Revista Vitral No. 45 * año VIII * sept.-octubre 2001


REFLEXIONES

 

LA ESPIRITUALIDAD: LA FUERZA PARA LA VIDA

HNA. CASIMIRA GALLEGO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

He colocado este título a estas ideas que voy a compartir con ustedes porque es una afirmación que me convence.
Quiero centrar la reflexión en lo fundamental de la espiritualidad del cristiano ya que el Consejo de Laicos está integrado por cristianos, y cristianos con cierta responsabilidad dentro de la Iglesia. El Consejo de Laicos, aunque tenga una especificidad, vivirá la espiritualidad que vivan ellos.
Hablar de definiciones de la espiritualidad sería lo menos importante para un grupo como éste. Sin embargo, no está demás aclarar algunas ideas.
La espiritualidad es un talante existencial que brota de la fe y del amor y genera prácticas a favor de la vida.
Sabemos que la fe es un encuentro interpersonal con Dios cuya iniciativa viene de Él, pero no prospera sin la intervención libre y responsable de la persona, y en este sentido, la fe conlleva siempre una práctica existencial. La fe brota del amor y moviliza la vida para responder a la invitación de Dios. Así lo vemos en la conducta de Jesús. Así lo vemos también en Abraham, prototipo de la fe y de la espiritualidad: un compromiso existencial, una salida de sí mismo, una total confianza en Dios que se manifiesta en la práctica de la vida. (Sat. 2, 21-25; Gal, 3, 6).
La espiritualidad centra la existencia humana dentro de las obras del Espíritu, se expresa en una determinada visión de la vida, de la historia.
Es importante tener claro la experiencia que uno tiene de sí mismo para hacer un ejercicio de espiritualidad, o sea, para entrar en una relación, en una acogida de Dios en mi vida. Importante es ver la autenticidad, la significación (qué soy y qué significo): la transparencia, (que los otros me puedan percibir como soy). Todo esto es una experiencia de ser persona. En la persona importa la relación con las personas, con el mundo, con las creaturas. Estoy en el mundo pero no soy del mundo, soy diferente.
Después viene la experiencia de Dios. Esta experiencia a veces no es unificada en el mismo momento ni en la misma relación. Podemos tener experiencia con el Padre, con el Hijo o con el Espíritu Santo.
En la dimensión con el Padre se experimenta especialmente el sentido de protección-paternidad. En la experiencia con el Hijo es de filiación, se hace con el engendrado, el encarnado-Jesucristo. La relación es más horizontal-vertical (las dos son necesarias). Es importante el servicio en la divinidad del Hijo. El trabajo que dignifica, la humanidad que humaniza es una misión del Hijo. El rescate del mundo se hace por este servicio fiel.
La relación con el Espíritu es como la más difícil de identificar. "El viento sopla donde quiere y tú oyes su silbido, pero no sabes de donde viene, ni a donde va. Lo mismo sucede con el Espíritu. (Jn. 3, 8). El Espíritu es dador de vida, de amor, no se ve pero se siente, se notan sus frutos. Es como el azúcar en el café o la sal en la comida: no la vemos, pero sentimos su sabor. El Espíritu endulza y sazona la vida, aún en medio de las tribulaciones. La experiencia del Espíritu es vivificadora, reanimadora. (Ez. 37, 3-6, ss.). En hebreo es RUAJ, de Dios, viento que trae la vida, la fuerza, la luz, es Él el que nos hace participar de la vida de Dios y nos une al Señor Jesús, para llegar a ser con Él un solo espíritu. (1 Cor. 6, 17). Es el Espíritu creador, renovador de la esperanza, de la vida nueva. El Espíritu de la novedad total y creativa, capaz de inspirarnos en las distintas situaciones de la vida las más variadas respuestas. (Is. 43, 19; Jer. 31, 31; Ez. 26, 26-27; Rom. 6, 4; 2 Cor. 5, 17; Col. 3, 10).
Una verdadera espiritualidad es incluyente de la obra del Espíritu en el cuerpo, en el alma y en el corazón: o sea, que toda la vida sea movida por el Espíritu: toda, sea profesional, familiar, afectiva, sexual, intelectual o mental; que todo nuestro ser esté habitado por el Espíritu. (1- Tes. 5, 23).
