Queridos hermanos
en el Episcopado:
1. Con sumo gusto les recibo hoy, Pastores de
la Iglesia de Dios peregrina en Cuba, que en estos días realizan
la visita ad Limina, con la cual renuevan su comunión con el
Sucesor de Pedro y veneran con devoción las tumbas de los Príncipes
de los Apóstoles, columnas de la Iglesia y fieles a Cristo hasta
derramar su sangre. Así mismo, han tenido importantes encuentros
con los Dicasterios de la Curia Romana y, en un clima de oración
y reflexión, han puesto de manifiesto los motivos de alegría
y esperanza, de preocupación y pena, que vive la porción
de Pueblo de Dios encomendada a su atención pastoral.
Agradezco de corazón las amables palabras que, en nombre de todos,
me ha dirigido Mons. Adolfo Rodríguez Herrera, Arzobispo de Camagüey
y Presidente de la Conferencia Episcopal, haciéndome patente
la adhesión de Ustedes y la de sus comunidades eclesiales. En
efecto, conozco bien su inquebrantable comunión con la Sede de
Pedro, y pueden estar seguros de mi afecto y cercanía en todos
los avatares de su labor pastoral.
2. Su presencia aquí me recuerda la visita
pastoral a Cuba en 1998. Fueron unos días intensos en los que
pude apreciar el calor y la acogida del pueblo cubano. En aquella memorable
ocasión dejé un mensaje pastoral, el cual sigue ayudando
para animar la vida de la Iglesia y alentar a todos en la esperanza.
Me complace saber que desde entonces han mejorado algunas cosas de particular
valor para Ustedes como son, por ejemplo, la recuperación de
la fiesta de la Navidad, la posibilidad de realizar algunas procesiones
-que forman parte de la rica piedad popular-, una mayor participación
de los católicos en la vida del País, la presencia de
algunos jóvenes cubanos en la XV Jornada Mundial de la Juventud
en Roma durante el pasado Año jubilar o un notable incremento
de la participación de los fieles en la recepción de los
Sacramentos. Hay, sin embargo, otros aspectos que aún no han
obtenido un resultado satisfactorio, pero es de esperar que, con la
buena voluntad de todos, se alcance la solución conveniente y
justa.
3. Al clausurar el Gran Jubileo de la Encarnación,
he invitado a toda la Iglesia a caminar desde Cristo, que "es el
mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8), acogiendo con renovado entusiasmo
sus palabras: "Duc in altum" (Lc 5,4) y abriéndose
con confianza al futuro. Secundando mis palabras, Ustedes, queridos
Obispos de Cuba, han aprobado el Plan Global de Pastoral 2001-2006 con
un dinamismo misionero muy acorde con la sed de Dios de vuestro pueblo
que, como os dije en La Habana, "tiene un alma cristiana"
(Homilía 25.I.1998, 7). La fe y los valores que proclama el Evangelio
son una riqueza que se debe preservar celosamente, porque está
en la raíz de la identidad cultural nacional, amenazada hoy,
como en otras partes, por una cultura masificada e informe, amparada
en algunos aspectos del proceso de globalización.
Gracias a la puesta en práctica de ese Plan, se han abierto en
muchos hogares centros de reunión de la comunidad católica,
especialmente en barrios y poblados donde durante años no ha
sido posible construir nuevos templos. Esto se ha revelado como un método
evangelizador muy en consonancia con dicho Plan Pastoral, con familias
que abren sus puertas y quieren ser comunidades vivas y dinámicas.
El nombre de "Casas de Misión o de Oración"
con que se designan está de acuerdo con el llamado a evangelizar
todos los ambientes, pues han de ser verdaderas escuelas donde se transmita
la fe e instruya en ella, a la vez que se la alimente con la plegaria.
Les aliento, pues, a continuar con creatividad anunciando el Evangelio
a todos los cubanos, y cuidando la debida formación de los animadores
de dichos centros.
En el Mensaje jubilar Ustedes afirmaban que Cuba vive "una hora
histórica". Por eso, como Pastores de todo el pueblo fiel
deben seguir iluminando las conciencias de los cubanos, orientándolos
hacia un diálogo perseverante y una reconciliación sincera.
No hay que dejarse vencer por el desánimo ante esa ardua tarea,
aún cuando su voz sea la única o sean "signo de contradicción"
(cf. Lc 2,34). Aunque no se desean enfrentamientos, la Iglesia es consciente
de que los proyectos del Señor no siempre coinciden con los criterios
del mundo sino que, a veces, incluso los contradicen.
Acogiendo con renovado vigor cada día las palabras del Señor
"Duc in altum", dirijan con audacia los destinos de esa Iglesia
tan ferviente y que tantas pruebas de fidelidad ha dado en el pasado.
Animen a los sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, seminaristas
y seglares a "remar mar adentro" en su servicio a la Iglesia
y al pueblo, siendo fieles a Cristo y a su Patria, que tanto les necesita.
