Revista Vitral No. 58 * año X * noviembre - diciembre de 2003


OPINIÓN

 

SENTIDO DE EQUIDAD EN LA DOCTRINA SOCIAL CATÓLICA

JOSÉ IGNACIO RASCO

 

 

 


Si algo tipifica a la Doctrina Social Católica es la ecuanimidad, el equilibrio, la moderación, vale decir, la prudencia que la Iglesia ha practicado siempre, desde que la llamada «cuestión social» provocó la justa preocupación de León XIII. La prudencia es capaz de discernir, de escoger con perspicacia, el mejor enfoque en situaciones difíciles con el tacto de la razón práctica. Es por ello la reina de las virtudes capitales ya que la justicia, la fortaleza y la templanza dependen de ella.
Cuando la revolución industrial creó una situación social tan difícil y complicada en el siglo XIX, la Iglesia publicó su primera gran encíclica aportando principios y consideraciones aplicables a la situación injusta y difícil que el capitalismo del momento producía en el orden –mejor en el desorden– social que el industrialismo naciente y acelerado producía en la clase obrera. Ya, desde antes, un grupo de pensadores católicos se había manifestado a favor de soluciones atinadas para los problemas emergentes.
La gran encíclica de León XIII, la Rerum Novarum, lo que hizo fue, frente a la crisis sufrida por los obreros, aportar ideas evangélicas para las relaciones económico-sociales, sin ambiciones técnicas, ni políticas, sino meramente exponiendo doctrinas éticas, evangélicas, aplicadas a la difícil situación del obrero.
Así el Papa, con prudencia pontificia, analizó la posición socialista que propugnaba la abolición de la propiedad privada, la lucha de clases, el intervencionismo de un estado clasista y, al mismo tiempo, salió en defensa de los derechos del obrero, de la dignidad de la persona, sin que la autoridad se asocie de modo cómplice al gran capital. En otros términos, el Papa buscó la armonía entre «los ricos» y los «proletarios», los que aportan el capital y los que ponen el trabajo.
Por supuesto que la Rerum Novarum, como todas las demás encíclicas que la Santa Sede ha divulgado desde León XIII a Juan Pablo II, no entra en cuestiones temporales de carácter técnico, ni político o legal. Es responsabilidad de los profesionales en todos los campos, aplicar los principios de ese sano humanismo integral que respeta la dignidad de la persona con todos sus derechos, potencialidades y obligaciones.
En la Biblia, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, se descubren los principios de solidaridad (caridad) para con el prójimo, sobre todo por los más preteridos en cualquier sociedad así como se condena el abuso de los poderosos sobre los más necesitados.
Santo Tomás –ya en el siglo XIII– había sentado principios básicos comunitarios que también los Padres de la Iglesia habían predicado. El Sermón de la Montaña siempre fue referencia obligada para los autores cristianos.
Ignorar todo esto «significaría parecernos al rico epulón que fingía no conocer al mendigo Lázaro postrado a su puerta», dice el mismo Juan Pablo II en su encíclica «Solicitudo Rei Socialis».
El aspecto comunitario de la propiedad se basa justamente en «aquel principio peculiar de la doctrina cristiana: los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos. En efecto, sobre ella (la propiedad) pesa una hipoteca social, es decir, posee como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio universal de los bienes». (Todo lo entrecomillado es texto de Juan Pablo II).
En otros términos, la posición católica resulta equidistante tanto de la escuela liberal –hoy neoliberal– como de la izquierda materialista. En la práctica ambas tendencias padecen una falta de espiritualidad y un materialismo deletéreo capaz de corromper cualquier tipo de sociedad. La Iglesia predica un mundo de valores espirituales donde la armonía, la solidaridad, eviten los excesos tanto de la llamada izquierda revolucionaria como de la derecha conservadora. El capital y el trabajo son las dos columnas que sostienen toda la compleja arquitectura social. El capital sin el trabajo no puede funcionar. Y el trabajo sin el capital tampoco. Sin el reconocimiento de los derechos y obligaciones de ambos móviles sociales la estabilidad de las naciones pierde su cohesión y su posibilidad de desarrollo y el papel del Estado es el de servir de coadyuvante. Su función ha de ser respetuosa y parca en la solución de los conflictos entre esos factores de la producción e intervenir solo tanto cuanto sea necesario para el bien común.
La legitimidad de los sindicatos siempre ha sido defendida por la Iglesia así como el derecho a la huelga como recurso del obrero cuando el diálogo y la negociación resultan inútiles.
El bien común es el bienestar que toda sociedad exige para su desenvolvimiento y debe de buscar siempre lo mejor posible para los intereses de los más, respetando aquellos fundamentos inalienables de la persona humana, la que por su dignidad y trascendencia tiene responsabilidades y derechos que el Estado mismo no puede afectar. Por derecho natural la persona es anterior y superior al Estado. El Estado, como gestor del bien común, ha de ser promotor de los intereses comunitarios, que, en definitiva, han de favorecer a las personas individuales dentro de las exigencias que todo ordenamiento social requiere.
No se trata, pues, de factores estratégicos o tácticos de la Iglesia para enfocar inteligente y oportunamente una situación actual que requiere consejo y asistencia. Los principios sociales católicos van más allá de las meras circunstancias de tiempo y luga; obedecen a requerimientos de principios fundamentales, como la justicia social, el bien común, la paz pública, la solidaridad humana y demás fundamentos de toda sociedad que la tradición bíblica en el Antiguo y Nuevo Testamento acreditan.
