Revista Vitral No. 57 * año X * septiembre-octubre 2003


LECTURAS

 

DE GUANAJAY HASTA GUANE
IDENTIDAD REGIONAL DESDE UN TEXTO DE DORA ALONSO

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ CORONEL

Dora Alonso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“Sí que puedes, Juan.
Porque has aprendido.
Una etapa ha terminado,
Y ha llegado la hora de que empiece otra.”
Richard D. Bach: «Juan Salvador Gaviota»

La identidad es un viaje, el más antiguo de la Humanidad, donde el flujo-reflujo de homogeneización y diversidad ha sido constante desde el poder sexual, económico, militar, eclesiástico... La actual globalización es el matiz contemporáneo, demasiado abarcador, de uno o varios modelos culturales simultáneos sobre muchos otros que lenta, o rápidamente, son absorbidos, devaluados, reestructurados en una personalidad histórica que no es la consecuencia lógica de un proceso de interacción –incluso ecológica (1)- con el escenario de vida cotidiana.
Por ello, el retorno a las raíces implica un renacimiento dentro de lo que ya es pero no es consciente de qué es. Similar a Quico ante Isabela en El valle de la Pájara Pinta, epopeya del signo humano que nos regalara Dora Alonso a los sesenta y nueve años y una niña muy viva en su interior (2). Porque la identidad aparece aquí en la sencilla fruición del caleidoscopio. Todo se cruza: geología, flora, fauna, espeleología, agricultura, arquitectura, lo regional, lo social, lo ontológico...
¿Dónde ocurre la acción? En la Sierra de los Órganos, macizo occidental de la Cordillera de Guaniguanico. Y allí encontramos las pizarras, formaciones geológicas ancestrales, verdad científica asumida como verdad poético-identitaria al decir Felo Puntilla (3) a Isabela: “en esta región, que es la más antigua de Cuba”, y agregar: “Te repito que por acá, quien menos se lo espere, en cualquier camino un poco apartado puede encontrarse con un delantal pensante, o con un mago de la época de los perros mudos que, andando regado por Guaniguanico, vino a parar a esta zona. Y quien dice mago, dice algo completamente distinto.” Con lo cual nos introduce Dora en un espacio que transformaremos en paisaje (espacio de ensueño), experiencia semejante a la de García Lorca, en 1930, desde la loma de Los Jazmines (4).
Pero Isabela viene de Los Arroyos de Mantua. Pasó por Guane, luego quizás por los valles de Luis Lazo y San Carlos, o por San Juan y Martínez, Pinar del Río y todas las curvas plenas de encinares hasta asomarse al valle desde el oeste o el sur. Vive junto al agua, y va de su periferia hasta el centro de Los Órganos, nuestra catedral calcárea con sus naves laterales de San Andrés de Caiguanabo y San Carlos. Ha visto los mogotes como los aborígenes y los primeros navegantes europeos; vivirá su tránsito por trillos, cuevas, hasta la polja donde la aguarda Cirilina, la abuela de los pájaros, cubana Gea en la memoria geológica insular, para la entrega de una herencia sugerida incluso en el título del libro, tan símbolo de vida como los juegos infantiles.
