1- Cura. Exploración etimológica
Para comprender adecuadamente el significado de un término,
resulta muy útil la exploración etimológica de
dicho término, pues la etimología permite ahondar en la
raíz última de la palabra, en su sentido originario. Aunque
a lo largo de la historia, cualquier palabra adquiere significados plurales,
retrotraerse al origen, a la fuente primordial, constituye un ejercicio
básico para saber de qué se está hablando en último
término.
El verbo cuidar tiene una gran carga semántica, pues es un término
que se utiliza en distintos contextos para significar operaciones distintas.
Uno puede, por ejemplo, cuidar a su hijo cuando está enfermo,
pero también puede cuidar su cuerpo de los rayos del sol o del
frío y puede cuidar su vehículo de locomoción cuando
lo lleva al mecánico para revisar el nivel de aceite. El cuidar,
como tal, es un verbo polisémico, cuya raíz etimológica
se relaciona directamente con el término de origen latín
cura. M. Heidegger explorando la raíz etimológica
del término cura en su obra capital Ser y tiempo,
afirma:
Burdach llama la atención sobre un doble sentido del término
cura, según el cual no sólo significa esfuerzo
angustioso, sino también solicitud, entrega.(
65)
La cura se relaciona, según M. Heidegger, con dos
referentes semánticos: esfuerzo angustioso y solicitud, lo que
significa que, el ejercicio de cuidar conlleva, por un lado, esfuerzo,
dedicación, trabajo angustioso y, por otro lado, se puede definir
como un trabajo de entrega, de solicitud, de respuesta a necesidades
ajenas. Practicar la cura es, en el fondo, esforzarse solícitamente
por algo o por alguien. La acción de cuidar, pues, desde sus
orígenes etimológicos, es una acción que requiere
dedicación, esfuerzo continuado, sufrimiento por el otro.
En la cultura romana, el término cura se relaciona
directamente con el cuidado del cuerpo y del espíritu. En el
seno de dicha civilización, el cuidado integral del ser humano
se considera fundamental para su salud total y ello implica el cuidado
del espíritu y el cuidado del alma. La cura personalis,
pues, es un proceso complejo y continuo que tiene efectos en todas las
dimensiones del ser humano. Lo resumieron los latinos con la famosa
e inmortal expresión que todavía ha llegado a nuestros
días: mens sana in corpore sano.
En la cultura del medioevo, se produce una reducción semántica
del término cura, pues en dicho contexto histórico
el término cura tiene una aplicación fundamentalmente
de orden espiritual. El ser humano se concibe como una dualidad de cuerpo
y alma y el cuidado del alma es fundamental para su salvación
definitiva y el goce de la vida eterna. La cura animae constituye,
en el fondo, el fin de la religión medieval y para ello es necesario
el cultivo de virtudes religiosas, la práctica de la oración,
la meditación periódica, la participación en los
ritos y una forma de vida sobria y armónica con los principios
del Libro de los libros.
La cura animae resulta fundamental en este periplo de la
historia, mientras que la cura corporis, esto es, el cuidado
del cuerpo, de sus dimensiones y su forma resulta algo desdeñable.
En el trasfondo de dicha práctica subsiste una visión
maniquea y dualista del ser humano, una visión elaborada a partir
de remilgos platónicos y antropologías de corte gnóstica.
Cabe considerar todavía otro aspecto de orden etimológico.
El término cura, contiene ambas dimensiones: el curar
y el cuidar, lo que significa que ambos verbos no deben considerarse
aisladamente sino mutuamente implicados, como también lo es la
tarea de cuidar y de curar.(66). Aplicar la cura a alguien
significa cuidarle, pero también curarle. Este significado todavía
está presente en algunas lenguas modernas, donde el término
curar se utiliza tanto para cuidar como para curar. (67).
De hecho, resulta un error teórica y prácticamente la
acción de curar y la acción de cuidar, pues ambas se hallan
mutuamente interrelacionadas. (68). Lo propio de la enfermería,
como profesión autónoma que es en el conjunto de las ciencias
de la salud, es la investigación y la praxis de los cuidados,
pero el cuidar como tal no es patrimonio exclusivo de una determinada
profesión sanitaria, pues también el médico, como
dice E. Pellegrino, debe practicar los cuidados para con su paciente,
y el fisioterapeuta y el auxiliar de clínica y el agente de pastoral.
Y no sólo en el marco del mundo sanitario, sino más allá
de él, el ejercicio del cuidar es fundamental en las comunidades
humanas y en las instituciones educativas, políticas y religiosas.
La acción de cuidar trasciende el marco sanitario y es preciso
considerarlo de un modo más global y relacionarla, como recuerda
su etimología, con el ejercicio de curar. Para curar a alguien,
es necesario cuidarle y para evitar que sufra una enfermedad, es decir,
para prevenir, también es necesario cuidarle. Y por otro lado,
la acción de cuidar, inclusive practicada en los enfermos denominados
incurables, tiene efectos curativos, aunque sólo fueran detectables
en el plano de la interioridad del enfermo. Para curar bien es necesario
cuidar. El cuidar es anterior al curar.
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Florence
Nightingale sentó las bases de la enfermería moderna
con su tratamiento
a los enfermos y heridos en la guerra de Crimea (1853-1856).
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2.- Curar (curing)
Antes de caracterizar los constructos del cuidar y los pilares de la
ética del cuidar, es fundamental precisar el alcance de los conceptos.
La tarea de cuidar, aunque como se ha dicho más arriba, está
íntimamente relacionada, con la tarea de curar (curing) y con
la tarea de capacitar (coping), no puede reducirse a ninguna de estas
dos, sino que debe definirse y singularizarse por sí misma.
