
Agnieska
Hernández, autora
de "Fiesta Solemne de Baco"
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Una fiesta solemne; con ser palabras tan cercanas, denotan mas bien
festividad. Mucho más en estos días, donde tal solemnidad
en la celebración viene relegándose a la religiosidad
no pagana (digamos una misa católica); a diferencia de la sola
palabra fiesta, más en el ímpetu de lo profano, del banquete
gentil. Fiesta solemne de Baco. Una bacanal poco sui generis, de una
especie nueva. El mismísimo dios romano del vino (el Dionisio
de los griegos) en el recogimiento y la ostentación de lo solemne.
Esta tensión, sutil y persistente, en el título, me atrapa
todavía. Esta conjunción, esta mezcla de lo profano y
lo divino como una fiesta carnavalesca, una farsa, puro teatro.
Recordemos que en su Poética, Aristóteles hace derivar
la tragedia griega del ditirambo, himnos corales en honor del dios Dionisio.
Sabido es que las bacanales se hicieron cada vez más desenfrenadas
y licenciosas, por lo que el Senado romano las prohibió hacia
el año 168 a.C.. Su popularidad, sin embargo, y según
suele suceder, se mantuvo algunos siglos después. Banquetes,
bailes de disfraces, máscaras, desfile de carrozas: todo lo que
el carnaval es se origina probablemente de aquellas celebraciones rituales
de los ciclos de la naturaleza. Supongo que en algunos lugares todavía
el Carnaval precede a la Cuaresma (palabra que tiene su etimología
en la expresión latina carnem levare, quitar la carne,
aludiendo a la prohibición de comerla durante ese tiempo de la
liturgia cristiana), pero la tendencia es a laicizar, a dejar en el
mundo toda fiesta, reservando otras festividades más solemnes
al ámbito de lo religioso.
Así que cuando Agnieska narra toda esa noche donde hay
aguardiente por medio, una de las fiestas de Olimpia y Ricardo,
una especie de orgías a las que invitaban a amigos y conocidos,
gente linda que siempre terminaba saltando en un solo pie al compás
de palo, palo, palito, palo..., y titula su narración Fiesta
solemne de Baco, no puedo dejar de imaginarme una farsa, un ambiente
teatral, carnavalesco. Se ha pretendido retratar una escena de nuestra
cotidianeidad más trivial; porque la farsa, amigos míos,
con perdón de Mañach y muy a mi pesar, quizá va
convirtiéndose en un distintivo del cubano. Esa falsa solemnidad,
el decorado ajeno, el referente báquico que no se corresponde
con la realidad factual (sucede, que dudas cabe, en la Cuba de los 90),
todo a la espera de Aisa, hija de Olimpia, ex-dramaturga que no tenía
teatro en su patria y nunca se atrevió a adaptar El Maestro y
Margarita, de su esposo madrileño, y de un amigo, también
español. Agnieska hilvana una historia que me gustaría
presentar en tres partes, las cuales noto bien demarcadas en la obra.
La primera parte gira alrededor de Eloy, uno de los personajes mejor
caracterizados, que tragicómicamente (y según iba disfrutando,
adentrándome en la espesura del texto, el apelativo aparecía
nítido) se conecta con cierta zona de la narrativa joven cubana.
Es una franja o tema que no es casualidad- también puede
rastrearse en las artes plásticas: el asunto del sacrificio,
cría o hurto del ganado (vacuno o porcino), y que con mayor amplitud
y tradición podría llamarse el tema de la carne, precioso
para un ensayo de su etiología y tratamiento literarios.
Eloy, un matarife retirado; beodo, que primero bebía para
espantar el miedo, la indecisión de tomar un puñal y hundirlo
en la carne grasienta de los animales, porque él
mismo le tenía miedo a la muerte, y después bebía
incontrolablemente, para espantar otros miedos. Porque Eloy, que antes
se imaginaba a sí mismo rey mago cuando ponía, sobre
la mesa de su casa, las piezas sanguinolentas, ahora estaba retirado.
Y todo su drama lo resume Agnieska con una pincelada magistral: aquel
día puso un trozo de carne sobre la mesa y aconsejó ahorrarlo.
Con la fiesta organizándose, Eloy tenía oportunidades
para ser centro. Así que, hacia el final de esa primera parte,
lo vemos solícito con los que arriban; preparándoles un
traguito, acercándoles un platico, y bebiendo él también,
hasta acabar hurtando en vasos ajenos: Eloy disfruta de la fiesta
y bebe del vaso de Olimpia; acerca sus bigotes al sitio donde aún
queda una mancha roja de lápiz labial. Es el último sorbo
y tendrá que bebérselo de un tirón si quiere saber
los secretos.
Con ese artilugio Agnieska nos introduce (Eloy sorbe) en lo recóndito
de cada personaje: Ricardo (negro hermoso, santero, esposo de Olimpia),
Carla (actriz, joven, una argolla aferrada a su ombligo), Olimpia (cubana
amplia, la ropa marcando sus carnes), Sabina (huesuda, refugiada en
la religión desde que Olimpia le arrebató a su hombre),
y otros, porque los invitados principales se tardaban. Y Eloy sorbe,
ayudando a Agnieska y a nosotros, lectores, a desentrañar la
madeja que hay detrás de cada actor; nos introduce en sus odios,
sus insatisfacciones, las vivencias pasadas que explican las relaciones
de esta noche, los distanciamientos, las actitudes, todo lo que ha quedado
diluido en un poco de ron, al fondo de los vasos abandonados.
