Revista Vitral No. 47 * año VIII * enero-febrero 2002


REFLEXIONES

 

MISIÓN DE LA IGLESIA EN LA EDUCACIÓN, PROMOCIÓN Y DEFENSA DE LOS

DERECHOS HUMANOS

S.E. Mons. MIGUEL IRIZAR CAMPOS, c.p.

 

 

1. UNA NOTA SOBRE EL 11 DE SEPTIEMBRE

2. TRABAJAR POR LOS D.H. ES SER TESTIGOS DE UN ENORME SUFRIMIENTO

3. UN MUNDO QUE DESAFÍA LA JUSTICIA

4. JUBILEO, JUSTICIA Y PROMOCIÓN DE LA DIGNIDAD HUMANA

5. EL IMPERATIVO ÉTICO Y RELIGIOSO DE LOS D.H.

6. JUAN PABLO II Y LOS DERECHOS HUMANOS.

7. DESDE SU PRIMERA CARTA ENCÍCLICA REDEMPTOR HOMINIS

8. CONCLUSIÓN

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Sean mis primeras palabras para agradecer la invitación a participar en esta Semana Social organizada por la Conferencia Episcopal de Cuba y a felicitarles por esta gran iniciativa. He sido invitado para exponer el tema de la "Misión de la Iglesia en la educación, promoción, y defensa de los Derechos Humanos" en el contexto del mensaje "Un cielo nuevo y una tierra nueva". Creo que tanto el tema de mi exposición como el mensaje del Episcopado cubano pos jubileo, son sumamente importantes para animar nuestra reflexión y acción.
Si me permiten en esta introducción, quisiera compartir mi experiencia al respecto. Durante los años que presidí la Comisión de Acción Social de nuestro episcopado, organizamos la IV Semana Social, con ocasión del centenario de la primera gran encíclica social: "La Iglesia Peruana y el Mundo del Trabajo a los Cien Años de la Rerum Novarum". Posteriormente, el área social de nuestra Conferencia, organiza las siguientes Semanas Sociales que han trabajado temas fundamentales para nuestra realidad social y que desafían nuestra misión pastoral. En 1997 abordamos el tema del hambre y la necesidad de un desarrollo solidario: "Frente al hambre en el Perú: Desarrollo Solidario". En 1998 celebrando los cincuenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos nos unimos al mensaje del Santo Padre y convocamos dos semanas sociales regionales con el nombre de: "En el respeto a los derechos humanos está el secreto de la Verdadera Paz". El año 1999 nuestra semana social estuvo centrada en el tema de la deuda externa: "Deuda Externa: Pobreza y Desarrollo", que se llevó a cabo en mi diócesis del Callao, y que cada noche convocó a más de mil personas. Estoy pues convencido, a partir de mi propia experiencia, de la importancia de una semana social como espacio de diálogo entre la Iglesia, la sociedad y el Estado. Así mismo, las Semanas Sociales son un espacio privilegiado que tenemos como Iglesia para convocar diversos sectores sociales para trabajar juntos sobre aspectos fundamentales y urgentes de la vida social, política y económica de nuestros países. Quizás una palabra que sintetice estas ideas es: Concertar. Las Semanas Sociales son espacios privilegiados para la concertación.
En segundo lugar, en esta introducción, quiero recordar las palabras del Santo Padre dirigidas a los responsables de las Semanas Sociales el 23 de setiembre de 1995 en el Vaticano:
"Ante la pérdida generalizada de valores en nuestras sociedades, las Semanas Sociales están llamadas sobre todo, a proponer de nuevo a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad: la persona humana y su dignidad, como principio fundamental de la convivencia social, política y económica.
La verdad del ser humano es la piedra clave para enfocar los problemas del individuo y la sociedad... Para que el hombre no sea tratado simplemente como un número, como eslabón de una cadena o engranaje de un sistema, Dios le asegura que es único e irrepetible.
Las semanas sociales deben ser expresión de la diaconía de la Iglesia para la sociedad. Una diaconía cultural que ha de ejercerse con profundo sentido de diálogo en el pleno respeto a la verdad y caridad cristianas".
El texto que acabo de citar, nos trasmite la necesidad de poner en el centro de nuestras sociedades al ser humano, en su dignidad inalienable. El ser humano creado a la imagen y semejanza divina, redimido por la muerte y resurrección de Nuestro Señor y llamado a la plenitud de vida por toda la eternidad, debe ser el centro de toda actividad humana. En función de esta realidad tan querida para el corazón de nuestra Iglesia -"ya que nada verdaderamente humano es ajeno a nuestro corazón" (G.S. 1)- es que el Papa ve la necesidad de que las Semanas Sociales se constituyan en expresión de la diaconía cultural de nuestras Iglesias.

