Querido Monseñor Luis Robles,
Nuncio Apostólico, valoramos mucho su presencia como Representante
de la persona y el cariño del Santo Padre.
Apreciado Mons. Nicolás Thevenin, atento Secretario de la Nunciatura:
Mons. Pedro Meurice, Arzobispo Primado de Santiago de Cuba, tu testimonio
y tu cercanía, querido hermano, nos animan en la fe y el compromiso
con Cuba y con su Iglesia:
Queridos hermanos en el episcopado, Mons. Héctor Peña,
Obispo de Holguín, Mons. Mariano Vivanco, Obispo de Matanzas,
Mons. Carlos Baladrón, Obispo de Guantánamo-Baracoa, Mons.
Alfredo Petit y Salvador Riverón, obispos auxiliares de La Habana,
gracias por venir a acompañarnos en este Jubileo y por su fraterno
apoyo en todo momento:
Lamentamos en gran medida la ausencia del Cardenal Jaime Ortega, que
está participando en la Asamblea Interamericana de Obispos, he
recibido una carta de él y otra del querido Mons. Adolfo:
Queridos sacerdotes, religiosos y religiosas que comparten nuestra alegría:
Respetados Pastores de otras confesiones cristianas y responsables de
las asociaciones fraternales aquí presentes:
Autoridades civiles:
Queridos hermanos y hermanas:
1. Elevemos nuestras voces y nuestro espíritu en un himno
de Acción de Gracias a nuestro Dios, Señor de la Historia,
que nos ha permitido celebrar este primer centenario de la creación
de nuestra querida Diócesis de Pinar del Río.
En efecto, hace hoy justamente cien años que el Papa León
XIII, de feliz memoria, erigía el tercer Obispado que tuvo Cuba
luego del primado de Santiago de Cuba y el de San Cristóbal de
La Habana. Este mismo día y con las mismas Letras Apostólicas
creaba también la cuarta Diócesis de la Isla, nuestra
hermana y querida Iglesia de Cienfuegos, con la que tenemos el gozo
de compartir espiritualmente esta celebración. Su Obispo vendrá,
Dios mediante, a presidir la Fiesta de nuestro Santo Patrono San Rosendo
el próximo 1ro de Marzo.
Nuestra Acción de Gracias se eleva a Dios, nuestro Padre, por
la historia de evangelización que durante más de trescientos
años ha venido escribiendo el Pueblo de Dios, la Iglesia que
ha peregrinado en estas tierras vueltabajeras, bajo la acción
del Espíritu Santo.
No podemos dejar de mencionar las visitas pastorales de los siglos pasados,
efectuadas por Pastores como el Obispo Diego Evelino de Compostela,
quienes recorrieron estos campos a caballo, en volanta o en carretas
para anunciar con audacia y pasión el Evangelio de Cristo. Ellos
fueron los padres fundadores de esta Iglesia, ellos regaron la primera
siembra de la que todos los siglos posteriores han recibido la luz de
la Verdad. Sobresale la preocupación por la situación
de las familias, por las pobrezas materiales, por los problemas sociales
que estos Obispos y cada uno de los párrocos dejaron plasmados
en los Archivos de la Iglesia al realizar las Visitas Pastorales. Esta
es la lección: la Iglesia desde siempre, a lo largo de los siglos
ha expresado su preocupación por la vida del pueblo, se ha dedicado
a remediarla como pudo y ha encontrado el sentido de su predicación
profética en la entrega generosa al servicio de los más
necesitados del alma y del cuerpo. Nosotros somos herederos de esta
ingente labor en la que nunca se separó la siembra de la Palabra
y la cura de las heridas, el anuncio de Cristo y la redención
de los hombres y la mujeres que encontraba en el camino. No debemos
descuidar esta herencia. No la debemos dejar en segundo plano, aún
cuando la Iglesia sea incomprendida y segregada de los cauces por donde
corre la vida pública y el debate para la solución de
estos problemas.
Los Obispos que vinieron después, continuaron esa sagrada misión
de enseñar, santificar y guiar a este pueblo. Y en este siglo,
damos gracias por Mons. Orúe y Vivanco de corto ministerio episcopal,
por su sucesor, uno de los más grandes obispos de Cuba, Mons
Manuel Ruíz, por el entrañable y nunca olvidado Mons.
