Revista Vitral No. 54 * año IX* marzo-abril 2003


ECLESIALES

 

MEMORIAS A MI REGRESO

 

 

Testimonio –a modo de crónica– de Mons. Emilio Aranguren Echeverría, Obispo de Cienfuegos, quien participó en los funerales de Mons. Eduardo Boza Masvidal, como representante de los Obispos de Cuba.
Los Teques, Venezuela, 18 – 20 de marzo del 2003

- I -
Dios me permitió nacer a este mundo durante el Año Santo de 1950. Lo hice como parte de un hogar y de una familia con valores, criterios y costumbres cristianas.
Recuerdo cuando recién había cumplido ocho años, que llegó a mi casa una revista llamada “La Quincena” y mi papá leyó en voz alta la explicación de cómo se elegía a un Papa, es decir, cómo funcionaba el Cónclave de los Cardenales que se reunían con las puertas cerradas, también leyó todo lo relacionado con el humo gris y con el humo blanco que anunciaba la elección del nuevo Pastor Universal de la Iglesia. A lo largo de esos días, a la vez que rezábamos por el Papa Pío XII que acababa de morir, también lo hacíamos por el nuevo que iba a ser elegido y se hablaba sobre el nuevo nombre que escogería el que resultase elegido.
Fue entonces cuando el mundo recibió la noticia de que el nuevo Papa era muy viejecito, que se llamaría Juan XXIII, que procedía de Venecia y que su característica principal era la bondad.
A partir de ese día, al rezar el Rosario, ofrecíamos una intención por el Papa Juan XXIII. Esa era una intención fija. Eran tres las intenciones constantes que teníamos al rezar el Rosario:
–Para que Dios, con la intercesión de la Virgen María y de San José, conserve unida a nuestra familia en la fe y en el amor.
–Por el Papa Juan XXIII para que sepa dirigir la barca de la Iglesia según la voluntad de Dios.
–Por la Iglesia que vive tras la cortina de hierro y, en especial, por los obispos y sacerdotes que sufren la prisión a causa de su fe.
Después, en los otros Misterios del Rosario, se rezaba por los difuntos de la familia (mis tíos enviaban desde España recortes de los periódicos con las esquelas mortuorias de personas que mis padres habían conocido antes de emigrar), por las misiones, por los exámenes de mis hermanas, etc.
Desde niño me enseñaron a rezar por estas intenciones y, también, ahora descubro que mis padres inclinaron la sensibilidad del corazón de mis hermanos y del mío, a valorar al Papa, a tener en cuenta el sacrificio por conservar y defender la fe en Jesucristo, a acoger y respetar a los sacerdotes y a las religiosas (los frailes franciscanos pasaban por la casa y se hospedaban, las monjitas del asilo pedían limosna para los ancianitos, las Hijas de la Caridad repartían unas alcancías de la Liga contra el Cáncer, etc).
Cuando, después de adulto, saco cuenta retrospectivamente de los años y de los recuerdos de entonces, me doy cuenta de que antes de mi adolescencia, sabíamos, rezábamos y estábamos identificados con el Cardenal que estaba preso en Yugoslavia, al igual que otros que estaban en Polonia y en Hungría. Ellos sufrían con los católicos de esas naciones por ser miembros de la Iglesia y profesar públicamente su fe.
En septiembre de 1961 –acababa de cumplir los once años– vino a vivir a mi casa el P. Félix de Carvajal, capuchino que estaba en la Parroquia de La Pastora, en Santa Clara, y que también era compañero de mi hermana en la Universidad Central. En esos días hubo dos cosas raras: primero, que el P. Félix estaba vestido normalmente con pantalón y camisa y se había quitado el hábito carmelita con la capucha y el cordón. Y lo segundo, que él mismo nos dijo que lo llamáramos Jacinto y no Félix (al cabo de varias semanas supimos que lo habían estado buscando y él se había trasladado para La Habana).
Me di cuenta de que estaba pasando algo porque mi papá viajó un día a Placetas para hablar con los franciscanos vascos que allí estaban. También fue dos o tres veces a la Iglesia del Buenviaje y conversó con el P. Claudio de la Fuente. Mi papá nos dijo (a mis hermanos y a mí) que teníamos que ir a Misa junto con él y con mi mamá, es decir, que no debíamos hacerlo solos.
Una de aquellas tardes fuimos a Cienfuegos y mi papá subió –él solo– las escaleras del Obispado (donde hoy yo vivo) y quienes íbamos con él nos quedamos sentados en unos banquitos que había en el pasillo de la planta baja, mientras él visitaba al Obispo, a quien después vi de lejos, con una sotana blanca con botones rojos y unos espejuelos de armaduras grandes.
Esa tarde, de regreso en Santa Clara, antes de comer, mi papá nos explicó cómo había sido expulsado de Cuba un grupo grande de sacerdotes junto con un Obispo y que habían viajado a España en un barco llamado “Covadonga”. Entre ellos estaba el fraile franciscano Basilio Guerra, que era primo de mi papá. Así, a partir de ese día, además de rezar por los obispos y los católicos de Polonia, Yugoslavia y Hungría, también lo hicimos por el obispo Eduardo Boza Masvidal y los sacerdotes que viajaron junto con él.