1. Una nota sobre el 11 de Setiembre

Hablando de derechos humanos y de nuestra misión como Iglesia, en este primer punto de mi reflexión quiero hacer referencia al horror del que hemos sido testigos con los atentados terroristas del martes 11 de setiembre en Manhattan, Washington y Pennsylvania. Como miembros de la misma familia humana, sentimos muy hondamente lo ocurrido. El asesinato masivo que hemos presenciado en los abominables atentados, nos convence una vez más de lo atroz y repudiable que es el terrorismo desde todo punto de vista.
Todavía no sabemos el número de vidas humanas sacrificadas de una manera cruel y absurda. Todavía no podemos prever las consecuencias que esto traerá para la paz en el mundo. Todavía nos es difícil imaginar el significado de estar a las puertas de la primera guerra del tercer milenio. ¡Dios nos libre de tener que descender a los horrores de una guerra!
Como creyentes y seguidores del Dios de la Vida, sentimos el dolor de cada una de las familias de las víctimas. Nuestra apuesta y nuestra esperanza es que en este momento la vida vuelva a triunfar sobre la muerte. Que el mundo y los líderes que lo gobiernan sepan actuar movidos no por la sed de venganza, sino con entrañas de misericordia, y que en medio de este horror, se actúe con sabiduría para no perder nuestra humanidad.
Desde nuestra experiencia peruana de más de 15 años de sufrir el terrorismo, creo que algo podemos compartir. No fue fácil para la sociedad peruana aprender a combatir y vencer al terror. Los miles de muertos y las graves violaciones a los derechos humanos que sufrió un sector importante de la población, nos hace comprender que por largos años no entendimos cuál era la mejor forma de vencer a la violencia. Se pretendió responder a la violencia con más violencia, caímos en el espiral de la violencia. El costo fue altísimo y no resolvimos nada. Sólo cuando comprendimos que el camino era el respeto a los Derechos Humanos, la inteligencia en las investigaciones, el seguimiento paciente, el hacerse amigos y aliados de la población vulnerable, se logró capturar a las cabezas y comenzar el proceso de desarticular el terrorismo y vencerlo estratégicamente. Ahora, nuestro país tiene la gracia de contar con el establecimiento de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, queremos recuperar nuestra memoria histórica, conocer toda la verdad, no sólo la verdad oficial, así podremos comenzar a sanar heridas e iniciar el proceso de reconciliación. Sabemos que será duro, pero estamos convencidos que las heridas sanarán mejor.

2. Trabajar por los derechos humanos es ser testigos de un enorme sufrimiento

Hablar de derechos humanos siempre nos remite a situaciones donde el ser humano no es respetado en su dignidad inalienable. Esta constatación va acompañada de no poco sufrimiento. En su discurso de despedida en La Habana, el Papa Juan Pablo II mencionó varias de las dificultades que hoy afronta nuestro pueblo, causadas: "por la pobreza, material y moral, cuyas causas pueden ser, entre otras, las desigualdades injustas, las limitaciones de las libertades fundamentales, la despersonalización y el desaliento de los individuos" (Discurso de despedida). A partir de estas palabras el documento del episcopado cubano habla de la necesidad de ampliar los espacios para ejercer tanto los derechos como los deberes cívicos.
Cuando hablamos de derechos, estamos haciendo referencia a los diversos factores que permiten que la vida humana sea vivida humanamente. "Los derechos humanos son originalmente reclamos de la sociedad contra las autoridades públicas del propio Estado, sea para mantenerse libre de su interferencia, sea para requerir de él que actúe en cierto sentido" .1
La historia de occidente nos habla de generaciones de derechos. La primera generación son los derechos civiles y políticos, esencialmente individuales, surgidos de las luchas liberales contra el absolutismo clásico, ejercidos contra el Estado. La segunda generación la constituyen los derechos sociales, económicos y culturales, tienen carácter de derechos de colectividades, surgidos el siglo pasado en las luchas socialistas, como crítica a la insuficiencia de los derechos liberales, exigibles mediante una acción positiva del Estado. La tercera generación de derechos se conocen como derechos de los pueblos, relacionados a los países entre sí, buscan una mejor distribución de las riquezas, el mutuo respeto, el uso racional de la naturaleza. Sin embargo esta clasificación no tiene en cuenta que los derechos humanos tienen que ver con el ser humano como un todo integral, que no podemos fraccionar, de allí que una característica de los derechos humanos es su indivisibilidad.
Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, luego de los horrores de la segunda guerra mundial, se han sucedido una serie de Protocolos, Tratados, Convenciones, Cumbres Mundiales convocadas por Naciones Unidas para desarrollar mayores mecanismos de protección y salvaguarda de los derechos humanos. La última Cumbre de Derechos Humanos fue en Viena en 1993. En Viena las Naciones Unidas aportaron una visión sumamente interesante, pues se relacionaron tres aspectos fundamentales para la vida de los pueblos: derechos humanos, desarrollo y democracia.
Mucho hemos avanzado en relación a legislación, tanto internamente en nuestros países como en los sistemas de Naciones Unidas y en nuestro sistema Americano. Sin embargo, tal como lo reconoce Santo Domingo, pese a que ha crecido la conciencia sobre los derechos humanos, todavía estamos lejos de que sean una realidad en nuestros países.
"La conciencia de los derechos humanos ha progresado notablemente desde Puebla, junto con acciones significativas de la Iglesia en este campo. Pero al mismo tiempo que ha crecido el problema de la violación de algunos derechos, se han incrementado las condiciones políticas adversas". (166)
Pensamos que si hay algo que necesita hoy nuestro mundo es precisamente la posibilidad de una nueva utopía, que movilice nuestras energías en la construcción de un mundo justo, un mundo solidario, un mundo que se construya desde el paradigma de los derechos humanos concebidos en toda su integralidad. Esto se hace especialmente urgente sobre todo en momentos como este en que se reconoce que hemos pasado de lo injusto a lo inhumano2 . Es decir, nuestro mundo no ha mejorado, la situación empeora en casi todos los países, pero en especial en el Sur del planeta. Esto no lo decimos sólo nosotros, sino que es algo que estamos escuchando desde hace años de parte de funcionarios de Naciones Unidas, del Banco Mundial y de organismos internacionales que expresan una gran preocupación con los crecientes niveles de pobreza y desigualdad en el mundo. El sistema actual, que muchos de nosotros conocemos como neoliberalismo, no resuelve, más bien agudiza y profundiza la brecha entre Epulón y Lázaro. Pero ¿qué significa esto en la realidad concreta que ustedes y nosotros compartimos como Iglesia al servicio de los más pobres? ¿A qué o a quién se aferran hoy día los pobres en una realidad que cada día les recorta más sus posibilidades de vivir humanamente? ¿Qué les ayuda a seguir esperando contra toda esperanza? ¿Cómo seguir acompañando sus pasos hacia el Reino, que hoy día está en medio de nosotros?
La preocupación por un mundo donde la vida humana, sobre todo, de quienes son más frágiles y vulnerables sea respetada es tan antigua como la revelación judeo cristiana. Uno de los nombres por los que conocemos a Yahvéh es precisamente la de Dios Justo que hace justicia. Esta es una preocupación permanente de los autores sagrados, especialmente de los profetas y de los salmos. Acerquémonos un instante a algunos de los salmos:
"Señor quién como tú que defiendes al débil del poderoso, al pobre y humilde del explotador"34;Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. Que los montes traigan paz y los collados, justicia. Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador".71

