Todos hemos experimentado crisis
en nuestra vida. Me refiero a esos momentos en los que tenemos que tomar
una decisión de tal importancia en la vida que puede llegar a
cambiar total o parcialmente el rumbo de ella. Así pues, la crisis
puede ser "saludable", no necesariamente tiene que marcar
el comienzo de una etapa de deterioro en nuestra vida. La crisis no
sólo ocurre en el ámbito individual, se dan también
crisis nacionales. La crisis, en general, puede ser debida a diferentes
causas y, por tanto, es de diferente índole. Hay crisis provocadas
por desastres naturales, hay crisis provocadas por problemas laborales,
hay crisis provocadas por situaciones económicas, políticas,
sociales, hay crisis provocadas por relaciones familiares, por el divorcio,
por la ruptura de una amistad. En fin, hay crisis de diferente índole,
nivel, profundidad. Me atrevo a decir que en la vida de la persona humana
es inevitable la crisis.
Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, a quien los cristianos seguimos,
experimentó la crisis en su vida. Él es verdaderamente
hombre, nada humano le es ajeno. La más grave de todas fue cuando
se acercaba su muerte. Dice el evangelista que Jesús sintió
temor y angustia, y expresó: Siento en mi alma una tristeza mortal
(Mc 14,34). Y continúa el mismo evangelista:
Jesús se adelantó un poco y cayó en tierra, suplicando
que si era posible no tuviera que pasar por aquella hora. Decía:
"Abbá, o sea, Padre; para ti todo es posible; aparta de
mí esta copa. Pero no, no se haga lo que yo quiero, sino lo que
quieras tú" (14,3 5-36). En otros lugares de los evangelios
también podemos contemplar a Jesús en momentos de crisis,
y en todas se comportó igual: no dejó de ser lo que Él
es.
Jesús de Nazaret con su ejemplo nos enseña a vivir la
crisis. Y también nos lo enseña con su palabra. Recuerdo
esta parte de un discurso suyo: Algunos hacían notar a Jesús
las hermosas piedras y los ricos adornos que habían sido regalados
al Templo. Jesús dijo:
"Llegará el tiempo en que de todo lo que ustedes admiran
aquí no quedará piedra sobre piedra: todo será
destruido." Le preguntaron entonces: "Maestro, dinos cuándo
sucederá eso. ¿ Cuál será la señal
de que va a suceder?" Jesús contestó: "Tengan
cuidado y no se dejen engañar, porque muchos vendrán en
mi lugar diciendo: Yo soy el Salvador, ésta es la hora de Dios.
No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se asusten,
porque primero tiene que pasar eso, pero el fin no vendrá enseguida".
Después les dijo: "Se levantará una nación
contra otra, y una raza contra otra. Habrá grandes terremotos,
pestes y hambres en una y otra parte. Se verán también
cosas espantosas y señales terribles en el cielo. Pero antes
de eso, a ustedes los tomarán presos y los perseguirán,
los entregarán a los tribunales judíos y los llevarán
a las cárceles; los harán comparecer ante reyes y gobernadores
porque llevan mi nombre. Esta será para ustedes la oportunidad
de dar testimonio de mí. No se olviden entonces de lo que ahora
les advierto, de no preparar su defensa. Porque yo mismo les daré
palabras tan sabias que ninguno de sus opositores las podrá resistir
o contradecir. Ustedes serán denunciados por sus padres, hermanos,
parientes y amigos y algunos de ustedes serán ajusticiados. Ustedes
serán odiados por todos a causa de mí nombre. Sin embargo,
no se perderá ni uno de sus cabellos. Manténganse firmes
y se salvarán" (Lc 2 1,5-19). La destrucción de Jerusalén
a la que alude este discurso escatológico es el fin de una etapa
de la historia salvífica. Es un tiempo de crisis. La finalidad
de este discurso no es la descripción de unos acontecimientos;
este discurso pretende, más bien, dar a los creyentes de la comunidad
eclesial la fuerza y el coraje para que vivan el seguimiento de Jesús
en medio de la crisis, recordándoles el valor del tiempo que
están viviendo. Este discurso pretende dar al seguidor de Jesús
la fuerza y el coraje para que en la crisis se comporte como lo que
es: discípulo de Jesús.
El Evangelio también nos narra que después de haber pronunciado
Jesús en la sinagoga de Cafarnaún lo que se conoce con
el nombre del "Discurso del Pan de Vida", sus propios. discípulos
lo criticaron y muchos dejaron de seguirlo. Entonces Jesús preguntó
a los Apóstoles si también ellos iban a dejarlo. Y Pedro
contestó: Señor, ¿a quién iremos? Tú
tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú
eres el Santó de Diós (Jn 6,68-69). Las palabras del discurso
de la sinagoga de Cafarnaún parecieron duras a muchos hasta el
punto de provocar una crisis, pero los Apóstoles decidieron seguir
siendo lo que son: discípulos de Jesús. Más adelante
tuvieron que pasar por otras crisis; la peor de todas fue la muerte
de Jesús en la cruz; es verdad que flaquearon y titubearon, incluso
uno de ellos traicionó al Maestro, pero los otros se mantuvieron,
y se mantuvieron esperando, no sin miedo y desconcierto, después
de la sepultura de Jesús. Lo sucedido posteriormente lo sabemos
bien: todos se mantuvieron firmes hasta el fin de su vida.
¿Qué actitud tener en la crisis? ¿Cómo vivir
la crisis? La crisis hay que vivirla perseverando en lo que somos: discípulos
de Jesús. Perseverar no significa no decaer, no dudar, no claudicar,
no sentir miedo. Perseverar consiste en saber volver a comenzar cada
día, después de cada caída, en medio de cada crisis.
Como Pedro después de negar a Jesús. Hay personas que
ante la crisis piensan que ya ha llegado el final y que no lo pueden
soportar e incluso llegan a la falsedad del suicidio. No es esto lo
que nos propone Jesús. La crisis, por profunda y grave que sea,
es siempre ocasión de crecer como cristiano y de dar testimonio
cristiano. No perdamos esa oportunidad. Podemos decir que la crisis
es tiempo especial de evangelización. ¡Cuánto se
predica con el testimonio! Para dar ese testimonio es necesario que
la crisis la veamos con los ojos de Jesús, tomemos las decisiones
que tomaría él y actuemos con la sensatez con la que actuaría
Él.
Los cristianos conocemos la vida de los Santos que han sabido perseverar
como cristianos también en la crisis. Y no sólo me refiero
a la vida de los hombres y mujeres reconocidos oficialmente como Santos
en la Iglesia. Me refiero también a esos otros santos que cada
uno de nosotros ha tratado personalmente y a quienes la crisis no los
"destiñó", sino que la vivieron o la viven perseverando
como discípulos de Jesús. Así se han crecido como
cristianos, y su testimonio nos ayuda a vivir henchidos de esperanza.
Que en la fiesta familiar y nacional que es la Navidad de este desconcertante
año 2001, la contemplación del Niño de Belén
nos colme de esperanza... para perseverar.