Excmo. Mons. José Siro González Bacallao
Obispo de Pinar del Río.
Queridos Sacerdotes y Religiosas:
Amigos:
¿Qué es la religión más
que historia?
José Martí
Hace la historia en su decursar
que algunos años sean especialmente significativos y, por tal
razón, revestidos de una luz que como en el famoso poema-
se ve en su sombra; este dos mil tres es uno de ellos y para mayor exclusividad
ha concentrado en sus inicios tres celebraciones importantes para todo
aquel que, muy cerca o muy lejos, lleve en los aromas del alma una mariposa,
en el brillo de la sangre un tocororo o en el largo de los huesos una
palma.
Nacido en el ocaso de enero el cubano con alma de fraile que echó
su suerte con los pobres de la tierra y tuvo vida de Apóstol;
supo, en medio de condenas, incomprensiones, discrepancias y simples
ejercicios del criterio, advertir por encima de ellas que Iglesia
y Estado pueden ser poderes mutuamente respetuosos: el uno, juez de
lo temporal; de lo incorpóreo el otro. Aludiendo así
a la doble pertenencia humana: a sus ansias y a las instancias, que
lo suman cotidianamente en la solución de sus personales carencias
donde más que un camino necesita un mapa y prefiere, una vez
encontrado, que este señale oportunos lugares de descanso y reflexión
antes que tribunales que juzguen su prisa en hallar un destino.
Esos juicios y esas actitudes llegaron hasta él desde la obra
de otro cubano que, a pesar de habitar y morir en frías y distantes
regiones, nos enseñó que primero se ha de pensar y hacerlo
con dignidad, sencillez y servicio; extenderse en su obra, recrearse
en su vida lleva un tiempo del cual no disponemos, pero el vínculo
entre ambos es indiscutible y la preocupación ética por
sus conciudadanos, permanente, ninguno dudó de los suyos, ambos
supieron ir más a las esencias que a las divergencias y en ese
afán de dignidad cívica ese Padre que vivió la
beatitud y rechazó la beatería, advirtió que sólo
Un pueblo religioso y criminal es como un círculo cuadrado,
que sólo tiene existencia en los labios que pronuncian las palabras,
Quizá como un Supremo e impensado homenaje a la razón
de sus juicios y al valor de sus obras, cincuenta años después
de su nacimiento ante los hombres y ante la Fe- la larga Isla
de sus ensueños era honrada con la erección de dos nuevas
Diócesis que pudieran atender mejor las penurias dejadas por
una larga guerra y para que a la sombra de sus alas contaran, como un
cuento en flor, la historia de aquellos Habaneros.
Hoy, a cien años de aquella Diócesis que nacía
entre pinos y a la orilla de un río, un sacerdote italiano nos
entrega un testimonio de fe de estas páginas que recogen tres
siglos de compromiso evangelizador en estas tierras y donde no por sus
nombres sino por su legado están presentes también José
Martí y el Padre Félix Varela.
Puede que los severos jueces de la obra ajena discrepen de la organización
de los capítulos, tal vez más de uno no esté de
acuerdo con algunos juicios, es probable que otros opinen que hay cosas
prescindibles y que algunos la tilden de elogiosa en exceso; puede ocurrir,
pues es obra humana y a los hombres está destinada; mas nadie
dirá que es innecesaria. Rica en datos, documentos, vivencias,
hay en sus veinte capítulos esa historia sufrida que no se narra
cuando se historiaban las batallas y sin la cual no es posible escribir
de generales y gobiernos, aquí está la historia de los
hombres humildes porque aquí está el devenir de sus motivaciones
y de su fe, es decir: de sus casas y poblados.
Tiene este libro otros méritos: el primero, ser fruto de amor,
pues llegado de otras tierras el Padre Gaiga su autor- se identificó
de tal modo con sus feligreses que se incorporó a sus vidas y
dando de lado al frío estilo de quien revisa, compara, define
y anota, ha escrito estas páginas con el placer y el gusto de
quien sabe lo que vale estar a la orilla de un río y a la sombra
de un mango cuando mayo calienta.
El otro mérito es ser obra optimista pues no hay en sus líneas
desaliento ni duda; igual que describe el ruinoso estado de varios templos
iniciales, la destrucción de muchos durante la contienda independentista
o la clausura de otros en los enfrentamientos ideológicos del
período revolucionario, ha sabido exaltar en todo momento la
constancia y la fe de los simples feligreses que de una u otra manera
sostuvieron la cruz y convirtieron sus corazones en campanas que llamaban
otra vez a la Eucaristía, convencidos, sin saberlo, que años
atrás un modelo de sacerdote cubano le enviaba a Elpidio una
carta donde decía: En los umbrales de estos sagrados asilos
quedan detenidas las obras del orgullo y sólo entra la obra de
Dios el hombre.
Mucho tiempo más atrás en la Epístola a los Hebreos
quedaba dicho:
Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios;
considerad cuál haya sido el resultado de su conducta e imitad
su fe:
Ahora, con este libro en las manos, cumplamos con ambos.