De manera que las Alturas de Pizarras, los mogotes y los valles nos ofrecen un escenario que comienza con la ProtoCuba en la Era Mesozoica y se extiende hasta los inicios del Oligoceno, puente hacia la actual configuración de nuestro territorio. Los Ammonites que Carlos de la Torre y Huerta presenta, en 1910, ante el Congreso Internacional de Geología en Estocolmo abren el interés de la comunidad científica por esa área a la que el güinero Domingo Ramos Enríquez atraería los ojos de un destino turístico con sus paisajes expuestos, en 1939, durante la exposición “Un siglo de progreso”, cien años después que Cirilo Villaverde paladeara el lejano concierto de Los Órganos durante su Excursión a Vuelta Abajo y el médico norteamericano John G. Wundermann en sus Notas sobre Cuba, sin olvidar la Guía Geográfica y Administrativa de la Isla de Cuba que en 1891 publicara Pedro José Imbernó.
La Pájara Pinta no se posa en su verde limón, sino en una Microcycas Calocoma o Palma de Corcho del tiempo de los dinosaurios. Y en el vallecito de Cirilina hay helechos arborescentes, además del cafetalito, el platanal y las colmenas que se ven tras la casita de la anciana tutelar. Retrato de la agricultura doméstica que hallamos incluso dentro del propio Viñales urbano, con sus fachadas y columnas de sencillo capitel dórico, sin basa, ofreciendo portales largos como el abrazo de la tierra (5)... Retrato del vínculo suelo-flora-fauna-toponimia en el mito cosmogónico de Pedro Aguacero, quien de las siete bellotas del encino viejo logra una eclosión de valles con nombres que irradian desde los baños de San Vicente tan frecuentados por Dora. Ahí están los barrios de La Jagua Vieja, El Yayal, El Cuajaní, Laguna de Piedras: ahí, de jagua, el cabo de guataca, de hacha, por ser madera liviana y hallable en las pizarras; de yaya, tirantes para los bueyes; de encino, los peines del rastrillo, el pértico, horcones, marcos de ventanas, estacas para los bordes del carretón, bellota para los cerdos; cuajaní, excelente contra el asma; pino, viejo, arde rápido y poco humo, su corazón sirve de tea para cruzar cuevas como es el caso de la del Ruiseñor que comunica los valles de Ancón y San Vicente, o la del Cable de donde tanto guano se ha extraído.
Y detalles tan de vivencia personal como no ubicar campos de tabaco en pleno julio, momento en que transcurre la acción, y sí los maizales por donde la matancera sugiere su grillo caminante en continuo juego de intertextualidad y destellos autobiográficos. Aquí están los algarrobos de la carretera hacia Puerto Esperanza, los laureles y mariposas de San Vicente, el piñón de sierra, la ceiba, el ceibón, los jazmines, la yamagua, la macagua (enlace floral a ambos extremos de Los Órganos). Aquí, los sinsontes, tomeguines del pinar, bijiritas, pitirres, garzas, murciélagos, venados, los endémicos caracoles Viana en el propio nido de la Pájara Pinta que, a su vez, semeja tanto al ruiseñor cubano (6) y, quizás, al reloj cucu de la casa de Dora. Y la magistral lección de defender la identidad en la fábula del pitirre de en vueltas de Cabañas, empeñado en cantar como los sinsontes, interesante sugerencia a conflictos identitarios vinculados a la zona fronteriza Pinar del Río-La Habana, más complejos tras la división político-administrativa de 1976 (7), fábula también muy útil al mundo contemporáneo en que la electrónica mucho ayudaría a una mejor comunicación y nivelación social entre los países e, irónicamente, es causa de incomunicación entre tantos que en los estratos tecnológicamente desarrollados disfrutan de simultaneidades increíbles, lecho a una homogeneización de las identidades particulares.