Obispos concelebrantes. De der. a iz: Mons. Agustín Román, Mons. Pío Bello, Mons. Freddy Fuenmayor, Mons. José de la Trinidad Valera, obispo de La Guaira, Mons. Saúl Figueroa, ob. auxiliar de Caracas.


- II -
Pasaron dos décadas, fueron los años de mi juventud en la Secundaria y en el Preuniversitario, de la inquietud y opción vocacional, de la ordenación sacerdotal, etc., hasta que, en 1980, y a raíz de los acontecimientos del puerto del Mariel, Mons. Fernando Prego Casal, Obispo de Cienfuegos-Santa Clara, me destina como párroco a Sagua la Grande para que, además, atendiera pastoralmente las otras Parroquias del norte de Villa Clara.
Desde que puse un pie en Quemado de Güines tomé conciencia de que por ahí había pasado un sacerdote que había dejado una huella marcada en el corazón de mucha gente. Era el P. José Novo Vázquez y, poco a poco, fui adentrándome en la vida, modo de proceder y características de este “cura de pueblo”. Conversé con muchas personas que lo conocieron. Unos me hablaban del Colegio P.Varela que él dirigía, otros me decían que le gustaba la cacería, también me comentaron que con un jeep que él tenía llevaba películas de 16 mm. a muchos poblados de la zona rural, de cómo dio la cara en la policía o guardia rural cuando la huelga del 8 al 10 de abril, etc., pero todos terminaban su recuerdo narrativo de la misma forma: “y un día nos enteramos que, en horas de la noche, tres hombres lo fueron a buscar a la parroquia y lo llevaron a La Habana y lo montaron en un barco para que regresara a España”. Esa fue la noche del 16 de septiembre de 1961.
A partir de entonces me sentí interesado por saber algo más e, incluso, por investigar lo que se quedó en la historia de nuestra Iglesia como “El Covadonga”.
Logré tener el listado de los 131 sacerdotes y religiosos que integraron aquel grupo (1). En lo que ha estado a mi alcance he tratado de saber dónde estaban y qué hacían y, así, poco a poco, fue creciendo en mí la admiración, el respeto, la valoración, la reverencia agradecida hacia cada uno de ellos.
Con Mons. Francisco Oves Fernández (quien regresó en ¿1966?) y fue nombrado Obispo Auxiliar de Cienfuegos en 1969 y, años después, Arzobispo de La Habana, nunca tuve oportunidad de conversar sobre este asunto. Durante el tiempo del Seminario, conocí en la Parroquia del Vedado, al P.Oriol, pero desconocía que había sido de aquel grupo y que luego había regresado al igual que lo hizo el P.Francisco García Muiño que fue Párroco de Remedios.
En 1989, en Puerto Rico, conocí a los PP. Nicanor y Angel Valdés. Después visité al P. Pedro Wong en Costa Rica.
Fue en 1987 cuando supe que Mons. Boza Masvidal estaba de visita en La Habana y, con prontitud, organicé el viaje para ir desde Sagua la Grande a conocerlo. Lo encontré en la Casa Sacerdotal y tan sólo lo saludé, le besé el anillo como expresión de inclinación agradecida a su persona, historia y pastorado. No hablé casi con él, tan solo lo miraba mientras los otros visitantes también lo saludaban y dialogaban con él.
Años más tarde, siendo ya obispo, viajé a Venezuela a una reunión del CELAM. En Caracas visité al P.Jorge García Cuenca y, desde Los Teques, vino Mons. Boza a compartir el almuerzo. Allí conversé con él. Recuerdo que, en dos ocasiones, me interrumpió y me dijo: “¿Por qué me preguntas eso?”. Algo parecido me ocurrió cuando conocí a Mons. Román en Miami.

