Revista Vitral No. 51 * año VIII * septiembre-octubre 2002


ENCUENTRO CON

 

LUIS CARBONELL:
TALENTO, GRACIA Y SACRIFICIO


NATALIA BOLÍVAR

 

 


Las estrellas se funden en las luces de New York.
El Parque Central reverbera en los árboles milenarios de verdes y ocres, en floraciones disolventes; Columbus Circle se despierta a la sinfonía nocturna de los ecos de la ciudad. Estamos en el piso cincuenta. Un amplio apartamento con olor a rosa y gardenia. Se oyen voces. De la mano de Esther Borja, un joven mulato, alto, delgado y refinado, irrumpe en el mundo de las tertulias de Natalia Aróstegui, mecenas de las artes y declamadora de poetas universales. Está Lecuona al piano, y al entrar Esther Borja la atmósfera se apuntala en un ritmo de incalculable valor artístico: es la Damisela encantadora. La Aróstegui, anfitriona mayor, derrama su gracia de mujer alta, rubia, de intensos y profundos ojos azules, con el porte de una walkiria wagneriana. A la velada asisten Alberto Gandero, Lolo Larea de Sarrá y otros que gozan en este espacio donde Natalia, con sus trenzas enrolladas alrededor de la cabeza, declama.
Toda personalidad tiene un pasado y la simiente hay que buscarla allí: Santiago de Cuba. Corrían los años 30 y un niño escuchaba a su hermana Silvia recitar en actividades organizadas por la Doctora Camila Hernández Ureña. No pocas veces acompañó a su hermana por esas calles adoquinadas camino al Conservatorio de Música, para sus clases de piano. Él mismo, en contra de la voluntad de su madre, trata de estudiarlo; pero ella, de carácter fuerte, lo tenía destinado para la abogacía o la medicina.
A los 15 años ya era profesor de inglés. Muy joven, quedó fuertemente impresionado al leer Órbita de la poesía afrocubana, de Ramón Guirao, y esa primera emoción lo marcó para toda su vida.

Foto en un estudio de Televisión. Luis Carbonell consolida,
en los años 50, su manera inimitable de decir poesía.


Si en el primer cuarto de siglo escasea la poesía de raíces negras, no ocurre así en la década de los 30, cuando el número de cultivadores de esta modalidad es notable. Como esta poesía es ante todo música y ritmo, no son pocos los recitadores del género. Entre los más populares se encuentran Eusebia Cosme y Luis Carbonell, siendo éste último el más alto exponente de la declamación, pues sabe como nadie recrearnos esa atmósfera de reafirmación nacional –por su cubanía y sentido de lo americano-, pero sin cargar la mano, pues su decir nunca excede el ritmo y su precisa gestualidad es, más bien, un soporte de contenida intención plástica. Con el tiempo, Carbonell ha devenido un factor cubanizante en lo raigal.
En 1946, buscando ampliar su horizonte artístico espiritual, se traslada a New York, donde trabajó en una joyería; pero su vocación por el arte, la música y la poesía crecen, y se va consolidando día a día, con su asidua presencia en las actividades culturales que se celebraban en esa ciudad. A través de Esther Borja y Ernesto Lecuona, se vincula con Diosa Costello, quien lo lleva a debutar con mucho éxito en el show del Teatro Hispano. De regreso a La Habana se presenta en el Teatro Wagner, hoy cine Yara, donde desborda con su talento a los asistentes. Casi inmediatamente, hace su aparición en el programa De fiesta con Bacardí, en la emisora radial CMQ, consagrándose a nivel nacional como “El acuarelista de la poesía antillana”.
En su labor de profesor crea el cuarteto Los Cañas, con repertorio de autores como Bach, Shubert, Chopin y lo más selecto de todos los géneros americanos. Forma artistas de la talla de Pacho Alonso, Linda Mirabal, Facundo Rivero, Aurelio Reinoso, Los Papines y Las de Aida. En su discografía destacan más de 15 discos de larga duración, tres CD y la grabación Rapsodia de Cuba, de Esther Borja, donde ésta canta a dos, tres y cuatro voces, canciones cubanas, ejemplo único y hasta ahora inigualado.
Viaja por toda América y España. En noviembre de 1999 lo invitan a Miami y actúa en los programas Star Fish y Cristal de Tele Miami. Más tarde, en octubre del 2000, ofrece recitales de poesía en el Baruch College y en el City College de New York. En diciembre de ese mismo año, junto a una delegación integrada, entre otros , por Rosita Fornés, participa en el homenaje a Agustín Lara realizado en Veracruz.

Luis Carbonell, artista de cualidades excepcionales,
dice la poesía con verdadero sabor cubano.


La disciplina de Luis es la de quien se impone a sí mismo un “tour de force”, y por tanto su decir tiene la pulcritud –en cada uno de sus elementos – de un instrumento mismo. No olvidar su movimiento preciso, la atmósfera planteada con exactitud sensual, todo a manera de una orquestación de los sentidos, hasta armar la escena y desembocar de manera progresiva en un silencio, donde todavía repercute lo rigurosamente planteado con la magia de lo fascinante. No por gusto Carbonell tiene poderes de invocación en ese reino afianzado en los contornos de nuestra nacionalidad.
Hay que pensar en Luis como uno de esos “grandes” a los que los dioses blancos u orishas negros han tocado con el don mágico para conferirle su gracia, su talento y su espíritu de sacrificio. Talento y gracia ayudan, pero no bastan para llegar a la cima y mantenerse allí. Carbonell lo sabe muy bien. Para ello, hace falta pagar una altísima cuota de días, meses y años de intenso estudio, de paciente y dedicada labor de aprendizaje, de muchísimo esfuerzo, de continuas renuncias, hasta juntar esos diversos materiales de iluminación del espíritu, inspiración que en él se resuelve creativamente en todas sus variantes. Don Luis ha logrado lo que pocos: conquistar, palmo a palmo, ese impreciso dominio donde moran, ya libres del tiempo, los elegidos; esos que en nuestro país gozan del raro privilegio de ser irrepetibles.

Tomado de Cubaencuentro 10 – 7 – 2002.

 

 

 

Revista Vitral No. 51 * año VIII * septiembre-octubre 2002
Natalia Bolívar
Escritora cubana
Reside en La Habana. Especialista en temas de religiones afrocubanas y etnología.