Revista Vitral No. 58 * año X * noviembre - diciembre de 2003


CENTENARIO DE LA DIÓCESIS

 

LA IGLESIA EN CUBA AL SERVICIO DEL DESARROLLO PERSONAL Y SOCIAL

P. JESÚS ESPEJA

P. Jesús Espeja

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

ACOTACIÓN DEL TERRENO

¿POR QUÉ LA IGLESIA DEBE ESTAR AL SERVICIO DEL DESARROLLO PERSONAL Y SOCIAL?

¿QUÉ SERVICIO DEBE PRESTAR LA IGLESIA?

¿CÓMO DEBE PRESTAR LA IGLESIA ESTE SERVICIO?

BIBLIOGRAFÍA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Introducción

Agradezco la invitación a celebrar con esta comunidad cristiana su primer centenario como diócesis canónica. El título que me ha sido dado, aunque apunta bien a una preocupación concreta, admite distintos enfoques. Por eso debo acotar el campo de mi reflexión, para después sugerir por qué y cómo la Iglesia debe estar al servicio del desarrollo personal y social.

ACOTACIÓN DEL TERRENO
Cuando me piden una conferencia, prefiero que me formulen el título; partiendo del mismo tengo cierta garantía de responder a las expectativas de los oyentes. Y en el título que me han propuesto hay tres términos, un supuesto y una preocupación implícita. Los tres términos son: Iglesia, desarrollo personal y social en Cuba. El supuesto: que la Iglesia debe estar al servicio de este desarrollo. Y la preocupación implícita: cómo la Iglesia debe prestar este servicio.
Primero desbrozando el significado de los términos.
1.- Y comienzo por el que me resulta más problemático “en Cuba”. Llevo muy poco tiempo aquí, cada vez me siento más en sintonía con este pueblo y cada vez me siento más incapaz de hablar sobre la compleja situación de la sociedad cubana y de la Iglesia dentro de la misma. Estamos en un proceso que no admite simplificaciones en el análisis. Me permito hacer aquí la sugerencia de Pablo VI en la enc. “Octogesima adveniens”: “incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de cada país, esclarecida mediante la luz de la Palabra inalterable del Evangelio, con normas de juicio y directrices de acción según las enseñanzas sociales de la Iglesia”.1 En esta conferencia, y lógicamente desde la percepción personal que tengo sobre la situación cubana, sólo pretendo exponer la palabra inalterable del evangelio que ha venido concretando la Iglesia en sus enseñanzas sociales, y ya más sobre el terreno las intervenciones de los obispos cubanos.
2.- Entiendo por Iglesia la comunidad de hombres y mujeres que, alcanzados por el espíritu de Jesucristo, han recibido el bautismo y forman parte de una comunidad visible y orgánicamente estructurada. Entre las imágenes para presentar esa comunidad ha tenido garra “pueblo de Dios”; como pueblo, camina en la historia, es contemporánea de la humanidad; sus miembros son también miembros de la sociedad humana y participan los gozos y esperanzas, las preocupaciones, anhelos, zozobras y procesos con los demás ciudadanos; nada humano puede ser ajeno a los miembros de la Iglesia. Cuando añadimos “de Dios”, estamos sugiriendo que este pueblo quiere respirar y vivir con los sentimientos y la práctica de Dios revelado en Jesucristo: un Dios de los hombres, cuya esencia es el amor, que quiere la vida en plenitud para todos, que hace suya la causa de los excluidos y que rectifica lo torcido. Para que todos los miembros de la Iglesia sean pueblo de Dios, es decir, comunidad de mujeres y de hombres que viven y actúan según el espíritu de Jesús que pasó por el mundo poniendo en práctica su experiencia de Dios “haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo”, hay en la Iglesia una organización visible y unos ministerios.
3).- Desarrollo personal y social. Desarrollo significa sacar a flote las virtualidades o posibilidades que ya existen; así la semilla del mango, arropada por la humedad de la tierra se hace árbol frondoso y en esta época regala su agradable fruto. El desarrollo de la persona humana exige cultivo de distintas dimensiones. A diferencia de los otros animales, guiados por el instinto ciego, el Creador nos “ha puesto en manos de nuestra propia decisión”, sólo libremente podemos convertirnos al bien.2 En relación con los otros seres humanos cada persona es una singularidad irrepetible y por eso no debe ser reducida sin más a la masificación; pero a la vez vive inseparablemente de los demás, tiene una vocación social, su conducta influye sin remedio en los otros y la conducta de éstos marca también la suya. Hay finalmente una tercera dimensión del ser humano: llamados a conseguir nuevas metas somos un enigma para nosotros mismos y, como no encontramos respuesta, acudimos espontáneamente a las puertas de los dioses, en esta búsqueda tienen sentido y carta de ciudadanía la experiencia y la práctica religiosa. Libertad de las personas, vida en sociedad, apertura o salida de nuestra propia tierra movidos por el enigma que nos habita, son aspectos que pertenecen al desarrollo “integral” del ser humano. Constituyen la estructura. Según la fe cristiana, “ en la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo ser humano”, es decir, abrió un camino para que los seres humanos desarrollen sus virtualidades en las tres vertientes: libertad personal, relación con los otros, búsqueda de lo que rebasa o trasciende. Según la fe cristiana, como hombres y mujeres son imagen de Dios, sus derechos humanos tienen algo de divino, el profundo estupor ante la dignidad del ser humano y el compromiso histórico para que esa dignidad en todas sus vertientes logre pleno desarrollo “se llama evangelio”3.
Las tres dimensiones van inseparablemente unidas: la libertad personal es real dentro de la organización social y sólo en el dinamismo de la sociedad es posible que las personas humanas salgan de su propia tierra descubriendo algo trascendente y absoluto en los demás. Y se desarrollan en un dinamismo de liberación: la libertad tiene que ser liberada de la concentración egoísta, la relación con los otros tiene que ir superando al individualismo, la búsqueda de lo trascendente exige romper amarras y abandonar falsas seguridades. En los procesos sociales hay liberaciones económicas, políticas, culturales...; puede crecer la economía, se puede lograr la independencia política y salvaguardar la identidad cultural. Pero esas liberaciones son parciales y no pueden olvidar las otras dos vertientes fundamentales del ser humano: la relación con los otros y su dependencia de algo trascendente. Puede haber liberaciones económicas o políticas que no son el desarrollo de todo el hombre y en consecuencia tampoco son el desarrollo de todos los hombres. Es entonces cuando la persona humana deja de ser “el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales”4
En el título hay un supuesto que conviene justificar: que la Iglesia está al servicio del desarrollo integral de la persona como individuo y miembro de una sociedad. El supuesto pertenece a la misma condición de la Iglesia. Su misión es proclamar la intervención gratuita y vivificadora de Dios a favor de los hombres. No está en función de sí misma, sino en función del reino de Dios, un símbolo de fraternidad universal donde todos podamos vivir con libertad de hijos y relacionarnos como verdaderos hermanos. Sólo el reino es absoluto y una Iglesia que no sirve a esta causa, no sirve para nada5.

