1. UN PROCESO DE LIBERACIÓN
La visibilidad creciente de la mujer en el desarrollo ha dado origen
desde hace más de dos décadas a una serie de reflexiones,
investigaciones y debates que en los últimos diez años
han suscitado nuevas propuestas desde el proceso de reflexión-acción-reflexión,
recogidas en cientos de publicaciones de todo tipo.
Es importante contrastar estas reflexiones con la autoevaluación
que las mismas mujeres inmersas en los procesos de desarrollo se hacen
a partir de la experiencia y de la práctica. Estas páginas
recogen parte de los diálogos sostenidos con algunas mujeres
de América Latina, pioneras y activistas de los movimientos que
han abierto nuevas esperanzas en el proceso de liberación y de
democratización desde una perspectiva de género.1
Un análisis con memoria histórica permitiría plantearnos
una serie de interrogantes y preguntas sobre cuál ha sido el
papel de la mujer en las diferentes sociedades y cómo se ha llegado
a una injusta subordinación femenina y marginación en
la práctica cotidiana de casi todas las sociedades y religiones.
En Occidente hemos estado marcados durante mucho tiempo por una mirada
de la historia desde la perspectiva judeo-cristiana que parte de una
imagen de la creación en la que Eva sale de la costilla de Adán
y que no coincide con los mitos fundantes de otras culturas. Revisar
el marco en el que se sitúa la mujer en los pueblos y países
del Sur, el papel que desempeña en la promoción del desarrollo,
en la lucha contra la pobreza y su inserción en la sociedad,
supone tener en cuenta los contextos históricos, multiculturales
y pluriétnicos de los que las mujeres son parte integrante.
El rol del feminismo ha sido determinante en el proceso de cambio hacia
la visibilidad de la mujer y su incorporación en la promoción
del desarrollo. Sin embargo hay que señalar también que
este avance fue posible cuando la cooperación internacional pasó
de un desarrollo centrado en el crecimiento económico y de redistribución,
a un enfoque de desarrollo sostenible centrado en la persona humana
y en el respeto y protección de la tierra, la Pachamama, del
Medio Ambiente.
Durante todos estos años, en América Latina y en otros
contextos de países del Sur la movilización de fuerzas
sociales de género ha permitido romper algunas barreras, superar
obstáculos, sensibilizar y abrir nuevas esperanzas para la construcción
de una sociedad de igualdad de derechos para mujeres y hombres, tal
y como se proclama en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos (1948). Es cierto que se han dado leyes a favor de la no discriminación
de la mujer y que las mujeres del Sur han avanzado en el reconocimiento
de sus derechos, en el nivel de escolaridad, atención a su salud
y en el trabajo fuera del hogar pero no han logrado una autonomía
económica y siguen teniendo una limitada participación
en el ámbito público.
Sin embargo muchos patrones culturales todavía se mantienen firmes
impidiendo el avance de la mujer. La brecha aún existente entre
la igualdad de derecho y la desigualdad de hecho obliga a una intervención
ineludible.
En el proceso de liberación de la mujer se abrieron nuevas perspectivas
con la Declaración de Pekín (1995) en la que se destaca
que "el ´empoderamiento´ de las mujeres y su plena
participación de igualdad en todas las esferas de la sociedad,
incluyendo la participación en los procesos de toma de decisiones
y el acceso al poder, son fundamentales para el logro de la igualdad,
el desarrollo y la paz" (epígrafe 13)
2. FEMINIZACIÓN DE LA POBREZA
La reivindicación de que los derechos de la mujer son también
derechos humanos ha llevado a los movimientos feministas a contribuir
en ella con la toma de conciencia de la creciente feminización
de la pobreza, la exclusión y violencia ejercida sobre las mujeres
sobre todo en los pueblos del SUR y en los contextos de exclusión
social de todos los países. La mujer en su condición de
pobre pasa a ser la pobre entre los pobres.
