Como ya ocurrió hace un
año durante su visita a Tierra Santa, parece que los adjetivos
se quedan cortos para calificar el desarrollo de los acontecimientos.
"Con bastón, sí, pero ha dado un paso de gigante",
titulaba su comentario un analista italiano. En el fondo de las metáforas
con las que se han descrito este viaje de Juan Pablo II, que clausura
la peregrinación jubilar que le ha llevado a los lugares unidos
a la historia de la salvación, está la constatación
de que "no ha dejado que la historia suceda, sino que él
mismo ha dirigido la historia".
No ha dejado que la historia suceda,
sino que él mismo ha dirigido la historia.
Las principales dificultades del viaje no han sido desde luego el desgaste
físico del Pontífice. No hay más que ver los condicionamientos
con los que ha viajado a Atenas, que a cualquier mandatario le hubieran
parecido (con razón) humillantes. Y, aunque mucho más
festivo, el viaje a Damasco suponía volver a enfrentarse con
el nervio descubierto de la situación en Tierra Santa, en la
que cualquier palabra o gesto siempre es capaz de herir susceptibilidades,
y en la que los llamamientos a favor de la paz acaban siempre ahogados
por el ruido de las armas.
A Atenas, el Papa llegó como jefe de Estado y no como líder
religioso; en peregrinación personal, y no como pastor de la
Iglesia; con el veto a uno de los miembros de su séquito (el
prefecto de la Congregación vaticana para las Iglesias Orientales,
mal visto por los ortodoxos); sin ningún representante de la
Iglesia ortodoxa que le acogiera en el aeropuerto.
En el programa no estaba prevista ninguna oración común
con los ortodoxos, ni tan siquiera una comida en común; incluso
para evitar que el acto en el Areópago tuviera, aun de lejos,
la apariencia de rito religioso, los representantes ortodoxos se opusieron
a que se tocara el Aleluya de Händel (se cambió por un pasaje
de Las cuatro estaciones de Vivaldi, no considerada música religiosa).Para
la misa del Papa con la minoría católica (unos 50.000
griegos, más otros 150.000 de otras nacionalidades, sobre todo
polacos, filipinos e italianos) se había pedido el estadio olímpico,
con capacidad para 80.000 plazas, pero solo obtuvieron un polideportivo
(de 18.000 plazas). Naturalmente, nada de papamóvil ni baños
de multitudes; más bien lo contrario: el riesgo de la ruidosa
contestación de algunas minorías radicales.
Y el elenco puede continuar: las negociaciones para llegar a la declaración
conjunta, que se leyó en el Areópago, que no contiene
en realidad ninguna mención a temas particularmente delicados,
fueron extenuantes. El texto se aprobó "después de
mil difi-cultades y de una verdadera guerra de nervios", según
relató Teodoro Contidis, de la oficina de prensa de la Conferencia
Episcopal griega. Entre otras cosas, los ortodoxos querían una
toma de posición del Papa sobre la cuestión de Chipre
(cuya mitad fue ocupada por los turcos en 1974), lo que hubiera dado
al mensaje un tono político fuera de lugar.
Luego estuvo el problema de si besaría o no el suelo, como hace
en todos sus viajes en señal de respeto por el país que
le acoge (desde 1994 dejó de arrodillarse en el aeropuerto y
se le ofrece una vasija con tierra). En este caso, también hubo
oposición de los representantes ortodoxos, que consideraban el
gesto como una especie de violación del suelo sacro.
Hay que remontarse a 1989, con ocasión del viaje a Dili, capital
de Timor Oriental, la colonia portuguesa ocupada militarmente por Indonesia,
para recordar otra circunstancia en la que el beso a la tierra había
sido problemático: pero en aquella ocasión se había
convertido en un problema político, no religioso.
Si la besaba, era como reconocer la independencia; si no la besaba,
era admitir la invasión, y hubiera supuesto además una
fuerte desilusión para la población local. Al final, el
Papa besó un crucifijo... extendido sobre la tierra.
Memoria histórica
Se hacía patente que toda esa desconfianza no era sino manifestación
de siglos de resentimiento. El arzobispo Christodoulos, primado de la
Iglesia ortodoxa griega, vino a decir públicamente que habían
aceptado el viaje por imposición del gobierno. Si bien su actitud
personal era más moderada, en su in-tervención ante el
Papa subrayó que la Iglesia ortodoxa esperaba desde hacía
siglos las excusas católicas que nunca habían llegado.
Uno de los principales agravios que pesan en la memoria ortodoxa es
la cuarta cruzada, de 1204, que saqueó Constantinopla. Un triste
episodio histórico que de hecho está ausente de la memoria
histórica de los países latinos, pero que en Grecia se
estudia con atención, y con alguna distorsión, en las
escuelas: se presenta como algo querido por el Papa, cuando se sabe
que Inocencio III se horrorizó al conocer la noticia y excomulgó
a los responsables. Ese acto vandálico estuvo motivado por la
ambición política de algunos de los caballeros cruzados,
capitaneados por Venecia (que buscaba la supremacía comercial).