¿Por qué la Iglesia debe estar al servicio del desarrollo personal y social?
Apunto dos claves de comprensión:
a)- Porque la Iglesia debe estar al servicio del reino de Dios, que incluye el desarrollo integral del ser humano en un proceso siempre inacabado.
-Ya lo hemos dicho, el desarrollo de la persona humana debe alcanzar distintas vertientes y está siempre en proceso de realización. Esas vertientes, que deben ir unidas, son la libertad, la relación fraterna con los otros en la sociedad, la salida de sí mismo en búsqueda de lo trascendente. Cuando se promueven esas tres vertientes, hay garantías de salud en el desarrollo social, que es ya desarrollo “de todo el ser humano y de todos los seres humanos”. Este desarrollo está evocado en el símbolo evangélico “ reino de Dios” ¿no lo comparó Jesús con un banquete donde todos y todas se puedan sentar juntos como personas libres y liberadas en la mesa común de la creación? ¿no dijo que en ese reino la persona humana es principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales y todos sus procesos políticos o económicos? de qué le sirve al hombre conquistar al mundo si pierde su vida; “un hombre vale más que una oveja”, es decir más que todos los medios de producción 6. Es importante la evolución en la enseñanza de la Iglesia. En las encíclicas se habla de la “renovación del orden temporal” a “un orden social y económico nuevo”, “promoción de la justicia y la paz”, “derechos humanos”, desarrollo humano”, desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres”. El Vaticano II propone “la humanización de la familia humana”, el “establecimiento de un mundo más humano”. Por ahí se concreta la llegada del reino de Dios.
-El reino de Dios no es sólo libertad, amor, compasión y justicia como referencias teóricas de conducta; Jesús de Nazaret no fue un moralista que formuló un nuevo código de leyes. Vivió y murió para construir una sociedad humana y cósmica organizada en libertad, amor, compasión y justicia. Un mundo en que Dios-amor fuera el único Señor y se desmontaran las idolatrías del tener y del poder, el reino es lo que sucede en las personas y en la sociedad cuando los seres humanos dejamos que Dios amor irrumpa. No es sin más la Iglesia que proclama y se compromete en la llegada de ese reino, ni el cielo como un más allá después de la muerte; se dice reino “de los cielos” como sinónimo respetuoso de Dios. Reino es el destino de la humanidad que ya se está fraguando aquí en nuestra organización social y en el dinamismo cósmico, aunque hay fuerzas perversas que se oponen a su llegada. Por eso Jesús se comprometió en la llegada de ese reino haciendo el bien, rehabilitando a los pobres, curando enfermos y combatiendo a los diablos, esos ídolos que dividen a los seres humanos y lanzan unos contra otros.
-El reino de Dios se concreta en el dinamismo social. Como salvación o realización total del hombre no es sólo vida para el alma sino también para el cuerpo. No sólo para el individuo aislado sino para las personas viviendo en sociedad. A veces identificamos reino de Dios con salvación del alma cayendo en el individualismo, en una espiritualidad descarnada: “mi salvación”, “mi cielo”, “mi muerte”. Según la exhortación “Evangeli nuntiandi” reino de Dios es “el mundo nuevo, el nuevo estado de cosas, la nueva manera de vivir, de vivir en comunidad”. Por eso el Vaticano II recuerda: “es un error pensar que, porque no tenemos aquí ciudad definitiva, sino que buscamos la ciudad que ha de venir, podemos descuidar nuestras posibilidades terrenas”7. Y el Sínodo de 1971 invita insistentemente a “nuestra participación en la transformación del mundo”.
-Como el desarrollo integral del ser humano, el reino de Dios conlleva la liberación integral del ser humano. Es verdad que el reino de Dios es total y trascendente; Jesús va al fondo del problema y ataca la causa radical de todas las formas de dominación: el pecado, matar la verdad con la injusticia (Rm 1,18),.Pero con frecuencia, porque el reino de Dios no se identifica sin más con las liberaciones parciales económicas o políticas, olvidamos que no es indiferente ante las mismas y las incluye. Si es liberación total incluye las liberaciones parciales, la superación de toda esclavitud política, económica, de raza o de sexo. Cuando los cristianos olvidamos eso, fácilmente vivimos obsesionados por subsanar los pecados personales pero no los pecados sociales y las consecuencias del pecado, no sólo del pecado de acción sino también de omisión. Nuestros pecados ofenden a Dios en cuanto atacan y destruyen lo verdaderamente humano que es nuestro propio bien, dijo hace siglos Tomás de Aquino.8
