Hace unas semanas, conversando con
un grupo de católicos acerca de la vida de los cristianos y de
la Iglesia, uno de ellos hizo referencia a la vida en el espíritu,
o el camino a la santidad. Este tema ocasionó un fructífero
y provechoso diálogo, el cual me ha servido para reflexionar
y meditar.
El cristiano como todo ser humano, debe preocuparse y ocuparse por tener
un programa de vida, que lo conduzca por el camino de la felicidad;
este programa de vida es presentado por Jesús, se trata de las
bienaventuranzas (Mt. 5,3-12; Lc. 6,20-26).
Esta felicidad no proviene de los valores que el mundo considera necesarios
para ser felices, sino exactamente de todo lo contrario. Muchas veces
cuando los cristianos se van a referir a su vida personal y social lo
hacen tomando como punto de referencia los mandamientos, que regían
la vida del pueblo de Israel como manifestación de fidelidad
de este pueblo con Dios.
Pero los cristianos somos el pueblo de la nueva alianza, lo que significa
que el camino de fidelidad al Señor adquiere el sentido pleno
en el mandamiento del amor dado por Jesús a sus discípulos,
esto no quiere decir que cumplir los mandamientos no sea bueno, pero
no es pleno. Un ejemplo de esto aparece en el Evangelio de Mateo en
el versículo 19 en que se nos narra el diálogo entre Jesús
y el joven rico, el camino de la vida eterna, es decir, camino de la
felicidad, no es el de cumplir los mandamientos, sino que es el de ser
perfecto como el Padre celestial.
El cristiano debe optar por la santidad que es optar por el Reino de
Dios, las bienaventuranzas son la condición de pertenencia, sólo
pueden formar parte del Reinado de Dios los que sigan el programa de
vida de las bienaventuranzas, los cristianos debemos vivir así.
La comunidad cristiana se ha de distinguir por un comportamiento donde
la acogida, la humildad, el desprendimiento, la compasión, la
solidaridad, la lucha por la justicia y la verdad sean signos visibles
y transformadores de la sociedad.
Jesús le promete a los pobres, a los marginados, a los que sufren,
a todos los que tienen el corazón roto y necesitan de la bondad
de Dios como lo único importante y decisivo de su vida. Jesús
invita a practicar la misericordia, prestar ayuda eficaz al que la necesita,
nos recomienda trabajar por la paz entre los semejantes, una paz activa
y creadora fruto del Don de Dios y de la reconciliación entre
los hombres. Para poder vivir estos valores es necesario una actitud
interior que tiene su equivalencia en la integridad, sinceridad y transparencia.
Llevar a cabo este programa de vida supone estar en contradicción
con los ídolos del dinero, el poder y el prestigio y como consecuencia
el rechazo del mundo que los adora, por eso Jesús escandalizó
y por eso fue rechazado, calumniado, maltratado y crucificado. El cristiano
y la Iglesia si quiere ser fiel a su misión dada por Jesús,
debe cuestionarse delante de este estilo de vida propuesto y vivido
por Cristo.
El hombre y la mujer que viva a plenitud las bienaventuranzas tendrán
una vida fecunda al estilo de los frutos del Espíritu: amor,
alegría, paz, tolerancia, generosidad, lealtad, sencillez, dominio
de sí. A lo largo de la historia han existido personas bienaventuradas,
personas para las cuales este llamado de Jesús ha sido el camino
de la alegría y de la vida.
Sólo así podemos entender a Maximiliano Kolbe, que se
ofrece para reemplazar a un hombre condenado a muerte en un campo de
concentración, a la madre Teresa de Calcuta, que optó
por la cercanía, compasión y atención directa a
los pobres de Calcuta y de tantas ciudades del mundo, a Monseñor
Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, que encontró la muerte
defendiendo los derechos humanos de su pueblo.
Las bienaventuranzas son la revolución de Jesús. Jamás
un hombre dijo algo igual. Jamás un hombre presentó un
programa tan revolucionario. Frente a este programa se dividen los hombres
y las conciencias. No se puede ser indiferente. O con Cristo o contra
Cristo. O con las bienaventuranzas o contra las bienaventuranzas.
El camino de la santidad es optar por Cristo, que significa optar por
el hombre, por su bienestar, no ser indiferente ante todo aquello que
lastime la dignidad del ser humano. El no haber entendido esto el cristianismo
de su época, llevó a Marx a decir: Los principios
sociales del cristianismo predican la cobardía, el desprecio
de sí, el envilecimiento, el servilismo, la humildad, en resumen,
todas las cualidades de la canalla.
Pero el Evangelio va por otros caminos y no estimula la flojera, sino
que es un activo despertador de la acción. Y esto nos lo recuerda
Martin Luther King cuando expresó con toda claridad: Aceptar
pasivamente un sistema injusto es colaborar con él. Por tanto,
el oprimido comparte la maldad del opresor. Hay tanta obligación
moral en la no cooperación con el mal cuanto en la cooperación
con el bien. El oprimido no debe dar punto de reposo a la conciencia
del opresor. La religión recuerda que cada hombre es el guardián
de su hermano. El aceptar pasivamente la injusticia equivale a dar justificación
moral a las acciones del opresor, es una manera de dejar dormir su conciencia.
Y en ese momento el oprimido deja de ser guardián de su hermano.
Las bienaventuranzas son el privilegio de los que son verdaderos discípulos
de Jesús, de quienes han tomado su cruz y seguido al maestro,
de quienes han creído verdaderamente en Él y se han comprometido
con Él y con su reino, que no consiste en un sueño, sino
en un programa de vida concreto y equivale a asumir e interiorizar una
serie de valores y criterios no proclamados por la sociedad en el ya
y en el ahora de la vida y de la historia.
Las bienaventuranzas (Mt 5, 1-ss)
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque
de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia
la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos
serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán
a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán
llamados los hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de
ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan
con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.