Revista Vitral No. 51 * año VIII * septiembre-octubre 2002


JUSTICIA Y PAZ

 

HA MUERTO UN SANTO

DAGOBERTO VALDÉS HERNÁNDEZ

 

 


Al leer la expresión del obispo Secretario del Pontificio
Consejo Justicia y Paz, Monseñor Giampaolo Crepaldi: Ha muerto un santo, refiriéndose al Cardenal Nguyen Van Thuan, recordé la delicada y constante atención y preocupación por Cuba que el Purpurado mostró siempre que tuve la dicha y el honor de conversar con él y compartir los trabajos del Consejo Justicia y Paz.

Cardenal Francisco-Xavier Nguyen Van Thuan


Entonces, me dije, si en todo ese tiempo mostró tanto interés por Cuba y todos los cubanos, ahora tenemos desde el Cielo un perseverante y atento intercesor.
El Cardenal Van Thuan, nunca visitó Cuba, tenía la intención de venir a presentar el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia que preparó el Pontificio Consejo para el servicio de la Iglesia Universal. Su deteriorada salud no se lo permitió.
Pero soy testigo de su interés por cada detalle de la vida de esta Iglesia cubana y de todo el pueblo. Compartía nuestros anhelos y esperanzas, así me lo hacía saber no sólo de palabra sino en cada sencilla dedicatoria en los libros que le publicaron y que, casi imperceptiblemente, aprovechando un receso de los trabajos del Pontificio Consejo, dejaba sobre mi puesto del plenario en el Palacio de San Calixto, en el Trastevere romano, en cuyo ático vivía.
Recuerdo su cruz pectoral, confeccionada en la cárcel, su andar sosegado y diligente como de buen asiático, su mirada penetrante y calurosa, su amplia y transparente sonrisa de hombre feliz y realizado, sus constantes deferencias para con el cubano. Era como si algo invisible pero muy concreto nos uniera en la esperanza. Era la comunión en la fe y en las angustias. Era la certeza de que “Todo pasa y sólo Dios basta.”
Al dejarnos para pasar a la Casa del Padre, el Pontificio Consejo Justicia y Paz pierde a un Presidente, que sobre todo fue «Testigo», es decir, mártir, el que da la cara y la vida por Cristo.
Cuando el obispo Van Thuan recibió la roja púrpura cardenalicia, me dije al ver su foto: ¡Qué coherencia entre la vida y el hábito-signo de la sangre y el sacrificio por Cristo¡ Las palabras con las que el Santo Padre indica a los cardenales que deben «dar testimonio de Cristo hasta la efusión de la sangre»,  se habían cumplido ya en el nuevo «príncipe de la Iglesia». Porque la efusión de la sangre no ocurre sólo en el martirio cruento sino, también y más comúnmente, en lo que el mismo Pontífice ha llamado «martirio civil». Es decir, en esa entrega sacrificada y cotidiana, sin aspavientos y sin heridas visibles, pero que va convirtiendo a cada testigo de la cruz en “una ofrenda permanente”. Eso fue en la cárcel de Vietnam y en el Palacio de San Calixto. Eso fue en la oscuridad de la persecución y en la gloria de la Ciudad Eterna. Como a caballo entre dos mundos, con un pie en su Patria y otro en la Aldea Global, vivió, “pasó haciendo el bien” entre la cruz y la vida, entre la humillación y la esperanza.

Misa de Requiem ofrecida por el Obispo de P. del Río,
en memoria del Cardenal Van Thuan.


Que Van Thuan, el insigne pastor que llevó sobre su vida el inconfundible sello de cardenal de la justicia y de la paz, interceda para que ese servicio en el seno de la Iglesia y en el corazón del mundo sea un motivo de auténtica esperanza.
Que interceda también por Cuba.