A pesar de la intervención de la Cooperación al desarrollo
y de todas las Declaraciones de principios y Cumbres Mundiales de todo
tipo en las que se consagra y se reconoce el derecho humano a la igualdad
ante la ley y a la no discriminación, los hechos demuestran que
los derechos de las mujeres no han sido percibidos, reconocidos y defendidos
a lo largo de la historia como derechos humanos. Los diagnósticos
e investigaciones realizadas subrayan que, a pesar de que exista una
igualdad de derecho, se da la desigualdad de hecho con una brecha radical.
Las mujeres no han accedido a la igualdad ni a la libertad de la misma
manera que los hombres; las pautas sociales y culturales que discriminan
a las mujeres han sido recogidas por las instituciones jurídicas
y políticas. El derecho y la ley se han encargado de hacer que
parezca "natural" la obediencia de la mujer al marido, el
trabajo doméstico a cargo de la esposa, el hogar y las tareas
que allí desempeña como lugar de la mujer
La mujer padece violencia y es víctima de la exclusión,
pero también puede decirse que es víctima de la esclavitud
a la que está sometida. Millones y millones de mujeres y niñas,
por el mero y exclusivo hecho de serlo, sufren de estas violencias.
Al menos una de cada tres mujeres ha sido apaleada, obligada a entablar
relaciones sexuales bajo coacción o maltratada de alguna manera.
Estos datos y muchos más se encuentran en los informes de Naciones
Unidas. También hay que tener en cuenta la violencia de la pobreza
a la que están sometidas las mujeres de los países del
Sur. No tenemos más que consultar los índices del bienestar
humano para constatar que quienes llevan la peor parte son las mujeres.
(Informe Estado de la Población Mundial 2000. Vivir juntos en
Mundos separados. Hombres y Mujeres en tiempos de cambio)
Hasta hace unos años los problemas de la pobreza se homogeneizaban
desde una lectura de estratificación social, subsumiendo la desigualdad
de la mujer en un campo generalizado de desigualdades. Ahora se habla
de la creciente feminización de la pobreza y se ubica a la mujer
como la pobre entre los pobres. Según los informes del PNUD las
mujeres representan el 70% de la población pobre del mundo. Las
desigualdades en educación siguen siendo flagrantes, pues las
dos terceras partes de los adultos analfabetos del mundo, o sea 565
millones de personas, son mujeres que en su mayor parte viven en las
regiones en desarrollo de África, Asia y América Latina.
A escala mundial la escolarización de niñas es inferior
a la de los niños. Una de cada cuatro niñas no asiste
a la escuela mientras que en el caso de los varones es uno de cada seis.
Las mujeres solo reciben el 10% de los salarios del mundo y poseen el
1% de las propiedades del mundo. En el ámbito público
su representación es aún muy deficiente: solo el 13% de
los parlamentarios de todo el mundo son mujeres.
Los datos críticos que nos ofrece último Informe del FNUAP
(Fondo de Población de las Naciones Unidas) sobre "El Estado
de la Población Mundial 2000" permite concluir que la desigualdad
de género menoscaba la plenitud individual de las personas y
frena el desarrollo de los países y la evolución de las
sociedades, en detrimento tanto de las mujeres como de los hombres.
La condición de ciudadana de segunda clase de la mujer entraña
un costo financiero y social que atenta contra el desarrollo sostenible.
La igualdad de género en el acceso a la distribución de
la riqueza, del poder y del conocimiento, es un problema que lejos de
verse atenuado parece aumentar en el contexto de las sociedades neoliberales
y globalizadas. La vinculación que existe entre mujeres y pobreza
no es de hoy, data de antiguo. Sin embargo el fenómeno denominado
feminización de la pobreza se asocia a la crisis mundial de las
dos últimas décadas que ha tenido como principal característica
la visibilidad del aumento de los índices de pobreza en la población
femenina en particular.
Hablar de feminización de la pobreza es reconocer la desproporcionada
representación del sexo femenino entre los pobres comparada con
la de los hombres. Los dos elementos básicos del concepto de
feminización de la pobreza son: un predominio de las mujeres
entre los pobres y el impacto no fortuito, con sesgo de género,
de las causas de la pobreza.
Revertir esta tendencia hace ineludible un modelo de intervención,
con una cooperación que promueva un desarrollo en equidad y democracia
que actúe conscientemente sobre estas diferencias en forma intencional.