- III -
Al comenzar a preparar la Visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba creó una pequeña Comisión de cinco miembros para coordinar, junto a otra Comisión que representaba al Estado, los diferentes aspectos que integrarían este tan deseado acontecimiento. Entre los miembros de esa pequeña Comisión estaba yo.
Desde el primer momento quedó previsto cursar una invitación especial a Mons. Boza Masvidal para que nos acompañara a lo largo de esos históricos días. El hecho de que hubiera venido en 1987 atenuaba las opiniones que dificultaran la obtención del permiso o el viaje mismo. Por supuesto que, desde que él tuvo la información, nos envió un mensaje de agradecimiento y, a la vez, de gustosa aceptación.
Aunque hasta el último momento, casi en la víspera de la llegada del Papa, no hubo una respuesta afirmativa, siempre la consideramos factible en todos los sentidos. Era una presencia lógica y deseada. Y así fue.
A pesar del peso de los ya casi 83 años, con lucidez de mente, andar despacio y hablar bajito, cumplimentó el programa previsto. Recuerdo con afecto y gratitud cómo Mons. Siro, Obispo de Pinar del Río, asumió espontáneamente, el servicio fraterno de ir junto a él y acompañarlo en las celebraciones de las Misas, así como en los demás encuentros. Han quedado dos bonitas e históricas fotos que así lo recordarán. Una es la que aparece Mons. Boza, en el Aula Magna de la Universidad, junto a Fr. Manuel Uña, quien representaba a la Orden de los Dominicos, fundadores de tan insigne Centro de Estudios. La otra fue en la segunda planta del Arzobispado de La Habana, al terminar el almuerzo de despedida en la que aparece el Papa Juan Pablo II, el Nuncio Apostólico y la Conferencia Episcopal en pleno.
Al regresar a Venezuela lo hizo con profunda gratitud. Así me pidió que se lo expresara a todos.
Supe, días después, que en algunos artículos que fueron publicados por agencias de prensa de otros países, se señalaba con cierta inconformidad el hecho de que Mons. Boza hubiese participado. Tal vez, me quedé con esa molestia por dentro y, en mayo del 2001 –tres años después de la visita– junto con Mons. Siro nos volvimos a encontrar con él, nuevamente en la Parroquia de la Virgen de la Caridad en Caracas. Tuve la oportunidad de preguntarle sobre cómo había vivido su última visita a Cuba con ocasión de la peregrinación del Papa. Y la respuesta fue: “Quiero que les vuelvas a dar las gracias a todos... me encontré con muchos conocidos... también para mí fue una visita pastoral”.

