Queridos hermanos y hermanas:
Gran fiesta y por tanto gozo inconmensurable, en el marco
de la memoria de aquel ilustre monje, obispo y guerrero del siglo X,
San Rosendo, que los primeros pobladores de esta noble ciudad escogieron
como patrono en el siglo XVI, cuando apenas contaba con medio centenar
de habitantes que comenzaron a llamarla "Pinal" del Río.
Gran fiesta porque dos jóvenes del pueblo han sido escogidos
por el Señor, como Jeremías el de Helecías. Cada
uno con su aparente camino humano ya trazado, el uno especialista agro-pecuario
y el otro ingeniero hidráulico, pero en realidad llamados por
el Señor portentosamente para ir a donde el Señor diga
y hacer lo que Él quiera. Hoy por la imposición de manos
y la oración consagratoria de su obispo, les será conferido
el sacerdocio ministerial que la Iglesia otorga a los que, tras larga
y cuidadosa preparación son admitidos a esta noble dignidad y
amoroso servicio. Dignidad para los elegidos, servicio para los demás
hombres y mujeres que con ellos compartirán la vida comunitaria
de la Iglesia y del pueblo.
Ante la dignidad y el servicio de este misterio y ministerio que es
el sacerdocio, podemos, hoy, tantos hermanos y hermanas de nuestras
comunidades presentes en esta Santa Iglesia Catedral, preguntarnos:
¿Quién no es el Sacerdote? Como el Bautista tenemos que
contestar enseguida: Yo no soy la Palabra, yo no soy el Enviado, yo
soy el que prepara el camino, yo soy el que anuncia.
Hoy también tienes que decir tú, elegido por Dios para
tan gran ministerio:
Yo no soy un solterón que guarda unas leyes que la Iglesia pide,
o quizás las cumple a medias y con poco espíritu.
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Juan C. Carballo
y Miguel A. Blanco (de izquierda a derecha)
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Yo no soy un infeliz que ha renunciado a las legítimas
delicias de una familia, al cariño de una esposa y un hijo.
Yo no soy el agente de una gran empresa, que se preocupa porque ésta
crezca y luzca.
Yo no soy un tipo raro extraído de esta sociedad para que viva
como un hombre raro, apartado de su pueblo y al mismo tiempo a costa
de un grupo humano.
Yo no soy un individuo que forma clase, a pesar de ser uno en el pueblo
en el que me ha tocado vivir.
Yo no soy un egoísta que, perteneciendo a una institución
como es la Iglesia, vive sin compartir en nada las privaciones y penurias
de su pueblo.
Yo no soy un acomodado, cuyo lema es "ande yo caliente y muérase
la gente".
Así podríamos seguir enumerando otras cosas y formas de
ser y vivir que no corresponden al sacerdocio católico.
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Los
candidatos se postran en señal de humildad, mientras se
invoca la intercesión de los Santos
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Entonces, te preguntamos: Sacerdote ¿quién
eres tú?
Y lo primero que tenemos que responder es:
Un hombre escogido por Cristo para ser como Pedro y Andrés, Santiago
y Juan, pescador de hombres. Lo cual responde a una vocación,
o sea, lo que "te toca ser" y a una misión, "lo
que te toca hacer".
La vocación no se elige; se recibe, se acepta o no. La misión
se cumple, se realiza, es permanente.
Sacerdote, eres el Padre, así te llaman los hombres y mujeres,
niños, jóvenes y ancianos del pueblo, porque, aún
renunciando a una paternidad carnal, por el bautismo has engendrado
para la vida eterna a un sinnúmero de hombres y mujeres. Estás,
por tanto, llamado y obligado a amar y cuidar de esos hombres y mujeres
que así te llaman. Como los santos a lo largo de la historia
estás obligado a esta excelsa paternidad.
