Sean mis primeras palabras para
agradecer la invitación a participar en esta Semana Social organizada
por la Conferencia Episcopal de Cuba y a felicitarles por esta gran
iniciativa. He sido invitado para exponer el tema de la "Misión
de la Iglesia en la educación, promoción, y defensa de
los Derechos Humanos" en el contexto del mensaje "Un cielo
nuevo y una tierra nueva". Creo que tanto el tema de mi exposición
como el mensaje del Episcopado cubano pos jubileo, son sumamente importantes
para animar nuestra reflexión y acción.
Si me permiten en esta introducción, quisiera compartir mi experiencia
al respecto. Durante los años que presidí la Comisión
de Acción Social de nuestro episcopado, organizamos la IV Semana
Social, con ocasión del centenario de la primera gran encíclica
social: "La Iglesia Peruana y el Mundo del Trabajo a los Cien Años
de la Rerum Novarum". Posteriormente, el área social de
nuestra Conferencia, organiza las siguientes Semanas Sociales que han
trabajado temas fundamentales para nuestra realidad social y que desafían
nuestra misión pastoral. En 1997 abordamos el tema del hambre
y la necesidad de un desarrollo solidario: "Frente al hambre en
el Perú: Desarrollo Solidario". En 1998 celebrando los cincuenta
años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
nos unimos al mensaje del Santo Padre y convocamos dos semanas sociales
regionales con el nombre de: "En el respeto a los derechos humanos
está el secreto de la Verdadera Paz". El año 1999
nuestra semana social estuvo centrada en el tema de la deuda externa:
"Deuda Externa: Pobreza y Desarrollo", que se llevó
a cabo en mi diócesis del Callao, y que cada noche convocó
a más de mil personas. Estoy pues convencido, a partir de mi
propia experiencia, de la importancia de una semana social como espacio
de diálogo entre la Iglesia, la sociedad y el Estado. Así
mismo, las Semanas Sociales son un espacio privilegiado que tenemos
como Iglesia para convocar diversos sectores sociales para trabajar
juntos sobre aspectos fundamentales y urgentes de la vida social, política
y económica de nuestros países. Quizás una palabra
que sintetice estas ideas es: Concertar. Las Semanas Sociales son espacios
privilegiados para la concertación.
En segundo lugar, en esta introducción, quiero recordar las palabras
del Santo Padre dirigidas a los responsables de las Semanas Sociales
el 23 de setiembre de 1995 en el Vaticano:
"Ante la pérdida generalizada de valores en nuestras sociedades,
las Semanas Sociales están llamadas sobre todo, a proponer de
nuevo a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad: la persona
humana y su dignidad, como principio fundamental de la convivencia social,
política y económica.
La verdad del ser humano es la piedra clave para enfocar los problemas
del individuo y la sociedad... Para que el hombre no sea tratado simplemente
como un número, como eslabón de una cadena o engranaje
de un sistema, Dios le asegura que es único e irrepetible.
Las semanas sociales deben ser expresión de la diaconía
de la Iglesia para la sociedad. Una diaconía cultural que ha
de ejercerse con profundo sentido de diálogo en el pleno respeto
a la verdad y caridad cristianas".
El texto que acabo de citar, nos trasmite la necesidad de poner en el
centro de nuestras sociedades al ser humano, en su dignidad inalienable.
El ser humano creado a la imagen y semejanza divina, redimido por la
muerte y resurrección de Nuestro Señor y llamado a la
plenitud de vida por toda la eternidad, debe ser el centro de toda actividad
humana. En función de esta realidad tan querida para el corazón
de nuestra Iglesia -"ya que nada verdaderamente humano es ajeno
a nuestro corazón" (G.S. 1)- es que el Papa ve la necesidad
de que las Semanas Sociales se constituyan en expresión de la
diaconía cultural de nuestras Iglesias.
1. Una nota sobre el 11 de Setiembre
Hablando de derechos humanos y de nuestra misión como Iglesia,
en este primer punto de mi reflexión quiero hacer referencia
al horror del que hemos sido testigos con los atentados terroristas
del martes 11 de setiembre en Manhattan, Washington y Pennsylvania.
Como miembros de la misma familia humana, sentimos muy hondamente lo
ocurrido. El asesinato masivo que hemos presenciado en los abominables
atentados, nos convence una vez más de lo atroz y repudiable
que es el terrorismo desde todo punto de vista.
Todavía no sabemos el número de vidas humanas sacrificadas
de una manera cruel y absurda. Todavía no podemos prever las
consecuencias que esto traerá para la paz en el mundo. Todavía
nos es difícil imaginar el significado de estar a las puertas
de la primera guerra del tercer milenio. ¡Dios nos libre de tener
que descender a los horrores de una guerra!
Como creyentes y seguidores del Dios de la Vida, sentimos el dolor de
cada una de las familias de las víctimas. Nuestra apuesta y nuestra
esperanza es que en este momento la vida vuelva a triunfar sobre la
muerte. Que el mundo y los líderes que lo gobiernan sepan actuar
movidos no por la sed de venganza, sino con entrañas de misericordia,
y que en medio de este horror, se actúe con sabiduría
para no perder nuestra humanidad.
Desde nuestra experiencia peruana de más de 15 años de
sufrir el terrorismo, creo que algo podemos compartir. No fue fácil
para la sociedad peruana aprender a combatir y vencer al terror. Los
miles de muertos y las graves violaciones a los derechos humanos que
sufrió un sector importante de la población, nos hace
comprender que por largos años no entendimos cuál era
la mejor forma de vencer a la violencia. Se pretendió responder
a la violencia con más violencia, caímos en el espiral
de la violencia. El costo fue altísimo y no resolvimos nada.