El término curar se relaciona directamente con la práctica
terapéutica y con sus telos intrínsecos. La tarea de curar
consiste en investigar las causas de la enfermedad, del dolor, del sufrimiento,
globalmente considerado, y tratar de reconstruir, posteriormente, en
el orden primitivo del sujeto, erradicando los elementos caotizantes
que hieren la estructura pluridimensional del ser humano. (69).
Según H:G: Gadamer, la acción de curar tiene que ver directamente
con el restablecimiento del equilibrio natural (Gleichgewicht) del organismo
en relación consigo mismo y en relación con la naturaleza.
(70). Critica el hecho que la medicina moderna se haya convertido en
una ciencia natural y de ese modo haya olvidado lo que es su tarea fundamental,
a saber, el arte de curar.
El curar es posible, desde una perspectiva filosófica, porque
el ser humano es una realidad dinámica y perfectiva y tiene la
potencialidad de recuperar su forma habitual a pesar de la alteración
que significa toda enfermedad. Esta posibilidad de recuperación
requiere la intervención humana, el conocimiento anatómico
y fisiológico del sujeto y precisamente porque este acontecimiento
es frágil y también lo es la capacidad humana de restablecimiento,
no siempre es posible llevar a cabo dicha potencialidad.
La finalidad del acto terapéutico es salvar al ser humano de
sus experiencias vulnerables, esto es, de la enfermedad, de la muerte,
del sufrimiento, en definitiva, curarle de sus males. Esta tarea, que
tiene algo de titánica, no tiene final, pues el ser humano es
sustantivamente vulnerable y ninguna medicina puede redimirle o salvarle
de su radical contingencia, sin embargo la tarea de curarle es un deber
moral, aunque no siempre puede desarrollarse en grado óptimo.
3- Capacitar (Coping)
El cuidar se relaciona, como se ha dicho anteriormente, con el curar,
pero también con el capacitar. Capacitar a alguien consiste en
ayudarle a descubrir sus posibilidades existenciales y los canales para
convertir dichas posibilidades en realidades.
En el lenguaje coloquial, decimos, por ejemplo, que alguien está
capacitado para conducir un coche, o que alguien está capacitado
para leer alemán. Estar capacitado significa tener la capacidad
para hacer algo, tener la habilidad para hacer algo, para desarrollar
una determinada tarea. El ejercicio de cuidar se relaciona con la tarea
de capacitar, porque cuando uno cuida a alguien de verdad, lo que trata
de conseguir es que ese sujeto pueda ganar cotas de autonomía,
pueda desarrollar actividades y tareas por sí mismo, sin necesidad
de recurrir a otro. Capacitar a alguien es ayudarle a superar sus dependencias
y sus vasallajes.
La tarea de capacitar trasciende, como en el caso del cuidar, el marco
de la salud y tiene mucho que ver con la tarea de educar. Al fin y al
cabo, el proceso de educar, de formar íntegramente a un ser humano
desde todas las perspectivas y dimensiones, es capacitarle para enfrentarse
a la ardua tarea de ejercer el oficio de ser persona en la sociedad.
Constructos éticos del cuidar
El ejercicio del cuidar, como tal, es una acción compleja que
requiere la articulación de distintos elementos fundamentales.
¿Cuáles son los elementos constitutivos del cuidar? ¿Cuáles
son los constructos éticos de la praxis del cuidar? Según
Gosia Brykczynska los puntos esenciales de la tarea de cuidar pueden
sintetizarse en los siguientes: compasión, competencia, confidencia,
confianza y conciencia.(71). Estos constructos no se refieren al ser
del cuidar, es decir, al cuidar tal y como se desarrolla en el mundo
de la vida, sino que se refieren a su deber ser.
Los constructos éticos del cuidar son las virtudes básicas
e ineludibles que se requieren para cuidar a un ser humano con excelencia
profesional. No son principios, ni puntos de partida, sino hábitos
personales y profesionales que se exigen en la tarea de cuidar. La integración
completa de estos constructos éticos es fundamental para el óptimo
desarrollo de la tarea de cuidar. Todos ellos son necesarios, pero ninguno
de ellos es suficiente a título aislado. Se requieren mutuamente.
1-Compasión
El primer constructo de la tarea de cuidar, el más fundamental
de todos, es la virtud de la compasión. (72). Difícilmente
se puede desarrollar la acción de cuidar sin la experiencia de
la compasión, aunque la experiencia de la compasión no
es suficiente para el desarrollo óptimo de los cuidados. La compasión
es, pues, la condición necesaria, pero no suficiente.
Como dice G. Bryckzinska, la raíz del cuidar es la compasión
o para decirlo con un término aristotélico, puede considerarse
el primer motor inmóvil. Aunque pueden subsistir otro tipo de
motivaciones en la praxis del cuidar, inclusive de tipo interesado,
la verdad es que los seres humanos se cuidan unos a otros porque sienten
compasión ajena.
La compasión es una virtud moral que no es exclusividad de ninguna
religión y de ninguna filosofía moral, aunque está
omnipresente en el pensamiento moral de todos los tiempos, sea en el
Occidente griego, romano y cristiano, sea en el Oriente budista o confucionista.
La compasión, como tal, consiste fundamentalmente, en percibir
como propio el sufrimiento ajeno, es decir, en la capacidad de interiorizar
el padecimiento de otro ser humano y de vivirlo como si se tratara de
una experiencia propia..(73). Compadecerse de alguien es un hábito
del corazón que exige un movimiento extático, una salida
de sí, para comprender al otro en su contexto y asumir en el
propio pecho su pena.
La compasión no es la empatía, pues la empatía
es espontánea, una especie de comunión anímica
que se establece por casualidad entre dos seres humanos que comparten
un mismo talante.(74). La empatía, como tal, facilita extraordinariamente
la relación entre el profesional y el paciente, pero no puede
considerase, como propiedad, virtud, pues la virtud es un hábito
que requiere esfuerzo, trabajo del espíritu y del cuerpo. (75).
