Efemérides: vigencia y actualización
Disto mucho de ser un entusiasta de la recordación de efemérides.
Más aún, me inquieta, no tanto el continuo crecimiento
de la lista de acontecimientos más o menos trascendentales de
los que cada año que llega resulta el décimo, vigésimo
o trigésimo quinto aniversario, como lo que me va pareciendo
una muy común obsesión porque ninguno de esos aniversarios
pase sin mención. Tal vez mi reacción parta de que no
entiendo bien por qué, para resaltar la relevancia de una personalidad
o acontecimiento, haya que esperar a que se cumpla un número
determinado de años, aunque tengo cierta inclinación (tal
vez influenciado por la costumbre de llevar la cuenta de los siglos,
y aún consciente de que todo método de recuento temporal
es convencional) a admitir que se asigne un carácter especial
a los aniversarios múltiplos de cincuenta.
A mi entender, algo o alguien digno de recordarse lo es, por supuesto,
cuando se cumplen veinticinco años del acontecimiento que permite
ubicarlo en la historia, pero también lo es cuando de la fecha
en cuestión nos separan dieciocho años, tres meses y catorce
días. No es un número de años múltiplo de
cinco lo que puede asignar mérito y, sobre todo, vigencia.
Y es que en la celebración de efemérides laten siempre
el destaque de la vigencia y el empeño por la actualización.
Miramos a nuestros próceres buscando, en su ideario y actuación
de entonces, inspiración para nuestro pensar y obrar de hoy.
En luminoso ejercicio de esperanza, nos esforzamos por descubrir, en
las figuras y acontecimientos del pasado, pistas para construir un mejor
futuro, y para hacernos mejores nosotros mismos. Incluso la liturgia
de la Iglesia se estructura en ciclos anuales, a lo largo de los cuales
se actualiza, con un grado de autenticidad que sólo la fe logra
descubrirnos en su verdadera magnitud, el misterio de Jesucristo muerto
y resucitado, eternamente vigente para salvación nuestra.
Vigencia conserva también un documento de cuya publicación
se cumplen diez años (¡ya diez años!), y acerca
del cual, con admiración y respeto que sobrepujan cualquier cuestionamiento
de aniversarios o efemérides, escribo hoy. El 14 de septiembre
de 1993, la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba publicó
un mensaje, fechado el 8 del mismo mes, fiesta de la Virgen de la Caridad,
y dirigido a sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas,
laicos católicos y cubanos todos, que estremeció
la conciencia nacional, posiblemente como ningún otro pronunciamiento
del magisterio católico en toda nuestra historia.
Su momento
El año 1993 es generalmente reconocido entre los cubanos como
el peor, con mucho, de la segunda mitad del siglo XX. La crisis económica
en la que se ha visto inmerso el país, con vaivenes, pero ininterrumpidamente,
durante los últimos 13 ó 14 años, alcanzó
en aquel momento su punto más álgido. Recordaré
siempre ese año por los apagones interminables y las bicicletas
propulsadas por agua con azúcar prieta; por los familiares, amigos
y vecinos a quienes la desnutrición transformó, en pocos
meses, en ancianos macilentos e irreconocibles; por las calles semidesiertas
y los semáforos apagados. Pero sobre todo lo recordaré
como un año de pesimismo y angustia, y la más sombría
de las desesperanzas. Fue el año en el que por primera vez oí
a alguien decir: Cada vez que me dicen que se ve una luz al final
del túnel, estoy convencido de que es un tren que viene en dirección
opuesta. Año terrible, en fin, aquel 1993 cuya memoria
me encoge el corazón y del cual hablaré tal vez a mis
nietos (si Dios me los da y no me esperan años peores, que nunca
se sabe), como me hablaban mis padres y abuelos del machadato1
[1].
La situación de penuria era sólo la consecuencia más
ostensible de un trance mucho más que económico. Los complejos
acontecimientos desencadenados a partir de 1989 con la caída
de los gobiernos marxistas de la Europa del Este, y que culminaron con
la desaparición de la Unión Soviética en 1991,
habían generado una profunda crisis ideológica en la izquierda
mundial, a la cual el fulminante e incruento derrumbe del campo
socialista había dejado sin paradigma tangible ni prueba
de viabilidad. Lo que durante décadas habían llamado socialismo
real y proclamado como la sociedad modelo, se revelaba ahora como
una farsa impuesta a contrapelo de la voluntad mayoritaria de aquellos
pueblos.
