No es el momento de adentrarnos
en la biografía de una rica subjetividad convertida por el pueblo
fiel, creyente y patriota, con razón, en símbolo eficaz,
sacramento, de una vida más auténtica, cristiana
y cubana, sacerdotal y cívica, mística y pastoral. Menos
aún lo es para glosar la significación múltiple
de la obra y enseñanza del Padre-Obispo en su triple
ministerio de magisterio, santificación y gobierno; de iluminación,
espiritualidad y orientación. Desde la diversidad de horizontes
geográficos y mentales, progresivamente, se irán desvelando
facetas y revelando dimensiones, renovadas o inéditas, del hombre,
del ciudadano, del pastor enraizado y cosmopolita, encarnado y universal,
católico en sus múltiples acepciones.
Hoy se trata sólo de referirnos al acontecimiento de su muerte
terrena, de su partida a la casa del Padre; la primera como término
inexorable inscrito en el destino y la finitud humanos, la segunda como
destinación prometida por la Bondad creadora, redentora y plenificadora,
acogida en la libertad de un fiat creyente, ratificado en
una fidelidad, sin falla, al amor de Dios y al servicio a los hermanos.
Acontecimiento que nos habla de limitación, fugacidad, emoción
del instante, pero también, y sobre todo, de novedad que dilata
horizontes, de llamado gratuito, de promesa de realización sobreabundante,
transfigurada.
En efecto, el pasado 16, en torno a las 10.45 de la noche y tras una
semana de haber batido, con altibajos, pero con éxito, para doblegar
una bronconeumonía, su corazón deficiente dejó
de latir y el desenlace, postergado por la plenitud de una
vida espiritual y por la oración y la esperanza de muchos, se
hizo presente, dramático, con su doble faceta de dolor irremediable
y de cántico de alabanza y acción de gracias al Padre
de la vida sin término, al único Señor de la historia,
al Espíritu que sentencia: siervo bueno y fiel, entra en
el gozo de tu Señor. Culminaba así el peregrinaje
terreno del camagüeyano nacido el 18 de Septiembre de 1915, habanero
de escolaridad en la Salle del Vedado y la Universidad, de la que egresa
Doctor en Filosofía y Letras; peregrinaje del sacerdote diocesano
ordenado en 1944 por su coterráneo y primer Cardenal cubano,
Manuel Arteaga y Betancourt, quien, como su tío Ricardo, había
trabajado sacerdotalmente en Venezuela. Peregrinaje del párroco
de la Iglesia de la Caridad en la capital por muchos años, coincidiendo
incluso con el período de la dictadura militar entre 1952 y 1959,
que lo vio testimoniar, de palabra y de obra, por la dignidad humana,
la libertad de la patria y el servicio a los más humildes. Peregrinaje
del sacerdote sabio, prudente y auténtico, llamado, por su condición
de nativo y doctor, a ser Rector de la Universidad Católica a
poco de instaurado el régimen revolucionario, función
que continuó asumiendo, incluso tras su nombramiento como Obispo
titular de Vinda y Auxiliar de La Habana el 15 de Mayo de 1960, simultáneamente
con el años más tarde Obispo de Matanzas, Mons. José
M. Domínguez. Peregrinaje que conoció un punto mayor de
fractura - no deseada y nunca aceptada en su injusticia radical - en
su labor sacerdotal y su vivencia de compromiso cívico en el
suelo patrio, con motivo de la expulsión, destierro e imposibilidad
de reinserción nacional permanente, el 17 de Septiembre de 1961.
Acontecimiento mayor en su vida, y que, asumido en la reciedumbre de
la fe y en el amor que todo lo espera, lo convirtió,
primero en misionero en Colombia durante algunas semanas y, más
tarde, desde 1962 y hasta su muerte, en evangelizador modelo, enraizado
en Venezuela y desde allí proyectado, sin tregua ni desaliento,
a toda la Diáspora cubana en más de un continente y a
través de varias iniciativas duraderas (ej. Fraternidad Sacerdotal,
UCE, diversas Fundaciones de ayuda, Comunidades de Reflexión
Eclesial Cubana, etc.).
