Al leer la expresión
del obispo Secretario del Pontificio
Consejo Justicia y Paz, Monseñor Giampaolo Crepaldi: Ha muerto
un santo, refiriéndose al Cardenal Nguyen Van Thuan, recordé
la delicada y constante atención y preocupación por Cuba
que el Purpurado mostró siempre que tuve la dicha y el honor
de conversar con él y compartir los trabajos del Consejo Justicia
y Paz.
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Cardenal Francisco-Xavier
Nguyen Van Thuan
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Entonces, me dije, si en todo ese tiempo mostró tanto interés
por Cuba y todos los cubanos, ahora tenemos desde el Cielo un perseverante
y atento intercesor.
El Cardenal Van Thuan, nunca visitó Cuba, tenía la intención
de venir a presentar el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
que preparó el Pontificio Consejo para el servicio de la Iglesia
Universal. Su deteriorada salud no se lo permitió.
Pero soy testigo de su interés por cada detalle de la vida de
esta Iglesia cubana y de todo el pueblo. Compartía nuestros
anhelos y esperanzas, así me lo hacía saber no sólo
de palabra sino en cada sencilla dedicatoria en los libros que le publicaron
y que, casi imperceptiblemente, aprovechando un receso de los trabajos
del Pontificio Consejo, dejaba sobre mi puesto del plenario en el Palacio
de San Calixto, en el Trastevere romano, en cuyo ático vivía.
Recuerdo su cruz pectoral, confeccionada en la cárcel, su andar
sosegado y diligente como de buen asiático, su mirada penetrante
y calurosa, su amplia y transparente sonrisa de hombre feliz y realizado,
sus constantes deferencias para con el cubano. Era como si algo invisible
pero muy concreto nos uniera en la esperanza. Era la comunión
en la fe y en las angustias. Era la certeza de que Todo pasa
y sólo Dios basta.
Al dejarnos para pasar a la Casa del Padre, el Pontificio Consejo Justicia
y Paz pierde a un Presidente, que sobre todo fue «Testigo»,
es decir, mártir, el que da la cara y la vida por Cristo.
Cuando el obispo Van Thuan recibió la roja púrpura cardenalicia,
me dije al ver su foto: ¡Qué coherencia entre la vida y
el hábito-signo de la sangre y el sacrificio por Cristo¡ Las
palabras con las que el Santo Padre indica a los cardenales que deben
«dar testimonio de Cristo hasta la efusión de la sangre», se
habían cumplido ya en el nuevo «príncipe de la Iglesia».
Porque la efusión de la sangre no ocurre sólo en el martirio
cruento sino, también y más comúnmente, en lo que
el mismo Pontífice ha llamado «martirio civil». Es
decir, en esa entrega sacrificada y cotidiana, sin aspavientos y sin
heridas visibles, pero que va convirtiendo a cada testigo de la cruz
en una ofrenda permanente. Eso fue en la cárcel de
Vietnam y en el Palacio de San Calixto. Eso fue en la oscuridad de la
persecución y en la gloria de la Ciudad Eterna. Como a caballo
entre dos mundos, con un pie en su Patria y otro en la Aldea Global,
vivió, pasó haciendo el bien entre la cruz
y la vida, entre la humillación y la esperanza.
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Misa de Requiem
ofrecida por el Obispo de P. del Río,
en memoria del Cardenal Van Thuan.
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Que Van Thuan, el insigne pastor que llevó sobre su vida el inconfundible
sello de cardenal de la justicia y de la paz, interceda para que ese
servicio en el seno de la Iglesia y en el corazón del mundo sea
un motivo de auténtica esperanza.
Que interceda también por Cuba.
Dagoberto Valdés Hernández
El Papa exalta la coherencia «hasta
el martirio» del Cardenal Van Thuan.
