Revista Vitral No. 51 * año VIII * septiembre-octubre 2002


EDUCACIÓN CÍVICA

 

QUE SE OIGA CLARO EL PREGÓN
DE LA DIVERSIDAD

DAGOBERTO VALDÉS HERNÁNDEZ

 

 


A los ingeniosos pregoneros que pasan por mi casa.
Sobre todo a Juan Carlos, barítono manisero que llena de musicalidad la esperanza.

Consuelito Vidal le dice a Alfredito Rodríguez en el último programa “En familia”: ¿Sabes por qué has triunfado en este programa?... Y le contesta ella misma: ¡Por el respeto a la diferencia¡
Los cubanos estamos aprendiendo, otra vez, a vivir en la diversidad. Es un aprendizaje largo y difícil. Es un desafío a nuestra tolerancia, a nuestra paciencia histórica, a nuestra creatividad.
En varias etapas de nuestra historia este proceso ha tenido avances, retrocesos y estancamientos. El mundo es diverso. La naturaleza es diversa. El hombre y la mujer son diversos. Bien lo dice el refrán popular: “cada cabeza es un mundo” ó “cada maestro tiene su librito”, o “para que el mundo sea mundo tiene que haber de todo”. Muchos desearíamos que ese “de todo” fuera todo para el bien pero, desgraciadamente, la realidad nos enfrenta cada día con otra verdad: el mundo y las personas son diversos para bien y para mal. Pero diversos al fin.
Sin embargo el reto parece radicar en cómo buscar el bien común de toda la sociedad y el bien de cada persona, sin violar la dignidad y los derechos de cada una de ellas.

¿Prohibir lo diverso?

Una solución, que parece la más rápida y segura, es prohibir lo diverso para que, la familia, o la comunidad, o todo el pueblo no se “confunda”, no se desoriente, no se distraiga, no pierda tiempo en analizar las diferentes alternativas. Algunos, que “saben” más, o “pueden” más, se encargan de decir lo que es bueno, lo que se puede hacer y lo que no se puede, lo que se puede decir delante de algunos y lo que no se puede decir, incluso, ¡vaya ingenuidad y ansias de manipulación y dominio, intentan decirnos, hasta lo que podemos y debemos pensar y lo que ni nos puede pasar por la mente.
Con esta estrategia de “orientación” se intenta construir la unidad de la familia, o de la Iglesia, o de los partidos políticos, o de los grupos de la sociedad civil, e incluso, la llamada unidad de todo el pueblo. La vida nos enseña que lo que se logra no es la unidad sino una uniformidad aparente. Por debajo de esa unanimidad palpita la diversidad que como dijimos es lo propio de la naturaleza y del ser humano, de la sociedad civil, de las iglesias y del mundo.
Si se insiste en uniformar la vida, el pensamiento, las opciones y los proyectos, entonces en lugar de la unidad se construye la simulación, la doble moral, las máscaras políticas o religiosas de las que hablaba hace más de 150 años el Padre Félix Varela, aquel que nos enseñó a pensar primero, antes de actuar, antes de decidir, antes que decidieran por nosotros.
La unidad no se logra, nos lo enseña nuestra propia historia, con la uniformidad sino con la búsqueda paciente y pluralista de los consensos. Cuando hemos hecho “consolidados”, ya sea para arreglar zapatos o para formar integralmente a las personas, lo que sale de esos consolidados es pobreza, exclusión y burocratismo. Se excluyó a los zapateros por cuenta propia llevándolos, por decreto, a un consolidado que supuestamente unificaría la distribución de los recursos y los esfuerzos humanos. Resultado: se fueron perdiendo los buenos zapateros y hasta las suelas de los zapatos. Volvieron los zapateros y ahora tenemos cantidad de opciones de zapatos y no faltan los materiales para su pronta y bella reparación para los que no cuentan con recursos para comprarse unos nuevos y caros, como están.
Este sencillo ejemplo, se repite cada día en nuestra realidad cotidiana y pudiera servirnos para aprender que en la diversidad de iniciativas está la verdadera riqueza de las personas, de las instituciones y del País. En un restaurante del Estado que forma parte de una red de distribución unificada, los carritos del “Ligero”, las cafeterías populares del “Rápido” en moneda nacional, los “Doña Yuya” y otras empresas unificadas, ofertan lo mismo, muchas veces frío y viejo, y en otras ocasiones se “paran por falta de recursos”. Sin embargo, la iniciativa de cada vendedor que pregona por su cuenta, nuevamente frente a nuestros hogares, vendiendo “de todo” como dicen las amas de casa: tamales, maní, ollas arroceras, malanga, bocaditos de helado envueltos y sin derretir, escobas, hilos, telas, gasolina, petróleo, arroz, frijoles, duchas eléctricas, leche en polvo, latas de conserva, puré de tomate, plátanos y todo género de cosas y servicios. Y todos en Cuba sabemos que se vende esto y mucho más.