Dagoberto Valdés Hernández

 

El Papa exalta la coherencia «hasta el martirio» del Cardenal Van Thuan.
Preside las exequias del purpurado vietnamita

CIUDAD DEL VATICANO, 20 septiembre 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II presentó al cardenal vietnamita Francois-Xavier Nguyen Van Thuan como «ejemplo luminoso de coherencia cristiana hasta el martirio», en su funeral que presidió en la tarde del viernes 20 de Septiembre en la Basílica del Vaticano.
El cardenal Van Thuan, que falleció el lunes 16 a los 74 años de edad después de una larga enfermedad, era presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz y había pasado 13 años en las cárceles vietnamitas, después de haber sido nombrado en 1975 obispo coadjutor de Saigón.
«Puso toda su vida bajo el signo de la esperanza», dijo Juan Pablo II que abandonó la residencia de Castel Gandolfo para participar en las exequias.
Precisamente con una invitación a la esperanza, recordó el pontífice, el entonces arzobispo Van Thuan «había comenzado las meditaciones de los Ejercicios Espirituales» a la Curia Romana, en marzo del año del Jubileo.
«En la prisión —siguió subrayando el Papa que le acogió en Roma cuando el régimen comunista le deportó— había comprendido que el fundamento de la vida cristiana es «escoger sólo a Dios», como hicieron también los mártires de Vietnam en el siglo pasado».

El Cardenal Van Thuan a la derecha del Papa en una audiencia al Pontificio Consejo Justicia y Paz, (1995)


«Los mártires —dijo el Papa citando palabras del cardenal vietnamita— nos han enseñado a decir «sí»:  un «sí» sin condiciones ni límites al amor del Señor; pero también un «no» a la vanidad, a los compromisos, a la injusticia, justificados quizá con el objetivo de salvar la propia vida».
«Su secreto era la indomable confianza en Dios, alimentada por la oración y el sufrimiento del sufrimiento aceptado con amor», afirmó el Santo Padre.
«En la cárcel celebraba todos los días la Eucaristía con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano —siguió recordando—. Ese era su altar, su catedral. El cuerpo de Cristo era su «medicina»».
«Fiel hasta la muerte —concluyó el Papa—, conservó la serenidad y la alegría incluso durante la larga y sufrida estancia en el hospital. En los últimos días, cuando ya era incapaz de hablar, se quedaba con la mirada fija en el crucifijo que tenía en frente. Rezaba en silencio, mientras culminaba su extremo sacrificio coronando una existencia marcada por la heroica configuración con Cristo en la Cruz».
ZS02092006

Un Pastor siempre fiel a las necesidades de su pueblo

Juan Pablo II ha destacado el heroísmo del cardenal François-Xavier Nguyen Van Thuan, fallecido este lunes a los 74 años, en varios mensajes, uno de ellos enviado a la anciana madre del purpurado vietnamita.
Monseñor Van Thuan pasó trece años en las cárceles comunistas (nueve en régimen de aislamiento), después de que Pablo VI le nombrara arzobispo coadjutor de Ho Chi Minh (la antigua Saigón) en 1975.
Van Thuan fue deportado en 1991. Juan Pablo II le acogió en Roma. Desde entonces el gobierno vietnamita lo declaró «persona non grata». Nunca más pudo regresar a su patria.
El Papa le acogió en la Curia Romana, donde llegaría a ser creado cardenal y presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y Paz.
Al conocer la noticia del fallecimiento del cardenal a causa del cáncer, el Papa envió un telegrama a su madre, la señora Ngo Dinh Thi Hiep, que en estos días se encuentra en Roma, para manifestarle su pésame. «La Iglesia reconoce en su hijo —asegura el Papa- a un testigo fiel y valiente del Evangelio, al que ha sido fiel en las pruebas por amor a Cristo y a la Virgen María».
El pontífice ha transmitido también sus condolencias a los católicos vietnamitas, enviando un mensaje al obispo de Nha Trang y presidente de la Conferencia Episcopal de Vietnam, monseñor Paul Ngûyen Van Hoa. El telegrama recuerda «esta gran figura sacerdotal y episcopal de su país, que con una fidelidad y una valentía ejemplares, ha dado testimonio de su fe en Cristo, estando estrechamente asociado a su misión a través de su ministerio y su pasión por los sufrimientos que ha padecido».
Por último, el obispo de Roma ha enviado también un telegrama al obispo Giampaolo Crepaldi, secretario del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, y a los miembros de ese organismo vaticano que presidía el purpurado.«El querido hermano difunto deja el recuerdo indeleble de una vida gastada en la adhesión coherente y heroica a la propia vocación, como sacerdote atento a las necesidades del pueblo cristiano y pastor lleno de celo por el Evangelio, siempre fiel a la Iglesia incluso en el duro tiempo de la persecución», constata el mensaje pontificio.
Con la muerte del purpurado vietnamita, el colegio cardenalicio queda compuesto ahora por 172 cardenales, de los cuales 116 son electores (no han cumplido los ochenta años).

