En el recién concluido Consistorio1
, al hacer un balance del Año Jubilar durante el primer día
de sesiones, el cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité
Vaticano para el año santo, constataba que uno de los pocos sueños
del Papa para el Jubileo, que se quedaron en el tintero, fue la celebración
de un encuentro pancristiano de representantes de todas las confesiones
e Iglesias. Al decir esto sólo se hacia eco de los sentimientos
ecuménicos que han motivado a este Papa a realizar variadas acciones
encaminadas a lograr la tan deseada unidad de los cristianos.
Y al día siguiente, cuando el cardenal Cormac Murphy O'Connor,
arzobispo de Westminster, Londres, cogió la provocación
al vuelo y en su intervención, propuso: "¿por qué
no hacer ahora ese encuentro?", estaba reflejando los nuevos aires
ecuménicos que - desde el Concilio Vaticano II - soplan en la
Iglesia e irrumpen en el nuevo milenio para conquistar la unidad en
la caridad. Y dado que Gran Bretaña es un auténtico laboratorio
del diálogo ecuménico, ofreció la acogida de su
país para celebrar esta cumbre tan deseada por Juan Pablo II.
No lo dijo, pero - dicen los que saben y ante quienes me inclino con
respeto - sin duda la iniciativa sería vista con buenos ojos
por la Reina de Inglaterra2

El Concilio Vaticano II: puerta y camino a la unidad
Razones para la unidad
No se trata de decir que "todas las Iglesias son iguales porque
todas buscan el bien de la humanidad", ni que "lo mismo da
una religión u otra porque todas presentan al absoluto, quien
es capaz de saciar el ansia de felicidad del hombre". Relativizar
el valor de las distintas Iglesias cristianas o de las distintas religiones3
no es el camino de la unidad, sería diluir la identidad propia
de cada una en una especie de nebulosa sin definir, sería - dicho
en cubano - "meter todo en un mismo saco", lo que podría
dar la impresión de unidad, pero no dejaría de ser una
hermosa caricatura - caricatura al fin y al cabo -, un modelo de uniformidad
en la que todos perderían su identidad, particularmente la Iglesia
Católica que se destaca por tener a Cristo como su fundador.
La primera - y, en verdad, suficiente - razón para la unidad
es el deseo expreso de Jesús hecho oración, junto a sus
apóstoles, en la última cena: "No ruego sólo
por ellos (los que me diste), sino también por los que crean
en mí a través de su palabra. Que todos sean una sola
cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que
también ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo
crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú
me diste para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú
en mí, para que sean perfectos en la unidad, y así el
mundo reconozca que tú me has enviado y que los amas a ellos
como me amas a mí." (Jn 17, 20-21).
La segunda, tercera y N+1 razón no es más que prolongación
de la primera. "La realidad de la división se produce en
el ámbito de la historia, en las relaciones entre los hijos de
la Iglesia, como consecuencia de la fragilidad humana para acoger el
don que fluye continuamente del Cristo-Cabeza en el Cuerpo místico"1
. La división de nosotros, los cristianos, ha sido un testimonio
terriblemente anti-evangélico. De frente al mundo ateo, hemos
hablado de caridad cristiana - y con razón, hemos de hacerlo
- pero en la Historia de la Iglesia, en nombre del amor de Dios, nos
hemos matado unos a otros. De frente al mundo no evangelizado, hemos
empañado las hermosas páginas de la Historia de las Misiones,
cuando católicos y protestantes - quienes, con una generosidad
admirable, sacrificaron sus vidas porque escucharon el mandato de Jesús2
a favor de la extensión del Reino - hemos presentado a un Cristo
dividido, mutilado, empobrecido. De frente a la Humanidad toda, ¿cómo
explicar la cantidad de mártires cristianos - testigos del Invisible
- que dieron su vida por Aquel que les dio el mandamiento del amor y,
sin embargo, lo hicieron desde trincheras opuestas o al menos distintas
y distantes?.
¿Qué es el Ecumenismo?
