Revista Vitral No. 54 * año IX* marzo-abril 2003


EDUCACIÓN CÍVICA

 

LOS PROTAGONISTAS SOCIALES Y EL DEBATE PÚBLICO EN CUBA

DAGOBERTO VALDÉS HERNÁNDEZ

La identificación y el protagonismo de los actores sociales: una señal de cambio

Sin espacio público se silencia y se confunden los actores sociales

Mutua complementación entre los roles de los tres protagonistas sociales

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuba se acerca a la configuración normal de una sociedad pluralista. Cada vez, con mayor nitidez, se van configurando los diferentes sectores de la sociedad cuyo surgimiento y protagonismo son indispensables para cualquier modelo democrático.
Esos sectores que conforman la sociedad en la que vivimos, son conocidos con el nombre de actores sociales, o protagonistas sociales. Entendido en el sentido de que son aquellas personas, instituciones y asociaciones que “mueven” la vida social, que la viven en carne propia, que la estudian, que la ponen en práctica, que describen las necesidades y las hacen conscientes, que analizan la realidad y la sistematizan. Los actores sociales son aquellos que influyen en la toma de decisiones a cualquier nivel y no sólo en la cúpula del poder, son aquellos que influyen y además determinan, cuando por sus actos y por su influencia logran, de alguna manera, aunque sea pequeña o mínima, determinar las decisiones de cualquier sector de la sociedad.
Por ejemplo: si un grupo de artistas presenta una iniciativa propia y específica de su manifestación artística, y esa iniciativa aún cuando sea insignificante provoca que los organismos del Gobierno que tienen que ver con la cultura, se «muevan», se reúnan, consulten y decidan una línea de trabajo, una respuesta a esa iniciativa, ese grupo de artistas se ha convertido en un actor social, aún cuando su iniciativa no haya alcanzado su fin ni su realización siquiera. Pero ha movido a un sector del Estado y eso determina su protagonismo social.
Otro caso: si el Estado toma una decisión con relación a un sector de la sociedad, por ejemplo: presiona para que cierren los trabajos por cuenta propia, y logra su objetivo aún de una forma indirecta, y además, eso provoca que los que se buscaban el sustento por esa vía legal, tomen la decisión de pasar a la ilegalidad o marcharse del país, entonces el Estado ha jugado su rol como actor o protagonista social, aún cuando no aparezca directamente; pero es responsable de ese movimiento social.
En un modelo de sociedad autoritaria los actores o protagonistas sociales se reducen a dos: el Estado, que ostenta todo el poder, y los ciudadanos que, en su inmensa mayoría, acatan y obedecen las decisiones venidas de “arriba”. Una muestra de ello: cuando usted se presenta a quejarse a un establecimiento estatal y la recepcionista le dice que ella no tiene nada que ver con eso y lo dirige a un jefe de departamento, éste le escucha y le dice con toda tranquilidad que lo comprende, pero que esa orientación viene de su Jefe. Usted logra entrevistarse con ese Jefe y éste, después de escucharle, le explica que, si por él fuera, él lo puede comprender, pero esa decisión viene de los organismos superiores. Si usted logra llegar al ministerio que atiende el ramo, puede muy bien encontrarse con un funcionario que le explica que “eso es política del Estado” y que él no puede hacer nada para modificarla porque no está dentro de sus estrategias de trabajo, es decir, dentro de su competencia. Usted simple ciudadano, que no lo es, se convierte en ese momento en súbdito de un modelo de sociedad en la que sólo hay dos actores sociales: uno, que se hace llamar “Estado” y todos los demás que sirven de correa de transmisión para sus decisiones.

