grave que se les engañe, se les manipule o se les ofenda. Cuba
tiene que pedir perdón por su pasado reciente de compromiso con
la guerra en varias partes del mundo, que tantos muertos y tanta riqueza
costaron, así como desmontar cualquier estructura o compromiso
que pueda quedar aún en este sentido, para contribuir así
más plenamente con las iniciativas internacionales de lucha contra
el terrorismo, la droga y las diferentes formas de violencia.
Hay mucho perdón que pedir en Cuba y mucho perdón que
conceder, hay muchas mejillas que poner y muchas bofetadas que no dar.
La Iglesia es maestra en enseñar a poner la otra mejilla, pero
no debe ser la mejilla de la sumisión y el silencio cómplice
ante el sufrimiento sino la de la propuesta profética e incluyente
que promueva las iniciativas que puedan configurar una nueva sociedad,
con un rostro más humano y más pacífico, según
nos recordó el Papa, hace ya cuatro largos años.
En la Iglesia se ora todos los días por los que se consideran
enemigos nuestros y de otros, debemos seguir proponiendo esta actitud,
para que todos encuentren aquí un motivo para superar la lógica
de la confrontación y el rencor. Los cubanos hemos salido de
algunos de los períodos más violentos de nuestra historia
sin que reinen la venganza y el odio. La última guerra de liberación,
la Necesaria promovida por Martí, no generó un fratricidio,
porque los cubanos quisieron que así fuera, a pesar de los campos
de concentración de Weyler.
La Iglesia ayuda a los presos e insiste en dialogar con las autoridades
competentes, debemos seguir promoviendo esta actitud para que las cárceles
pasen gradualmente de ser recintos de sufrimiento y violencia a espacios
de reconciliación pacífica.
La Iglesia trata de evangelizar a los diferentes ambientes de la sociedad.
Debemos seguir promoviendo esta actitud, para que estos ambientes sean
cada vez menos violentos y para que se articule en ellos la sociedad
civil, imprescindible para la verdadera convivencia pacífica.
La Iglesia trata de evangelizar a la familia. Debemos seguir promoviendo
esa actitud para que disminuyan la violencia familiar y el divorcio
y para que los hijos aprendan en ese pequeño ambiente la convivencia
que luego les tocará construir en los más amplios y diversos
espacios de la sociedad.
La soberanía de los pueblos reside en el ciudadano y cualquier
situación que viole esta soberanía contribuye a la violencia
y a la guerra porque las personas tendemos a la violencia cuando se
ven en peligro nuestros intereses y aspiraciones legítimos. Por
tanto, promover la convivencia pacífica consiste también
en desmontar las estructuras sociales y las costumbres que violen dicha
soberanía. Los enemigos de la soberanía de los cubanos,
y por tanto de la paz en Cuba, no están tanto fuera como dentro,
no debemos acusar a los de fuera de la violencia que sufrimos aquí
dentro. La comunidad cristiana debe enseñar a identificarlos
y a promover métodos pacíficos para que dichos enemigos
dejen de serlo. No hay que buscar fuera lo que está dentro, no
hay que buscar escapando hacia fuera la solución de los conflictos
que tenemos dentro. En ello nos va nuestra integridad como nación.
La Iglesia, maestra en saltar y deshacer fronteras, tiene un gran aporte
que dar a la hora de reunir a los cubanos de dentro y de fuera, más
aún, debe contribuir a que desaparezca para siempre el muro,
invisible pero real, que separa a Cuba del mundo y que nos hace pensar
en la vida dentro y la vida fuera, para que
seamos una nación abierta al mundo, donde ciudadanos y grupos
de la sociedad civil, y el propio Estado, sean cada vez más interdependientes
con otros del resto del mundo, dentro del marco de la paz, la legalidad
y la libertad.
La Iglesia, que somos cada uno de nosotros, es portadora del mensaje
liberador y pacífico de Jesucristo y tiene, por tanto, el deber
de estar presente en la transformación de Cuba y de los cubanos
hacia una convivencia más libre y en paz entre todos. La Virgen
de la Caridad del Cobre, que bajo su manto cubre a todos los cubanos,
sean como sean y piensen como piensen, es nuestra intercesora en el
cielo y la madre de nuestra nación, a ella quisiera recitarle,
para terminar, una traducción del Evangelio de hoy a nuestro
lenguaje y nuestra cultura cordial y magnánima:
Cultivo una rosa blanca,
en junio como en enero,
para el amigo sincero,
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo, ni ortiga cultivo,
cultivo una rosa blanca.
Amén.
Primera Lectura: Is 11, 1-10.
Salmo: Sal 85, 1-13
Lc 6, 27-31
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