Les respondió Jesús: «No necesitan médico
los que están sanos, sino los que están mal. No he venido
a llamar a conversión a justos, sino a pecadores»
(Lc. 5,31-32).
Eminencias, Señor Nuncio Apostólico, Excelencias,
Queridos hermanos y hermanas,
1. Al comienzo del tiempo
cuaresmal la liturgia nos presenta a Jesús que revela al mundo
el significado de su propia vida y de su misión. Después
de haber llamado al publicano Leví, Jesús se sentó
humildemente a la mesa de los pecadores, para estar con
ellos y ofrecerles su amistad y su perdón. Sin embargo, esta
actitud misericordiosa del Maestro, suscitó, en quienes se sentían
sanos y justos, la crítica y la murmuración.
La Cuaresma, tiempo de penitencia y de gracia, viene en nuestra ayuda
para convertirnos a Jesucristo, médico de nuestras almas, y para
que, siguiendo su ejemplo, salgamos al encuentro de todos, especialmente
de quienes se encuentran más alejados de El, y que, tal vez sin
ser conscientes de ello, desean conocerle.
Sí, amadísimos hermanos y hermanas, es grande todavía
el número de los que aún no conocen a Cristo; para esta
humanidad, necesitada de encontrar el sentido de las realidades últimas
y de la propia existencia, es urgente el anuncio de la Buena Noticia
(cf. Redemptoris missio, 3). Sabemos que los positivos logros sociales
y culturales alcanzados por un pueblo, y los encomiables esfuerzos por
una justa y equitativa distribución de la riqueza material, no
pueden saciar las aspiraciones más profundas que todo hombre
y mujer alberga en su corazón; es el amor Divino, eterno y trascendente,
que Jesucristo nos revela por medio de su humanidad, el único
capaz de apagar completamente dichos anhelos. La Iglesia desea ser,
también en Cuba, anunciadora fiel y veraz de dicho Amor.
2. Deseo manifestar mi gratitud al Señor Cardenal Jaime
Lucas Ortega y Alamino, Pastor de esta Arquidiócesis, por sus
amables palabras de bienvenida en ésta su sede Arzobispal, que
cinco años atrás tuvo el honor y la alegría de
acoger al Peregrino de la Paz, el Papa Juan Pablo II -, y, en modo especial,
por su reciente Carta Pastoral No hay Patria sin virtud,
en el 150° [ciento cincuenta] aniversario de la muerte del Siervo
de Dios, Padre Félix Varela. Recordando el testimonio evangélico
del Siervo de Dios, Usted nos enseña Señor Cardenal, a
encomendar al Señor, cada uno de nosotros, nuestra Patria,
su futuro y aquel programa que el Papa trazó en la Iglesia de
Cuba, en su visita de hace cinco años, para apoyar a los jóvenes,
cuidar a las familias y convocar a nuestro pueblo a la esperanza.
Saludo con afecto al Arzobispo de Guadalajara, Cardenal Juan Sandoval
Íñiguez, a los Excelentísimos Obispos que participan
a esta ceremonia y a todos y cada uno de los sacerdotes, religiosos
y religiosas y fieles laicos aquí presentes. Dirijo también
mi deferente y cordial saludo a las Autoridades civiles de esta noble
Nación, [dignamente encabezadas por su Presidente, el Señor
Fidel Castro Ruz].
3. Estoy seguro que las maravillosas jornadas que vieron la presencia
del Vicario de Cristo en Cuba, sus palabras de esperanza, de concordia
y reconciliación, resuenan todavía con fuerza en la mente
y en el corazón de todos ustedes. Antes de salir de Cuba, el
Santo Padre dijo en esta Catedral un adiós emocionado a todos
los hijos e hijas de este ilustre País. El Papa exhortó
a todos los fieles cubanos a manifestar que sólo Cristo
es el camino, la verdad y la vida, y que sólo El tiene palabras
de vida eterna, y a contribuir al bien común, en un clima
de respeto mutuo y con profundo sentido de la solidaridad. Es en esta
perspectiva de servicio al hombre, queridos hermanos y hermanas, que
la Iglesia quiere seguir ofreciendo su contribución a la sociedad
cubana. Y es por ello que la Iglesia en Cuba desea poder disponer
del espacio necesario para seguir sirviendo a todos en conformidad con
la misión y enseñanzas de Jesucristo .