- IV -
El pasado sábado 15 de marzo sonó el teléfono de mi casa y, al contestar, era el Cardenal Ortega quien me llamaba. Me dijo: “Emilio, me acaban de avisar que Mons. Boza está ingresado en el hospital y está muy grave. Debes preparar el viaje para que, como Secretario, vayas en representación de nosotros (Conferencia de Obispos). Mañana, antes de que yo salga para la reunión de la CAL en Roma, volverán a llamar para dar una nueva información”.
El domingo 16 por la mañana, a eso de las 11, fui yo quien llamé a Los Teques. Me informaron que había amanecido bien y que había desayunado. Hacía poco tiempo que el P.Agnelio Blanco le había llevado la comunión, así me lo refirió quien lo acompañaba. Pero, ya muy tarde en la noche, recibí la llamada desde La Habana, para decirme que habían avisado que acababa de morir.
De mi parte tendría que estar ausente el día de la Fiesta de San José en el Santuario Diocesano y en la Parroquia de Abreus. En esta última habría, después de cuatro décadas sin ella, la procesión con la imagen del Santo Patrono por las calles del pueblo. Propiamente son dos celebraciones jubilares en este Año del Centenario de la Diócesis, pero, siguió removiéndose por dentro todo lo que se había despertado en mí a partir de la llamada telefónica que me hiciera el Cardenal.
Avisaron que, desde el lunes 17 por la tarde, el cadáver de Mons. Boza estaría en la Catedral de Los Teques, donde él había vivido desde 1969 y donde había ejercido su ministerio, incluyendo el servicio de Vicario General. Antes, desde 1962, había estado en Caracas.
Todo se organizó para viajar a Venezuela al mediodía del martes 18. Durante la mañana de ese día tuve la oportunidad de saludar en La Habana a Margarita (Masvidal), único familiar que le quedaba a Mons. Boza en Cuba. Ella, gentilmente, me obsequió un folletico con la “Autobiografía” del tío fallecido, así como otros recortes de periódicos y artículos escritos por él.
Llegué a Caracas casi a la media noche del mismo martes.