El jueves 20, en la Catedral de Los Teques (Venezuela), diócesis
en la que trabajó sacerdotalmente de manera ininterrumpida desde
1969, y de la que durante todo ese lapso fue Vicario General, fue sepultado
tras una celebración eucarística de alta emotividad humana
y contenido creyente, testimonios del sentido evangélico y del
cariño sincero de obispos, sacerdotes y fieles, venezolanos y
cubanos, venidos de variadas regiones y diversas extracciones sociales,
pero con un sensible acento de sencillez popular, de inmediatez cotidiana
y benevolente.
Memoria agradecida
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Procesión
de entrada de Obispos venezolanos: el 3o. Mons. Pío Bello
s.j., Obispo Emérito de Los Teques. Detrás Mons.
Agustín Román, cubano, Ob. Auxiliar de Miami y al
final el Nuncio Apostólico, Mons. André Dupuy.
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Las exequias fueron presididas por Mons. Ramón Ovidio Pérez
Morales, Arzobispo-Obispo de la diócesis, ex Presidente de la
Conferencia Episcopal Venezolana y actual Presidente del Concilio Plenario
de esa Iglesia, con quien concelebraron el Nuncio Apostólico
de Su Santidad, Mons. André Dupuy, el actual Presidente de la
Conferencia y Arzobispo de Mérida, Mons. Baltazar Porras, Mons.
Emilio Aranguren, Obispo de Cienfuegos y Secretario de la Conferencia
de Obispos Católicos de Cuba, en representación del Episcopado
Cubano, así como Mons. Agustín Román, Obispo auxiliar
de Miami, el Obispo Auxiliar y Gobernador de la Arquidiócesis
de Caracas, Mons. Nicolás Bermúdez, en ausencia del Cardenal-Arzobispo,
Mons. Ignacio Velasco, otros obispos, la casi totalidad del clero de
la diócesis, y de sacerdotes de origen cubano, tanto los que
trabajan en Venezuela como algunos venidos de las áreas de Miami,
Nueva York y Puerto Rico. A ellos se unieron, colmando la iglesia y
participando desde las calles circundantes, un gran número de
diáconos permanentes, religiosas, fieles laicos venezolanos,
y cubanos establecidos en el país, así como autoridades
civiles y personas de diversa edad y condición, los cuales, con
su presencia, quisieron decir adiós, y expresarle su gratitud
y solidaridad, personal, cristiana y latinoamericana, al Obispo que
los había bautizado, confirmado, casado, confesado, alentado,
orientado y ayudado en sus carencias e incertidumbres materiales, legales
y morales, y en los sueños, ideales y planes de reconstrucción
y renovación de sus vidas personales, familiares y ciudadanas,
así como consolado y bendecido a sus familiares enfermos o fallecidos.
Al Pastor que, desgarrado a la fuerza de su cultura de origen, se había
hecho todo a todos, para, encarnado, por libre decisión,
en una nueva realidad eclesial y nacional, hacerse prójimo
de nuevos hermanos y, a través de ese ministerio, servir también,
de otro modo, misteriosa, pero realmente, a Cuba y a la Iglesia que
peregrina en la Patria.
Palabras, cantos, lágrimas y plegarias
Desde el lunes 17 al mediodía, hasta ser depositado en la cripta
catedralicia reservada a los obispos diocesanos, el féretro con
el cuerpo embalsamado del Padre Obispo permaneció
expuesto todo el día y buena parte de la noche, para que, ininterrumpidamente,
fieles y amigos, venidos de muchos rincones nacionales y del extranjero,
participasen en las continuas eucaristías, rezasen ante su cadáver
y se retirasen contando, emocionados, experiencias de encuentros con
Mons. Boza.