Hay que defender el enfoque de género no sólo desde el
lado de la equidad, de la ética, de la cultura y de los derechos
sino desde el lado de la democracia. No podemos seguir admitiendo que
más de la mitad del mundo esté excluida -no sólo
por el número, sino como asunto democrático, como parte
del gobierno de las mayorías- de la autorepresentación
de las propias mujeres.
Abordar un trabajo de desarrollo en esta perspectiva significa:
-Modificar la posición de desigualdad y subordinación
de la mujer en relación a los varones en los campos económico,
político, social, cultural y étnico.
-Abordar también los aspectos referidos a la
condición de la mujer que tienen que ver con sus ingresos,
salud, vivienda, a fin de mejorar las condiciones de su vida cotidiana.
3. APUNTES SOBRE LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA
DE LAS CONCEPCIONES DE LA PARTICIPACIÓN DE LAS MUJERES EN EL
DESARROLLO, DESDE UNA PERSPECTIVA LATINOAMERICANA
Los enfoques de política hacia las mujeres en los países
del Sur reflejan los cambios en las políticas macroeconómicas
respecto al desarrollo, así como los cambios en las políticas
estatales hacia la mujer. Los diferentes enfoques surgen y operan respondiendo
a los contextos económicos-políticos y a los cambios de
las políticas de las agencias financieras.
En la primera década del desarrollo después de la Segunda
Guerra Mundial, Naciones Unidas promovió su enfoque de "bienestar"
que presuponía que la modernización tendría efectos
multiplicadores y que el crecimiento económico revertiría
el empobrecimiento de gran parte de la población. Esta época
se caracterizó por la invisibilidad de las mujeres en los procesos
de desarrollo.
En los años 70, creció en América Latina la preocupación
por los derechos humanos en un contexto de dictaduras militares en Brasil,
Argentina, Uruguay, Chile, El Salvador, Guatemala y Nicaragua o en situaciones
de violencia generalizada, guerra sucia, como en Perú y Colombia.
En estos contextos los movimientos de derechos humanos tuvieron como
prioridad en sus prácticas los derechos civiles y políticos
en consecuencia los derechos de las mujeres quedaron todavía
excluidos en la medida en que éstas se mantenían en el
mundo "privado". Sin embargo durante los años de mayor
represión, los movimientos de derechos humanos de América
Latina tuvieron como militantes a muchas mujeres en su calidad de familiares,
compañeras o madres de víctimas.
Ya en los contextos de transición hacia las democracias, la acción
de las mujeres surgió de manera nítida como un movimiento
aparte con sus propias reivindicaciones, su propia perspectiva que fue
adquiriendo una identidad colectiva desde la cual se empezaron a denunciar
las condiciones de desigualdad, discriminación y violencia que
circundaban la vida de las mujeres. La búsqueda de una mayor
participación de la mujer se enmarcaba dentro del objetivo de
alcanzar el reconocimiento de los derechos de las mujeres como parte
de los derechos humanos. Fue entonces cuando las mujeres salieron de
la invisibilidad y el silencio en que habían estado sumidas,
para extender sus roles tradicionales de madres, esposas y amas de casa
y participar en la defensa de los derechos humanos.
El restablecimiento de la democracia formal y los procesos de pacificación
que se dieron en los distintos países facilitó un inicio
de articulación entre movimientos feministas y los de derechos
humanos lo que permitió avanzar:
En el desarrollo de una identidad colectiva desde donde desvelar la
desigualdad, la discriminación y la violencia hacia las mujeres.
En ganar nuevos espacios de participación con la aspiración
de alcanzar el pleno ejercicio y goce de sus derechos ciudadanos, así
como de sus derechos humanos.
A mediados de los años 70, con la estrategia de "crecimiento
con equidad" de Naciones Unidas, se centró la atención
en la satisfacción de las necesidades básicas para mejorar
el nivel de vida de los sectores pobres. En esos años se dio
inicio a la Década de la Mujer. Y es entonces cuando la mitad
femenina de la población latinoamericana que había permanecido
oculta y sometida a evidentes situaciones de discriminación,
violencia y desigualdad, salió del anonimato y comenzó
a visualizar la posición clave de las mujeres en el desarrollo.