Si el reino de Dios es liberación trascendente debe incluir lo que ella trasciende y lleva más allá. La salvación trascendente postula y exige que los seres humanos tengan lo necesario para sobrevivir, gocen de libertad, que los grupos humanos y los pueblos sean sujetos responsables de su propia historia. A veces los mismos cristianos entendemos la trascendencia como algo que excluye este mundo, el humano, el temporal, el social. La Iglesia en el Vaticano II quiso corregir esta desviación y, en sintonía con el Concilio, el Sínodo de 1971 declaró: “la acción en nombre de la justicia y la participación en la transformación del mundo, se nos muestra como una dimensión constitutiva de la predicación del evangelio”9.
b) Por la buena noticia sobre Dios revelado en la conducta histórica de Jesús.
Cuando los cristianos confesamos que Jesús es la palabra o el Hijo de Dios, estamos diciendo que en su forma de actuar y de hablar hemos percibido quien es Dios. Con frecuencia nos imaginamos a la divinidad como un ser superior que vive detrás de las nubes, vigilante y rival de los seres humanos, juez implacable que permanece insensible ante nuestros muchos males e incluso los envía para probar nuestro aguante. No acabamos de creernos la revelación de Jesús: que Dios es un Dios de los seres humanos, sólo sabe amar, nos acompaña en el camino procurando la vida para todos y combatiendo con nosotros las fuerzas del mal que nos humillan.
Es la novedad que siempre ha tratado de garantizar la Iglesia en sus declaraciones más solemnes siguiendo el evangelio de Jesús. En la encarnación la humanidad no quedó destruida por la presencia de Dios sino respetada en su integridad y promovida; Dios aparece no como rival y contrario a la humanidad sino como compañero y afirmación de la misma. Si Jesús se puso al lado de los social y religiosamente excluidos, en su conducta estaba diciendo cómo siente, cómo es y cómo actúa Dios. En los primeros siglos de la Iglesia hubo algunos que negaban la integridad humana de Jesucristo; como era Dios, no podía ser en todo igual a nosotros; pero la fe cristiana reaccionó: “en todo igual a nosotros”, e incluso más humano que nosotros, porque siempre fue solidario de todos, nunca se concentró egoísta y humanamente en sí mismo, no tuvo pecado; Dios es alguien solidario con la humanidad; en ella y con ella manifiesta su misericordia como justicia que rectifica lo torcido, amor que recrea y perdón que rehabilita lo perdido. Hubo también otros que negaban la divinidad de Jesús; si aquel hombre ignoró y sufrió ¿cómo podría ser el motor inmóvil e impasible?; pero en el primer Concilio Ecuménico celebrado en Nicea, la Iglesia confesó: Jesucristo Dios sufriendo como nosotros. Quiere decir que Dios no es un simple espectador de nuestros muchos males, ni mucho menos permisor pasivo ante nuestras desgracias; Él está en nosotros y con nosotros dándonos fuerza y coraje para combatir y superar todos nuestros males.
Si los cristianos confesamos la fe en la divinidad de Jesús, esa confesión no se reduce a una creencia especulativa sin mayor repercusión en la práctica. Más bien es un encuentro interpersonal con un Dios que fructifica en un imperativo moral: el compromiso histórico a favor de los seres humanos. Supuesta esa fe en la divinidad de Jesús el imperativo moral se concreta en algunos interrogantes lanzados a los cristianos: si Dios no es rival sino compañero y afirmación de todos los seres humanos ¿estamos dispuestos a despojarnos continuamente de las imágenes que nos fabricamos sobre Dios como soberano intocable y paralizante del ser humano? Si es solidario de la humanidad ¿estamos dispuestos a trabajar para que todos los hombres y mujeres, todos y cada uno de los pueblos, sean justos responsables de sus propias historias?. Sí aceptamos que Jesús de Nazaret hizo suya la causa de los pobres y realmente sufrió por combatir nuestros males ¿estamos dispuestos a luchar contra los males y sufrimientos que desfiguran a nuestra humanidad, rompiendo cualquier complicidad con las causas y causantes de los males y sufrimientos que afligen a la humanidad y atenazan al cosmos?
Según nuestra fe cristiana, “hasta el ser humano más insignificante, creado a imagen de Dios y cuyos derechos humanos tienen algo de divino, está llamado a realizarse y perfeccionarse participando en la marcha de la humanidad; ningún creyente cristiano puede vivir tranquilo mientras uno solo de sus hermanos, en cualquier parte del mundo, sea víctima de la injusticia, de la opresión o viva degradado”.