- V -
Desperté en el día 19 con la mente y el corazón puestos en la Fiesta de San José y, a la vez, con la disposición de viajar cuanto antes a la ciudad de Los Teques, capital del Estado de Miranda. En el trayecto de alrededor de 50 minutos, el ejemplo del Santo Patriarca iluminaba mi reflexión callada y, a la vez, me permitía descubrir, cada vez más, la razón del viaje que estaba haciendo y del trayecto que ya recorría.
San José sufrió el exilio en Egipto y, desde allí, junto con María, se mantuvo al tanto de lo que ocurría en su pueblo, especialmente la suerte de los niños. Eso mismo vivió el P.Varela en la primera mitad del Siglo XIX cuando fue acogido en los Estados Unidos y, desde allí, siguió al tanto de los pasos que se iban dando en su querida Patria. También recordaba que, de manera similar, Mons. Boza había hecho –como él mismo escribió– de Venezuela «su segunda patria» y, allí experimentó el abrazo de su Iglesia y de su pueblo que le permitía, a la vez, rezar y servir a Cuba y a muchos de sus hijos, especialmente, a los sacerdotes que habían viajado junto con él y a tantos cubanos a quienes ofreció acogida, consuelo y ayuda.
Descubría en San José dos actitudes singulares: fidelidad y firmeza. Fidelidad a Dios y a lo que Dios le pedía. Por lo tanto, firmeza en su obrar, de acuerdo a la voluntad expresada por su Dios. Reflexionaba en las palabras que le había dicho el ángel respecto a María: “lo que ella engendra es fruto del Espíritu”; lo veía buscando albergue en Belén, tocando en las puertas para que María fuera acogida; después lo sentía acogedor y confiado al abrirles las puertas a los pastores y, también, a los sabios extranjeros; pensaba en la prontitud con que tuvo que disponer la huída a Egipto; también lo contemplaba en el Templo, cuando Jesús (de doce años) les dijo: “Me tengo que ocupar de las cosas de mi Padre”. Esa fidelidad desde la obediencia de la fe, hizo que José dejase una estela de “hombre justo”, de “hombre bueno”. Así es como único lo califica el Santo Evangelio. Pero, para mis adentros, yo también añadía: y “hombre firme”. La fidelidad a Dios conlleva asumir una identidad y una misión. Y eso lo hizo José.
También pensaba en el P.Varela y en Mons. Boza. Ambos vivieron ejemplarmente la fidelidad a Dios, a la vocación sacerdotal a la que el Señor los llamó, fidelidad a la Iglesia y, ambos, también, fidelidad a Cuba desde la lejanía impuesta. Y ellos también fueron capaces, al igual que San José, de asumir las consecuencias que se derivan de esa multiforme fidelidad. De allí brota una firmeza implícita que se expresaba en sus gestos, escritos, criterios, posturas y decisiones.
Me di cuenta de que la suma de ambas actitudes que brotan de la fe dan como resultado la ‘fecundidad’ (fidelidad + firmeza = fecundidad). La fecundidad de San José está definida en el hermoso título de Patrono Universal de la Iglesia. ¿Dónde radica la fecundidad del P.Varela?, ¿cuáles serán, a partir de hoy, los signos que expresarán la fecundidad de la vida de Mons. Boza?.
Llegué a Los Teques y al entrar caminando en el Parque Central (frente a la Catedral) mi vista tropezó con algo inesperado. Todas las columnas, vidrieras y portales estaban engalanados con una foto grande con el rostro de Mons. Boza y, de fondo, las banderas de Venezuela y Cuba. La Catedral estaba llena de personas que participaban en la Misa. Al centro, en el crucero de la nave central, estaba el ataúd con los restos mortales del pastor fallecido. Me acerqué para ver lo pasajero. Tenía los cuatro signos episcopales: anillo, pectoral, mitra y báculo. Me detuve mirando el anillo del compromiso esponsal con su Iglesia. Para Mons. Boza “su” Iglesia siempre fue “la” Iglesia.
Fue allí, al fijarme en el anillo que tomé conciencia de que Mons. Boza había sido un obispo misionero al estilo de Pablo de Tarso: itinerante... recorriendo ciudades en diferentes países... buscaba a sus ovejas para reunirlas en torno a Jesucristo y al amor a la Iglesia y a Cuba... y, después, desde lejos, les escribía para dar consuelo espiritual y brindar orientación evangélica.
Después mi mirada se detuvo en el pectoral que descansaba sobre la bandera cubana tejida en la casulla que le regalaron en el año 1994, cuando celebró los 50 años de ordenación sacerdotal. Personalmente ya yo tenía conocimiento que en la Catedral había muchos cubanos y, a la vez, pensaba que yo estaba representando a la Iglesia que vive en Cuba.
Mis ojos también me permitieron fijarme en su corazón y recé por sus intenciones. Supongo que, tanto en el corazón pastoral del P.Varela como en el de Mons. Boza, palpitaría el deseo de la unión de todos los cubanos en el mismo suelo, bajo el mismo cielo que los vio nacer y al calor maternal de la Virgen de la Caridad, madre y patrona de todo nuestro pueblo. Pensé que, al caer en tierra el cuerpo del pastor, ya se convertía en semilla y, desde ya, en la esperanza cristiana comenzaríamos a descubrir los frutos.