3. Un mundo que desafía la justicia

En el umbral del nuevo milenio nos sentimos profundamente conmovidos por la realidad de pobreza y de deshumanización a la que hemos llegado en nuestro mundo. Al comenzar la última década del siglo XX, se vivía una oleada de esperanza. Había terminado la guerra fría, se pensaba que el mundo podía destinar sus grandes recursos al desarrollo y prosperidad de los pueblos. Las Cumbres realizadas por Naciones Unidas destacaban la imprescindible lucha por erradicar la pobreza. La Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social de Copenhague de 1996 acentuó este enfoque. Asistieron a ella un número sin precedentes de autoridades: 117 jefes de Estado y 185 Gobiernos. El compromiso asumido fue "Erradicar la pobreza como imperativo ético, social, político y moral de la humanidad, y reconocieron que el desarrollo centrado en la gente era la clave para lograr ese objetivo".
Hace muchos años que escuchamos informes de Naciones Unidas que no se cansan de insistir en que la pobreza no es inevitable. El mundo contemporáneo cuenta con los recursos materiales y naturales, con los conocimientos y la gente para hacer realidad al menos en una generación un mundo libre de pobreza. La pobreza no debe ser sufrida en silencio por los pobres ni debe ser tolerada por quienes están en situación de cambiarla. El asunto de fondo es cómo movilizar la voluntad política de estados, sociedades, organizaciones e individuos para lograrlo. Juan Pablo II en su Mensaje a Jubileo 2000 del 23 de setiembre de 1999, cien días antes del inicio del Año Santo decía al respecto:
"Tenemos que preguntar, sin embargo, por qué los avances para resolver el problema de la deuda son tan lentos? Por qué tantas vacilaciones? ¿Por qué tanta dificultad para proporcionar los fondos necesitados, incluso para las propuestas ya acordadas? Son los pobres quienes pagan el costo de la indecisión y el retraso".
La pobreza tiene muchos rostros y es mucho más que bajos ingresos. Es mala salud, deficiente educación, privación de conocimientos y de comunicaciones, incapacidad para ejercer derechos humanos y políticos, falta de dignidad y confianza en uno mismo, es perder la esperanza en las posibilidades de un mundo donde nadie sobre y todos seamos respetados sólo por el hecho de ser personas humanas. Se ha empobrecido el ambiente y países enteros viven en niveles de pobreza extremos. Detrás de las cifras que pueden variar según quien haga los estudios, se oculta la sombría realidad de vidas humanas desesperadas, sin salidas; de gobiernos incapaces de enfrentar estas situaciones.
El informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo del año 1998 nos trasmite una realidad que alarma e indigna. Nos habla de los "ultrarricos". Nos dice que:
"En este momento (año 1998), las 225 personas más ricas del mundo tienen fortunas que superan el billón de dólares, es decir, lo mismo que el ingreso anual de 2500 millones de seres humanos, el 47% de la población mundial. Sólo tres de esos ultrarricos suman unos activos superiores al PBI de los 48 países menos desarrollados y el PBI de China (1200 millones de habitantes) es superado con el capital de las 84 primeras fortunas del mundo. El PNUD estima que con el 4% de la fortuna de los ultrarricos (44000 millones de dólares) se podrá lograr y mantener el acceso universal a la enseñanza básica para todos, a la atención sanitaria, a los medios de salud reproductiva para las mujeres, alimentación suficiente y agua potable, junto a saneamiento básico para todo el mundo".
Esto no es mucho pedir si lo comparamos con los niveles de consumo del mundo desarrollado. Las desigualdades que persisten y se acrecientan tercamente entre pobres y ricos; entre hombres y mujeres; entre pobladores del campo y la ciudad y entre diversos grupos étnicos no son aisladas están interrelacionadas. En 1960 el 20% de la población mundial que vivía en los países más ricos tenía 30 veces el ingreso del 20% más pobre, en 1995 es 82 veces ese ingreso. La concentración de la riqueza está cada vez en menos manos y los pobres siguen creciendo. Estas disparidades en la distribución del ingreso van en aumento, pero no sólo en los países pobres sino también en los países ricos. Por ejemplo Perú es uno de los países con mayor disparidad en el ingreso en el continente, ocupamos el doceavo lugar, mientras que a nivel de índice de desarrollo humano nuestro lugar es el octogésimo. Más de la mitad de nuestra población (54%) vive bajo la línea de pobreza y varios de los indicadores económicos nos sitúan junto a los países africanos y los países más pobres del continente.
De los 6 mil millones de personas que viven hoy en el mundo, dos terceras partes, 4 mil millones viven en situación infrahumana. Este es el mayor monumento a la injusticia que ha construido el mundo actual. Nunca ha habido tanta abundancia en una parte del mundo y nunca se ha vivido los extremos de miseria que hoy niegan lo humano. ¿Cómo es posible que haya países cuyos pobladores tienen una esperanza de vida de 37 a 40 años?. Es un verdadero escándalo cuando hay tanta abundancia y despilfarro en otras partes del mundo. Por ejemplo; el gasto actual de cosméticos en Estados Unidos es de 8,000 millones de dólares, el gasto anual en comida para animales domésticos en Europa y Estados Unidos es de 17,000 millones de dólares. (PNUD)
El Santo Padre en su Carta Apostólica de inicio del milenio Novo Millennio Ineunte lo señala claramente al constatar las viejas y nuevas pobrezas:
"En efecto, son muchas en nuestro tiempo las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de las contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no sólo a millones y millones de personas al margen del progreso, sino a vivir en condiciones de vida muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana. ¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quién está condenado al analfabetismo; quién carece de la asistencia médica más elemental; quién no tiene techo donde cobijarse?
El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social. El cristiano, que se asoma a este panorama, debe aprender a hacer su acto de fe en Cristo interpretando el llamamiento que él dirige desde este mundo de la pobreza. Se trata de continuar una tradición de caridad que ya ha tenido muchísimas manifestaciones en los dos milenios pasados, pero que hoy quizás requiere mayor creatividad. Es la hora de un nueva " imaginación de la caridad ", que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno.
Por eso tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como " en su casa ". ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la buena nueva del Reino? Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras". (50-51)
Vivimos regidos por el Dios del mercado, ante él se ofrecen cada día millones de vidas humanas inocentes que no tienen derecho a vivir y menos a morir con dignidad. Viviane Forrester que hace dos años escribió un best seller, "El Horror Económico" dice que la actual tragedia del mundo de hoy ya no es la explotación o la sobreexplotación de la mano de obra, sino que ya ni siquiera servimos para ser explotados. Los seres humanos somos desechables si no somos capaces de incorporarnos a las leyes del mercado que de por sí son excluyentes. De hecho para millones de seres humanos la explotación de su mano de obra es un lujo. Los Ministerios de Trabajo languidecen y no son capaces de resolver los miles de expedientes de los trabajadores que reclaman no tanto trabajo, por que no hay en economías recesivas como las nuestras, sino por lo menos que se les reconozca sus derechos adquiridos con tantos sacrificios y luchas. La verdad es que no interesan los trabajadores. El mercado ya los ha excluido, y los que rigen los destinos de la humanidad no están dispuestos a pagar el precio de una sociedad más justa y humana. La voluntad política llega fácilmente a hermosas declaraciones, pero no pasa la barrera de invertir los recursos necesarios para que los pobres tengan acceso a una vida digna.3