Evelio Díaz, el primer pinareño Pastor de esta Diócesis,
y por el episcopado de Mons. Rodríguez Rozas, de feliz memoria
y de nuestro querido Mons. Jaime que es ahora Arzobispo de La Habana
y Cardenal de la Santa Iglesia. Rueguen conmigo a Dios para que este
siervo suyo pueda servir fielmente a este pueblo aún sin poder
alcanzar la altura de mis predecesores.
2. Debemos dar gracias a Dios también porque un numeroso
grupo de sacerdotes como el Padre González Arocha, el Padre Miret,
el Padre Cayetano, el Padre Claudio Ojea y muchos más gastaron
su vida al servicio de este pueblo y manifestaron patentemente y sin
vacilar su inseparable amor a Cristo y a Cuba. Los sacerdotes de hoy,
los seminaristas que serán los pastores del segundo Centenario
de la Diócesis, deben estudiar la vida y las obras de estos y
otros presbíteros que supieron en los peores trances y en los
tiempos de bonanza, hacer la síntesis vital entre la Palabra
y la vida, entre la fe y la cultura, entre el culto y la misión,
entre la caridad y el profetismo, sin fisura, sin claudicar ante el
cansancio y los peligros. Inspirémonos en esa coherencia de vida
y misión.
Somos también herederos de aquellos religiosos misioneros como
el P. Ibarguren y el Padre Lombó, como el P. Rivera y el P. Jaime
Manich, jesuitas, franciscanos, escolapios, y otros que sin dejar su
carisma propio, hicieron de las misiones itinerantes, campesinas y populares
un signo distintivo de esta Iglesia de Pinar del Río. Junto a
ellos y junto al pueblo, sin pensar en ellas mismas, sin poner primero
sus necesidades congregacionales sino las necesidades del pueblo, gastaron
su vida y sus pobres zapatos aquellas mujeres religiosas consagradas
que pusieron en Cristo toda su confianza y supieron escuchar los latidos
más profundos, las quejas más dolorosas y las lágrimas
más amargas de este pueblo. Los nombres de Sor Asunción,
Sor Isabel Valdés, la Madre Josefa Plat y tantas otras, se unen
más recientemente al de Sor Ligia Palacio Jaramillo, cada una
en su tiempo y a su forma, supieron dar testimonio de que la prioridad
de su vida eran los pobres y el sentido de su consagración la
fidelidad a este pueblo. En ellas tienen las religiosas de hoy, de mañana
y de siempre no sólo unas intercesoras, sino el ejemplo inspirador
de lo que significa la esencia de la vida consagrada. No debemos fallar
a ese legado.
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Monseñor
Luis Robles, Nuncio Apostólico en La Habana (izquierda),
Monseñor Siro, Obispo de Pinar del Río (centro)
y Pedro Meurice Estiú, Arzobispo Primado de Santiago de
Cuba.
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3. Permítanme una última inmersión en el
riquísimo pozo de la memoria histórica de esta Iglesia
que, sin mérito propio hemos recibido en herencia. No puedo dejar
de referirme con profundo agradecimiento a la multitud de laicos y laicas
que marcaron para siempre el carácter de esta Iglesia y a la
que ella le debe lo mejor de sus obras y testimonios. La Iglesia en
Pinar del Río ha sido y es una Iglesia donde los seglares han
tenido, han ocupado y han exigido su lugar, su misión y su cuota
de sacrificio. Solamente mencionaré a algunos cuyas vidas ejemplares
son elocuentes por sí solas: Comienzo por las mujeres, Doña
Panchita Barrios, madre de muchos hijos y misionera de nuestros campos
y lomeríos, Paulita Castillo, progenitora de una gran familia
e incansable predicadora de la misericordia de Dios, Zoila Quintáns,
fundadora de las Maestras Católicas, Josefa Méndez, Lola
Careaga también conocida como el beso de Cuba por
el gesto que tuvo con el Papa en plena Plaza José Martí
y tantas otras que cuidaron, defendieron, ayudaron a reorganizar la
Iglesia, en los duros momentos en que la mayoría de los hombres
y las demás mujeres le volvían la espalda.