¿QUÉ SERVICIO DEBE PRESTAR LA IGLESIA?
En sus Cartas a Elpidio, Félix Varela habla de la Iglesia como el conjunto de los creyentes bautizados, guiados por la luz de la fe, unidos por el vínculo de la caridad y bien fundada esperanza.10
-La fe significa un encuentro interpersonal con Dios como amor gratuito e inesperado a favor de todos. En ese encuentro nos sentimos acompañados, amados y perdonados. La teología clásica presenta la caridad como amistad con Dios, transformación del corazón humano con los sentimientos de misericordia. El amor gratuito de Dios ha sido infundido en nuestros corazones; ese amor hace que nos sintamos hijos del Padre común y hermanos de todos. Según Mt 5,48 Jesús señala una meta muy elevada “sed perfectos como el Padre celestial”; pero Lc 6,36 concreta bien cuál es la perfección de Dios: “sed misericordiosos como misericordioso es vuestro Padre”. Según la parábola del buen samaritano el amor eficaz al prójimo es la concreción histórica de un amor gratuito y compasivo que nos alcanza y transforma mientras vamos de camino.
-La caridad o amor sólo se hace real en un tejido social, en una organización de la ciudad, “polis”. Con razón se habla de la “caridad política”: incidencia del amor cristiano en la transformación de la sociedad y mediaciones sociales en que ese amor toma cuerpo. Con frecuencia en esas mediaciones económicas, políticas o religiosas se instala una tentación de la que debemos ser conscientes: suplantación del amor que sirve por el poder que oprime.
Apunto algunas concreciones de esta caridad política que tienen actualidad para nosotros:
En nuestra sociedad, amenazada por el individualismo –“sálvese quien pueda”- donde hay tantas heridas que supuran rencor y venganza, el amor de misericordia debe ser inspiración para establecer la justicia, o rectificar lo torcido. Esa justicia que se hace con el hijo del pródigo y con los viñadores que reciben jornal completo aunque han llegado tarde al trabajo. Una justicia que rompe con todos los consensos sociales porque brota del amor gratuito, amor de misericordia que se hace cargo y carga con la miseria del otro ayudándole a salir de su postración. Un amor y una justicia que salen de un corazón espontáneamente justo, que está motivado por la pasión de justicia. Un amor que perdona sin medida y sin pedir nada a cambio. La comunidad cristiana debe ser germen de solidaridad y los cristianos “deben mostrar el nuevo lazo de solidaridad universal”.
Y solidaridad no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas, sino la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todo.11 Evocando el evangelio de Jesucristo tres ámbitos de la caridad como solidaridad deben ser atendidos por los cristianos en su servicio a nuestra sociedad: los derechos humanos, los derechos de los pobres o excluidos y el amor a los enemigos.
Los derechos humanos son como aspiraciones comunes de futuro que se van fraguando como una ética secular; hoy ya tenemos bien formulados los derechos de los seres humanos y de los pueblos: a la libertad, a la autodeterminación, a la vida; derechos de la familia y de los individuos, derechos políticos y derechos sociales; en la misma línea se van descubriendo los derechos de la creación, hogar común de los seres humanos. Desde la visión cristiana esos anhelos o aspiraciones de la humanidad se proyectan en un horizonte nuevo y más amplio. Porque todos los hombres y mujeres son imagen de Dios sus derechos humanos tienen alo divino, espontáneamente suscitan en nosotros un deber ineludible. No me resisto a traer aquí un texto del Sínodo de Obispos de 1971. “Toda la Iglesia, y con ella los obispos y los sacerdotes, según sus responsabilidades, ha de escoger una manera precisa de actuar, cuando están en juego la defensa de los derechos fundamentales del hombre, la consecución de la causa de la justicia y de la paz, arbitrando medios claramente conformes al evangelio.”12
Otro aspecto en la conducta histórica de Jesús es la opción por la causa de los excluidos o echados fuera por discriminaciones económicas, políticas o religiosas. El profundo estupor ante la dignidad de toda persona humana se llama evangelio y quien ha recibido esta buena noticia dejándose transformar por ella, no puede menos de ponerse al lado de los excluidos para defender su dignidad inviolable.
En la misma inspiración de la misericordia tiene su justificación el amor a los enemigos, que nos han hecho daño sin razón o que amenazan nuestra seguridad. En ese amor quedan superados los resentimientos, el odio y la revancha. En la visión cristiana todos los seres humanos, incluidos los que no piensan como nosotros y se vuelven injustamente contra nosotros, gozan de una dimensión trascendente, han sido creados para la felicidad. Y esta visión elimina la raíz de la venganza y depone cualquier odio interior, suscitando en nosotros incluso el deseo de bien para ellos.
-Finalmente los cristianos debemos apostar a una esperanza “bien fundada”. Una mirada confiada en el porvenir cuando parece que no hay una salida. En su reciente Carta “No hay patria sin virtud” el Cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana constata: “muchos hermanos nuestros se vuelven a la Iglesia en Cuba pidiendo una palabra de futuro, porque existe en el pueblo cubano un temor difuso y generalizado al porvenir”13. Según esa Carta, “la desesperanza es hoy la primera causa de emigración”14.
La esperanza se nos muere entre las manos cuando los problemas son tantos y tan grandes que no sabemos qué hacer, o no podemos hacer nada o lo que hacemos no da el fruto esperado. Pocas veces la esperanza ha estado tan baja en el mundo y esta enfermedad también carcome a nuestra sociedad cubana; al no lograr los resultados esperados en los proyectos utópicos intrahistóricos la decepción nos paraliza, perdemos el horizonte de utopía y lo más razonable es la desesperanza. Pero los resultados y la eficacia no son los únicos parámetros que los cristianos tenemos para mirar confiadamente al porvenir. Hablamos de esperanza “teologal” que significa pensar nuestro futuro desde Dios. Según nuestra fe, el porvenir de la humanidad está ya habitado; en cualquier hipótesis Dios será para esta humanidad amor, Abba, Padre. Nos sobran amenazas de guerras e invasiones, de violencias y de muerte. Según la fe cristiana el porvenir de nuestro pueblo ya está habitado por el Señor, no estamos condenados a buscar solos un futuro mejor sino en compañía de un amor gratuito que nos precede y nos sostiene. Hoy somos llamados a mantenernos fieles a la utopía del reino de Dios; una fidelidad de larga duración y posiblemente sin resultados inmediatos. Finalmente ¿no creemos los cristianos que la última palabra, que es de vida y de felicidad para los crucificados del mundo, ya se ha hecho realidad en el crucificado que llamamos Jesucristo?
Para no quedarnos en teorías consoladoras es necesario no sólo mirar confiadamente al porvenir, sino construir ese futuro en el compromiso incondicional por crear una nueva sociedad fraternada, seguros de que todo lo que se hace por amor no cae ya en el vacío. Y así paso al tercer punto de mi exposición.