- VI -
Pasé a la casa parroquial anexa a la Catedral. Allí saludé y conocí a muchos a quienes ya conocía de nombre. Entre ellos, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas y muchos laicos.
De Miami viajaron, junto a Mons. Agustín Román –Obispo Auxiliar–, los PP. Luis Pérez y Felipe Estévez, además de miembros de CRECED (Comunidades de Reflexión Eclesial Cubana En la Diáspora). De Puerto Rico lo hizo el P.Nicanor Valdés y el matrimonio de Sergio y Beatriz San Pedro. De New York viajó el P.Comesañas, quien trabajaba junto a Mons. Boza la Unión de Cubanos en el exilio (UCE).
Tuve la oportunidad de conversar con un grupo numeroso de sacerdotes cubanos que residen en Venezuela. Ellos eran: Agnelio Blanco, Armando Rodríguez, Pablo Urquiaga, René Lugones, Raúl Bacallao, Modesto Gutiérrez, Manuel Pérez, Enrique Ovies, Adalberto Zayas, Santiago Madrigal, Reinerio Lebroc, Aurelio Ferrín y un fraile dominico de apellido Guerra, natural de Florida en Camagüey. También estaba Rafael Calvo, quien sirvió como diácono en la Misa del día 20. Ellos mencionaron a los PP. Hugo Herrera, Rolando García, Aponte y Fabián Chelala, quienes no pudieron asistir. Entre los laicos recuerdo a Fernando, Nazario Vivero, un matrimonio de apellido Castiñeira y otros más.
¡Qué encuentro tan fraterno, sacerdotal, eclesial y cubano!. ¡Cuántos recuerdos en clave de gratitud y esperanza!, ¡Qué reconocimiento póstumo a la acción realizada por Mons. Boza a lo largo de los 42 años fuera de Cuba!.
Me correspondió presidir la concelebración eucarística de cuerpo presente y me permití compartir lo que había sido la reflexión en el trayecto de Caracas a Los Teques, ya que las lecturas y oraciones correspondían a la Fiesta de San José. Tan sólo añadí dos ideas que escuché en el intercambio sostenido:
–Me dijo Mons. Román que fue Mons. Boza quien escribió el Reglamento de la Cofradía de la Virgen de La Caridad para darle una proyección bíblica y eclesial y destacaba la profunda piedad mariana que lo caracterizó.
– Mons. Pérez Morales, Arzobispo-Obispo de Los Teques me dijo: “¡Qué santidad la de este Obispo quien teniendo el corazón lleno de espinas siempre fue capaz de tener un gesto, una sonrisa, una palabra llena de comprensión, bondad y misericordia. Jamás en él conocimos un ápice de amargura ni de resentimiento!”.
Al lado del ataúd siempre tuvo una guardia permanente de 4 jóvenes de la Policía del Estado de Miranda y 4 laicos de las diversas Asociaciones y Movimientos de la Diócesis. Mientras tanto por delante del féretro desfilaba un número extraordinario de personas. ¡Cuánto agradezco a todas esas personas que al identificarme como el Obispo que vino de Cuba, se acercaban a mí para darme las condolencias y las gracias. Muchas de esas personas me dijeron: él era mi confesor!.
El Seminario Diocesano nos abrió las puertas a los visitantes. El P.Zayas (cubano) es el director espiritual. Los seminaristas me pidieron, al terminar ya casi la noche, que les hablara de la Iglesia en Cuba. Los acompañaba el P.Víctor, Rector del mismo. Antes de rezar e irnos a acostar, los muchachos me entregaron una carta y unos presenticos para los seminaristas cubanos. Cuando subía la escalera para ir a la habitación uno de ellos me dijo: “Ya Monseñor Boza comenzó en el cielo a unirnos a nosotros”.