La identificación y el protagonismo de los actores sociales: una señal de cambio

Cuando este modelo va quedando obsoleto y los transmisores intermedios comienzan a pensar con su cabeza y a actuar con su propia voluntad, entonces se ha iniciado un cambio de modelo social. Comienzan a surgir nuevos actores sociales y comienzan a abrirse nuevos espacios para la participación social, para la animación de los sectores y ambientes de la sociedad, y nuevos espacios para la toma de decisiones a cualquier nivel. Se hace manifiesta la diversidad de criterios. Se hace más transparente la pluralidad de opciones. Se expresa más evidentemente que hay otros grupos o sectores que han comenzado a tomar conciencia de su papel como actores sociales.
No me refiero sólo a protagonistas individuales. Me refiero, también, además, y sobre todo, a grupos de personas, instituciones, gremios, comunidades, que en sus pequeños espacios, han comenzado su protagonismo social que puede fácilmente comprobarse. El protagonismo y la efectividad de los actores sociales se mide y se valida sobre todo cuando los demás protagonistas sociales comienzan a reaccionar, comienzan a actuar, se “mueven” en función de los nuevos actores. Hemos escuchado en diversas reuniones de organismos estatales frases como esta: “el lugar que nosotros dejemos vacío, va a ser ocupado por otros”, o “ los espacios que no abramos nosotros, van a ser abiertos y copados por otros”.
Esto, en mi opinión, es una de las señales inequívocas de que en Cuba hay otros actores sociales, de que en Cuba existen “otros” que pueden y quieren abrir y llenar espacios. Y lo que es más importante aún, que esos otros actores sociales deben tener un grado de eficacia o de protagonismo tal que son causa y pretexto de aquellas reuniones, de estas decisiones, de tales programas, de ciertas prioridades del Estado. Si fueran inexistentes, o aún esos actores sociales no tuvieran casi ninguna influencia social, o ninguna capacidad para abrir, animar, cubrir y compartir espacios, el Estado no dedicaría tiempo, esfuerzos muy serios; tampoco movilizaría organismos, instituciones y personas para “responder” a estos nuevos actores y a aquellos nuevos espacios.
Estoy convencido de que existen en Cuba nuevos y diversos actores sociales, personas, grupos, organizaciones... y de que existen en Cuba nuevos y diversos espacios que son abiertos, animados, compartidos y ofrecidos a cualquier persona de buena voluntad por esos mismos actores sociales. Por cierto, que esto podría parecer una verdad de Perogrullo, pero para algunos cubanos que no conocen otros modelos para la convivencia ciudadana, esta es quizá una visión nueva, o que les abre nuevos puntos de vista para “ver” lo que está pasando a su alrededor.
Sobre todo para nosotros va dirigida esta reflexión. También para los que son ya actores sociales en cualquier esquina de nuestra sociedad o en su mismo centro. Porque debemos decir también claramente que en una sociedad civilizada y moderna los diversos actores sociales no son, ni deben ser, enemigos o contrarios irreconciliables. Cuando esto se percibe así, u ocurre así, es porque alguno de los actores sociales quiere ocupar y sustraer el espacio y el servicio de los demás. Cuando esto ocurre y uno sólo de los grupos o instituciones sociales aspira o intenta o alcanza dominar y anular a los demás protagonistas cívicos esta sociedad no puede llamarse democrática.
Quizá sirva para superar esas visiones reductivas, recordar quiénes son reconocidos casi universalmente, como los actores sociales y cuáles son sus espacios y competencias específicos, sus limitaciones y formas de complementarse, de modo que comprendamos que ninguno por separado es capaz de cubrir todo el dinamismo de una sociedad democrática. Parece ser un criterio aceptado por muchos en el mundo contemporáneo que los actores sociales se agrupan y reconocen en tres sectores o ámbitos de la sociedad, a saber:
- la sociedad civil: entendida en sentido estricto, es decir, como la red o entramado de organizaciones, grupos, instituciones, gremios, sindicatos, iglesias y otras asociaciones que tienen una autonomía con relación al Estado y a la sociedad política, que actúan en un espacio propio y articulado de la sociedad y que permiten al ciudadano organizarse, participar e influir en la vida social desde las estructuras cívicas que son propias y caracterizan a la sociedad civil. Estas estructuras pueden ser sociales, culturales, económicas, laborales, eclesiales, fraternales, etc. Estas organizaciones cívicas no se agrupan por su ideología, ni exigen a sus miembros definirse en una de ellas, ni aspiran a alcanzar el poder del Estado; se agrupan por intereses sociales, culturales, religiosos, etc. En esto se diferencian de la sociedad política.
- la sociedad política: entendida, en sentido estricto, como los partidos. movimientos y agrupaciones que tienen un programa político para alcanzar el poder del Estado y participar junto con otros partidos en cualquiera de sus estructuras: Poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Estos actores tienen, además de su programa, unos estatutos de funcionamiento interno para sus afiliados, una ideología única para todos sus militantes aunque no la imponen a los demás ciudadanos que no militan en ese partido o movimiento. Tienen unas estrategias de carácter técnico, es decir, muy específicas y medibles, con las que pretenden responder a las necesidades de todo el pueblo. Tienen unas tácticas para alcanzar esas estrategias y una forma específica de pertenencia y organización, de financiamiento y de militancia que los convierte en “una parte» muy bien definida del todo que es el conjunto de la sociedad.
- El Estado: entendido como el conjunto de estructuras que sirven para ejercer la autoridad y la soberanía que el pueblo, cada ciudadano, ha depositado en sus representantes legítimamente elegidos de forma libre, responsable, periódica y supervisada por organismos internacionales cuando hay dudas de alguna de las partes. El Estado está al servicio del pueblo y no es su dueño, ni su conciencia, ni su padre, sino su servidor. No debe confundirse el Estado con un partido, ni con la Nación,. ni con la Patria.

