Para los que estamos enfrascados
en el mejoramiento de la nación, reflexionar sobre la vida política
de Eduardo René Chibás, además de una obligación,
constituye una imperiosa necesidad.
Su idea, caracterizada por la sencillez, cabe toda en una de sus expresiones:
"Los malos políticos -decía- le roban al pueblo para
enriquecerse; todas las luchas políticas nacionales tienen su
origen en la falta de honradez; es indispensable, por lo tanto, poner
las riendas de la República en manos limpias". La idea de
la honradez administrativa para refundar moralmente el dominio político
es la esencia del movimiento que inició desde el Partido Auténtico
y continuó hasta su muerte al frente del Partido Ortodoxo.
La moral como componente cultural encargado de regular las conductas
humanas en las relaciones sociales incluye, pero no se limita, a la
honradez administrativa. Chibás simplificó el concepto
para concentrar todo su esfuerzo y pasión en lo que consideraba
la vía principal para acceder al poder. Su valor principal estuvo
en llamar la atención sobre la corrupción en un momento
en que este mal alcanzaba límites insoportables en la Cuba republicana.
En una nación en formación, donde los aspectos ético-morales
siempre fueron deficitarios, plantearse el cambio a partir de la honradez
administrativa era, sin duda, insuficiente para los cambios esenciales
que se necesitaban. La consigna "¡Vergüenza contra dinero!"
servía perfectamente para alcanzar el poder como objetivo inmediato,
pero no para fundar la nación honrada y con la justicia social
que preconizaba.
La mayor parte de la importancia que daba a la honradez administrativa
está en su concepción de la justicia social. La misma
no se basaba en la necesidad de diversificar la propiedad, la lucha
contra la discriminación y otras reformas esenciales, sino que
consideraba a la corrupción como su causa. El beneficio del apogeo
económico no se traducía en justicia social, gracias a
la corrupción imperante.
Cuba demandaba una transformación estructural capaz de romper
el monopolio elitista de la economía y la política que
mantenía marginados a importantes sectores sociales de la nación.
Para ello era necesario tener en cuenta la psicología social
y los déficit ético-morales y culturales de gobernantes
y gobernados, así como el fortalecimiento de la sociedad civil
para garantizar la participación cívica de los ciudadanos
como sujetos de los cambios.
En ausencia de un proyecto orgánico, Chibás concibió
un paraíso perfecto construido mentalmente desde su imaginación
para imponerlo a una realidad compleja: expulsar a los ladrones del
poder y situar en su lugar a un hombre honrado, servidor de la nación.
Ese hombre tenía que ser aquel extraño caso en la República
que no apetecía, no precisaba del patrimonio nacional, aquel
Mesías que necesitaba del poder y de la historia. Los cambios
que Chibás quería para cuba tenían que realizarse
desde el dañino esquema del personalismo y el caudillismo, dos
de los fenómenos culturales más negativos y arraigados
en nuestra historia.
Chibás tenía un propósito: destruir el orden existente.
En una oportunidad expresó: "No se puede construir una nación
sobre cimientos podridos. Por eso hay que talar y destruir primero para
desecar el pantano y edificar después sobre una base sana".Pero
la concepción de la inmediatez, de la urgencia, no dejó
espacio para la elaboración de ese proyecto político y,
por tanto, responder a las condiciones concretas existentes. Chibás
se proponía, sencillamente, desmantelar el orden establecido.
El nuevo orden era su propia persona.
Tampoco tuvo en cuenta un hecho cultural negativo de nuestro pueblo.
La moral de sobrevivencia generada por los resultados negativos de la
política colonial y republicana, expresada en la indiferencia,
el choteo y la doble moral. El mismo Cuibás reconocía
que "nuestro pueblo se informa del latrocinio de los gobernantes
con la misma calma que lee las páginas de los muñequitos
de colores o escucha los programas de radio". Un pueblo desesperanzado,
marginado de la participación política y económica
y con una sociedad civil débil no estaba dispuesto a comenzar
nuevas batallas, para eso estaban hombres excepcionales como Eduardo
Chibás.
Por ello golpeó desesperadamente en la conciencia de la ciudadanía
indiferente: "Pueblo de Cuba, despierta". Pero la realidad
era otra y Chibás trata de imponerle su esquema al margen de
la experiencia, la historia y la psicología social. Alguien expresó
a su muerte: Chibás era un hobre imbuido de ideas mesiánicas
sobre la historia, la moral y la política.
Chibás es un ejemplo paradigmático de la imposibilidad
de realizar cambios sociales desde la democracia representativa si ésta
no está acompàñada de la correspondiente cultura
cívica y democrática y de una sociedad civil fuerte como
condición de la participaciçón ciudadana. Ésa
es una de las enseñanzas esenciales que nos dejó aquel
mártir del adecentamiento público.