Revista Vitral No. 57 * año X * septiembre-octubre 2003


EDITORIAL

 

LA LIBERTAD

 

 

Hay una aspiración inscrita en el corazón de cada ser humano que lo empuja a ser libre, a buscar siempre mayores grados de libertad, a vivir esa libertad en todos y cada uno de sus actos y a tratar de defenderla hasta las últimas consecuencias.
Toda persona nace libre y viene a este mundo con el derecho a vivir en la verdadera libertad. Es más, la esencia que distingue al ser humano del resto de los animales y de las cosas es precisamente que tiene, en el mismo centro de su ser, esa capacidad de tener conciencia de su propia dignidad y ese deseo imparable de alcanzar su total realización personal.
Uno de los humanistas cristianos más eminentes del siglo XX fue Jacques Maritain, quien distingue el “ser un individuo” del “ser una persona”. Llegamos a ser personas cuando alcanzamos a ser dueños de nuestra vida y de nuestro destino y cuando podemos diseñar nuestro propio proyecto de vida tomando las riendas de nuestra existencia para ser los protagonistas de nuestra propia historia personal y social. Así lo explicaba este filósofo personalista: “El ser humano es una persona, es decir, un universo de naturaleza espiritual dotado de libertad de elección y destinado a la libertad de autonomía”.
La libertad es de tal manera constitutiva de la persona humana que ésta deja de ser lo que es cuando se le limita, se le arrebata o se le manipula su libertad. Sin libertad no hay personas sino piezas de un mecanismo de opresión. Y no hay libertad verdadera sin su otra cara inseparable: la responsabilidad. Libertad sin responsabilidad es libertinaje inmoral y dañino para la propia persona y para los demás. Responsabilidad sin libertad es puro teatro, farsa montada sobre un guión que dirigen, manipulan y protagonizan los verdaderos responsables que han arrebatado o restringido las libertades que deben ejercer los ciudadanos y hasta pueden llegar a lesionar la libertad interior que es inherente a cada persona.
Cuando en un país se lesionan las libertades de conciencia, de religión, de expresión, de asociación, de participación económica, o política, o social, o todas ellas a la vez, algo muy grave se ha dañado en la convivencia de ese país. Pero siempre puede quedar, en el santuario de la conciencia de los ciudadanos de ese país, esa otra libertad interior, que es la fuente y la raíz de todas las demás libertades. Es también raíz y fuente de la responsabilidad cívica. Es por eso que a lo largo de la historia hay naciones que han perdido en reiteradas ocasiones sus libertades o, incluso su independencia económica o política, pero al cabo del tiempo, sus propios ciudadanos han podido recuperarla.
Hay otras naciones en las que se han conculcado y desconocido las libertades de los ciudadanos y pasan años y décadas y éstos no logran recuperar, por ellos mismos, ni las libertades que se han dejado arrebatar, ni la libertad de su pueblo. Generalmente hay un indicio que va relacionado con esta impotencia para rescatar la libertad. Ese síntoma fatal es un serio deterioro de la responsabilidad personal de cada ser humano. Cuando se llega a este punto en el que, además de las libertades mencionadas se ha llegado a dañar la libertad interior y la responsabilidad de los ciudadanos, entonces, algo muy grave y muy serio se ha dañado en el alma de los pueblos, en su capacidad de ser nación, en su identidad cultural, en su eticidad.
Entonces nos preguntamos: ¿Por qué en algunos pueblos sus propios ciudadanos aspiran, luchan y alcanzan a tener, conservar e incrementar, cada vez, mayores grados de libertad? y ¿por qué en otros países los mismos ciudadanos hacen dejación de su propia libertad interior, abdican de su propia conciencia, renuncian a gobernar su propia vida, deponen su responsabilidad y acceden a que otros se la manipulen, les programen la vida y se la administren hasta en los más mínimos detalles?
Una respuesta en este segundo caso, es, que no sólo se han violado las libertades de ese pueblo sino que se les ha secado la libertad interior y personal a sus ciudadanos.
