Revista Vitral No. 51 * año VIII * septiembre-octubre 2002


BIOÉTICA

 

¿SABEMOS CUIDAR A LOS DEMÁS?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


1- Cura. Exploración etimológica

Para comprender adecuadamente el significado de un término, resulta muy útil la exploración etimológica de dicho término, pues la etimología permite ahondar en la raíz última de la palabra, en su sentido originario. Aunque a lo largo de la historia, cualquier palabra adquiere significados plurales, retrotraerse al origen, a la fuente primordial, constituye un ejercicio básico para saber de qué se está hablando en último término.
El verbo cuidar tiene una gran carga semántica, pues es un término que se utiliza en distintos contextos para significar operaciones distintas. Uno puede, por ejemplo, cuidar a su hijo cuando está enfermo, pero también puede cuidar su cuerpo de los rayos del sol o del frío y puede cuidar su vehículo de locomoción cuando lo lleva al mecánico para revisar el nivel de aceite. El cuidar, como tal, es un verbo polisémico, cuya raíz etimológica se relaciona directamente con el término de origen latín “cura”. M. Heidegger explorando la raíz etimológica del término “cura” en su obra capital Ser y tiempo, afirma:
“Burdach llama la atención sobre un doble sentido del término “cura”, según el cual no sólo significa “esfuerzo angustioso”, sino también “solicitud”, “entrega”.( 65)
La “cura” se relaciona, según M. Heidegger, con dos referentes semánticos: esfuerzo angustioso y solicitud, lo que significa que, el ejercicio de cuidar conlleva, por un lado, esfuerzo, dedicación, trabajo angustioso y, por otro lado, se puede definir como un trabajo de entrega, de solicitud, de respuesta a necesidades ajenas. Practicar la “cura” es, en el fondo, esforzarse solícitamente por algo o por alguien. La acción de cuidar, pues, desde sus orígenes etimológicos, es una acción que requiere dedicación, esfuerzo continuado, sufrimiento por el otro.
En la cultura romana, el término “cura” se relaciona directamente con el cuidado del cuerpo y del espíritu. En el seno de dicha civilización, el cuidado integral del ser humano se considera fundamental para su salud total y ello implica el cuidado del espíritu y el cuidado del alma. La “cura personalis”, pues, es un proceso complejo y continuo que tiene efectos en todas las dimensiones del ser humano. Lo resumieron los latinos con la famosa e inmortal expresión que todavía ha llegado a nuestros días: “mens sana in corpore sano”.
En la cultura del medioevo, se produce una reducción semántica del término “cura”, pues en dicho contexto histórico el término “cura” tiene una aplicación fundamentalmente de orden espiritual. El ser humano se concibe como una dualidad de cuerpo y alma y el cuidado del alma es fundamental para su salvación definitiva y el goce de la vida eterna. La “cura animae” constituye, en el fondo, el fin de la religión medieval y para ello es necesario el cultivo de virtudes religiosas, la práctica de la oración, la meditación periódica, la participación en los ritos y una forma de vida sobria y armónica con los principios del Libro de los libros.
La “cura animae” resulta fundamental en este periplo de la historia, mientras que la “cura corporis”, esto es, el cuidado del cuerpo, de sus dimensiones y su forma resulta algo desdeñable. En el trasfondo de dicha práctica subsiste una visión maniquea y dualista del ser humano, una visión elaborada a partir de remilgos platónicos y antropologías de corte gnóstica.
Cabe considerar todavía otro aspecto de orden etimológico. El término “cura”, contiene ambas dimensiones: el curar y el cuidar, lo que significa que ambos verbos no deben considerarse aisladamente sino mutuamente implicados, como también lo es la tarea de cuidar y de curar.(66). Aplicar la “cura” a alguien significa cuidarle, pero también curarle. Este significado todavía está presente en algunas lenguas modernas, donde el término curar se utiliza tanto para cuidar como para curar. (67).
De hecho, resulta un error teórica y prácticamente la acción de curar y la acción de cuidar, pues ambas se hallan mutuamente interrelacionadas. (68). Lo propio de la enfermería, como profesión autónoma que es en el conjunto de las ciencias de la salud, es la investigación y la praxis de los cuidados, pero el cuidar como tal no es patrimonio exclusivo de una determinada profesión sanitaria, pues también el médico, como dice E. Pellegrino, debe practicar los cuidados para con su paciente, y el fisioterapeuta y el auxiliar de clínica y el agente de pastoral. Y no sólo en el marco del mundo sanitario, sino más allá de él, el ejercicio del cuidar es fundamental en las comunidades humanas y en las instituciones educativas, políticas y religiosas. La acción de cuidar trasciende el marco sanitario y es preciso considerarlo de un modo más global y relacionarla, como recuerda su etimología, con el ejercicio de curar. Para curar a alguien, es necesario cuidarle y para evitar que sufra una enfermedad, es decir, para prevenir, también es necesario cuidarle. Y por otro lado, la acción de cuidar, inclusive practicada en los enfermos denominados incurables, tiene efectos curativos, aunque sólo fueran detectables en el plano de la interioridad del enfermo. Para curar bien es necesario cuidar. El cuidar es anterior al curar.

Florence Nightingale sentó las bases de la enfermería moderna con su tratamiento
a los enfermos y heridos en la guerra de Crimea (1853-1856).


