Revista Vitral No. 48 * año VIII * marzo-abril 2002


OPINIÓN

 

¿PUEDEN RECONCILIARSE
CUBA Y LOS ESTADOS UNIDOS?

JOSÉ ANTONIO QUINTANA

 

 


¿Podría producirse un acuerdo entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos que cambiara la cualidad de las actuales pésimas relaciones entre ambos países? Mas precisamente, ¿ podría producirse ese acuerdo entre los gobiernos de George W. Bush y Fidel Castro, es decir, entre los dos más fieles y pugnaces defensores de las ideologías contendientes? Ese acuerdo es posible, pero, ¿es probable? Casi todo el mundo duda que el gobierno de Bush finiquite con una solución así en su haber, la que para muchos de los partidarios del presidente significaría un evento desgraciado y para otras personas el verdadero fin de la guerra fría y el comienzo de una nueva era de las relaciones internacionales.
El diferendo Cuba-Estados Unidos, después de cuatro décadas, parece no corresponderse con la lógica de una globalización bienhechora en la que la presión política, el castigo económico y la violencia militar no pueden ser formas de solución de litigios entre países. Un pertinaz olor a pasado despide este conflicto que no debe ni puede arribar a la celebración de su aniversario de oro. La prolongación de la guerra tibia entre las dos naciones significaría una derrota estratégica de la civilización: no habría manera sabia y blanda de hacer al mundo mejor.
Hay gente convencida de que la forma más rápida y eficaz de acabar el conflicto es la cruenta: un thermidor anticomunista. Pero este método lleva 40 años de implementaciones y ensayos fallidos. La práctica ha demostrado su ineficacia.
Existe una corriente de opinión que considera al tiempo como el peor enemigo del comunismo. Según esta manera de pensar, el sistema comunista no es viable a largo plazo pues tiene codificados en sus genes una sosegada autodestrucción vinculada a la falta de productividad, de espíritu innovador y de sentido de pertenencia. Si es así, no habría necesidad de matarlo, sino de ayudarlo a morir. ¿Cómo? Dejándolo vivir sus contradicciones a la vez que se le contamina ideológicamente. Moriría de… transformación en su contrario o en casi su contrario. Esta manera de ver las cosas gana adeptos todos los días entre los enemigos del comunismo cubano.