En Cuba, el desconcierto provocado por esta crisis se ponía de
manifiesto, por una parte, en la solicitud por las autoridades de un
irrestricto voto de confianza de la población en la capacidad
del gobierno para sacar al país de la crisis económica
y, por la otra, en la incesante proclamación de la voluntad de
resistir a toda costa, sin que estas exhortaciones estuviesen acompañadas
de la presentación de un proyecto de contornos definidos y suficientes
visos de viabilidad, sobre el cual los ciudadanos pudiesen basar una
esperanza razonable de superación de aquella difícil coyuntura.
El mensaje
Urgidos por la angustiosa desesperanza del pueblo, los once Obispos
de las siete diócesis entonces existentes en el país,
reflexionaron, lúcida y ordenadamente, sobre lo que abrumaba
las mentes y los corazones de todos los cubanos. En un terso texto de
81 párrafos abordaron, sin ambages ni estridencias, los aspectos
esenciales de la crítica situación del país, y
lo titularon, significativamente, con una de las expresiones de San
Pablo en su inspirador himno al amor (2 Cor. 13): El amor todo
lo espera.
Dirigiéndose ...a todos, también a los políticos,
o sea, a los que están constituidos en el difícil servicio
de la autoridad y a los que no lo están pero, dentro o fuera
del país, aspiran a una participación efectiva en la vida
política nacional, y sobre todo hablando ...como
cubanos a todos los cubanos, porque entendemos que las dificultades
de Cuba debemos resolverlas juntos todos los cubanos (Nº
21), los prelados llamaron a la unidad a una nación dividida,
invitándola a superar la dialéctica de confrontación
que ha marcado dolorosamente la realidad cubana durante más de
cincuenta años.
Es muy significativo en este contexto que el mensaje comience invocando
a nuestra Patrona, la Virgen de la Caridad del Cobre, ...pues
a lo largo de casi cuatro siglos los cubanos nos hemos encontrado siempre
juntos, sin distinción de razas, clases u opiniones, en un mismo
camino: el camino que lleva a El Cobre, donde la amada Virgencita, siempre
la misma aunque nosotros hayamos dejado de ser los mismos, nos espera
para acoger, bendecir y unir a todos los hijos de Cuba bajo su manto
de madre. (Nº 2)
En la centralidad que las devociones al Sagrado Corazón de Jesús
y a la Virgen de la Caridad tienen en la tradición religiosa
del pueblo cubano, los Obispos ven ... un signo de nuestra cultura,
una cultura marcada por el corazón hecho para el amor, la amistad,
la caridad, que ha generado un cubano proverbialmente conocido en todo
el mundo por su carácter amistoso, afable, poco rencoroso o vengativo...
Así, como una gran familia, ha sido siempre nuestro pueblo.
(Nº 4)
Apoyándose en esa hermenéutica, pasa el mensaje a la exposición
de su basamento doctrinal: la condición del amor como esencia
misma de la vida de Dios y del ser del cristiano (Nos 7-11), distinguiéndolo
del amor selectivo y sectario que a veces se nos propone en su lugar,
porque ...La fraternidad entendida sólo dentro de un grupo
selecto es una forma extraña de egoísmo, es la manera
de unirnos más para separarnos mejor. Una profunda fe en
el poder sanador del amor cristiano ilumina todo el texto y le da el
persuasivo tono positivo que lo caracteriza: Por lo tanto, nosotros
cristianos, no podemos aceptar las situaciones de enemistad como algo
definitivo, porque toda enemistad puede evolucionar hacia una situación
de amistad si dejamos que triunfe el amor. (Nº 11)
Cierran la introducción doctrinal del mensaje, la consideración
de la misericordia como complemento sine qua non de la justicia (Nos
12-13), la afirmación de la superioridad del amor sobre el odio
(Nos 14-17) y una diáfana explicación de la misión
de la Iglesia y su responsabilidad en la evaluación de los aspectos
éticos de la política (Nos 18-20), hablando siempre ...con
el lenguaje que nos es propio: el del amor cristiano (Nº
19).
Entre cubanos
Abordan a continuación los Obispos diversos aspectos de la situación
del país, insistiendo desde el inicio en la necesidad de hacerlo
entre cubanos, tomando distancia de las alianzas y diferendos
con otros países, cercanos o lejanos en la geografía o
la ideología, que han marcado durante demasiado tiempo y demasiado
profundamente nuestro acontecer y han enrarecido lamentablemente el
debate nacional (Nos 22-26). Rechazan categóricamente los Obispos
la tentación en la que caemos tan frecuentemente los cubanos,
de encontrar la fuente y la solución de todo problema nacional
fuera de nuestras fronteras y, al hacerlo, ponen inmediatamente el dedo
en la llaga de ese dilema fundamental que confronta, hoy como entonces,
cada cubano: irse o quedarse. Somos los cubanos los que tenemos
que resolver los problemas entre nosotros, dentro de Cuba. Somos nosotros
los que tenemos que preguntarnos seriamente ¿por qué hay
tantos cubanos que quieren irse y se van de su Patria?, ¿por
qué renuncian algunos, dentro de su misma Patria, a su propia
ciudadanía para acogerse a una ciudadanía extranjera?,
¿por qué profesionales, obreros, artistas, sacerdotes,
deportistas, militares, militantes o gente anónima y sencilla
aprovechan cualquier salida temporal, personal u oficial, para quedarse
en el extranjero? (Nº 27).