¿Cómo debe prestar la Iglesia este servicio?
La comunidad de discípulos de Jesucristo requiere por su misma naturaleza una presencia pública en la sociedad, pues proclama una salvación para todos los seres humanos que sólo son reales en una organización social. Esos discípulos deben ser luz del mundo y sal de la tierra; son como la ciudad a la vista de todos o como la luz que no se puede ocultar (Mt 5,13,16) No cabe un anonimato vergonzante de los cristianos, ni el aislacionismo en recintos sagrados, ni el ghetto, ni la evasión espiritualista. La confrontación con el status quo socio-religioso de su tiempo desencadenó el proceso que terminó en la crucifixión de Jesús, dando a entender que no toda configuración social es aceptable según el evangelio. Pero al mismo tiempo ya es significativo que entre las tentaciones, tal vez la más importante que sufrió y superó Jesús fue la idolatría del poder: lograr una presencia pública con la lógica de los poderosos que dominan y se imponen por la fuerza. Frente a tendencias del laicismo moderno y de otras ideologías, que pretenden echar a la Iglesia fuera de la vida pública, de lo que se trata no es sólo de que la Iglesia tenga la existencia social jurídicamente reconocida sino de que su presencia en la sociedad sea evangélicamente significativa, como dice el P. Félix Varela “para el bien de los pueblos no sólo en lo espiritual sino también en lo temporal”.
Para trazar un marco, recurro a dos documentos:
-Uno es la Constitución del Vaticano II “Sobre la Iglesia en el mundo actual”. Da por supuesta la presencia pública de la Iglesia en la sociedad: “existe en el mundo y con él vive y actúa”, “avanza junto con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del mundo”15. Más aún “existe como fermento y alma de la sociedad humana”. Pero ¿cómo? Enseguida se puntualiza: “la misión propia que Cristo confió a la Iglesia no es de orden político, económico o social, pues el fin que le asignó es de orden religioso”16. Luego la Iglesia no debe ser ni identificarse con ningún partido político, tampoco una sociedad económica financiera para distribuir equitativamente los bienes de producción, ni una entidad asistencial para enfermos y desvalidos de la sociedad. Su misión es religiosa, ser proclamación de un Dios de los hombres y de su proyecto de vida en plenitud para todos los seres humanos y para la creación, tal como se reveló en Jesucristo. Pero esa proclamación incide sin remedio en la organización social y política donde se juega la vida de los seres humanos. Por ello esa fe cristiana, o encuentro personal con el Dios revelado en Jesucristo, ilumina todo con una nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la vocación integral del hombre y así dirige la mente hacia soluciones plenamente humanas”17. En consecuencia “la Iglesia que por razón de su ministerio y de su competencia, de ninguna manera se confunde con la comunidad política y no está vinculada a ningún sistema político, es al mismo tiempo el signo y la salvaguarda del carácter trascendental de la persona humana”18.
El concilio puntualiza bien la respuesta sobre la persona pública de la Iglesia planteada tradicionalmente en las coordenadas de relación Iglesia-Estado que se concreta en el binomio jerarquía eclesiástica-gobierno de la sociedad civil; la confrontación se sitúa en el plano magisterial o doctrinal; en forma de colaboración, denuncia y protesta.
En asambleas como el ENEC y en valiosos documentos los obispos vienen ejerciendo su magisterio fieles a la orientación del Vaticano II. Tienen muy claro que la misión encomendada por Cristo a la Iglesia no es de orden político ni está inspirada en la preocupación por lograr una presencia pública que funcione con la lógica del poder. Es importante dejar bien sentado ese punto cuando unos esperan de la Iglesia que sea un partido de oposición o se deje domesticar por el régimen político vigente. Pero en la misión religiosa de la Iglesia hay también una inevitable incidencia en el campo social de la economía y de la política cuando peligran los derechos fundamentales de los seres humanos, según la fe cristiana esos derechos tienen algo de divino y anuncio del Dios que quiere la vida en plenitud para todos y hace suya la causa de los excluidos conlleva la denuncia de situaciones políticas o económicas que ignoran o hacen imposible la satisfacción de eso derechos. Para este anuncio y esta denuncia los obispos tienen que leer atentamente ese dinamismo complejo que es la realidad social, escuchar cuidadosamente a los otros e invocar al Espíritu. En todo caso no es evangélicamente lícito guardar silencio cuando están en juego los derechos fundamentales de las personas.
