Revista Vitral No. 48 * año VIII * marzo-abril 2002


LECTURAS

 

EL LIBRERO:

VENDEDOR O INTELECTUAL

JORGE LUIS GONZÁLEZ SUÁREZ

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En el mundo contemporáneo, toda profesión posee parámetros intelectivos bien marcados. La del librero, al igual que otras, valora las tareas de aquél que se dedique a ella. Podemos decir, que el mencionado trabajador del comercio del libro, cumple con su ocupación de acuerdo a determinadas condiciones, acorde a las circunstancias de la nación en las cuales vive y desarrolla su labor.
Nuestro sistema social, encaminado a lograr entre sus objetivos, una población más culta y preparada, fija las normas y requisitos qué debe tener este obrero. Dentro del criterio general, sin embargo, se produce por quienes participan en su dirección, opiniones contrapuestas sobre que fin principal debe alcanzar en su oficio: Vendedor o Intelectual.
Voy a comenzar el análisis partiendo de la etimología de ambos vocablos.
Dice el Diccionario de la Lengua Española:
Vendedor: m. ant. Venderache. Mod. Mercader. Comerciante.
El infinitivo vender en el mismo léxico y en su segunda acepción señala: exponer u ofrecer al público los géneros y mercaderías, propias o ajenas, para el que la quisiera comprar.
Intelectual: del Latín intelectualis. Adj. Perteneciente o relativo al entendimiento. Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras. u.t.c.s.
Un breve y elemental examen de estas palabras, nos puede llevar a la conclusión, que el significado no encierra todo el verdadero quehacer laboral de este profesional.
El librero es el ser con responsabilidad laboral participante de manera activa y multifacética en el fomento de la cultura general, por eso hay que preguntarse; ¿Cuáles son las características a conjugarse en este hombre de negocios?
La primera; demostrar una gran vocación, manifestada en cada entrega o contacto con el cliente. Su imagen de "amor por los libros", los inseparables amigos que siempre le rodean, estará impregnada en su interior y reflejada en su rostro.
La segunda; una obligación a conocer muy bien y mejorar a cada momento su contenido, para transmitir a quien lo solicite, la información más completa que pueda brindar y sobrepasar los deseos de su cliente.
Como última; demostrar ante todo, ser ese vendedor eficaz, con dominio de la técnica, que entregue el producto de forma consciente, de cómo lo hace y brinde el servicio con la mayor excelencia posible.
Según la exposición hasta aquí efectuada las tres funciones fundamentales a cumplir por el librero son:
Vendedor
Informador
Promotor cultural
Haré una cuidadosa reflexión de cada uno de los puntos anteriores, estableciendo cuáles son los requisitos científicos y técnicos a detentar.
En primer término, él es un comerciante. Nadie podrá quitarle esta condición. Minimizar la magnitud de su actividad principal, es como negarle la razón de existir. No podemos obviar la idea, por que él está obligado a vivir de lo que vende.
Cuestionémonos también; ¿Cómo lo hace? La respuesta es desgraciadamente, bastante mal, aunque existan sus excepciones. Si nos preguntamos por qué, salta a la luz la respuesta; no se encuentra preparado.
El universo de hoy es altamente competitivo, rige en el mercado en términos abrumadores; aún en nuestra sociedad socialista mas equilibrada que otras en estos problemas, la lucha entre los sectores de ventas es innegable.
Cualquier vendedor a cada instante, necesita hacer uso aunque sea de las más simples técnicas comerciales y realizar el mejor empleo de ellas. El marketing, que además de ser una carrera universitaria, constituye una de las herramientas de gran utilización en el comercio, proporciona óptimos resultados, si al ponerlos en práctica se hace con dominio y calidad.
Existen miles de libros sobre esta materia, pero en nuestro país no abundan, excepto en centros especializados; son costosos e implica su lectura, tener conocimientos básicos para su comprensión, en la mayoría de los casos los cursos de estudio que sobre este contenido se ofertan son para organismos y personal determinado.