Los partidarios de dejar al tiempo el fracaso del comunismo argumentan que la historia ofrece pruebas que avalan sus creencias. Las dos revoluciones previas a la cubana, la revolución burguesa de 1789 en Francia y la proletaria de 1917 en Rusia, terminaron con distintos grados de fracaso. La primera, que movió la frontera de la historia hacia el futuro y trajo un innegable progreso al género humano, no pudo satisfacer sus expectativas de justicia social. Un siglo después de 1789 había en Europa más libertad, escasa fraternidad y ninguna igualdad.
La revolución de octubre, después de haber hecho en 70 años todo lo que todo el mundo conoce, se desmoronó como un castillo de naipes y emprendió una inexperta y vacilante construcción del … ¿pasado?. No hay allí ni planificación ni mercado, y sí mucho de lo peor del capitalismo y del comunismo real soviético. ¿Correrá igual suerte la revolución cubana? Se apuesta a que después de Fidel se diluirán los contenidos del socialismo ortodoxo en las aguas de la Social democracia, en el mejor de los casos. El denominado carril dos, según la opinión que se acepte, es el medio que usa el gobierno norteamericano para preparar las cabezas de los cubanos para la democracia futura. Una versión muy corregida y disminuida del trabajo de los enciclopedistas en la preparación de las conciencias para la revolución de 1789. Pero con muchos más recursos y la disposición de poderosos medios de comunicación modernos. Los contactos pueblo a pueblo, las actividades científicas, los intercambios culturales son, según norteamérica, un puente de amistad tendido hacia Cuba. O es, según el gobierno de Cuba, un Caballo de Troya espiritual, destinado a reblandecer la ideología y divertir la conciencia de los cubanos para engatusarlos y confundirlos, y desviar su atención de los puntos nodales de la lucha.
De todas formas, el acuerdo entre los viejos contendientes no podría prescindir de los contenidos del carril dos. Parece que el gobierno cubano es consciente de ello y ha aceptado el reto. Un conjunto de 70 programas de contenidos socio económico, cultural, ideológico, científico, etc, conforman la estrategia anti-carril dos, que aspira no solo a impedir la contaminación coyuntural sino a inmunizar a las jóvenes generaciones de cubanos contra las campañas encaminadas a socavar el patriotismo, el apego a la identidad nacional y la opción por el socialismo. Se combate pero no hay cráteres ni humo ni olor a pólvora. Aparentemente no hay bajas. La batalla se libra en el éter, en las mentes y la sicología de las personas. Se trata de una lucha de ideas destinada, al parecer, a convertirse en una característica relevante del porvenir.
¿Podría producirse el acuerdo en un ambiente de guerra de ideas? ¿Con Castro? Se preguntan escépticos en norteamérica. El máximo líder cubano ha dicho que no tiene prisa por concordar con Estados Unidos, no obstante, ha recalcado que está dispuesto ha sentarse en la mesa de negociaciones si no existen condicionamientos previos y no se le mira desde un trono.
¿Con Bush? inquieren incrédulos los cubanos. Para estos, George W. Bush, es lo que para Ronald Reagan era la Unión Soviética: el representante del imperio del mal en la tierra: el imperialismo norteamericano. Quizá, piensan algunos, la oportunidad de limar asperezas se presentó en el gobierno de Cárter, dados el carisma ético y la religiosidad de aquel presidente. Otros creyeron ver el momento preciso para la cesación del conflicto en la administración Clinton, tal vez por su discurso pragmático, su aparente liberalidad y sus dotes de actor holygoodense. Pero lo cierto parece ser que el presidente de Estados Unidos, aunque es la voz y el brazo ejecutor del poder, no es el poder en sí mismo y no puede, aunque quiera, tomar decisiones que son privativas de un consenso de fuerzas e intereses no visibles en los planos que la política expone al público. Parece, además, que tal consenso no puede improvisarse de espalda a los procesos en que la historia madura para los acontecimientos trascendentales y que éstos se producen cuando existe la masa crítica (política, económica, militar) necesaria para ello. Si tales condiciones se dan, entonces puede ser cualquier presidente quien haga real y pública la decisión. Podría ser en este caso George W. Bush.
¿Aceptaría Estados Unidos ser amigo de Cuba y viceversa, después de 42 años de un contrapunteo que ha incluido copioso derramamiento de sangre?
Estados Unidos parece no tener amigos o enemigos eternos. Incluso, parece no tener amigos, sino aliados útiles con los que, tomados de la mano, camina por más o menos largos trechos de la historia. Hussein fue amigo de Estados Unidos hasta que, con la invasión a Kwait, tropezó con intereses de norteamérica más fuertes que los que ayudaba a defender hasta entonces. Iraq y Estados Unidos eran amigos porque tenían un enemigo común: Irán. Pero se acabó. Ahora Iraq figura entre los primeros lugares de la lista negra de Estados Unidos.
