He colocado este título
a estas ideas que voy a compartir con ustedes porque es una afirmación
que me convence.
Quiero centrar la reflexión en lo fundamental de la espiritualidad
del cristiano ya que el Consejo de Laicos está integrado por
cristianos, y cristianos con cierta responsabilidad dentro de la Iglesia.
El Consejo de Laicos, aunque tenga una especificidad, vivirá
la espiritualidad que vivan ellos.
Hablar de definiciones de la espiritualidad sería lo menos importante
para un grupo como éste. Sin embargo, no está demás
aclarar algunas ideas.
La espiritualidad es un talante existencial que brota de la fe y del
amor y genera prácticas a favor de la vida.
Sabemos que la fe es un encuentro interpersonal con Dios cuya iniciativa
viene de Él, pero no prospera sin la intervención libre
y responsable de la persona, y en este sentido, la fe conlleva siempre
una práctica existencial. La fe brota del amor y moviliza la
vida para responder a la invitación de Dios. Así lo vemos
en la conducta de Jesús. Así lo vemos también en
Abraham, prototipo de la fe y de la espiritualidad: un compromiso existencial,
una salida de sí mismo, una total confianza en Dios que se manifiesta
en la práctica de la vida. (Sat. 2, 21-25; Gal, 3, 6).
La espiritualidad centra la existencia humana dentro de las obras del
Espíritu, se expresa en una determinada visión de la vida,
de la historia.
Es importante tener claro la experiencia que uno tiene de sí
mismo para hacer un ejercicio de espiritualidad, o sea, para entrar
en una relación, en una acogida de Dios en mi vida. Importante
es ver la autenticidad, la significación (qué soy y qué
significo): la transparencia, (que los otros me puedan percibir como
soy). Todo esto es una experiencia de ser persona. En la persona importa
la relación con las personas, con el mundo, con las creaturas.
Estoy en el mundo pero no soy del mundo, soy diferente.
Después viene la experiencia de Dios. Esta experiencia a veces
no es unificada en el mismo momento ni en la misma relación.
Podemos tener experiencia con el Padre, con el Hijo o con el Espíritu
Santo.
En la dimensión con el Padre se experimenta especialmente el
sentido de protección-paternidad. En la experiencia con el Hijo
es de filiación, se hace con el engendrado, el encarnado-Jesucristo.
La relación es más horizontal-vertical (las dos son necesarias).
Es importante el servicio en la divinidad del Hijo. El trabajo que dignifica,
la humanidad que humaniza es una misión del Hijo. El rescate
del mundo se hace por este servicio fiel.
La relación con el Espíritu es como la más difícil
de identificar. "El viento sopla donde quiere y tú oyes
su silbido, pero no sabes de donde viene, ni a donde va. Lo mismo sucede
con el Espíritu. (Jn. 3, 8). El Espíritu es dador de vida,
de amor, no se ve pero se siente, se notan sus frutos. Es como el azúcar
en el café o la sal en la comida: no la vemos, pero sentimos
su sabor. El Espíritu endulza y sazona la vida, aún en
medio de las tribulaciones. La experiencia del Espíritu es vivificadora,
reanimadora. (Ez. 37, 3-6, ss.). En hebreo es RUAJ, de Dios, viento
que trae la vida, la fuerza, la luz, es Él el que nos hace participar
de la vida de Dios y nos une al Señor Jesús, para llegar
a ser con Él un solo espíritu. (1 Cor. 6, 17). Es el Espíritu
creador, renovador de la esperanza, de la vida nueva. El Espíritu
de la novedad total y creativa, capaz de inspirarnos en las distintas
situaciones de la vida las más variadas respuestas. (Is. 43,
19; Jer. 31, 31; Ez. 26, 26-27; Rom. 6, 4; 2 Cor. 5, 17; Col. 3, 10).
Una verdadera espiritualidad es incluyente de la obra del Espíritu
en el cuerpo, en el alma y en el corazón: o sea, que toda la
vida sea movida por el Espíritu: toda, sea profesional, familiar,
afectiva, sexual, intelectual o mental; que todo nuestro ser esté
habitado por el Espíritu. (1- Tes. 5, 23).