Hasta que llegaron. Ellos tres fueron el toque final de la fiesta.
Aisa, su esposo Federico, acompañados de Llanio, que también
saludaba y cada vez que alguien le estrechaba la mano advertía
que, de proponérselo, podría avasallar a toda esa gente
que, por creerlo español, casi le besaba la mano.
Esta llegada marca el giro hacia la segunda parte, en que comienza a
protagonizar, finalmente, Llanio. Corrosivo, ególatra, una especie
de Asaselo que desprecia a Aisa por ser exiliada y encima mujer, y que
sólo ha venido a La Habana dice- buscando una aventura
sexual en pleno Malecón, espoleada su libido con el gran
banquetazo frente al mar que una pareja habanera se prodigó
sin importarle mucho la cercanía de Federico según
contaba su amigo del anterior viaje a Cuba.
La segunda parte pivotea en la consumación de este deseo erótico.
Llanio está poco tiempo en la fiesta y pide que lo acompañen
a cierta dirección en La Habana. Aisa quiso impedir que su madre
saliera con Llanio; Olimpia tampoco era la mesura en persona,
no eran buena mezcla. Pero, finalmente es quien acompaña
al español. Avísale de las calles por las que tiene
que doblar, le pide el negro Ricardo a su esposa, avísale
con tiempo, que tú eres fatal para las direcciones.
Ya sobre la humedad salobre de la serpiente de piedra, Olimpia y Llanio
en la penumbra, elabora Agnieska un flirteo convincente, y sostiene
con pericia el momento de la consumación, contrapunteando con
la fiesta, que ya se alargaba, y donde iban en aumento la preocupación
y furia de Ricardo porque se tardaban demasiado en el Vedado. Hace
mucho que para mí es un sueño algo que le ocurrió
a mi amigo Federico; te encontré en la fiesta y me bastó
con verte la cara para saber que tú, Olimpia, tendrías
agallas para hacerlo.
Finalmente nadie detiene al marido de Olimpia, que furioso- sale
en su Peugeot, acompañado por Federico y Aisa, y en el que logra
subirse Eloy. Agnieska logra una verdadera tensión dramática,
repleta de augurios; y la superposición de algunos planos narrativos,
la ayudan al desenlace que más adelante vendrá. Porque
cuando todo parecía que iba a acabar en desgracia, en el encuentro
y la cogida in fraganti, el lector es conmovido por una situación
impensable. Porque en la dirección a la que dijo Llanio dirigirse,
estaban, ciertamente; visitando a una niña enferma, con la que
se carteaba el español.
Y esta tercera parte tiene a la muerte como motivo central. Ante la
niña moribunda, los bacantes recobran su sentido sagrado. ¿Acaso
la muerte no es parte del ciclo natural? Pero se revela en este caso
(y se rebela en ellos) la ruptura de tales círculos, pues en
una niña la vida no ha dado toda su fertilidad. Laurita tiene
problemas con los riñones, ya no quedaba mucho por hacer,
y ni los padres querían continuar con las transfusiones.
Lo que sigue sorprendiendo aquí es la transformación del
personaje de Llanio, que, habiendo sido el más terrible y disoluto,
está sentado a los pies de la cama de la moribunda, intentando
alentar a Laura y ahuyentar a la muerte. Arrastra a los demás
en una especie de conjuro. Cada cual expone, según su experiencia,
la manera de burlar la parca: Llanio desde la cultura, Ricardo desde
la religiosidad, Olimpia desde los sueños y la voluntad. Al final
Eloy se acercó a la cama por primera vez en la noche, y pide
cambiarse por ella. Hoy caí de una escalera y estas son
las horas en que no sé si estoy muerto, si sigo borracho como
lo he estado toda mi vida o si continúo vivo.
Ese sacrificio es lo que da el tono de sacra solemnidad a la fiesta
que nos narra Agnieska, no sólo porque parece lo único
capaz de vencer a la muerte propia y redimir la de otro, sino por una
relación inevitable con la inmolación de Cristo en la
Cruz. Eloy reiteró su ofrecimiento. Entonces, con un flashback
bien orquestado, Agnieska nos devuelve inmediatamente a la reunión
de los vecinos, a la multiplicidad de lecturas, a la sorpresa de Eloy,
que gritaba porque no sabía si estaba muerto o borracho.
Ni el lector, que, al releer esta obra, se percata de las inteligentes
marcas que deja Agnieska para que ensayemos nuestro albedrío.
No pretendo que Agnieska considerara algunos de estos puntos al momento
de escribir su Fiesta solemne de Baco, de cualquier manera eso no tiene
la menor importancia. La literatura, saliendo de las manos del hombre,
y siendo certera señal de su naturaleza, participa también
del reino de su creador: del reino de la libertad.Se independiza de
las circunstancias, de los propósitos y aún de los designios.
Por tanto, es completamente plausible que aquellos acordes provocaran
esta melodía. De manera similar, todo lector que se acerque encontrará
en esta ópera prima lo que se espera de cualquier obra de arte:
una fiesta. O mejor: una fiesta solemne.
Muchas gracias.
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