Sin espacio público se silencia y se confunden los actores sociales

Todos estos actores sociales deben tener su lugar y su voz en el espacio público, también llamado debate público. Que es aquella posibilidad real, efectiva, medible y comprobable por todos, de expresarse libremente, presentar sus propuestas, dialogar sobre el estado de la nación, debatir las posibles y diversas soluciones, organizarse para llegar a sus objetivos, aliarse para alcanzar consensos, retirarse cuando no se sientan representados, criticar y denunciar libremente lo que consideren inadecuado para la nación y poner a disposición de todos los ciudadanos sus opiniones, proyectos, iniciativas, denuncias y demandas. Esto es lo que se llama espacio público del que deben gozar los tres actores sociales y no sólo alguno de ellos. Sin espacio público no hay democracia. Sin debate público no hay democracia.
Por eso el Papa Juan Pablo II dijo en Santiago de Cuba: “La Iglesia llama a todos a encarnar la fe en la propia vida, como el mejor camino para el desarrollo integral del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, y para alcanzar la verdadera libertad, que incluye el reconocimiento de los derechos humanos y la justicia social. A este respecto, los laicos católicos, salvaguardando su propia identidad para poder ser «sal y fermento» en medio de la sociedad de la que forman parte, tienen el deber y el derecho de participar en el debate público en igualdad de oportunidades y en actitud de diálogo y reconciliación. Así mismo, el bien de una nación debe ser fomentado y procurado por los propios ciudadanos a través de medios pacíficos y graduales. De este modo cada persona, gozando de libertad de expresión, capacidad de iniciativa y de propuesta en el seno de la sociedad civil y de la adecuada libertad de asociación, podrá colaborar eficazmente en la búsqueda del bien común.” (Homilía en Santiago no. 4)
Así una sociedad sana y democrática debe contar con la actuación de estos tres actores sociales en “igualdad de oportunidades y en actitud de diálogo” :el estado, la sociedad civil y la sociedad política. Y los tres deben gozar del espacio público para buscar, entre todos, el bien común. He aquí en dos palabras la dinámica que debe favorecer y vivir una nación que pretenda ser democrática.
Ahora bien, puede ocurrir con frecuencia que los papeles no estén claros, que los roles se interpongan, que los espacios se solapen, que las actuaciones se sustituyan unas por otras, unas veces por necesidad suplatoria, otras por falta de una sosegada reflexión política, otras por ese déficit de educación cívica del que todos padecemos. En estos casos, siempre es bueno dialogar, debatir, reflexionar y utilizar los pequeños espacios públicos que tenemos para estudiar entre todos el protagonismo, la forma de complementarse y el rol de cada uno de los tres actores sociales que, en mi criterio, reviste en este momento una importancia capital para el presente y el futuro de Cuba.