2.- Curar (curing)

Antes de caracterizar los constructos del cuidar y los pilares de la ética del cuidar, es fundamental precisar el alcance de los conceptos. La tarea de cuidar, aunque como se ha dicho más arriba, está íntimamente relacionada, con la tarea de curar (curing) y con la tarea de capacitar (coping), no puede reducirse a ninguna de estas dos, sino que debe definirse y singularizarse por sí misma.
El término curar se relaciona directamente con la práctica terapéutica y con sus telos intrínsecos. La tarea de curar consiste en investigar las causas de la enfermedad, del dolor, del sufrimiento, globalmente considerado, y tratar de reconstruir, posteriormente, en el orden primitivo del sujeto, erradicando los elementos caotizantes que hieren la estructura pluridimensional del ser humano. (69).
Según H:G: Gadamer, la acción de curar tiene que ver directamente con el restablecimiento del equilibrio natural (Gleichgewicht) del organismo en relación consigo mismo y en relación con la naturaleza. (70). Critica el hecho que la medicina moderna se haya convertido en una ciencia natural y de ese modo haya olvidado lo que es su tarea fundamental, a saber, el arte de curar.
El curar es posible, desde una perspectiva filosófica, porque el ser humano es una realidad dinámica y perfectiva y tiene la potencialidad de recuperar su forma habitual a pesar de la alteración que significa toda enfermedad. Esta posibilidad de recuperación requiere la intervención humana, el conocimiento anatómico y fisiológico del sujeto y precisamente porque este acontecimiento es frágil y también lo es la capacidad humana de restablecimiento, no siempre es posible llevar a cabo dicha potencialidad.
La finalidad del acto terapéutico es salvar al ser humano de sus experiencias vulnerables, esto es, de la enfermedad, de la muerte, del sufrimiento, en definitiva, curarle de sus males. Esta tarea, que tiene algo de titánica, no tiene final, pues el ser humano es sustantivamente vulnerable y ninguna medicina puede redimirle o salvarle de su radical contingencia, sin embargo la tarea de curarle es un deber moral, aunque no siempre puede desarrollarse en grado óptimo.

3- Capacitar (Coping)

El cuidar se relaciona, como se ha dicho anteriormente, con el curar, pero también con el capacitar. Capacitar a alguien consiste en ayudarle a descubrir sus posibilidades existenciales y los canales para convertir dichas posibilidades en realidades.
En el lenguaje coloquial, decimos, por ejemplo, que alguien está capacitado para conducir un coche, o que alguien está capacitado para leer alemán. Estar capacitado significa tener la capacidad para hacer algo, tener la habilidad para hacer algo, para desarrollar una determinada tarea. El ejercicio de cuidar se relaciona con la tarea de capacitar, porque cuando uno cuida a alguien de verdad, lo que trata de conseguir es que ese sujeto pueda ganar cotas de autonomía, pueda desarrollar actividades y tareas por sí mismo, sin necesidad de recurrir a otro. Capacitar a alguien es ayudarle a superar sus dependencias y sus vasallajes.
La tarea de capacitar trasciende, como en el caso del cuidar, el marco de la salud y tiene mucho que ver con la tarea de educar. Al fin y al cabo, el proceso de educar, de formar íntegramente a un ser humano desde todas las perspectivas y dimensiones, es capacitarle para enfrentarse a la ardua tarea de ejercer el oficio de ser persona en la sociedad.

Constructos éticos del cuidar

El ejercicio del cuidar, como tal, es una acción compleja que requiere la articulación de distintos elementos fundamentales. ¿Cuáles son los elementos constitutivos del cuidar? ¿Cuáles son los constructos éticos de la praxis del cuidar? Según Gosia Brykczynska los puntos esenciales de la tarea de cuidar pueden sintetizarse en los siguientes: compasión, competencia, confidencia, confianza y conciencia.(71). Estos constructos no se refieren al ser del cuidar, es decir, al cuidar tal y como se desarrolla en el mundo de la vida, sino que se refieren a su “deber ser.”
Los constructos éticos del cuidar son las virtudes básicas e ineludibles que se requieren para cuidar a un ser humano con excelencia profesional. No son principios, ni puntos de partida, sino hábitos personales y profesionales que se exigen en la tarea de cuidar. La integración completa de estos constructos éticos es fundamental para el óptimo desarrollo de la tarea de cuidar. Todos ellos son necesarios, pero ninguno de ellos es suficiente a título aislado. Se requieren mutuamente.

1-Compasión

El primer constructo de la tarea de cuidar, el más fundamental de todos, es la virtud de la compasión. (72). Difícilmente se puede desarrollar la acción de cuidar sin la experiencia de la compasión, aunque la experiencia de la compasión no es suficiente para el desarrollo óptimo de los cuidados. La compasión es, pues, la condición necesaria, pero no suficiente.
Como dice G. Bryckzinska, la raíz del cuidar es la compasión o para decirlo con un término aristotélico, puede considerarse el primer motor inmóvil. Aunque pueden subsistir otro tipo de motivaciones en la praxis del cuidar, inclusive de tipo interesado, la verdad es que los seres humanos se cuidan unos a otros porque sienten compasión ajena.
La compasión es una virtud moral que no es exclusividad de ninguna religión y de ninguna filosofía moral, aunque está omnipresente en el pensamiento moral de todos los tiempos, sea en el Occidente griego, romano y cristiano, sea en el Oriente budista o confucionista. La compasión, como tal, consiste fundamentalmente, en percibir como propio el sufrimiento ajeno, es decir, en la capacidad de interiorizar el padecimiento de otro ser humano y de vivirlo como si se tratara de una experiencia propia..(73). Compadecerse de alguien es un hábito del corazón que exige un movimiento extático, una salida de sí, para comprender al otro en su contexto y asumir en el propio pecho su pena.
La compasión no es la empatía, pues la empatía es espontánea, una especie de comunión anímica que se establece por casualidad entre dos seres humanos que comparten un mismo talante.(74). La empatía, como tal, facilita extraordinariamente la relación entre el profesional y el paciente, pero no puede considerase, como propiedad, virtud, pues la virtud es un hábito que requiere esfuerzo, trabajo del espíritu y del cuerpo. (75). No resulta nada fácil ser paciente, ser tenaz, ser humilde o tener esperanza cuando todas las certidumbres se resquebrajan.
Sin embargo, la compasión es virtud, pues es un hábito cuyo ejercicio perfecciona moralmente a la persona que lo cultiva, le aproxima al otro y esta proximidad al sufrimiento ajeno es requisito indispensable para la conducta ética. Sin embargo, hay varias formas de compasión. La compasión estática es una falsa compasión, pues en este caso quien se compadece se recrea en el sufrimiento ajeno, se lamenta de su siutación, pero no interioriza su dolor y por ello esta compasión no se traduce en acción solidaria. Mientras que la compasión dinámica, que es la auténtica compasión, se traduce en un movimiento solidario hacia el otro, precisamente porque en este caso se integra plenamente el padecimiento ajeno.

