Revista Vitral No. 45 * año VIII * sept.-octubre 2001


TEATRO

 

HOMENAJE A ANTÓN ARRUFAT

PEQUEÑA PROFESIÓN DE FE

Con la publicación, en exclusiva, de este relevante texto, leído por el poeta Antón Arrufat en el reciente homenaje que la UNEAC le ofreciera por sus sesenta años, La Revista del Vigía se une a la celebración de tal aniversario y anuncia la próxima aparición de Celare Navis y otros poemas, en la colección Del San Juan.
( Tomado de La Revista del Vigía Vol. 6: nº 2. Matanzas, 1995, pp. 107-110)

 

 

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LOS SIETE CONTRA TEBAS,
de ANTON ARRUFAT

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cerca de esta hora, alrededor de las cuatro de la tarde, durante nueve años exactos, desde 1971 a 1979, de lunes a viernes, con cuatro horas de trabajo los sábados, yo salía de la biblioteca de Marianao caminaba varias cuadras, subía una ruta 22 y cincuenta minutos después estaba en mi casa de Centro Habana. Cumplía con una sanción misteriosa: no tenía tiempo señalado e ignoraba la cuantía del delito. Había cometido al escribir Los siete contra Tebas, un delito que nunca se me dijo en qué consistía realmente ni qué tiempo debía pagar por cometerlo. ¿Quiénes debían decírmelo y quiénes debían perdonarme? Tampoco lo supe nunca. Es decir, nunca oficialmente, como supongo deben conocerse estas cosas, sino mediante rumores, comentarios y puertas que se mantenían cerradas. Para mí se convirtió en el delito de escribir, de escribir una obra teatral juzgada como atentatoria, según reza el prólogo que esta institución misma puso en aquellos años a la edición de la pieza, atentatoria contra principios de la Revolución. Creo que ha llegado el momento de contar públicamente el hecho. Si vivimos en una sociedad que rectifica sin declarar que se ha equivocado, no me parece sano continuar haciéndolo así. Sólo diciendo ciertas cosas ganaremos conciencia sobre ellas y un poco de lucidez. No debemos negarnos a aprender de la Historia porque nos veremos obligados a repetirla. El almacén de la Biblioteca de Marianao, formando paquetes de revistas con un cartón y una soga, sin poder recibir ni hacer llamadas telefónicas, con las visitas personales prohibidas, observado por la directora, esperé nueve años. Mi capacidad de resistencia ha sido siempre fabulosa. Creo que se fundamenta en un mecanismo de defensa inconsciente muy simple: cuando termino de hacer algo, lo olvido. O dicho con mayor precisión: me entrego de inmediato a otro hacer. En una mesa de madera rústica que había en el almacén, coloqué el manuscrito de La caja está cerrada, que tenía ochocientas páginas en letra menuda, y comencé a pasarlo en limpio, aprovechado los momentos en que la directora dejaba de observarme. Felizmente, como el manuscrito era tan cuantioso, las páginas duraron hasta que la sanción terminó en 1987. Vino entonces la rehabilitación con su ritmo pausado, gradual, según ocurren estas cosas en nuestra sociedad. Y aquí estamos, finalmente, con varios libros publicados, como cualquier otro escritor.
Si menciono este hecho en público y por mi boca, es con el fin de exorcizarlo. El caso de Los siete contra Tebas está en conocimiento de todos y subyace en este acto como algo secreto. Permítaseme, al menos por una vez, que deje de ser secreto y que lo asumamos entre todos. No conozco otro modo de ponerle punto final. Después de compartirlo, entreguemos el asunto a los historiadores futuros. Si además lo hago no es por resentimiento, que mis amigos saben que no padezco, ni por vanagloriarme de mi capacidad de resistencia, la que es un don natural que tan sólo me es dado ejercitar, ni por proclamarme víctima del Estado: lo hago por algo que tiene relación con la ética del escritor: es una profesión de fe. En cualquier momento de la Historia y en cualquier sociedad, la relación del artista con el Estado o con el poder, no resulta fácil ni placentera. Mejora a veces y luego empeora. Lo que es imprescindible es esclarecerla, y que cada cual mantenga el lugar que le corresponde. Aspiremos a una especie de equilibrio entre el Estado y el individuo. Ni un Estado tan fuerte que nos aplaste ni tan débil que nos deje indefensos.
