La moda es el uso, modo
o costumbre que está en boga durante algún tiempo, en
determinado país, en especial en los trajes, telas y adornos.
En algunos lugares todavía perduran, porque están en consonancia
con el modo de vida de sus pobladores.
Por idiosincrasia el cubano siempre tuvo fama de ser pulcro en su modo
de vestir. Según el clima, bien definido en las estaciones de
invierno y verano, se usaba el traje y la corbata con sus relucientes
alfileres y la camisa de cuello duro con yugos dorados de piedras preciosas
que todavía se mantienen a través del tiempo. También
se utilizaba la típica guayabera de bramante de hilo, las chaquetas,
el ensemble y otros modelos.
Había distintas variedades de telas, como el petronio, casimir
inglés, muselina, gabardina, franela, frescolana, dril crudo
y dril 100, etc. Éstas se adquirían en los establecimientos
comerciales que contaban con un variado surtido en telas y piezas hechas,
que estaban al alcance de cualquier ciudadano. Otros clientes preferían
que expertos sastres confeccionaran a gusto y medida su ropa, principalmente
los trajes.
Las mujeres con destacada exquisitez usaban atractivos trajes de nylon,
muselina, olán de hilo, chantú, crepé, encaje,
raso, warandol, faya, algodón, tul, tafetán y otras variedades.
Muchas preferían confeccionar sus trajes con reconocidas costureras
que combinaban la hechura con el bordado. Éstas se vestían
con predilecta atracción matizadas con el calzado, la cartera,
el cinto, los cosméticos y perfumes de su gusto.
El pantalón, conocido actualmente como pitusa sólo
era utilizado por los mecánicos que se dedicaban a este oficio.
Actualmente con una mejor confección se ha convertido en una
prenda de vestir. Hasta el año 1958, el pantalón confeccionado
con cualquier tipo de tela no era usado por las mujeres por considerar
que perdían su feminidad.
El calzado fabricado en Cuba gozaba de fama internacional por su confección.
Se utilizaban pieles escogidas: de ganado vacuno, especialmente la del
becerro; de ganado caballar y porcino; pieles de cocodrilo, majaes y
otras tantas, que se elaboraban por eficientes trabajadores en las curtiembres
existentes en el territorio nacional.
Los cueros del ganado vacuno, entre ellos el becerro o añojo
eran curados en casetas construidas por los empresarios
por esfuerzos propios. Para ello utilizaban la salmuera (sales especiales).
Después de curadas, las vendían en su mayoría a
la Curtiembre del Caribe, situada en el municipio de Guanajay,
donde se procesaban las pieles con los tintes preferidos por la industria
del calzado para su confección. También en estas casetas
se curaban la piel del carnero y la del chivo. La piel del equino se
importaba de otros países, ya que en Cuba no se sacrificaba este
animal, se empleaba para la monta y la tracción. .
A partir de 1961 se ilegalizó la matanza de ganado, desapareciendo
totalmente este tipo de caseta para la cura del cuero. A partir de esta
medida por la administración del Estado comenzó a escasear
el calzado en nuestro país, y que hoy se adquiere a precios exhorbitantes
que no están al alcance de la población.
Tintorerías y lavanderías
En la ciudad de Pinar del Río existían antes de 1958 decenas
de tintorerías y lavanderías, con una población
que frisaba en menos de una tercera parte de la población actual.
Este necesario giro comercial brindaba un esmerado servicio a sus clientes,
complaciendo con la debida calidad a los más exigentes por su
presentación, su rapidez necesaria y precios sumamente bajos.
Según fuentes consultadas, aunque con anterioridad existían
otras que prestaban servicio en este giro, fue en el año 1909,
para ser más exacto, el 11 de enero de 1909, que apareció
el tren de lavado de Francisco Carranza y Silvera en la calle Vélez
Caviedes número 4, entre Yagruma y Retiro; siguiéndole
en orden la tintorería y venta de ropa hecha La Elegancia,
de Marcelo Granda en Vélez Caviedes número 116 en la manzana
de los Delgado. En 1914 surge la tintorería de Águedo
Ortiz, donde posteriormente se construyó la sociedad Liceo
en la calle Martí, trasladándose luego para Máximo
Gómez número 63. En ese mismo período se ubica
en Rosario número 4 la de Antonio García como tren de
lavado y después tintorería; la de Manuel Mayo, la de
Ricardo Roselló en Maceo 83 y la de Carmelo González en
Rosario entre Sol y Virtudes.

De 1920 a 1930 aparece la lavandería Gui Luang, de
Joaquín Chang, en Retiro 11.Aparece la Gap Woo de
José Chang, como taller de lavado en 1923 en Martí 129,
ese mismo año La Joven China, de Lorenzo Wong en
Martí 125. La tintorería La Elegancia, de
Atilano Achang, en Vélez Caviedes 104. Ese mismo año,
Águedo Ortiz traslada el tren de lavado pero con el nombre de
El Francés, a Máximo Gómez 53. Julián
Woon funda el tren de lavado El Hah Lee, en Máximo
Gómez número 12.