Comentando esta mentalidad histórica, el arzobispo católico
de Atenas, Mons. Nicolaos Fóscolos, explicó que "cuando
los ortodoxos hablan de la cuarta cruzada te llevas la impresión
de que se trata de un evento de la Segunda Guerra Mundial, y no de algo
ocurrido hace ochocientos años".
En este cahier de doléances, y dejando al margen disputas doctrinales,
habría que recordar también el Concilio de Florencia (1441-42),
donde casi se chantajeó a los enviados orientales para que aceptaran
la autoridad papal a cambio de ayuda contra el turco. La atmósfera
anticatólica se ha agudizado con dos hechos recientes: la actividad
de las comunidades católicas de rito oriental (que los ortodoxos
ven como una especie de quinta columna católica en territorio
ortodoxo) y el conflicto balcánico, en el que -según esa
mentalidad- el Papa estaba en el bando opuesto a los serbios ortodoxos.
Estas razones ayudan a comprender por qué los católicos
son, de hecho, ciudadanos de segunda clase en Grecia.
El Papa cambia el ambiente
En honor a la verdad, las voces en contra del viaje -también
por lo pintoresco de una protesta protagonizada por popes de blancas
barbas -han oscurecido otras voces a favor de la visita. Una de ellas
fue la del profesor Constantino Charalampidis, docente de arqueología
paleocristiana y bizantina en la Facultad de Teología de Tesalónica.
"Soy muy favorable al viaje del Papa. Es un gesto muy importante
de caridad y agradecimiento. Creo que los atenienses serán muy
fieles a su tradición de acogida y le tratarán con seriedad
y honor. Este viaje será memorable y constituirá una piedra
miliar para la futura mejora de las relaciones ecuménicas".
El hecho es que al final de las veinticuatro horas que el Papa pasó
en Atenas, el ambiente, en efecto, había cambiado. Un miembro
del Santo Sínodo dijo que las negociaciones en torno al viaje
habían sido como pintar un icono: algo difícil, delicado,
pero que al final valió la pena. Thomas Synodinos, canciller
de la archidiócesis ortodoxa, dijo que "en general, los
griegos han visto con buenos ojos la visita.
Incluso los que no la veían bien han cambiado de opinión".
La noche de la llegada del Papa, la televisión dio la noticia
de una encuesta según la cual el 99% de los griegos eran favorables
a la visita. En contra de lo previsto en un primer momento, la televisión
-estatal y privada- emitió prácticamente todos los actos,
de modo que todos pudieron ver la actitud del Papa y oír sus
palabras, especialmente la tan esperada petición de perdón.
En las relaciones entre católicos y ortodoxos, dijo, pesan "las
controversias pasadas y presentes y las persistentes incomprensiones".
Es preciso un "proceso liberador de purificación de la memoria".
"Por las ocasiones pasadas y presentes, en las que los hijos de
la Iglesia católica han pecado con acciones u omisiones contra
sus hermanos y hermanas ortodoxos, ¡que el Señor nos conceda
el perdón que le pedimos!".
Deshielo
"Algunos recuerdos -prosiguió el Papa, en su discurso en
la sede del arzobispado ortodoxo de Atenas- son particularmente dolorosos
y algunos eventos del lejano pasado han dejado heridas profundas en
la mente y en el corazón de las personas de hoy. Pienso en el
saqueo desastroso de la ciudad imperial de Constantinopla, que ha sido
durante tanto tiempo bastión del cristianismo en Oriente. Es
trágico que los saqueadores, que se habían propuesto garantizar
a los cristianos el libre acceso a la Tierra Santa, se volviesen contra
sus propios hermanos en la fe. El hecho de que fueran cristianos latinos
llena a los católicos de profundo pesar. ¿Cómo
no ver ahí el mysterium iniquitatis actuando en el corazón
humano? Solo a Dios corresponde el juicio y, por tanto, confiamos el
peso del pasado a su infinita misericordia, implorándole que
cure las heridas que todavía causan sufrimiento al espíritu
del pueblo griego".
La reacción no se hizo esperar. El arzobispo ortodoxo Christodoulos,
que rompió en un aplauso apenas oyó las palabras del Papa,
se mostró después "muy feliz", e incluso bromeó
con algunos miembros del séquito papal. Al comentarle el cardenal
Arinze que su misión era el diálogo interreligioso, le
dijo: "Debe de ser un trabajo muy arduo". Algunos incluso
oyeron un cambio de comentarios entre el Papa y el arzobispo a propósito
del uso de los respectivos bastones: uno por la salud y otro pastoral...
El archimandrita Vasilio Drossos, de la archidiócesis de Atenas,
calificó las frases del Papa como "algo muy, muy positivo.
Ha pedido perdón por algo que tiene sus raíces en hechos
históricos. Ahora es el momento de mirar hacia adelante".
