Revista Vitral No. 58 * año X * noviembre - diciembre de 2003


JUSTICIA Y PAZ

 

LA MISIÓN DE LA IGLESIA
EN LA PROMOCIÓN DE LA CONVIVENCIA PACÍFICA

REFLEXIÓN EVANGÉLICA PARA LA MISA DEL 6 DE SEPTIEMBRE DE 2003,
EN LA PARROQUIA DE LA CARIDAD EN PINAR DEL RÍO


SERGIO LÁZARO CABARROUY FERNÁNDEZ-FONTECHA

 

 

 

La convivencia pacífica entre las personas, los diferentes grupos sociales y entre las naciones es voluntad de Dios y por tanto, es tarea de la Iglesia. La violencia es contraria al Plan de Salvación de Dios.
Cuando pensamos en el aporte de la Iglesia en la promoción de la convivencia pacífica, probablemente, lo primero que nos viene a la mente es el trabajo de mediación o denuncia de la Iglesia ante las múltiples realidades de guerra y conflictos armados que hay en el mundo, por ejemplo las intervenciones militares de las superpotencias, como la ocurrida recientemente en Iraq, conflictos como el de Colombia, o las guerras fraticidas promovidas por regímenes sanguinarios como los recientes de Liberia o Yugoslavia y otros muchos que ni siquiera conocemos. Los medios de difusión en Cuba suelen presentar la realidad del mundo como una realidad de conflictos, en contraste con una situación interna de paz y prosperidad, suelen presentar las relaciones internacionales como esencialmente conflictivas, mientras que las de Cuba con otros pueblos, son de ayuda solidaria. Podría parecer que en Cuba la Iglesia no tiene nada que aportar para la convivencia pacífica.
Sin embargo la paz no es la mera ausencia de guerra, no consiste solamente en que a la gente en nuestras calles no se le vea armada, ni se escuchen tiroteos. En Cuba hay múltiples realidades de violencia y de conflictos en potencia que pudieran desencadenarse en cualquier momento:
- Hay violencia creciente en las relaciones interpersonales: en las paradas, las colas y los barrios, generadas por la desconfianza, la miseria y la degradación moral.
- Hay violencia creciente en el interior de las familias, generada por las causas anteriores, además del hacinamiento y la separación forzosa de sus miembros.
- Hay violencia en el ejercicio político cuando se encarcela injustamente a opositores pacíficos y en las diversas formas de coacción y tortura psicológica que pueden ser ejercidas sobre cualquier ciudadano en cualquier ambiente de nuestro país. En Cuba no se ven manifestantes pacíficos apaleados en las calles. Sin embargo hay miedo, mucho miedo, que impuesto de las maneras más sutiles y eficaces paraliza una enorme cuota de la iniciativa cívica pacífica de los ciudadanos y los grupos, y eso, acumula sufrimientos y rencores que pueden un día estallar violentamente. Lo sucedido alrededor del Proyecto Varela y el gradual desarrollo de la oposición pacífica son esperanzadoras excepciones.
- Hay violencia también en los medios de difusión, no sólo en las películas y las aventuras, sino en las mesas redondas, tribunas abiertas y otros espacios donde suele aparecer el lenguaje del odio al enemigo y la condena al adversario.
- Hay conflicto, a veces violento, en el interior de muchas personas que piensan una cosa y hacen y dicen otra; que de día trabajan en una cosa que no tiene que ver con su verdadera vocación y por la noche en otra, en la que intentan realizarse.
- Detrás de cada ley injusta, de cada disposición laboral injusta, de cada jefe autoritario, hay un conflicto en potencia y violencia ejercida contra la persona.
- Son violentos, aunque muchas veces sutilmente encubiertos, los mecanismos de represión y de intromisión en la vida personal de los cubanos por parte del Estado, coartando a veces hasta la última de las libertades humanas: la de tomar decisiones, eligiendo la actitud a seguir en un momento y lugar determinados.
- En Cuba hay cierta cuota de odio acumulado en varias personas. En cualquiera de nuestros pueblos, por ejemplo, hay personas a las que “se la tienen guardada” para ajustarles cuentas por presuntos daños hechos a otros cuando han sido partícipes de alguna injusticia.
Sin embargo el profeta Isaías, en la Primera Lectura, en un lenguaje poético precioso, nos presenta el ideal de la convivencia pacífica. El profeta, en nombre de Dios, nos asegura que las realidades de violencia pueden ser superadas, por irreconciliables que parezcan, y por cotidianas que sean. Nos toca a nosotros colaborar en esa obra buscando los caminos para hacer posible la reconciliación.
¿Cómo hacer que el lobo del sufrimiento y el odio acumulados paste con el cordero de la reconciliación?
¿Cómo hacer para que el tigre del miedo que paraliza, paste con el cabrito de la iniciativa y la valentía ante la vida propia del pueblo cubano?
¿Cómo hacer para que el león de las batallas y el becerro de la apatía y la sumisión se dejen conducir por el niñito del diálogo, la tolerancia política y el respeto a la diversidad innata de nuestro pueblo?
