Se ha celebrado en Roma, los días
5 y 6 de octubre de 2001, en la Universidad católica del Sagrado
Corazón, el VI encuentro nacional italiano de profesores universitarios
católicos, siguiendo la invitación del Santo Padre:
"Rema mar adentro". Juan Pablo II envió a los participantes
de aquel encuentro el mensaje que ofrecemos a continuación,
traducido del italiano.
Ilustres profesores universitarios:
Ha pasado más de un año desde el encuentro que tuvimos
con ocasión del jubileo, pero no ha disminuido el impulso que
recibisteis en aquellos días singularmente valiosos.
Fue la ocasión para un encuentro personal con Jesús, nuestro
señor, que es ante todo nuestro único Maestro. Él
es la fuente viva, el centro de irradiación, el alimento que
en la Palabra y la Eucaristía se convierte en intensa experiencia
interior.
Fue también, la ocasión para adquirir una conciencia cada
vez más profunda de Iglesia, en la reciprocidad de la comunión
y en el apoyo fraterno entre los que se reconocen en Cristo como partícipes
en una misma y gran familia. De ahí surgió un renovado
impulso de testimonio, para infundir en el trabajo universitario diario
el dinamismo de una presencia significativa, generosa y auténtica.
Os habéis reunido de nuevo para este encuentro, acogiendo la
invitación a "remar mar adentro", que dirigí
como horizonte de esperanza y acción a toda la Iglesia, y por
tanto también a vosotros, para que reflexionéis en las
implicaciones concretas que la perspectiva del nuevo humanismo abre
a la vida de vuestras universidades
Vivimos en tiempos de grandes transformaciones; incluso instituciones
antiguas y venerables, como muchas de las universidades italianas, están
llamadas a renovarse. En este proceso se entrecruzan múltiples
factores, a veces verdaderamente nobles y dignos; otras veces, por el
contrario, más instrumentales, con el peligro de reducir el saber
a un medio de afirmación de sí, en detrimento de la profesionalidad
docente, con un aprendizaje de tipo utilitario y pragmático.
El docente es un maestro. No transmite el saber como si fuera un objeto
de uso y consumo, sino que establece ante todo una relación sapiencial
que, aun cuando, por el número demasiado elevado de estudiantes,
no pueda llegar al encuentro personal, se convierte en palabra viva
antes que en transmisión de nociones. El docente instruye, en
el significado ordinario del término, es decir, da una aportación
fundamental a la estructuración de la personalidad; educa, según
la antigua imagen socrática, ayudando a descubrir y activar las
capacidades y los dones de cada uno; forma, según la comprensión
humanística, que no reduce este término a la consecución,
por lo demás necesaria, de una competencia profesional, sino
que la encuadra en una construcción sólida y en una correlación
transparente de significados de vida.
Estáis llamados a la enseñanza. Es una vocación,
una vocación cristiana. Algunas veces se la percibe ya desde
muy joven como proyecto propio; otras, se revela a través de
los acontecimientos, aparentemente casuales, pero en realidad providenciales,
que caracterizan la biografía de cada uno. A la cátedra
Dios os ha llamado por vuestro nombre para prestar un servicio insustituible
a la verdad del hombre.
Este es el corazón del nuevo humanismo. Se concreta en la capacidad
de mostrar que la palabra de la fe es realmente una fuerza que ilumina
la conciencia, la libera de toda esclavitud y la capacita para el bien.
Las generaciones jóvenes esperan de vosotros nuevas síntesis
del saber, no de tipo enciclopédico, sino humanístico.
Es necesario vencer la dispersión que desorienta y delinear perfiles
abiertos, capaces de motivar el compromiso de la investigación
y la comunicación del saber y, al mismo tiempo, formar personas
que no acaben por usar contra el hombre las inmensas y tremendas posibilidades
que el progreso científico y tecnológico ha logrado en
nuestro tiempo.
Como sucedió al inicio de la humanidad, también hoy, cuando
el hombre quiere disponer a su arbitrio de los frutos del árbol
del conocimiento, termina por convertirse en un triste agente de miedos,
enfrentamientos y muerte.
La reforma actual de la escuela y la universidad en Italia interpela
a la pastoral eclesial, tanto para superar formas de estancamiento en
el diálogo cultural como para promover de modo nuevo el encuentro
entre las inteligencias humanas, estimulando la búsqueda de la
verdad, la elaboración científica y la transmisión
cultural. Se debería redescubrir también hoy una renovada
tensión hacia la unidad del saber -el propio de la uni-versitas-
con valentía innovadora al diseñar los ordenamientos de
los estudios conforme a un proyecto cultural y formativo de elevado
perfil, al servicio del hombre, de todo hombre.