Sacar el pregón de la conciencia

Los pregones se perdieron con la consolidación de los servicios y los empleos, con la unificación de las ideas y de los proyectos. Los famosos pregones, tan cubanos y tan libres, tan creativos y diversos, que no hay dos pregones iguales, volvieron cuando por imperio de la necesidad, salidos del subterráneo de la diversidad que siempre existió reprimida e ilegal, salieron a la luz del día, con una simple moraleja: La uniformidad y el control excluyente empobrecen y silencian el clamor de los pueblos. La realidad insumergible es la diversidad. La diversidad es riesgosa en sí, cuando se desboca en caos y no busca la solidaridad, pero enriquecedora de los pueblos y espacio de libertad para que salga de la oscuridad de la economía subterránea, y se escuche en nuestras calles, con la libertad de la luz, el pregón de los cubanos.
El pregón de las cosas materiales y el “pregón” que es todavía más necesario y superior: el pregón de las conciencias, de las ideas, de las convicciones políticas y religiosas, de todo ese mundo interior, espiritual, trascendente, que durante mucho tiempo ha estado en el mismo lugar de los pregones populares, en el subterráneo del miedo, en la oscuridad de lo que no se puede decir a la luz del día, en la agobiante incertidumbre de “lo ilegal pero tolerado”, como se dice tranquilamente hoy día en casi todas las agencias de prensa internacionales, quizá sin valorar suficientemente, qué cuota de opresión, desgaste e inseguridad se esconde detrás de una frase hecha.
Que cada cubano, pues, pueda sacar fuera su pregón. Que se escuche, tranquilo y musical, el pregón del manisero y la tamalera, sin miedo a que le intervengan su subsistencia. Que se escuche, también, segura y confiada, la voz de todo cubano que piensa distinto, que cree diferente, que propone otro proyecto, que quiere que Cuba cambie, que quiere que el mundo sea más justo y más fraterno. Y que nadie tenga que “cantar el manisero” o irse a “vender su tamal” en tierra extraña.
Para que la diversidad pueda salir confiada a la calle, con pleno derecho de ciudadanía, debemos educarnos todos en la tolerancia, la aceptación del pluralismo sin exclusiones, y la participación pacífica y democrática. Acallan el pregón de los pueblos quienes desean que se escuche una sola voz y haya un solo proyecto excluyente. Acallan la voz de la conciencia y la voz de Dios quienes se aferran con fanatismo a una sola religión, o a una sola forma de vivir el cristianismo, o a una sólo forma de vivir en Iglesia, en comunidad.