Sólo cuando comprendimos que el camino era el respeto a los Derechos
Humanos, la inteligencia en las investigaciones, el seguimiento paciente,
el hacerse amigos y aliados de la población vulnerable, se logró
capturar a las cabezas y comenzar el proceso de desarticular el terrorismo
y vencerlo estratégicamente. Ahora, nuestro país tiene
la gracia de contar con el establecimiento de la Comisión de
la Verdad y la Reconciliación, queremos recuperar nuestra memoria
histórica, conocer toda la verdad, no sólo la verdad oficial,
así podremos comenzar a sanar heridas e iniciar el proceso de
reconciliación. Sabemos que será duro, pero estamos convencidos
que las heridas sanarán mejor.
2. Trabajar por los derechos humanos
es ser testigos de un enorme sufrimiento
Hablar de derechos humanos siempre nos remite a situaciones donde el
ser humano no es respetado en su dignidad inalienable. Esta constatación
va acompañada de no poco sufrimiento. En su discurso de despedida
en La Habana, el Papa Juan Pablo II mencionó varias de las dificultades
que hoy afronta nuestro pueblo, causadas: "por la pobreza, material
y moral, cuyas causas pueden ser, entre otras, las desigualdades injustas,
las limitaciones de las libertades fundamentales, la despersonalización
y el desaliento de los individuos" (Discurso de despedida). A partir
de estas palabras el documento del episcopado cubano habla de la necesidad
de ampliar los espacios para ejercer tanto los derechos como los deberes
cívicos.
Cuando hablamos de derechos, estamos haciendo referencia a los diversos
factores que permiten que la vida humana sea vivida humanamente. "Los
derechos humanos son originalmente reclamos de la sociedad contra las
autoridades públicas del propio Estado, sea para mantenerse libre
de su interferencia, sea para requerir de él que actúe
en cierto sentido" .1
La historia de occidente nos habla de generaciones de derechos. La primera
generación son los derechos civiles y políticos, esencialmente
individuales, surgidos de las luchas liberales contra el absolutismo
clásico, ejercidos contra el Estado. La segunda generación
la constituyen los derechos sociales, económicos y culturales,
tienen carácter de derechos de colectividades, surgidos el siglo
pasado en las luchas socialistas, como crítica a la insuficiencia
de los derechos liberales, exigibles mediante una acción positiva
del Estado. La tercera generación de derechos se conocen como
derechos de los pueblos, relacionados a los países entre sí,
buscan una mejor distribución de las riquezas, el mutuo respeto,
el uso racional de la naturaleza. Sin embargo esta clasificación
no tiene en cuenta que los derechos humanos tienen que ver con el ser
humano como un todo integral, que no podemos fraccionar, de allí
que una característica de los derechos humanos es su indivisibilidad.
Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948,
luego de los horrores de la segunda guerra mundial, se han sucedido
una serie de Protocolos, Tratados, Convenciones, Cumbres Mundiales convocadas
por Naciones Unidas para desarrollar mayores mecanismos de protección
y salvaguarda de los derechos humanos. La última Cumbre de Derechos
Humanos fue en Viena en 1993. En Viena las Naciones Unidas aportaron
una visión sumamente interesante, pues se relacionaron tres aspectos
fundamentales para la vida de los pueblos: derechos humanos, desarrollo
y democracia.
Mucho hemos avanzado en relación a legislación, tanto
internamente en nuestros países como en los sistemas de Naciones
Unidas y en nuestro sistema Americano. Sin embargo, tal como lo reconoce
Santo Domingo, pese a que ha crecido la conciencia sobre los derechos
humanos, todavía estamos lejos de que sean una realidad en nuestros
países.
"La conciencia de los derechos humanos ha progresado notablemente
desde Puebla, junto con acciones significativas de la Iglesia en este
campo. Pero al mismo tiempo que ha crecido el problema de la violación
de algunos derechos, se han incrementado las condiciones políticas
adversas". (166)
Pensamos que si hay algo que necesita hoy nuestro mundo es precisamente
la posibilidad de una nueva utopía, que movilice nuestras energías
en la construcción de un mundo justo, un mundo solidario, un
mundo que se construya desde el paradigma de los derechos humanos concebidos
en toda su integralidad. Esto se hace especialmente urgente sobre todo
en momentos como este en que se reconoce que hemos pasado de lo injusto
a lo inhumano2 . Es decir, nuestro mundo no ha mejorado, la situación
empeora en casi todos los países, pero en especial en el Sur
del planeta. Esto no lo decimos sólo nosotros, sino que es algo
que estamos escuchando desde hace años de parte de funcionarios
de Naciones Unidas, del Banco Mundial y de organismos internacionales
que expresan una gran preocupación con los crecientes niveles
de pobreza y desigualdad en el mundo. El sistema actual, que muchos
de nosotros conocemos como neoliberalismo, no resuelve, más bien
agudiza y profundiza la brecha entre Epulón y Lázaro.
Pero ¿qué significa esto en la realidad concreta que ustedes
y nosotros compartimos como Iglesia al servicio de los más pobres?
¿A qué o a quién se aferran hoy día los
pobres en una realidad que cada día les recorta más sus
posibilidades de vivir humanamente? ¿Qué les ayuda a seguir
esperando contra toda esperanza? ¿Cómo seguir acompañando
sus pasos hacia el Reino, que hoy día está en medio de
nosotros?
La preocupación por un mundo donde la vida humana, sobre todo,
de quienes son más frágiles y vulnerables sea respetada
es tan antigua como la revelación judeo cristiana. Uno de los
nombres por los que conocemos a Yahvéh es precisamente la de
Dios Justo que hace justicia. Esta es una preocupación permanente
de los autores sagrados, especialmente de los profetas y de los salmos.
Acerquémonos un instante a algunos de los salmos:
"Señor quién como tú que defiendes al débil
del poderoso, al pobre y humilde del explotador"34;Dios mío,
confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que
rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. Que los
montes traigan paz y los collados, justicia. Que él defienda
a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante
al explotador".71
3.