No resulta nada fácil ser paciente, ser tenaz, ser humilde o
tener esperanza cuando todas las certidumbres se resquebrajan.
Sin embargo, la compasión es virtud, pues es un hábito
cuyo ejercicio perfecciona moralmente a la persona que lo cultiva, le
aproxima al otro y esta proximidad al sufrimiento ajeno es requisito
indispensable para la conducta ética. Sin embargo, hay varias
formas de compasión. La compasión estática es una
falsa compasión, pues en este caso quien se compadece se recrea
en el sufrimiento ajeno, se lamenta de su siutación, pero no
interioriza su dolor y por ello esta compasión no se traduce
en acción solidaria. Mientras que la compasión dinámica,
que es la auténtica compasión, se traduce en un movimiento
solidario hacia el otro, precisamente porque en este caso se integra
plenamente el padecimiento ajeno.
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P. José
Damián Veuste, misionero católico belga. Fue trasladado
de Honolulú a una colonia de la isla de Molokai donde vivían
personas afectadas por la enfermedad de Hansen (más conocida
como lepra). Allí se dedicó sin descanso al cuidado
de los enfermos hasta su fallecimiento, ocurrido en 1889 tras
haber contraído también dicho mal.
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Quien se compadece del sufrimiento ajeno no puede quedarse quieto e
impertérrito frente a la situación del otro, sino que
trata de hacer todo lo que está a su alcance para mejorar dicha
situación. Cuando hay movimiento, entonces la compasión
es real, entonces hay verdadera interiorización del sufrimiento
ajeno. La garantía de autenticidad de la compasión no
son las lágrimas, precisamente, sino la acción solidaria.
Las lágrimas, como dice A. Schopenhauer, son el lenguaje universal
del sufrimiento, pero la acción transformadora constituye la
prueba de oro de la auténtica compasión.
La virtud de la compasión se relaciona directamente con la virtud
medieval de la misericordia. No puede definirse, propiamente, como un
mero sentimiento, pues la compasión es más que sentimiento,
pero tampoco puede definirse como un deber de tipo racional, pues la
experiencia de la compasión no puede parangonarse con un deber
de tipo personal, profesional, cívico o religioso. Uno siente
la compasión frente a alguien, pero la siente por unas determinadas
razones objetivas que puede analizar, explorar y tratar de explicar.
Por lo tanto, no es un sentir gratuito y arbitrario, sino un sentir
que se relaciona con un pensar.
En la compasión, hay, pues, muchos elementos de emotividad, hay
algo que toca el corazón, si puede expresarse de este modo, pero
la razón práctica es básica para dilucidar las
razones de dicha compasión y las prioridades que deben tenerse
respecto a las miserias ajenas. La compasión se relaciona con
la experiencia de la alteridad y con experiencia de su vulnerabilidad.
El requisito indispensable para la compasión es la percepción
de la vulnerabilidad ajena, consiste en darse cuenta de la situación
de sufrimiento en que viven otros seres humanos. Precisamente por ello,
la compasión no sólo tiene sentido en el ámbito
de la salud, sino en cualquier ámbito social, donde las condiciones
de vida y de desarrollo humano sean deficientes (pobreza, paro, ignorancia,
impotencia, abusos..)(76).
En el ámbito de la salud, la experiencia de la compasión
se relaciona directamente con la percepción de la enfermedad
ajena. El profesional sanitario cuida a un ser que padece una alteración
global de su ser y ello le conlleva sufrimiento. Cuando interioriza
ese mal ajeno, esa enfermedad, entonces practica la virtud de la compasión.
La masificación, la especialización, la atención
virtual y la burocratización fomentan la distancia entre profesional
y enfermo y esta distancia también se produce en la experiencia
de la compasión, pues la compasión requiere el rostro
a rostro, el encuentro interpersonal. W. T. Reich considera que en ética
médica, la virtud de la compasión debe ocupar un lugar
central y debe ser el verdadero motor de la acción terapéutica.(77).
También en la ética del cuidar, la compasión debe
ser el vector fundamental de la acción. La práctica de
la compasión no debe contraponerse, de ningún modo, a
la autonomía del paciente, ni a su capacidad para decidir responsablemente
sobre su futuro personal. La virtud de la compasión no debe limitar
la libertad ajena, sino que, precisamente debe desarrollarla en su grado
óptimo. Compadecerse de alguien no significa sustituirle decidir
por él. Significa ponerse en su piel, pero sin robarle su identidad,
sin invadir su mismidad. La auténtica compasión busca
el desarrollo de la autonomía ajena y no su dependencia y servidumbre.
(78).
2.- Competencia
La competencia profesional constituye una virtud básica de
la deontología. Ser competente en un determinado ámbito
profesional significa estar capacitado para desarrollar la propia profesión
de un modo óptimo
La tarea de cuidar requiere como constructo básico la experiencia
de la compasión, pero también la competencia profesional,
pues sólo es posible cuidar adecuadamente a un ser humano desde
la competencia, desde el conocimiento de dicho ser humano desde una
perspectiva global. (79). La competencia profesional exige, por parte
del asistente o terapeuta, un hondo conocimiento de su feudo disciplinar
y le obliga a formarse continuamente, pues en la sociedad del conocimiento,
las técnicas y procedimientos se transforman aceleradamente y
es un deber dominarlos y usarlos adecuadamente para atender al enfermo
de un modo óptimo.
