Homilía de Mons. José Siro González, Obispo de
P. del Río.
En la Fiesta de la Caridad del Cobre, en el año del Centenario
de la República
Queridos Hermanos y Hermanas:
Quien fuera mi profesor de Historia de la Iglesia, el Padre Calixto
García Vélez, nieto del General Calixto García
, nos contaba que su abuelo le recordaba en una ocasión las palabras
que le dirigió a la Virgen Santísima de la Caridad cuando
su tropa fue a darle gracias en su Santuario: Madre y Señora
de la Caridad, nos acompañaste en el camino de la emancipación,
no nos abandones ahora en el camino de la libertad.
Este año, queridos hermanos, celebramos la Gran Fiesta de todos
los cubanos, la fiesta de Nuestra Madre, Patrona y Reina en la conmemoración
del Centenario de nuestra República de Cuba. Algunos cubanos
lo han recordado, muchos lo han ignorado, pero no obstante es el año
del Centenario de tan gran acontecimiento, y con sentimientos de gratitud,
como aquellos ilustres próceres de nuestra Independencia, queremos
ofrecerlo a la Virgen Mambisa.
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Mons. José
Siro González, durante la Homilía
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La devoción a la Madre de Dios y Madre nuestra es una característica
que ha acompañado nuestra existencia desde los albores de nuestra
nacionalidad. En vano se esfuerzan los que se empeñan maliciosamente
en proclamar que la religión de este pueblo sean otras creencias
y no la Santa Religión del dulce Maestro de Galilea, la Iglesia
Católica, que sembró la semilla e hizo crecer nuestras
raíces cristianas, de las que brotó este filial amor a
la Madre de Dios.
Quiso el Señor otorgarnos el regalo de la imagen de nuestra Señora
de la Caridad sobre las aguas de nuestra Bahía de Nipe en los
comienzos del siglo XVII. Desde entonces, paulatinamente, la imagen
que es expresión sensible de la presencia de la Reina de los
cielos en medio de nosotros fue concentrando la devoción y el
fervor de los cubanos, empezando por los más sencillos y los
más humildes. Como a San Juan Diego en la Colina del Tepeyac,
la Santísima Virgen escogió a tres nativos que iban en
busca de sal para venir a su encuentro, navegando serenamente sobre
las olas, apoyada en una tablita en la cual se leía:Yo
soy la Virgen de la Caridad.
Pasaron los años, fueron naciendo a su bendita sombra las ansias
de libertad. Vinieron las guerras de Independencia y fue invocada por
nuestros patriotas que llevaban en sus pechos la venerada medalla y
en sus sombreros la cinta-medida de la imagen, colocadas allí
por las esposas y madres, que en el hogar rogaban pidiendo por la Patria
y por el feliz regreso de los seres queridos.
No es pues de extrañar que al lograrse la independencia fueran
precisamente los veteranos quienes solicitasen del papa Benedicto XV
que declarara oficialmente Patrona de Cuba a la Virgen de la Caridad
del Cobre.
Pasaron los años y en esta ocasión fue el mismo pueblo
quien quiso levantar una digna Casa a la Madre de los cubanos y ayudó
a la Jerarquía a construir el Santuario que se inauguró
el 8 de Septiembre de 1927, y que se levanta airoso y acogedor en medio
de las serranías del Cobre. Allí cada cubano, sin distinción
de razas ni de credos, tiene un hogar común hacia donde vuelven
los ojos de la fe cristiana del pueblo, como hacia el faro materno que
conduce al Padre de los cielos.
Nosotros sabemos bien que María, la Madre de Dios y Madre nuestra
bajo el dulcísimo nombre de Nuestra Señora de la Caridad
es un don precioso que el Señor nos ha confiado. Cobran entre
nosotros un eco especial aquellas palabras del Papa Pablo VI en su exhortación
apostólica Marialis cultus dedicada toda ella al
culto de la Virgen María: El culto de la bienaventurada
Virgen María, -nos enseña el Santo Padre- tiene su razón
en el designio insondable y libre de Dios, el cual siendo amor eterno
y divino, lleva a cabo todo según un designio de Amor; la amó
y obró en Ella maravillas; la amó por sí mismo
y la amó por nosotros; se la dio a sí mismo y nos la dio
a nosotros. (M:C: Nº. 56).