Un mundo que desafía la justicia
En el umbral del nuevo milenio nos sentimos profundamente conmovidos
por la realidad de pobreza y de deshumanización a la que hemos
llegado en nuestro mundo. Al comenzar la última década
del siglo XX, se vivía una oleada de esperanza. Había
terminado la guerra fría, se pensaba que el mundo podía
destinar sus grandes recursos al desarrollo y prosperidad de los pueblos.
Las Cumbres realizadas por Naciones Unidas destacaban la imprescindible
lucha por erradicar la pobreza. La Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social
de Copenhague de 1996 acentuó este enfoque. Asistieron a ella
un número sin precedentes de autoridades: 117 jefes de Estado
y 185 Gobiernos. El compromiso asumido fue "Erradicar la pobreza
como imperativo ético, social, político y moral de la
humanidad, y reconocieron que el desarrollo centrado en la gente era
la clave para lograr ese objetivo".
Hace muchos años que escuchamos informes de Naciones Unidas que
no se cansan de insistir en que la pobreza no es inevitable. El mundo
contemporáneo cuenta con los recursos materiales y naturales,
con los conocimientos y la gente para hacer realidad al menos en una
generación un mundo libre de pobreza. La pobreza no debe ser
sufrida en silencio por los pobres ni debe ser tolerada por quienes
están en situación de cambiarla. El asunto de fondo es
cómo movilizar la voluntad política de estados, sociedades,
organizaciones e individuos para lograrlo. Juan Pablo II en su Mensaje
a Jubileo 2000 del 23 de setiembre de 1999, cien días antes del
inicio del Año Santo decía al respecto:
"Tenemos que preguntar, sin embargo, por qué los avances
para resolver el problema de la deuda son tan lentos? Por qué
tantas vacilaciones? ¿Por qué tanta dificultad para proporcionar
los fondos necesitados, incluso para las propuestas ya acordadas? Son
los pobres quienes pagan el costo de la indecisión y el retraso".
La pobreza tiene muchos rostros y es mucho más que bajos ingresos.
Es mala salud, deficiente educación, privación de conocimientos
y de comunicaciones, incapacidad para ejercer derechos humanos y políticos,
falta de dignidad y confianza en uno mismo, es perder la esperanza en
las posibilidades de un mundo donde nadie sobre y todos seamos respetados
sólo por el hecho de ser personas humanas. Se ha empobrecido
el ambiente y países enteros viven en niveles de pobreza extremos.
Detrás de las cifras que pueden variar según quien haga
los estudios, se oculta la sombría realidad de vidas humanas
desesperadas, sin salidas; de gobiernos incapaces de enfrentar estas
situaciones.
El informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo del
año 1998 nos trasmite una realidad que alarma e indigna. Nos
habla de los "ultrarricos". Nos dice que:
"En este momento (año 1998), las 225 personas más
ricas del mundo tienen fortunas que superan el billón de dólares,
es decir, lo mismo que el ingreso anual de 2500 millones de seres humanos,
el 47% de la población mundial. Sólo tres de esos ultrarricos
suman unos activos superiores al PBI de los 48 países menos desarrollados
y el PBI de China (1200 millones de habitantes) es superado con el capital
de las 84 primeras fortunas del mundo. El PNUD estima que con el 4%
de la fortuna de los ultrarricos (44000 millones de dólares)
se podrá lograr y mantener el acceso universal a la enseñanza
básica para todos, a la atención sanitaria, a los medios
de salud reproductiva para las mujeres, alimentación suficiente
y agua potable, junto a saneamiento básico para todo el mundo".
Esto no es mucho pedir si lo comparamos con los niveles de consumo del
mundo desarrollado. Las desigualdades que persisten y se acrecientan
tercamente entre pobres y ricos; entre hombres y mujeres; entre pobladores
del campo y la ciudad y entre diversos grupos étnicos no son
aisladas están interrelacionadas. En 1960 el 20% de la población
mundial que vivía en los países más ricos tenía
30 veces el ingreso del 20% más pobre, en 1995 es 82 veces ese
ingreso. La concentración de la riqueza está cada vez
en menos manos y los pobres siguen creciendo. Estas disparidades en
la distribución del ingreso van en aumento, pero no sólo
en los países pobres sino también en los países
ricos. Por ejemplo Perú es uno de los países con mayor
disparidad en el ingreso en el continente, ocupamos el doceavo lugar,
mientras que a nivel de índice de desarrollo humano nuestro lugar
es el octogésimo. Más de la mitad de nuestra población
(54%) vive bajo la línea de pobreza y varios de los indicadores
económicos nos sitúan junto a los países africanos
y los países más pobres del continente.
De los 6 mil millones de personas que viven hoy en el mundo, dos terceras
partes, 4 mil millones viven en situación infrahumana. Este es
el mayor monumento a la injusticia que ha construido el mundo actual.
Nunca ha habido tanta abundancia en una parte del mundo y nunca se ha
vivido los extremos de miseria que hoy niegan lo humano. ¿Cómo
es posible que haya países cuyos pobladores tienen una esperanza
de vida de 37 a 40 años?. Es un verdadero escándalo cuando
hay tanta abundancia y despilfarro en otras partes del mundo. Por ejemplo;
el gasto actual de cosméticos en Estados Unidos es de 8,000 millones
de dólares, el gasto anual en comida para animales domésticos
en Europa y Estados Unidos es de 17,000 millones de dólares.
(PNUD)
El Santo Padre en su Carta Apostólica de inicio del milenio Novo
Millennio Ineunte lo señala claramente al constatar las viejas
y nuevas pobrezas:
"En efecto, son muchas en nuestro tiempo las necesidades que interpelan
la sensibilidad cristiana. Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado
de las contradicciones de un crecimiento económico, cultural,
tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades,
dejando no sólo a millones y millones de personas al margen del
progreso, sino a vivir en condiciones de vida muy por debajo del mínimo
requerido por la dignidad humana. ¿Cómo es posible que,
en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quién
está condenado al analfabetismo; quién carece de la asistencia
médica más elemental; quién no tiene techo donde
cobijarse?