Constituye un reto secular formar profesionales competentes en el ejercicio
del cuidar y es fundamental analizar, a fondo, los procesos formativos
de dichos profesionales , pues el deterioro del cuidar, lo que en el
contexto norteamericano se denomina la crisis del caring,
no sólo se debe relacionar con la lógica de las instituciones
y las presiones de orden económico, sino también con una
deficitaria formación del profesional sanitario, particularmente
en el ámbito de las ciencias humanas, de la psicología
, de la ética y de prácticas comunicativas. Según
G. Bryckzynska, la tarea de cuidar requiere conocimientos de orden espiritual
y psicológico y ello resulta más arduo y difícil
de integrar en la actividad profesional que las habilidades y procedimientos
de orden técnico. (80).
3-Confidencialidad
El tercer constructo ético del arte de cuidar es la confidencialidad.
El enfermo, en determinadas circunstancias de vulnerabilidad, necesita
un confidente. Uno de los rasgos característicos de la figura
del confidente es su capacidad de escuchar y su discreción, esto
es, su capacidad de guardar secretos, de callar para sí los mensajes
que el otro vulnerable le ha comunicado en una situación-límite.(81).
La confidencialidad se relaciona con la buena educación, con
el respeto y con la práctica del silencio, pero sobre todo, se
caracteriza por la capacidad de preservar la vida íntima del
otro, es decir, su privacidad, su universo interior. El paciente, precisamente
porque se halla en una situación vulnerable, se ve obligado,
en determinadas circunstancias, a exponer su corporeidad y su intimidad
al otro. Exponerse consiste en poner de sí lo que uno es y es
una tarea que, por lo general, produce vergüenza y sonrojo.
El cuidador, en dichas circunstancias, debe caracterizarse por un trato
delicado y confidencial, debe dar garantías al enfermo de que
aquello que ha expuesto no será objeto de exhibición.
La confiencialidad es, precisamente, la virtud que protege al enfermo
de su exhibición, la virtud que permite al profesional guardar
el secreto o los secretos, tan íntimos y escondidos, que el enfermo
ha revelado al cuidador.(82).
El cuidador debe practicar la virtud de la confidencialidad no sólo
en relación con el paciente, sino también en relación
consigo mismo y con su arte. La confidencialidad perfecta sólo
es posible después de un largo trabajo de autoaceptación.
(83). Cuando el cuidador tiene conciencia de quien es y de cuáles
son sus límites, entonces está en condiciones de comunicar
a alguien sus carencias y sus deseos. Pero, por otro lado, si el cuidador
no reconoce sus fronteras, entonces tampoco está capacitado para
comunicar a alguien su estado imperfecto. El ser humano, cuanto cruza
experiencias de dolor y desamparo, necesita un confidente, alguien a
quien poder comunicar lo que uno no se atreve a decir en la vía
pública.
4- Confianza
La confianza constituye un elemento central en el arte de cuidar. Sólo
es posible cuidar a un ser humano vulnerable si entre el agente cuidador
y el sujeto cuidado se establece una relación de confianza, un
vínculo presidido por la fidelidad, de fe (FIDES) en la persona
que interviene, en su acción y en el dominio que tiene de dicho
arte. Confiar en alguien es creer en él, es ponerse en sus manos,
es ponerse a su disposición. Y sólo es posible ponerse
en las manos de otro, si uno se fía del otro y le reconoce una
autoridad no sólo profesional, sino también moral. (84).
En el seno del acto terapéutico hay mucho de confianza, de beneficiencia,
como diría P. Laín Entralgo, pero también en el
acto educativo es fundamental la confianza., pues si el educando no
confía en el educador, en la institución donde se forma
y en la materia que reciba diariamente, difícilmente puede desarrollarse
la acción educativa.
La confianza, es decir, la fe en otra persona es la clave en el arte
de cuidar. Para ello, es fundamental que el profesional sepa dar pruebas
y garantías de confianza, no sólo por sus palabras, por
su gestualidad, sino por la eficiencia y eficacia de la acción
que desarrolla. La profesionalidad ejercida de un modo excelente es
motivo de confianza para el usuario, por ello la confianza no sólo
es virtud personal, sino virtud profesional.(85). Cuando el paciente
sabe que el profesional no le va a abandonar, no le no le va a dejar
a la estacada, asume con tranquilidad su situación y acepta los
riesgos y problemas que conlleve la intervención. La confianza
sólo puede cultivarse en el tiempo y requiere un espacio determinado.
La confianza, sin embargo, no es la fe absoluta en el profesional y
en su capacidad de sanar o de cuidar, pues la confianza como cualquier
otra virtud debe partir del carácter vulnerable y limítrofe
de la condición humana. También el profesional y el arte
que desempeña es finito y debe contarse con ello. Reconocer esta
limitación no niega autoridad moral, sino precisamente lo contrario.
Esto significa que confiar en alguien no significa proyectar en él
todas las certidumbres, pues también el otro puede fallar. Confiar
en alguien es saber que el otro hará lo posible por salvarme.
En el arte de cuidar, es básico dar motivos y razones, aunque
no sean verbalizadas, para que el paciente tenga confianza. En un clima
de confianza personal, profesional o institucional, el proceso de curar
y de cuidar es mucho más eficaz que en un contexto de desconfianza
básica. La desconfianza se relaciona directamente con la pérdida
de la fe en alguien y esta pérdida puede ser motivada por el
engaño, la extorsión o el abandono. El arte de cuidar
requiere el constructo ético de la confianza, pero también
el arte de ser cuidado, pues quien desconfía de todo y de todos
no se deja cuidar y quien no se deja cuidar, imposibilita la intervención.(86).