Así que cuando la voz narradora dice, de Felo Puntilla, que era “conocido y estimado de Mariel a Guane”, nos ubica provincialmente en el símbolo que es la cordillera de Guaniguanico, como hiciera Tito Gómez al cantar esa letra de Néstor P. Cruz Me voy pa´ Pinar del Río. Y cuando, en el delantal de Cirilina, observamos los cuatro bolsillos rotulados con tinta china (por tanto, indeleble): POLICLÍNICO, AHORRO, REPOBLACIÓN FORESTAL, ABASTECIMIENTO, contemplamos áreas del proyecto social cubano surgido en 1959 y defendidas, sin didactismo enfático facilista, ante la agresión de Gavilán a Garralén en que Isabela se define por ayudar al delantal de Cirilina, quien luego le hará el cuento de la reina Mandonia, ejemplar ilustración de cómo la historia de tres naciones puede ser presentada a los niños –según su edad- en forma tan entrañable por imaginativa, sencilla.
O las visiones de Isabela en el Alto del Yayal: “¡Qué hermoso paisaje se divisaba desde las alturas! Por el naciente, todavía sonrosado, el cielo parecía tener puesta su gorra de ser feliz. Los mogotes la hacían pensar en su rebaño de elefantes verdes que anduvieran en busca de un circo, y que algunas de las obras recientemente construidas, que se divisaban chiquiticas: el flamante Instituto Forestal, los pueblos comunitarios, las granjas, las represas y las carreteras, cabían en el sombrero de Juan Palomo.” A lo que sucede: “el grandioso panorama que abarcaba el mar del norte y el pueblo de Puerto Esperanza. En otra dirección podía verse la Sierra de Cajálbana cubierta de pinares y el mogote de la Jagua Vieja, donde vivía Cacafú.” (8)
Y es precisamente allí donde el montero Juan Palomo le habla de la abuela de los pájaros: “La vi solo una vez. Yo andaba monteando en los encinares y me pasó cerca, acompañada de su delantal y seguida de un bando de tomeguines del pinar. Pisteaban de un modo que alegraba el corazón.” Quien ha caminado por los encinares –de suelo pizarroso-, conoce la intimidad que el verde de ese árbol provoca, muy distinto a cuando se transita por el valle de Palmarito o el frontal del Cuajaní, incluso la antigua zona de Ancón (ahora dividida en San Vicente y Ancón), que es donde ocurre el primer encuentro de Isabela con Cacafú y Quico. Intimidad semejante a la que sentirá la pequeña mantuana en su regreso a casa: “Desde la altura, la dispuesta navegante contempló por última vez la figurita blanca y el escondido vallecito de la Pájara Pinta, lanzando un suspiro que se llevó el viento (...) Una brisa olorosa a pino la despeinaba al volar sobre los valles intramontanos (...) Los resplandores del atardecer iluminaban el gran valle mostrándolo en toda su belleza y aunque ella lo conocía muy bien, se mantuvo quieta y calladita, mirándolo y mirándolo; porque hasta hoy nadie se ha cansado de contemplarlo. Garralén dio varias vueltas sobre los mogotes y los palmares, las frescas siembras, la rosada tierra, los cubanos bohíos y el copo del motel, que parecía una paloma de arena echada entre las flores de la loma de Los Jazmines.”