El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las
antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a
ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos
a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga,
al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación
o a la discriminación social. El cristiano, que se asoma a este
panorama, debe aprender a hacer su acto de fe en Cristo interpretando
el llamamiento que él dirige desde este mundo de la pobreza.
Se trata de continuar una tradición de caridad que ya ha tenido
muchísimas manifestaciones en los dos milenios pasados, pero
que hoy quizás requiere mayor creatividad. Es la hora de un nueva
" imaginación de la caridad ", que promueva no tanto
y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad
de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto
de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir
fraterno.
Por eso tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad
cristiana, se sientan como " en su casa ". ¿No sería
este estilo la más grande y eficaz presentación de la
buena nueva del Reino? Sin esta forma de evangelización, llevada
a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana,
el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo
de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual
sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad
de las obras corrobora la caridad de las palabras". (50-51)
Vivimos regidos por el Dios del mercado, ante él se ofrecen cada
día millones de vidas humanas inocentes que no tienen derecho
a vivir y menos a morir con dignidad. Viviane Forrester que hace dos
años escribió un best seller, "El Horror Económico"
dice que la actual tragedia del mundo de hoy ya no es la explotación
o la sobreexplotación de la mano de obra, sino que ya ni siquiera
servimos para ser explotados. Los seres humanos somos desechables si
no somos capaces de incorporarnos a las leyes del mercado que de por
sí son excluyentes. De hecho para millones de seres humanos la
explotación de su mano de obra es un lujo. Los Ministerios de
Trabajo languidecen y no son capaces de resolver los miles de expedientes
de los trabajadores que reclaman no tanto trabajo, por que no hay en
economías recesivas como las nuestras, sino por lo menos que
se les reconozca sus derechos adquiridos con tantos sacrificios y luchas.
La verdad es que no interesan los trabajadores. El mercado ya los ha
excluido, y los que rigen los destinos de la humanidad no están
dispuestos a pagar el precio de una sociedad más justa y humana.
La voluntad política llega fácilmente a hermosas declaraciones,
pero no pasa la barrera de invertir los recursos necesarios para que
los pobres tengan acceso a una vida digna.3
4. Jubileo, Justicia y Promoción
de la Dignidad Humana
La preocupación por la promoción de la dignidad y derechos
de la persona humana ha adquirido especial importancia para los creyentes
el año 2000 en que hemos celebrado en toda la Iglesia universal
el Gran Jubileo de la Encarnación y del Nacimiento de Jesús,
tiempo de gracia y de misericordia, tiempo oportuno para el perdón
y la reconciliación.
La contemplación del rostro de Jesús sufriente en los
pobres, los marginados y todos aquellos que sufren menosprecio en su
dignidad humana como hijos de Dios, exige de nosotros un profundo examen
de conciencia sobre la manera como estamos respetando y promoviendo
la dignidad y el valor de la persona humana.
San Ireneo en el siglo segundo nos recordaba que la "Gloria de
Dios es que el hombre viva y la vida del hombre sea la visión
de Dios". Maravillosa oportunidad la que se nos presenta para volver
el rostro a los hermanos y hermanas más necesitados y preguntarnos
qué estamos haciendo para que su dignidad sea reconocida y su
proyecto de vida sea abundante para todos sus hijos e hijas, y sus derechos
respetados. Nos parece que esto es sumamente importante pues vivimos
en un mundo que se está construyendo de espaldas al Señor.
Los valores que hoy gobiernan el mundo son el consumismo materialista,
el hedonismo, y el poder. Todo parece sacrificarse ante ellos incluso
la vida de los hermanos más frágiles y vulnerables. Pensemos
sino en la multitud de niños y niñas que se pierden simplemente
porque su pobreza no les permite oportunidades para salir adelante.
Pensemos como van avanzando en el mundo las legislaciones que favorecen
el aborto e incluso en algunos países la eutanasia. ¿Cuáles
son los valores de un mundo de abundancia extrema que permite que millones
mueran de hambre cada año simplemente por ser pobres?
5. El imperativo ético y religioso
de los derechos humanos
Nosotros estamos ligados y marcados por una realidad muy dura de nuestro
continente, con situaciones límite, donde la muerte se vuelve
cotidiana, donde el sufrimiento es compañero de ruta, donde la
voz se hace grito de dolor, porque no hay justicia y los derechos humanos
no son respetados y la persona humana sufre diferentes formas de vulneración.
Cuando la dignidad de los hijos e hijas de Dios no es respetada, cuando
no se les reconoce como personas, nosotros como cristianos no podemos
quedarnos de espaldas a esta realidad, y tenemos que actuar a la manera
del Señor en circunstancias parecidas. Por ejemplo la actitud
de Yahvé en el Éxodo:
"He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, he escuchado
sus gritos de dolor cuando los capataces los maltratan, he bajado a
liberarlos". (Ex 3..)
No podemos ser neutrales, ni ser indiferentes; tenemos que actuar. Quien
está sufriendo no es extraño a nosotros; es de nuestra
misma naturaleza; ha sido tejido por Dios con inmenso amor para ser
feliz y darle gloria, y para vivir en la fraternidad de sus hijos e
hijas. Nosotros hombres y mujeres de fe, estamos comprometidos en la
defensa de los derechos humanos, no desde tratados y leyes, sino desde
un oído atento al clamor de nuestros hermanos, de una visión
lúcida de la opresión en la que se encuentran y de una
voluntad para la acción transformadora.
En Santo Domingo hemos dicho los obispos:
"Los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo,
la represión, los asesinatos, sino también por la existencia
de condiciones de extrema pobreza y de estructuras económicas
injustas que originan grandes desigualdades. La intolerancia política
y el indiferentismo frente a la situación de empobrecimiento
generalizado muestran un desprecio a la vida humana concreta que no
podemos callar". (167)
De ese grito de dolor, de esa muerte temprana e injusta, han surgido
maneras de vivir nuestra fe en el Resucitado que renueva todo y nos
sigue desafiando a un nuevo comienzo con justicia y dignidad, es nuestra
misión como Iglesia.