P. José Damián Veuste, misionero católico belga. Fue trasladado de Honolulú a una colonia de la isla de Molokai donde vivían personas afectadas por la enfermedad de Hansen (más conocida como lepra). Allí se dedicó sin descanso al cuidado de los enfermos hasta su fallecimiento, ocurrido en 1889 tras haber contraído también dicho mal.


Quien se compadece del sufrimiento ajeno no puede quedarse quieto e impertérrito frente a la situación del otro, sino que trata de hacer todo lo que está a su alcance para mejorar dicha situación. Cuando hay movimiento, entonces la compasión es real, entonces hay verdadera interiorización del sufrimiento ajeno. La garantía de autenticidad de la compasión no son las lágrimas, precisamente, sino la acción solidaria. Las lágrimas, como dice A. Schopenhauer, son el lenguaje universal del sufrimiento, pero la acción transformadora constituye la prueba de oro de la auténtica compasión.
La virtud de la compasión se relaciona directamente con la virtud medieval de la misericordia. No puede definirse, propiamente, como un mero sentimiento, pues la compasión es más que sentimiento, pero tampoco puede definirse como un deber de tipo racional, pues la experiencia de la compasión no puede parangonarse con un deber de tipo personal, profesional, cívico o religioso. Uno siente la compasión frente a alguien, pero la siente por unas determinadas razones objetivas que puede analizar, explorar y tratar de explicar. Por lo tanto, no es un sentir gratuito y arbitrario, sino un sentir que se relaciona con un pensar.
En la compasión, hay, pues, muchos elementos de emotividad, hay algo que toca el corazón, si puede expresarse de este modo, pero la razón práctica es básica para dilucidar las razones de dicha compasión y las prioridades que deben tenerse respecto a las miserias ajenas. La compasión se relaciona con la experiencia de la alteridad y con experiencia de su vulnerabilidad. El requisito indispensable para la compasión es la percepción de la vulnerabilidad ajena, consiste en darse cuenta de la situación de sufrimiento en que viven otros seres humanos. Precisamente por ello, la compasión no sólo tiene sentido en el ámbito de la salud, sino en cualquier ámbito social, donde las condiciones de vida y de desarrollo humano sean deficientes (pobreza, paro, ignorancia, impotencia, abusos..)(76).
En el ámbito de la salud, la experiencia de la compasión se relaciona directamente con la percepción de la enfermedad ajena. El profesional sanitario cuida a un ser que padece una alteración global de su ser y ello le conlleva sufrimiento. Cuando interioriza ese mal ajeno, esa enfermedad, entonces practica la virtud de la compasión. La masificación, la especialización, la atención virtual y la burocratización fomentan la distancia entre profesional y enfermo y esta distancia también se produce en la experiencia de la compasión, pues la compasión requiere el rostro a rostro, el encuentro interpersonal. W. T. Reich considera que en ética médica, la virtud de la compasión debe ocupar un lugar central y debe ser el verdadero motor de la acción terapéutica.(77).
También en la ética del cuidar, la compasión debe ser el vector fundamental de la acción. La práctica de la compasión no debe contraponerse, de ningún modo, a la autonomía del paciente, ni a su capacidad para decidir responsablemente sobre su futuro personal. La virtud de la compasión no debe limitar la libertad ajena, sino que, precisamente debe desarrollarla en su grado óptimo. Compadecerse de alguien no significa sustituirle decidir por él. Significa ponerse en su piel, pero sin robarle su identidad, sin invadir su mismidad. La auténtica compasión busca el desarrollo de la autonomía ajena y no su dependencia y servidumbre. (78).

2.- Competencia

La competencia profesional constituye una virtud básica de la deontología. Ser competente en un determinado ámbito profesional significa estar capacitado para desarrollar la propia profesión de un modo óptimo
La tarea de cuidar requiere como constructo básico la experiencia de la compasión, pero también la competencia profesional, pues sólo es posible cuidar adecuadamente a un ser humano desde la competencia, desde el conocimiento de dicho ser humano desde una perspectiva global. (79). La competencia profesional exige, por parte del asistente o terapeuta, un hondo conocimiento de su feudo disciplinar y le obliga a formarse continuamente, pues en la sociedad del conocimiento, las técnicas y procedimientos se transforman aceleradamente y es un deber dominarlos y usarlos adecuadamente para atender al enfermo de un modo óptimo.
Constituye un reto secular formar profesionales competentes en el ejercicio del cuidar y es fundamental analizar, a fondo, los procesos formativos de dichos profesionales , pues el deterioro del cuidar, lo que en el contexto norteamericano se denomina la crisis del “caring”, no sólo se debe relacionar con la lógica de las instituciones y las presiones de orden económico, sino también con una deficitaria formación del profesional sanitario, particularmente en el ámbito de las ciencias humanas, de la psicología , de la ética y de prácticas comunicativas. Según G. Bryckzynska, la tarea de cuidar requiere conocimientos de orden espiritual y psicológico y ello resulta más arduo y difícil de integrar en la actividad profesional que las habilidades y procedimientos de orden técnico. (80).