La espiritualidad es una fuerza que hace ver toda la vida cotidiana
como presencia sacramental de Dios y aporta soluciones allí donde
a veces parece no haber salida. El camino de la espiritualidad es el
de la afectividad, no el de la racionalidad. La relación, la
acogida, la búsqueda. Todo el modo de ver a Dios corresponde
al modo de ver a la persona, el mundo, la creación, la organización.
Tenemos una gran escuela: San Francisco de Asís. Todo tiene relación
con Dios, nada puede estar separado. Los Salmos bíblicos nos
revelan esta gran realidad.
La espiritualidad es una cuestión más vital que moral.
Las normas son creadas para preservar el espíritu y no podemos
confundir las buenas costumbres con la espiritualidad. Todas las leyes,
normas y ritos son parte de un proceso para hacer a la persona propicia
a la acción del Espíritu. La acción del Espíritu
es siempre soberana.
Dios se comunica continuamente con nosotros desde dentro y desde fuera.
Antes que nosotros respondamos a su presencia, Dios ya está dentro
de nosotros más íntimamente que nosotros mismos. Que nos
dejemos impactar por esa cercanía o no le demos paso, depende
ya de nuestra libertad.
Las mociones del Espíritu no llegan sólo mediante la enseñanza
oficial de la Iglesia, también se manifiesta en el pueblo fiel
que a veces participa de los anhelos y esperanzas suscitados por el
Espíritu en el corazón de los seres humanos. Hay que hacer
una buena conexión entre la verdad revelada por el Evangelio
y los signos que brotan en el dinamismo de nuestra historia. Tenemos
que tener una verdadera escucha y humilde apertura a los signos del
Espíritu en nuestro entorno. La dificultad mayor no está
en aceptar unas verdades reveladas en la Biblia, sino en reconocer la
verdad que va brotando cada día en nuestra historia humana. Podemos
confesar estas verdades con la inteligencia sin que influyan en la práctica
de la vida. ¿Puede ser ésta nuestra realidad...?
Toda sana espiritualidad prioriza el discernimiento humano y cristiano.
Precisamente es uno de los hábitos que tiene que caracterizar
a un Consejo de Laicos. Descubrir lo que Dios quiere, aquí y
ahora, en una circunstancia concreta, es tener espiritualidad. Pero
la espiritualidad no se improvisa, es un talante o estilo de vida que
se ha ido gestando en aquellos cristianos que se han tomado en serio
su Bautismo, la conciencia de haber sido ungidos por el Espíritu.
Esta realidad nuestra, esta "curva" cerrada y oscura por la
que pasamos reclama la rectitud, la apertura y la luminosidad de estos
cristianos bautizados ungidos por el Espíritu, no sólo
pasados por el agua y el óleo. A veces enfrentamos nuestra tarea
de laicos fríos y sin energías, tristes y tímidos.
Tendríamos que preguntarnos: ¿ardimos de verdad, verdad,
alguna vez...?
Muchas mujeres y hombres de nuestra historia, conocidos o no, nos explican
con su vida que para ser seguidores de Cristo hay que dar un "SI"
que nos haga "salir de si", de las superficies donde flotan
condicionamientos, definiciones sin interpelación, leyes y costumbres
en las que hemos puesto excesiva confianza y seguridad. Cuando uno se
atreve a sumergirse en la experiencia de Dios la vida se manifiesta
diferente, los ojos y los oídos se nos abren a otra realidad,
valoramos lo que nos sucede, somos capaces de descubrir la mano de Dios
que nos acoge, que nos muestra el camino.
"Bíblicamente hablando la mejor actitud humana para favorecer
la experiencia del Espíritu es el ejercicio diario de la obediencia
a la vida, fundamentalmente obtenida en la oración-contemplación".
"Habitada por el Espíritu una persona, un grupo progresa
en la comprensión de su propia humanidad, de la verdad, de la
justicia y de la divinidad".