Debemos mencionar también e implorar su intercesión, a
aquellos hombres laicos, intrépidos cristianos como César
Balbín, misionero desde Oriente en cada vega y casa de tabaco,
Justo Figueroa, negro valiente y devoto que sembró de capillas
y de fe la parte norte de nuestra Diócesis, Ormani Arenado Llonch,
joven piadoso y culto que entregó su vida en coherencia con su
compromiso con la libertad de Cuba desde la inspiración cristiana
y más recientemente, el hermano Arturo, de Candelaria y la hermana
Lilia Carbonell, de Mantua, para sólo mencionar algunos. Queridos
laicos y laicas de la Diócesis de Pinar del Río, que este
rasgo distintivo de nuestra Iglesia siga distinguiéndolos hoy
y siempre. No se desanimen, los invito como Pastor de esta porción
del pueblo de Dios a ser valientes, serenos, perseverantes y muy comprometidos
con la vida de nuestro pueblo. El campo de la familia, de lo social,
de lo económico, el mundo de la política, de la cultura,
de las ciencias y de las artes, es el campo propio e indeclinable de
la misión que les es propia. Ese mundo es el lugar donde encontrarán
a Dios en la persona de cada hombre y en los ambientes donde desarrollan
su vida y su trabajo. Ese es el lugar de santificación de ustedes.
Nunca pidan a la Iglesia que los saque de ese mundo, antes bien, hagan
presente a Cristo y a su Iglesia en medio de ese mundo. Un laico católico,
fiel a su vocación, no huye de ese mundo, no se refugia en la
Iglesia más que para reponer fuerzas y Gracia para volver a salir,
para adentrarse mar adentro en cada ambiente, en cada estructura
social o política, en cada una de nuestras familias, trabajos,
escuelas y calles . Su Obispo los acompaña y los respeta. No
decide por ustedes, no los protege como adolescentes sino los apoya
como hombres y mujeres adultos, responsables de sus propias vidas y
de cada una de sus acciones. Como dijo el Papa, ustedes son y
deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional.
El Obispo los bendice y los anima. Los anima a permanecer en Cuba, aquí
es posible ser feliz y ser fiel. Aquí es posible servir a Cristo
y servir a Cuba sin grietas en el alma. Es una bendición vivir
aquí en estos tiempos de transición de época y
de purificación del alma.
Su obispo los anima sobre todo a ser fieles a la Verdad, audaces defensores
de la justicia, servidores de una caridad comprometida con la erradicación
de las causas de la pobreza, trabajadores de la libertad con responsabilidad,
edificadores de la paz y la reconciliación.
4. La historia de estos cien años no es sólo una
herencia inapreciable, sino que es lección de vida, reto y desafío
para el presente de nuestra Iglesia. Esa herencia y esas lecciones son
una urgente llamada de Dios que nos invita a la fidelidad y al compromiso.
El presente de nuestra Iglesia no puede, y no debe ser otro que el presente
de nuestro pueblo. Estamos aquí para servirlo, para acompañarlo,
para ayudar a curarlo, para cooperar en su crecimiento en humanidad
y en gracia. Estamos aquí para adelantar el Reino de Dios en
medio de nuestro pueblo. La Iglesia es experta en humanidad y tiene
un deber insoslayable con las personas que sufren la injusticia.
Recuerdo vivamente la exclamación del Papa en la Plaza de La
Habana cuando dijo:
Queridos hermanos: la Iglesia es maestra en humanidad. Por eso,
frente a estos sistemas, presenta la cultura del amor y de la vida,
devolviendo a la humanidad la esperanza en el poder transformador del
amor vivido en la unidad querida por Cristo...La Iglesia, al llevar
a cabo su misión, propone al mundo una justicia nueva, la justicia
del Reino de Dios (cf. Mt 6, 33). En diversas ocasiones me he referido
a los temas sociales. Es preciso continuar hablando de ello mientras
en el mundo haya una injusticia, por pequeña que sea, pues de
lo contrario la Iglesia no sería fiel a la misión confiada
por Jesucristo. Está en juego el hombre, la persona concreta.