En las últimas décadas se ha producido una erosión
en la confianza que el paciente deposita en el médico y se ha
generado una necesidad de buscar protección frente a los abusos
que afectan al correcto desempeño del quehacer profesional. Entre
los factores causantes de esta fractura de la confianza E. D. Pellegrino
propone los siguientes:
En las últimas dos o tres décadas, estas causas
de desconfianza se han reforzado y multiplicado debido al influjo de
diversos factores internos y externos de la Medicina: las malas conductas,
la comercialización de la Medicina por la publicidad y los afanes
empresariales, los ingresos excesivos y la forma de vida lujosa de ciertos
médicos, la política de pague antes de recibir
tratamiento de algunos hospitales y médicos, el trato tantas
veces impersonal, la creciente tendencia de los médicos a trabajar
de nueve a cinco y a pedir horas libres, el receso de la Medicina general
frente a las especialidades, las jubilaciones anticipadas...
Estas tendencias destructoras que se encuentran en la medicina actual
han sido reforzadas por las fuerzas internas de la estructura social
contemporánea. El poder de participación que de la democracia,
la enseñanza pública, el interés por los mass
media, la desconfianza en la autoridad y en los expertos en general...
Todos estos factores han debilitado las relaciones de confianza,, aunque
tienen un lado positivo: incitan a una mayor independencia en las decisiones
de los pacientes y, por tanto, ayudan a neutralizar el tradicional paternalismo
de las profesiones. Este es un paso positivo hacia la consecución
de las relaciones más maduras, abiertas y honestas. (87).
5.-Conciencia
El quinto constructo ético que enumera G. Brykczynska siguiendo
a Roach es la conciencia. La conciencia es una instancia fundamental
del ser humano, pertenece a su dimensión interior y tiene un
valor integrador. Ser consciente de algo, es asumirlo, es reflexionar
en torno a sus consecuencias, es saber lo que se está llevando
entre manos. La consciencia, entendida como virtud y no como atributo
de la interioridad humana, significa reflexión, prudencia, cautela,
conocimiento de la cosa. Cuando decimos que la conciencia es un constructo
del cuidar, lo estamos diciendo en el sentido ético del término,
pues la conciencia como tal pertenece a todo ser humano.
En el ejercicio del cuidar, es fundamental no perder de vista la conciencia
de la profesionalidad, y esto supone, mantener siempre la tensión,
estar atento a lo que se está haciendo y no olvidar jamás
que el otro vulnerable que está bajo mis cuidados es un ser humano
que, como tal, tiene una dignidad intrínseca. Ser consciente
de todos los factores que influyen el ejercicio de cuidar y ser consciente
de las dificultades que implica cuidar bien a un ser humano es una de
las garantías fundamentales de la buena praxis profesional. Quien
no es consciente de estas dificultades puede llegar a pensar que su
modo de obrar es excelente y puede inclusive llegar a banalizar la ardua
tarea de cuidar como si se tratase de una actividad mecánica.
(88)
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El Papa con
los enfermos en el Sanatorio de El Rincón durante su visita
pastoral a Cuba.
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La Categoría del cuidar
En un discurso ético, es fundamental distinguir entre lo trascendental,
lo esencial y lo categorial. lo trascendental se refiere, siguiendo
a Kant, a las condiciones de posibilidad de algo. En este sentido, Kant
desarrolla una filosofía trascendental sobre el conocimiento
humano, pues explora las condiciones de posibilidad del conocer, es
decir, lo que tiene que darse para que el ser humano pueda conocer algo
de la realidad. En el discurso trascendental, no se trata de caracterizar
el modo cómo el ser humano capta y conoce la realidad, sino su
condición fundante.
Lo mismo se puede aplicar al discurso ético sobre el cuidar.
lo trascendental del cuidar se refiere a lo fundante, a lo ineludible,
a aquello que debe darse como condición inexcusable para poder
ejercer el arte de cuidar. Lo categorial, por otro lado, se refiere
a lo que se da bajo las coordenadas espacio temporales. Lo categorial
del cuidar se refiere a los rasgos que caracterizan, desde un punto
de vista externo, al ejercicio del cuidar. Son rasgos éticos,
pues son exigibles moralmente cuando se trata de cuidar a un ser humano.
Está lo categorial fáctico que es la mera descripción
de la realidad de hecho, pero también está lo categorial
ético que se refiere a lo que debe ser, a lo que debe hacerse
en un momento dado.
Entre lo trascendental y lo categorial, está lo esencial. La
esencia de una cosa es su naturaleza, el contenido semántico
de su definición. Definir algo, significa, precisamente, delimitar
lo que es en sí misma, acotar lo esencial y deslindar lo accidental
y periférico. La esencia del cuidar en cuanto tal ha sido tratada
en otra ocasión, pero no la naturaleza ética del cuidar,
es decir, lo que debe ser la tarea de cuidar en su grado óptimo.
Definir la esencia ética del cuidar no significa delimitar lo
que es en el plano de la realidad, sino lo que debe ser y esto sólo
es posible a partir de un determinado horizonte de sentido.
Nos referimos, primero, a lo categorial del cuidar, para luego recabar
en sus aspectos esenciales y finalmente, reflexionaremos sobre sus condiciones
de posibilidad, es decir, sobre lo trascendental. Empezamos por lo categorial
porque es lo más concreto y lo más visible y, desde un
punto de vista pedagógico, es fundamental empezar por lo más
asequible para orientarse hacia lo más abstracto, hacia lo trascendental.
Entre los rasgos categoriales del cuidar se pueden enumerar un sinfín
de elementos (89), pero, los vamos a sintetizar, siguiendo a G. Brrykczinska
en los siguientes puntos: el tacto, la escucha atenta y el sentido del
humor.
1-El tacto
La cuestión del tacto puede comprenderse en sentido literal
y en sentido metafórico. En ambos sentidos, el tacto es fundamental
para ejercicio del cuidar, pues resulta imposible cuidar éticamente
a un ser humano sin ejercer el tacto, el contacto epidérmico.