Nosotros, pues, la hemos recibido de Dios. Llegó a nuestras playas
en medio de las olas revueltas con el título de Virgen de la
Caridad, inaugurando así, bajo su amor materno, nuestra historia
de pueblo creyente, inspirado en el amor de Dios y comprometido en el
amor fraterno.
Y al igual que la acogieron llenos de fervor aquellos tres primeros
devotos, los cubanos a lo largo de nuestra, a veces difícil historia,
la hemos acogido en nuestras vidas. Hemos sentido el influjo de su presencia
bienhechora en medio de nuestras alegrías y en medio de nuestras
penas. Veneramos su imagen bendita en nuestras casas, tenemos su nombre
en nuestros labios y su amor en nuestros corazones. Hemos elevado hacia
Ella nuestras plegarias, suplicantes y agradecidos. A Ella le han cantado
nuestros grandes músicos, nuestros mejores poetas y escritores
le han dedicado sus creaciones, nuestros artistas la han homenajeado
con preciosas obras, nuestros más famosos atletas han puesto
a sus pies sus valiosos trofeos. Todos la quieren honrar.
Como nos dijera con tantas unción y poesía el Santo Padre
Juan Pablo II en ocasión de la coronación de su bendita
imagen el 24 de enero de 1998: La historia cubana está jalonada
de maravillosas muestras de amor a su Patrona, a cuyos pies las figuras
de los humildes nativos, dos indios y un moreno, simbolizan la rica
pluralidad de este pueblo. El Cobre, donde está su Santuario,
fue el primer lugar de Cuba donde se conquistó la libertad para
los esclavos. Amados fieles, no olviden nunca los grandes acontecimientos
relacionados con su Reina y Madre. (Fin de la cita).
Muy queridos hijos, este amor a la Virgen de la Caridad no puede limitarse,
sin embargo, a sólo gestos externos o cálidas palabras.
Yo les invito a que como le dijera un día el General Calixto
García a la Patrona, examinemos cómo usamos de nuestra
libertad y cómo tantas veces, ciegos y embrutecidos, idiotizados
por los cantos de las sirenas del patriotismo, hemos tomado la escoria
por oro, la mentira por la verdad, la cicuta venenosa por vino de purísima
cepa, el crimen más infame por patriotismo de buena ley. A los
pies del pequeño Hijo que tiene en sus brazos pidamos perdón
de nuestros errores y pecados e imploremos la luz de lo alto que nos
ilumine en el harto difícil camino que estamos haciendo.
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Jóvenes
de la Parroquia representando las distintas etapas de la República.
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Imitemos pues a María en sus grandes virtudes, amémosla
con el más firme y filial amor. Tengamos en cuenta que su devoción
consiste en amarla e imitarla. Aprovechemos la ocasión de la
celebración del Centenario de nuestra República para pedirle
que acreciente nuestra fe, avive la esperanza, aumente y fortalezca
el amor, ampare nuestras familias, proteja a los jóvenes y a
los niños, que en su mayoría ni la conocen, consuele a
los ancianos y a los enfermos, a los pobrecitos presos que no tienen
asistencia religiosa, aunque los reglamentos indiquen su derecho a ella,
y a todos los que sufren de una forma o de otra; una a sus hijos dispersos
por el mundo en un hogar de hermanos; motive la reconciliación
y el diálogo entre los cubanos, y nos cobije a todos bajo su
manto protector.
Así podremos todos continuar entonando las bellas y esperanzadoras
estrofas de su himno, que a través de los tiempos han cantado
todas las generaciones de cubanos:
Y tu nombre será nuestro escudo.
Nuestro amparo tus gracias serán.
Amén.
Pinar del Río, 8 de Septiembre del 2002.