Todo católico debe tener ideas claras sobre los grandes problemas de la sociedad contemporánea tanto a nivel local como nacional e internacional. La Doctrina Social Católica, a través de las encíclicas y de los mensajes navideños pontificios encuentra en ellos el mejor fundamento para la formación integral de los cristianos, especialmente aquellos que han de tener responsabilidades de liderazgo en la sociedad. Justamente por el sentido de «sofrosyne», de equilibrio, de prudencia, que brindan los textos pontificios, el cristiano militante encontrará respuestas para argumentar frente a todos los otros «ismos» actuales que, lamentablemente, se tipifican por las generalizaciones exageradas y unilaterales. Por algo católico, quiere decir universal.
Escrito todo lo anterior llega a mis manos la Pastoral del Cardenal Ortega «No hay patria sin virtud» inspirada en el Padre Varela, que aunque no se trata propiamente de un documento sobre la cuestión social, sin embargo, posee mucho de denuncia sociológica sobre la realidad cubana que atraviesa una gran crisis económica y social en la familia, la propiedad, el trabajo, la pobreza, la dependencia estatal, la falta de libertad comercial, la crisis de la vivienda, los salarios que no cubren los cotos más elementales y otras lacras que hoy apabullan a todas las clases sociales ajenas a los privilegios de que gozan los altos funcionarios del régimen. Esto no está explícito en el documento del Cardenal pero es moneda circulante en todo el pueblo cubano. Finalmente el Cardenal Ortega concluye su mensaje adhiriéndose a una frase del Padre Varela: «la independencia y la libertad nacional son hijas de la libertad individual».
En definitiva, la crisis económico-social de Cuba no se resolverá mientras la libertad –derecho fundamental de la persona– no brille en nuestra patria.
En la Cuba anterior a Castro existía una amplia legislación social. La Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) tenía gran poder de contratación y obtuvo grandes logros a favor del proletariado. La Juventud Obrera Católica (JOC) preparó líderes sindicales con buena formación e información. La Agrupación Católica Universitaria (ACU) que fundó en los años treinta el Padre Rey de Castro realizó una gran labor en la difusión de la Doctrina Social Católica bajo la batuta del Padre Manuel Foyaca de la Concha, jesuita cubano de gran oratoria en la tribuna pública al par que pausado tribuno en la sesión académica. Foyaca recorrió toda la Isla dando conferencias y mítines al aire libre, sembrando ideas de justicia social con un espíritu amplio y democrático. Entre las huestes de la Juventud Católica (JCC) que inició el Hno. Victorino, profesor de La Salle, había también un avanzado espíritu de justicia y reforma social.
La Constitución de 1940, pese a sus consabidos defectos, incorporó en sus textos principios solidarios que podrían suscribir perfectamente los católicos, tales como la función social de la propiedad, el derecho a la huelga, la prescripción del latifundio improductivo y otras medidas laborales que afectaban las relaciones de patronos y obreros.
Con todo –a pesar de la cuantiosa legislación laboral complementaria– en la práctica aún faltaba bastante para solucionar muchos problemas económico-sociales existentes. Pero en comparación con otros estados de América y aun de Europa los derechos de los obreros cubanos resultaban mucho más protegidos que en otros países amigos.
En la Cuba futura habrá que pensar en fórmulas donde la libertad de empresa y de los sindicatos no sea anulada por la invasión estatal.
La concepción equilibrada que la Iglesia mantiene sobre el papel del estado y de la sociedad civil puede iluminar caminos futuros. El Estado Leviatán invalida el derecho de la primera persona del singular y del plural. Dentro de un Estado de Derecho lo individual y lo social han de aflorar para salud del bienestar humano que todo país debe buscar, velando siempre por los más preteridos.
Dentro del pensamiento social cristiano el estado ha de ser un poder moderador, de cohesión social, de solidaridad con todos los factores indispensables en cualquier sociedad democrática donde los derechos humanos sean claramente respetados. Lo cual no quiere decir que la autoridad ha de ser indiferente como en la fisiocracia que pregonaba el «laissez faire, laissez passer» que se lavaba las manos pilatescamente para no imponer el derecho y la justicia social.
Es esencial la participación activa de todos los elementos integrantes de la vida económica, política y social que conforman los andares del crecimiento y el desarrollo del pueblo y crear un mundo ético, que embata la corrupción. Sin ética no habrá nunca verdadero progreso. Y la ética requiere que la libertad alumbre los caminos responsables.
El «nada demasiado» podría ser una consigna de los dirigentes que conforman toda la dinámica compleja de una sociedad donde la justicia y la solidaridad reinen plenamente. Ese es el propósito cristiano para que la equidad equilibre los grandes desajustes que toda sociedad siempre genera.

 

Revista Vitral No. 58 * año X * noviembre - diciembre de 2003
José Ignacio Rasco
(La Habana, 1925)
Intelectual cubano. Militante de la Acción Católica y de la Democracia Cristiana. Reside en Miami desde 1975. Fundador y actual presidente del Instituto Jacqes Maritain, autor de más de 10 libros, entre ellos «Huellas de mi cubanía» (2002).