Excluir a alguien por ser diverso es una injusticia

Si un ciudadano es excluido de algún servicio social o de alguna responsabilidad en la vida cívica y política porque no piensa, no se expresa y no actúa unánimemente conforme con la uniformidad que una autoridad desea imponer, se está cometiendo una injusticia y se cultiva, por lo menos, la doblez y la simulación, y por lo más, el exilio como huida hacia fuera, o el suicidio físico, laboral o moral, como huida hacia adentro, hacia ningún lado. Si un creyente es excluido por otras religiones, o sometido a discriminaciones por profesar una fe diferente o por ser agnóstico o ateo; cuando un miembro de una iglesia es excluido por razón de su forma de expresar la fe, por sus ideas políticas o por sus opciones diferentes, dentro de la misma fe y la misma eticidad de su propia comunidad, se está cometiendo una injusticia y se cultiva un fundamentalismo, fanático y sectario, o una forma de comprometerse con la fe, uniformadora y discriminatoria de la sana diversidad.
No se trata de cultivar el caos social en nombre de la diversidad política y social. Ni se trata de fomentar un relativismo moral o religioso en nombre de la diversidad en la forma de vivir y expresar la fe en Dios y la vida en la comunidad eclesial. Evitemos los extremos: ni uniformidad impuesta, ni caos sin orden ni concierto. No se trata de ir a los extremos en la práctica religiosa: ni dogmatismo en la forma diversa de vivir la fe, ni relativismo en la parte dogmática que tiene toda religión.
Si uno de los riesgos de la diversidad y del pluralismo es la desorientación y el desorden, la solución más justa no es la uniformidad en la orientación y un orden excluyente y discriminatorio.

Pueden proponerse varias salidas a estos riesgos:
-Ante la posibilidad de la desorientación, no se trata de podar y talar el bosque de las opciones para dejar un único camino...pero asolado, sino de poner en manos del caminante, del ciudadano, los instrumentos de orientación, las brújulas cívicas, los mapas que ha hecho la historia y que pueden servir de referencia y no de camino trillado, el entrenamiento para orientarse y escoger entre camino y camino o para decidirse a abrir nuevos senderos. Es una obra de formación cívica y discernimiento ético. Es una obra de educación para la libertad y entrenamiento para poder convivir en el respeto mutuo, la tolerancia con lo diverso, la lealtad con los contrarios, la hidalguía en las discusiones cívicas y políticas, en fin, en acostumbrarnos a que el mundo ha cambiado y ya no son de este tiempo los caminos únicos, uniformados y excluyentes.
-Ante la posibilidad del desorden, no se trata de imponer un orden que quiera controlar toda la vida según el modelo y el proyecto de los que tienen la fuerza para imponerlos. Se trata de establecer, con la participación de todos, un marco legal incluyente y pluralista que garantice un espacio y una protección legal y real para todo el que quiera servir al bien común con ideas, proyectos, acciones y escuelas de pensamiento, de un modo justo, pacífico, gradual y democrático. Es decir, con alternativas éticamente aceptables. Al marco legal y los espacios de participación debe agregarse la educación para el diálogo y la búsqueda de consensos, caminos e instrumentos para lograr una concertación social y política, cívica y religiosa, sin falsos sincretismos, ni confusiones éticas.
La unidad verdadera no es la impuesta por unos sobre otros, sino la buscada entre todos y para todos. Esa búsqueda de la unidad es un arte, no un decreto. Es un riesgo, no un camino trillado. Es una obra cívica a la que vale la pena entregar toda la vida. Todos debemos ir acostumbrándonos a que el mundo es diverso, a que el tiempo de la uniformidad se acabó aquí y en el mundo, para los que aún sostienen aspiraciones hegemónicas.