Aunque los tiempos y las circunstancias cambien, siempre hay quienes
necesitan de la voz de la Iglesia para que sean reconocidas sus angustias,
sus dolores y sus miserias. Los que se encuentren en estas circunstancias
pueden estar seguros de que no quedarán defraudados, pues la
Iglesia está con ellos y el Papa abraza con el corazón
y con su palabra de aliento a todo aquel que sufre la injusticia.(no.5)
El magisterio de Juan Pablo II en su inolvidable visita a Cuba, de la
que estamos celebrando el quinto aniversario, debe ser la brújula,
el norte y el rasero de nuestra misión evangelizadora aquí
y ahora. Ese magisterio está en plena consonancia con las enseñanzas
de los Obispos cubanos, está en sintonía con las prioridades
y reflexiones del ENEC. Esas enseñanzas del Papa en su peregrinación
apostólica a Cuba le dan plenitud al Mensaje de los Obispos cubanos
conocido como El Amor todo lo espera que el 8 de Septiembre
cumple 10 años y que mantiene hoy toda su vigencia y urgencia.
La palabra del Papa en Cuba inspiró el mensaje Un cielo
nuevo y una tierra nueva que los Obispos presentamos en ocasión
del Jubileo del año 2000 y que no ha tenido aún la aplicación
deseada. Creo personalmente que los puntos ofrecidos en el Mensaje dirigido
a los Obispos cubanos el domingo 25 de Enero de 1998, son para mí,
pastor de esta amada y sufrida Diócesis, principal motivo de
inspiración, guía segura para orientar mi misión
apostólica y programa encarnado y profético para la vida
de la Iglesia en Cuba en los años por venir. Los animo, pues
a iluminar nuestro presente con ese magisterio pontificio.
Cuba lo necesita hoy más que entonces, porque sufre más,
porque el tiempo avanza y porque las esperanzas urgen al compromiso
sin descanso. La Iglesia que vive en Cuba, esta Iglesia de Pinar del
Río en profunda comunión con ella, debe elevar a su Señor
aquella parte de la Plegaria Eucarística que rezamos frecuentemente:
Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana,
inspíranos el gesto y la palabra oportuna, frente al hermano
sólo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles
ante quien se siente explotado y deprimido. Que tu Iglesia, Señor,
sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, justicia y de paz,
para que todos encuentren un motivo para seguir esperando. (Plegaria
Eucarística V/b. Misal Romano)
Al celebrar este primer Centenario de nuestra Diócesis volvemos
los ojos hacia el Señor que sufre y espera en cada cubano y cubana.
Que no nos distraigan los ruidos de este mundo, que no nos confundan
las voces extrañas al Evangelio, que nunca perdamos de vista
al pueblo al que estamos enviados, porque si nos distraemos no escucharemos
la Palabra de la Verdad; porque si perdemos de vista al pueblo que sufre,
seremos ciegos que guían a otros ciegos; porque si abandonamos
al que es discriminado, perseguido por causa de la justicia, al que
se siente sólo o desamparado, estaremos abandonando al mismo
Cristo. Así lo expresó vehementemente el Santo Padre en
el Rincón:
Cuando sufre una persona en su alma, o cuando sufre el alma de
una nación, ese dolor debe convocar a la solidaridad, a la justicia,
a la construcción de la civilización de la verdad y del
amor. Un signo elocuente de esa voluntad de amor ante el dolor y la
muerte, ante la cárcel o la soledad, ante las divisiones familiares
forzadas o la emigración que separa a las familias, debe ser
que cada organismo social, cada institución pública, así
como todas las personas que tienen responsabilidades en este campo de
la salud, de la atención a los necesitados y de la reeducación
de los presos, respete y haga respetar los derechos de los enfermos,
los marginados, los detenidos y sus familiares, en definitiva, los derechos
de todo hombre que sufre. En este sentido, la Pastoral Sanitaria y la
Penitenciaria deben encontrar los espacios necesarios para realizar
su misión al servicio de los enfermos, de los presos y de sus
familias.
La indiferencia ante el sufrimiento humano, la pasividad ante las causas
que provocan las penas de este mundo, los remedios coyunturales que
no conducen a sanar en profundidad las heridas de las personas y de
los pueblos, son faltas graves de omisión, ante las cuales todo
hombre de buena voluntad debe convertirse y escuchar el grito de los
que sufren. (Homilía en el Rincón.no.4)
Quiero animar a los diferentes servicios diocesanos a responder con
diligente caridad y solidaridad a ese grito de los que sufren en el
alma o en el cuerpo, en el alma propia y en el alma de Cuba.