En esta obra la iglesia - que presta gran atención a la universidad,
porque de ella ha recibido mucho y también espera mucho -tiene
algo que dar. Ante todo, recordando sin cesar que "el corazón
de cada cultura está constituido por su acercamiento al más
grande de los misterios : el misterio de Dios" (Discurso de Juan
Pablo II a las Naciones Unidas en ocasión de su 50º aniversario
de su fundación, 5 de octubre de 1995, n. 9). Además,
recordando que sólo en esta verticalidad absoluta - de quien
cree y, por eso, trata siempre de profundizar la verdad encontrada,
pero también de quien busca y, por tanto, está en el camino
de la fe- la cultura y el saber se iluminan de verdad y se ofrecen al
hombre como don de vida.
El humanismo cristiano no es abstracto. La libertad de investigación,
tan valiosa, no puede significar neutralidad indiferente ante la verdad.
La universidad está llamada a ser cada vez más laboratorio
donde se cultiva y desarrolla un humanismo universal, abierto a la dimensión
espiritual de la verdad.
La diaconía de la verdad representa una tarea histórica
para la universidad. Evoca la dimensión contemplativa del saber
que diseña el rasgo humanístico de toda disciplina en
las diversas áreas afrontadas por vuestro congreso. De esta actitud
interior deriva la capacidad de escrutar el sentido de los acontecimientos
y valorar los descubrimientos más sorprendentes. La diaconía
de la verdad es el sello de la inteligencia libre y abierta. Sólo
encarnando estas convicciones en su vida diaria el profesor universitario
se convierte en portador de esperanza para la vida personal y social.
Los cristianos están llamados a dar testimonio de la dignidad
de la razón humana, de sus exigencias y de su capacidad de investigar
y conocer la verdad, superando de ese modo el escepticismo epistemológico,
las reducciones ideológicas del racionalismo y las corrientes
nihilistas del pensamiento débil.
La fe es capaz de generar cultura; no teme la confrontación cultural
abierta y franca; su certeza no se asemeja de ningún modo a la
rigidez ideológica basada en prejuicios; es luz clara de verdad,
que no se contrapone a las riquezas del ingenio, sino sólo a
las tinieblas del error. La fe cristiana ilumina y aclara la existencia
en cada uno de sus ámbitos. El cristiano, animado por esta riqueza
interior, la difunde con valentía y la testimonia con coherencia.
La cultura no se puede reducir a los ámbitos de la utilización
instrumental: en el centro está y debe permanecer el hombre,
con su dignidad y su apertura al Absoluto. La obra dedicada y compleja
de "evangelización de la cultura" y de "Inculturación
de la fe" no se contenta con simples ajustes, sino que exige una
fiel reflexión y una nueva expresión creativa del instrumento
metodológico que la Iglesia italiana ha querido escoger en estos
últimos tiempos: "el proyecto cultural orientado en sentido
cristiano", que nace de la conciencia de que " la síntesis
entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino
también de la fe (...). Una fe que no se hace cultura es una
fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida"
(Juan Pablo II, Carta al cardenal secretario de Estado, Agostino Casaroli,
para la institución del Consejo pontificio para la cultura, 20
de mayo de 1982: L'Osservatore Romano, edición en lengua española,
6 de junio de 1982, p. 19)
A esta exigencia profunda responde el ejercicio de la caridad intelectual.
Este es el compromiso específico que los universitarios católicos
están llamados a asumir con la convicción de que la fuerza
del Evangelio es capaz de una profunda renovación.
Que el Logos de Dios se encuentre con el logos humano y se transforme
en dia-logos: esta es la expectativa y el deseo de la Iglesia para la
universidad y el mundo de la cultura.
Ojalá que el nuevo humanismo sea para vosotros perspectiva, proyecto
y compromiso. Si es así, se convertirá en una vocación
a la santidad para cuantos trabajan el la universidad. A este alto grado
estáis llamados al inicio del nuevo milenio.
Como confirmación de estos deseos míos para vuestro encuentro,
sobre cuyos trabajos invoco abundantes luces celestiales, os envío
a cada uno y a vuestras respectivas familias una especial bendición
apostólica.
Vaticano, 4 de octubre de 2001.