Preside las exequias del purpurado vietnamita
CIUDAD DEL VATICANO, 20 septiembre 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II
presentó al cardenal vietnamita Francois-Xavier Nguyen Van Thuan
como «ejemplo luminoso de coherencia cristiana hasta el martirio»,
en su funeral que presidió en la tarde del viernes 20 de Septiembre
en la Basílica del Vaticano.
El cardenal Van Thuan, que falleció el lunes 16 a los 74 años
de edad después de una larga enfermedad, era presidente del Consejo
Pontificio para la Justicia y la Paz y había pasado 13 años
en las cárceles vietnamitas, después de haber sido nombrado
en 1975 obispo coadjutor de Saigón.
«Puso toda su vida bajo el signo de la esperanza», dijo
Juan Pablo II que abandonó la residencia de Castel Gandolfo para
participar en las exequias.
Precisamente con una invitación a la esperanza, recordó
el pontífice, el entonces arzobispo Van Thuan «había
comenzado las meditaciones de los Ejercicios Espirituales» a la
Curia Romana, en marzo del año del Jubileo.
«En la prisión siguió subrayando el Papa que
le acogió en Roma cuando el régimen comunista le deportó
había comprendido que el fundamento de la vida cristiana es «escoger
sólo a Dios», como hicieron también los mártires
de Vietnam en el siglo pasado».
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El Cardenal
Van Thuan a la derecha del Papa en una audiencia al Pontificio
Consejo Justicia y Paz, (1995)
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«Los mártires dijo el Papa citando palabras del cardenal
vietnamita nos han enseñado a decir «sí»:
un «sí» sin condiciones ni límites al amor
del Señor; pero también un «no» a la vanidad,
a los compromisos, a la injusticia, justificados quizá con el
objetivo de salvar la propia vida».
«Su secreto era la indomable confianza en Dios, alimentada por
la oración y el sufrimiento del sufrimiento aceptado con amor»,
afirmó el Santo Padre.
«En la cárcel celebraba todos los días la Eucaristía
con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano siguió
recordando. Ese era su altar, su catedral. El cuerpo de Cristo
era su «medicina»».
«Fiel hasta la muerte concluyó el Papa, conservó
la serenidad y la alegría incluso durante la larga y sufrida
estancia en el hospital. En los últimos días, cuando ya
era incapaz de hablar, se quedaba con la mirada fija en el crucifijo
que tenía en frente. Rezaba en silencio, mientras culminaba su
extremo sacrificio coronando una existencia marcada por la heroica configuración
con Cristo en la Cruz».
ZS02092006
Un Pastor siempre fiel a las necesidades
de su pueblo
Juan Pablo II ha destacado el heroísmo del cardenal François-Xavier
Nguyen Van Thuan, fallecido este lunes a los 74 años, en varios
mensajes, uno de ellos enviado a la anciana madre del purpurado vietnamita.
Monseñor Van Thuan pasó trece años en las cárceles
comunistas (nueve en régimen de aislamiento), después
de que Pablo VI le nombrara arzobispo coadjutor de Ho Chi Minh (la antigua
Saigón) en 1975.
Van Thuan fue deportado en 1991. Juan Pablo II le acogió en Roma.
Desde entonces el gobierno vietnamita lo declaró «persona
non grata». Nunca más pudo regresar a su patria.
El Papa le acogió en la Curia Romana, donde llegaría a
ser creado cardenal y presidente del Consejo Pontificio para la Justicia
y Paz.
Al conocer la noticia del fallecimiento del cardenal a causa del cáncer,
el Papa envió un telegrama a su madre, la señora Ngo Dinh
Thi Hiep, que en estos días se encuentra en Roma, para manifestarle
su pésame. «La Iglesia reconoce en su hijo asegura
el Papa- a un testigo fiel y valiente del Evangelio, al que ha sido
fiel en las pruebas por amor a Cristo y a la Virgen María».