- La Catequesis de Niños y las pastorales de adolescentes y jóvenes
deben seguir respondiendo a la formación integral que es una
de las prioridades de nuestro Plan Global de Pastoral, ayudándolos
a que crezcan en la virtud y el compromiso con Cuba y su Iglesia.
- La Pastoral de la Familia y los Grupos Pro-vida y de la Tercera Edad
deben responder a las necesidades urgentes y graves de la familia cubana.
Haciendo realidad aquella llamada del Papa: ¡Cuba, cuida a tus
familias para que mantengas sano tu corazón!
- La Pastoral Social, Cáritas, Pastoral de la Salud, Hermandad
de Ayuda al Preso y sus Familiares, Comisión de Justicia y Paz
y el Centro de Formación Cívica y Religiosa, con sus grupos
y servicios deben responder, sin desanimarse, a las urgentes necesidades
del cuerpo y a la reconstrucción de la persona y de la sociedad
civil.
- Los Misioneros, Ministros de la Palabra y Animadores de Comunidades
deben seguir la incansable siembra evangélica de aquellos padres
fundadores de esta Diócesis, de aquellos laicos y laicas. Sembrar
a tiempo y a destiempo. Sólo El Señor sabe el mérito
y el valor que ustedes tienen para no desfallecer.
- Nuestras publicaciones: las revistasVitral, El Pensador, y todos los
boletines de los grupos y servicios pastorales y nuestras hojitas parroquiales,
deben ser fieles a la Verdad y saber que están al servicio de
ella, al servicio de la libertad de la luz y de la justicia en el Amor.
El Obispo los bendice y acompaña, los anima y les agradece todo
lo que están haciendo para hacer realidad aquellas clarísimas
palabras del Santo Padre:
Un estado laico no debe temer, sino más bien apreciar,
el aporte moral y formativo de la Iglesia. En este contexto es normal
que la Iglesia tenga acceso a los medios de comunicación social:
radio, prensa y televisión, y que pueda contar con sus propios
recursos en estos campos para realizar el anuncio del Dios vivo y verdadero
a todos los hombres. En esta labor evangelizadora deben ser consolidadas
y enriquecidas las publicaciones católicas que puedan servir
más eficazmente al anuncio de la verdad, no sólo a los
hijos de la Iglesia sino también a todo el pueblo cubano.
(Mensaje a los Obispos cubanos.no.5)
Estas obras y todas las demás obras apostólicas que, gracias
a Dios, crecen y se desarrollan en nuestra Iglesia Diocesana cuentan
con la bendición y al apoyo de su Obispo, de los sacerdotes,
de las religiosas y de muchas personas de buena voluntad. Todas estas
obras y servicios tienen un costo y una ofrenda. El costo del sacrificio
y la ofrenda permanente que es agradable a Dios. Vale la
pena poder presentar en la Mesa del Señor nuestras pobres ofrendas
que en esta Eucaristía se unen al eterno sacrificio de Cristo
que da sentido a nuestros sacrificios y salvación a nuestras
vidas.
5. Nuestro presente es una invitación a la encarnación
y el profetismo, al servicio generoso y a la apertura de mentes, de
corazones y de obras que estén a disposición de todos
los cubanos y no sólo de los miembros activos de nuestras comunidades.
En el Salmo de hoy hemos cantado: ¡Abrid vuestros dinteles, Oh
puertas, alzaos, Oh puertas eternas y entrará el Rey de la Gloria!
Esta debe ser nuestra actitud y nuestro estilo: Una Iglesia abierta
a Cuba y a todos los cubanos, los de la Isla y los de la Diáspora,
los que piensan como nosotros y los que piensan diferente. Debemos preguntarnos
durante este año Jubilar qué significa para la Iglesia
abrirse más al pueblo, a la gente concreta que comparte nuestro
peregrinar, qué significa que la Iglesia ensanche sus dinteles
a los diferentes ambientes sociales en los que aún no está
presente, ni ella como comunidad, ni sus hijos como ciudadanos.
Debemos cruzar los umbrales del miedo, de la desesperanza, del desarraigo,
de la anomía, debemos alzar los dinteles de nuestro compromiso,
de nuestra entrega sacrificada y gozosa. Debemos superar los postigos
de nuestras falsas prudencias, de nuestras estrecheces de miras, de
nuestros posibles sectarismos y cálculos desde la miseria humana.