La liturgia de las exequias tuvo varios momentos culminantes y de singular
emoción y significación, pero de destacar fue, ante todo,
el gran espíritu de recogimiento, de solemne mezcla de participación
cultual y silencio reverente, meditativo, de atención a gestos
y palabras y de expresión de sincero dolor transido por una esperanza
trascendente. Un verdadero testimonio colectivo de fe, de autenticidad
cristiana, de un sursum corda moral y cívico, nacional
y latinoamericano.
Un primer momento particularmente significativo se relacionó
con la homilía pronunciada por Mons. Román, tejida en
torno a tres ejes: el de algunos recuerdos personales del joven y del
seminarista, que encontró, en el novel sacerdote Boza, ejemplo,
aliento y consejo, el del pastor y obispo, testigo de la fe, urgido
por el sentido de la libertad y el compromiso con los más pobres,
todo ello concretado en sus dos grandes pasiones: la Iglesia
y Cuba, por la práctica de su lema episcopal, de clara raíz
evangélica: no he venido a ser servido, sino a servir,
y el del recurso a la oración cuaresmal para ejemplificar la
dinámica de sufrimiento por la justicia, de renuncia y pobreza
como signos de libertad interior, y de talante místico y santidad
de vida como núcleo de su acción pastoral de anuncio,
denuncia y compromiso; de su oficio profético, sacerdotal y real.
Un segundo momento lo constituyó la lectura de diversos mensajes
y testimonios de presencia y solidaridad cristiana, fraterna, del Cardenal
Secretario de Estado en nombre del Santo Padre Juan Pablo II, de los
Cardenales Ortega y Velasco en nombre de las Iglesias particulares de
La Habana y Caracas; del Cardenal venezolano Castillo Lara, venezolano,
antiguo Gobernador del Estado Vaticano, hoy jubilado y residente en
su pueblo natal, quien ejemplificó, en la vida sufrida, pero
fecunda, de Mons. Boza, algunas de las limitaciones y contradicciones
en las relaciones entre Iglesia y Estado, fe e ideología, religión
y política. Particularmente sentidas fueron las palabras del
Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana y del Obispo de Los
Teques, al referirse al testimonio de fe, de santidad, al impulso evangelizador
y al servicio pastoral que Mons. Boza había ofrecido a la Iglesia
en Venezuela, lo cual, se trasmutaba, a partir de ahora, en una intercesión
poderosa y en la serena confianza de que su obra y enseñanzas
se convertirán en motivo de difusión y estudio, y su tumba,
como tierra fecundada por la semilla que muere para renacer, en lugar
de peregrinación y renovación espiritual.
Un tercer momento, que agrupó las diversas secuencias finales,
estuvo estructurado en varias cadencias. Una inicial, del responso y
bendición del cadáver por todos los concelebrantes y el
comienzo de la procesión, a hombros, por la nave central, hasta
la salida del templo, con el canto solemne, recio, entrecortado por
lágrimas crecientes de prácticamente todos los presentes,
de los himnos nacionales de Venezuela y Cuba, particularmente de sus
estrofas emblemáticas: Gloria al bravo pueblo que el yugo
lanzó, la ley respetando, la virtud y honor... y Al
combate corred... no temáis una muerte gloriosa, que morir por
la Patria es vivir.... Una intermedia, la procesión por
las calles circundantes, adornadas con afiches con el rostro de Mons.
Boza entrelazado por las banderas de Venezuela y Cuba, en medio de una
mezcla de emociones: silencio participativo y aplausos espontáneos
y sobrios, hasta detenerse de nuevo a la puerta del templo, para entonar
nuevamente, con serena decisión y firmeza, los himnos nacionales.