Ningún aspecto esencial de la crisis de la vida nacional escapa
a la consideración del mensaje: la durísima crisis económica,
con sus raíces internas y externas, particularmente evidente
en la escasez de alimentos; la dependencia de la ayuda extranjera y
la falta de participación efectiva del pueblo en la solución
de los problemas; las diversas manifestaciones de deterioro moral: el
incremento de manifestaciones de agresividad y violencia, el aumento
de los índices de alcoholismo y suicidio, el deterioro de los
valores familiares, potenciado por la dispersión familiar, y
el problema del aborto, entre otros (Nos 29-41).
Especial atención se presta al problema de las limitaciones a
la libertad, y la consecuente crisis de veracidad presente en la sociedad
cubana. Tras citar la apelación del Llamamiento al IV Congreso
del PCC a ...erradicar lo que llamó doble moral, unanimidad
falsa, simulación y acallamiento de opiniones..., los Obispos
concluyen que ...Ciertamente, un país donde rindan dividendos
tales actitudes no es un país sano ni completamente libre; se
convierte, poco a poco, en un país escéptico, desconfiado,
donde queriendo lograr que surja un hombre nuevo podemos encontrarnos
con un hombre falso. (Nº 43).
Como parte fundamental del tema de la libertad, el mensaje llama a la
erradicación de ...algunas políticas irritantes,
lo cual produciría un alivio indiscutible y una fuente de esperanza
en el alma nacional, y pasa a enumerar, como ejemplos de ellas:
...El carácter excluyente y omnipresente de la ideología
oficial..., ...Las limitaciones impuestas, no sólo
al ejercicio de ciertas libertades, lo cual podría ser admisible
coyunturalmente, sino a la libertad misma..., ...El excesivo
control de los Órganos de Seguridad del Estado..., ...El
alto número de prisioneros por acciones que podrían despenalizarse
unas y reconsiderarse otras..., y ...La discriminación
por razón de ideas filosóficas, políticas o de
credo religioso, cuya efectiva eliminación favorecería
la participación de todos los cubanos sin distinción en
la vida del país..., todo ello expresado con una diafanidad
y llaneza totalmente insólitas en Cuba (Nos 44-51).
La descripción que se hace de la sombría situación
del país no asume tanto, sin embargo, el tono indignado de quien
denuncia, sino más bien el de quien constata con dolor, sabiendo
que ...no es conforme al Evangelio la enumeración de los
factores negativos con la intención de inculpar a otros...
(Nº 75). Hemos pedido al Señor dirán
también dirigir este mensaje en su lenguaje de amor,
sin lastimar a ninguna persona, aunque cuestionemos sus ideas en diversos
aspectos, porque de lo contrario Dios no bendeciría el humilde
servicio que queremos prestar a cuantos libremente quieran servirse
de él. (Nº 79).
Invitación al diálogo,
el camino mejor
Tampoco quisieron los Obispos quedarse en el simple recuento de los
conflictos. Tras expresar categóricamente la centralidad de la
persona humana, ...el sujeto preferente, el tesoro más
grande que tiene Cuba..., afirmando que ...no se puede subordinar
el hombre a ningún otro valor. La persona humana, en la integralidad
de sus características materiales y espirituales, es el valor
primero y, por tanto, el desarrollo de una sociedad se alcanza cuando
ésta es capaz de producir mejores personas, no mejores cosas;
cuando se mira más a la persona que a las ideas; cuando el hombre
es definido por lo que es, no por lo que piensa o tiene. (Nº
52), los Obispos señalan la necesidad de buscar caminos nuevos
(Nos 53-57), optando por una actitud de diálogo.
No puedo dejar de transcribir los enjundiosos párrafos que el
mensaje dedica a proponer las notas distintivas de ese diálogo
que Cuba necesita hoy con tanta urgencia como lo necesitaba entonces.
Párrafos antológicos, aun dentro del rico magisterio de
la Iglesia en Cuba, que nos llaman sabiamente a deponer aquellas actitudes
que bloquean, también hoy como entonces, el camino hacia el necesario
encuentro de todos los cubanos.