El término ecumenismo deriva de la palabra griega oikoumene,
la cual hace referencia al mundo habitado en el que coexisten diversos
pueblos, con diversidad de lenguas y culturas, teniendo en común,
sin embargo, la misma humanidad. En la literatura cristiana primitiva
se amplía a la acepción de la Iglesia universal o a la
de los usos y doctrinas eclesiales con validez universal; por eso los
concilios que hablan en nombre de toda la Iglesia serán llamados
concilios ecuménicos.
Es a mediados del siglo XIX, en ambientes protestantes de Inglaterra,
cuando se utiliza el termino más para expresar un espíritu,
una actitud personal que una realidad geográfica universal. A
principios del siglo XX, comienza a usarse como la relación amistosa
entre Iglesias, con la finalidad de promover la paz internacional, el
intento de unión de varias Iglesias, o incluso el deseo de gestar
un espíritu de cercanía entre los cristianos de diversas
confesiones.
Sólo a partir del Concilio Vaticano II (1962 - 1965), la Iglesia
Católica-Romana - movida por esa corriente subyacente de la gracia,
que había ido suscitando en su seno un ardiente deseo de unidad
- acepta su incorporación al movimiento ecuménico que,
según reconocieron los Padres conciliares, había "surgido
por impulso del Espíritu Santo". Y en el Decreto sobre el
ecumenismo afirman: "Puesto que hoy, en muchas partes del mundo,
por inspiración del Espíritu Santo, se hacen muchos intentos,
con la oración, la palabra y la acción, para llegar a
aquella plenitud de unidad que quiere Jesucristo, este sacrosanto Concilio
exhorta a todos los fieles católicos a que, reconociendo los
signos de los tiempos, cooperen diligentemente en la empresa ecuménica"
(UR 4)1
El ecumenismo, fruto del diálogo
Se puede hablar mucho sobre un tema que aún es poco conocido
- y quizás todavía poco apreciado - en diversos sectores
del mundo cristiano; pero, sin pretender agotar el tema, he recogido
diversos testimonios que nos aproximan a una definición: "Es
la búsqueda de la unidad a pesar de las diferencias", "El
esfuerzo que hace la Iglesia para buscar puntos en común para
la unidad en Cristo" me han dicho dos seminaristas del primer año
de Filosofía del Seminario San Carlos y San Ambrosio; "El
ecumenismo comienza cuando se admite que los otros - y no solamente
los individuos, sino los grupos eclesiásticos como tales - tienen
también razón, aunque afirmen cosas distintas que nosotros;
que poseen también verdad, santidad, dones de Dios, aunque no
pertenezcan a nuestra cristiandad. Hay ecumenismo cuando ... se admite
que otro es cristiano no a pesar de su confesión sino en ella
y por ella" (Yves Congar2 )
El ecumenismo es ese esfuerzo de unidad entre quienes profesamos una
misma fe trinitaria, revelada por Jesucristo, y asumida, vivida y proclamada
desde el amor a Dios, como centro de nuestra existencia y por encima
de todo, y al prójimo, como Él nos ha amado: hasta entregar
la vida. Unidad, que sólo desde el diálogo sereno y sincero
puede construirse; diálogo basado en el respeto al otro, a su
dignidad y su libertad, que echa sus raíces en la caridad de
Cristo. El diálogo es camino bordeado de árboles frondosos,
que refresca al caminante, es punto de encuentro con un amigo; es como
el soplo del Espíritu: no se ve, no se oye, no se palpa, pero
debe estar detrás y delante de cualquier intento de acercamiento
al "otro", a todo "otro".
Sin diálogo no hay ecumenismo posible.
El Ecumenismo es posible
Con el Evangelio de Jesucristo en la mano, la Iglesia quiere entrar
en diálogo franco y fraterno con las distintas denominaciones
cristianas - las cuales poseen el mismo Evangelio y no otro, la misma
fe en Jesucristo, Señor de la Historia, y la misma herencia salvífica
- para, arrodillados ante la Cruz, pedir perdón a Dios y a los
hermanos por tantos siglos de incomprensión y pecado3 . Es, desde
un proceso de conversión permanente, que podremos tender la mano,
fruto de una mentalidad y un espíritu ecuménico totalmente
renovado.