- VII -
Jueves 20. Triste amanecer con las noticias de la guerra y del bombardeo a Bagdad. La Misa de Exequias comenzaría a las 10 de la mañana. Llegamos media horas antes a la Catedral. Había una numerosa concurrencia. Las bocinas dejaban escuchar en el Parque Central de Los Teques el rezo del Rosario. Nos revestimos en el Palacio del Gobernador que queda a media cuadra de la Catedral por uno de sus laterales.
Allí conversé con varios de los sacerdotes cubanos. Vinieron, también, algunos periodistas. Nos preparamos para comenzar la celebración que presidía S.E. Mons. Ramón Ovidio Pérez Morales, Arzobispo-Obispo de Los Teques. Estaba el Nuncio Apostólico S.E. Mons. André Dupuy, quien transmitió, posteriormente, el mensaje enviado desde Roma por el Secretario de Estado. También S.E. Mons. Baltazar Porras Cardozo, Arzobispo de Mérida y Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, quien al final de la Misa leyó un Comunicado en nombre de la misma.
Además concelebraron: S.E. Mons. Pío Bello, Obispo Emérito de Los Teques, de quien Mons. Boza fue Vicario General durante muchos años, S.E. Mons. José Luis Azuaje, Obispo Auxiliar de Barquisimeto y Secretario General de la CEV; S.E. Mons. José H. Sánchez Porras, Obispo del Ordinariato Castrense de Venezuela y varios Obispos más.
Puntualmente comenzó la procesión de entrada encabezada por la Banda de Música del Estado de Miranda, la Cruz procesional, los seminaristas y otros acólitos, las banderas de Venezuela y Cuba, y, finalmente, los presbíteros y obispos concelebrantes.
La homilía estuvo a cargo de S.E. Mons. Agustín A. Román quien, a partir de las lecturas bíblicas proclamadas y otros párrafos de himnos utilizados en la Liturgia de las Horas, hilvanó bonitas enseñanzas a partir del testimonio de vida de Mons. Boza como cristiano, cubano, sacerdote y obispo.
Después de la oración al concluir el momento de la comunión, el P. Raúl Bacallao, dio lectura a los mensajes recibidos: desde el Vaticano, el Emmo. Sr. Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado; desde Roma el Emmo. Sr. Cardenal Jaime Ortega Alamino, Arzobispo de La Habana, envió sus condolencias uniendo a sus intenciones la de los dos Obispos Auxiliares; Emmo. Sr. Cardenal Rosalío Castillo Lara (venezolano) Presidente Emérito de la Administración del Estado Vaticano; S.E. Mons. Adolfo Rodríguez Herrera, Arzobispo Emérito de Camagüey.
Posteriormente, el P. Armando Rodríguez, Párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de la Caridad, en Caracas, leyó un emotivo mensaje –que coincidía con la fecha en que 40 años atrás falleció, en La Habana, el Emmo. Sr. Cardenal Manuel Arteaga– que reconocía, en el querido Mons. Boza Masvidal, a aquel pastor que siempre se esforzó por mantener unido al rebaño disperso, y cuyo corazón y su casa siempre estuvieron con las puertas abiertas para acoger a todos los cubanos.
Me pidieron dirigir un saludo en nombre de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, lo que hice con sentida emoción. También S.E. Mons. Baltazar Porras dio lectura al mensaje de la Conferencia Episcopal Venezolana y, finalmente, el Obispo de Los Teques despidió con sensible cariño y gratitud a quien fue “un obispo santo”.
El Gobernador del Estado de Miranda, Honorable Sr. Enrique Mendoza, expresó su mensaje de condolencia y gratitud por la muerte de quien fue tan querido en Los Teques, a quien él llamó, como lo solían hacer tantos y tantos que se acercaban a Mons. Boza a lo largo del día, el “querido padre obispo”. Aludió también al momento en que, cinco años atrás, se reconstruyó el templo de la S.I.Catedral y, donde, día a día, Mons. Boza, ya muy anciano, conversaba con los constructores, dejando entre ellos una huella inolvidable. Señaló que el mármol rosado que fue colocado en el pasillo central y, sobre el cual descansa el ataúd con los restos de Mons. Boza, fue traído desde la Isla de Pinos, en Cuba. Concluyó sus palabras acogiendo la sepultura de Mons. Boza Masvidal en la cripta de la Iglesia Catedral de Los Teques hasta que lo pueda hacer en su querida Patria.
El Obispo de Los Teques rezó el responso y, después de rociar el féretro con agua bendita, procedieron a retirar de él el báculo y anillo episcopal. Fue, entonces, cuando Mons. Román y yo fuimos invitados para cerrar el ataúd. El P.Agnelio Blanco y el Sr. Sergio San Pedro cubrieron el ataúd con la bandera cubana. Por su parte, el Sr. Gobernador y un sacerdote colocaron la bandera venezolana. Y comenzó el entierro.
Emoción especial cuando la banda de música, en el momento que salía el cortejo fúnebre a la Plaza, tocó las notas del Himno Nacional cubano. Los sacerdotes cubanos cargaban en hombros la caja mortuoria con los restos del que tantas veces los animó, consoló, ayudó, perdonó, incluso, a algunos de ellos, también ordenó con la oración e imposición de sus manos. Algún laico también se sumó a prestar su gesto solidario con los sacerdotes que permitían públicamente correr sus lágrimas por el rostro.
Mientras tanto, yo miraba a las aceras y veía a mucha, mucha gente, que lloraba. El Obispo que iba a mi lado me dijo en voz baja: “Fíjate como lloran los pobres”. Eso mismo había pensado cuando estaba el féretro expuesto en la Catedral y muchos de los que a él se acercaban, después iban a donde yo estaba y me decían: “Gracias, el padre obispo era mi confesor”. “A usted, como cubano, quiero darle las gracias porque ese hombre no tuvo nada para él, en este pueblo mucho lo vamos a extrañar”. Incluso, un laico le propuso a Mons. Ovidio Pérez, “sería bueno organizar un simposio sobre la vida de este obispo, de este cubano, de este Santo”.
La procesión le dio la vuelta al templo catedralicio y, nuevamente, se colocó al frente del mismo para hacer la entrada que conducía hasta la cripta. Una vez más resonaron los acordes de los himnos de Venezuela y Cuba. Y, a continuación, un reducido grupo acompañó el ataúd hasta la cripta. El Obispo bendijo “la última morada” en que descansarían los restos de Mons. Boza. Abrieron el ataúd y derramaron sobre él varios puñados de tierra llevada desde Cuba y, al unísono los tambores y redoblantes, trompetas y platillos, dejaron escuchar la nostálgica melodía a la que se unieron muchos con voz entrecortada y ojos humedecidos: “Cuando salí de Cuba dejé..”.
Recibieron el cadáver un grupo de obreros venezolanos que fueron quienes se encargaron de cubrir con ladrillos aquel lugar donde quedaron los restos mortales de Mons. Eduardo Tomás Boza Masvidal.
Muchos se acercaron a mí. Algunos me refirieron el nombre de la ciudad o del pueblo en el que habían nacido en Cuba. Otros me enviaron algún saludo personal. ¡Cuánto me emocionó cada uno de los abrazos que compartí con algunos de aquellos curas por quienes me enseñaron a rezar hace más de 40 años!. Todos nuevamente volvían a sus Parroquias o, también, al aeropuerto para hacer el viaje de regreso.
Yo, aún, debía quedarme en esa noche para viajar a Cuba el viernes 21.