Nuestra agenda está muy cargada con hechos que nos desafían
cada día a trabajar sin descanso ni tregua para decir al poder
del mal que se ha hecho estructura en la economía, en la política
y en la sociedad, que no todo está permitido, que la muerte,
la injusticia y la opresión han sido vencidas en Jesús
resucitado. Nuestro compromiso con los derechos humanos parte de esa
convicción de fe.
Ese dinamismo que brota del Resucitado y que anima nuestro trabajo pastoral
hace que nuestro compromiso se profundice en la entrega cotidiana de
la vida. Siempre podremos enriquecer este compromiso con nuestras propias
vivencias, oración y celebración de fe porque la vida
no se detiene.
6. Juan Pablo II y los Derechos Humanos
Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el Santo Padre Juan Pablo
II ha sido el Papa que más importancia ha dado al tema de los
derechos humanos a lo largo de todo su ya largo pontificado. Es un tema
presente no sólo en sus encíclicas sociales, sino prácticamente
en todo su magisterio, incluso en aquellos documentos de más
carácter doctrinal. La razón de esto creemos verla en
que para Juan Pablo II los derechos humanos se fundamentan en Cristo
y su Evangelio. En el mensaje cristiano todos los seres humanos sin
excepción podemos encontrar el sentido profundo de la existencia
humana. Tanto para el Papa como anteriormente para el Concilio Vaticano
II este hecho ha sido llamado la "verdad sobre el hombre".
Cristo revela al hombre y a la mujer el sentido más profundo
de lo que es, y de aquello a lo que ha sido llamado en el tiempo y la
historia.
En la medida en que la Doctrina Social de la Iglesia ha ido desarrollándose
a lo largo de más de un siglo, la Iglesia ha ido adquiriendo
una noción más clara y precisa del significado de la dignidad
humana y su relación con la Buena Noticia que Jesús de
Nazaret nos trajo para que todos y todas podamos "tener vida y
vida en abundancia".
Así mismo debemos tener presente que La Iglesia que peregrina
en la tierra hacia la casa del Padre, no puede dejar de escrutar los
signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, es precisamente
por esta razón que podemos observar el gran desarrollo y compromiso
de la Iglesia con el tema de los derechos humanos en los últimos
pontificados, pero de manera especial en el de Juan Pablo II.
7. Desde su primera Carta Encíclica
Redemptor Hominis
Quisiera que a lo largo de estas líneas que escucháramos
al mismo Papa hablar, sólo quiero seguir su itinerario y preocupación
en relación al respeto a la dignidad humana y los derechos y
deberes que le asisten.
En su encíclica inaugural Redemptor Hominis, el Santo Padre Juan
Pablo II resalta con mucha fuerza, los fundamentos, la naturaleza y
la importancia de la solicitud de la Iglesia por la persona humana en
el mundo de hoy, y desde ya, hace referencia a la importancia que para
este tema concreto tiene la Declaración Universal de los Derechos
del Hombre.
"En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino
por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida
por nadie... La Iglesia en consideración a Cristo y en razón
de su misterio, que constituye la vida de la Iglesia misma, no puede
permanecer insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del hombre,
como tampoco puede permanecer indiferente a lo que lo amenaza"
. (n. 13, par. 2)
EL designio de Dios sobre la persona humana debe ser entendido como
parte de la dimensión humana del misterio de la encarnación
redentora del Hijo de Dios. La reflexión en torno a este misterio
central de la fe cristiana es uno de los aspectos principales de la
Encíclica Redemptor Hominis. El hombre es el camino primero y
fundamental de la Iglesia.
"Por la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto
modo a todo hombre. Se trata por tanto del hombre en toda su verdad,
en su plena dimensión. No se trata del hombre abstracto, sino
real, del hombre concreto, histórico. Se trata de cada hombre,
porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención
y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre por medio de este misterio.
Todo hombre viene al mundo concebido en el seno materno, naciendo de
madre y es precisamente por razón del misterio de la Redención
por lo que es confiado a la solicitud de la Iglesia...El objeto de esta
premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana,
en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo. El
Concilio indica esto precisamente, cuando, hablando de tal semejanza,
recuerda que el hombre es en la tierra la única criatura que
Dios ha querido por sí misma. El hombre tal como ha sido querido
por Dios, tal como Él lo ha elegido eternamente, llamado, destinado
a la gracia y a la gloria, tal es precisamente cada hombre, el hombre
más concreto, el más real; éste es el hombre en
plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo,
misterio del cual se hace partícipe cada uno de los cuatro mil
millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta, desde el momento
en que es concebido en el seno de la madre". 13 Hoy diríamos
que son seis mil millones de seres humanos.
Desde este primer documento que fundamenta la preocupación y
el interés de la Iglesia por cuidar la vida, dignidad y derechos
de todos los seres humanos sin excepción, el pensamiento de Juan
Pablo II irá profundizando diferentes aspectos de la dignidad
humana, una de cuyas expresiones mas altas la constituyen los derechos
humanos, entendidos en su universalidad, inviolabilidad, interdependencia
e inalienabilidad, tal como lo señalara en el mensaje por la
paz de 1998.
19 años después de esta primera encíclica programática,
en la clausura del Primer Congreso Mundial de Pastoral de Derechos Humanos,
convocado por el Pontificio Consejo de Justicia y Paz del 01 al 04 de
julio de 1998, para asociarse a la celebración del quincuagésimo
aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
Juan Pablo II retoma esta Encíclica para insistir en la responsabilidad
que le toca a la Iglesia en la defensa y promoción de los derechos
humanos.
"Al considerar al hombre como el camino primero y fundamental de
la Iglesia (n14), expuse el significado de los derechos objetivos e
inviolables del hombre (n17) que, en medio de las vicisitudes de nuestro
siglo, han recibido poco a poco su formulación en el ámbito
internacional, especialmente con la Declaración Universal de
los Derechos del Hombre".