4. Jubileo, Justicia y Promoción de la Dignidad Humana

La preocupación por la promoción de la dignidad y derechos de la persona humana ha adquirido especial importancia para los creyentes el año 2000 en que hemos celebrado en toda la Iglesia universal el Gran Jubileo de la Encarnación y del Nacimiento de Jesús, tiempo de gracia y de misericordia, tiempo oportuno para el perdón y la reconciliación.
La contemplación del rostro de Jesús sufriente en los pobres, los marginados y todos aquellos que sufren menosprecio en su dignidad humana como hijos de Dios, exige de nosotros un profundo examen de conciencia sobre la manera como estamos respetando y promoviendo la dignidad y el valor de la persona humana.
San Ireneo en el siglo segundo nos recordaba que la "Gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre sea la visión de Dios". Maravillosa oportunidad la que se nos presenta para volver el rostro a los hermanos y hermanas más necesitados y preguntarnos qué estamos haciendo para que su dignidad sea reconocida y su proyecto de vida sea abundante para todos sus hijos e hijas, y sus derechos respetados. Nos parece que esto es sumamente importante pues vivimos en un mundo que se está construyendo de espaldas al Señor.
Los valores que hoy gobiernan el mundo son el consumismo materialista, el hedonismo, y el poder. Todo parece sacrificarse ante ellos incluso la vida de los hermanos más frágiles y vulnerables. Pensemos sino en la multitud de niños y niñas que se pierden simplemente porque su pobreza no les permite oportunidades para salir adelante. Pensemos como van avanzando en el mundo las legislaciones que favorecen el aborto e incluso en algunos países la eutanasia. ¿Cuáles son los valores de un mundo de abundancia extrema que permite que millones mueran de hambre cada año simplemente por ser pobres?

5. El imperativo ético y religioso de los derechos humanos

Nosotros estamos ligados y marcados por una realidad muy dura de nuestro continente, con situaciones límite, donde la muerte se vuelve cotidiana, donde el sufrimiento es compañero de ruta, donde la voz se hace grito de dolor, porque no hay justicia y los derechos humanos no son respetados y la persona humana sufre diferentes formas de vulneración.
Cuando la dignidad de los hijos e hijas de Dios no es respetada, cuando no se les reconoce como personas, nosotros como cristianos no podemos quedarnos de espaldas a esta realidad, y tenemos que actuar a la manera del Señor en circunstancias parecidas. Por ejemplo la actitud de Yahvé en el Éxodo:
"He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, he escuchado sus gritos de dolor cuando los capataces los maltratan, he bajado a liberarlos". (Ex 3..)
No podemos ser neutrales, ni ser indiferentes; tenemos que actuar. Quien está sufriendo no es extraño a nosotros; es de nuestra misma naturaleza; ha sido tejido por Dios con inmenso amor para ser feliz y darle gloria, y para vivir en la fraternidad de sus hijos e hijas. Nosotros hombres y mujeres de fe, estamos comprometidos en la defensa de los derechos humanos, no desde tratados y leyes, sino desde un oído atento al clamor de nuestros hermanos, de una visión lúcida de la opresión en la que se encuentran y de una voluntad para la acción transformadora.
En Santo Domingo hemos dicho los obispos:
"Los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión, los asesinatos, sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y de estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades. La intolerancia política y el indiferentismo frente a la situación de empobrecimiento generalizado muestran un desprecio a la vida humana concreta que no podemos callar". (167)
De ese grito de dolor, de esa muerte temprana e injusta, han surgido maneras de vivir nuestra fe en el Resucitado que renueva todo y nos sigue desafiando a un nuevo comienzo con justicia y dignidad, es nuestra misión como Iglesia.
Nuestra agenda está muy cargada con hechos que nos desafían cada día a trabajar sin descanso ni tregua para decir al poder del mal que se ha hecho estructura en la economía, en la política y en la sociedad, que no todo está permitido, que la muerte, la injusticia y la opresión han sido vencidas en Jesús resucitado. Nuestro compromiso con los derechos humanos parte de esa convicción de fe.
Ese dinamismo que brota del Resucitado y que anima nuestro trabajo pastoral hace que nuestro compromiso se profundice en la entrega cotidiana de la vida. Siempre podremos enriquecer este compromiso con nuestras propias vivencias, oración y celebración de fe porque la vida no se detiene.