3-Confidencialidad

El tercer constructo ético del arte de cuidar es la confidencialidad. El enfermo, en determinadas circunstancias de vulnerabilidad, necesita un confidente. Uno de los rasgos característicos de la figura del confidente es su capacidad de escuchar y su discreción, esto es, su capacidad de guardar secretos, de callar para sí los mensajes que el otro vulnerable le ha comunicado en una situación-límite.(81).
La confidencialidad se relaciona con la buena educación, con el respeto y con la práctica del silencio, pero sobre todo, se caracteriza por la capacidad de preservar la vida íntima del otro, es decir, su privacidad, su universo interior. El paciente, precisamente porque se halla en una situación vulnerable, se ve obligado, en determinadas circunstancias, a exponer su corporeidad y su intimidad al otro. Exponerse consiste en poner de sí lo que uno es y es una tarea que, por lo general, produce vergüenza y sonrojo.
El cuidador, en dichas circunstancias, debe caracterizarse por un trato delicado y confidencial, debe dar garantías al enfermo de que aquello que ha expuesto no será objeto de exhibición. La confiencialidad es, precisamente, la virtud que protege al enfermo de su exhibición, la virtud que permite al profesional guardar el secreto o los secretos, tan íntimos y escondidos, que el enfermo ha revelado al cuidador.(82).
El cuidador debe practicar la virtud de la confidencialidad no sólo en relación con el paciente, sino también en relación consigo mismo y con su arte. La confidencialidad perfecta sólo es posible después de un largo trabajo de autoaceptación. (83). Cuando el cuidador tiene conciencia de quien es y de cuáles son sus límites, entonces está en condiciones de comunicar a alguien sus carencias y sus deseos. Pero, por otro lado, si el cuidador no reconoce sus fronteras, entonces tampoco está capacitado para comunicar a alguien su estado imperfecto. El ser humano, cuanto cruza experiencias de dolor y desamparo, necesita un confidente, alguien a quien poder comunicar lo que uno no se atreve a decir en la vía pública.

4- Confianza

La confianza constituye un elemento central en el arte de cuidar. Sólo es posible cuidar a un ser humano vulnerable si entre el agente cuidador y el sujeto cuidado se establece una relación de confianza, un vínculo presidido por la fidelidad, de fe (FIDES) en la persona que interviene, en su acción y en el dominio que tiene de dicho arte. Confiar en alguien es creer en él, es ponerse en sus manos, es ponerse a su disposición. Y sólo es posible ponerse en las manos de otro, si uno se fía del otro y le reconoce una autoridad no sólo profesional, sino también moral. (84).
En el seno del acto terapéutico hay mucho de confianza, de beneficiencia, como diría P. Laín Entralgo, pero también en el acto educativo es fundamental la confianza., pues si el educando no confía en el educador, en la institución donde se forma y en la materia que reciba diariamente, difícilmente puede desarrollarse la acción educativa.
La confianza, es decir, la fe en otra persona es la clave en el arte de cuidar. Para ello, es fundamental que el profesional sepa dar pruebas y garantías de confianza, no sólo por sus palabras, por su gestualidad, sino por la eficiencia y eficacia de la acción que desarrolla. La profesionalidad ejercida de un modo excelente es motivo de confianza para el usuario, por ello la confianza no sólo es virtud personal, sino virtud profesional.(85). Cuando el paciente sabe que el profesional no le va a abandonar, no le no le va a dejar a la estacada, asume con tranquilidad su situación y acepta los riesgos y problemas que conlleve la intervención. La confianza sólo puede cultivarse en el tiempo y requiere un espacio determinado.
La confianza, sin embargo, no es la fe absoluta en el profesional y en su capacidad de sanar o de cuidar, pues la confianza como cualquier otra virtud debe partir del carácter vulnerable y limítrofe de la condición humana. También el profesional y el arte que desempeña es finito y debe contarse con ello. Reconocer esta limitación no niega autoridad moral, sino precisamente lo contrario. Esto significa que confiar en alguien no significa proyectar en él todas las certidumbres, pues también el otro puede fallar. Confiar en alguien es saber que el otro hará lo posible por salvarme.
En el arte de cuidar, es básico dar motivos y razones, aunque no sean verbalizadas, para que el paciente tenga confianza. En un clima de confianza personal, profesional o institucional, el proceso de curar y de cuidar es mucho más eficaz que en un contexto de desconfianza básica. La desconfianza se relaciona directamente con la pérdida de la fe en alguien y esta pérdida puede ser motivada por el engaño, la extorsión o el abandono. El arte de cuidar requiere el constructo ético de la confianza, pero también el arte de ser cuidado, pues quien desconfía de todo y de todos no se deja cuidar y quien no se deja cuidar, imposibilita la intervención.(86).
En las últimas décadas se ha producido una erosión en la confianza que el paciente deposita en el médico y se ha generado una necesidad de buscar protección frente a los abusos que afectan al correcto desempeño del quehacer profesional. Entre los factores causantes de esta fractura de la confianza E. D. Pellegrino propone los siguientes:
“En las últimas dos o tres décadas, estas causas de desconfianza se han reforzado y multiplicado debido al influjo de diversos factores internos y externos de la Medicina: las malas conductas, la comercialización de la Medicina por la publicidad y los afanes empresariales, los ingresos excesivos y la forma de vida lujosa de ciertos médicos, la política de “ pague antes de recibir tratamiento” de algunos hospitales y médicos, el trato tantas veces impersonal, la creciente tendencia de los médicos a trabajar de nueve a cinco y a pedir horas libres, el receso de la Medicina general frente a las especialidades, las jubilaciones anticipadas...
Estas tendencias destructoras que se encuentran en la medicina actual han sido reforzadas por las fuerzas internas de la estructura social contemporánea. El poder de participación que de la democracia, la enseñanza pública, el interés por los “mass media”, la desconfianza en la autoridad y en los expertos en general... Todos estos factores han debilitado las relaciones de confianza,, aunque tienen un lado positivo: incitan a una mayor independencia en las decisiones de los pacientes y, por tanto, ayudan a neutralizar el tradicional paternalismo de las profesiones. Este es un paso positivo hacia la consecución de las relaciones más maduras, abiertas y honestas”. (87).