Precisamente por ello, consideramos que el cuidar jamás puede
ser virtual, esto es, realizado a distancia, sino que debe ser, en cualquier
circunstancia, presencial.
El enfermo se siente cuidado cuando quien le atiende está cerca.
El niño se siente cuidado cuando sus padres están cerca
de él, cerca en el sentido físico del término.
Resulta muy difícil caracterizar éticamente el sentido
del tacto desde un punto de vista verbal, pues el tacto es algo que
se percibe, que se patentiza en la acción de cuidar, pero que
no puede expresarse exactamente en qué consiste y lo que significa.
De hecho, en el plano antropológico, el contacto epidérmico
con otro ser humano ( la caricia, por ejemplo) tiene un valor de extraordinario
valor.
Empecemos, pues, por el sentido literal del tacto. tener tacto en el
cuidar significa aproximarse a la persona enferma desde el respeto y
desde la atención. Tocarle, contactar con él, acariciar
su frente o poner la mano encima de su ,mano, este tipo de acciones
revelan tacto y en el universo simbólico humano significan, por
lo general, atención, respeto, proximidad, preocupación
por el otro. Como algunos estudios de carácter antropológico
y etnológico han puesto de relieve, el tacto es fundamental no
sólo en la especie humana sino también primates superiores
y algunos mamíferos. (90). Inclusive, hay quien afirma que sólo
es posible cuidar a alguien con tacto y que sólo es posible alcanzar
la madurez psicológica con la práctica del tacto.
El tacto, en el sentido literal, revela proximidad y el enfermo, como
cualquier individuo vulnerable ( la víctima, el exiliado, el
refugiado, el presidiario, el fracasado, el suicida, ...) requiere este
tacto en sentido literal. Acariciar a alguien, poner las manos juntas
son gestos llenos de valor simbólico. Los humanos no hemos inventado
ninguna forma mejor para indicar proximidad, preocupación por
el otro. El tacto, en sentido literal, supera inclusive el marco verbal,
cuando se trata de indicar proximidad. El valor del tacto es superior
a la argumentación y hasta a la poesía.(91).
El ejercicio del tacto es fundamental desde un punto de vista simbólico.
No sólo porque patentiza la proximidad, tal y como se ha dicho,
sino porque manifiesta vulnerabilidad y respeto por subjetividad del
otro. Precisamente porque el ser humano es frágil, necesita del
contacto epidérmico de otro ser humano, pues de este modo, no
se siente solo ni abandonado. Si fuera Dios, si fuera omnipotente le
resultaría incómodo, e inclusive desagradable el contacto
ajeno, pero dada su radical vulnerabilidad, requiere el tacto, y de
ese modo salva, provisionalmente, su contingencia.(92).
El tacto, en sentido literal, sólo puede ejercerlo un ser humano.
Un artefacto no tiene tacto, no puede tenerlo, pues el tacto se relaciona
directamente con la piel, con la vida, con la subjetividad, con la libertad
y con la preocupación ética. Quien roza la cara de un
enfermo, quien acaricia la mano de un anciano, lo hace porque cree que
debe hacerlo, porque se siente llamado a hacerlo, porque le preocupa
la situación existencial del otro y, con ese gesto, se lo manifiesta.
El artefacto carece de piel, de subjetividad, de libertad y de ética,
pues en él todo está preconcebido con anterioridad, todo
obedece a la lógica de un circuito prefabricado e implantado
en su interioridad. En el ejercicio del cuidar, el tacto, en sentido
literal, es algo ineludiblemente humano.(93).
Luego está el tacto, en sentido metafórico, que resulta
tan importante como el primero en el ejercicio ético del cuidar.
Tener tacto desde esta perspectiva nada tiene que ver con el roce epidérmico
o con la caricia. Se refiere a la capacidad de saber estar en un determinado
sitio y en una determinada circunstancia sin incomodar, sin resultar
una molestia para la persona que ocupa dicho espacio y dicho tiempo.
Cuando en el lenguaje coloquial, decimos de alguien que tiene tacto
lo estamos diciendo en el sentido metafórico. Decimos, por ejemplo,
que un profesional de la salud tiene tacto para transmitir las malas
noticias. Y también decimos que esa enfermera tiene tacto para
tratar a los enfermos.
El saber estar en un determinado sitio y en un determinado tiempo significa
saber decir lo más conveniente y saber callar cuando es oportuno.
Significa también saber retirarse en el momento adecuado y saber
adoptar la posición física adecuada para la situación
que se está viviendo. Tener tacto es, pues, saber estar, saber
decir, saber callar, saber marchar a tiempo en definitiva, lo que se
tiene que hacer y lo que no se tiene que hacer en un momento determinado.
En el ámbito de la salud, la ausencia de tacto es visible desde
múltiples perspectivas. El enfermo no siempre está dispuesto
para las visitas, pero hay visitas que no se percatan de ello. El enfermo
no tiene siempre ganas de hablar, pero hay profesionales que, por carecer
de tacto, le obligan a hablar.
El espacio donde el enfermo se ubica no es cualquier espacio, sino que
constituye su lugar de privacidad. Hay quien no sabe estar de forma
adecuada en dicho espacio y se toman libertades que no debieran permitirse.
En el ejercicio de la palabra, la ausencia de tacto, en sentido metafórico,
es muy visible. Hay enfermos que están preparados para hablar
de lo que les ocurre., y sus perspectivas de vida, pero hay enfermos
que no lo están, por incapacidad sicológica o por inmadurez.