Este proceso de conversión no significa que "nos metamos"
todos en una misma Iglesia, la mía, la tuya o una distinta totalmente
nueva. La conversión es llamada de Dios a todos los cristianos
para ser mejores cristianos; es invitación que Él nos
hace para que volvamos a los orígenes apostólicos de nuestra
fe.
De ahí que la búsqueda de la unidad se convierte en vivencia
profunda de la fe personal y comunitaria, salvando la propia identidad,
a fin de que en el tronco de la fe común broten las ramas llenas
de vida y de frutos de las distintas Iglesias, que den sombra y alimento
abundante al hombre de hoy, caminante sediento en busca de eternidad.
Referencias
1 El Consistorio es el encuentro de todos los Cardenales de la Iglesia
Católica, quienes habitualmente se reúnen de esta manera
para la elección de un nuevo Papa y para algunas ocasiones especiales.
Los Cardenales son los colaboradores directos del Papa para el gobierno
de la Iglesia, aunque normalmente no se reúnan de esta manera;
realizan sus funciones de manera personal o en encuentros regionales,
como los recientes Sínodos por continentes. Este Consistorio
ha sido convocado, de manera extraordinaria, por el Santo Padre para
reflexionar juntos y ayudarle a definir el rumbo de la misión
de la Iglesia en el nuevo milenio.
2 Este análisis lo encontré en la agencia de noticias
ZENIT, Servicio diario -22 de Mayo de 2001.
Nota: La Iglesia Anglicana surge por la reforma de la Iglesia Catolica
en Inglaterra en el siglo XVI; desde entonces el rey es la autoridad
máxima de esa Iglesia
3 Hacer una distinción, quizás innecesaria para el lector
más entendido - perdóneme entonces por tanta palabrería
- me parece oportuno en este momento: Iglesias y confesiones cristianas
son aquellas que creen en Jesucristo, Hijo único de Dios, Dios
mismo y Señor, uno con el Padre y el Espíritu Santo; las
religiones son la manera en que los hombres buscan a Dios y se congregan
según un "fundador" y con un cuerpo doctrinal más
o menos elaborado; las grandes religiones no cristianas son Judaísmo,
Islam, Budismo e Hinduismo; para las primeras se habla de ecumenismo,
y para las segundas se habla de diálogo interreligioso, del cual
podremos hablar en otra ocasión.
4 Carta Apostólica NOVO MILLENNIO INEUNTE del Sumo Pontífice
Juan Pablo II al concluir el gran Jubileo del año 2000, firmada
en Roma el 6 de enero de 2001, #48
5 "Jesús se acercó y les dijo: "Se me ha dado
todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos
míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles
a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo"". (Mt 28, 18-20)
6 Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, aprobado el 20
de noviembre de 1964 con el siguiente resultado: 2129 Padres, 2054 votos
a favor, 64 votos en contra, 6 votos iuxta modum y 5 votos nulos
7 Cardenal Yves Congar, 1905 - 1995, teólogo; llamado por el
Papa Pablo VI como perito al Concilio Vaticano II - trabajó en
el Decreto Unitatis redintegratio - y más tarde al cardenalato.
En fecha tan temprana como 1937 - cuando en la Iglesia Catolica era
impensable hablar de ecumenismo - escribió un libro titulado
"Cristianos desunidos".
8 En gesto francamente desconcertante, durante el Concilio Vaticano
II, el Papa Pablo VI pidió perdón al mundo por la desunión
de los cristianos, en momentos en que estábamos acostumbrados
a escuchar voces de condena y anatema. Años más tarde,
durante este Año Jubilar recién concluido, el Papa Juan
Pablo II, en nombre de la Iglesia Católica, ha pedido perdón
por los errores del pasado, entre los que citó la dolorosa realidad
de la desunión.