Revista Vitral No. 57 * año X * septiembre-octubre 2003


NARRATIVA

 

MÁSCARAS

FERNANDO FERNÁNDEZ

 

 

Esa noche las máscaras se descolgaron de sus clavos en las guardarropías de los teatros, depósitos de carnaval, estudios de pintores y escultores, cuartos de artesanos y museos, y vagaron por la ciudad buscando sus nuevos rostros. En la madrugada, cuando las mujeres y los hombres dormían, silenciosamente, se acercaron a ellos aguantando la respiración, y ocuparon sus almohadas. Después clavaron sus raíces en los poros abiertos y se quedaron tranquilas. Nadie lo notó y, al amanecer, al despertar, ya las máscaras formaban parte de sus cuerpos, como si hubieran nacido al unísono. Las máscaras púdicas se unieron a seres impúdicos, las honestas a deshonestos, las angelicales a perversos, las obscenas a decentes, las sibilinas a diáfanos, las volubles a constantes, las cobardes a valientes y así (indefinidamente) con todas, buscando sus contrarios. Algunas máscaras se confundieron, extendieron innecesariamente sus búsquedas y, temiendo la salida del sol, se agruparon en un solo hombre o mujer. Así hubo máscaras voluptuosas, tristes y pendencieras en un casto, y sencillas, heróicas y sádicas en una altanera. Los niños no fueron afectados: su piel tersa no tenía los poros abiertos. El nuevo día los encontró con sus rostros transparentes de siempre.
Las mujeres y los hombres, al mirarse en los espejos, se sintieron molestos. Esto, en los primeros momentos, complicó la situación, pues las máscaras se aferraban a los rostros. Todos luchaban denodadamente por no permitirlo, por seguir siendo ellos. Sucedía, a veces, que un rostro plácido, sin ninguna lógica, se volvía colérico y viceversa, todo por culpa de una máscara. Era la lucha. Triunfaba el rostro o la máscara. Hubo rostros que no se dejaron vencer y otros que, agotados, aceptaron convivir con sus máscaras. Entonces empezaron a aparecer en las calles seres de dos rostros, de los cuales uno era el verdadero y el otro la máscara. Poco a poco anegaron la ciudad, pues en la práctica se comprobó la conveniencia de poseer dos rostros (aunque uno no fuera el verdadero). Si era necesario un rostro íntegro y el propio era corrupto, se echaba mano de la máscara. Así podía ser enfrentada cualquier contingencia por difícil que fuera, con amplias posibilidades de triunfo. Parecía que todo estaba resuelto y que la complicación inicial había sido superada, al aceptar la mayoría, unánimemente, vivir con dos rostros, cuando aparecieron seres con tres, cuatro y más rostros de los cuales sólo uno era el verdadero. Algunos hombres y mujeres de los que no se habían dejado vencer y aún luchaban contra las máscaras, comenzaron a encolerizarse. Se había hecho muy difícil saber cuando se mentía y cuando se decía la verdad, cuando se amaba y cuando se odiaba. Sólo los niños seguían teniendo todo el tiempo un solo rostro: el verdadero. Seres de muchos rostros trataron de regalarles máscaras, pero ellos se negaron a aceptarlas. Cuando quisieron imponérselas, a pesar de tener los poros cerrados, las rompían y las lanzaban a los charcos, pisoteándolas después.
Las máscaras destruidas por los niños quedaban inútiles y no podían volver a ser utilizadas. Con el paso de los días, los hombres y mujeres encolerizados y los niños decidieron realizar una gran batida contra todas las máscaras. Se apostaban en las esquinas, detrás de los árboles, junto a las columnas, ocultos, y cuando cruzaba un hombre o mujer con dos o más rostros, lo agarraban, lo sujetaban fuertemente y entonces los niños, con sus manos pequeñas, sacaban una a una las raíces clavadas en los poros, lanzaban la máscara desprendida y la pisoteaban, destruyéndola. Sin embargo, a pesar de esta acción sanitaria, la cantidad de máscaras era tal que se tropezaba con ellas en los comercios, hospitales, escuelas, oficinas y lugares de recreación. También la televisión, la radio y la prensa estaban inundados de máscaras.
Hoy ha transcurrido mucho tiempo. Algunas máscaras han sido destruidas, pero seres con dos y más rostros continúan llenando la ciudad, que ha ido perdiendo su brillo y sus colores. Los hombres y mujeres encolerizados y los niños siguen luchando y buscan la noche cuando las máscaras regresen a sus clavos, de donde nunca debieron descolgarse.

 

 

Revista Vitral No. 57 * año X * septiembre-octubre 2003
Fernando Fernández
Nuevo Vedado. Plaza. Ciudad de La Habana.