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La familia fundada por Leocadio y
Dora en la calle Herriman, la Vocacional Federico Engels, la CUJAE, la
Empresa de Recursos Hidráulicos, los fanáticos de la pelota
del parque de la Colosal, por un lado; y, por el otro la Catedral de Pinar
del Río y su grupo de catequesis de Redivaldo, la Comunidad de
San Egidio y su escuelita del Rpto. Mayca, la Parroquia de la Caridad
y el Seminario San Carlos y San Ambrosio están de alguna manera
involucrados en la vocación sacerdotal de este parroquiano nuestro
que hoy presidirá por primera vez la Eucaristía.
Vocación sacerdotal con cuyos primeros pasos tuvo mucho que ver
el P. Mario Aguilar. Recuerdo hoy que hace ya algunos años, quien
aún no era el P. Juan Carlos fue a verme al Obispado. Me dijo que
le parecía que tenía vocación sacerdotal, pero que
estaba en un lío. El lío era que había quedado en
volver a conversar sobre esto con el P. Mario, Juan Carlos no había
acudido a la cita, había pasado ya algún tiempo y ahora
le daba pena volver a hablarle de eso; y parece que quería cambiar
de tutor. Mi reacción fue: "Ve a hablar con el P. Mario que
estoy seguro de que él te está esperando aunque haya habido
un embarque y haya pasado algún tiempo". Y así fue:
El P. Mario lo esperaba. Así pues, que el Señor premie al
P. Mario que supo esperar, acoger y acompañar.
P: Juan Carlos: Ésta es una hora decisiva para ti. Por la ordenación
sacerdotal Cristo te ha asociado de modo singular a su sacerdocio para
la salvación del mundo. Como Cristo y unido a Él glorificarás
a Dios y serás glorificado por Él ofreciéndote a
ti mismo para la salvación del mundo, amando hasta el fin a las
personas que Él te encomiende. En la ordenación sacerdotal
ocurre como si Cristo te hubiera entregado de modo nuevo su mandamiento:
"Ámense unos a otros como yo los he amado". Ese mandamiento
constituye para todos nosotros los sacerdotes un don y un compromiso:
don del yugo suave y ligero de Cristo; compromiso de ser siempre los primeros
en llevar este yugo, convirtiéndonos con humildad en modelos para
la comunidad que el buen Pastor nos encomiende. Recurre siempre a la ayuda
del buen Pastor e inspírate siempre en su ejemplo.
A ti te corresponderá guiar, con entrega generosa, los pasos del
pueblo cristiano. Por eso y para eso celebrarás diariamente la
Eucaristía. Celebrando la eucaristía aprenderás a
abrir las puertas a los diversos pues la Eucaristía es para la
salvación de todo el mundo; y el mundo de Dios es un mundo acogedor
y abierto, sin alambradas de púas ni declaraciones celosas de lo
tuyo y lo mío. Celebrando la Eucaristía aprenderás
a abrir el oído a la Palabra de Dios antes que a los criterios
de los hombres, y aprenderás a dejarte penetrar por la Palabra
de Dios y a dejarte convertir por ella. Fruto de la palabra de Dios es
la caridad entrañable, la compasión y la misericordia que
caracterizan a Dios. A esta caridad entrañable se refiere el pasaje
del Evangelio que se ha proclamado hoy.
Celebrando la Eucaristía aprenderás a abrir el corazón
para que se haga disponible a los requerimientos y necesidades del prójimo,
para que se "haga ofrenda permanente" para Dios y cada uno de
tus hermanos. Celebrando la Eucaristía aprenderás a abrir
tus labios para bendecir a Dios porque es Dios y a dar gracias por las
maravillas que Él obra. Celebrando la eucaristía aprenderás
a sacrificarte por amor como lo hace Dios por nosotros; y a hacerlo en
silencio, en el mismo silencio en que Jesucristo se nos da desde la cruz
y en un pedazo de pan y en un poco de vino. Celebrando la Eucaristía
aprenderás a entregar el Cuerpo entero como pan partido para un
mundo nuevo. Con esta actitud serás pontífice, es decir,
puente que otros tienen derecho a utilizar para alcanzar la gracia de
Dios; así serás efectivamente sacerdote, el hombre de lo
santo, que se dispone para que Dios ame a través de su palabra
y de sus gestos (cf. Cristián Precht: pastores al servicio de la
comunión).
Este tesoro de la Eucaristía lo llevarás siempre en la "vasija
de barro" que somos cada uno de nosotros. Toda su vida el sacerdote
es aprendiz del Reino. Por eso nunca se gloría sino es en el Señor.
Él sí es luz y salvación, como dice el Salmo 27 que
has escogido como lema sacerdotal.
Llevas unos cuantos años preparándote con generosidad y
esfuerzo para comenzar esta nueva etapa de tu vida. Pero no olvides nunca
que tu vocación es también fruto de la oración de
la Iglesia, así como del trabajo asiduo y paciente de numerosos
obreros de la mies del Señor que han arado, sembrado y cultivado
el terreno para ti. Tu perseverancia está vinculada a esta solidaridad
espiritual. Que esto no falte nunca en tu parroquia. Como cura viejo que
soy, quiero decirte algo más; enamórate de la Iglesia, de
la iglesia terrena y de la Iglesia celestial, contemplándola con
fe y amor, a pesar de sus manchas y arrugas.
Ésta, que hasta ahora ha sido tu parroquia, te está muy
agradecida porque por ella has metido el hombro. Estoy seguro que esta
parroquia, palestina no por la gracia de Dios, sino por la oscuridad de
algunos hombres, incluirá ahora tu nombre y el de Miguel Ángel
en su oración por los sacerdotes.
No olvides nunca que la primera vez que presidiste la Eucaristía
fue en la calle. Que esto sea signo de que tu sacerdocio no lo vas a ejercer
encerrado en un templo sino en los lugares donde los hombres y las mujeres
se juegan la vida.
Confiando en el buen Pastor, rema mar adentro con tus velas desplegadas
por el viento del Espíritu Santo. Así serás feliz
por todo lo que el Señor realice por medio de ti y experimentarás,
aún en medio de pruebas y dificultades, la alegría de ser
sacerdote de Jesucristo. Amén.
Pinar del Río, 3 de Marzo de 2002
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