...El cubano es un pueblo sabio, no sólo con la sabiduría
que procede de los libros, sino con esa otra sabiduría que viene
de la experiencia de la vida. Por esto desea un diálogo franco,
amistoso, libre, en el que cada uno exprese su sentir verbal y cordialmente.
Un diálogo no para ajustar cuentas, para depurar responsabilidades,
para reducir al silencio al adversario, para reivindicar el pasado,
sino para dejarnos interpelar. Con la fuerza se puede ganar a un adversario,
pero se pierde un amigo, y es mejor un amigo al lado que un adversario
en el suelo. Un diálogo que pase por la misericordia, la amnistía,
la reconciliación, como lo quiere el Señor que «ha
reconciliado a los dos pueblos con Dios uniéndolos en un solo
cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad» (Ef. 2,
16).
Un diálogo no para averiguar tanto los ¿por qué?,
como los ¿para qué?, porque todo por qué descubre
siempre una culpa y todo para qué trae consigo una esperanza.
Un diálogo no sólo de compañeros, sino de amigos
a amigos, de hermanos a hermanos, de cubanos a cubanos que somos todos,
de cubanos «que hablando se entienden» y pensando juntos
seremos capaces de llegar a compromisos aceptables.
Un diálogo con interlocutores responsables y libres y no con
quienes antes de hablar ya sabemos lo que van a decir y, antes de que
uno termine, ya tienen elaborada la respuesta, de los que uno a veces
sospecha que piensan igual que nosotros, pero no son sinceros o no se
sienten autorizados para serlo... (Nos 60-62).
Un diálogo, en fin, en el que se participe dejando de lado toda
arrogancia, dado que ...En las cosas contingentes todos podemos
tener fragmentos del arco de la verdad, pero nadie puede atribuirse
la verdad toda, porque sólo Jesús pudo decir: «Yo
soy la verdad» (Jn. 14, 6), «el que no está conmigo
está contra mí» (Lc. 11, 23) (Nº 63),
diálogo que será eficaz ejercicio de enriquecimiento mutuo,
y al que estamos llamados a pesar de las dificultades (Nos 64-68).
La sensatez puede triunfar
Los párrafos finales del mensaje hacen un recuento de la forma
en que la Iglesia en Cuba ha tratado de transmitir el amoroso llamado
de Dios a la fraternidad, que es el mismo ayer, hoy y siempre. En medio
del desconsuelo general, la Iglesia quiere afirmar su esperanza en el
poder del Espíritu: ...A todos ustedes queremos decirles
una palabra de aliento: la sensatez puede triunfar, que la fraternidad
puede ser mayor que las barreras levantadas, que el primer cambio que
se necesita en Cuba es el de los corazones y nosotros tenemos puesta
nuestra esperanza en Dios que puede cambiar los corazones. (Nº
74).
Recordando con tristeza, pero sin condenas ni amarguras, que en algún
momento muchos dieron la espalda a Dios, los Obispos expresan su firme
convicción de que ...aunque nuestras infidelidades hubieran
sido mayores que nuestras lealtades, incluso «si nuestro corazón
nos condena, Dios es más grande que nuestro corazón»
(1 Jn. 3, 20) (Nº 77).
Reafirman su confianza en que la revitalización de la esperanza
de los cubanos es algo que ...podemos lograr juntos con una gran
voluntad de servicio pero no sin una gran voluntad de sacrificio, «amando
más intensamente y enseñando a amar, con confianza en
los hombres, con seguridad en la ayuda paterna de Dios y en la fuerza
innata del bien», como decía Pablo VI, y concluyen
invocando la ayuda de la querida Patrona de Cuba y pidiendo, con San
Pablo, que ...la paz de Dios, que es más grande de lo que
podemos comprender, guarde nuestros corazones y nuestros pensamientos
en Cristo Jesús» (Flp. 4, 6-7) (Nº 81).
Un mensaje que habla al corazón
Releer El amor todo lo espera a diez años de su publicación
es una lección de fidelidad a la misión de la Iglesia.
Tal vez lo que más impacta del mensaje es que habla al corazón,
con el mismo estilo de diálogo abierto y respetuoso que plantea
como modelo. Su argumentación es razonable, pero no está
concebida como una secuencia de silogismos aplastantes. Propone lúcidamente,
pero lo hace apelando a sentimientos elevados, de los que sabe capaz
al alma del interlocutor. No pretende convencer: quiere más bien
invitar al don libre y generoso de lo mejor de nosotros mismos.