Isabela pasa de la realidad de la ciencia a la realidad de la sabiduría. Vino a Viñales con una jaba llena de libros: los de letra chiquita para leerlos ella, y los de letra grande para que los leyera Felo. Sin embargo, nada lee de esto; lee en el Universo, que habla mejor que los hombres (9). Estos tres días en la vida de Isabela constituyen su tránsito al misterio del ser. Su sensibilidad le permite saludar al caballo Pegaso pintado en la pared, pero su sentido de verdad gregaria le impide aceptar que Pegaso le responda al saludo. Su curiosidad la conduce a cuestionarse lo real aceptado para alcanzar la realidad-que-es: está en condiciones de ver el vuelo de Pegaso rumbo a los mogotes, y, de ubicarnos espacialmente en el Viñales urbano, el caballo con alas partiría de la Calle Real rumbo a la zona intermedia entre la Sierra de Viñales y la Sierra de Ancón, donde hallamos la apacible polja-reclinatorio que es el valle del Ruiseñor, no lejos de los baños de San Vicente.
Entonces, si nos desplazamos por la geografía viñalera, el recorrido de Isabela nos conduce del pueblo por –acaso- el Callejón de los Abrojos, el caserío La Guasasa, la Puerta de Ancón, el valle de Ancón, la cueva del río San Vicente, Laguna de Piedras, El Yayal, de nuevo el valle de Ancón, sobrevuela Viñales con Garralén, regreso a San Vicente y en bicicleta hasta el pueblo. Habría que atender a cómo se desplaza Isabela. Primero, en bicicleta; al día siguiente, a lomos del venado Guaney guiada por Juan Palomo, y luego corriendo sola tras Garralén guiada por su instinto de lo real maravilloso, el mismo que la sacó de la comodidad hogareña para ir de vacaciones al campo: “Pero Isabela quedó tan impresionada con los misterios de la montaña, que no tenía cabeza más que para pensar en ellos. Cirilina, su delantal y los magos mentados por su abuelo parecían llamarla, decirle “¡ven!” Y como ardía en deseos de tropezarse con ellos y como le gustaba hacer lo que deseaba, fue a buscar la bicicleta y salió a dar un paseo, pero, claro está, no cogió la carretera, sino un trillo que serpeaba a través del delicioso campo pinareño. Cruzaba despacio junto a las vegas y las casas de tabaco, los valles y las altas lomas, rodeada por los distintos verdes del paisaje: verde esmeralda, verde oscuro, verde limón, verde jade, verde olivo, verde mar. Verde y verde, aquel campo... ¡y qué campo!” (10)
Parte del ritmo tecnológico implícito en la bicicleta, pero se aleja del mundanal ruido para escuchar desde los trillos donde tantos han sido... Por eso, la bicicleta frena sola como dándole un aviso, y así descubre Isabela a Cacafú, quien asustado se escabulle por una cueva, la misma que luego recorrerá ella tras Garralén. Entra cada vez más en el ritmo natural: remonta el cauce del río San Vicente con Guaney-Juan Palomo, respira la transparente mañana en Laguna de Piedras, cabalgan por los hoyos de San Antonio y del Yayal hasta detenerse en el Alto del Yayal, eje entre Viñales y Caiguanabo, pináculo sobre la tierra y el Golfo de México. Y en este fluir por la cueva del río subterráneo sucede la transustanciación de Isabela con el espacio transformado en paisaje: “En la negrura de la galería, al atravesar las entrañas de la tierra, aturdían los agudos chillidos de los murciélagos; su veloz aleteo, el galope incesante de Guaney, el latir de los perros... Retumbaba el eco; parecían perseguirlos mientras cruzaban la dilatada caverna sin detener un instante la desenfrenada carrera. Entre la espesa tiniebla no había reloj capaz de medir el tiempo; el sol y la luna parecían estar muertos, desaparecido el mundo de siempre, con la luz, con las mariposas, con la lluvia y el viento...”