El Papa insiste en que su pontificado ha tenido un cuidado especial
en promover los derechos humanos, "como signo de nuestra preocupación
común y de nuestro compromiso con todos en la promoción
de la dignidad de la persona humana en el mundo de hoy... Durante todo
mi ministerio de pastor de la Iglesia universal, he querido dedicar
una atención particular a la salvaguardia y a la promoción
de la dignidad de la persona y de sus derechos, en todas las etapas
de su vida y en toda circunstancia política, social, económica
o cultural".
Luego de señalar que aún hoy se puede constatar el abismo
que existe entre la "letra" reconocida a nivel internacional
en numerosos documentos, y "el espíritu" actualmente
muy lejos de ser respetados , ya que nuestro siglo está marcado
todavía por graves violaciones de los derechos fundamentales,
nos planteará dos grandes objetivos para el trabajo de la Iglesia
en esta materia:
"Hay siempre en el mundo innumerables personas, mujeres, hombres
y niños, cuyos derechos son despreciados cruelmente. ¿Cuántas
personas están privadas injustamente de su libertad, de la posibilidad
de expresarse libremente o de profesar libremente su fe en Dios? ¿Cuántas
son víctimas de la tortura, de la violencia y de la explotación?
Cuántas personas, a causa de la guerra, de injustas discriminaciones,
de la desocupación, o de otras situaciones económicas
desastrosas no pueden llegar a gozar plenamente de la dignidad que Dios
les ha dado y de los dones que han recibido de él?
El primer objetivo de la Pastoral de los Derechos Humanos es por consiguiente
hacer que la "aceptación de los derechos universales según
la letra lleve a poner en práctica concretamente su espíritu"
donde quiera y de modo más eficaz, a partir de la "verdad
del hombre" de la "igual dignidad de toda persona", hombre
o mujer creada a imagen y semejanza de Dios y convertida en hijo o hija
de Dios en Cristo.... Cada ser humano tiene derecho a desarrollar plenamente
los dones que ha recibido de Dios. En consecuencia, cada acto que conculca
- atropella la dignidad del hombre y que frustra la posibilidad de autorealizarse
constituye un acto contrario "al designio de Dios" sobre el
hombre y su entera creación.
La pastoral de los derechos humanos está, por lo tanto en estrecha
relación con la misión misma de la Iglesia en el mundo
contemporáneo" La Iglesia en efecto no puede nunca abandonar
al hombre, cuya suerte está estrechamente e indisoluble-mente
ligada a Cristo.
El segundo objetivo de la pastoral de derechos humanos consiste en colocar
las demandas esenciales que miran la situación del hombre, hoy
y en el futuro con objetividad, lealtad y sentido de la responsabilidad.
Para este propósito, se puede constatar que las condiciones económicas
y sociales en las cuales viven las personas asumen hoy día una
importancia particular. La persistencia de la pobreza extrema que contrasta
con la opulencia de una parte de la población, en un mundo caracterizado
por los grandes progresos humanísticos y científicos,
constituye un auténtico escándalo, una de aquellas situaciones
que obstaculizan de manera muy grave el pleno ejercicio de los derechos
humanos en la hora actual Eso requiere por consiguiente hoy una atención
renovada de los derechos sociales y económicos en el cuadro general
de los derechos humanos que son indivisibles. Es necesario rechazar
todo intento de negar una real consistencia jurídica a estos
derechos, y es necesario repetir la responsabilidad común de
todos los actores, poderes públicos, empresas, sociedad civil,
con el fin de llegar a un ejercicio efectivo y completo.
Hemos querido citar en extenso estos dos documentos pontificios porque
creemos que ambos expresan con claridad el compromiso de la Iglesia
en relación a los derechos humanos y son expresión del
magisterio de Juan Pablo II en relación al tema que nos convoca.
Son muchos los documentos de su Magisterio en los que desarrolla esta
preocupación. Ellos son Encíclicas como Laborem exercens,
sobre el trabajo humano, o la Solicitudo Rei Socialis sobre la preocupación
social de la Iglesia, en la que hace una lectura teológica de
los principales problemas del mundo de hoy y la necesidad de la solidaridad.
O la encíclica Centesimus Annus, conmemorando el centenario de
la primera encíclica social de León XIII, en la que insiste
sobre las condiciones de la democracia y el sentido del verdadero desarrollo.
Evangelium Vitae sobre el valor trascendente de la vida humana. Cartas
apostólicas como Christifidelis Laici sobre el papel de los laicos
en el mundo de hoy y la Tertio Millenio Adveniente sobre la preparación
del año 2000. Además de esto sus múltiples alocuciones
y saludos, a lo largo de sus 21 años de pontificado, son testimonio
de un compromiso radical con la dignidad y derechos humanos.
Queremos destacar también sus Mensajes para las Jornadas Mundiales
por la Paz del primer día de cada año en la que reflexiona
sobre diversos temas sociales que están en relación directa
con la calidad de vida y la paz de los pueblos y en los que sin lugar
a dudas el tema de los derechos humanos esta trabajado desde diversas
entradas.
Precisamente para la Jornada Mundial por la paz de 1999, el tema de
todo el documento es precisamente el de los derechos humanos "El
secreto de la paz verdadera reside en el respeto a los derechos humanos".
El Santo Padre comienza afirmando que la paz sólo florece cuando
se respetan íntegramente los derechos humanos. A partir de este
principio va a desarrollar su mensaje dedicando especial atención
al respeto a la dignidad humana como patrimonio de la humanidad y valor
trascendente reconocido por todos los que buscan sinceramente la verdad.
"Nos dirá que la historia contemporánea ha puesto
de relieve de manera trágica a través del predominio de
determinadas ideologías, como son el marxismo, el nazismo, el
fascismo, el nacionalismo, el particularismo étnico, el consumismo
materialista y el individualismo lo que significa el olvido de esta
verdad".