El ser humano que se consagre al oficio, tiene que dominar su ocupación y aplicar estrategias comerciales como: la venta personal, desarrollando sus fases, con los tipos de preguntas y respuestas adecuadas, en cada momento de la entrega; saber como vencer las objeciones que pueda recibir; emplear el Merchandising, quien da al producto una participación activa, por medio de la colocación conveniente en las diferentes áreas del salón, en los lugares adecuados y empleando la mejor forma de exhibición.
Al ordenar, hay que tener presente el espacio con el cual contamos para la exposición de los productos, las características del mobiliario y los pasillos, para facilitar al cliente el recorrido y proporcionar al personal el contacto de su labor con el público asistente al mercado.
Nunca debemos pasar por alto algo tan primordial como la imagen del establecimiento. La estética y el embellecimiento los puede lograr por medios tan sencillos, como el emplazamiento de plantas ornamentales y obras plásticas que puedan estar a su disposición, afines al objetivo; aunque el mejor elemento en la decoración lo proporcionan los libros, con el diseño y color que ofrecen las cubiertas y que resultan un excelente medio de atracción.
La presencia vendedora es la figura indispensable, como piedra de toque final en todo el proceso. Un vestuario correcto, buena dicción, postura y educación apropiada, sirven de combinación final, al resto de las acciones emprendidas.
La información debida, en las circunstancias requeridas, es ese elemento complementario a las técnicas, como parte integral a la comercialización del libro. Un buen librero no debe olvidar esta verdad por sencilla que le parezca: "también vendemos información".
Resulta común que un consumidor se nos acerque para indagar sobre la existencia de un título, autor, pregunte su precio, o inquiera acerca del contenido de la obra; indispensable es entonces la respuesta precisa. La negación escueta, la ignorancia o el desconocimiento, atentan más contra la posible venta que la carencia propia del producto o su valor.
No podemos negar también, que frente al enorme caudal que la informática moderna vierte a través de los ultra-tecnificados medios electrónicos y de los cuales carece la mayoría de la emplomanía del giro, es imposible satisfacer todas las inquietudes del público que acude en busca de alguna indicación; la orientación bien proporcionada no debe dejar de brindarse en ninguna circunstancia a pesar de las limitantes.
Hay aspectos que conspiran contra la tarea de divulgación y que pudieran salvar el escollo. Esto es una acción que incumbe a organismos y empresas que atienden o apoyan de alguna forma este negocio y daría cierta solución al asunto. Estos son los catálogos, folletos y plegables promocionales.
La falta de estos medios es notoria y su ausencia conspira no sólo con esa necesaria publicidad del libro, sino también contra el imprescindible conocimiento que tiene que dominar quien participe en la comunicación directa con los consumidores.
A pesar de todos los inconvenientes, tener iniciativa, algo que tanto falta en nuestros detallistas, es una clave para dar vía a problemas, que sin la apatía con que son tratados, pueden satisfacer y dejar complacidos a los clientes habituales de la esfera del libro.
Buscar un sustituto cuando no tenemos lo solicitado, mostrar las existencias o hacer una recomendación es promover y vender; pero aún así cuando la persona salga con sus manos vacías, debe irse con su mente, cargada del buen recuerdo, de la grata estancia y excelente atención en el establecimiento.
La función de promoción cultural es, a mi modo de ver, la más variada y compleja de realizar por el librero. Existen dos aspectos que se conjugan para dificultarla; el primero: la carencia casi siempre de contactos con los medios de promoción y publicidad para impulsar las actividades en su librería, el segundo: el ya señalado escaso nivel de erudición de aquellos que desempeñan el oficio en su gran mayoría.
El trabajo de propaganda reclama de rigor por quien lo haga en la práctica. Es una persona con acceso y control en los principales medios de comunicación y conocimiento profundo de su lenguaje, para llevar a vías de hecho el plan propuesto. Esta tarea por lo general descansa en los promotores culturales, quienes organizan las mismas, concretándose el librero en apoyarlas leve o simbólicamente.
