Revista Vitral No. 46 * año VIII * noviembre-diciembre 2001


PATRIMONIO

 

MORAL CONTRA CORRUPCIÓN:

LÍMITES Y VIGENCIAS DE EDUARDO CHIBÁS

BELISARIO CARLOS PI LAGO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



Para los que estamos enfrascados en el mejoramiento de la nación, reflexionar sobre la vida política de Eduardo René Chibás, además de una obligación, constituye una imperiosa necesidad.
Su idea, caracterizada por la sencillez, cabe toda en una de sus expresiones: "Los malos políticos -decía- le roban al pueblo para enriquecerse; todas las luchas políticas nacionales tienen su origen en la falta de honradez; es indispensable, por lo tanto, poner las riendas de la República en manos limpias". La idea de la honradez administrativa para refundar moralmente el dominio político es la esencia del movimiento que inició desde el Partido Auténtico y continuó hasta su muerte al frente del Partido Ortodoxo.
La moral como componente cultural encargado de regular las conductas humanas en las relaciones sociales incluye, pero no se limita, a la honradez administrativa. Chibás simplificó el concepto para concentrar todo su esfuerzo y pasión en lo que consideraba la vía principal para acceder al poder. Su valor principal estuvo en llamar la atención sobre la corrupción en un momento en que este mal alcanzaba límites insoportables en la Cuba republicana.
En una nación en formación, donde los aspectos ético-morales siempre fueron deficitarios, plantearse el cambio a partir de la honradez administrativa era, sin duda, insuficiente para los cambios esenciales que se necesitaban. La consigna "¡Vergüenza contra dinero!" servía perfectamente para alcanzar el poder como objetivo inmediato, pero no para fundar la nación honrada y con la justicia social que preconizaba.
La mayor parte de la importancia que daba a la honradez administrativa está en su concepción de la justicia social. La misma no se basaba en la necesidad de diversificar la propiedad, la lucha contra la discriminación y otras reformas esenciales, sino que consideraba a la corrupción como su causa. El beneficio del apogeo económico no se traducía en justicia social, gracias a la corrupción imperante.
Cuba demandaba una transformación estructural capaz de romper el monopolio elitista de la economía y la política que mantenía marginados a importantes sectores sociales de la nación. Para ello era necesario tener en cuenta la psicología social y los déficit ético-morales y culturales de gobernantes y gobernados, así como el fortalecimiento de la sociedad civil para garantizar la participación cívica de los ciudadanos como sujetos de los cambios.
En ausencia de un proyecto orgánico, Chibás concibió un paraíso perfecto construido mentalmente desde su imaginación para imponerlo a una realidad compleja: expulsar a los ladrones del poder y situar en su lugar a un hombre honrado, servidor de la nación. Ese hombre tenía que ser aquel extraño caso en la República que no apetecía, no precisaba del patrimonio nacional, aquel Mesías que necesitaba del poder y de la historia. Los cambios que Chibás quería para cuba tenían que realizarse desde el dañino esquema del personalismo y el caudillismo, dos de los fenómenos culturales más negativos y arraigados en nuestra historia.
Chibás tenía un propósito: destruir el orden existente. En una oportunidad expresó: "No se puede construir una nación sobre cimientos podridos. Por eso hay que talar y destruir primero para desecar el pantano y edificar después sobre una base sana".Pero la concepción de la inmediatez, de la urgencia, no dejó espacio para la elaboración de ese proyecto político y, por tanto, responder a las condiciones concretas existentes. Chibás se proponía, sencillamente, desmantelar el orden establecido. El nuevo orden era su propia persona.
Tampoco tuvo en cuenta un hecho cultural negativo de nuestro pueblo. La moral de sobrevivencia generada por los resultados negativos de la política colonial y republicana, expresada en la indiferencia, el choteo y la doble moral. El mismo Cuibás reconocía que "nuestro pueblo se informa del latrocinio de los gobernantes con la misma calma que lee las páginas de los muñequitos de colores o escucha los programas de radio". Un pueblo desesperanzado, marginado de la participación política y económica y con una sociedad civil débil no estaba dispuesto a comenzar nuevas batallas, para eso estaban hombres excepcionales como Eduardo Chibás.
Por ello golpeó desesperadamente en la conciencia de la ciudadanía indiferente: "Pueblo de Cuba, despierta". Pero la realidad era otra y Chibás trata de imponerle su esquema al margen de la experiencia, la historia y la psicología social. Alguien expresó a su muerte: Chibás era un hobre imbuido de ideas mesiánicas sobre la historia, la moral y la política.
Chibás es un ejemplo paradigmático de la imposibilidad de realizar cambios sociales desde la democracia representativa si ésta no está acompàñada de la correspondiente cultura cívica y democrática y de una sociedad civil fuerte como condición de la participaciçón ciudadana. Ésa es una de las enseñanzas esenciales que nos dejó aquel mártir del adecentamiento público.

 

 

Revista Vitral No. 46 * año VIII * noviembre-diciembre 2001
Tomado de Cubaencuentro. Com