Las estrellas se funden en las luces de New York.
El Parque Central reverbera en los árboles milenarios de verdes
y ocres, en floraciones disolventes; Columbus Circle se despierta a
la sinfonía nocturna de los ecos de la ciudad. Estamos en el
piso cincuenta. Un amplio apartamento con olor a rosa y gardenia. Se
oyen voces. De la mano de Esther Borja, un joven mulato, alto, delgado
y refinado, irrumpe en el mundo de las tertulias de Natalia Aróstegui,
mecenas de las artes y declamadora de poetas universales. Está
Lecuona al piano, y al entrar Esther Borja la atmósfera se apuntala
en un ritmo de incalculable valor artístico: es la Damisela encantadora.
La Aróstegui, anfitriona mayor, derrama su gracia de mujer alta,
rubia, de intensos y profundos ojos azules, con el porte de una walkiria
wagneriana. A la velada asisten Alberto Gandero, Lolo Larea de Sarrá
y otros que gozan en este espacio donde Natalia, con sus trenzas enrolladas
alrededor de la cabeza, declama.
Toda personalidad tiene un pasado y la simiente hay que buscarla allí:
Santiago de Cuba. Corrían los años 30 y un niño
escuchaba a su hermana Silvia recitar en actividades organizadas por
la Doctora Camila Hernández Ureña. No pocas veces acompañó
a su hermana por esas calles adoquinadas camino al Conservatorio de
Música, para sus clases de piano. Él mismo, en contra
de la voluntad de su madre, trata de estudiarlo; pero ella, de carácter
fuerte, lo tenía destinado para la abogacía o la medicina.
A los 15 años ya era profesor de inglés. Muy joven, quedó
fuertemente impresionado al leer Órbita de la poesía afrocubana,
de Ramón Guirao, y esa primera emoción lo marcó
para toda su vida.
|
Foto en un
estudio de Televisión. Luis Carbonell consolida,
en los años 50, su manera inimitable de decir poesía.
|
Si en el primer cuarto de siglo escasea la poesía de raíces
negras, no ocurre así en la década de los 30, cuando el
número de cultivadores de esta modalidad es notable. Como esta
poesía es ante todo música y ritmo, no son pocos los recitadores
del género. Entre los más populares se encuentran Eusebia
Cosme y Luis Carbonell, siendo éste último el más
alto exponente de la declamación, pues sabe como nadie recrearnos
esa atmósfera de reafirmación nacional por su cubanía
y sentido de lo americano-, pero sin cargar la mano, pues su decir nunca
excede el ritmo y su precisa gestualidad es, más bien, un soporte
de contenida intención plástica. Con el tiempo, Carbonell
ha devenido un factor cubanizante en lo raigal.
En 1946, buscando ampliar su horizonte artístico espiritual,
se traslada a New York, donde trabajó en una joyería;
pero su vocación por el arte, la música y la poesía
crecen, y se va consolidando día a día, con su asidua
presencia en las actividades culturales que se celebraban en esa ciudad.
A través de Esther Borja y Ernesto Lecuona, se vincula con Diosa
Costello, quien lo lleva a debutar con mucho éxito en el show
del Teatro Hispano. De regreso a La Habana se presenta en el Teatro
Wagner, hoy cine Yara, donde desborda con su talento a los asistentes.
Casi inmediatamente, hace su aparición en el programa De fiesta
con Bacardí, en la emisora radial CMQ, consagrándose a
nivel nacional como El acuarelista de la poesía antillana.
En su labor de profesor crea el cuarteto Los Cañas, con repertorio
de autores como Bach, Shubert, Chopin y lo más selecto de todos
los géneros americanos. Forma artistas de la talla de Pacho Alonso,
Linda Mirabal, Facundo Rivero, Aurelio Reinoso, Los Papines y Las de
Aida. En su discografía destacan más de 15 discos de larga
duración, tres CD y la grabación Rapsodia de Cuba, de
Esther Borja, donde ésta canta a dos, tres y cuatro voces, canciones
cubanas, ejemplo único y hasta ahora inigualado.
Viaja por toda América y España. En noviembre de 1999
lo invitan a Miami y actúa en los programas Star Fish y Cristal
de Tele Miami. Más tarde, en octubre del 2000, ofrece recitales
de poesía en el Baruch College y en el City College de New York.
En diciembre de ese mismo año, junto a una delegación
integrada, entre otros , por Rosita Fornés, participa en el homenaje
a Agustín Lara realizado en Veracruz.
|
Luis Carbonell,
artista de cualidades excepcionales,
dice la poesía con verdadero sabor cubano.
|
La disciplina de Luis es la de quien se impone a sí mismo un
tour de force, y por tanto su decir tiene la pulcritud en
cada uno de sus elementos de un instrumento mismo. No olvidar
su movimiento preciso, la atmósfera planteada con exactitud sensual,
todo a manera de una orquestación de los sentidos, hasta armar
la escena y desembocar de manera progresiva en un silencio, donde todavía
repercute lo rigurosamente planteado con la magia de lo fascinante.
No por gusto Carbonell tiene poderes de invocación en ese reino
afianzado en los contornos de nuestra nacionalidad.
Hay que pensar en Luis como uno de esos grandes a los que
los dioses blancos u orishas negros han tocado con el don mágico
para conferirle su gracia, su talento y su espíritu de sacrificio.
Talento y gracia ayudan, pero no bastan para llegar a la cima y mantenerse
allí. Carbonell lo sabe muy bien. Para ello, hace falta pagar
una altísima cuota de días, meses y años de intenso
estudio, de paciente y dedicada labor de aprendizaje, de muchísimo
esfuerzo, de continuas renuncias, hasta juntar esos diversos materiales
de iluminación del espíritu, inspiración que en
él se resuelve creativamente en todas sus variantes. Don Luis
ha logrado lo que pocos: conquistar, palmo a palmo, ese impreciso dominio
donde moran, ya libres del tiempo, los elegidos; esos que en nuestro
país gozan del raro privilegio de ser irrepetibles.
Tomado de Cubaencuentro 10 7 2002.