Este método llevado a efecto en estos días, trae como algo favorable la garantía de una mayor calidad en cada actividad realizada, proporciona el aumento de la venta en aquellas obras de lenta salida, pero conspira contra el desenvolvimiento y superación intelectual del que se mueve en el ámbito a diario: el vendedor, pues lo acomoda a las circunstancias y hace de él una simple máquina robotizada.
Los proyectos culturales que se ponen en práctica en los municipios y a los cuales se vincula la librería, juegan un papel preponderante en esta labor, pero los empleados de nuestro sector que atienden directamente a la población, deben tener una participación más activa en esta tarea.
El segundo caso, ya cuestionado con anterioridad, es el verdadero Talón de Aquiles del librero; el elemental bagaje cultural del que goza. Este es un aspecto histórico y debatido a lo largo de muchos años. Se enfatiza -y estoy de acuerdo- que el librero tiene que ser por obligación un lector; es innegable que aquel que no sea lector en mayor o menor medida, no podrá nunca informar y promover el libro; la esencia de su ocupación radica en ello.
Múltiples causas han influido en la cuestión abordada, desde los bajos salarios, hasta la poca importancia que se le ha dado al oficio por parte de las direcciones en las diferentes instancias, que debieran justipreciarlo mejor. Creo que no solamente tiene que ver en esto la cuestión material, sino el poco estímulo espiritual, quedando, relegado casi hasta el olvido, ese compañero que tendría que elevarse al sitial correspondiente.
En numerosas ocasiones escuchamos comentarios desfavorables por los más perjudicados en este asunto; los consumidores. No carecen de razón, porque la calidad del servicio no se sustrae al cordial saludo, también incluye la respuesta y las que se tienen que dar han de ser convincentes.
Cuando se brindan cursos para capacitar al librero, se pretende que establezca un análisis crítico de la obra. Vamos a recordar que primero él debe conocer y ubicar en tiempo y espacio a los autores con su época, estilo y reseñar de manera somera el contenido. Esta es la necesaria información que ha de brindar, porque para todo el que vende su producto tiene que ser el mejor, si no pierde, no es ni será un intelectual, sí un buen referencista y comunicador de ideas.
Concluyamos las consideraciones efectuadas y digamos que el librero es ante todo un trabajador de y por la cultura, cuya misión fundamental es hacer llegar a la población los libros por intermedio de ese trueque tan antiguo como es carencia contra dinero. Justo y lógico que todo aquel que invierta su capital en esta mercancía, reciba lo que busca y merece; del buen comerciante depende la opinión con la cual sale su cliente de esa su segunda casa; la librería. La selección depende mucho de los gustos, deseos y necesidades del comprador, que escoge lo que más le conviene; su función entonces consiste en inducir, proponer y ayudar a quien le proporciona el sustento de su vida.
Lograr este anhelo, es la esperanza latente en los que como yo, hemos dedicado años y esfuerzos a esta honrosa y sencilla actividad, no por eso menos valiosa por cuanto lo que de ella se desprende.
Tenemos el deber de formar un trabajador más capacitado, acorde con los tiempos que corren, con esas características que lo definan y distingan: el profesional con humanismo y preparación técnica superior. La misión se cumplirá si este tan antiguo transmisor de la cultura alcanza la meta que visualizamos para un futuro cercano; el Librero ideal

Nuevas máximas para libreros
1. Si no lees; no aprendes.
2. Librero, que todos hablen de ti, pero nunca mal.
3. Siente orgullo por tu oficio; es honroso y hermoso.
4. Cada libro que vendas es una gota de cultura que ofreces.
5. La librería es un templo del saber.
6. Si estás feliz con tu trabajo, es que comienzas a ser librero.
7. La librería es el alma del librero y el libro su corazón.
8. La emoción que siente el vendedor de libros, es la tristeza que le invade al ver marcharse cada ejemplar con su comprador.
9. Librero es un hombre con espíritu de polilla.
10.Cuando respires, si notas olor a libro, es que te has graduado de librero.

 

 

Revista Vitral No. 48 * año VIII * marzo-abril 2002
Jorge Luis González Suárez
Premio testimonio / 2002. Concurso: El Oficio del Librero
de la Librería «Fayad Jamis» del Instituto Cubano del Libro