Que todos caminen sin desfallecer, más aún, avanzando
siempre con nuevos proyectos que den sentido y esperanza a sus vidas.
4. Ustedes son bien conscientes de su responsabilidad
de transmitir el mensaje de Cristo como "verdaderos y auténticos
maestros de la fe, pontífices y pastores" (Christus Dominus,
2). Este mensaje ha de ser proclamado en toda su integridad y belleza,
sin dejar de lado sus exigencias y teniendo presente que la cruz forma
parte del camino de Cristo y del que recorren sus discípulos.
Guiados por el único Maestro que tiene "palabras de vida
eterna" (Lc 6, 68) los hombres y mujeres de Cuba han de saber encontrar
un sentido renovado y trascendente para sus vidas, acogiendo el amor
divino y viendo cómo se abren ante ellos tantas posibilidades
de realización personal y social.
La fe en Jesucristo, lo saben bien, actúa en el ser humano de
modo totalmente diferente a las ideologías, que son caducas y
consumen las energías de los hombres y los pueblos con metas
intramundanas, muchas de ellas, además, inalcanzables. Por eso,
es cada vez más urgente presentar la riqueza insondable de la
espiritualidad cristiana en estos comienzos del nuevo milenio, ante
un mundo cansado de las viejas ideologías, las cuales al perder
su atractivo inicial, han dejado en muchos un vacío profundo
y una falta de sentido de la vida.
5.En el ejercicio del "munus docendi",
la Iglesia, por medio de sus ministros, está llamada a iluminar
también con la luz del Evangelio los asuntos temporales y sociales
(cf. Lumen gentium, 31), procurando que sus miembros sean "testigos
y operadores de paz y justicia" (Sollicitudo rei socialis, 47).
Para ello, promueve una educación en los valores auténticos,
que sea liberadora y participativa, como han indicado Ustedes en el
Plan Global. A este respecto, ya señalé en Camagüey
cómo "la Iglesia tiene el deber de dar una formación
moral, cívica y religiosa" realizando con ello "una
siembra de virtud y espiritualidad para la Iglesia y la Nación"
(Homilía 23.I.1998, 3). Los laicos, por su parte, al beneficiarse
de esa actividad de la Iglesia, podrán perseverar en su noble
empeño de proponer y fomentar nuevas iniciativas para la sociedad
civil, no buscando la confrontación sino la justicia. Sus esfuerzos
se verán alentados por el ejemplo del Siervo de Dios el P. Félix
Varela, que se entregó sin medida a la formación de hombres
de conciencia con dos preocupaciones principales: que la vida social
y política se fundamentara en la ética y que la ética
estuviera sustentada en la fe cristiana.
6. Como expuse en mi viaje pastoral a Cuba, la
Iglesia debe presentar a los cristianos y a cuantos se interesan por
el bien del pueblo cubano las enseñanzas de su Doctrina Social.
Su propuesta de una ética social, enaltecedora de la dignidad
del hombre, muestra las posibilidades y límites del ser humano,
y también de las instituciones públicas o privadas, dentro
de un proyecto de crecimiento y desarrollo orientado al bien común
y al respeto de los derechos del hombre.
A este respecto, deseo recordar que tales derechos deben ser considerados
integralmente, desde el derecho a la vida del niño aún
no nacido, hasta la muerte natural, sin que pueda excluirse ningún
derecho individual o social, ya sean los derechos a la alimentación,
a la salud, a la educación, ya sean los derechos a ejercer las
libertades de movimiento, de expresión o de asociación.
En todo el mundo los derechos humanos son un proyecto aún no
perfectamente llevado a la práctica, pero no por eso se debe
renunciar al propósito decidido y serio de respetarlos, pues
provienen de la especial dignidad del hombre, como ser creado por Dios
a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26). Cuando la Iglesia se ocupa de
la dignidad de la persona y de sus derechos inalienables, no hace más
que velar para que el hombre no sea dañado o degradado en ninguno
de sus derechos por otros hombres, por sus autoridades o por autoridades
ajenas. Así lo reclama la justicia que la Iglesia promueve en
las relaciones entre los hombres y los pueblos. En nombre de esa justicia
dije claramente en su País que las medidas económicas
restrictivas impuestas desde el exterior eran "injustas y éticamente
inaceptables" (Discurso de despedida 25.1.1998, 4) Y lo siguen
siendo aún. Pero con esa misma claridad quiero recordar que el
hombre ha sido creado libre y, al defender esa libertad, la Iglesia
lo hace en nombre de Jesús, que vino a liberar la persona de
toda clase de opresión.
Cuando Ustedes, como Obispos católicos de Cuba, reclaman justicia,
libertad o mayor solidaridad, no pretenden desafiar a nadie, sino que
cumplen su misión, propiciando para el pueblo cubano una vida
sólidamente basada en la verdad sobre el hombre. Por ello, les
animo a continuar en el trabajo paciente en favor de la justicia, de
la verdadera libertad de los hijos de Dios y de la reconciliación
entre todos los cubanos, los que viven en la Isla y los que se hallan
en otras partes, no ahorrando esfuerzos conciliadores que permitan ampliar
siempre el trabajo caritativo de la Iglesia en la promoción humana
del pueblo.