La libertad interior se seca cuando no se ha educado para la libertad. Cuando se ha nacido, crecido y educado en un clima de miedo, delaciones y opresión. Estos son los frutos de una educación manipuladora e ideologizada, destinada a reproducir patrones de imitación y de acatamiento. Largos e ininterrumpidos años de adoctrinamiento masivo y dogmático, nos forman, o mejor, nos deforman, para acatar y obedecer, para la sumisión o la simulación.
Estos dos factores: el sistema de educación y los medios de comunicación social, han sido los dos mecanismos que más han dañado la libertad personal y la responsabilidad cívica de los cubanos. Es verdad que estos instrumentos son universales y llegan a casi todos, pero «su omnipresencia, que quiere demostrar su omnipotencia, ha devenido impotencia e inconciencia» porque, en general, no se revierten en virtudes y valores sino en disimulo, despersonalización y desarraigo.
Miremos a nuestro alrededor: cuando la libertad interior y las libertades públicas no se cultivan en el hogar, ni en la escuela, ni en el trabajo, ni a través de la prensa, la radio y la televisión, brotan, sin esperarlos, los síntomas de una educación para la manipulación y la incondicionalidad que inculcan esos espacios. Esos síntomas los podemos encontrar por cualquier lado: la irresponsabilidad que raya en la incapacidad para diseñar cualquier proyecto de vida hasta el abandono de la propia personalidad, la fragilidad ante las presiones, el deseo irrefrenable de huir hacia ninguna parte, la doblez sin conciencia de culpa, entre otros.
Vemos crecer, también, un fenómeno sociológico llamado “anomía”, que no es más que esa falta de gobierno de sí mismo, que los especialistas describen como “una concentración de motivos de inadaptación debidos a la desintegración social...pues, precisamente, es en los períodos de cambio rápido e incontrolado y de crisis económica, períodos en los que fallan los elementos sociales que garantizan una autorrealización ordenada de las personas, cuando se manifiestan signos progresivos de inseguridad, de pérdida de significado, de irrupción de instancias de confusión y de insatisfacción de las necesidades y deseos individuales hasta llegar al suicidio anómico que confirma el fracaso de la ley en su intento de humanizar el deseo humano y el triunfo de la angustia que ocasiona un deseo insatisfecho... En otras palabras, la anomía nace del hecho de que en determinadas sociedades se ejerce una fuerte presión generalizada para interiorizar algunos fines y luchar para alcanzar los que son propios de una capa o clase, sin que al mismo tiempo se brinden a todos las mismas oportunidades iniciales ni los mismos medios institucionales en orden a alcanzar esos fines”. (Durkheim E. y Merton R.K. Diccionario de Sociología, p.92-94).
Tanto el incremento de la violencia, del desorden social y del suicidio por un lado, como el incremento de la vulnerabilidad moral, la debilidad de carácter, el desgano de vivir y la adicción a las drogas y el alcoholismo, por otro lado, son síntomas de la alienación de la persona humana, del ansia de escapar a todo tipo de presiones, al excesivo control y a los modelos autoritarios y paternalistas que provoca la falta de libertad.
Pero no es sano y no libera quedarse en la comprobación de la realidad circundante y lamentar la ausencia de una libertad personal y social a la altura de la dignidad y los derechos inalienables que el mismo Dios ha grabado con tinta imborrable en el interior de cada hombre y mujer y en la conciencia de los pueblos, en su cultura y leyes positivas. No debemos quedarnos en el reconocimiento de la raíz de la falta de libertad y en la causa profunda de la desidia con que los cubanos hemos soportado esta carga deshumanizante.
Es necesario ir a los remedios, es más, ir a la auténtica solución de esta crisis de libertad interior: la educación para la libertad, que es el desarrollo de un camino de liberación a partir de la recuperación de la responsabilidad personal.