- VIII -
Y así lo hice muy temprano en este nuevo día. Y pensaba y rezaba...,
... ayer, día 20 de marzo, quedó atrás la estación del invierno. Hoy, día 21, ya estamos despertando a la primavera. Queda atrás lo seco, lo árido, lo desnudo,... y ya vendrá el retoño de la vida escondida, el brote nuevo que vestirá las ramas y nos mostrará la belleza de las flores al descampado... las puertas se abrirán para que entre el fresco y la luz del sol –la misma siempre, pero, aparentemente nueva en este nuevo tiempo–, y habrá como un anticipo de lo que el Apocalipsis anuncia de “los cielos nuevos y la tierra nueva”. En muchas partes del mundo, las hormigas empezarán a otear en los huequitos de sus escondrijos para volver a salir a sus faenas con la ilusión que a ellas les resulta... en fin, quedó atrás el invierno y ya despunta la primavera.
Mientras tanto, a 31 000 pies de altura, el avión avanzaba sobre el mar con destino a La Habana, y, cuando desde esa altura, lograba divisar algún buque diminuto atravesando el océano, Dios quiso que yo hiciera la síntesis de lo que ya era memoria de los tres días recién vividos.
Me di cuenta de que mis ojos contenían dos lágrimas que corrieron por la cara y cayeron sobre mis manos. Entonces descubrí que Mons. Boza, con el testimonio de la vida que pude conocer y percibir en estos días de marzo –ni en junio ni enero– cayó en tierra como la semilla y, sin yo darme cuenta, colocó entre mis manos –como fruto y signo de fecundidad– una sencilla rosa blanca.
Pienso, Dios mediante, que con prontitud pueda ponerla en nombre de él –convertida en oración de alabanza– a los pies de la imagen de la Virgen de La Caridad, Madre y Patrona de los cubanos, en su altar de El Cobre.

 

 

Revista Vitral No. 54 * año IX* marzo-abril 2003