Por otra parte los Organismos Internacionales empezaron a preocuparse
de las mujeres por el crecimiento demográfico y pusieron en marcha
programas de control de la fertilidad. En aquel entonces se valoró
a las mujeres sobre todo como madres y esposas identificándolas
en sus roles reproductivos. A pesar de reconocer a las mujeres como
protagonistas en los planes y programas de control de natalidad, se
les siguió considerando como "beneficiarias" de proyectos
de desarrollo y no tuvieron otra participación que la de ser
receptoras de alimentos y servicios. Las mujeres fueron consideradas
como agentes económicos para atender a sus "intereses prácticos"
pero nada cambió en las relaciones de poder al interior de la
sociedad y de la familia, dejando de lado los "intereses estratégicos
de género". El crecimiento con equidad y el enfoque de eficiencia
no tuvieron en cuenta la ciudadanía de las mujeres, ni la mejora
de las relaciones de poder dentro de la familia.
En aquella época se empieza a organizar una corriente de trabajo
y activismo de los movimientos feministas que trabajaban en las agencias
de cooperación para analizar y revertir los efectos desastrosos
de la planificación del desarrollo. Surge así lo que se
llama la corriente de "Mujeres en el Desarrollo" (enfoque
MED). Esta tendencia tiene como supuesto principal que las mujeres han
estado excluidas del desarrollo y su objetivo es integrarlas, hacerlas
visibles con el fin de contar con sus potencialidades e integrarlas
en las políticas de desarrollo. Sin embargo este enfoque consideró
a las mujeres aisladamente, buscando soluciones parciales y señalando
sus necesidades a través de intervenciones específicas
o en proyectos con un "componente" de mujer. Las acciones
estuvieron enmarcadas en enfoques tradicionales reforzando sus roles
genéricos, el reproductivo y las actividades productivas tradicionalmente
femeninas, sin cuestionar la división social del trabajo. La
primera etapa estuvo centrada en la defensa del bienestar y en la búsqueda
de mejores condiciones materiales de las mujeres. Los proyectos de generación
de ingresos fueron una de las consecuencias más importantes de
esta etapa. La mujer en este marco fue considerada como un objeto receptor
de ayuda persistiendo su marginalización política de las
opiniones y excluida de las políticas y procesos de desarrollo.
Se dio lo que Erika Marke(1989), llama la "feminización
del desarrollo", que permitió incrementar la productividad
en las áreas económicas consideradas tradicionalmente
como femeninas pero no erradicar la subordinación y explotación
de las mujeres para generar más justicia.
En los años 80, con el deterioro de la economía mundial
y la recesión económica de los países en desarrollo,
se da un fuerte contraste entre la progresiva expansión del interés
por el tema de la situación de las mujeres y el creciente deterioro
de las condiciones de vida de la mayor parte de las poblaciones del
Sur, muy en especial en las mujeres. Las estrategias de "lucha
contra la pobreza" de las Agencias Especializadas de Naciones Unidas
y de la Cooperación Internacional ligaron las desigualdades económicas
entre hombres y mujeres con la pobreza y no con las asimetrías
entre los géneros y la subordinación a la que está
sometida la mujer. Surge dentro de la corriente "Mujer y Desarrollo",
el llamado "enfoque de eficiencia" que promovió una
mayor participación económica de las mujeres. Las estrategias
se orientaron a movilizar a las mujeres y a unirlas en cooperativas
y otros tipos de grupos asociativos para desarrollar proyectos productivos.
Se puso el acento en las actividades económicas de las mujeres
y la generación de ingresos pero sin formar una conciencia crítica
que permitiera relacionar la situación de la mujer con causas
estructurales de desigualdad o con temas de distribución de poder
para promover una estrategia de cambio de su posición social.
Poco después las organizaciones feministas de los países
del Sur comenzaron a cuestionar las estrategias de desarrollo y lo adecuado
de centrarse sólo en las mujeres. La red de mujeres del Sur DAWN-MUDAR
en el informe presentado en el Foro Alternativo de las Mujeres en Nairobi
(1985) expresó explícitamente que "el feminismo es
un movimiento político... con el compromiso de quebrantar las
estructuras de la subordinación genérica y una visión
de la mujer como participante plena e igual al hombre en todos los niveles
de la vida social".