“La Iglesia no se identifica con ningún partido político, y precisamente por eso debe defender los derechos de todos a tener su propia voz en la sociedad, estén o no de acuerdo con el régimen establecido. Aunque, siguiendo la conducta de Jesús, la Iglesia debe denunciar abusos y defender los derechos, como desafío de un poder constituido, sino como expresión de la misericordia o amor que gratuitamente se ofrece sin recibir nada a cambio, aceptando incluso la conflictividad y el fracaso”.
Hay además otro aspecto importante. Aunque la misión de la Iglesia no es política, quiérase o no, sus obispos y sus instituciones juegan un papel social. La comunidad católica constituye un grupo social como las demás confesiones religiosas. Tiene derecho a un estatuto que le permita cumplir su misión; la satisfacción de ese derecho no es ningún privilegio. Por ello es poco realista y puede pecar de espiritualismo vacío una ruptura total de la Iglesia con los poderes públicos porque deja a un lado las relaciones indispensables que todo grupo social se ve obligado a mantener con la sociedad política y sus autoridades. Y habría peligro de perversión evangélica si, renunciando al diálogo y a contactos institucionales con las autoridades de la sociedad, bajo capa de una actitud pastoral no del todo independiente, los obispos llegasen a constituirse o ser considerados como grupo de influencia política en oposición al gobierno secular vigente. De todas formas no es fácil evitar las ambigüedades y encontrar la posición adecuada en todo momento: ¿cómo mantener contactos con el poder sin ser o parecer absorbidos por él? ¿cómo relacionarse apareciendo completamente libres a los ojos de todos? Hay que tener los ojos muy abiertos a la realidad, escuchar pacientemente a los otros y sobre todo sanear evangélicamente el corazón para no confundir la prudencia con el miedo a perder las falsas seguridades ni la audacia profética con imprudencia temeraria.
-El planteamiento de la presencia pública en las coordenadas de la relación Iglesia-Estado, como sinónimo de jerarquía eclesiástica-gobierno de la sociedad, puede dar la falsa imagen de que el sujeto de la llamada presencia pública de la Iglesia no se manifiesta sino en la voz autorizada de los obispos. En 1971 la enciclíca Octogesima Adveniens dejó bien claro que el sujeto de la presencia pública es la comunidad cristiana, no tanto con sus teorías cuanto con su práctica histórica. No plantea un debate doctrinal sino la urgencia de “trabajar con energía para instaurar una fraternidad universal, base indispensable de una justicia auténtica y condición de una paz duradera”19. e invita a las comunidades cristianas a ser sujeto de la presencia pública en una práctica existencia con doble vertiente:
1)- Discernimiento cristiano de las situaciones a las que se deben: “Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación de su país, esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable del evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción según las enseñanzas sociales de la Iglesia”20. A estas alturas sabemos que la neutralidad política es pretensión ingenua: porque ningún proceso histórico se identifica sin más con el reino de Dios y porque la Iglesia no se identifica con ningún partido político, cabe el pluralismo entre los cristianos a la hora de optar por un partido siempre que tengan como horizonte la llegada del reino de Dios. Esa elección supone el discernimiento que debe hacer cada uno escuchando a sus hermanos de comunidad.
2)- Conforme a ese discernimiento se pide a los cristianos una conducta públicamente responsable: “ a estas comunidades cristianas toca discernir con la ayuda del Espíritu Santo, en diálogo con los demás hermanos cristianos y todos los hombres, las opciones y compromisos que conviene asumir para realizar transformaciones sociales, políticas y económicas que se consideren de urgente necesidad en cada caso”21. Con el debido discernimiento cada cristiano debe procesar y tomar partido ante los acontecimientos sociales y políticos. Pero la encíclica. Octogesima Adveniens sugiere algo más que deben aportar todos los cristianos en su práctica política, entendido este adjetivo en su sentido original como organización de la sociedad. “en este esfuerzo por promover tales transformaciones los cristianos deberán en primer lugar, renovar su confianza en la fuerza y la originalidad de las exigencias evangélicas”22. ¿Cuáles son las fuerzas y la originalidad de las exigencias evangélicas que debemos vivir y ofrecer hoy y aquí los cristianos? Señalo algunas:
