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«Memorias».
Grafito y tinta/cartulina, (85x70cms).
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«El
sur es un desierto que llora mientras canta».
Tinta/cartulina.
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«Peregrino».
Mixta/cartulina, (85x75 cms).
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«Rumbos
diferentes». Grafito y tinta/cartulina, (85x70 cms).
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«Ángelus».
Acrílico/cartulina.
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La plástica cubana más
reciente entiéndase en un margen aproximado de diez años-
ha sido prolífica no sólo con la aparición de pintores
sino con la muestra de frecuentes exposiciones personales y colectivas
que han dado lugar, tanto a muchas nuevas galerías a veces
sin las suficientes condiciones- como a la búsqueda de estilos
y maneras no tan nuevas ni tan perdurables muchas de ellas- que
han convertido a nuestras artes visuales en mundo de permanente experimentación.
Dentro de ese contexto llama la atención que creadores con amplia
experiencia en la pintura y el dibujo regresen, luego de algunos tanteos,
al simple creyón negro y los colores planos para organizar una
exposición. Esa puede ser la primera razón por la que
resulta interesante la última muestra de Margot Rodríguez
Arencibia.
Concebida a partir de la destreza de la artista en el dibujo, por su
línea firme y extensa, la expresión incluye obras recientes
donde Margot propone la figura humana como foco de un análisis
que oriente el juicio del espectador hacia conflictos aparentemente
personales pero de innegable repercusión colectiva sin que quiera,
así, hacer o pintar la Historia.
Es notable, al valorar la concepción gráfica de las imágenes,
lo que pudiéramos considerar osadía de la autora, pues
emplea extensamente, como antes dijimos, las posibilidades del creyón
negro que requieren, sin lugar a dudas, no sólo una buena formación
sino un sólido ejercicio que dota a la mano y al ojo de precisos
recursos ante el peligro de convertir el resultado en un mero ejercicio
docente.
La utilización de estos procedimientos no ha sido arbitraria
ni es un intento de aprovechar un terreno donde sus contemporáneos
no incursionan, sino que están respaldadas por matices comunicativos
muy precisos que los mismos proporcionan al dotar la obra tanto de sobriedad
y concisión como de reflexión con lo que aportan un sutil
aliento documental al resultado.
De igual modo el predominio de la figura, limpiamente delimitada en
la mayoría de los casos, más que desvincularla del fondo
permite complementar la factura de la imagen por un proceder interactivo
que, insistiendo en el gesto y la expresión, traslada hacia el
cuadro subjetividades y personalizaciones que se convierten en fondo
del mensaje. En este rejuego adquieren un especial significado el trabajo
que Margot desarrolla con los escorzos y la perspectiva, pues es a partir
de ellos que se inicia esta motivación del destinatario por incorporarse
al acto plástico convirtiéndose en sujeto gráfico.
El empleo del color dentro de algunos cuadros permite comprender adecuadamente
la presencia del negro dentro de la paleta cromática de la pintora
pues al estar utilizados planimétricamente y no por procederes
de disolvencia o esfumatto aunque haya un gradiente cromático
en ellos- demuestra que la utilización de ese color responde
a un propósito donde el negro no tiene posibilidades de sustitución,
pues proporciona efectos mucho más complejos que la sensación
de sombra, tiniebla o límite.
Dentro del contexto de la muestra es oportuno señalar la utilización
que se hace de un grupo de elementos que, por su uso genérico,
han devenido símbolos, como en el caso de los naipes, junto con
otros que alcanzan esa dimensión a partir de su presencia en
determinados momentos de la obra sin que por ellos sintamos disonancia;
la oportuna colocación de ambos y la metatextualidad del conjunto
permiten asumirlos sin interferencias semióticas porque, tanto
un pez, que asoma como un bufón que vuelca una copa, inducen
a un similar código libertario que rechaza lo preconcebido y
nos cuestiona la memoria que, en trágica ironía se obliga
a recordar el camino ya transitado en lugar de fabular la meta.
La integración de los elementos y procedimientos anteriores otorgan
a este conjunto un aliento onírico pero, curiosamente, no vinculan
el resultado con un punto de vista surrealista pues no llega al extremo
de trastocar la inmediatez de la vida sino todo lo contrario; la cercanía
que estas imágenes establecen con la dimensión de un sueño
vinculando las obras con un concepto más bien expresionista donde
la cotidianidad se proyecta tanto a partir de los cuestionamientos como
de la fragmentación o inversión de los referentes de forma
tal que, subrayados por la paridad blanco/negro, sintamos el afán
de buscar la respuesta pero también de que esa respuesta conduzca
hacia la materialización de un despertar donde esos cuestionamientos
hallen aplicación.
Es precisamente esa habilidad de sugestión que acoge cada obra,
la que otorga permanencia interior y permite asumir el conjunto más
allá de sus potencialidades técnicas en su correlato intratextual,
pues si es cierto que Margot ha hecho gala aquí de una sólida
formación y un estimable domino de la línea y la composición
de planos expresivos, no es menos cierto que los mismos serían
intrascendentes si no motivaran una reflexión en el destinatario
a partir de la propuesta gráfica recogida de manera que supere
el simple deseo de completar un rostro, valorar la dirección
de dos miradas o aplicar un color, que no hace falta pero sentimos latente.
La precisa dimensión de un artista no radica en la maestría
con que ejecute los recursos técnicos que tenga a su disposición,
sino en la capacidad de integrar los mismos a una propuesta inquietante
que provoque en quien lo percibe, además de la sana envidia por
imitarlo, una profunda reflexión alrededor de los por qué
y los cómo de la vida diaria han sido recogidos en la obra que
tiene ante sí. Cuando un creador logra que el destinatario de
su obra sienta la necesidad de comentarla, aunque no pueda hacerlo con
palabras, no sólo ha sido creador, sino que ha convertido al
receptor de su obra en otro artista.
Frida Kahlo, singular pintora mexicana, decía refiriéndose
a su obra: Mis cuadros están bien pintados, no con ligereza
sino con paciencia. Mi pintura lleva en sí el mensaje del dolor.
Creo que por lo menos interesa a algunas personas:
Margot Rodríguez puede hacer suyas estas palabras. Quienes disfrutamos
de sus cuadros vivimos el arte de pintar con la tinta que la memoria
desgrana cuando, del mazo de cartas que nos ofrece la vida, extraemos
los naipes que diseñamos para el juego.
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