Tener tacto consiste en saber hacer uso de la palabra de un modo conveniente,
saber distribuir adecuadamente los silencios y las palabras. Tiene tacto
quien tiene la habilidad de salvaguardar en cada instante la vida privada
del otro vulnerable.(94)
El tener tacto en sentido metafórico, forma parte de lo connatural
del ser humano, de lo que se da por sentado. Hipócrates decía
que en el arte terapéutico había algo predado, una disposición
natural otorgada por el destino, pero que requería trabajo y
esfuerzo para sacarla a flote. También en el ejercicio de cuidar
se requiere el tacto como predisposición natural, como vocación
o llamada.
El tacto en sentido metafórico forma parte de lo predado del
ser humano. Dicho de otro modo, no puede enseñarse a tener tacto
del mismo modo como se enseñan los ríos de la península
Ibérica. Puede haber algún tipo de transmisión,
a través de la costumbre, pero es algo que algunos seres humanos
tienen y otros no. El tener tacto no puede calificarse de virtud dianoética,
sino más correctamente como una virtud ética, pues difícilmente
puede enseñarse.
2-La escucha atenta
La escucha atenta constituye una modalidad del estar frente al enfermo
que resulta primordial para ejercer adecuadamente el arte de cuidar.
Se puede estar de muchas formas delante de un ser vulnerable. Se puede
estar, por ejemplo, sentado, de pie, hablando o callando, mirando atentamente
a los ojos o mirando, simplemente, por la ventana de la habitación.
El estar atento al otro se manifiesta no sólo en el tacto, como
hemos visto más arriba, sino también y fundamentalmente
en la capacidad de escucha, esto es, en la capacidad de atender a la
palabra ajena, por insignificante que sea su contenido.
El buen profesional, el que hace gala de su profesionalidad, sabe, por
experiencia, que las palabras que le profiere el enfermo en dichas situaciones
no son banales ni circunstanciales, sino que salen de su interior y
el hecho de pronunciarlas, de ponerlas al exterior, es un ejercicio,
de por sí, terapéutico, liberador, curativo. (95).
Desde un punto de vista antropológico, resulta sabido que el
ser humano cuando sufre o atraviesa una circunstancia de dolor, de fracaso,
de impotencia o de humillación, necesita ser escuchado, necesita
poder contar a alguien lo que vive en su interior, necesita un oyente
para su relato autobiográfico. (96). Escuchar es una tarea difícil,
aunque no lo parece, pues exige una predisposición muy singular
y una cierta preparación o catarsis. Una cosa es estar delante
del enfermo de un modo estático y otra cosa es mostrar interés
por él, pero todavía es distinto el escucharle atentamente.
Para escuchar a alguien, sea quien fuere, es necesario vaciar fuera
de sí los propios relatos, argumentos y proyecciones. Sólo
es posible escuchar atentamente, si el cuidador se esfuerza por acallar
sus voces interiores, sus problemas de orden personal, sus fijaciones
de orden psicológico.
Fácilmente el cuidador proyecta los males del enfermo en su propia
vida personal, busca paralelos y hurga sus recuerdos para hallar una
situación similar. Mientras hace todo esto, no le escucha atentamente,
sino que trata de ubicarse frente a él y resolver mentalmente
su situación. Si no consigue este vaciamiento, entonces puede
aparentar que le escucha y el paciente hasta puede creerse que es objeto
de atención, pero en realidad no lo es, porque el cuidador, en
sus adentros, tiene y siente otra problemática. (97).
Escuchar atentamente es una tarea ética, pues revela la importancia
del otro, manifiesta la trascendencia del otro y cuando el otro, sea
quien fuere, prójimo o lejano, es atendido y escuchado, entonces
se da la experiencia ética. Escuchar atentamente y hacerlo, no
por deseo(esto es, porque me apetece), sino por sentido del deber profesional
(es decir, porque debo hacerlo), constituye una tarea ética y
patentiza el grado de profesionalidad del cuidador y su capacidad de
entrega al enfermo.
3.-El sentido del humor
En el ejercicio del cuidar, como en la vida cotidiana, el sentido del
humor es fundamental. (98). A priori, uno puede pensar que la enfermedad,
en tanto que experiencia trágica, no se puede, ni se debe relacionar
con el sentido del humor, sino con la seriedad, con la gravedad de espíritu.
Y hasta cierto punto, es verdad. Pues, como veremos más adelante,
la experiencia de enfermar, en el ser humano, no es una experiencia
cualquiera, sino que es una experiencia de desarraigo y de abandono,
de impotencia y de máxima vulnerabilidad y en dicha circunstancia,
lo serio, en el sentido kierkegaardiano del término, hace acto
de presencia. (99).
La seriedad de la vida no se descubre, precisamente, cuando todo va
bien, cuando uno puede desarrollar, a sus anchas, los proyectos que
tenía previstos, sino que aparece con el fracaso, la enfermedad,
la soledad, el abandono, la humillación y, evidentemente, con
la muerte.
Entonces uno se da cuenta, se percata existencialmente de que vivir,
en el sentido más humano del término, no es un juego,
una distracción o un mero pasar, sino una tarea que contrae seriedad,
que implica gravedad de espíritu. La filosofía existencial
se ha referido, por activa y pasiva, a esta dimensión tan insoslayable
de la vida humana.
Aunque parezca una sinrazón, no existe contradicción alguna
entre la experiencia de la enfermedad y el sentido del humor, pues sólo
es posible, valga la paradoja, tomarse las cosas con humor desde la
seriedad. Cuando uno se da cuenta de lo que es realmente serio en la
vida humana, de lo que realmente da que pensar, entonces es capaz de
vivir, con sentido del humor, experiencias, proyectos y aventuras que
al lado de lo realmente serio, son una nadería. El verdadero
humor sólo es posible desde la seriedad. Cuando el ser humano
adquiere conciencia de sus propios límites y de sus propias posibilidades
y las acepta como tales, entonces es capaz hasta de reírse de
sus propios defectos y de exteriorizarlos sin complejos.
