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Personaje
de la película, que ilustra como la vida de muchos ancianos
en Cuba se reduce a mirar la televisión, como único
medio de integración con la sociedad.
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Amanda, único
personaje del filme que ya no tiene sueños, elabora y vende
maní para sobrevivir ella y su esposo.
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¿Pero cómo pudo ese
hombre reflejar el alma de una nación en ruinas sin emplear palabras?
Fue la expresión de asombro expresada por uno de los casi 70
mil habaneros que hasta ahora han colmado la sala de cine Charles Chaplin
para verse reflejado, disfrutar, aplaudir, y sobre todo, pensar acerca
de todo lo que quiere comunicar esa reciente obra maestra del cine cubano
que lleva por nombre SUITE HABANA.
Ese hombre, Fernando Pérez, ingresó al mundo del cine
como asistente de producción y traductor en el ICAIC. Carente
de una formación humanista, el interés por el cine lo
llevó, paralelo a su trabajo, a estudiar la carrera de Lengua
y Literatura Hispánicas. Su verdadera formación como cineasta
comenzó en 1970 como asistente de producción con Tomás
Gutiérrez Alea. A fines de ese año se incorporó
al equipo del Noticiero ICAIC con Santiago Álvarez y en 1974
realizó su primer documental codirigido con el desaparecido Jesús
Díaz. En 1987, estrenó su primer largometraje de ficción:
Clandestinos y hoy, 33 años después de su inicio en el
mundo del cine nos entrega su última obra, resultado de una constante
búsqueda por comunicar ideas y sentimientos mediante la construcción
de imágenes y sonidos.
La necesidad de comunicación, presente en todos sus filmes lo
indujeron en Madagascar Premio Especial del Jurado en el XVI Festival
del Cine Latinoamericano (1994) y Gran Premio del Festival Internacional
de Cine de Friburgo en Suiza (1995)-, a profundizar en la condición
humana abordando la contradicción generacional entre una madre
y su hija y a buscar un lenguaje simbólico capaz de comunicar
un estado de subjetividad donde las palabras se tornan insuficientes.
En La Vida es Silbar (1998) Primer Premio coral en el XX Festival
Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, Mejor Director, Mejor
Fotografía, Actriz Revelación, Premio FIPRESCI, Premio
Especial de la Organización Católica Internacional de
Cine, Premio de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica,
entre otros,- aborda la búsqueda de la felicidad en los albores
del nuevo milenio mediante la liberación interior. Convertido
en futurista se sitúa allá, donde aún no hemos
llegado, para desde ese espacio imaginado narrarnos un pasado que es
nuestro presente e indicar una relación capaz de acercarnos a
la felicidad. Aquí Fernando remonta la descripción y la
crítica para plantear posibles vías de soluciones a nuestra
tragedia nacional mediante la asunción de la verdad como vía
de salida desde nuestro laberinto.
En su última entrega, más allá de la primacía
que brinda a la fotografía, de la envidiable armonía entre
imagen editada y calidad de la banda sonora, de la carga humanista de
los símbolos y gestos que le otorgan esa indiscutible calidad
cinematográfica que la sitúan en la cima del cine cubano,
Suite Habana, siguiendo los pasos de Madagascar y La Vida es Silbar,
refleja sueños y aspiraciones que fortalecen la voluntad y hacen
ver el futuro más claro al convertir nuestra contradictoria realidad
en fuente inagotable de inspiración para buscar caminos viables
desde el amor y desde la libertad interior que le sirve de fundamento.
Ese amor al prójimo y a una ciudad, que a pesar de su estado
de abandono y destrucción se nos presenta cargada de humanidad,
belleza y posibilidades.
Siguiendo a Mélies, aquel pionero realizador del Caso Dreyfus
que pasó del mundo mágico de la fantasía al de
la historia y descubrió que el cine es una nueva forma de ver,
interpretar y formar la realidad de acuerdo con la voluntad del artista,
Fernando pone en evidencia las potencialidades de la crítica
cinematográfica para promover la reflexión profunda y
honesta entre cubanos que desean realizar sus sueños dentro de
la tierra que los vio nacer. Pero sobre todo nos demuestra que los complejos
problemas sociales que afectan la vida de millones de personas atañen
a todos, especialmente a los intelectuales como estetas del cambio,
críticos de nuestras insuficiencias y fuentes de conexión
con nuestras tradiciones y el saber universal. Las decisiones que afectan
la vida de millones de personas no pueden, por tanto, permanecer como
coto privado de intereses políticos.
En este sentido Suite Habana constituye un canto a la participación
y un reto para otras manifestaciones artísticas y para toda la
intelectualidad cubana. Tapar los oídos a ese canto es una condena
a vivir en la miseria material y espiritual que corroe las almas y genera
frustración, escapismo y desesperanza.
Expresión de la alta profesionalidad de un intelectual comprometido
con su realidad, unido a una fértil imaginación creadora,
a una altísima sensibilidad y a un inmenso amor por su familia,
su pueblo y su ciudad, hacen de esta cinta una obra para el ahora y
para el después de nuestra historia cinematográfica.
Si la identificación de los habaneros amantes del cine que tuvieron
el privilegio de disfrutar de ese poema fílmico que es Suite
Habana ha resultado casi unánime, el deseo de los cientos de
miles que aún no han tenido esa oportunidad, tanto en La Habana
como en el resto del país, se alza como un reclamo cultural.
La Habana, 17 de julio de 2003.
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