Bin Laden fue también amigo de los Estados Unidos y cumplió exitosas misiones en Afganistán en las cuales Estados Unidos tuvo mucho que ver. Fue, primero, un promotor y organizador de la resistencia contra la invasión soviética, después dirigió la aniquilación de comunistas y filocomunistas en aquel país. La historia posterior es, por reciente y harto publicitada, bien conocida. En los momentos que redacto, norteamérica no quiere al millonario saudita vivo o muerto: lo quiere muerto.
Viet Nam y China, inveterados enemigos de Estados Unidos, comparten importantes intereses y mantienen buenas relaciones con éste, no obstante las sangrientas desavenencias pasadas. Las circunstancias cambian, los intereses se modifican y la política… cambia también. Una lección que no debe ser despreciada por los actuales amigos y enemigos del gran país del norte. Como gustaban decir los políticos Chinos de la época de Mao Tse Tung, lo blanco puede convertirse en negro y puede ocurrir un giro de 180 grados. El tiempo lo cambia y lo acaba todo, no solo al Comunismo.
¿Qué utilidad podría tener para Estados Unidos tener de amiga a Cuba Socialista? ¿Podría compartir con la Cuba isleña un conjunto de intereses más importantes y prometedores que los que comparte con los cubanos de la península?
Creer en una amistad utilitaria con Cuba Socialista implica creer que habría socialismo para rato, con Castro y Post Castro. Socialismo matizado, acicalado o evolucionado, pero socialismo. Si se considera este dato como una realidad objetiva y se encuentra útil compartir intereses, entonces no queda mas remedio que coexistir pacíficamente, sin desmedro de la polémica ideológica. Si se piensa que al Socialismo le quedan tantos años como le queda a Fidel de vida, entonces no vale la pena pactar con Cuba socialista? ¿o sí? Quizá quien no pacte con Cuba socialista ahora pierda posiciones estratégicas imprescindibles para consolidar el porvenir. Parece que así piensan los europeos y los asiáticos.
Los productores de alimentos en Estados Unidos sienten que están perdiendo un mercado de varias centenas de millones de pesos. Los turoperadores, los vendedores de automóviles y productos químicos relacionados con la agricultura sienten la sensación del que pierde oportunidades valiosas. Los oteadores del futuro imaginan oportunidades por venir en los negocios de la energía, y su imaginación dibuja escenarios en los que Cuba y Estados Unidos son socios y no enemigos. Los administradores del negocio de la cultura saben lo que ganarían con un intercambio sin limitaciones absurdas Los hacedores de políticas de integración se dan cuenta de la utilidad que tendría Cuba como aliada de Estados Unidos en el ALCA. Las pujantes trasnacionales observan con apetitoso interés la cantera de técnicos y profesionales de todo tipo que abundan en la Isla. Muchos consideran que Cuba podría ser, en el futuro mundializado, el más abundante exportador de capital humano de la región. Ello la convertiría en el mayor receptor de remesas del continente latinoamericano. En definitiva, son muchos los que, no sólo en el mundo científico e intelectual, sino también en el cuadro de mando de la economía y la política de Estados Unidos, ven a Cuba como mercado, cantera, puente, foco estratégico y nudo de la globalización en América.
¿Son estos intereses superiores a los peligros que entraña Cuba para la seguridad de Estados Unidos y la libertad en occidente?
Quedan pocas personas que crean en el peligro de Cuba para la seguridad de Estados Unidos. El peligro ideológico, si se cree realmente en él, si se esta convencido de que la ideología de Castro puede contaminar, agredir y lesionar la potente cultura capitalista occidental, le otorga valor a los argumentos del socialismo. Si este tiene sus días contados, si a la larga se convertirá en otra cosa, ¿Por qué temer a ideas enfermas, condenadas a muerte por irrealizables?.
En mi opinión, las condiciones objetivas para la eliminación del diferendo Cuba-Estados Unidos, tal como ha existido hasta hoy, están creadas y son históricamente maduras. Los persistentes obstáculos para que ello ocurra son subjetivos, encarnados en políticos anclados en situaciones superadas, sobre todo en políticos sin poder real, pero con grandes influencias en él. Estoy convencido que en los próximos años las cabezas que en Estados Unidos reflejan las nuevas realidades del mundo, urgidas por la masa crítica de intereses cubano norteamericanos, afinarán su pensamiento con el tono de la historia y pondrán fin al diferendo. ¿O debe ser alguien distinto a la mayor potencia del mundo quien tome la iniciativa? Parece que no.


 

 

Revista Vitral No. 48 * año VIII * marzo-abril 2002
José Antonio Quintana
Economista pinareño. Labora en la Dirección Provincial de Planificación.