Una última, la procesión hasta el altar que da paso a
la cripta, la apertura del féretro para rociar el cuerpo con
tierra traída desde la Patria cubana, la irrupción, conmovedora,
de la música y letra de las canciones Cuando salí
de Cuba dejé mi vida, dejé mi amor; cuando salí
de Cuba, dejé enterrado mi corazón, y Guantanamera,
guajira... cultivo una rosa blanca... para el amigo sincero..., y para
el cruel.... cultivo una rosa blanca.... Cesada la música,
el obispo diocesano, con voz fraterna, casi nublada por intensa emoción
y los sollozos de muchos a su alrededor, pronunció el Descanse
en paz, engarzado en un ferviente Padre nuestro... santificado
sea Tu nombre...Hágase Tu voluntad..., y un consolador
Dios te salve, María,...bendita..y bendito el fruto...Jesús;
...ruega por nosotros...en la hora de nuestra muerte.
Fijando la atención en más de una boca y garganta de cubanos
con rostros curtidos ya por los años, pero visiblemente rejuvenecidos
en su espíritu por la experiencia de fe que estaban viviendo,
quien como este cronista las recuerda, pudo escuchar los murmullos de
ciertas canciones de antigua militancia juvenil católica, muy
queridas y recordadas por Mons. Boza. Fue el caso de: Juventud
porvenir de la patria, juventud porvenir de la fe, el futuro descansa
en tus brazos, tus espaldas serán su sostén; de
Clarinada, en la alborada queremos dar...es la llamada de un ideal...encenderemos
nueva luz, se alumbrarán los horizontes de la patria y sobre
el cielo nuestros brazos, proyectarán el estandarte de la cruz...;
y De pie, que Cristo ya nos llama...Amor de hermanos es nuestro
amor...Servir será nuestra consigna...la humanidad es digna de
ser servida.... Mezcla armoniosa de enraizamiento y encarnación
por un lado; de proyección y dilatación universal de la
fe, la esperanza y el amor, por el otro. De ello fue modelo y servidor
Mons. Boza, por su vivir según la voluntad del Padre, filialmente,
para el servicio de todos, fraternalmente.
¡ Descanse en paz, Padre Obispo !.
Caracas, 24 de Marzo, 2003.
__________________________________
Documentación publicada durante
los días 19 al 21 de marzo del 2003 con motivo de la muerte de
S.E. Mons. Eduardo Boza Masvidal
Comunicados o notas de prensa
Conferencia Episcopal Venezolana
Oficina de Prensa de la Conferencia de Obispos Católicos
de Cuba.
Decretos
Nº 14 de S.E.Mons. Ramón Ovidio Pérez Morales,
Arzobispo-Obispo de Los Teques con motivo del fallecimiento de S.E.
Mons. Eduardo T. Boza Masvidal.
Nº 116 del Honorable Sr. Enrique Mendoza, Gobernador del
Estado de Miranda
Misa de exequias (Catedral de
Los Teques, 20 de marzo del 2003)
Homilía de S.E.Mons. Agustín A. Román, Obispo
Auxiliar de Miami.
Mensaje Mons. Boza, egregio confesor de la fe de S.E.Mons.
Ramón Ovidio Pérez Morales, Arzobispo-Obispo de Los Teques.
Mensaje de la Unión de Católicos en el Exilio (UCE)
leído por el P.Armando Rodríguez
Mensaje de S.E. Mons. Emilio Aranguren, Obispo de Cienfuegos y
Secretario General de la Conferencia de Obispos Católicos de
Cuba.
Mensajes de condolencias
Emmo. Sr. Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado del Vaticano
Emmo. Sr. Cardenal Ignacio Antonio Velazgo García, Arzobispo
de Caracas
Emmo. Sr. Cardenal Jaime Ortega Alamino, Arzobispo de La Habana
Emmo. Sr. Card. Rosalío Castillo Lara SDB
Excmo. Mons. Adolfo Rodríguez Herrera, Arzobispo Emérito
de Camagüey
Buró Ejecutivo de la CLAT dirigida al Emmo. Sr. Cardenal
Jaime Ortega, Arzobispo de La Habana
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vivir, de Mons. Boza Masvidal
_Mensaje de despedida escrito en julio del 2002