Leyéndolo, se comprende exactamente qué quiere decir el
Evangelio cuando describe la admiración del pueblo cuando Jesús
les enseñaba ...como quien tiene autoridad. (Mt.
7, 29).
Su lenguaje, cálido y fraterno, no es el de quien observa y analiza,
sino el de quien acompaña en el sufrimiento. Expresa compasión,
no lástima, una distinción que el diccionario no hace
pero siempre me ha parecido importante, porque compadecer significa
literalmente padecer con, compartir el dolor del otro. La
lástima puede quedarse en el mero sentimiento, mientras que la
compasión inclina al compromiso.
Tampoco se limita este texto ejemplar a formular dictámenes.
Como bien dijera Martí, ...no hace bien el que señala
el daño, y arde en ansias generosas de poner remedio, sino el
que enseña remedio blando al daño. Y es remedio
blando el que proponen los Obispos en este mensaje, que promueve el
diálogo, la reconciliación y el perdón, que insiste
en el abandono de los ajustes de cuentas justicieros, aconsejando la
unción de la justicia con el bálsamo de la misericordia.
La acogida popular
Es difícil estimar cuántos cubanos habrán leído
El amor todo lo espera. Para los modestísimos medios
de reproducción de que dispone la Iglesia, incluso contando con
que cada una de las algunas decenas de miles de copias del documento
que lograron imprimirse en su momento, con un enorme esfuerzo, haya
tenido múltiples lectores (como ocurre habitualmente con las
publicaciones católicas, que pasan activamente de mano en mano),
es una tarea imposible llegar a los millones de destinatarios de un
documento de esta trascendencia. Ni siquiera a unos cientos de miles.
Puedo testimoniar, eso sí, cuántos amigos, vecinos y compañeros
de trabajo que me pidieron copias del documento y a quienes pude facilitárselas,
me expresaron su profundo aprecio por el contenido del mensaje, su serenidad
y valentía. Sólo recuerdo haber recibido comentarios exclusivamente
negativos de un amigo, el único de los que me hicieron saber
sus opiniones que tenía (y todavía tiene) una alta responsabilidad
en el Partido Comunista. Todos los demás, decenas de ellos sin
excepción, evaluaban positivamente el mensaje, aunque tal vez
objetaran en algunos casos una que otra apreciación aislada.
Muchos confesaban que los Obispos habían expresado lo que ellos
mismos y muchos de sus familiares y amigos pensaban, pero tenían
temor de decir.
Todos rechazaban los injuriosos artículos aparecidos en la prensa
acerca del mensaje, excepto mi amigo dirigente comunista, cuyas objeciones
reproducían casi literalmente las de uno de aquellos artículos,
el más cáustico de todos.
Así, sin que pueda sustentarlo en una encuesta estadísticamente
validada, pero basado en los testimonios de una gran cantidad de personas
que no obtendrían beneficio alguno de los comentarios positivos
o negativos que me hicieran, percibo que recibió el mensaje de
los Obispos la gran mayoría de aquellos que llegaron a leerlo.
Nunca olvidaré al compañero de trabajo hombre juicioso
y parco en el hablar, nada dado a expresiones hiperbólicas
que me dijo, después de pedirme que felicitara a los Obispos
por el documento: hacía mucho tiempo que no me sentía
tan orgulloso de ser cubano.
Ese mismo sano orgullo me ha llenado hoy, releyendo este memorable mensaje,
piedra miliar del magisterio de nuestros Obispos, cuya voz resuena desde
sus páginas, como hace diez años y como siempre, proclamando
..que la paz es posible porque «Cristo es la paz»
(Ef. 2, 14), que podemos descubrir la verdad porque «Cristo es
la verdad» (Jn. 14,6) que se puede hallar el camino porque «Cristo
es el camino» (Jn. 14, 6). En fin, que la salvación es
posible porque Cristo es nuestra salvación (Lc. 19, 9).
(Nº 80)
A nosotros, cristianos cubanos del 2003, corresponde, a diez años
de El amor todo lo espera, y cada día de nuestras
vidas, antes y después de la efeméride, trabajar sin descanso
por alcanzar para todos los cubanos esa paz, anunciar humilde pero convincentemente
esa verdad y mostrar, con nuestra coherencia y autenticidad, ese camino,
el único que conduce a la salvación.
_______________
[1] Aunque en Cuba este nombre corresponde formalmente
a la dictadura de Gerardo Machado Morales (1925-1933), con él
se bautizó popularmente, por extensión, a la crisis económica
que asoló el país como consecuencia del crack
bancario mundial de 1929 y cuyos peores momentos, a principios de los
treinta, coincidieron con la etapa segunda y final de la tiranía
machadista.