En los XXV [veinticinco] años de Pontificado, su Santidad Juan
Pablo II nos ha ofrecido, y nos sigue ofreciendo, un testimonio admirable
y sin igual. En cumplimiento de su ministerio Apostólico, ha
recorrido con incansable solicitud misionera las vías del mundo,
anunciando sin desfallecer la verdad sobre Jesucristo y la verdad sobre
el hombre, su misión en el mundo, la grandeza de su destino y
su inviolable dignidad. ¡Qué don inestimable ha hecho el
Señor a su Iglesia dándole al Santo Padre Juan Pablo II!
Peregrino del amor y de la verdad, él nos confirma en la fe,
nos anima en la esperanza, nos alienta en la caridad. En este momento
de angustia de la humanidad, el Papa, - elevando su voz profética
por encima de intereses económicos y nacionales -, llama a todos
los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad a ser centinelas
de la Paz, y a vigilar para que las conciencias no cedan
a la tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia.
Queridos hermanos y hermanas, recemos también nosotros por la
Paz, por la Paz en todas las naciones Americanas, por la Paz en el mundo.
4. Esta tarde celebraremos la inauguración del Convento
Brigidino de La Habana. Es este un acontecimiento que, cinco años
después de la Peregrinación Apostólica de Su Santidad
Juan Pablo II, reviste una importancia particular.
En primer lugar porque, mediante la consagración del nuevo altar,
se confirmará solemnemente la presencia en este querido País
de las hermanas de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida.
Todos ustedes han podido conocer de cerca y apreciar, durante estos
años, el carisma de unidad, de oración y de servicio a
los más pobres que el Señor ha dado a Santa Brígida
de Suecia, a la Beata Madre Isabel Hesselblad, y a las hermanas que,
en fiel comunión con los Pastores de la Iglesia, siguen devotamente
sus huellas y su inspiración.
Ellas, al igual que las otras religiosas y religiosos que con generosidad
y entrega llevan a cabo su labor espiritual en la Isla, representan
un signo providencial del Amor de Dios hacia vuestra Iglesia y hacía
vuestro País. A la Abadesa General, Madre M. Tekla Famiglietti,
y a cada una de las hermanas, va nuestro más profundo agradecimiento,
por su generoso, discreto e inteligente servicio pastoral.
La inauguración de la Casa Brigidina en Cuba, representa la feliz
realización de una obra querida por el Señor. En el cumplimiento
de esta voluntad divina, han cooperado generosamente un gran número
de personas. Es de esta manera, queridos hermanos y hermanas, que el
Señor se complace en actuar: no imponiendo sus arbitrios, sino
suscitando en muchos el deseo de quererlos, de hacerlos propios, y sentirlos,
- porque lo son -, como un bien destinado a ofrecerse, especialmente,
a aquellos hermanos nuestros más desvalidos y necesitados.
Inaugurar el Convento Brigidino de La Habana significa, por tanto, plantar
otra semilla del Evangelio en la fecunda tierra cubana, colocar otra
piedra en la construcción del templo de Cristo que es la Iglesia,
reconocer la abnegada y fiel labor que muchos religiosos y religiosas
han desarrollado en Cuba en tiempos más difíciles. La
calurosa y sincera acogida que todos ustedes, autoridades eclesiásticas
y civiles, pueblo de Dios e hijos e hijas de esta preclara nación,
brindan a las Hermanas Brigidinas, nos permite mirar al futuro con esperanza
y confianza. Siendo así, no nos cabe sino desear, que el fruto
de este cordial recibimiento, pueda manifestarse, incluso prontamente,
en la apertura de alguna nueva casa religiosa, concebida como manantial
espiritual y expresión de la amorosa cercanía del Señor
hacia las familias cubanas.
Amadísimos hermanos y hermanas, en este momento de alegría
espiritual, pidamos a Dios todopoderoso, por intercesión de la
Virgen de la Caridad del Cobre, Madre y Señora de todos los cubanos,
que derrame abundantemente sus dones sobre todos nosotros y, en modo
particular, sobre las religiosas de la Orden del Santísimo Salvador
de Santa Brígida.
Que Ella haga de la nación cubana un hogar de hermanos y hermanas,
donde reine la fraternidad, la reconciliación y la paz de Cristo.
A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.