Primero empezar a pensar. Es el consejo del P. Félix Varela. En la nueva cultura –esa forma nueva de vivir y de interpretar la vida- hombres y mujeres están programados desde arriba por las fuerzas que tienen el poder económico y los medios de comunicación en sus manos; ahora no me refiero a lo que pueda suceder en Cuba sino a lo que está sucediendo en pueblos económicamente muy prósperos del ámbito europeo. Se va creando un tipo de persona superficial, manipulada, incapaz de pensar y tomar decisiones por su cuenta. Las comunidades cristianas pueden y deben ser el ámbito donde las personas escuchen, confronten otras posiciones, profundicen y vayan aproximándose hacia la verdad completa. En todos los terrenos, también en el ámbito de la política.
Mirar con profundo estupor al ser humano. Juan Pablo II ha escrito en su primera encíclica que este profundo estupor ante el valor y dignidad del ser humano “ se llama Evangelio”23. Si creemos de verdad en la encarnación, debemos admitir que el Espíritu está ya presente y activo en la evolución de la historia, y “que el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre”24. Luego este mundo y este hombre son el camino de la Iglesia. Cuando en 1965 Pablo VI clausuró el Concilio Vaticano II resumió la postura de la Iglesia respecto al mundo moderno: “la antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del concilio; una simpatía inmensa lo ha penetrado todo”25. Nuestra experiencia cristiana de Dios, misericordia entrañable, nos impulsa no a huir de nuestro pueblo del que formamos parte sino a la acción en los puntos donde los hombres “se juegan su existencia y su provenir”26.
Teniendo como horizonte la llegada del reino de Dios.Ya el Vaticano II insistió: “por medio de los laicos el Señor desea extender su reino: un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz”27. Mirando a nuestro contexto señalo tres aspectos ya bien destacados en la orientación de la Iglesia.
Defender la dignidad de todas las personas y pueblos; más en concreto colaborar “al progreso de la libertad humana y cristiana”28. El adjetivo “cristiana” significa una libertad motivada e impulsada por el amor a los demás. Colaborar al progreso de esta libertad implica ser veraces, trabajar por “un reino de verdad”, donde nadie tenga que vivir de las apariencias. Según el evangelio las personas deben ser valoradas por lo que son en sí mismas, imágenes del Creador, y no por la fachada, por el capital que posean o puesto social que ocupen.
La reconciliación. El símbolo “reino de Dios” evoca otro símbolo bíblico: “el año de gracia” (Lc 4,18). Un tiempo en que las deudas se perdonan y todos vuelven a ser personas con su propia palabra en la sociedad. Es el tiempo de gracia y no de venganza, el tiempo de amor y no de odio, el tiempo de paz y no de violencia.
Solidaridad sin fronteras. Sentimiento y conducta del que piensa y actúa pensando no sólo qué será de mí sino también qué será de los otros, especialmente de los más débiles e indefensos. La solidaridad en acción es el reino de Dios. Cuando el individualismo se nos mete en la sangre los cristianos debemos desarrollar esta conducta humanista y humanizadora, en el otro siempre hay algo trascendente y absoluto que nos reclama. Muchas veces no es cuestión de dar cosas ni solución a dificultades para las que no tenemos remedio. Lo que sí podemos hacer siempre es acompañar, tal vez en nuestra cercanía las personas puedan entender que no están solas porque Dios está con ellas.
Testigos de la esperanza. En el mundo y en Cuba este servicio de los cristianos es tan urgente como difícil. Urgente porque la esperanza se nos muere entre las manos y no es suficiente decir que después de la muerte todos encontraremos la felicidad, porque la cuestión es más inmediata y acuciante:¿qué podemos esperar ahora y aquí? Y difícil porque nadie da lo que no tiene y con frecuencia los mismos cristianos vivimos desesperanzados, descontentos de todo, pesimistas ante los procesos sociales y con cara de pocos redimidos. Pero si creemos de verdad en que el Espíritu renueva ya la faz de la tierra y este mundo es ya mundo del Hijo de Dios ¿no podemos descubrir en las aspiraciones y procesos humanos semillas del Verbo que abran ya futuro?. En una de sus cartas, Ef 1,18, Pablo pide para los primeros cristianos “que Dios ilumine los ojos del corazón” para que podáis reconocer la esperanza. Y en la obra de todos conocida, el zorro dice al Principito: “lo esencial es invisible a los ojos, sólo se ve bien con el corazón”. Los ojos “sin corazón” siempre quedan en la superficialidad. Cuando se mira con el corazón, las personas y los pueblos encuentran motivos y coraje de futuro. Para esta querida comunidad cristiana de Pinar del Río y para mí en esta noche, pido que Dios ilumine los ojos de nuestro corazón. Ese Dios que desde el comienzo del mundo nos confió la tierra a todos nosotros para que nos esforcemos, con la ayuda de su gracia, en hacer de ella un lugar de ternura, justicia y fraternidad.