6. Juan Pablo II y los Derechos Humanos

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el Santo Padre Juan Pablo II ha sido el Papa que más importancia ha dado al tema de los derechos humanos a lo largo de todo su ya largo pontificado. Es un tema presente no sólo en sus encíclicas sociales, sino prácticamente en todo su magisterio, incluso en aquellos documentos de más carácter doctrinal. La razón de esto creemos verla en que para Juan Pablo II los derechos humanos se fundamentan en Cristo y su Evangelio. En el mensaje cristiano todos los seres humanos sin excepción podemos encontrar el sentido profundo de la existencia humana. Tanto para el Papa como anteriormente para el Concilio Vaticano II este hecho ha sido llamado la "verdad sobre el hombre". Cristo revela al hombre y a la mujer el sentido más profundo de lo que es, y de aquello a lo que ha sido llamado en el tiempo y la historia.
En la medida en que la Doctrina Social de la Iglesia ha ido desarrollándose a lo largo de más de un siglo, la Iglesia ha ido adquiriendo una noción más clara y precisa del significado de la dignidad humana y su relación con la Buena Noticia que Jesús de Nazaret nos trajo para que todos y todas podamos "tener vida y vida en abundancia".
Así mismo debemos tener presente que La Iglesia que peregrina en la tierra hacia la casa del Padre, no puede dejar de escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, es precisamente por esta razón que podemos observar el gran desarrollo y compromiso de la Iglesia con el tema de los derechos humanos en los últimos pontificados, pero de manera especial en el de Juan Pablo II.