Le hizo eco Haris Konidarios, portavoz del arzobispado ortodoxo:
"La Iglesia ortodoxa está muy satisfecha. El gesto de amor
que ha cumplido es muy útil. Ayudará a sanar mil años
de desconfianza entre las dos Iglesias y a crear la posibilidad de un
nuevo diálogo".
Un padrenuestro en común
El día siguiente a la visita, el arzobispo Christodoulos marchó
a Moscú, donde fue acogido en el aeropuerto por el patriarca
ortodoxo ruso Alexis II. Aunque cada Iglesia ortodoxa es autónoma,
es probable que la buena impresión de Christodoulos ("estamos
orgullosos de esta visita [del Papa]: se abre una nueva era") facilite
las cosas para calmar las polémicas ante el viaje que el Papa
realizará en junio a Ucrania, donde la presencia de católicos
de rito oriental es mucho más numerosa. Algunos piensan incluso
que después de este viaje Moscú está más
cerca. Haciendo balance de la jornada se vio que incluso el conflicto
del beso al suelo se había resuelto pacíficamente, gracias
a la iniciativa de una monja: dos niños ofrecieron al Papa un
tiesto con tierra de su convento y unos ramos de olivo. También,
en contra de lo previsto, hubo un momento de oración en común.
Antes de la despedida entre el Papa y el arzobispo ortodoxo, tras su
tercer encuentro (no programado), el Papa comentó: "¿No
podríamos rezar juntos un padrenuestro en griego?". Christodoulos
accedió con gusto. L'Osservatore Romano calificó este
gesto, "realizado con sencillez", como uno de los "más
significativos de la peregrinación".
Por primera vez un Papa visita una
Mezquita
Si en Atenas el Papa había "agarrado el toro por los cuernos",
según la imagen taurina usada por un cronista italiano, en Siria
el mensaje de reconciliación lo pudo presentar en un clima mucho
más festivo. El país goza de una tradición de libertad
religiosa. El 10% de la población de Siria es cristiana, incluido
un 2% de católicos (poco más de 300.000).
Siria ha dado a la historia varios papas en el primer milenio (San Aniceto,
Sergio I, Sisino, Constantino y Gregorio III). También llamaba
la atención la actitud de los ortodoxos: ellos mismos habían
insistido para que el primer acto del Papa en Damasco (según
algunos, la capital más antigua del mundo poblada ininterrumpidamente)
fuera la visita a su catedral más representativa. De modo indirecto,
este viaje ha demostrado las divisiones de los ortodoxos: lo que es
"herético" en Atenas, es querido en Damasco. Muestra
de la complejidad de la situación geopolítica, de todas
formas, se manifestó con una ausencia significativa, la del patriarca
de los maroni-tas, el cardenal Nasrallah Sfeir, con sede en el Líbano.
Quiso evitar así que el gobierno sirio utilizara políticamente
su presencia allí como una especie de consentimiento del statu
quo. Siria mantiene todavía 35.000 soldados en el Líbano.
En la mezquita
Pero el interés de la presencia del Papa en Damasco se había
centrado en su visita a la mezquita de los Omeyas, el cuarto lugar más
santo del Islam, donde se conservan los restos de San Juan Bautista,
también venerado por los musulmanes. La mezquita está
construida sobre una basílica cristiana dedicada a San Juan Bautista
(cuando los árabes conquistaron Damasco en el año 636
convirtieron en mezquita parte del templo y en torno al 700, también
el resto).
Así pues, si en 1986 Juan Pablo II se convirtió en el
primer Papa que entró en una sinagoga, ahora sería también
el primero en entrar en una mezquita. Además de rezar en silencio
ante el memorial de San Juan Bautista, fue significativo su discurso
sobre las relaciones entre cristianos y musulmanes. "Por todas
las veces en que los musulmanes y los cristianos se han ofendido recíprocamente
debemos buscar el perdón del Omnipotente y ofrecer el perdón
los unos a los otros".
El Papa manifestó también su esperanza de que "los
responsables religiosos y los maestros musulmanes y cristianos presenten
nuestras dos grandes comunidades religiosas como comunidades en diálogo
respetuoso y nunca más como comunidades en conflicto. Es importante
que se enseñe a los jóvenes las vías del respeto
y de la comprensión, para que no tiendan a abusar de la misma
religión para promover o justificar el odio o la violencia. La
violencia destruye la imagen del Creador en sus criaturas y no debería
ser considerada nunca más el fruto de las convicciones religiosas".
"Es importante que los musulmanes y los cristianos continúen
explorando juntos cuestiones filosóficas y teológicas
con el fin de obtener un conocimiento más objetivo y completo
de las creencias religiosas del otro. Una mejor comprensión recíproca
llevará ciertamente, a nivel práctico, a un modo nuevo
de presentar nuestras dos religiones no en oposición, como ha
ocurrido demasiadas veces en el pasado, sino colaborando para el bien
de la familia humana".