Revista Vitral No. 57 * año X * septiembre-octubre 2003


CINE

 

SUITE HABANA
EL CINE COMO FORMA DE PARTICIPACIÓN CRÍTICA

DIMAS CASTELLANOS

Personaje de la película, que ilustra como la vida de muchos ancianos en Cuba se reduce a mirar la televisión, como único medio de integración con la sociedad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Amanda, único personaje del filme que ya no tiene sueños, elabora y vende maní para sobrevivir ella y su esposo.

 

 

 

¿Pero cómo pudo ese hombre reflejar el alma de una nación en ruinas sin emplear palabras? Fue la expresión de asombro expresada por uno de los casi 70 mil habaneros que hasta ahora han colmado la sala de cine Charles Chaplin para verse reflejado, disfrutar, aplaudir, y sobre todo, pensar acerca de todo lo que quiere comunicar esa reciente obra maestra del cine cubano que lleva por nombre SUITE HABANA.
Ese hombre, Fernando Pérez, ingresó al mundo del cine como asistente de producción y traductor en el ICAIC. Carente de una formación humanista, el interés por el cine lo llevó, paralelo a su trabajo, a estudiar la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas. Su verdadera formación como cineasta comenzó en 1970 como asistente de producción con Tomás Gutiérrez Alea. A fines de ese año se incorporó al equipo del Noticiero ICAIC con Santiago Álvarez y en 1974 realizó su primer documental codirigido con el desaparecido Jesús Díaz. En 1987, estrenó su primer largometraje de ficción: Clandestinos y hoy, 33 años después de su inicio en el mundo del cine nos entrega su última obra, resultado de una constante búsqueda por comunicar ideas y sentimientos mediante la construcción de imágenes y sonidos.
La necesidad de comunicación, presente en todos sus filmes lo indujeron en Madagascar –Premio Especial del Jurado en el XVI Festival del Cine Latinoamericano (1994) y Gran Premio del Festival Internacional de Cine de Friburgo en Suiza (1995)-, a profundizar en la condición humana abordando la contradicción generacional entre una madre y su hija y a buscar un lenguaje simbólico capaz de comunicar un estado de subjetividad donde las palabras se tornan insuficientes.
En La Vida es Silbar (1998) –Primer Premio coral en el XX Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, Mejor Director, Mejor Fotografía, Actriz Revelación, Premio FIPRESCI, Premio Especial de la Organización Católica Internacional de Cine, Premio de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica, entre otros,- aborda la búsqueda de la felicidad en los albores del nuevo milenio mediante la liberación interior. Convertido en futurista se sitúa allá, donde aún no hemos llegado, para desde ese espacio imaginado narrarnos un pasado que es nuestro presente e indicar una relación capaz de acercarnos a la felicidad. Aquí Fernando remonta la descripción y la crítica para plantear posibles vías de soluciones a nuestra tragedia nacional mediante la asunción de la verdad como vía de salida desde nuestro laberinto.
En su última entrega, más allá de la primacía que brinda a la fotografía, de la envidiable armonía entre imagen editada y calidad de la banda sonora, de la carga humanista de los símbolos y gestos que le otorgan esa indiscutible calidad cinematográfica que la sitúan en la cima del cine cubano, Suite Habana, siguiendo los pasos de Madagascar y La Vida es Silbar, refleja sueños y aspiraciones que fortalecen la voluntad y hacen ver el futuro más claro al convertir nuestra contradictoria realidad en fuente inagotable de inspiración para buscar caminos viables desde el amor y desde la libertad interior que le sirve de fundamento. Ese amor al prójimo y a una ciudad, que a pesar de su estado de abandono y destrucción se nos presenta cargada de humanidad, belleza y posibilidades.
Siguiendo a Mélies, aquel pionero realizador del Caso Dreyfus que pasó del mundo mágico de la fantasía al de la historia y descubrió que el cine es una nueva forma de ver, interpretar y formar la realidad de acuerdo con la voluntad del artista, Fernando pone en evidencia las potencialidades de la crítica cinematográfica para promover la reflexión profunda y honesta entre cubanos que desean realizar sus sueños dentro de la tierra que los vio nacer. Pero sobre todo nos demuestra que los complejos problemas sociales que afectan la vida de millones de personas atañen a todos, especialmente a los intelectuales como estetas del cambio, críticos de nuestras insuficiencias y fuentes de conexión con nuestras tradiciones y el saber universal. Las decisiones que afectan la vida de millones de personas no pueden, por tanto, permanecer como coto privado de intereses políticos.
En este sentido Suite Habana constituye un canto a la participación y un reto para otras manifestaciones artísticas y para toda la intelectualidad cubana. Tapar los oídos a ese canto es una condena a vivir en la miseria material y espiritual que corroe las almas y genera frustración, escapismo y desesperanza.
Expresión de la alta profesionalidad de un intelectual comprometido con su realidad, unido a una fértil imaginación creadora, a una altísima sensibilidad y a un inmenso amor por su familia, su pueblo y su ciudad, hacen de esta cinta una obra para el ahora y para el después de nuestra historia cinematográfica.
Si la identificación de los habaneros amantes del cine que tuvieron el privilegio de disfrutar de ese poema fílmico que es Suite Habana ha resultado casi unánime, el deseo de los cientos de miles que aún no han tenido esa oportunidad, tanto en La Habana como en el resto del país, se alza como un reclamo cultural.

La Habana, 17 de julio de 2003.

 

 

Revista Vitral No. 57 * año X * septiembre-octubre 2003
Dimas Castellanos
Periodista independiente. Ciudad de La Habana