De las torres iluminadas de la
restaurada y hermosa Catedral, llegaba a la noche del pueblo pinareño,
junto a las melodiosas campanas del recién estrenado campanil,una
luz en la oscuridad. Así cantaba la multitud venida desde
Guanahacabibes hasta Guanajay, desde Bahía Honda hasta La Coloma.
Los que no habían podido encontrar un espacio dentro de las tres
naves del templo abarrotaban el atrio, y no podían dejar de mirar
a lo alto, entre los campanarios erguidos, ondear serena, con luz propia
y esperanza bien fundada en el futuro, nuestra enseña patria.
El 20 de Febrero de 1903 el Papa León XIII creaba las Diócesis
de Pinar del Río y Cienfuegos. Es, por tanto, la fiesta del Primer
Centenario. Era la fiesta de todos los pinareños.
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Procesión
de entrada en la celebración del Centenario. Monseñor
Hector Peña, Obispo de Holguín (primero a la derecha),
Monseñor Pedro Meurice, Arzobispo de Santiago de Cuba.
Detrás Monseñor Luis Robles, Nuncio Apostólico,
y Moseñor Siro que cierra la Procesión.
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Un arroyo de agua viva, seguía el canto y eran recibidos
los Obispos celebrantes con un caluroso aplauso: el Nuncio Apostólico,
Mons. Luis Robles quien traía un significativo y cercano mensaje
del Papa para esta Iglesia de Pinar; venían también con
sus blancas mitras y una sonrisa plena de solidario cariño, seis
Obispos de Cuba: Baladrón desde Guantánamo, Peña
desde Holguín, Mariano desde Matanzas, Petit y Riverón
desde La Habana, todos acogidos con fuertes aplausos. Pero la ovación
puso en vilo los corazones y extendió a más no poder los
brazos en alto y la sonrisa en el alma, al escucharse el nombre de quien
avanzaba al lado de Mons. Siro, que presidía la Eucaristía:
un nombre y un testimonio se escuchó a medias, ahogado por el
calor humano: Mons. Pedro Meurice Estiú, Arzobispo de Santiago
de Cuba.
Un cantar a la esperanza, fueron las lecturas del día
y la homilía del Obispo José Siro González. Una
homilía contundente y programática, serena y enjundiosa,
anclada firmemente en una evocación de la memoria histórica
que caracteriza a esta Diócesis. Pasado, herencia y compromiso.
Ser como ellos, no defraudar el talante campesino, popular y misionero
de esta Iglesia. Continuar el legado de un laicado adulto, responsable,
valiente, comprometido con el presente y el futuro de Cuba.
Quiere ser tu Iglesia. Así pasó el Pastor
Diocesano de la memoria al presente y de éste al porvenir. Un
audaz programa de servicio a Cuba, a Pinar. Un indudable y reiterado
apoyo a las obras apostólicas de frontera, de riesgo asumido
y sosegado. Fueron mencionados por su nombre cada uno de los servicios
pastorales: Catequesis, Cáritas, Hermandad de Ayuda al Preso
y sus Familiares, Pastoral Juvenil y Familiar, Pastoral de la Salud
y de la Cultura, el Centro de Formación Cívica y Religiosa
y la Revista Vitral. Quiere ser tus manos, quiere ser tu voz-
resonaba el canto del ENEC y de la Visita del Papa, el canto más
emblemático de la Iglesia cubana, el canto compuesto por el cubanísimo
Tony Rubí y hecho alma gozosa de una Iglesia sufrida y expectante.
Voz que proclame tu existencia... tu inmensa ternura... tu resurrección.
Llegaban la vida y la ternura, el inenarrable dolor y la cruz vivida
con hidalguía y sencillez por este pueblo en los símbolos
del ofertorio que, al ser la proclamación y la ofrenda de la
vida de la más occidental de las provincias de Cuba, no podían
ser otros que su escudo, natural y verde, con la letra de su himno sobre
el claro río y el pinar de esperanzas: Pinar del Río,
región fecunda... cuna de sabios y de patriotas, hecha a la prueba,
a la abnegación... podía leerse sobre el escudo
y también en los ojos profundos de las abuelas que resistieron
la prueba y cruzaron el Mar Rojo.
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El Obispo abraza
a Alejandro Robaina que ofreció tabaco como signo
de los trabajadores del campo de esta Diócesis.
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Detrás del escudo, Alejandro Robaina, el mejor cosechero de tabaco
de Cuba, católico de las fecundas vegas de San Luis depositaba
sobre el Altar los mejores tabacos en rama y torcido, fruto de la tierra
y del trabajo de los hombres y las mujeres de Vuelta Abajo. Así
el pan y el vino subían a lo alto en manos del Obispo acompañados
con todo lo que somos y queremos ser los pinareños. Ofertorio
de vida, presentación de la voz, la existencia, el dolor y la
esperanza. Sobre el ara del altar quedaban presentados el martirio cruento
y el martirio civil de este pueblo, el gozo íntimo de las familias
unidas y el sufrimiento de las familias rotas y divididas por la infidelidad
y el exilio. Para la Diáspora tuvo también el Obispo una
palabra de bendición y afecto.