5.-Conciencia

El quinto constructo ético que enumera G. Brykczynska siguiendo a Roach es la conciencia. La conciencia es una instancia fundamental del ser humano, pertenece a su dimensión interior y tiene un valor integrador. Ser consciente de algo, es asumirlo, es reflexionar en torno a sus consecuencias, es saber lo que se está llevando entre manos. La consciencia, entendida como virtud y no como atributo de la interioridad humana, significa reflexión, prudencia, cautela, conocimiento de la cosa. Cuando decimos que la conciencia es un constructo del cuidar, lo estamos diciendo en el sentido ético del término, pues la conciencia como tal pertenece a todo ser humano.
En el ejercicio del cuidar, es fundamental no perder de vista la conciencia de la profesionalidad, y esto supone, mantener siempre la tensión, estar atento a lo que se está haciendo y no olvidar jamás que el otro vulnerable que está bajo mis cuidados es un ser humano que, como tal, tiene una dignidad intrínseca. Ser consciente de todos los factores que influyen el ejercicio de cuidar y ser consciente de las dificultades que implica cuidar bien a un ser humano es una de las garantías fundamentales de la buena praxis profesional. Quien no es consciente de estas dificultades puede llegar a pensar que su modo de obrar es excelente y puede inclusive llegar a banalizar la ardua tarea de cuidar como si se tratase de una actividad mecánica. (88)

El Papa con los enfermos en el Sanatorio de El Rincón durante su visita pastoral a Cuba.

 

La Categoría del cuidar

En un discurso ético, es fundamental distinguir entre lo trascendental, lo esencial y lo categorial. lo trascendental se refiere, siguiendo a Kant, a las condiciones de posibilidad de algo. En este sentido, Kant desarrolla una filosofía trascendental sobre el conocimiento humano, pues explora las condiciones de posibilidad del conocer, es decir, lo que tiene que darse para que el ser humano pueda conocer algo de la realidad. En el discurso trascendental, no se trata de caracterizar el modo cómo el ser humano capta y conoce la realidad, sino su condición fundante.
Lo mismo se puede aplicar al discurso ético sobre el cuidar. lo trascendental del cuidar se refiere a lo fundante, a lo ineludible, a aquello que debe darse como condición inexcusable para poder ejercer el arte de cuidar. Lo categorial, por otro lado, se refiere a lo que se da bajo las coordenadas espacio temporales. Lo categorial del cuidar se refiere a los rasgos que caracterizan, desde un punto de vista externo, al ejercicio del cuidar. Son rasgos éticos, pues son exigibles moralmente cuando se trata de cuidar a un ser humano. Está lo categorial fáctico que es la mera descripción de la realidad de hecho, pero también está lo categorial ético que se refiere a lo que debe ser, a lo que debe hacerse en un momento dado.
Entre lo trascendental y lo categorial, está lo esencial. La esencia de una cosa es su naturaleza, el contenido semántico de su definición. Definir algo, significa, precisamente, delimitar lo que es en sí misma, acotar lo esencial y deslindar lo accidental y periférico. La esencia del cuidar en cuanto tal ha sido tratada en otra ocasión, pero no la naturaleza ética del cuidar, es decir, lo que debe ser la tarea de cuidar en su grado óptimo. Definir la esencia ética del cuidar no significa delimitar lo que es en el plano de la realidad, sino lo que debe ser y esto sólo es posible a partir de un determinado horizonte de sentido.
Nos referimos, primero, a lo categorial del cuidar, para luego recabar en sus aspectos esenciales y finalmente, reflexionaremos sobre sus condiciones de posibilidad, es decir, sobre lo trascendental. Empezamos por lo categorial porque es lo más concreto y lo más visible y, desde un punto de vista pedagógico, es fundamental empezar por lo más asequible para orientarse hacia lo más abstracto, hacia lo trascendental. Entre los rasgos categoriales del cuidar se pueden enumerar un sinfín de elementos (89), pero, los vamos a sintetizar, siguiendo a G. Brrykczinska en los siguientes puntos: el tacto, la escucha atenta y el sentido del humor.