Nace así el nuevo enfoque de "Género en el Desarrollo"
(GED). El objetivo de esta tendencia es el cambio de las relaciones
asimétricas e injustas entre mujeres y hombres y la mejoría
de todas las personas y de la sociedad en su conjunto, tanto en términos
materiales, como físicos y emocionales con el fin de lograr la
plena ciudadanía y la democracia social. Incorporará más
explícitamente en el debate la importancia de las relaciones
de poder, del conflicto y las relaciones de género para entender
la subordinación de las mujeres con el objetivo de promover el
mayor acceso de las mujeres al poder que permita mejorar su posición
social y aumentar su autoestima.
Los movimientos feministas del Sur intensifican a partir de este momento
su cuestionamiento sobre el carácter inmutable de las desigualdades
y de un modelo de desarrollo que sigue manteniendo a la mujer en un
estado de subordinación. El modelo alternativo que proponen promueve
las capacidades humanas en un marco de relaciones justas entre mujeres
y hombres. Las mujeres no son vistas ya como sectores vulnerables o
productoras de recursos económicos, sino como agentes activas
del cambio que deben ser tenidas en cuenta en todas las fases del proceso
de desarrollo y participar en la toma de decisiones que les afectan.
4. HACIA EL EMPODERAMIENTO DE LA MUJER
Tener en cuenta no sólo los "intereses prácticos"
sino también los "intereses estratégicos de género"
tiene que ver con la superación de la subordinación femenina,
con la participación en condiciones de igualdad en todas las
esferas de la sociedad, incluyendo la participación en los procesos
de toma de decisión. Si esto no se da los procesos de desarrollo
seguirán siendo un fracaso.
La Conferencia de Beijing (1995) marcó un nuevo hito. Los movimientos
feministas dan un paso más hacia lo que llaman la estrategia
del empoderamiento (del inglés "empowerment") para
superar la marginación de las mujeres. Esta estrategia tiene
como meta que las mujeres logren mayor poder en todos los ámbitos
de la vida social y familiar y en el ámbito político,
fortaleciendo sus capacidades y su protagonismo.
Virginia Vargas, una de las promotoras peruanas de esta tendencia en
América Latina, subraya la importancia que tiene el llegar a
fortalecer las capacidades y el protagonismo de las mujeres desde el
empoderamiento. No habla de poder en términos de dominación
del otro, sino en términos de potenciación de la autoestima
de las mujeres, de la mejora de su posición social y su capacidad
para influir en el proceso de transformación de las estructuras
sociales. Para ello es importante la noción de "autonomía"
como poder para controlar la propia vida, derecho a elegir y a participar.
El empoderamiento es un proceso social que promueve la participación
de las personas, las organizaciones y las comunidades para tomar el
control sobre sus propios destinos. Vargas sostiene que la mayoría
de las políticas de desarrollo que hasta ahora se han impulsado
no benefician integralmente a las mujeres y en algunos casos hasta las
perjudican pues no tienen en cuenta que las desigualdades de poder entre
los géneros les crean condiciones desventajosas a la hora de
acceder a los beneficios y recursos del desarrollo. Hasta el momento,
pese a los esfuerzos realizados son contadas las intervenciones a favor
del desarrollo que han afrontado adecuadamente las diferencias de situaciones,
papeles, responsabilidades, necesidades, oportunidades, prioridades
existentes entre mujeres y hombres, tanto en el acceso a servicios básicos
como en la toma de decisiones o en el control de los recursos económicos.
Esta perspectiva es fundamental cuando estamos trabajando por un desarrollo
sostenible que requiere un especial énfasis en el fortalecimiento
de la sociedad civil, basado en la participación de todas, en
la democratización de las relaciones sociales y las de género
así como la defensa de los derechos humanos. Esto incluye una
política específica de género para lograr la participación
de todoas y oportunidades para grupos tradicionalmente excluidos, como
las mujeres.