Bibliografía
1 N. 4, n.
2 GS,17
3 Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 10
4 GS, 25
5 Mt 6,33. Es la idea que se ve con toda claridad en la exhort. Evangelii nuntiandi, n.8.Esta visión responde al evangelio: hay que convertirse al reino que está llegando (Mc 1,14-15)
6 Mc. 8,36; Mt. 12,11. En el pueblo judío, que había sufrido la sequedad en el desierto, las ovejas y el agua para darles de beber eran medios fundamentales de supervivencia y de producción (Jn 4,12). Ello explica la permisión para sacar una oveja caída en un pozo rompiendo el descanso sabático.
7 GS,43
8 Summa contra Gentes III, 122
9 La justicia en el mundo. introd..
10 Carta segunda Sobre la superstición
11 Juan Pablo II, Enc. Sollicitudo rei sociales, n. 38
13 n. 18
14 N.39
15 GS,40
16 GS,42
17 GS,11
18 GS, 76. Enc. Redemptor hominis, n. 13 b
19 N. 17
21 Ib.
22 N.4
20 N.16
23 Redemptor hominis, n. 10 b
24 GS,nn. 22 y 26.
25 El valor religioso del concilio, 7 de dic. 1965, n.8.
26 Octogesima adveniens, n. 51
27 LG, n. 36
28 LG, n. 26

 

 

Revista Vitral No. 58 * año X * noviembre - diciembre de 2003
P. Jesús Espeja
Sacerdote español, de la Orden de Predicadores (dominico). Director del Centro Fray Bartolomé de Las Casas de La Habana. Teólogo. Tiene varios libros publicados en España.