Cardenal Van Thuan: de las carceles comunistas
a «Príncipe de la Iglesia»

Un hombre que amó a sus enemigos

De las cárceles vietnamitas a «príncipe de la Iglesia». Así se puede resumir la vida del cardenal François Xavier Nguyen Van Thuan, fallecido en Roma este lunes a los 74 años de edad a causa del cáncer que minaba su salud desde hace tiempo.
En marzo de 2000, el cardenal Van Thuan conmovió a Juan Pablo II y a los miembros de la Curia Romana con la predicación de los Ejercicios Espirituales, en los que transmitió experiencias vividas durante los 13 años pasados en la cárcel .
En una entrevista concedida a Zenit en aquella ocasión (Zenit, 12 de marzo de 2000), el cardenal recordaba: «A los compañeros de prisión no católicos que me preguntaban cómo podía seguir esperando, les respondía: «He abandonado todo para seguir a Jesús, porque amo los «defectos» de Jesús»».

De izquierda a derecha, Van Thuan, Dagoberto Valdés y Monseñor Piotr Jarecki,
Obispo Auxiliar de Varsovia, durante una sesión de Justicia y Paz.


«En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide que se acuerde de él cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido yo —reconocía monseñor Van Thuân— le hubiera respondido: «no te olvidaré, pero tienes que expiar tus crímenes en el purgatorio». Sin embargo, Jesús, le respondió: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». Había olvidado los pecados de aquel hombre».
«Lo mismo sucedió con Magdalena, y con el hijo pródigo. Jesús no tiene memoria, perdona a todo el mundo». Este era el «defecto» de Jesús que más le gustaba al cardenal Van Thuan.
«Jesús no sabe matemáticas —bromeaba el cardenal Van Thuân al hablar de los «defectos» de Jesús—. Lo demuestra la parábola del Buen Pastor. Tenía cien ovejas, se pierde una de ellas y sin dudarlo se fue a buscarla dejando a las 99 en el redil. Para Jesús, uno vale lo mismo que 99 o incluso más».
Otro de los temas fundamentales de los Ejercicios Espirituales que dirigió al Papa fue el amor a los enemigos. En la entrevista a Zenit, el cardenal recordaba: «Un día, uno de los guardias de la cárcel me preguntó: «Usted, ¿nos ama?». Le respondí: «Sí, os amo». «¿Nosotros le hemos tenido encerrado tantos años y usted nos ama? No me lo creo...»».
«Entonces le recordé —seguía recordando el purpurado—: «Llevo muchos años con usted. Usted lo ha visto y sabe que es verdad». El guardia me preguntó: «Cuando quede en libertad, ¿enviará a sus fieles a quemar nuestras casas o a asesinar a nuestros familiares?».
«No —le respondió el cardenal— aunque queráis matarme, yo os amo». «¿Por qué?», insistió el carcelero. «Porque Jesús me ha enseñado a amar a todos, también a los enemigos —aclaré—. Si no lo hago no soy digno de llevar el nombre de cristiano.  Jesús dijo: «amad a vuestros enemigos y rezad por quienes os persiguen». «Es muy bello, pero difícil de entender», comentó al final el guardia».
«Cuando me encarcelaron en 1975 —recordó el prelado vietnamita—, me vino una pregunta angustiosa: «¿Podré celebrar la Eucaristía?».
El prelado explicó que, dado que al ser detenido no le permitieron llevarse ninguno de sus objetos personales, al día siguiente le permitieron escribir a su familia para pedir bienes de primera necesidad: ropa, pasta dental,
etc.