7. Desde su primera Carta Encíclica Redemptor Hominis

Quisiera que a lo largo de estas líneas que escucháramos al mismo Papa hablar, sólo quiero seguir su itinerario y preocupación en relación al respeto a la dignidad humana y los derechos y deberes que le asisten.
En su encíclica inaugural Redemptor Hominis, el Santo Padre Juan Pablo II resalta con mucha fuerza, los fundamentos, la naturaleza y la importancia de la solicitud de la Iglesia por la persona humana en el mundo de hoy, y desde ya, hace referencia a la importancia que para este tema concreto tiene la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
"En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida por nadie... La Iglesia en consideración a Cristo y en razón de su misterio, que constituye la vida de la Iglesia misma, no puede permanecer insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del hombre, como tampoco puede permanecer indiferente a lo que lo amenaza" . (n. 13, par. 2)
EL designio de Dios sobre la persona humana debe ser entendido como parte de la dimensión humana del misterio de la encarnación redentora del Hijo de Dios. La reflexión en torno a este misterio central de la fe cristiana es uno de los aspectos principales de la Encíclica Redemptor Hominis. El hombre es el camino primero y fundamental de la Iglesia.
"Por la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre. Se trata por tanto del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión. No se trata del hombre abstracto, sino real, del hombre concreto, histórico. Se trata de cada hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre por medio de este misterio. Todo hombre viene al mundo concebido en el seno materno, naciendo de madre y es precisamente por razón del misterio de la Redención por lo que es confiado a la solicitud de la Iglesia...El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo. El Concilio indica esto precisamente, cuando, hablando de tal semejanza, recuerda que el hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma. El hombre tal como ha sido querido por Dios, tal como Él lo ha elegido eternamente, llamado, destinado a la gracia y a la gloria, tal es precisamente cada hombre, el hombre más concreto, el más real; éste es el hombre en plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo, misterio del cual se hace partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta, desde el momento en que es concebido en el seno de la madre". 13 Hoy diríamos que son seis mil millones de seres humanos.
Desde este primer documento que fundamenta la preocupación y el interés de la Iglesia por cuidar la vida, dignidad y derechos de todos los seres humanos sin excepción, el pensamiento de Juan Pablo II irá profundizando diferentes aspectos de la dignidad humana, una de cuyas expresiones mas altas la constituyen los derechos humanos, entendidos en su universalidad, inviolabilidad, interdependencia e inalienabilidad, tal como lo señalara en el mensaje por la paz de 1998.
19 años después de esta primera encíclica programática, en la clausura del Primer Congreso Mundial de Pastoral de Derechos Humanos, convocado por el Pontificio Consejo de Justicia y Paz del 01 al 04 de julio de 1998, para asociarse a la celebración del quincuagésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Juan Pablo II retoma esta Encíclica para insistir en la responsabilidad que le toca a la Iglesia en la defensa y promoción de los derechos humanos.
"Al considerar al hombre como el camino primero y fundamental de la Iglesia (n14), expuse el significado de los derechos objetivos e inviolables del hombre (n17) que, en medio de las vicisitudes de nuestro siglo, han recibido poco a poco su formulación en el ámbito internacional, especialmente con la Declaración Universal de los Derechos del Hombre".
El Papa insiste en que su pontificado ha tenido un cuidado especial en promover los derechos humanos, "como signo de nuestra preocupación común y de nuestro compromiso con todos en la promoción de la dignidad de la persona humana en el mundo de hoy... Durante todo mi ministerio de pastor de la Iglesia universal, he querido dedicar una atención particular a la salvaguardia y a la promoción de la dignidad de la persona y de sus derechos, en todas las etapas de su vida y en toda circunstancia política, social, económica o cultural".
Luego de señalar que aún hoy se puede constatar el abismo que existe entre la "letra" reconocida a nivel internacional en numerosos documentos, y "el espíritu" actualmente muy lejos de ser respetados , ya que nuestro siglo está marcado todavía por graves violaciones de los derechos fundamentales, nos planteará dos grandes objetivos para el trabajo de la Iglesia en esta materia:
"Hay siempre en el mundo innumerables personas, mujeres, hombres y niños, cuyos derechos son despreciados cruelmente. ¿Cuántas personas están privadas injustamente de su libertad, de la posibilidad de expresarse libremente o de profesar libremente su fe en Dios? ¿Cuántas son víctimas de la tortura, de la violencia y de la explotación? Cuántas personas, a causa de la guerra, de injustas discriminaciones, de la desocupación, o de otras situaciones económicas desastrosas no pueden llegar a gozar plenamente de la dignidad que Dios les ha dado y de los dones que han recibido de él?
El primer objetivo de la Pastoral de los Derechos Humanos es por consiguiente hacer que la "aceptación de los derechos universales según la letra lleve a poner en práctica concretamente su espíritu" donde quiera y de modo más eficaz, a partir de la "verdad del hombre" de la "igual dignidad de toda persona", hombre o mujer creada a imagen y semejanza de Dios y convertida en hijo o hija de Dios en Cristo.... Cada ser humano tiene derecho a desarrollar plenamente los dones que ha recibido de Dios. En consecuencia, cada acto que conculca - atropella la dignidad del hombre y que frustra la posibilidad de autorealizarse constituye un acto contrario "al designio de Dios" sobre el hombre y su entera creación.
La pastoral de los derechos humanos está, por lo tanto en estrecha relación con la misión misma de la Iglesia en el mundo contemporáneo" La Iglesia en efecto no puede nunca abandonar al hombre, cuya suerte está estrechamente e indisoluble-mente ligada a Cristo.
El segundo objetivo de la pastoral de derechos humanos consiste en colocar las demandas esenciales que miran la situación del hombre, hoy y en el futuro con objetividad, lealtad y sentido de la responsabilidad.
Para este propósito, se puede constatar que las condiciones económicas y sociales en las cuales viven las personas asumen hoy día una importancia particular. La persistencia de la pobreza extrema que contrasta con la opulencia de una parte de la población, en un mundo caracterizado por los grandes progresos humanísticos y científicos, constituye un auténtico escándalo, una de aquellas situaciones que obstaculizan de manera muy grave el pleno ejercicio de los derechos humanos en la hora actual Eso requiere por consiguiente hoy una atención renovada de los derechos sociales y económicos en el cuadro general de los derechos humanos que son indivisibles. Es necesario rechazar todo intento de negar una real consistencia jurídica a estos derechos, y es necesario repetir la responsabilidad común de todos los actores, poderes públicos, empresas, sociedad civil, con el fin de llegar a un ejercicio efectivo y completo.
Hemos querido citar en extenso estos dos documentos pontificios porque creemos que ambos expresan con claridad el compromiso de la Iglesia en relación a los derechos humanos y son expresión del magisterio de Juan Pablo II en relación al tema que nos convoca.
Son muchos los documentos de su Magisterio en los que desarrolla esta preocupación. Ellos son Encíclicas como Laborem exercens, sobre el trabajo humano, o la Solicitudo Rei Socialis sobre la preocupación social de la Iglesia, en la que hace una lectura teológica de los principales problemas del mundo de hoy y la necesidad de la solidaridad. O la encíclica Centesimus Annus, conmemorando el centenario de la primera encíclica social de León XIII, en la que insiste sobre las condiciones de la democracia y el sentido del verdadero desarrollo. Evangelium Vitae sobre el valor trascendente de la vida humana. Cartas apostólicas como Christifidelis Laici sobre el papel de los laicos en el mundo de hoy y la Tertio Millenio Adveniente sobre la preparación del año 2000. Además de esto sus múltiples alocuciones y saludos, a lo largo de sus 21 años de pontificado, son testimonio de un compromiso radical con la dignidad y derechos humanos.
Queremos destacar también sus Mensajes para las Jornadas Mundiales por la Paz del primer día de cada año en la que reflexiona sobre diversos temas sociales que están en relación directa con la calidad de vida y la paz de los pueblos y en los que sin lugar a dudas el tema de los derechos humanos esta trabajado desde diversas entradas.
Precisamente para la Jornada Mundial por la paz de 1999, el tema de todo el documento es precisamente el de los derechos humanos "El secreto de la paz verdadera reside en el respeto a los derechos humanos". El Santo Padre comienza afirmando que la paz sólo florece cuando se respetan íntegramente los derechos humanos. A partir de este principio va a desarrollar su mensaje dedicando especial atención al respeto a la dignidad humana como patrimonio de la humanidad y valor trascendente reconocido por todos los que buscan sinceramente la verdad.
"Nos dirá que la historia contemporánea ha puesto de relieve de manera trágica a través del predominio de determinadas ideologías, como son el marxismo, el nazismo, el fascismo, el nacionalismo, el particularismo étnico, el consumismo materialista y el individualismo lo que significa el olvido de esta verdad".
"La universalidad y la indivisibilidad de los derechos humanos son el fundamento de la libertad, la justicia y la paz en el mundo. Estos derechos son proclamados no otorgados, porque son inherentes a la persona humana y su dignidad".
A partir de esta afirmación Juan Pablo II destacará algunos derechos que hoy día son particularmente vulnerados:

