Revista Vitral No. 51 * año VIII * septiembre-octubre 2002


LECTURAS

 

FIESTA SOLEMNE DE BACO

ERNESTO ORTIZ HERNÁNDEZ

 


Agnieska Hernández, autora
de "Fiesta Solemne de Baco"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una fiesta solemne; con ser palabras tan cercanas, denotan mas bien festividad. Mucho más en estos días, donde tal solemnidad en la celebración viene relegándose a la religiosidad no pagana (digamos una misa católica); a diferencia de la sola palabra fiesta, más en el ímpetu de lo profano, del banquete gentil. Fiesta solemne de Baco. Una bacanal poco sui generis, de una especie nueva. El mismísimo dios romano del vino (el Dionisio de los griegos) en el recogimiento y la ostentación de lo solemne. Esta tensión, sutil y persistente, en el título, me atrapa todavía. Esta conjunción, esta mezcla de lo profano y lo divino como una fiesta carnavalesca, una farsa, puro teatro.
Recordemos que en su Poética, Aristóteles hace derivar la tragedia griega del ditirambo, himnos corales en honor del dios Dionisio. Sabido es que las bacanales se hicieron cada vez más desenfrenadas y licenciosas, por lo que el Senado romano las prohibió hacia el año 168 a.C.. Su popularidad, sin embargo, y según suele suceder, se mantuvo algunos siglos después. Banquetes, bailes de disfraces, máscaras, desfile de carrozas: todo lo que el carnaval es se origina probablemente de aquellas celebraciones rituales de los ciclos de la naturaleza. Supongo que en algunos lugares todavía el Carnaval precede a la Cuaresma (palabra que tiene su etimología en la expresión latina carnem levare, “quitar la carne”, aludiendo a la prohibición de comerla durante ese tiempo de la liturgia cristiana), pero la tendencia es a laicizar, a dejar en el mundo toda fiesta, reservando otras festividades más solemnes al ámbito de lo religioso.
Así que cuando Agnieska narra toda esa noche donde “hay aguardiente por medio”, una de las fiestas de Olimpia y Ricardo, “una especie de orgías a las que invitaban a amigos y conocidos, gente linda que siempre terminaba saltando en un solo pie al compás de palo, palo, palito, palo...”, y titula su narración Fiesta solemne de Baco, no puedo dejar de imaginarme una farsa, un ambiente teatral, carnavalesco. Se ha pretendido retratar una escena de nuestra cotidianeidad más trivial; porque la farsa, amigos míos, con perdón de Mañach y muy a mi pesar, quizá va convirtiéndose en un distintivo del cubano. Esa falsa solemnidad, el decorado ajeno, el referente báquico que no se corresponde con la realidad factual (sucede, que dudas cabe, en la Cuba de los 90), todo a la espera de Aisa, hija de Olimpia, ex-dramaturga que no tenía teatro en su patria y nunca se atrevió a adaptar El Maestro y Margarita, de su esposo madrileño, y de un amigo, también español. Agnieska hilvana una historia que me gustaría presentar en tres partes, las cuales noto bien demarcadas en la obra.
La primera parte gira alrededor de Eloy, uno de los personajes mejor caracterizados, que tragicómicamente (y según iba disfrutando, adentrándome en la espesura del texto, el apelativo aparecía nítido) se conecta con cierta zona de la narrativa joven cubana. Es una franja o tema que –no es casualidad- también puede rastrearse en las artes plásticas: el asunto del sacrificio, cría o hurto del ganado (vacuno o porcino), y que con mayor amplitud y tradición podría llamarse el tema de la carne, precioso para un ensayo de su etiología y tratamiento literarios.
Eloy, un matarife retirado; beodo, que primero bebía “para espantar el miedo, la indecisión de tomar un puñal y hundirlo en la carne grasienta de los animales”, porque “él mismo le tenía miedo a la muerte”, y después bebía incontrolablemente, para espantar otros miedos. Porque Eloy, que antes “se imaginaba a sí mismo rey mago cuando ponía, sobre la mesa de su casa, las piezas sanguinolentas”, ahora estaba retirado. Y todo su drama lo resume Agnieska con una pincelada magistral: “aquel día puso un trozo de carne sobre la mesa y aconsejó ahorrarlo”.
Con la fiesta organizándose, Eloy tenía oportunidades para ser centro. Así que, hacia el final de esa primera parte, lo vemos solícito con los que arriban; preparándoles un traguito, acercándoles un platico, y bebiendo él también, hasta acabar hurtando en vasos ajenos: “Eloy disfruta de la fiesta y bebe del vaso de Olimpia; acerca sus bigotes al sitio donde aún queda una mancha roja de lápiz labial. Es el último sorbo y tendrá que bebérselo de un tirón si quiere saber los secretos.”
Con ese artilugio Agnieska nos introduce (Eloy sorbe) en lo recóndito de cada personaje: Ricardo (negro hermoso, santero, esposo de Olimpia), Carla (actriz, joven, una argolla aferrada a su ombligo), Olimpia (cubana amplia, la ropa marcando sus carnes), Sabina (huesuda, refugiada en la religión desde que Olimpia le arrebató a su hombre), y otros, porque los invitados principales se tardaban. Y Eloy sorbe, ayudando a Agnieska y a nosotros, lectores, a desentrañar la madeja que hay detrás de cada actor; nos introduce en sus odios, sus insatisfacciones, las vivencias pasadas que explican las relaciones de esta noche, los distanciamientos, las actitudes, todo lo que ha quedado diluido en un poco de ron, al fondo de los vasos abandonados.