La espiritualidad es una fuerza que hace ver toda la vida cotidiana como presencia sacramental de Dios y aporta soluciones allí donde a veces parece no haber salida. El camino de la espiritualidad es el de la afectividad, no el de la racionalidad. La relación, la acogida, la búsqueda. Todo el modo de ver a Dios corresponde al modo de ver a la persona, el mundo, la creación, la organización. Tenemos una gran escuela: San Francisco de Asís. Todo tiene relación con Dios, nada puede estar separado. Los Salmos bíblicos nos revelan esta gran realidad.
La espiritualidad es una cuestión más vital que moral. Las normas son creadas para preservar el espíritu y no podemos confundir las buenas costumbres con la espiritualidad. Todas las leyes, normas y ritos son parte de un proceso para hacer a la persona propicia a la acción del Espíritu. La acción del Espíritu es siempre soberana.
Dios se comunica continuamente con nosotros desde dentro y desde fuera. Antes que nosotros respondamos a su presencia, Dios ya está dentro de nosotros más íntimamente que nosotros mismos. Que nos dejemos impactar por esa cercanía o no le demos paso, depende ya de nuestra libertad.
Las mociones del Espíritu no llegan sólo mediante la enseñanza oficial de la Iglesia, también se manifiesta en el pueblo fiel que a veces participa de los anhelos y esperanzas suscitados por el Espíritu en el corazón de los seres humanos. Hay que hacer una buena conexión entre la verdad revelada por el Evangelio y los signos que brotan en el dinamismo de nuestra historia. Tenemos que tener una verdadera escucha y humilde apertura a los signos del Espíritu en nuestro entorno. La dificultad mayor no está en aceptar unas verdades reveladas en la Biblia, sino en reconocer la verdad que va brotando cada día en nuestra historia humana. Podemos confesar estas verdades con la inteligencia sin que influyan en la práctica de la vida. ¿Puede ser ésta nuestra realidad...?
Toda sana espiritualidad prioriza el discernimiento humano y cristiano. Precisamente es uno de los hábitos que tiene que caracterizar a un Consejo de Laicos. Descubrir lo que Dios quiere, aquí y ahora, en una circunstancia concreta, es tener espiritualidad. Pero la espiritualidad no se improvisa, es un talante o estilo de vida que se ha ido gestando en aquellos cristianos que se han tomado en serio su Bautismo, la conciencia de haber sido ungidos por el Espíritu.
Esta realidad nuestra, esta "curva" cerrada y oscura por la que pasamos reclama la rectitud, la apertura y la luminosidad de estos cristianos bautizados ungidos por el Espíritu, no sólo pasados por el agua y el óleo. A veces enfrentamos nuestra tarea de laicos fríos y sin energías, tristes y tímidos. Tendríamos que preguntarnos: ¿ardimos de verdad, verdad, alguna vez...?
Muchas mujeres y hombres de nuestra historia, conocidos o no, nos explican con su vida que para ser seguidores de Cristo hay que dar un "SI" que nos haga "salir de si", de las superficies donde flotan condicionamientos, definiciones sin interpelación, leyes y costumbres en las que hemos puesto excesiva confianza y seguridad. Cuando uno se atreve a sumergirse en la experiencia de Dios la vida se manifiesta diferente, los ojos y los oídos se nos abren a otra realidad, valoramos lo que nos sucede, somos capaces de descubrir la mano de Dios que nos acoge, que nos muestra el camino.
"Bíblicamente hablando la mejor actitud humana para favorecer la experiencia del Espíritu es el ejercicio diario de la obediencia a la vida, fundamentalmente obtenida en la oración-contemplación".
"Habitada por el Espíritu una persona, un grupo progresa en la comprensión de su propia humanidad, de la verdad, de la justicia y de la divinidad".

 

 

 

Revista Vitral No. 45 * año VIII * sept.-octubre 2001

Hna. Casimira Gallego
Religiosa Carmelita del Sagrado Corazón. Asesora del Consejo Diocesano de Laicos, Bahía Honda.

Esta reflexión fue pronunciada en la VI Sesión del Consejo de Laicos de la Diócesis de Pinar del Río.