Así llegábamos a la Plegaria Eucarística en la
que medio centenar de sacerdotes elevaban sus manos sobre la ofrenda
y la vida de esta Iglesia y de este pueblo. Manos pobres de Cristo,
duras y secas, llenas de Gracias... manos solidarias en la miseria,
que comparten la tristeza y la alegría de vivir... Así
resonaba aquella oración eucarística, verdaderamente
es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias...
por todo cuanto nos has dado en estos cien años de peregrinar
por la cola del caimán. Y una súplica para el presente
y para el futuro de nuestro pueblo: Danos entrañas de misericordia
ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna,
ante el que se siente explotado y deprimido,... que tu Iglesia sea un
recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para
que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando...
(Plegaria Eucarística V/b)
Vino, luego, el Padrenuestro y un saludo de paz más entrañable
y cordial que nunca. Se fundían en un abrazo la Iglesia que camina
comprometida y valiente en este tiempo y la Iglesia gloriosa que desde
el cielo gozaba de unirse cargada de los frutos de cuantos durante esta
centuria nos precedieron en el signo de la fe y en el servicio a Pinar
del Río. Se fundían en un abrazo los pinareños
de aquí y los que viven y esperan en un doloroso exilio de lejanía
y desarraigo, demasiado largo y profundo. Se fundían también
en un abrazo, los sacerdotes católicos con los pastores evangélicos
presentes, los artistas y escritores que participaron en el Concurso
y los maestros de las asociaciones fraternales;en un ángulo de
la Catedral, se fundían en fraterno y cristiano abrazo, Oswaldo
Payá, Ofelita, su esposa y otros cubanos que quizá no
sabían la obra de aquel cubano, lo que sí sabían
era que era un cubano. Este abrazo de paz tuvo un sabor de universalidad,
pluralismo y reconciliación entre todos los cubanos. El Obispo
había dicho en su homilía: Abramos las puertas a la reconciliación,
alcemos los dinteles del compromiso por la justicia y la libertad, traspasemos
los umbrales del miedo...
El Nuncio Apostólico leyó emocionado el bello mensaje
del Santo Padre para los pinareños en el que exhortaba a las
comunidades a proseguir su formación cívica y religiosa
y a los laicos a continuar en el estudio y aplicación de la Doctrina
Social de la Iglesia para poder participar en el debate público
y el futuro de su pueblo, al tiempo que otorgaba a todos su paternal
Bendición Apostólica que fue impartida colegialmente por
los ocho Obispos presentes.
Monseñor Siro agradeció efusivamente a todos los que habían
estado presentes y envió su bendición a todos los pinareños
ausentes, estén donde estén, piensen como piensen. Al
salir los celebrantes cantaban a voz en cuello y con la mano puesta
sobre el corazón: En tus Manos, Señor, en tus Manos,
siempre estamos, Señor, Siempre estamos.
La Iglesia en Pinar del Río había celebrado su Acción
de Gracias al Señor de la Historia por estos cien años
de dones y proyectos, de personas y sufrimientos, de cruz y redención.
Cien años no es mucho en la historia milenaria de la Iglesia,
pero significa mucho para una República que había nacido
exactamente y sólo nueve meses antes que esta Diócesis,
aquel 20 de Mayo de 1902 que hemos celebrado recientemente con la esperanza
de un futuro mejor.
El pueblo cantaba mientras era bendecido por la mano cercana de su Pastor.
En el corazón de los pinareños había crecido la
luz, se animaba la esperanza y se afianzaba el compromiso de trabajar
por la libertad de esa luz, por la promoción de la justicia,
por la edificación de la paz que tanto necesita el pueblo cubano.
Hace cien años esta Iglesia viene haciendo esto en un incansable
peregrinar. Hoy hizo una parada para volver el rostro y las manos vacías
a su Señor y decirle sencillamente como dijo en nuestro nombre
el Obispo en la plegaria final de su homilía: Gloria y alabanza
a ti, Padre de los siglos porque nos has permitido nacer y trabajar
en esta querida Diócesis de Pinar del Río, gracias porque
nada mejor nos podía suceder...
Los católicos pinareños salíamos, con ánimo
gozoso y renovadas fuerzas a trabajar por la libertad y la reconciliación
de nuestro pueblo...
Fuera, la noche era más oscura y menos fría, como cuando
se acerca el amanecer.