Hasta que llegaron. “Ellos tres fueron el toque final de la fiesta”. Aisa, su esposo Federico, acompañados de Llanio, que “también saludaba y cada vez que alguien le estrechaba la mano advertía que, de proponérselo, podría avasallar a toda esa gente que, por creerlo español, casi le besaba la mano”.
Esta llegada marca el giro hacia la segunda parte, en que comienza a protagonizar, finalmente, Llanio. Corrosivo, ególatra, una especie de Asaselo que desprecia a Aisa por ser exiliada y encima mujer, y que sólo ha venido a La Habana –dice- buscando una aventura sexual en pleno Malecón, espoleada su libido con el “gran banquetazo frente al mar” que una pareja habanera se prodigó sin importarle mucho la cercanía de Federico –según contaba su amigo del anterior viaje a Cuba.
La segunda parte pivotea en la consumación de este deseo erótico. Llanio está poco tiempo en la fiesta y pide que lo acompañen a cierta dirección en La Habana. Aisa quiso impedir que su madre saliera con Llanio; Olimpia “tampoco era la mesura en persona, no eran buena mezcla”. Pero, finalmente es quien acompaña al español. “Avísale de las calles por las que tiene que doblar”, le pide el negro Ricardo a su esposa, “avísale con tiempo, que tú eres fatal para las direcciones”.
Ya sobre la humedad salobre de la serpiente de piedra, Olimpia y Llanio en la penumbra, elabora Agnieska un flirteo convincente, y sostiene con pericia el momento de la consumación, contrapunteando con la fiesta, que ya se alargaba, y donde iban en aumento la preocupación y furia de Ricardo porque se tardaban demasiado en el Vedado. “Hace mucho que para mí es un sueño algo que le ocurrió a mi amigo Federico; te encontré en la fiesta y me bastó con verte la cara para saber que tú, Olimpia, tendrías agallas para hacerlo”.
Finalmente nadie detiene al marido de Olimpia, que –furioso- sale en su Peugeot, acompañado por Federico y Aisa, y en el que logra subirse Eloy. Agnieska logra una verdadera tensión dramática, repleta de augurios; y la superposición de algunos planos narrativos, la ayudan al desenlace que más adelante vendrá. Porque cuando todo parecía que iba a acabar en desgracia, en el encuentro y la cogida in fraganti, el lector es conmovido por una situación impensable. Porque en la dirección a la que dijo Llanio dirigirse, estaban, ciertamente; visitando a una niña enferma, con la que se carteaba el español.
Y esta tercera parte tiene a la muerte como motivo central. Ante la niña moribunda, los bacantes recobran su sentido sagrado. ¿Acaso la muerte no es parte del ciclo natural? Pero se revela en este caso (y se rebela en ellos) la ruptura de tales círculos, pues en una niña la vida no ha dado toda su fertilidad. Laurita tiene problemas con los riñones, “ya no quedaba mucho por hacer, y ni los padres querían continuar con las transfusiones”.
Lo que sigue sorprendiendo aquí es la transformación del personaje de Llanio, que, habiendo sido el más terrible y disoluto, está sentado a los pies de la cama de la moribunda, intentando alentar a Laura y ahuyentar a la muerte. Arrastra a los demás en una especie de conjuro. Cada cual expone, según su experiencia, la manera de burlar la parca: Llanio desde la cultura, Ricardo desde la religiosidad, Olimpia desde los sueños y la voluntad. Al final Eloy se acercó a la cama por primera vez en la noche, y pide cambiarse por ella. “Hoy caí de una escalera y estas son las horas en que no sé si estoy muerto, si sigo borracho como lo he estado toda mi vida o si continúo vivo”.
Ese sacrificio es lo que da el tono de sacra solemnidad a la fiesta que nos narra Agnieska, no sólo porque parece lo único capaz de vencer a la muerte propia y redimir la de otro, sino por una relación inevitable con la inmolación de Cristo en la Cruz. Eloy reiteró su ofrecimiento. Entonces, con un flashback bien orquestado, Agnieska nos devuelve inmediatamente a la reunión de los vecinos, a la multiplicidad de lecturas, a la sorpresa de Eloy, que gritaba porque “no sabía si estaba muerto o borracho”. Ni el lector, que, al releer esta obra, se percata de las inteligentes marcas que deja Agnieska para que ensayemos nuestro albedrío.
No pretendo que Agnieska considerara algunos de estos puntos al momento de escribir su Fiesta solemne de Baco, de cualquier manera eso no tiene la menor importancia. La literatura, saliendo de las manos del hombre, y siendo certera señal de su naturaleza, participa también del reino de su creador: del reino de la libertad.Se independiza de las circunstancias, de los propósitos y aún de los designios. Por tanto, es completamente plausible que aquellos acordes provocaran esta melodía. De manera similar, todo lector que se acerque encontrará en esta ópera prima lo que se espera de cualquier obra de arte: una fiesta. O mejor: una fiesta solemne.

Muchas gracias.

 

 

 

Revista Vitral No. 51 * año VIII * septiembre-octubre 2002
Ernesto Ortiz Hernández
(Pinar del Río, 1969)
Licenciado en Física en la Universidad de La Habana. Ha publicado los libros de poesía «Obelisco del Hereje» (Premios Pinos Nuevos, 1996), «Noche interior, noche ciudad» (Premio Hnos. Loynaz 1998) y «Fragmentos del Ojo» (Colección Cortalaire, Valladolid, 1999). Director de la revista literaria deLIRAS.