El pontífice ha transmitido también sus condolencias a
los católicos vietnamitas, enviando un mensaje al obispo de Nha
Trang y presidente de la Conferencia Episcopal de Vietnam, monseñor
Paul Ngûyen Van Hoa. El telegrama recuerda «esta gran figura
sacerdotal y episcopal de su país, que con una fidelidad y una
valentía ejemplares, ha dado testimonio de su fe en Cristo, estando
estrechamente asociado a su misión a través de su ministerio
y su pasión por los sufrimientos que ha padecido».
Por último, el obispo de Roma ha enviado también un telegrama
al obispo Giampaolo Crepaldi, secretario del Consejo Pontificio para
la Justicia y la Paz, y a los miembros de ese organismo vaticano que
presidía el purpurado.«El querido hermano difunto deja
el recuerdo indeleble de una vida gastada en la adhesión coherente
y heroica a la propia vocación, como sacerdote atento a las necesidades
del pueblo cristiano y pastor lleno de celo por el Evangelio, siempre
fiel a la Iglesia incluso en el duro tiempo de la persecución»,
constata el mensaje pontificio.
Con la muerte del purpurado vietnamita, el colegio cardenalicio queda
compuesto ahora por 172 cardenales, de los cuales 116 son electores
(no han cumplido los ochenta años).
Cardenal Van Thuan: de las carceles
comunistas
a «Príncipe de la Iglesia»
Un hombre que amó a sus enemigos
De las cárceles vietnamitas a «príncipe de la
Iglesia». Así se puede resumir la vida del cardenal François
Xavier Nguyen Van Thuan, fallecido en Roma este lunes a los 74 años
de edad a causa del cáncer que minaba su salud desde hace tiempo.
En marzo de 2000, el cardenal Van Thuan conmovió a Juan Pablo
II y a los miembros de la Curia Romana con la predicación de
los Ejercicios Espirituales, en los que transmitió experiencias
vividas durante los 13 años pasados en la cárcel .
En una entrevista concedida a Zenit en aquella ocasión (Zenit,
12 de marzo de 2000), el cardenal recordaba: «A los compañeros
de prisión no católicos que me preguntaban cómo
podía seguir esperando, les respondía: «He abandonado
todo para seguir a Jesús, porque amo los «defectos»
de Jesús»».
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De izquierda
a derecha, Van Thuan, Dagoberto Valdés y Monseñor
Piotr Jarecki,
Obispo Auxiliar de Varsovia, durante una sesión de Justicia
y Paz.
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«En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide
que se acuerde de él cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido
yo reconocía monseñor Van Thuân le hubiera
respondido: «no te olvidaré, pero tienes que expiar tus
crímenes en el purgatorio». Sin embargo, Jesús,
le respondió: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Había olvidado los pecados de aquel hombre».
«Lo mismo sucedió con Magdalena, y con el hijo pródigo.
Jesús no tiene memoria, perdona a todo el mundo». Este
era el «defecto» de Jesús que más le gustaba
al cardenal Van Thuan.
«Jesús no sabe matemáticas bromeaba el cardenal
Van Thuân al hablar de los «defectos» de Jesús.
Lo demuestra la parábola del Buen Pastor. Tenía cien ovejas,
se pierde una de ellas y sin dudarlo se fue a buscarla dejando a las
99 en el redil. Para Jesús, uno vale lo mismo que 99 o incluso
más».
Otro de los temas fundamentales de los Ejercicios Espirituales que dirigió
al Papa fue el amor a los enemigos. En la entrevista a Zenit, el cardenal
recordaba: «Un día, uno de los guardias de la cárcel
me preguntó: «Usted, ¿nos ama?». Le respondí:
«Sí, os amo». «¿Nosotros le hemos tenido
encerrado tantos años y usted nos ama? No me lo creo...»».
«Entonces le recordé seguía recordando el
purpurado: «Llevo muchos años con usted. Usted lo
ha visto y sabe que es verdad». El guardia me preguntó:
«Cuando quede en libertad, ¿enviará a sus fieles
a quemar nuestras casas o a asesinar a nuestros familiares?».