El exceso de seriedad no es humano, pero tampoco lo es el exceso de
humor. No todo puede ser objeto de humor en la vida de los hombres.
Sólo lo intrascendente, lo fugaz y lo estéril pueden ser
objeto de humor y de esto, ciertamente, hay mucho en la vida cotidiana.
De lo que no se puede hacer humor es de la muerte propia o ajena, del
dolor inútil, del sentimiento espiritual, de la vejación,
de la injusticia, de la extorsión, del desamor o de la humillación.
El sentido del humor, por lo tanto, no sólo es posible en la
vida humana, sino absolutamente necesario para vivirla auténticamente
y, por otro lado, no se contradice, lo más mínimo, con
la seriedad, sino que la seriedad es su condición de posibilidad.
Durante el periplo biográfico de la enfermedad, hay momentos
para la gravedad y hay momentos para el humor. El cuidador, que tiene
tacto, sabe descifrar los momentos oportunos para cada cosa., porque
es capaz de ponerse en la piel del enfermo y en su circunstancia personal.
Cuando uno enferma, puede reirse de muchas cosas y de muchas aventuras
y desventuras humanas, propias o ajenas, y puede mirarse con cierta
distancia las obsesiones y las maquinaciones humanas, las frivolidades
y las estupideces de la vida banal.
Notas:
65. M.Heidegger, Ser y tiempo, FCE, México. 1993.
p.219.
66. Cf. E. H. Peterson en Teach Us to Care and Not to Cre, en GEETS,
C:,(ed); TASSIN, P.(ed, Soigner et guérir?, Cerf, París,
1994, 206 pp.
67. Es el caso, por ejemplo, del catalán. En lengua catalana
la expresión: tenir cura d´algú significa cuidarle
y la expresión curar algú, significa curarle.
68. E.D. Pellegrino se refiere al origen etimológico del curar
(to cure) y del cuidar (to care) en The Caring Ethic: the relation of
physician to patient, en BISHOP, A.H. (ed), SCUDDER, J.R. Jr. (ed.),
Caring curing coping. Nurse physician patient relationships,Alabama,
University of Alabama Press, 1985, p. 9.
69. Lo expresa E: D: Pellegrino en Op. Cit.,p.. 9.
70. Cf. H:G: Gadamer, Die Verborgenheit der Gesundheit,Frankfurt, 1995,
p. 58.
71. Cf. BRYKCYCZYNSKA, G., Caring. Some philosophical and spiritual
reflections, en MOYA, J. BRYCZYNSKA, G., (eds.) Nursing Cre, Edwuard
Arnolf, London, 1992, p. 4.
72. Cf., E.D.Pellegrino en The caring ethic: the relation of physician
to patient, pp. 11-12.
73.Cf. D. C. Thomasma en Beyond the Ethics of Rightness, en Op. Cit.,p.
132.
74.Cf. G BRYKCZYNSKA, Op. cit. pp. 10-11.
75. Sobre la cuestión de la empatía, ver:GADOW, S.A. ,Nurse
and patient: The caring Relationship, A:H: SCUDDER, J.R., Caring nurse
curing physician coping patient, University of Alabama, Alabama:, 1985,
pp. 31-44; SWABY-ELLIS,E.D.; The Caring Physician: Balancing the Three
Es: Effectiveness, Efficiency, and Empathy, 83-94. en PHILLIPS, S.S.,
BENNER (eds.) The crisis of care, Georgetown University, Washington,
D:C:, 1994.
76. Cf. D.C. THOMASMA en Beyond the Ethics os Rightness, en Op. cit.,
p. 141.
77. Cf. Op. cit. pp. 46-47.
78. Cf. d.c. THOMASMA en Beyond the Ethics of Righness, en Op.cit.,pp.
133-134.
79. Cf. E.D.Pellegrino en Op. Cit.,pp. 111-112.
80. Cf. G. BRYCZYNSKA en Op. cit., p. 19.
81. Cf. G. BRYKCZYNSKA en Op. cit., p. 20.
82. Cf. G. BRYKCZYNSKA en Op. cit., p. 20.
83. Cf. Op. cit.,p. 21.
84. Cf. Op. cit.,p. 37.
85. Cf. Op. cit., pp.. 34-35.
86. Cf. Op. It.,p.35.
87. E. D. Pellegrino, Las relaciones entre médicos y enfermos,
en Atlántida 4 (191) 44-51.
88. Cf. G.BRYKCZYNSKA, Op.. cit.,p.. 40.
89. Cf. E. DAWN SWABY- ELLIS, The Caring Physician, op. Cit.,p. 91.
90. GBRYKCZYNSKA se refiere a estos estudios en Op. Cit., pp.238-239.
91. En la práctica de la enfermería, el tacto, en sentido
literal, es fundamental. (Lo expresa G.BRYKCZYNSKA en Op. Cit.,p. 239).
92. Lo expresa S.A. GADSOW en Nurse and patient: The caring relationships,
en Op. Cit., p. 41.
93. Cf. S.A. GADOW en Nurse and Patient: the caring relationship, en
op. Cit.,pp. 40-41.
94. Tiene tacto quien es capaz de preservar al enfermo de cualquier
intrusión ajena. Lo expresa G. BRYKCZYNSKA en Op. Cit.,p.239.
95. G. Bryckzinska se refiere a la escucha atenta en Op. Cit., p. 241.
96. Lo expresa W. T. REICH en Op. Cit., p. 46.
97. G. BRYKCZYNSKA se refiere a la dificultad de la escucha en Op. Cit.,p.242.
98. G. BRYKCZYNSKA se refiere a él en Op. Cit.p.242.
99. Véase, en este sentido, El concepto de la angustia, Espasa
Calpe, Madrid, 1982.