Lugar conocido como Puerta de Ancón. Viñales.

Transustanciación que prosigue tras su encuentro con Cacafú, ante quien llega sin bicicleta pero con mochila. No podemos asumir lo real maravilloso desde equivalentes preconcebidos, porque no sabríamos traducirlo a nuestra experiencia acumulada y –querámoslo o no- constriñente de la verdad-que-es a la verdad-que-creemos. Por eso, su diálogo con el mago de La Jagua Vieja ocurre sin mochila, y así vuela, lanzada por el vozarrón de Cacafú, hasta un lugar desconocido de la cordillera. La herencia cultural de sus lecturas la ayuda a orientarse en lo imprevisto: “Si no perdemos el valor, hallaremos el medio de arreglar las cosas.” Y aparece Garralén; lo defiende del ataque de Gavilán, y empieza a ver en detalles la estructura del delantal pensante, su antigua relación con la abuela de los pájaros, la historia de la reina Mandonia. Contrario a Cacafú-placer, Garralén-deber gozoso sin imposición le habla de la Pájara Pinta, le incomoda que Isabela se identifique tanto con el espíritu transformista de aquella ave mitológica, y una vez contada la fábula de las hormigas verdes dice a la mantuana: “Y se acabó lo que se daba. Tenemos que despedirnos. Me esperan mis obligaciones”, causa de las desavenencias entre el compañero de Cirilina y el mago: “El delantal se mete en todo, figurándose que es un sabio con tiras. Y Cirilina no admite que yo reniegue de su ayudante, que me llamó sesohueco.”
Llegados a este cruce de caminos, ¿quién es quién? ¿Cirilina-Gea-Doralina de la Caridad Alonso y Pérez de Corcho? ¿Cirilina-Cuba? Entonces, ¿Garralén-nueva sociedad cubana sobre la tierra que permanece? ¿Cacafú-espíritu nómada reacio al ordenamiento social de lo real maravilloso?... ¿Y Quico? ¿Acaso lo sedentario, patriarcal, ante la renovación que implica Isabela dentro del diálogo hombre-mujer? Quiere viajar, pero no se atreve a partir con Juan Palomo y halla la excusa de que alguien debe ocuparse de cuidar la bicicleta mientras ella participa en las correrías en pos de Cirilina. No obstante, al regresar Isabela a los baños de San Vicente, le pide que le cuente, mas, ¿qué entenderá él de las aventuras de su nueva amiga? ¿Cuáles son sus equivalentes existenciales, sexuales, para traducir lo que ella le dirá y sustancia su visión del mundo, su escala de valores ético-estéticos que influirá, años después, en la familia que ha de fundar? Ambos tienen la misma necesidad de poesía, de meta-física para una vida sana, transparente, sin necesidad de buscar lo trascendental al serlo ya, pero ¿está Quico dispuesto a pagar el precio íntimo, la ruptura de lo gregario para una mejor convivencia con lo gregario desde lo individual defendido como base para ser social y existencialmente más útil a sí mismo y a los demás? (11)
Ciertamente, el retorno a las raíces implica un renacimiento dentro de lo que ya es pero no es consciente de qué es. No resulta fortuito que sólo al final la voz narradora nos diga que la mamá de Isabela es maestra y su papá, guardafronteras. Entre uno y otro (herencia cultural-defensa de la identidad cultural), la necesidad del viaje en Felo Puntilla, su abuelo talabartero que hizo pintar, en el portal de su casa sobre la Calle Real, un caballo volador, deleite de cuantos lo miran... Y si en su primera salida la bicicleta le hace ver a Cacafú, ahora Isabela mira distinto en lo visible: “¡¡Pegaso!! El recuerdo del caballo con alas hizo que frenara de golpe, dándole un susto a la bicicleta, pues se le estaba ocurriendo una idea maravillosa. Decidida a realizarla, salió de nuevo por la carretera como un relámpago, asustando a un grillo malojero que cuidaba su maizal. Y al ver que la luna asomaba su cara de luna sobre las lomas, le gritó de pasada: ¿Sabes una cosa? ¡Mañana montaré a Pegaso!”
Las vacaciones de Isabela devienen un recorrido por la identidad humana ante el misterio de ser, complejizado porque es desde una posición femenina, reafirmada con la presencia de la rana Casilda (12). Acostumbrada a hacer su voluntad y querer saberlo todo, escucha de la Gea cubana esta verdad: “No insistas, Isabela. ¿No comprendes que no hay quien pueda saberlo todo?”, a lo que susurra la voz narradora: “Y el secreto de Cirilina, si de veras lo había, siguió en poder de la abuela de los pájaros”, para concluir con esta frase escrita por Dora a los sesenta y nueve años: “Alguien que conocemos estaba deseando que el día se alargara, pero pocas veces salen las cosas como uno quiere y hay que entenderlo sin ponernos majaderos”... Entra, pues, Isabela en la sustancia del “La vi solo una vez” de Juan Palomo, que flotará con aquel suspiro gone with the wind mientras vuela sobre Viñales al atardecer y creemos escuchar el contrabajo de Felo Puntilla pulsando nuestras cuerdas telúricas con sonrisa semejante a La Comparsa de Ernesto Lecuona y una gorra transparente en nuestras cabezas, como hace millones de años.

