Revista Vitral No. 54 * año IX* marzo-abril 2003


GALERÍA

 

MARGOT RODRÍGUEZ
Y LA PINTURA DE SU MEDIO


RAFAEL BERNAL CASTELLANOS

«Memorias». Grafito y tinta/cartulina, (85x70cms).

 

 

 

 

«El sur es un desierto que llora mientras canta».
Tinta/cartulina.

 

 

 

«Peregrino». Mixta/cartulina, (85x75 cms).

 

 

 

«Rumbos diferentes». Grafito y tinta/cartulina, (85x70 cms).

 

 

«Ángelus». Acrílico/cartulina.

 

 

La plástica cubana más reciente –entiéndase en un margen aproximado de diez años- ha sido prolífica no sólo con la aparición de pintores sino con la muestra de frecuentes exposiciones personales y colectivas que han dado lugar, tanto a muchas nuevas galerías –a veces sin las suficientes condiciones- como a la búsqueda de estilos y maneras –no tan nuevas ni tan perdurables muchas de ellas- que han convertido a nuestras artes visuales en mundo de permanente experimentación.
Dentro de ese contexto llama la atención que creadores con amplia experiencia en la pintura y el dibujo regresen, luego de algunos tanteos, al simple creyón negro y los colores planos para organizar una exposición. Esa puede ser la primera razón por la que resulta interesante la última muestra de Margot Rodríguez Arencibia.
Concebida a partir de la destreza de la artista en el dibujo, por su línea firme y extensa, la expresión incluye obras recientes donde Margot propone la figura humana como foco de un análisis que oriente el juicio del espectador hacia conflictos aparentemente personales pero de innegable repercusión colectiva sin que quiera, así, hacer o pintar la Historia.
Es notable, al valorar la concepción gráfica de las imágenes, lo que pudiéramos considerar osadía de la autora, pues emplea extensamente, como antes dijimos, las posibilidades del creyón negro que requieren, sin lugar a dudas, no sólo una buena formación sino un sólido ejercicio que dota a la mano y al ojo de precisos recursos ante el peligro de convertir el resultado en un mero ejercicio docente.
La utilización de estos procedimientos no ha sido arbitraria ni es un intento de aprovechar un terreno donde sus contemporáneos no incursionan, sino que están respaldadas por matices comunicativos muy precisos que los mismos proporcionan al dotar la obra tanto de sobriedad y concisión como de reflexión con lo que aportan un sutil aliento documental al resultado.
De igual modo el predominio de la figura, limpiamente delimitada en la mayoría de los casos, más que desvincularla del fondo permite complementar la factura de la imagen por un proceder interactivo que, insistiendo en el gesto y la expresión, traslada hacia el cuadro subjetividades y personalizaciones que se convierten en fondo del mensaje. En este rejuego adquieren un especial significado el trabajo que Margot desarrolla con los escorzos y la perspectiva, pues es a partir de ellos que se inicia esta motivación del destinatario por incorporarse al acto plástico convirtiéndose en sujeto gráfico.
El empleo del color dentro de algunos cuadros permite comprender adecuadamente la presencia del negro dentro de la paleta cromática de la pintora pues al estar utilizados planimétricamente y no por procederes de disolvencia o esfumatto –aunque haya un gradiente cromático en ellos- demuestra que la utilización de ese color responde a un propósito donde el negro no tiene posibilidades de sustitución, pues proporciona efectos mucho más complejos que la sensación de sombra, tiniebla o límite.
Dentro del contexto de la muestra es oportuno señalar la utilización que se hace de un grupo de elementos que, por su uso genérico, han devenido símbolos, como en el caso de los naipes, junto con otros que alcanzan esa dimensión a partir de su presencia en determinados momentos de la obra sin que por ellos sintamos disonancia; la oportuna colocación de ambos y la metatextualidad del conjunto permiten asumirlos sin interferencias semióticas porque, tanto un pez, que asoma como un bufón que vuelca una copa, inducen a un similar código libertario que rechaza lo preconcebido y nos cuestiona la memoria que, en trágica ironía se obliga a recordar el camino ya transitado en lugar de fabular la meta.
La integración de los elementos y procedimientos anteriores otorgan a este conjunto un aliento onírico pero, curiosamente, no vinculan el resultado con un punto de vista surrealista pues no llega al extremo de trastocar la inmediatez de la vida sino todo lo contrario; la cercanía que estas imágenes establecen con la dimensión de un sueño vinculando las obras con un concepto más bien expresionista donde la cotidianidad se proyecta tanto a partir de los cuestionamientos como de la fragmentación o inversión de los referentes de forma tal que, subrayados por la paridad blanco/negro, sintamos el afán de buscar la respuesta pero también de que esa respuesta conduzca hacia la materialización de un despertar donde esos cuestionamientos hallen aplicación.
Es precisamente esa habilidad de sugestión que acoge cada obra, la que otorga permanencia interior y permite asumir el conjunto más allá de sus potencialidades técnicas en su correlato intratextual, pues si es cierto que Margot ha hecho gala aquí de una sólida formación y un estimable domino de la línea y la composición de planos expresivos, no es menos cierto que los mismos serían intrascendentes si no motivaran una reflexión en el destinatario a partir de la propuesta gráfica recogida de manera que supere el simple deseo de completar un rostro, valorar la dirección de dos miradas o aplicar un color, que no hace falta pero sentimos latente.
La precisa dimensión de un artista no radica en la maestría con que ejecute los recursos técnicos que tenga a su disposición, sino en la capacidad de integrar los mismos a una propuesta inquietante que provoque en quien lo percibe, además de la sana envidia por imitarlo, una profunda reflexión alrededor de los por qué y los cómo de la vida diaria han sido recogidos en la obra que tiene ante sí. Cuando un creador logra que el destinatario de su obra sienta la necesidad de comentarla, aunque no pueda hacerlo con palabras, no sólo ha sido creador, sino que ha convertido al receptor de su obra en otro artista.
Frida Kahlo, singular pintora mexicana, decía refiriéndose a su obra: “Mis cuadros están bien pintados, no con ligereza sino con paciencia. Mi pintura lleva en sí el mensaje del dolor. Creo que por lo menos interesa a algunas personas:”
Margot Rodríguez puede hacer suyas estas palabras. Quienes disfrutamos de sus cuadros vivimos el arte de pintar con la tinta que la memoria desgrana cuando, del mazo de cartas que nos ofrece la vida, extraemos los naipes que diseñamos para el juego.

 

 

Revista Vitral No. 54 * año IX* marzo-abril 2003

Rafael A. Bernal Castellanos
(Pinar del Río, 1965)
Licenciado en Periodismo en Ciudad de La Habana y Profesor graduado en Español y Literatura en el I.S.P. de Pinar del Río.