1-El tacto

La cuestión del tacto puede comprenderse en sentido literal y en sentido metafórico. En ambos sentidos, el tacto es fundamental para ejercicio del cuidar, pues resulta imposible cuidar éticamente a un ser humano sin ejercer el tacto, el contacto epidérmico. Precisamente por ello, consideramos que el cuidar jamás puede ser virtual, esto es, realizado a distancia, sino que debe ser, en cualquier circunstancia, presencial.
El enfermo se siente cuidado cuando quien le atiende está cerca. El niño se siente cuidado cuando sus padres están cerca de él, cerca en el sentido físico del término. Resulta muy difícil caracterizar éticamente el sentido del tacto desde un punto de vista verbal, pues el tacto es algo que se percibe, que se patentiza en la acción de cuidar, pero que no puede expresarse exactamente en qué consiste y lo que significa. De hecho, en el plano antropológico, el contacto epidérmico con otro ser humano ( la caricia, por ejemplo) tiene un valor de extraordinario valor.
Empecemos, pues, por el sentido literal del tacto. tener tacto en el cuidar significa aproximarse a la persona enferma desde el respeto y desde la atención. Tocarle, contactar con él, acariciar su frente o poner la mano encima de su ,mano, este tipo de acciones revelan tacto y en el universo simbólico humano significan, por lo general, atención, respeto, proximidad, preocupación por el otro. Como algunos estudios de carácter antropológico y etnológico han puesto de relieve, el tacto es fundamental no sólo en la especie humana sino también primates superiores y algunos mamíferos. (90). Inclusive, hay quien afirma que sólo es posible cuidar a alguien con tacto y que sólo es posible alcanzar la madurez psicológica con la práctica del tacto.
El tacto, en el sentido literal, revela proximidad y el enfermo, como cualquier individuo vulnerable ( la víctima, el exiliado, el refugiado, el presidiario, el fracasado, el suicida, ...) requiere este tacto en sentido literal. Acariciar a alguien, poner las manos juntas son gestos llenos de valor simbólico. Los humanos no hemos inventado ninguna forma mejor para indicar proximidad, preocupación por el otro. El tacto, en sentido literal, supera inclusive el marco verbal, cuando se trata de indicar proximidad. El valor del tacto es superior a la argumentación y hasta a la poesía.(91).
El ejercicio del tacto es fundamental desde un punto de vista simbólico. No sólo porque patentiza la proximidad, tal y como se ha dicho, sino porque manifiesta vulnerabilidad y respeto por subjetividad del otro. Precisamente porque el ser humano es frágil, necesita del contacto epidérmico de otro ser humano, pues de este modo, no se siente solo ni abandonado. Si fuera Dios, si fuera omnipotente le resultaría incómodo, e inclusive desagradable el contacto ajeno, pero dada su radical vulnerabilidad, requiere el tacto, y de ese modo salva, provisionalmente, su contingencia.(92).
El tacto, en sentido literal, sólo puede ejercerlo un ser humano. Un artefacto no tiene tacto, no puede tenerlo, pues el tacto se relaciona directamente con la piel, con la vida, con la subjetividad, con la libertad y con la preocupación ética. Quien roza la cara de un enfermo, quien acaricia la mano de un anciano, lo hace porque cree que debe hacerlo, porque se siente llamado a hacerlo, porque le preocupa la situación existencial del otro y, con ese gesto, se lo manifiesta. El artefacto carece de piel, de subjetividad, de libertad y de ética, pues en él todo está preconcebido con anterioridad, todo obedece a la lógica de un circuito prefabricado e implantado en su interioridad. En el ejercicio del cuidar, el tacto, en sentido literal, es algo ineludiblemente humano.(93).
Luego está el tacto, en sentido metafórico, que resulta tan importante como el primero en el ejercicio ético del cuidar. Tener tacto desde esta perspectiva nada tiene que ver con el roce epidérmico o con la caricia. Se refiere a la capacidad de saber estar en un determinado sitio y en una determinada circunstancia sin incomodar, sin resultar una molestia para la persona que ocupa dicho espacio y dicho tiempo. Cuando en el lenguaje coloquial, decimos de alguien que tiene tacto lo estamos diciendo en el sentido metafórico. Decimos, por ejemplo, que un profesional de la salud tiene tacto para transmitir las malas noticias. Y también decimos que esa enfermera tiene tacto para tratar a los enfermos.
El saber estar en un determinado sitio y en un determinado tiempo significa saber decir lo más conveniente y saber callar cuando es oportuno. Significa también saber retirarse en el momento adecuado y saber adoptar la posición física adecuada para la situación que se está viviendo. Tener tacto es, pues, saber estar, saber decir, saber callar, saber marchar a tiempo en definitiva, lo que se tiene que hacer y lo que no se tiene que hacer en un momento determinado. En el ámbito de la salud, la ausencia de tacto es visible desde múltiples perspectivas. El enfermo no siempre está dispuesto para las visitas, pero hay visitas que no se percatan de ello. El enfermo no tiene siempre ganas de hablar, pero hay profesionales que, por carecer de tacto, le obligan a hablar.
El espacio donde el enfermo se ubica no es cualquier espacio, sino que constituye su lugar de privacidad. Hay quien no sabe estar de forma adecuada en dicho espacio y se toman libertades que no debieran permitirse. En el ejercicio de la palabra, la ausencia de tacto, en sentido metafórico, es muy visible. Hay enfermos que están preparados para hablar de lo que les ocurre., y sus perspectivas de vida, pero hay enfermos que no lo están, por incapacidad sicológica o por inmadurez. Tener tacto consiste en saber hacer uso de la palabra de un modo conveniente, saber distribuir adecuadamente los silencios y las palabras. Tiene tacto quien tiene la habilidad de salvaguardar en cada instante la vida privada del otro vulnerable.(94)
El tener tacto en sentido metafórico, forma parte de lo connatural del ser humano, de lo que se da por sentado. Hipócrates decía que en el arte terapéutico había algo predado, una disposición natural otorgada por el destino, pero que requería trabajo y esfuerzo para sacarla a flote. También en el ejercicio de cuidar se requiere el tacto como predisposición natural, como vocación o llamada.
El tacto en sentido metafórico forma parte de lo predado del ser humano. Dicho de otro modo, no puede enseñarse a tener tacto del mismo modo como se enseñan los ríos de la península Ibérica. Puede haber algún tipo de transmisión, a través de la costumbre, pero es algo que algunos seres humanos tienen y otros no. El tener tacto no puede calificarse de virtud dianoética, sino más correctamente como una virtud ética, pues difícilmente puede enseñarse.