5. LA MUJER QUE VIENE: PROPUESTAS Y ALGUNAS
TENDENCIAS QUE ESTÁN EN MARCHA
En las puertas del año 2001, la sociedad mundial es testigo
del proceso de protagonismo creciente e irreversible de la mujer en
los procesos de desarrollo. En las últimas décadas la
contribución reivindicativa de los movimientos feministas se
combina con la presencia creciente de las mujeres en diferentes ámbitos
de la actuación pública.
Está en marcha irreversiblemente el proceso de empoderamiento
que permite que la mujer viva desde su autoestima el derecho a su autonomía.
Autonomía entendida como poder para controlar su vida, con posibilidad
de expandir sus potencialidades, de elegir en la vida y participar activamente
en el cambio social y político.
En este proceso de reivindicaciones y luchas de la mujer latinoamericana
en el inicio del siglo XXI podemos señalar algunas tendencias
:
1. La mujer que viene no sólo busca una mayor equidad en
la educación sino que quiere contribuir a un conocimiento transformador,
a un conocimiento basado en valores, donde el conocer, sentir y captar
la realidad se haga desde la perspectiva de la mujer.
Como sostiene Xavier Gorostiaga: "La recuperación del rostro
femenino de la realidad... buscando una igualdad con equidad que supere
la raíz del machismo del sistema patriarcal en la organización
del poder, como visión del mundo y sentido de la vida. Equidad
radical para ver y comprender la realidad desde la otra cara del ser
humano, la cara femenina", UCA 1997) Investigadoras y académicas
de América Latina caminan hacia la democratización del
conocimiento desde la mujer como factor crucial para la democratización
del poder lo que podría ser un factor determinante para la reforma
y transformación del sistema educativo y la universidad. La recapitalizacion
del conocimiento desde una dimensión cultural es uno de los retos
fundamentales porque tiene que ver con el cambio de la subjetividad
y de los sentidos comunes.
2. La mujer que viene quiere ejercer plenamente su derecho ciudadano.
Aida Naranjo, Asesora de la Coordinadora Nacional de Organizaciones
de Mujeres del Perú, sostiene que la mujer que viene tiene rostro
de ciudadana y no sólo de clienta electoral. Reconocer, crear
las condiciones necesarias y otorgar el papel de agentes de cambio a
las mujeres es un reto importante en el siglo XXI. Así lo subraya
Amartya Sen, Premio Nóbel de Economía, defensor acérrimo
de la importancia que tiene en un mundo de opulencia y desigualdades
defender las libertades y la defensa de los derechos destinados a promover
las iniciativas en las mujeres, y su participación como ciudadanas
de pleno derecho en los diferentes esferas del poder político.
A partir de los años 90 se da un énfasis muy fuerte en
todo lo que era la consolidación de la ciudadanía política
de las mujeres (ley de cuotas, negociación con los Estados).
" Debemos llegar a tener movimientos ciudadanos con mujeres y hombres
donde estén todos los sectores que buscan la transformación,
esto robustecerá las democracias," subraya Virginia Vargas.
El fortalecimiento ciudadano de la mujer tiene experiencias interesantes
a nivel del poder local. Es de destacar la participación de las
mujeres en los Municipios en Bolivia con la ley de participación
ciudadana. En Ecuador hay también experiencias interesantes en
los diferentes cantones. Las mujeres han levantado sus propuestas y
las han planteado a los Municipios: mujeres rurales, mujeres campesinas,
indígenas. Existen mujeres indígenas, las mujeres negras,
con movimientos pujantes que ya no quieren seguir siendo beneficiarias
sino agentes de cambio. Ellas son las que están tomando la iniciativa
en los Municipios del Perú con el apoyo de algunas ONGs.
Hay experiencias en la región andina y en Chile, a nivel comunal,
municipal y nacional de la participación de las mujeres en los
presupuestos participativos con perspectiva de género. Esto es
bien interesante. Primero porque los presupuestos participativos han
sido una experiencia pequeña pero que se ha dado en diferentes
lugares de América Latina. La mirada de los presupuestos con
perspectiva de género tiene una doble virtud. Primero desarrollar
miradas de rendición de cuentas, de transparencia y exigencia
a los gobiernos. A nivel Municipal, además de eso, está
el tema del poder, es empoderar a las mujeres sobre todo las que llegan
a nuevos cargos. Esto se da ya en Chile, México, Uruguay, Brasil
tanto en Municipios rurales como urbanos. Esto nos indica por dónde
van las búsquedas para consolidar esta nueva posibilidad que
tienen las mujeres de utilizar sus derechos, ya no solamente en beneficio
de sus propias reivindicaciones sino en beneficio de una propuesta colectiva
más democrática que incluya el enfoque de género.