«Por favor, enviadme algo de vino, como medicina para el dolor de estómago». Los fieles entendieron muy bien lo que quería y le mandaron una botella pequeña de vino con una etiqueta en la que decía: «Medicina para el dolor de estómago».Entre la ropa escondieron también algunas hostias. La policía le preguntó: «¿Le duele el estómago?». «Sí», respondió monseñor Van Thuân, quien entonces era arzobispo de Saigón. «Aquí tiene su medicina».
«No podré expresar nunca mi alegría: celebré cada día la Misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano. Cada día pude arrodillarme ante la Cruz con Jesús, beber con él su cáliz más amargo. Cada día, al recitar la consagración, confirmé con todo mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, a través de su sangre mezclada con la mía. Fueron las Misas más bellas de mi vida».
Más tarde, cuando le internaron en un campo de reeducación, al arzobispo le metieron en un grupo de cincuenta detenidos. Dormían en una cama común. Cada uno tenía derecho a cincuenta centímetros. «Nos las arreglamos para que a mi lado estuvieran cinco católicos —cuenta—. A las 21,30 se apagaban las luces y todos tenían que dormir. En la cama, yo celebraba la Misa de memoria y distribuía la comunión pasando la mano por debajo del mosquitero. Hacíamos sobres con papel de cigarro para conservar el santísimo Sacramento. Llevaba siempre a Cristo Eucaristía en el bolso de la camisa».
Dado que todas las semanas tenía lugar una sesión de adoctrinamiento en la que participaban todos los grupos de cincuenta personas que componían el campo de reeducación, el arzobispo aprovechaba los momentos de pausa para pasar con la ayuda de sus compañeros católicos la Eucaristía a los otros cuatro grupos de prisioneros.
«Todos sabían que Jesús estaba entre ellos, y él cura todos los sufrimientos físicos y mentales —recordaba—. De noche, los prisioneros se turnaban en momentos de adoración; Jesús Eucaristía ayuda de manera inimaginable con su presencia silenciosa: muchos cristianos volvieron a creer con entusiasmo; su testimonio de servicio y de amor tuvo un impacto cada vez mayor en los demás prisioneros; incluso algunos budistas y no cristianos abrazaron la fe. La fuerza de Jesús es irresistible. La obscuridad de la cárcel se convirtió en luz pascual».
Para el predicador de los Ejercicios Espirituales del Papa «Jesús comenzó una revolución en la cruz. La revolución de la civilización del amor tiene que comenzar en la Eucaristía y desde aquí tiene que ser impulsada».«Concluyo con un sueño —dijo monseñor Van Thuân—: en él la Curia Romana es como una gran hostia, en el seno de la Iglesia, que es como un gran Cenáculo. Todos nosotros somos como granos de trigo que se dejan moler por las exigencias de la comunión para formar un solo cuerpo, plenamente solidarios y plenamente entregados, como pan de vida para el mundo, como signo de esperanza para la humanidad. Un solo pan y un solo cuerpo».ZS02091708

 

 

 

Revista Vitral No. 51 * año VIII * septiembre-octubre 2002
Dagoberto Valdés Hernández
(Pinar del Río, 1955)
Ing. Agrónomo. Director del Centro de Formación Cívica y Religiosa y Presidente de la Comisión Católica para la Cultura en Pinar del Río. Miembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz, del Vaticano. Trabaja en el almacén «El Yagüín», de Siete Matas, como ingeniero de yaguas.