"La universalidad y la indivisibilidad de los derechos humanos
son el fundamento de la libertad, la justicia y la paz en el mundo.
Estos derechos son proclamados no otorgados, porque son inherentes a
la persona humana y su dignidad".
A partir de esta afirmación Juan Pablo II destacará algunos
derechos que hoy día son particularmente vulnerados:
El derecho a la vida.- Primer y fundamental derecho. La vida
humana es sagrada e inviolable desde su concepción hasta su término
natural. El quinto mandamiento "no matar" señala el
límite que a nadie le está permitido traspasar. Aquí
el Papa toma como punto de partida su encíclica sobre la vida
humana Evangelium Vitae de 1995. En ella recuerda que la eliminación
directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente
inmoral. Aplica este principio general a dos situaciones graves del
mundo de hoy: el aborto y la eutanasia a los que califica de conjura
contra la vida. En la discusión sobre el aborto nos previene
contra la experimentación genética y al hablar de la eutanasia
nos alerta contra la legitimidad del suicidio asistido. Concede que
sólo se puede eliminar al agresor como legítima defensa
y con muchas dificultades acepta la pena capital como protección
de la sociedad frente a los delincuentes.
Sin embargo ya para su mensaje Urbi el orbi en la Navidad de 1998 dirá:
"Que la Navidad refuerce en el mundo el consenso sobre medidas
urgentes y adecuadas para detener la producción y el comercio
de las armas, para defender la vida humana, para desterrar la pena de
muerte, para liberar a los niños y adolescentes de toda forma
de explotación, para frenar la mano ensangrentada de los responsables
de genocidios y crímenes de guerra, para prestar a las cuestiones
de medio ambiente, sobre todo tras las recientes catástrofes
naturales, la atención indispensable que merecen a fin de salvaguardar
la creación y la dignidad del hombre". Como podemos ver
el pensamiento del Papa está en permanente evolución avanzando
para que ninguna ofensa a la dignidad humana sea ignorada o considerada
irrelevante, cualquiera sea su origen, su modalidad o lugar donde suceda.
La vida humana no puede ser jamás degradada a objeto.
Libertad religiosa, centro de los derechos humanos.- El Papa
parte de reconocer que la religión expresa las aspiraciones más
profundas de la persona humana, determina su visión del mundo
y orienta su relación con los demás y da sentido a la
existencia tanto en el plano personal como social. Por tanto la libertad
religiosa está en el corazón de los derechos humanos.
Es inviolable en cuanto se reconoce el derecho de cambiar de religión
si así lo pide la conciencia. Por ello tampoco se puede obligar
a nadie a abrazar por la fuerza determinada religión. Pese a
que este derecho está reconocido por la Declaración Universal,
todavía hoy existen lugares donde se sigue violando este derecho,
siendo causa de grandes sufrimientos para los creyentes.
El derecho a participar en la vida de su propia comunidad.-
Es una convicción compartida hoy día por muchas naciones,
pero sólo es posible cuando se respetan los principios democráticos.
Aquí el Papa tiene como trasfondo de su reflexión la Encíclica
Centessimus Annus. En esta encíclica da la bienvenida al resurgimiento
de los regímenes democráticos en Europa del Este. "La
Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura
la participación de los ciudadanos en las opciones políticas
y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a
sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de
manera pacífica...La auténtica democracia es posible solamente
en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción
de la persona humana....Una democracia sin valores se convierte con
facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la
historia.46
Los derechos de las minorías y grupos étnicos.-
Una de las formas más graves de discriminación es negar
el derecho fundamental de existir a las minorías y grupos étnicos.
No se puede permanecer en silencio frente a crímenes tan graves
contra la humanidad. Ningún esfuerzo se debe escatimar para poner
término a tan graves aberraciones indignas de la persona humana.
En relación a este derecho el Papa saluda la creación
de un tribunal Penal Internacional para determinar las culpas y castigar
a los responsables de crímenes de genocidio, de guerras y de
agresiones.
El derecho a la propia realización.- Tiene que ver con
el derecho al trabajo, derecho desarrollado en extenso en la Encíclica
Laborem Exercens de 1981. Desde un enfoque personalista rechaza que
los trabajadores sean considerados como medios de producción.
El trabajo debe beneficiar en primer lugar a quienes lo realizan. Defiende
la importancia de los sindicatos, siempre que actúen responsablemente
y no como bloques de poder. Reconoce como parte de los derechos de los
trabajadores el derecho al descanso, al cuidado de la salud y a la protección
de accidentes y en la ancianidad. En el derecho a la propia realización
también considera el derecho a la educación y se preocupa
porque en las regiones más pobres faltan las oportunidades de
una buena formación. Esta situación trae como consecuencia
que el mundo va a terminar dividido por un nuevo criterio: estados e
individuos dotados de tecnologías avanzadas y por otra parte,
países y personas con conocimientos muy limitados; esta situación
reforzaría las ya notables desigualdades.
El derecho al progreso global en solidaridad.- En un mundo globalizado
por los sistemas económicos y financieros, se hace necesario
y urgente establecer quién debe garantizar el bien común
y global y la realización de los derechos económicos y
sociales. De allí surge la necesidad de globalizar la solidaridad.
El libre mercado por sí mismo no puede hacerlo porque hay muchas
necesidades que no tienen salida en el mercado. En este contexto la
pobreza extrema y la miseria en la que están sumidos millones
de hermanos y hermanas desafía el mundo a una nueva visión
de progreso en solidaridad que garantice un desarrollo humano y sostenible
de toda la persona y de todas las personas para que todos sin excepción
puedan desarrollar el conjunto de sus potencialidades. En este contexto
el Santo Padre hace un llamado para la solución humana del problema
de la deuda internacional de las naciones más pobres. Este tema
en extenso es desarrollado en la Encíclica Sollicitudo Rei Socialis
de 1987.
El derecho a un medio ambiente sano.- La dignidad humana está
en relación con las posibilidades de un medio ambiente sano.