Esto da una herramienta interesante a este otro grupo de mujeres que
están llegando a tener algunos niveles de poder político
a partir de mecanismos como el de las cuotas a nivel de elección
municipal, cuotas a nivel de elecciones nacionales. Por ejemplo en Perú
el número de regidoras que hay en este momento a partir de las
cuotas, ha pasado del 5% al 28%. Igual ha pasado en Ecuador. En todos
los países que han tenido cuotas ha sido significativa la presencia
en el poder local. El reto está ahora en cómo fortalecer
y consolidar esta presencia de la mujer con perspectiva democrática,
dándole las herramientas y estrategias que afirmen su cuota de
poder y su accesibilidad democrática.
3. La mujer que viene reivindica su autonomía económica.
Tanto Aída García Naranjo como Virginia Vargas, peruanas
expertas en género, subrayan que la mujer latinoamericana del
siglo XXI no se contenta con la vieja estrategia de satisfacción
de las necesidades básicas aunque sea también necesario
atenderlas, sino que promueve nuevas estrategias productivas y de ciudadanía
que superen las estrategias de mera subsistencia.
Hasta ahora los derechos económicos y sociales de las mujeres
fueron derechos que aparecieron y se afirmaron con menos fuerza que
los derechos políticos. Ahora se está pagando el pato
con lo que está pasando: la utilización de las mujeres
por parte de ciertos partidos políticos como ocurre en el Perú.
Por eso dentro de una nueva mirada hay que tratar de articular las dos
dimensiones y subrayar la absoluta importancia de la dimensión
económica para poder conseguir el empoderamiento de la mujer.
Hay muchos intentos y reflexiones feministas, especialmente por parte
de las economistas feministas, que ya no solamente dicen que hay que
revalorizar lo que las mujeres hacen en lo privado sino que elevan nuevas
categorías, la categoría de la economía reproductiva
por ejemplo. Junto a la economía productiva, al mismo nivel y
con el mismo énfasis, están poniendo la economía
reproductiva (social y física) que tiene que ver tanto con el
trabajo de la mujer dentro del hogar como con lo que trabaja a nivel
comunal y colectivo. En los últimos años, algunas investigaciones
han demostrado con mucha claridad que, en relación con la atención
dirigida al bienestar de las mujeres, operan con fuerza algunas variables
como la capacidad de procurarse una entrada de dinero independiente,
de encontrar un empleo fuera de la casa, de tener derechos sobre la
propiedad, de leer y escribir, de participar con conocimiento de causa
en la toma de decisiones externas a la familia.
En estos años, aunque todavía en pequeña escala,
se está intensificando la recuperación de la lucha por
los derechos económicos y sociales. Es evidente que allí
donde la mujer tiene capacidad para obtener ingresos, tiene un papel
económico que desempeña fuera de la familia, sabe leer
y escribir, llega a un nivel superior de educación y accede al
derecho de propiedad, la mujer ha crecido en poder y en independencia.
El aumento de poder -su independencia económica así como
su emancipación- puede tener consecuencias trascendentales para
las fuerzas y los principios organizativos que rigen las divisiones
en el seno de la familia y en la sociedad en su conjunto. La mujer que
viene tiene un rostro de mayor empoderamiento, de mayor autonomía
a partir no sólo del discurso sino también de una base
económica y de mayor autoestima que le permitirá enfrentar
incluso la violencia doméstica. El tema de la violencia contra
la mujer está vinculado muchas veces a la dependencia económica
y no sólo a la cultural.