El derecho a la vida.- Primer y fundamental derecho. La vida humana es sagrada e inviolable desde su concepción hasta su término natural. El quinto mandamiento "no matar" señala el límite que a nadie le está permitido traspasar. Aquí el Papa toma como punto de partida su encíclica sobre la vida humana Evangelium Vitae de 1995. En ella recuerda que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral. Aplica este principio general a dos situaciones graves del mundo de hoy: el aborto y la eutanasia a los que califica de conjura contra la vida. En la discusión sobre el aborto nos previene contra la experimentación genética y al hablar de la eutanasia nos alerta contra la legitimidad del suicidio asistido. Concede que sólo se puede eliminar al agresor como legítima defensa y con muchas dificultades acepta la pena capital como protección de la sociedad frente a los delincuentes.
Sin embargo ya para su mensaje Urbi el orbi en la Navidad de 1998 dirá: "Que la Navidad refuerce en el mundo el consenso sobre medidas urgentes y adecuadas para detener la producción y el comercio de las armas, para defender la vida humana, para desterrar la pena de muerte, para liberar a los niños y adolescentes de toda forma de explotación, para frenar la mano ensangrentada de los responsables de genocidios y crímenes de guerra, para prestar a las cuestiones de medio ambiente, sobre todo tras las recientes catástrofes naturales, la atención indispensable que merecen a fin de salvaguardar la creación y la dignidad del hombre". Como podemos ver el pensamiento del Papa está en permanente evolución avanzando para que ninguna ofensa a la dignidad humana sea ignorada o considerada irrelevante, cualquiera sea su origen, su modalidad o lugar donde suceda. La vida humana no puede ser jamás degradada a objeto.

Libertad religiosa, centro de los derechos humanos.- El Papa parte de reconocer que la religión expresa las aspiraciones más profundas de la persona humana, determina su visión del mundo y orienta su relación con los demás y da sentido a la existencia tanto en el plano personal como social. Por tanto la libertad religiosa está en el corazón de los derechos humanos. Es inviolable en cuanto se reconoce el derecho de cambiar de religión si así lo pide la conciencia. Por ello tampoco se puede obligar a nadie a abrazar por la fuerza determinada religión. Pese a que este derecho está reconocido por la Declaración Universal, todavía hoy existen lugares donde se sigue violando este derecho, siendo causa de grandes sufrimientos para los creyentes.

El derecho a participar en la vida de su propia comunidad.- Es una convicción compartida hoy día por muchas naciones, pero sólo es posible cuando se respetan los principios democráticos. Aquí el Papa tiene como trasfondo de su reflexión la Encíclica Centessimus Annus. En esta encíclica da la bienvenida al resurgimiento de los regímenes democráticos en Europa del Este. "La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica...La auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana....Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia.46

Los derechos de las minorías y grupos étnicos.- Una de las formas más graves de discriminación es negar el derecho fundamental de existir a las minorías y grupos étnicos. No se puede permanecer en silencio frente a crímenes tan graves contra la humanidad. Ningún esfuerzo se debe escatimar para poner término a tan graves aberraciones indignas de la persona humana. En relación a este derecho el Papa saluda la creación de un tribunal Penal Internacional para determinar las culpas y castigar a los responsables de crímenes de genocidio, de guerras y de agresiones.

El derecho a la propia realización.- Tiene que ver con el derecho al trabajo, derecho desarrollado en extenso en la Encíclica Laborem Exercens de 1981. Desde un enfoque personalista rechaza que los trabajadores sean considerados como medios de producción. El trabajo debe beneficiar en primer lugar a quienes lo realizan. Defiende la importancia de los sindicatos, siempre que actúen responsablemente y no como bloques de poder. Reconoce como parte de los derechos de los trabajadores el derecho al descanso, al cuidado de la salud y a la protección de accidentes y en la ancianidad. En el derecho a la propia realización también considera el derecho a la educación y se preocupa porque en las regiones más pobres faltan las oportunidades de una buena formación. Esta situación trae como consecuencia que el mundo va a terminar dividido por un nuevo criterio: estados e individuos dotados de tecnologías avanzadas y por otra parte, países y personas con conocimientos muy limitados; esta situación reforzaría las ya notables desigualdades.

El derecho al progreso global en solidaridad.- En un mundo globalizado por los sistemas económicos y financieros, se hace necesario y urgente establecer quién debe garantizar el bien común y global y la realización de los derechos económicos y sociales. De allí surge la necesidad de globalizar la solidaridad. El libre mercado por sí mismo no puede hacerlo porque hay muchas necesidades que no tienen salida en el mercado. En este contexto la pobreza extrema y la miseria en la que están sumidos millones de hermanos y hermanas desafía el mundo a una nueva visión de progreso en solidaridad que garantice un desarrollo humano y sostenible de toda la persona y de todas las personas para que todos sin excepción puedan desarrollar el conjunto de sus potencialidades. En este contexto el Santo Padre hace un llamado para la solución humana del problema de la deuda internacional de las naciones más pobres. Este tema en extenso es desarrollado en la Encíclica Sollicitudo Rei Socialis de 1987.

El derecho a un medio ambiente sano.- La dignidad humana está en relación con las posibilidades de un medio ambiente sano. El peligro de daños graves a la tierra, al mar, al clima, a la flora y a la fauna exige un cambio de los estilos de vida consumista de los países desarrollados que están poniendo en serio riesgo el planeta. También es necesario considerar que los más pobres, empujados por su necesidad, pueden sobre explotar la poca tierra que disponen. El presente y el futuro del mundo depende del cuidado y respeto que tengamos con la creación.