El reto de hoy: acostumbrarnos a la diversidad y buscar consensos

La búsqueda de consensos es, quizá, el desafío principal de esta hora única de Cuba. Porque la diversidad está ya en la calle y la conciencia de muchos cubanos pregonan, unos a sotto voce y otros, cada vez más, a voz en cuello, que cada cual debe pensar con su cabeza y que todos debemos tener un espacio en la Casa Cuba, para que esta Isla y los que están en la Diáspora, formemos una verdadera y variopinta comunidad nacional, como corresponde a nuestra cultura, como corresponde a la naturaleza humana, como corresponde a la dinámica social de un país sano.
Cuba emerge hacia una nueva etapa en la diversidad, debemos entrenarnos en esa cultura de la pluralidad. Los distintos grupos, movimientos y partidos de la incipiente sociedad civil deben entrenarse en esa cultura de la diversidad. Pero, de verdad, aceptando que todos tienen derecho a proponer, a debatir, a disentir, a criticar. Eso es lo nuevo que está naciendo. Lo otro es semejanza, más de lo mismo, con lo que está por terminar. Lo nuevo es la diversidad y la búsqueda de consensos hasta donde quieran los ciudadanos y sus organizaciones y cuando no quieran, no darle cabida a la crispación, al resentimiento y a la desconfianza. El mundo de la sociedad y de la política es así. No lo queramos concertar al tope de la tuerca porque se nos vuelve a ir la rosca.
La Iglesia en Cuba, las Iglesias, también debemos acostumbrarnos a la idea de que en nuestro seno, en nuestras comunidades, en nuestros movimientos, en nuestros planes pastorales e iniciativas laicales, entre nuestros Pastores y entre los fieles más sencillos, está surgiendo una realidad nueva, diversa, como era antes del autoritarismo de Estado, como siguió siendo en el silencio del pequeño resto fiel y como está emergiendo ahora, comunidades cristianas más ricas en alternativas misioneras, más plurales en los métodos y medios, más pujantes para salir fuera aunque con estilos diversos, más arriesgada en las fronteras del compromiso, más audaz y propositiva, como corresponde a una comunidad eclesial que renace, crece, que intenta y desea ser fiel a su Fundador y Maestro, con la creatividad y el sano pluralismo del que hablaba y edificaba Pablo VI, y del que el actual Pontífice ha dado muestras incuestionables al exterior de la Iglesia Católica, con las distintas religiones y movimientos sociales del mundo entero.
Todos estamos llamados a aprender que la unidad es desde la diversidad y la búsqueda de consensos. El camino hacia la reconciliación entre todos los cubanos es largo. Ese camino comienza con la búsqueda de la verdad, el ejercicio de la justicia, la practica de la misericordia y la construcción de la unidad que respete la diversidad y vaya tejiendo, con el arte de la convivencia pacífica, un hogar nacional donde quepamos todos. Digamos todos, incluso los diversos y los contrarios.

Comienza, una nueva etapa, escuela de la participación pluralista, tolerante e incluyente

No ayuda a Cuba la lucha desleal por el poder. El descrédito mutuo para expresar la discrepancia. No ayudan las miserias humanas, como la envidia y la trapisonda, asumidas como estilo para las relaciones sociales. No ayudan a Cuba la doble moral y el doble rasero para evaluar los proyectos. No ayuda argumentar que las alternativas distraen el ejercicio cívico o destruyen la unidad del pueblo.
Emergemos a una nueva realidad. Cuba - su pueblo, su Estado, sus grupos opositores, las iglesias y las demás organizaciones de la sociedad civil -, comienza a encontrarse a sí misma y entre sí, como una realidad plural.
Comienza, una nueva etapa, escuela de la participación pluralista, tolerante e incluyente.
Es una cuestión de lealtad en los métodos y medios para la discrepancia, de caballerosidad en el campo de las ideas, de hidalguía en la defensa de los proyectos. De espíritu soberano en la presentación de las alternativas.
Que se oiga fuerte y claro el pregón de la unidad en la diversidad.
Que se oiga cercano, familiar y sugerente el pregón de la libertad.

 

 

 

Revista Vitral No. 51 * año VIII * septiembre-octubre 2002
Dagoberto Valdés Hernández
(Pinar del Río, 1955)
Ing. Agrónomo. Director del Centro de Formación Cívica y Religiosa y Presidente de la Comisión Católica para la Cultura en Pinar del Río. Miembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz, del Vaticano. Trabaja en el almacén «El Yagüín», de Siete Matas, como ingeniero de yaguas.