Abrir nuestro corazón y nuestras obras a todo hombre y mujer
de buena voluntad es abrir la puertas a Cristo. No es abrir las puertas
para que entre cualquier aire del mundo, ni para que nos
dobleguemos a su influjo como caña doblada por el viento.
Ni para que cambiemos al Dios verdadero por un becerro que ni de oro
nos ha salido. ¿Qué personas, o qué cosas o estructuras,
o tentaciones, constituyen hoy nuestros becerros, nuevos ídolos
ante quienes nos inclinamos dejando al Dios inefable y misericordioso?
La segunda lectura de hoy, de San Pablo a los Corintios, nos habla claro
en nombre de Dios. No por casualidad sino por providencia, el Santo
Padre terminaba con esta misma cita su Mensaje a los Obispos cubanos:
Mire cada cuál como construye. Nadie puede poner otro cimiento
fuera del ya puesto, que es Jesucristo. Lo que ha hecho cada uno saldrá
a la luz...porque ese día despuntará con fuego y el fuego
pondrá a prueba la calidad de cada construcción.
(I Cor. 3.10-17)
Esta es y debe ser nuestra mayor inquietud y nuestra única preocupación
verdadera. ¿Cómo construimos el Reino de Dios en Cuba?
¿Sobre qué cimientos edificamos, no sólo la comunidad
cristiana, sino sobre qué bases construimos el edificio de nuestra
sociedad?
Estos últimos cien años, los días que han despuntado
a la luz y al fuego de los años, ya son suficientes para que
podamos fijarnos en la calidad de las obras de estos tiempos en Cuba.
Afincados firmemente en Cristo, el único Señor y el único
Maestro que no defrauda, construyamos una Cuba nueva y mejor, estimulando
las iniciativas que puedan configurar una nueva sociedad- como
recomendábamos los Obispos en nuestra Carta Jubilar del 2000,
haciendo nuestra la exhortación del Papa al año de su
Visita.
Alcemos la vista y veremos que los campos están ya maduros para
la cosecha. La Iglesia tiene una responsabilidad histórica a
la que debe corresponder con humildad e incasable perseverancia.
La Iglesia en Pinar del Río, desea de todo corazón, dar
su aporte a esta vocación de servicio al pueblo cubano permaneciendo
en Cuba, con Cuba y viviendo para Cuba, para servir a la causa de la
justicia, la libertad, la verdad y el amor. Que en este empeño
tremendo no perdamos ni la sencillez de vida ni nuestra fe en la fuerza
de lo pequeño. Que en este empeño nos acompañe
siempre el ejemplo y la intercesión de San Rosendo, nuestro santo
Patrono y todos aquellos que nos han precedido en el signo de la fe,
especialmente del Siervo de Dios, el Padre Félix Varela, de cuyo
tránsito al Cielo estamos celebrando el 150 Aniversario.
Que nuestra Madre, Reina y Patrona, la Virgen de la Caridad, peregrine
con nosotros y presente al Señor esta Plegaria que le dirigimos
en nombre de toda la comunidad eclesial en el Primer Centenario de la
Diócesis de Pinar del Río:
A Ti, Señor Jesucristo, Camino, Verdad y Vida,
Te alabamos y te bendecimos
porque nos has concedido la Gracia inefable
de haber nacido en Cuba y de poder trabajar en esta
porción de tu Iglesia que es la querida Diócesis de
Pinar del Río.
A ti, Señor de la Historia y Padre de los Siglos,
Te alabamos y te damos gracias,
porque nada mejor nos pudiera haber pasado
que compartir con nuestro pueblo
esta hora crucial y única de Cuba.
Ponemos en el Altar nuestra historia pasada:
memoria, herencia y compromiso;
Ponemos también nuestro presente:
Desafío y vocación, don y tarea;
Sobre tu Altar ponemos también
las incertidumbres y las esperanzas del porvenir.
Haznos una ofrenda permanente
para que seamos fieles,
para que podamos servir generosamente
y alcancemos así el gozo eterno
de saber que hemos edificado sobre
la Única Roca que es Cristo
Y poderte decir, con manos limpias y corazón sereno:
Siervos inútiles hemos sido,
Tú, has estado grande con nosotros.
Gracias, Señor.
Amén.