Notas
(1)Ecología, entendida etimológicamente, resulta una invitación a vivir en comunión con la Naturaleza, ser el paisaje que nos rodea con sentido de hogar planetario, universal: Oikos: casa, y Logos: discurso, estudio, palabra.
(2)Consultar Dora Alonso: Letras y cubanía, de Omar Perdomo, Ediciones Matanzas, 1999.
(3)Objetos que complementan personajes pudieran ser el sombrero de Juan Palomo, el delantal de Cirilina y las gorras de Felo Puntilla. Éstas, en dos grupos: las fenoménicas (blanca, negra, roja, azul eléctrico) y las esenciales (amarilla con pintas moradas, rosa de tres viseras, verde botella con orejeras).
(4)Ver Espacios del imaginario latinoamericano, Propuestas de geopoética, de Fernando Aínsa, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2002, y García Lorca y Cuba: todas las aguas, de Urbano Martínez Carmenate, CIDCC Juan Marinello, La Habana, 2002, p. 134.
(5)Interesante estudio comparativo sería el de las ilustraciones de El valle..., por Casa de las Américas 1984, Gente Nueva 1992, Pueblo y Educación 1997 y 2002. Consultar también: Vitral, Año VI, No. 31, 1999, p. 26.
(6)Las aves de Cuba, especies endémicas, de Florentino García Montaña. Editorial Gente Nueva, La Habana, 2002, p. 93. Además de otras especies no mencionadas en el texto de Dora y que estructuran el paisaje sonoro por el que transita Isabela: ruiseñor, guineo, colibrí, cartacuba, rabiche, arriero, judío, totí, etc. Y las cosechas: maíz, frijol, yuca, boniato, malanga, arroz; alguna mata de bija, mamey, aguacate, naranja, café, plátano en el patio de Felo Puntilla.
(7)El saludo de Isabela a Cacafú y Quico es: “Hola, ¿qué tal?”, sugerencia de que es forastera o proyección del saludo regional donde creció Dora y luego residió en La Habana, porque el pinareño diría: ¿Estás bien?, como yo lo he comprobado de Candelaria a Guane. Para los símbolos de la provincia, consultar Cauce, No. 0, 1995, p. 6; Vitral Año II, No. 10, 1995, p. 25; y Geografía de Cuba, por Carlos de la Torre y Alfredo M. Aguayo, La Habana, 1943, p. 143. Además, Vitral Año V, No. 29, 1999, p. 44; Año VI, No. 34, 1999, p. 38; Año VI, No. 35, 2000, p. 28.
(8)Ver Evaluación para la protección de los mogotes de la Sierra de los Órganos y el Pan de Guajaibón, Tesis en opción al grado científico de Doctor en Ciencias Geográficas, de Martín Luis López, 2000, inédita. También, Vitral Año III, No. 15, 1996, p. 55; Año IV, No. 19, 1997, p. 39; Año V, No. 27, 1998; Año V, No. 28, 1998, p. 35.
(9)José Martí: “Dos Patrias”, en Flores del destierro.
(10)Fruición-identificación con el paisaje que hallamos incluso en su poema Testamento, leído el 24 de marzo de 1987 durante la Semana de la Cultura de Viñales, y en el que hallamos: “En el silencio de las grutas / tendré mi paz y mi descanso; / solo el rumor de la cascada / me llegará del río cercano. / Y si me acogen los caminos / habrá una fiesta de amistades: / el ruiseñor y los seibones / podrán venir a saludarme.” ... Cuando se ha recorrido la geografía viñalera, no es muy difícil situar el eje de los baños de San Vicente para esta descripción, sin olvidar que los seibones crecen en roca calcárea y el ruiseñor se escucha más su canto próximo a los mogotes que en pleno valle. No extraña, entonces, esta conclusión, que hallamos en la tarja próxima al busto de Domingo Ramos en la loma de Los Jazmines: “Que me vele el paisaje de Viñales, / su vega más lozana, / la entrañable presencia de su valle.”
(11)“(...) todo aquello que bloquea en las personas y grupos la posibilidad de tener experiencias diversas, de conocer culturas diversas y de debatir y expresar sus propios sentimientos y necesidades, confrontando, seleccionando, mirando hacia dentro de sí mismos y buscando la autenticidad, los priva (por falta de conocimientos, vivencias y posibilidades reales de expresión) de participar genuinamente y con flexibilidad en la construcción de sus propias identidades. La cuestión, entonces, más que tratar de “preservar” identidades (con el peligro de decretar o congelar) o luchar contra otras influencias culturales, sería –opino- desarrollar receptores fuertes, activos, preparados y que sepan defender y construir su autenticidad. Esa es la identidad.” Carolina de la Torre Molina: Las identidades, una mirada desde la psicología, CIDCC Juan Marinello, La Habana, 2001, p. 244
(12)El cochero azul, Ed. Gente Nueva, 1975, pp. 46, 65, 79, 87.

 

 

Revista Vitral No. 57 * año X * septiembre-octubre 2003
José A. Martínez Coronel
(Güines, 1966)
Lic. en Lengua y Literatura Francesas, Universidad de La Habana, 1989. Ha recibido diferentes premios y menciones. Este cuento forma parte del Cuaderno «La Danza del Cogito» que recibió mención en el Concurso Vitral 2002.