Nadie que no seamos los cubanos, los de aquí y los de fuera, podemos contestar correctamente estas preguntas. Pareciera un milagro lograr estas cosas, y realmente lo es, pero el propio profeta nos da la clave: Del tronco de Jesé, es decir, del pueblo, brotarán retoños. Retoños de sus raíces, es decir, de los que se han comprometido con Cuba y han puesto su alma de raíz. Sobre ese retoño estará el Espíritu de Dios y no dejará de asistirlo, aunque parezca que sean eternas las realidades de opresión. Ese espíritu da la sabiduría y la prudencia, para contestar estas y todas las preguntas que nos hacemos los cubanos. Ese retoño no se guiará por las apariencias de la manipulación de la información y la difamación, sino que juzgará con rectitud, haciendo justicia a los débiles y defenderá los derechos de los pobres, que en Cuba abundamos en todos los ambientes de la sociedad.
Para el profeta la raíz profunda de la paz está en la justicia. Hoy diríamos que: en la justicia del salario que satisfaga las necesidades básicas, en la justicia de las relaciones laborales que respeten los derechos de los trabajadores, en la justicia de la convivencia política plural y tolerante, en la justicia de la educación, al alcance de todos, pero libremente escogida y protagonizada por la familia; en la justicia de la distribución de las riquezas, producidas por los cubanos y no recibidas de regalo humanitario, ni malgastada en campañas políticas, o enviadas a otros lugares del mundo sin contar con los necesitados de nuestro país.
El salmo canta a la misericordia infinita de Dios que perdona los pecados, que pasa por encima de la lógica de la violencia y salva a su pueblo, comprometiéndose con él, para que la verdad y el amor se den cita: la verdad de nuestra realidad dura y muchas veces injusta y con el amor al adversario y el perdón al que se declara nuestro enemigo. El Señor nos ayudará, ya nos está ayudando, a que se bese la paz de la no violencia y la apertura de mente y de iniciativas, con la justicia del respeto a los derechos y de la condena adecuada a los culpables. El señor ya nos está trayendo la lluvia fresca que dará fruto, la lluvia del cambio de la mente y los corazones de los cubanos y del predominio del carácter noble de este pueblo, sobre las iniciativas del odio y la venganza. Este pueblo pacífico y de enorme capacidad de recuperación dará sin dudas muchos frutos si se deja regar por la lluvia de Cristo, el Maestro de la Convivencia Pacífica.
Él, que vivió entre nosotros, vive en comunidad pacífica y diversa con el Padre y el Hijo, de tal manera que son uno solo, el Dios que nos regala el sol que nace de lo alto para iluminar a los que vivimos en tinieblas y en sombras de muerte.
En el Evangelio, Jesucristo nos sube aún más el listón. Y al imperativo de la justicia agrega el de la misericordia: Si te piden la capa, dales también tu camisa, si te dan una bofetada en una mejilla, ofrece también la otra...
Son estas palabras de las más duras e incomprendidas del Evangelio, porque para entenderlas hay que participar de la lógica cristiana, en que la realización humana y la felicidad se encuentran verdaderamente en dar y en darse. En dar más de lo que el otro merece porque también cada uno de nosotros necesita para vivir mucho más amor del que merece y porque, por ser hijos de un mismo padre, somos todos hermanos. ¿Y qué no se le perdona a un hermano? En eso los cubanos, hechos de un corazón más grande que nuestro pecho, lo entendemos bien ¿no hemos oído cosas como estas?: “es un sinvergüenza, pero es mi hermano”, “me robó, pero es mi hermano y no puedo dejar que se muera de hambre, tengo que meterlo a camino”, “me pegó, pero es mi hermano, y no puedo cerrarle la puerta ahora que está en desgracia”, “te han hecho mucho daño, pero lo mejor que hiciste fue darles una galleta sin mano”..., gracias a Dios, los cubanos preferimos aun las galletas sin mano y la puerta abierta, y eso, en términos evangélicos es poner la otra mejilla, es buscar una respuesta no violenta a una actitud violenta, es dar más de lo que el otro espera o merece, gratis, más allá de procurar que cada cual reciba lo que le corresponde, que es la justicia.
Sin justicia no puede haber paz, la justicia es el mínimo para la convivencia pacífica, pero la misericordia es la mayor realización de la convivencia cristiana.
En Cuba hay muchos que ponen la otra mejilla ofreciendo alternativas de paz y diálogo al discurso de violencia y exclusión. Es muy grave que a estos se les trate como a ladrones o apátridas.
En Cuba hay muchos que ponen la otra mejilla, presentando iniciativas, innovaciones, buscando oportunidades de realización laboral y profesional en medio de enormes dificultades, es muy grave que no se les tenga en cuenta. Es loable que profesionales cubanos ayuden en el mundo entero, pero la solidaridad no puede servir como cubierta al apoyo a determinadas tendencia políticas, porque eso es injerencismo. Ni la solidaridad puede servir para aprovecharse de la difícil situación económica de estos profesionales en Cuba ni para lograr presuntas hazañas en el extranjero, porque esto es una forma moderna y sutil de esclavitud.