«No le respondió el cardenal aunque queráis
matarme, yo os amo». «¿Por qué?», insistió
el carcelero. «Porque Jesús me ha enseñado a amar
a todos, también a los enemigos aclaré. Si
no lo hago no soy digno de llevar el nombre de cristiano. Jesús
dijo: «amad a vuestros enemigos y rezad por quienes os persiguen».
«Es muy bello, pero difícil de entender», comentó
al final el guardia».
«Cuando me encarcelaron en 1975 recordó el prelado
vietnamita, me vino una pregunta angustiosa: «¿Podré
celebrar la Eucaristía?».
El prelado explicó que, dado que al ser detenido no le permitieron
llevarse ninguno de sus objetos personales, al día siguiente
le permitieron escribir a su familia para pedir bienes de primera necesidad:
ropa, pasta dental,
etc.
«Por favor, enviadme algo de vino, como medicina para el dolor
de estómago». Los fieles entendieron muy bien lo que quería
y le mandaron una botella pequeña de vino con una etiqueta en
la que decía: «Medicina para el dolor de estómago».Entre
la ropa escondieron también algunas hostias. La policía
le preguntó: «¿Le duele el estómago?».
«Sí», respondió monseñor Van Thuân,
quien entonces era arzobispo de Saigón. «Aquí tiene
su medicina».
«No podré expresar nunca mi alegría: celebré
cada día la Misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma
de la mano. Cada día pude arrodillarme ante la Cruz con Jesús,
beber con él su cáliz más amargo. Cada día,
al recitar la consagración, confirmé con todo mi corazón
y con toda mi alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús
y yo, a través de su sangre mezclada con la mía. Fueron
las Misas más bellas de mi vida».
Más tarde, cuando le internaron en un campo de reeducación,
al arzobispo le metieron en un grupo de cincuenta detenidos. Dormían
en una cama común. Cada uno tenía derecho a cincuenta
centímetros. «Nos las arreglamos para que a mi lado estuvieran
cinco católicos cuenta. A las 21,30 se apagaban las
luces y todos tenían que dormir. En la cama, yo celebraba la
Misa de memoria y distribuía la comunión pasando la mano
por debajo del mosquitero. Hacíamos sobres con papel de cigarro
para conservar el santísimo Sacramento. Llevaba siempre a Cristo
Eucaristía en el bolso de la camisa».
Dado que todas las semanas tenía lugar una sesión de adoctrinamiento
en la que participaban todos los grupos de cincuenta personas que componían
el campo de reeducación, el arzobispo aprovechaba los momentos
de pausa para pasar con la ayuda de sus compañeros católicos
la Eucaristía a los otros cuatro grupos de prisioneros.
«Todos sabían que Jesús estaba entre ellos, y él
cura todos los sufrimientos físicos y mentales recordaba.
De noche, los prisioneros se turnaban en momentos de adoración;
Jesús Eucaristía ayuda de manera inimaginable con su presencia
silenciosa: muchos cristianos volvieron a creer con entusiasmo; su testimonio
de servicio y de amor tuvo un impacto cada vez mayor en los demás
prisioneros; incluso algunos budistas y no cristianos abrazaron la fe.
La fuerza de Jesús es irresistible. La obscuridad de la cárcel
se convirtió en luz pascual».
Para el predicador de los Ejercicios Espirituales del Papa «Jesús
comenzó una revolución en la cruz. La revolución
de la civilización del amor tiene que comenzar en la Eucaristía
y desde aquí tiene que ser impulsada».«Concluyo con
un sueño dijo monseñor Van Thuân: en
él la Curia Romana es como una gran hostia, en el seno de la
Iglesia, que es como un gran Cenáculo. Todos nosotros somos como
granos de trigo que se dejan moler por las exigencias de la comunión
para formar un solo cuerpo, plenamente solidarios y plenamente entregados,
como pan de vida para el mundo, como signo de esperanza para la humanidad.
Un solo pan y un solo cuerpo».ZS02091708