Mutua complementación entre los roles de los tres protagonistas sociales

Al final de este artículo quisiera dejar algunas opiniones en relación con la mutua complementación de los tres actores sociales. Estas opiniones están inspiradas en las enseñanzas sociales cristianas.
- El Estado no debería asumir ni suplantar el protagonismo de la sociedad civil ni de la sociedad política. Un Estado que no reconoce el rol de esos otros dos actores sociales no sólo limita la libertad y la participación de aquellos sino que empobrece su mismo papel en la sociedad y pierde espacios, creatividad, críticas constructivas e iniciativas que pueden aumentar la credibilidad del mismo Estado, su legitimidad, su gobernabilidad, es decir, su capacidad para servir a las legítimas necesidades del pueblo primero que a su interés por mantener el poder. El Estado es siempre necesario. Pero sus funciones y espacios deben limitarse a los principios de la subsidiaridad y la solidaridad , que vale decir, que el Estado hará solamente aquello que los demás actores sociales no puedan o no quieran hacer. Y el Estado asistirá solidariamente a aquellos miembros de la sociedad que lo necesiten por tener menos posibilidades u oportunidades con la seguridad social, la creación de empleos, la redistribución de las riquezas, etc.
- La sociedad política no debe prescindir ni del Estado ni de la sociedad civil. No los deben tratar a priori, como enemigos irreconciliables. Los partidos y movimientos políticos en Cuba deben respetar el orden y la disciplina social, lo que no significa necesariamente aprobar todo lo que el Estado hace. Los partidos políticos todos, deben ser respetuosos del mismo modo, de la sociedad civil incipiente. Sabemos y debemos convertir en uno de los raseros de nuestra actuación que sin una sociedad civil independiente, soberana, con pluralidad de ideologías y de metodologías sociales, las soluciones políticas, por muy buenas y razonables y pacíficas que sean desembocarán en nuevos autoritarismos. Aún más, creo que es muy saludable y conveniente para Cuba que exista una sociedad civil legítima que sirva de conciencia crítica, de interlocutora múltiple y plural a los partidos y consensos políticos. Todavía más, creo que es muy saludable y conveniente para los mismos partidos políticos, para los consensos por no pocos de ellos alcanzados, para los protagonistas individuales u organizados, que tengan una sociedad civil que los interpele, los apoye, los denuncie o los compela a ofrecer nuevas y mejores propuestas políticas. Eso no sólo garantiza que nadie se crea con la totalidad de la verdad, sino que exista un verdadero debate público porque sin adversarios (ad versus, es decir, propuestas, programas, iniciativas, soluciones alternativas, no personas contrarias) no hay verdadero debate en la búsqueda del bien común.
- La sociedad civil no debe prescindir de la sociedad política ni del Estado. Sería el caos, la anarquía, la atomización de la sociedad. Ninguna de estas cosas son buenas para la salud de una nación. La incipiente sociedad civil en Cuba y los consensos que no pocas de sus organizaciones han alcanzado en una u otra articulación cívica de las existentes, aún cuando crean que las alternativas de la sociedad política son inviables, deben acercarse a los actores políticos para participar con ellos y no necesariamente contra ellos en dilucidar esas alternativas concurriendo al espacio público en igualdad de oportunidades y en mutuo respeto y consideración. Creo que es muy saludable y conveniente para Cuba que podamos comprender que las soluciones de la sociedad civil y las propuestas de la sociedad política no tienen por qué excluirse o mutuamente invalidarse.
Por ejemplo, si una organización de la sociedad civil piensa que su estrategia de trabajo es lograr hacer conciencia a una madre para que no deje suplantar su papel educativo en la vida de sus niños ni por la escuela, ni por el PCC, ni por el Estado, y logra educar y concienciar a un grupo de madres para que ejerzan su soberanía educativa en complementación con la escuela y el resto de la sociedad, esa iniciativa de la sociedad civil, sin duda, ha comenzado ya a alcanzar un cambio en Cuba. Esta es una de las formas para alcanzar el cambio. Pero no debemos desestimar ninguna otra forma pacífica. Mientras los partidos políticos deben presentar iniciativas para el cambio de forma quizá más global, más técnico, más de arriba hacia abajo. Y esto no le valida para desestimar las iniciativas de la sociedad civil que son en el sentido horizontal y de las bases a la cima.
Considero que el día que ambas iniciativas se complementen, sin ponerse a calcular ahora su total efectividad, ese día algo muy importante se habrá movido en Cuba.
No se trata de falsas unidades, ni de uniformar el cambio, ni de ir cada cuál por su camino sin mirar para el lado.
Se trata de ser con los demás, aún más, se trata de ser para los demás, sin dejar de ser uno mismo.