La liberación personal y social es, precisamente, el proceso gradual y creciente de eliminación de todo tipo de alienaciones y de las presiones, autoritarismos y violencias físicas, mentales y espirituales que son la raíz de esas enajenaciones de la realidad. Así lo han identificado muchos filósofos, sociólogos y luchadores por la libertad de las más diferentes ideologías y humanismos, entre los que no debemos dejar de mencionar a Karl Marx. Liberar a los trabajadores de la alienación de la explotación del hombre por el hombre fue una de sus tesis principales. Liberación que otros han ampliado a otras esferas de la vida más allá del mundo del trabajo, más allá de meras dialécticas materialistas. Liberación que no se reduce a lo económico o lo político, solamente. Liberación que abarca todo tipo de explotación, de manipulación, de presiones y de autoritarismos llamados totalitarios, precisamente porque intentan abordar, controlar y decidir en todas las esferas de la vida humana.
Es un proceso que, en fin, tiene que llegar y partir de lo que constituye el núcleo existencial de las personas y los pueblos: la liberación de su alma. Es decir, la liberación de su conciencia, de su subjetividad, verdadero sagrario donde se salvaguarda y desarrolla la dignidad de la persona humana y de las culturas y naciones donde se debe convivir en justicia y fraternidad.
La libertad es un proceso de recuperación del “ser uno mismo” para poder hacer el don de sí; y la recuperación de la propia soberanía, de la propia voluntad, para poder ser responsables de nuestra entrega generosa al servicio de los demás.
Cuando en Cuba se hable de libertad, deberíamos, por lo menos, preguntarnos con toda sinceridad a qué libertad nos estamos refiriendo. Cuando en Cuba ansiemos la libertad, debemos, por lo menos, preguntarnos con audacia, cómo anda nuestra propia responsabilidad en la conquista y crecimiento de nuestra libertad interior. Aquella que no depende de leyes o controles, aquella que no nos puede conceder ningún gobierno ni estado, aquella libertad interior que nos pone en pie dentro de nosotros mismos y nos levanta de la postración del alma que es la peor de las esclavitudes.
El 10 de Octubre de 1868, hace 135 años, fraguó en campaña por la independencia, aquella libertad interior y sagrada que habían conservado y cultivado incólume los padres fundadores de la Nación. La aprendieron, la conservaron y la compartieron en medio de un régimen que violaba todas las libertades públicas. Aprendamos de ellos. Primero hay que aprender a ser un hombre libre por dentro, una persona liberada del miedo al qué dirán, del miedo a qué me quitarán, del miedo a lo que me perjudicará. Donde hay miedo no hay libertad. O por lo menos, donde el miedo no puede ser vencido algo falta en la liberación de la persona que se deja vencer por el miedo.
Libertad y liberación son meta y camino por donde tiene el derecho y el deber de transitar toda persona humana y todo pueblo. Este camino no podrá nunca comenzarse ni concluirse sin enfrentar la responsabilidad que cada una de las personas, cada uno de nosotros, tiene que asumir como los principales protagonistas de nuestra propia liberación interior.
Los cristianos sabemos, por propia experiencia, que nuestra naturaleza humana está marcada al mismo tiempo por el destino de liberación y por la caída en la negación de la propia dignidad: por eso, desde nuestra propia limitación, proponemos a cuantos se sienten débiles o desanimados ante la apasionante tarea de la liberación interior y de la conquista de las libertades civiles, que escuchen y acudan al autor y fuente de toda liberación verdadera, Jesucristo, que en un acto supremo de libertad interior proclamó un día en la Sinagoga de su pueblo: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar la liberación a los oprimidos, para anunciar el Año de Gracia del Señor”. (Lc. 4, 18-19 )
Los que en Cuba nos encontremos cautivos por dentro, oprimidos por fuera, ciegos ante lo que nos está sucediendo, recordemos que todo proceso de liberación comienza en el fondo de nosotros mismos, en el interior de nuestras conciencias, en el ejercicio de nuestra propia voluntad... sin dejarnos postrar por nuestras propias limitaciones y pobrezas, sin permitir que nos paralice el natural temor que debe enfrentar quien quiere romper sus propias cadenas. Todos los que nos encontremos en esta parálisis del alma y de la voluntad escuchemos la voz arcana y milenaria de Aquel que vivió la libertad hasta el extremo de entregar su propia vida para liberarnos y que nos dice a cada uno de los cubanos y a Cuba:

“A ti te lo digo: ¡Levántate y anda!”
(Lucas 5, 23-24)


Pinar del Río, 11 de septiembre de 2003

 

 

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