En el mundo hay muchos que ponen la otra mejilla olvidando el pasado y abriéndose a la cooperación solidaria con Cuba, es muy grave que se les engañe, se les manipule o se les ofenda. Cuba tiene que pedir perdón por su pasado reciente de compromiso con la guerra en varias partes del mundo, que tantos muertos y tanta riqueza costaron, así como desmontar cualquier estructura o compromiso que pueda quedar aún en este sentido, para contribuir así más plenamente con las iniciativas internacionales de lucha contra el terrorismo, la droga y las diferentes formas de violencia.
Hay mucho perdón que pedir en Cuba y mucho perdón que conceder, hay muchas mejillas que poner y muchas bofetadas que no dar.
La Iglesia es maestra en enseñar a poner la otra mejilla, pero no debe ser la mejilla de la sumisión y el silencio cómplice ante el sufrimiento sino la de la propuesta profética e incluyente que promueva las iniciativas que puedan configurar una nueva sociedad, con un rostro más humano y más pacífico, según nos recordó el Papa, hace ya cuatro largos años.
En la Iglesia se ora todos los días por los que se consideran enemigos nuestros y de otros, debemos seguir proponiendo esta actitud, para que todos encuentren aquí un motivo para superar la lógica de la confrontación y el rencor. Los cubanos hemos salido de algunos de los períodos más violentos de nuestra historia sin que reinen la venganza y el odio. La última guerra de liberación, la Necesaria promovida por Martí, no generó un fratricidio, porque los cubanos quisieron que así fuera, a pesar de los campos de concentración de Weyler.
La Iglesia ayuda a los presos e insiste en dialogar con las autoridades competentes, debemos seguir promoviendo esta actitud para que las cárceles pasen gradualmente de ser recintos de sufrimiento y violencia a espacios de reconciliación pacífica.
La Iglesia trata de evangelizar a los diferentes ambientes de la sociedad. Debemos seguir promoviendo esta actitud, para que estos ambientes sean cada vez menos violentos y para que se articule en ellos la sociedad civil, imprescindible para la verdadera convivencia pacífica.
La Iglesia trata de evangelizar a la familia. Debemos seguir promoviendo esa actitud para que disminuyan la violencia familiar y el divorcio y para que los hijos aprendan en ese pequeño ambiente la convivencia que luego les tocará construir en los más amplios y diversos espacios de la sociedad.
La soberanía de los pueblos reside en el ciudadano y cualquier situación que viole esta soberanía contribuye a la violencia y a la guerra porque las personas tendemos a la violencia cuando se ven en peligro nuestros intereses y aspiraciones legítimos. Por tanto, promover la convivencia pacífica consiste también en desmontar las estructuras sociales y las costumbres que violen dicha soberanía. Los enemigos de la soberanía de los cubanos, y por tanto de la paz en Cuba, no están tanto fuera como dentro, no debemos acusar a los de fuera de la violencia que sufrimos aquí dentro. La comunidad cristiana debe enseñar a identificarlos y a promover métodos pacíficos para que dichos enemigos dejen de serlo. No hay que buscar fuera lo que está dentro, no hay que buscar escapando hacia fuera la solución de los conflictos que tenemos dentro. En ello nos va nuestra integridad como nación.
La Iglesia, maestra en saltar y deshacer fronteras, tiene un gran aporte que dar a la hora de reunir a los cubanos de dentro y de fuera, más aún, debe contribuir a que desaparezca para siempre el muro, invisible pero real, que separa a Cuba del mundo y que nos hace pensar en la “vida dentro” y la “vida fuera”, para que seamos una nación abierta al mundo, donde ciudadanos y grupos de la sociedad civil, y el propio Estado, sean cada vez más interdependientes con otros del resto del mundo, dentro del marco de la paz, la legalidad y la libertad.
La Iglesia, que somos cada uno de nosotros, es portadora del mensaje liberador y pacífico de Jesucristo y tiene, por tanto, el deber de estar presente en la transformación de Cuba y de los cubanos hacia una convivencia más libre y en paz entre todos. La Virgen de la Caridad del Cobre, que bajo su manto cubre a todos los cubanos, sean como sean y piensen como piensen, es nuestra intercesora en el cielo y la madre de nuestra nación, a ella quisiera recitarle, para terminar, una traducción del Evangelio de hoy a nuestro lenguaje y nuestra cultura cordial y magnánima:

Cultivo una rosa blanca,
en junio como en enero,
para el amigo sincero,
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo, ni ortiga cultivo,
cultivo una rosa blanca.

Amén.

Primera Lectura: Is 11, 1-10.
Salmo: Sal 85, 1-13
Lc 6, 27-31

 

Revista Vitral No. 58 * año X * noviembre - diciembre de 2003
Sergio Lázaro Cabarrouy Fdez-Fontecha
(San Diego de Los Baños, 1971)
Doctor en Ciencias Técnicas. Graduado de Ingeniería en Telecomunicaciones (ISPJAE, 1994). Animador del CFCR y Responsable del Grupo de Computación. Actualmente trabaja como técnico de diseño y reparación de equipos electrónicos en la Universidad de Pinar del Río.