2-La escucha atenta

La escucha atenta constituye una modalidad del estar frente al enfermo que resulta primordial para ejercer adecuadamente el arte de cuidar. Se puede estar de muchas formas delante de un ser vulnerable. Se puede estar, por ejemplo, sentado, de pie, hablando o callando, mirando atentamente a los ojos o mirando, simplemente, por la ventana de la habitación. El estar atento al otro se manifiesta no sólo en el tacto, como hemos visto más arriba, sino también y fundamentalmente en la capacidad de escucha, esto es, en la capacidad de atender a la palabra ajena, por insignificante que sea su contenido.
El buen profesional, el que hace gala de su profesionalidad, sabe, por experiencia, que las palabras que le profiere el enfermo en dichas situaciones no son banales ni circunstanciales, sino que salen de su interior y el hecho de pronunciarlas, de ponerlas al exterior, es un ejercicio, de por sí, terapéutico, liberador, curativo. (95).
Desde un punto de vista antropológico, resulta sabido que el ser humano cuando sufre o atraviesa una circunstancia de dolor, de fracaso, de impotencia o de humillación, necesita ser escuchado, necesita poder contar a alguien lo que vive en su interior, necesita un oyente para su relato autobiográfico. (96). Escuchar es una tarea difícil, aunque no lo parece, pues exige una predisposición muy singular y una cierta preparación o catarsis. Una cosa es estar delante del enfermo de un modo estático y otra cosa es mostrar interés por él, pero todavía es distinto el escucharle atentamente. Para escuchar a alguien, sea quien fuere, es necesario vaciar fuera de sí los propios relatos, argumentos y proyecciones. Sólo es posible escuchar atentamente, si el cuidador se esfuerza por acallar sus voces interiores, sus problemas de orden personal, sus fijaciones de orden psicológico.
Fácilmente el cuidador proyecta los males del enfermo en su propia vida personal, busca paralelos y hurga sus recuerdos para hallar una situación similar. Mientras hace todo esto, no le escucha atentamente, sino que trata de ubicarse frente a él y resolver mentalmente su situación. Si no consigue este vaciamiento, entonces puede aparentar que le escucha y el paciente hasta puede creerse que es objeto de atención, pero en realidad no lo es, porque el cuidador, en sus adentros, tiene y siente otra problemática. (97).
Escuchar atentamente es una tarea ética, pues revela la importancia del otro, manifiesta la trascendencia del otro y cuando el otro, sea quien fuere, prójimo o lejano, es atendido y escuchado, entonces se da la experiencia ética. Escuchar atentamente y hacerlo, no por deseo(esto es, porque me apetece), sino por sentido del deber profesional (es decir, porque debo hacerlo), constituye una tarea ética y patentiza el grado de profesionalidad del cuidador y su capacidad de entrega al enfermo.

3.-El sentido del humor

En el ejercicio del cuidar, como en la vida cotidiana, el sentido del humor es fundamental. (98). A priori, uno puede pensar que la enfermedad, en tanto que experiencia trágica, no se puede, ni se debe relacionar con el sentido del humor, sino con la seriedad, con la gravedad de espíritu. Y hasta cierto punto, es verdad. Pues, como veremos más adelante, la experiencia de enfermar, en el ser humano, no es una experiencia cualquiera, sino que es una experiencia de desarraigo y de abandono, de impotencia y de máxima vulnerabilidad y en dicha circunstancia, lo serio, en el sentido kierkegaardiano del término, hace acto de presencia. (99).
La seriedad de la vida no se descubre, precisamente, cuando todo va bien, cuando uno puede desarrollar, a sus anchas, los proyectos que tenía previstos, sino que aparece con el fracaso, la enfermedad, la soledad, el abandono, la humillación y, evidentemente, con la muerte.
Entonces uno se da cuenta, se percata existencialmente de que vivir, en el sentido más humano del término, no es un juego, una distracción o un mero pasar, sino una tarea que contrae seriedad, que implica gravedad de espíritu. La filosofía existencial se ha referido, por activa y pasiva, a esta dimensión tan insoslayable de la vida humana.
Aunque parezca una sinrazón, no existe contradicción alguna entre la experiencia de la enfermedad y el sentido del humor, pues sólo es posible, valga la paradoja, tomarse las cosas con humor desde la seriedad. Cuando uno se da cuenta de lo que es realmente serio en la vida humana, de lo que realmente da que pensar, entonces es capaz de vivir, con sentido del humor, experiencias, proyectos y aventuras que al lado de lo realmente serio, son una nadería. El verdadero humor sólo es posible desde la seriedad. Cuando el ser humano adquiere conciencia de sus propios límites y de sus propias posibilidades y las acepta como tales, entonces es capaz hasta de reírse de sus propios defectos y de exteriorizarlos sin complejos.
El exceso de seriedad no es humano, pero tampoco lo es el exceso de humor. No todo puede ser objeto de humor en la vida de los hombres. Sólo lo intrascendente, lo fugaz y lo estéril pueden ser objeto de humor y de esto, ciertamente, hay mucho en la vida cotidiana. De lo que no se puede hacer humor es de la muerte propia o ajena, del dolor inútil, del sentimiento espiritual, de la vejación, de la injusticia, de la extorsión, del desamor o de la humillación. El sentido del humor, por lo tanto, no sólo es posible en la vida humana, sino absolutamente necesario para vivirla auténticamente y, por otro lado, no se contradice, lo más mínimo, con la seriedad, sino que la seriedad es su condición de posibilidad.
Durante el periplo biográfico de la enfermedad, hay momentos para la gravedad y hay momentos para el humor. El cuidador, que tiene tacto, sabe descifrar los momentos oportunos para cada cosa., porque es capaz de ponerse en la piel del enfermo y en su circunstancia personal. Cuando uno enferma, puede reirse de muchas cosas y de muchas aventuras y desventuras humanas, propias o ajenas, y puede mirarse con cierta distancia las obsesiones y las maquinaciones humanas, las frivolidades y las estupideces de la vida banal.