Esto debemos lograrlo entre cubanos. Esto es lo que somos todos. Debemos lograrlo también, en lo posible con el tercer actor social que no debemos olvidar, ni prescindir de su existencia: el Estado. Está ahí y tiene su función. Debemos no sólo respetarla cuando sea legítima sino debemos exigirle que la cumpla con toda coherencia y competencia. Sin las estructuras del Estado no habrá orden, ni concierto, ni posibilidad de transición pacífica. Por tanto, considero que hablar de transición pacífica y desconocer al propio Estado, o enfrentar sin alternativas al Estado, es sencillamente una ingenuidad o una incoherencia, digamos, no consciente, tanto de los actores cívicos como de los políticos. No existe en la experiencia del género humano una transición pacífica, gradual y ordenada sin alguna participación del Estado.
Esto hace mucho más grave la responsabilidad de los actores sociales en el futuro de Cuba. Si la sociedad civil desconoce las alternativas políticas y el papel del Estado, contribuye, de alguna forma, quizá sin saberlo, a que el desorden social gane espacio, a que la vía pacífica se deteriore.
Si la sociedad política desconoce las alternativas de la sociedad civil o el papel del Estado, contribuye, de alguna manera, quizá sin calcular su alcance, a que la vía participativa se deteriore, a que la vía pacífica se vaya cerrando.
Si el Estado desconoce las alternativas de la sociedad civil y de la sociedad política que van emergiendo y se mueven en Cuba, contribuye, de una manera fundamental por tener la responsabilidad del orden y del poder, a que la renovación de la sociedad se retarde, a que las iniciativas y proyectos éticamente aceptables se pierdan, a que se desborden el desorden y la indisciplina social que no encuentran cauces adecuados y a que la vía pacífica para el cambio que es ineludible, se haga de tal manera inviable que, aún sin quererlo, se dé paso con esta cerrazón, a la vía violenta que nadie quiere.
Nadie con sensatez, en Cuba y fuera de ella, desea para su pueblo esta situación. Deseo expresar mi opinión de que nadie: ni el Estado, ni la sociedad civil emergente, ni la sociedad política que se mueve y propone en Cuba, desea la violencia, ni el desorden social, ni la indisciplina desbordada ni las penurias de hoy, para Cuba.,
Entonces, si damos por sentado que nadie lo quiere, ¿qué es lo que pasa?
¿Inercia?, ¿inmovilismo?, ¿aferrarnos al poder, al temer, al dudar de todo y de todos?, ¿falta de diálogo?, ¿falta de voluntad política? ¿falta de realismo político y cívico?, ¿falta de experiencia y de educación para la democracia? ¿temores y amenazas reales, externas o internas, que nos paralizan y atrincheran?
Debemos encontrar una respuesta, o mejor, algunas respuestas, que más de una debe haber... y para ello se hace imprescindible el espacio público, el Debate Público. Es una necesidad incuestionable. Es una necesidad vital para el futuro de Cuba. Es una necesidad para la paz del corazón y la paz social de cada cubano y de toda la nación. Cada uno de los actores sociales está interpelado seriamente por esta necesidad. Cada uno de ellos será validado por la respuesta que proponga para esta necesidad.
Y si es una necesidad de Cuba y para Cuba: ¿se la vamos a negar?

 

 

Revista Vitral No. 54 * año IX* marzo-abril 2003

Dagoberto Valdés
(Pinar del Río, 1955)
Ing. Agrónomo. Director del Centro de Formación Cívica y Religiosa y Presidente de la Comisión Católica para la Cultura en Pinar del Río. Miembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz, del Vaticano. Trabaja en el almacén «El Yagüín», de Siete Matas, como ingeniero de yaguas.