El peligro de daños graves a la tierra, al mar, al clima, a la
flora y a la fauna exige un cambio de los estilos de vida consumista
de los países desarrollados que están poniendo en serio
riesgo el planeta. También es necesario considerar que los más
pobres, empujados por su necesidad, pueden sobre explotar la poca tierra
que disponen. El presente y el futuro del mundo depende del cuidado
y respeto que tengamos con la creación.
El derecho a la paz.- La promoción de la paz asegura
en cierto modo el respeto de los otros derechos porque asegura que las
relaciones de fuerza se sustituyan por relaciones de colaboración
en pro del bien común. La guerra es el fracaso de todo auténtico
humanismo. Mientras que la paz es la posibilidad de una vida verdaderamente
humana. Hay que destacar en este punto el permanente rechazo que a lo
largo de estos años ha hecho en relación a la guerra y
a todas las atrocidades que ella conlleva, por ello la guerra no se
justifica por ninguna razón.
El Santo Padre nos recuerda también que los derechos humanos
son siempre más vulnerados en las poblaciones pobres y marginadas,
en las no personas, sin voz ni rostro humano. Si bien es cierto Jesús
ha redimido a cada persona restituyéndole su plena dignidad,
nos pide reconocer a Cristo en los más pobres y marginados, a
los que la Eucaristía, comunión con el cuerpo y la sangre
de Cristo ofrecidos por nosotros, nos compromete a servir. Como indica
claramente la parábola del rico, que quedará siempre sin
nombre, y del pobre llamado Lázaro, en el fuerte contraste de
ricos insensibles y pobres necesitados de todo, Dios está de
parte de estos últimos. También nosotros debemos ponernos
de esta parte.
El respeto a todos los derechos humanos nos asegura la posibilidad de
una cultura de vida verdaderamente humana en un mundo más justo
y solidario. Por la fe sabemos que toda persona ha sido creada a imagen
y semejanza de Dios. Más aún ha sido redimida por la muerte
y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. En este hecho
central de la fe cristiana reconocemos que la palabra final de la historia
es vida y no muerte, esa es nuestra esperanza y nuestra fe, las que
nos animan incansablemente a trabajar por un mundo animado por los valores
del Evangelio en los que reconocemos el fundamento de los derecho humanos.
Conclusión
Hemos intentado leer los derechos humanos desde la perspectiva de nuestra
fe, sin duda la tarea es inmensa y urgente. De hecho nos compromete
a todos a seguir esforzándonos por la educación de nuestros
fieles en esta perspectiva. No podemos ser ajenos a promover incansablemente
una pastoral de los derechos humanos, que sea el eje articulador de
nuestra Pastoral Social. Pero poner los derechos humanos en clave de
Evangelio aporta a estos una dimensión nueva que es la dimensión
del amor. Ninguna Declaración nos pide amar a los hermanos, salvo
la Convención Internacional de los Derechos del Niño de
1990, esta reconoce que el niño para su adecuado desarrollo físico,
moral y espiritual necesita ser querido.
"En el preámbulo de esa convención se nos habla que
el niño tiene derecho a ser educado en un concepto de amor. Por
primera vez en un documento de carácter internacional, que se
supone debería mantenerse en ese concepto de mínimos,
se salta y se ve como un derecho al amor. Aquí cabe preguntar
si un niño tiene derecho al amor ¿un adulto por qué
no? Este derecho nos crea un problema, porque si es un derecho yo lo
puedo exigir y si lo puedo exigir me doy de cabeza contra una realidad
que no se puede".
Cuando hablamos de la ética que está en la base de los
derechos humanos, estamos hablando de una ética de mínimos
que los Estados reconocen y aceptan respetar y promover para que los
seres humanos podamos vivir humanamente. Eso es la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, y todos los tratados y Protocolos
que le siguen. Cuando hablamos del Evangelio, la ética que está
en base es la ley del amor, la capacidad de dar la vida no sólo
por los amigos, sino por el otro ser humano, incluso mi enemigo. Al
respecto y para terminar quisiera citar al Padre Luis Pérez Aguirre,
sacerdote jesuita uruguayo, gran defensor de los derechos humanos, fallecido
trágicamente este año.
"Las sociedades deben depurar una ética de mínimos,
mientras que los cristianos debemos tener una ética de máximos.
Sin un mínimo, como denominador ético común la
ética se autodestruye. La ética civil hace un contrato
social basado en mínimos. Esto no va con los cristianos. En cambio,
cualquier ética que supone un proceso de adhesión personal
lleva a un proceso de máximos, basado en el amor. El amor no
se impone. No se puede mandar o imponer sino que tiene que ser simplemente
una invitación. El amor es el ethos de la actitud de los cristianos
y en donde se resume toda la ley".
Referencias
1Sieghart, Paul. The International Law of Human Rights. Claredon Press.
Oxford 1983. P. 20
2 Frase de James Gustave Speth, funcionario de Naciones Unidas, citado
por Luis Pérez Aguirre S.J. en su exposición "La
Justicia desde la opción preferencial por los pobres". CEAS,
agosto de 1999
3A fines de los años 90 el quinto de la población mundial
que vivía en los países de más altos ingresos tenía.
-el 86% del PBI mundial, en tanto que el quinto inferior sólo
tenía el 1%
-el 82% de los mercados mundiales de exportación, en tanto que
el quinto inferior sólo tenía el 1%
-el 68% de la inversión extranjera directa, en tanto que el quinto
inferior sólo tenía el 1%
-el 74% de las líneas telefónicas del mundo, el medio
básico de la comunicación hoy, en tanto que el quinto
inferior sólo tenía el 1,5%
En el último decenio se ha tenido una concentración del
ingreso, los recursos y las riqueza entre gente, empresas y países:
Los países de la OCDE, con el 19% de la población mundial,
tienen el 71% del comercio mundial de bienes y servicios, el 58% de
la inversión extranjera directa, y el 91% de todos los usuarios
de Internet.
.