7.Con Ustedes, y bajo su autoridad pastoral y
guía, trabajan sacerdotes, religiosos y religiosas, por desgracia
aún insuficientes para atender todas las necesidades. Pensando
en ellos vienen espontáneas a la mente las palabras del Señor:
"La mies es mucha y los operarios pocos" (Mt 9, 38). Pienso
en ellos con frecuencia y les manifiesto mi agradecimiento por todo
lo que hacen por el crecimiento de la Iglesia y las necesidades del
pueblo cubano. El espíritu misionero, tan vivo en muchos hijos
de la Iglesia, hace desear que se agilice cada vez más la entrada
de nuevos sacerdotes y religiosos para consagrarse a la misión
en su hermosa Isla, lo cual ciertamente redundará en beneficio
de todos.
Preocupados por el número de personal dedicado a la misión,
Ustedes se esfuerzan en promover y seguir con atención una pastoral
vocacional. Ésta ha de ir acompañada, en primer lugar,
por una asidua oración, pues hay que pedir al Señor que
mande nuevos operarios a su mies (cf. Ibíd). Por otra parte,
los candidatos han de ser dirigidos con prudencia y competencia para
que puedan recorrer todas las etapas que requiere el seguimiento del
Señor en la vida sacerdotal o religiosa. Es motivo de esperanza
el crecimiento sostenido de las vocaciones. A este respecto, y para
facilitar ese proceso, debería pensarse, donde fuera posible,
en la creación de Seminarios menores que acojan a los jóvenes
antes de realizar los estudios filosófico-teológicos,
de modo que se les ofrezca una formación integral a partir de
los principios morales cristianos. La construcción, ya próxima
del nuevo Seminario en la Capital -cuya primera piedra bendije- y los
logros de los Seminarios prope-déuticos y filosóficos
existentes facilitarán una preparación espiritual e intelectual
de los futuros sacerdotes nativos en mejores condiciones y que los seminaristas
de todo el país puedan prepararse adecuadamente para servir a
su pueblo.
8. En Cuba no faltan los seglares entregados,
que se esfuerzan en su propio ambiente por llevar una vida coherente
con la fe. Soy consciente de las dificultades de muchos de ellos por
su condición de creyentes, pues, como sucede en otras partes,
los condicionamientos externos no facilitan la práctica de las
enseñanzas de la Iglesia. Por eso, es un deber de Ustedes animarlos
y ayudarlos a poner en práctica sus opciones cristianas.
Así pues, sigan proclamándoles con fuerza las enseñanzas
sobre el matrimonio y la familia, la acogida de los hijos como don de
Dios y primavera de la sociedad, animándolos a colaborar a todos,
sin exclusión, para el bien común y el progreso de la
Nación. Que tengan en mucha estima las palabras del Señor
"Ustedes son la sal de la tierra... Ustedes son la luz del mundo"
(Mt 5, 13.14) y, en consecuencia, que sigan siendo, según sus
posibilidades, entusiastas misioneros, anunciadores y testigos de Cristo,
muerto y resucitado, sabiendo que así contribuyen a la misión
de la Iglesia y a la elevación moral de su pueblo, cada vez más
sediento de espiritualidad y de los altos valores religiosos.
9.Queridos hermanos: he querido reflexionar con
Ustedes sobre algunos aspectos de vuestra actividad pastoral. A mi regreso
a Roma -después de mi viaje apostólico a su tierra- les
decía que lo hacía "con mucha esperanza en el futuro,
viendo la vitalidad de esta Iglesia local. Soy consciente de la magnitud
de los desafíos que tienen por delante, pero también del
buen espíritu que les anima y de su capacidad para afrontarlos"
(Mensaje a los Obispos 25.I.1998, 7). Hoy les reafirmo estos sentimientos
y les ruego además que hagan llegar mi saludo muy afectuoso a
todos los sacerdotes, religiosos, religiosas, y fieles, así como
a todo el pueblo cubano. De modo especial, transmitan mi cercanía
y mi solicitud pastoral por todos los que sufren, por los ancianos y
enfermos, por los presos, por las familias divididas, por los que se
sienten desanimados o faltos de esperanza. Cada uno de ellos tiene un
lugar en el corazón y en la oración del Papa.
Dirigiéndome espiritualmente al Santuario del Cobre y postrado
ante la imagen de la Virgen de la Caridad, Madre y Reina de Cuba, que
tuve el gozo de coronar y cuyos "nombre e imagen están esculpidos
en la mente y en el corazón de todos los cubanos, dentro y fuera
de la Patria, como signo de esperanza y centro de comunión fraterna"
(Homilía en Santiago, 24.I.1998, 6), les imparto de corazón,
a Ustedes y a sus diocesanos, una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 6 de julio de 2001