Notas:

65. M.Heidegger, Ser y tiempo, FCE, México. 1993. p.219.
66. Cf. E. H. Peterson en Teach Us to Care and Not to Cre, en GEETS, C:,(ed); TASSIN, P.(ed, Soigner et guérir?, Cerf, París, 1994, 206 pp.
67. Es el caso, por ejemplo, del catalán. En lengua catalana la expresión: tenir cura d´algú significa cuidarle y la expresión curar algú, significa curarle.
68. E.D. Pellegrino se refiere al origen etimológico del curar (to cure) y del cuidar (to care) en The Caring Ethic: the relation of physician to patient, en BISHOP, A.H. (ed), SCUDDER, J.R. Jr. (ed.), Caring curing coping. Nurse physician patient relationships,Alabama, University of Alabama Press, 1985, p. 9.
69. Lo expresa E: D: Pellegrino en Op. Cit.,p.. 9.
70. Cf. H:G: Gadamer, Die Verborgenheit der Gesundheit,Frankfurt, 1995, p. 58.
71. Cf. BRYKCYCZYNSKA, G., Caring. Some philosophical and spiritual reflections, en MOYA, J. BRYCZYNSKA, G., (eds.) Nursing Cre, Edwuard Arnolf, London, 1992, p. 4.
72. Cf., E.D.Pellegrino en The caring ethic: the relation of physician to patient, pp. 11-12.
73.Cf. D. C. Thomasma en Beyond the Ethics of Rightness, en Op. Cit.,p. 132.
74.Cf. G BRYKCZYNSKA, Op. cit. pp. 10-11.
75. Sobre la cuestión de la empatía, ver:GADOW, S.A. ,Nurse and patient: The caring Relationship, A:H: SCUDDER, J.R., Caring nurse curing physician coping patient, University of Alabama, Alabama:, 1985, pp. 31-44; SWABY-ELLIS,E.D.; The Caring Physician: Balancing the Three Es: Effectiveness, Efficiency, and Empathy, 83-94. en PHILLIPS, S.S., BENNER (eds.) The crisis of care, Georgetown University, Washington, D:C:, 1994.
76. Cf. D.C. THOMASMA en Beyond the Ethics os Rightness, en Op. cit., p. 141.
77. Cf. Op. cit. pp. 46-47.
78. Cf. d.c. THOMASMA en Beyond the Ethics of Righness, en Op.cit.,pp. 133-134.
79. Cf. E.D.Pellegrino en Op. Cit.,pp. 111-112.
80. Cf. G. BRYCZYNSKA en Op. cit., p. 19.
81. Cf. G. BRYKCZYNSKA en Op. cit., p. 20.
82. Cf. G. BRYKCZYNSKA en Op. cit., p. 20.
83. Cf. Op. cit.,p. 21.
84. Cf. Op. cit.,p. 37.
85. Cf. Op. cit., pp.. 34-35.
86. Cf. Op. It.,p.35.
87. E. D. Pellegrino, Las relaciones entre médicos y enfermos, en Atlántida 4 (191) 44-51.
88. Cf. G.BRYKCZYNSKA, Op.. cit.,p.. 40.
89. Cf. E. DAWN SWABY- ELLIS, The Caring Physician, op. Cit.,p. 91.
90. GBRYKCZYNSKA se refiere a estos estudios en Op. Cit., pp.238-239.
91. En la práctica de la enfermería, el tacto, en sentido literal, es fundamental. (Lo expresa G.BRYKCZYNSKA en Op. Cit.,p. 239).
92. Lo expresa S.A. GADSOW en Nurse and patient: The caring relationships, en Op. Cit., p. 41.
93. Cf. S.A. GADOW en Nurse and Patient: the caring relationship, en op. Cit.,pp. 40-41.
94. Tiene tacto quien es capaz de preservar al enfermo de cualquier intrusión ajena. Lo expresa G. BRYKCZYNSKA en Op. Cit.,p.239.
95. G. Bryckzinska se refiere a la escucha atenta en Op. Cit., p. 241.
96. Lo expresa W. T. REICH en Op. Cit., p. 46.
97. G. BRYKCZYNSKA se refiere a la dificultad de la escucha en Op. Cit.,p.242.
98. G. BRYKCZYNSKA se refiere a él en Op. Cit.p.242.
99. Véase, en este sentido, El concepto de la angustia, Espasa Calpe, Madrid, 1982.

 

 

 

Revista Vitral No. 51 * año VIII * septiembre-octubre 2002
Tomado de: Labor Hospitalaria #253 de la Pg. 149-157.