En este proceso es fundamental el tema del empleo. Es evidente que la
educación es necesaria para la viabilidad de las nuevas estrategias
pero en el campo de la producción es central el derecho al empleo
y a la independencia económica para la mujer. La autonomía
económica sólo se consigue vía el acceso al empleo,
a la propiedad, al crédito y a la justicia económica.
Es lo que va a definir a la mujer que viene. La mujer que viene va a
entrar, ya ha entrado, en la lucha por su autonomía económica
basada en la reivindicación de la justicia económica y
con propuestas para el acceso al empleo. En América Latina se
ha dado ya el aumento en el empleo. Las mujeres en el Perú estaban
hace unos años en una tasa de acceso al empleo del 29% y hoy
superan el 40%. En el caso de los trabajadores informales, la tasa de
participación femenina es enorme. En el comercio ambulatorio
se ubica en el 85%. Pero siempre dentro de la marginalidad económica.
4. En los años que vienen hay que seguir reforzando la
generalización y validación de las experiencias de las
mujeres en sus estrategias productivas frente a las estrategias de
subsistencia que aun se siguen promoviendo en algunos casos desde
la cooperación internacional.
Sin embargo el enfoque productivista no basta para la mujer que viene.
Tiene que darse un enfoque integral vinculado al tema de la autonomía
económica y al tema de la ciudadanía. Esto implica un
nivel de corresponsabilidad también en las relaciones familiares,
en el terreno del ámbito doméstico. Tiene que haber una
redistribución de la carga familiar y una nueva asunción
de roles domésticos en los varones como estrategia integral.
5. Establecer mayores conexiones con las nuevas generaciones.
Mirando hacia el futuro una de las cosas fundamentales, un reto para
ver hacia dónde vamos, es ver por dónde se están
moviendo las jóvenes. Los movimientos feministas y los movimientos
de género son movimientos que no han logrado establecer conexiones
claras con lo que las nuevas generaciones plantean o piensan. Virginia
Vargas señala esta dimensión como "uno de los retos
para saber hacia dónde vamos. Una de las cosas que a mí
me parecen interesantes, que nosotras no lo tuvimos, que tuvimos mucha
resistencia a ello, es este intento de las jóvenes de incorporar
también a los hombres en su reflexión y en su lucha. El
piso del que parten es diferente. Nosotras partíamos de un piso
de total afirmación frente a esos tipos que no eran capaces de
ceder un ápice. Los jóvenes de ahora, mujeres y hombres,
están ya permeados por la lucha de 30 años de las mujeres.
Yo he estado haciendo entrevistas con las jóvenes de Bolivia,
Ecuador, Perú y todas ellas señalan como uno de los elementos
importantes que quieren tener sus propios espacios, sus propias luchas
pero quieren básicamente comprometer a los hombres en esta lucha
y no dejarlos simplemente aislados. Y de ahí surgen todos los
estudios de la masculinidad que comienzan a dar elementos interesantes.
Es una nueva apertura, cómo le afecta a los hombres la confrontación
de roles. Los roles que tuvieron hasta ahora no son los mismos, las
condiciones han cambiado. Por eso es importante la reflexión
de la masculinidad como visión crítica de los hombres
a su rol pero también para saber cómo les está
afectando la modificación de este rol, el cambio del poder, el
tener que compartir mucho más que antes. Hay todo un aprendizaje
ciudadano y personal en esto que es importante".
Llegar a la democracia de género es un proceso liberador ya en
marcha. Supone una transformación democrática de los roles
en una perspectiva de construcción de espacios y de propuestas
más amplias y colectivas en las que mujeres y hombres, en pie
de igualdad, aportemos nuestra colaboración para superar la discriminación
en las relaciones de género y construir una ciudadanía
planetaria sin exclusiones de ningún tipo.
REFERENCIAS
1 Es conveniente recordar que el concepto de género es una elaboración
analítica que empieza a tomar mayor relevancia en el discurso
feminista en los años 80 aunque el concepto empezó a elaborarse
en los años 50. El concepto sexo hace referencia a las diferencias
anatómico-fisiológicas entre mujeres y hombres en tanto
que género se refiera a las características socioculturales
que una sociedad atribuye a mujeres y hombres en virtud de sus diferencias
biológicas. Sexo y género no son entonces conceptos equivalentes.