El derecho a la paz.- La promoción de la paz asegura en cierto modo el respeto de los otros derechos porque asegura que las relaciones de fuerza se sustituyan por relaciones de colaboración en pro del bien común. La guerra es el fracaso de todo auténtico humanismo. Mientras que la paz es la posibilidad de una vida verdaderamente humana. Hay que destacar en este punto el permanente rechazo que a lo largo de estos años ha hecho en relación a la guerra y a todas las atrocidades que ella conlleva, por ello la guerra no se justifica por ninguna razón.

 

El Santo Padre nos recuerda también que los derechos humanos son siempre más vulnerados en las poblaciones pobres y marginadas, en las no personas, sin voz ni rostro humano. Si bien es cierto Jesús ha redimido a cada persona restituyéndole su plena dignidad, nos pide reconocer a Cristo en los más pobres y marginados, a los que la Eucaristía, comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo ofrecidos por nosotros, nos compromete a servir. Como indica claramente la parábola del rico, que quedará siempre sin nombre, y del pobre llamado Lázaro, en el fuerte contraste de ricos insensibles y pobres necesitados de todo, Dios está de parte de estos últimos. También nosotros debemos ponernos de esta parte.
El respeto a todos los derechos humanos nos asegura la posibilidad de una cultura de vida verdaderamente humana en un mundo más justo y solidario. Por la fe sabemos que toda persona ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. Más aún ha sido redimida por la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. En este hecho central de la fe cristiana reconocemos que la palabra final de la historia es vida y no muerte, esa es nuestra esperanza y nuestra fe, las que nos animan incansablemente a trabajar por un mundo animado por los valores del Evangelio en los que reconocemos el fundamento de los derecho humanos.

Conclusión
Hemos intentado leer los derechos humanos desde la perspectiva de nuestra fe, sin duda la tarea es inmensa y urgente. De hecho nos compromete a todos a seguir esforzándonos por la educación de nuestros fieles en esta perspectiva. No podemos ser ajenos a promover incansablemente una pastoral de los derechos humanos, que sea el eje articulador de nuestra Pastoral Social. Pero poner los derechos humanos en clave de Evangelio aporta a estos una dimensión nueva que es la dimensión del amor. Ninguna Declaración nos pide amar a los hermanos, salvo la Convención Internacional de los Derechos del Niño de 1990, esta reconoce que el niño para su adecuado desarrollo físico, moral y espiritual necesita ser querido.
"En el preámbulo de esa convención se nos habla que el niño tiene derecho a ser educado en un concepto de amor. Por primera vez en un documento de carácter internacional, que se supone debería mantenerse en ese concepto de mínimos, se salta y se ve como un derecho al amor. Aquí cabe preguntar si un niño tiene derecho al amor ¿un adulto por qué no? Este derecho nos crea un problema, porque si es un derecho yo lo puedo exigir y si lo puedo exigir me doy de cabeza contra una realidad que no se puede".
Cuando hablamos de la ética que está en la base de los derechos humanos, estamos hablando de una ética de mínimos que los Estados reconocen y aceptan respetar y promover para que los seres humanos podamos vivir humanamente. Eso es la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y todos los tratados y Protocolos que le siguen. Cuando hablamos del Evangelio, la ética que está en base es la ley del amor, la capacidad de dar la vida no sólo por los amigos, sino por el otro ser humano, incluso mi enemigo. Al respecto y para terminar quisiera citar al Padre Luis Pérez Aguirre, sacerdote jesuita uruguayo, gran defensor de los derechos humanos, fallecido trágicamente este año.
"Las sociedades deben depurar una ética de mínimos, mientras que los cristianos debemos tener una ética de máximos. Sin un mínimo, como denominador ético común la ética se autodestruye. La ética civil hace un contrato social basado en mínimos. Esto no va con los cristianos. En cambio, cualquier ética que supone un proceso de adhesión personal lleva a un proceso de máximos, basado en el amor. El amor no se impone. No se puede mandar o imponer sino que tiene que ser simplemente una invitación. El amor es el ethos de la actitud de los cristianos y en donde se resume toda la ley".

Referencias
1Sieghart, Paul. The International Law of Human Rights. Claredon Press. Oxford 1983. P. 20
2 Frase de James Gustave Speth, funcionario de Naciones Unidas, citado por Luis Pérez Aguirre S.J. en su exposición "La Justicia desde la opción preferencial por los pobres". CEAS, agosto de 1999
3A fines de los años 90 el quinto de la población mundial que vivía en los países de más altos ingresos tenía.
-el 86% del PBI mundial, en tanto que el quinto inferior sólo tenía el 1%
-el 82% de los mercados mundiales de exportación, en tanto que el quinto inferior sólo tenía el 1%
-el 68% de la inversión extranjera directa, en tanto que el quinto inferior sólo tenía el 1%
-el 74% de las líneas telefónicas del mundo, el medio básico de la comunicación hoy, en tanto que el quinto inferior sólo tenía el 1,5%
En el último decenio se ha tenido una concentración del ingreso, los recursos y las riqueza entre gente, empresas y países:
Los países de la OCDE, con el 19% de la población mundial, tienen el 71% del comercio mundial de bienes y servicios, el 58% de la inversión extranjera directa, y el 91% de todos los usuarios de Internet.

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Revista Vitral No. 47 * año VIII * enero-febrero 2002
S.E. Mons. Miguel Irizar Campos, c.p.
Obispo del Callao. Secretario General de la Conferencia Episcopal Peruana.