Por otra parte, Joaquín Wong abre otro tren de lavado nombrado
La Yvón, en la calle Retiro. También Delfín
Chalbonier inaugura la tintorería Los Dos Hermanos
en Maceo número 41. Ese mismo año Nicanor Félix
Alcalde funda la tintorería y venta de ropa hecha La Elegancia
en Vélez Caviedes 104, donde funcionaría después
el establecimiento de venta de aves La Favorita, de Roberto
Prieto. Francisco Álvarez de la Campa abre la tintorería
La Americana en Recreo 85, posteriormente esta fue trasladada
para la calle Yagruma (manzana de los Delgado). Nace el
tren de lavado San Cay, de Manuel Yi en Maceo y Colón.
En 1928 se traslada para Máximo Gómez 69 La Joven
China, de José Luang.
Con el nombre de La Cubana surge el tren de planchar en
Maceo 15, propiedad de Francisco Álvarez de la Campa. Se abre
otro tren de lavado por Lorenzo Wong en Isabel Rubio número 99.
En 1931, el tren de lavado El Francés pasa a Luis
Díaz González, en Recreo 40 por compraventa a Águedo
Ortiz; en Máximo Gómez 63 se instala el tren de lavado
propiedad de Ramón Quiñones, con el nombre de El
Espejo. Es abierta la lavandería en Maceo y San Juan, de
José Eng, Julio Wuhg y Andrés Chio. Los hermanos Fernando,
Francisco y Alfredo Wong inauguran una lavandería en Vélez
Caviedes 35, casi esquina a Isabel la Católica; otra tintorería
se inaugura en la calle San Juan, nombrada El Sol, de Mariano
Naranjo Gort (1939).
La tintorería Americana en Antonio Rubio 11, de Santiago
Felipe Naranjo; Manuel Cuesta abre otra tintorería en Máximo
Gómez 113; la tintorería Bernal, en Recreo
casi esquina a Labra, de Luis Bernal Díaz; la tintorería
Americana en Antonio Rubio 11 vuelve nuevamente a Francisco
Álvarez de la Campa en 1954. Y por último, José
del Pino Blanco instala una tintorería en Máximo Gómez
175, casi frente al Obispado. Le siguen otras tintorerías como
Los Dos Hermanos, de Manuel y José Hernández,
detrás del Bazar Cubano; Inés Escobar, en Sol y San Juan;
Roberto Castillo, Retiro entre Polvorín y Rosario; Matuto Montesino,
calle Alfredo Porta; El Gallo de Manuel Díaz en la
calle Coronel Pozo; la de Santiago Naranjo, San Juan entre Maceo y Máximo
Gómez; Tata y Hermano, en el reparto Vélez; Reinaldo Montesino,
en San Juan, entre Sol y Virtudes; Juan Curbelo, Retiro y 20 de Mayo;
El Troy, de Kike en Máximo Gómez; Miguel Montesino,
Calle Julián Alemán; Cuco, reparto Carlos Manuel; Pedro
Naranjo Lorenzo, Luz Zaldívar y Santa Rosa; Nieves Hernández,
Coloma entre Maceo y Máximo Gómez; Juanito Tarzán,
Colón entre Delicias y Mariana Grajales; Mongo Pla, Vandama y
Colón, reparto La Flora; Antonio González, Sol y Coloma;
Juanito Chang, Yagruma entre Volcán y Cuarteles.
La mayoría de las tintorerías perduraron hasta el año
1959, con un aproximado de 42 que se dedicaban a este giro. Actualmente
en la ciudad de Pinar del Río brinda servicio a la población
una sola tintorería, nombrada La Cubana que fue reabierta
recientemente en la calle Retiro entre Vélez Caviedes y 20 de
Mayo. El Lavatín, en la calle Vélez Caviedes
entre Adela Azcuy y Retiro se encuentra en fase de remozamiento hace
cerca de un año. Tengamos presente que ya la ciudad pinareña
cuenta con más de 160 000 habitantes.
El 24-6-2003 aparece publicado un reportaje en el periódico Juventud
Rebelde. Bajo el título PARA NO LAVAR EN CASA,
y con el subtítulo: Aunque maltratadas y con falta de recursos,
las tintorerías y lavatines cuentan con un público que
reclama de este servicio para resolver el acuciante problema de lavar
y planchar la ropa. Los autores se refieren a la problemática
en este giro comercial en la ciudad de La Habana. Entre otros aspectos
exponen que las condiciones de trabajo son difíciles y
el deterioro del local es más que evidente. Lavan con agua fría
y usan planchas domésticas, porque no cuentan con petróleo
para echar a andar las calderas de vapor. Los planchadores se quejan
de que la iluminación es poca para trabajar, no cuentan con posibilidades
de almuerzo y no tienen agua para tomar.
Sería interesante que este reportaje fuera leído por la
población en la página 5 de la fecha indicada. Si esto
sucede en la capital de la República, ¿qué podemos
esperar de este necesario servicio en nuestra ciudad pinareña?