Sacerdote, eres el amigo. Sólo en el corazón del amigo
se depositan las quejas y secretos, alegrías y planes que esconden
en tu corazón los sufridos presos, las pobres viudas, los desorientados
jóvenes, los inocentes niños.
Sacerdote, eres el Cura. Eres el hombre escogido, ordenado y privilegiado
que administra los signos sagrados, los misteriosos sacramentos que
Cristo instituyó y entregó a su Iglesia, para que los
hombres puedan hacer el difícil camino de la vida, fieles a los
mandatos del Señor.
Eres el hombre que bautiza invocando a la Santisíma Trinidad
y dando entrada en la Iglesia a los que reciben esta gracia y este don.
Eres el hombre que a pesar de tu condición pecadora, tienes el
poder de perdonar pecados y decir: Yo te absuelvo.
Eres el hombre dichoso que puede pronunciar las mismas palabras que
Jesús, nuestro Redentor, pronunció un Jueves Santo sobre
el Pan y el Vino con el que te alimentas y alimentarás a los
hombres y mujeres que se acerquen al Altar del Dios Altísimo.
Eres el hombre que unge con óleo santo y perdona los pecados
del hermano o hermana que se disponen a hacer el camino de la eternidad.
Eres el pastor abnegado que vela con amor por tu rebaño, que
es el del Buen Pastor.
Eres el misionero itinerante, que siembra a tiempo y destiempo la semilla
del Evangelio.
Sacerdote, eres el Presbítero que como colaborador cercano y
estrecho con el obispo, conduce a una porción del pueblo de Dios
por los caminos difíciles y peligrosos de esta vida. Eres el
hermano de tus hermanos sacerdotes que viven las responsabilidades,
alegrías, proyectos y desafíos de una atípica fraternidad
que se llama Presbiterio.
Queridos hermanos y hermanas, queridos Miguel Ángel y Juan Carlos,
esta sencilla exposición y reflexión ¿a qué
nos llama?
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Los sacerdotes
pinareños imponen las manos a Miguel Ángel y Juan
Carlos.
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En una palabra, a lo que dijera el Papa Juan Pablo II
en su precioso libro "Don y Misterio", a "Vivir la verdad
de nuestro Sacerdocio".
El Papa pone un acento singular en esta recomendación que aparece
como una instancia primordial en el documento "Pastores dabo vobis"
que propone a los presbíteros: "La verdad hay que vivirla"...
Los Sacerdotes están llamados a vivir la verdad... El sacerdote
está llamado a conservar y desarrollar en la fe la conciencia
de la verdad entera y sorprendente de su propio ser"... debe permanecer
en la verdad de su ser "y verse con los ojos de Cristo en su verdad
completa".
Ante tanta grandeza de parte de nuestro sacerdocio - vocación
y misión, y tanta miseria y limitación de parte de nuestra
pobre carne, digámosle a María, la dulce Madre de Jesús,
la tierna madre del sacerdote:
Concédenos, oh María,
que sintamos tu consuelo
en las numerosas aflicciones
que encontramos en nuestro camino,
y que muchas veces no podemos curar
con palabras puramente humanas.
Concédenos que podamos confortar
a mucha gente de nuestro noble y sufrido pueblo
que padecen males físicos
y amargas y secretas aflicciones
interiores que hacen pesado
el camino de tantos hombres
y de tantas mujeres,
de muchos jóvenes y adolescentes.
A veces estos sufrimientos no se expresan
y sin embargo esperan siempre de nosotros
una palabra, un gesto que sea signo
de la acción confortadora del Espíritu Santo.
Oh Señor, por intercesión de nuestra Madre
de la Caridad
abre ante todo nuestros corazones
a la acción misericordiosa del Espíritu,
al poder benéfico de la Sagrada Escritura, y al descanso confortante
de las palabras y de los gestos de la Iglesia.
San Rosendo bendito, bendice a estos neosacerdotes, a estos nobeles
obreros de esta Iglesia particular que te honra y pide hoy y siempre
tu amparo y protección. Amén