Como parte
del rescate de nuestras tradiciones culturales y de la importancia
de preservar todo el legado de viejas generaciones, ponemos a disposición
de especialistas e interesados en el tema del mueble el presente artículo.
Por su extensión decidimos brindar toda la información
en dos partes para un mayor entendimiento y disfrute en términos
generales. |
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El mueble comienza a desarrollarse
en nuestro país a principios del siglo XVI como un indispensable
mobiliario doméstico hasta ya entrado el siglo XIX, siempre acorde
a los cambios socioeconómicos que tuvieron lugar en la metrópolis,
que mantendría siempre su influencia, determinante unas veces
y paralela o atenuada otras.
Las piezas más utilizadas en la isla, allá por el año
1600, eran el taburete, el catre, los bancos y los arcones; las excepciones
en este caso se producían con la importación de ejemplares
españoles que, por otra parte, sentaban las pautas estilísticas
a seguir por los carpinteros residentes en la Colonia.
Caracterizado el mueble por su simplicidad de líneas, la escasez
de talla y los ángulos rectos, dada las características
rígidas del Renacimiento Histórico, eran acentuados por
la carencia de mano de obra especializada, siendo el propio carpintero
el que hacía su morada, a pesar de la pobreza económica
del marco ambiental donde desarrollaba su vida.
Extendiéndose tan precaria situación del mueble, hasta
el siguiente siglo, no se evidenciaron variaciones en las primeras cinco
décadas, y no fue hasta finales del siglo XVIII que se produce
el gran salto, cualitativo y cuantitativo, hablando de este objeto en
cuestión.
La entrada legal e ilegal de muebles a la isla, así como también
de piezas y artículos suntuarios, llevada a cabo por corsarios
y piratas, se mantuvo y elevó gradualmente.
Ya a partir de la toma de La Habana por los ingleses y, posteriormente,
con la relativa libertad del comercio, unido todo esto al nacimiento
de una oligarquía criolla, se produjo un ascenso del gusto por
lo suntuoso y el deseo, por parte de la burguesía imperante,
de poblar sus casas-mansiones con inmensos juegos de salón, recámara,
comedor y otros muebles no tan imprescindibles, pero que descubrían
el poder económico y concordaban perfectamente con la imagen
de afianzamiento material que perseguía reflejar.
En medio de tal situación se produce cierto cruce y, en ocasiones,
una sustitución de modelos españoles por ingleses y algún
que otro estilo de actualidad en Norteamérica, todo gracias al
comercio con las trece colonias. Así nos encontramos indistintamente
con taburetes castizos, a la par que taburetes a la inglesa de última
moda.
A cargo de los propios carpinteros, y ocasionalmente de los carpinteros
de ribera, se comienza a fabricar una mayor variedad de muebles que
denotan una elaboración y acabado de calidad, dejando atrás
la rigidez y la sequedad renacentistas, como preámbulo del estilo
"imperio" que domina hasta la primera mitad del siglo XIX.
(Fotos 1 y 2).
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