Lo que a nosotros corresponde es realizar nuestra obra, ser fieles a ella e insobornables. Aprendí de Lezama y de Piñera que su oficio, para un escritor verdadero, es el más elevado, y bien merece la resistencia y la espera. Vivos o muertos, realizada la obra, ocupará su lugar.
Con su hachuela de desgracias y júbilos, la vida me ha pulido el corazón. Cuando era joven pensaba que el momento de agradecer no llegaría. Iba por la vida como quien todo se lo merece y a quien todo ha sido dado, escupiendo a diestros y a siniestros. El cuerpo me cantaba. Era mía la luz, para mí la noche ocurría, míos eran el porvenir y la posteridad... ¿A quién agradecerle si era mío todo?
Al cabo llega el momento de la reverencia, de la inclinación.
Ahora, a los sesenta años furiosamente cumplidos, cuando comienzo a recoger y ordenar papeles, a releer cartas, ahora que las fotos me emocionan como un presagio, y están en ellas tantos amigos muertos, ahora, que pienso que todos tienen derecho a cantar aunque no lo hagan bien, ahora, que aprendí a pasar de largo con la escupida tras los dientes, y llego a comprender que las cosas pertenecen a otros, que estaban, cuando empecé, en manos de los otros: de ellos era la rosa que veía como nueva y que mis ojos la veían a través de los suyos, ahora que hay tantos muertos a mis espaldas, permitidme que los invoque. Si pueblan mi mente, pueblan también esta sala y están parados detrás de sus cristales.
Alzan las cabezas para saludarme.
Yo les soy fiel, y no les temo. Muchos ratos paso en su compañía. Escuchad. Empieza el desfile de los muertos amados
Escuchad, sombras mías.
Agradezco a mi padre el haberme engendrado en una noche de amor. Mi padre me llevó ante el vacío de la escritura y me dijo: "¿es cierto que quieres? Escribe algo. Si vale, te dejaré en paz. No serás abogado".
Mi madre, con su cabellera de mora y su diente montado. "Hijo mío, persevera. Yo no entiendo lo que escribes, pero sé que debes hacerlo".
Los dos murieron antes de que el hijo escribiera un libro.
Agradezco a Virgilio Piñera, que me ofreció amistad -creadora, crítica, dolorosa, acerba-, como debe ser. Cuando él murió, no tuve con quien hablar, El mundo se me empobreció. Nadie sabía como él lo que era escribir. Con sus ojos enormes veía el horror. Desde la muerte alza todavía la mano para ayudarme a cruzar.
Agradezco a mis amantes muertos, hombres y mujeres, que me entregaron una porción de felicidad posible. Dondequiera que estén, sepan que no olvido ese amor, vuelto contra la oscura pared, en la cama en que me hundo cada día y resucito.
A Calvert Casey, que me acompañó hasta su partida.
A José Rodríguez Feo, que me llevó a ciclón cuando yo era solamente un muchacho, y tuvo fe y me pidió que escribiera.
A Olga Andreu, que me llamaba "imbécil" con todas sus letras y me quería tanto.
A Eloína, que me mandaba cada mediodía un plato de comida, sin pedirme nada a cambio. Sólo que le leyera lo que escribía. Murió, y la llevé al cementerio. No la he vuelto a ver. Tengo tantas páginas que leerle desde entonces.
Al hombre que yo fui, y que miro espantado en los retratos, como si hubiera muerto.
A Raúl Martínez, que hizo la portada de mis libros de juventud, y mueve la hoja seca de un árbol con su mano de pintor.
Escuchad, sombras mías.
Gracias, gracias... Es todo.

 

 

Revista Vitral No. 45 * año VIII * sept.-octubre 2001

Antón Arrufat
(1935)
Poeta, novelista y dramaturgo cubano. Harecibido varios premios en eventos nacionales. Le fue otorgado
recientemente el Premio Nacional de Literatura.