Cuando
hacemos una cosa y pensamos otra. Cuando actuamos por fuera
distinto a como sentimos por dentro. Cuando la doble moral nos inclina
a representar algo en lo que no creemos. Algo muy grave está sucediendo
en nosotros y a nuestro alrededor.
Cuando esto ocurre, generalmente, sobreviene una profunda tristeza, un
cansancio existencial, un agotamiento de lo fingido, que nos impulsa a
preguntarnos: ¿por qué debo vivir así?. Cuando esta
situación se convierte en el estilo de vida cotidiano, escuchamos
en la soledad, aún cuando nadie nos diga nada y nadie nos recrimine,
al recostar la cabeza sobre la almohada, una voz interior que, aguijonea
y nos hiere: ¿por qué finges? ¿Hasta cuándo
vamos a vivir así?
Es que el hombre no puede negarse a sí mismo, es que en el interior
de cada persona, no importa si sabe mucho o poco, si cree en Dios o es
atea, en lo más íntimo del ser humano, "bate y pulsa
lo que es más profundamente humano: la búsqueda de la verdad,
la insaciable necesidad del bien, el hambre de la libertad, la nostalgia
de lo bello, la voz de la conciencia."(Juan Pablo II, R.H. no. 18c)
En efecto, todos hemos experimentado, con frecuencia que esa "voz"
nos interpela, nos juzga, nos acusa o nos felicita por lo que hayamos
hecho. Es por ello que nadie puede sentirse en paz cuando actúa
contra su propia conciencia, porque nadie puede esconderse de ella, que
es como esconderse de uno mismo o vaciarse por dentro para que no lo vean
a uno.
La conciencia humana es la raíz de la dignidad de la persona, el
santuario de su libertad, y la fuente de su paz interior.
Nadie puede sentirse bien sin dignidad, sin libertad y sin paz: Por eso
hay que conocer nuestra conciencia, que es conocerse primero a sí
mismo, secreto de la felicidad, como decían los antiguos. Y no
solo conocer nuestra conciencia, sino educarla, cultivarla, ser fieles
a ella, proteger su libertad frente a lo que la quiera manipular o dominar.
Así nos
lo presenta la Iglesia:
"La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario
del hombre... en lo más profundo de la conciencia descubre el
hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí
mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario,
en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe
amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello.
Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón,
en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será
juzgado personalmente." (Concilio Vaticano II, G.S. no. 16)
Esta relación entre la dignidad humana y la coherencia con esa
"voz interior" hacen de la protección de la libertad
de conciencia la primera obligación moral de todo hombre y mujer,
de toda institución y Estado. Libertad y responsabilidad se presentan,
entonces inseparablemente unidas. Toda coacción cierra la puerta
a la dignidad humana y toda dejación de la propia responsabilidad
abre la puerta a la coacción y al miedo.
Si nuestra vida transcurre cuidándonos de todo, y de todos, la
libertad de conciencia anda mal. El miedo es síntoma de que la
libertad interior está enferma. Donde hay miedo la libertad de
conciencia anda mal.
Por otra parte, cuando la gente actúa obedeciendo a impulsos
puramente animales, vive por reacción contra algo, se mueve por
instintos: de conservación, de sobrevivencia, de venganza, de
una violencia sin sentido expreso. Esta violencia está frecuentemente
en desproporción con la causa que la provoca o el fin que se
propone. La conciencia está enferma. Algo está lesionando
la dignidad humana. "La dignidad humana requiere, por tanto, que
el hombre actúe según su conciencia y libre elección,
es decir, movido e inducido por convicción interna personal y
no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera
coacción externa. (ibidem 17)
El mundo de hoy es mucho más sensible y atento al derecho primario,
fundamental y fontal que es la libertad de conciencia. Lo sufre todavía
más porque limitar la libertad de conciencia es atacar a la persona
en su propia intimidad, en su raíz, en su meollo, en su alma,
en el sagrario de su subjetividad. Esta lesión interior deja
una herida peor que las armas y las bombas. Nadie puede ver la sangre
pero la gente se desangra por dentro. Nadie ve las heridas pero estas
heridas de raíz cuesta mucho sanarlas, cuando pueden ser sanadas.
Es lo que se ha llamado "daño antropológico"
porque rasga la estructura de la persona y trastorna su dinámica
interior. Es lo que se ha llamado "genocidio cultural", es
decir, muerte de la cultura, entendida como la forma normal de vivir
un pueblo, desfiguración de su rostro espiritual, herida del
alma personal y comunitaria. Trastoque de los valores y la esquizofrenia
social del doble rasero en las actitudes.
Es necesario ir a las causas que lesionan la libertad de conciencia
que, entre otras, pueden ser:
la
ignorancia invencible de no saber y no querer saber el alcance de la
propia dignidad. Es cuando algunos dicen: "no sé y no quiero
meterme en eso". Es la peor de las situaciones: la dejación
de la propia libertad para buscar la verdad sobre uno mismo.
cuando
no hay acceso a la verdad objetiva. La vida en la mentira y las medias
verdades que se entretejen para confundir. Es cuando por falta de información,
por manipulación de la verdad o por mezclar pequeñas verdades
con grandes mentiras o grandes verdades que nos hacen creer las pequeñas
mentiras que se le adhieren, se nos deforma la voz interior, la conciencia
se vicia y pierde el sentido de lo bueno y de lo malo. Es como un niño,
o un demente, que no saben dónde está el peligro, ni la
maldad ni las razones hasta que no tienen lucidez. No hay culpa, hay
un mal de percepción.
cuando
ocurre un adoctrinamiento excluyente de otras filosofías, escuelas
de pensamiento, expresiones religiosas y opciones públicas, que
no se propone sino que se impone seleccionando la información
y presentándola como verdad total y única.
cuando se establece un código de actitudes y conductas, absoluto
y condenatorio de todo lo demás, en dependencia de ideas o intereses
de orden económico, político, cultural o incluso religioso
y no surgen del proyecto ético forjado en el interior de cada
persona.
Estas causas
y otras de similar índole, provocan la más grave de las
opresiones y agravian la dignidad de las personas en su mismo fundamento.
Las demás libertades civiles y políticas, los demás
derechos económicos, sociales y culturales, incluso los deberes
que van en correspondencia con ellos, se ven seriamente dañados
cuando se conculca la libertad de conciencia, aún en grado y
profundidad aparentemente insignificante.
Nada es insignificante cuando se trata de obstruir la fuente de todas
las libertades y derechos. Cuando se trata de opacar la garantía
primigenia de la dignidad humana. Cuando se viola sistemáticamente
o institucionalmente la libertad de conciencia, crece un estilo de vida
subterráneo, de puertas adentro y de actitudes aparentes, que
se alimenta en un caldo de cultivo que es el miedo. En el mundo entero
es muy significativa la utilización de los medios de comunicación
social, prensa, radio, televisión, video, Internet... para manipular
la conciencia humana, para someterla, para apabullarla con informaciones
parciales y repetitivas hasta el cansancio que se ponen al servicio
del estado o del mercado.
El Papa Juan Pablo II ha descrito esta situación contemporánea
así: "el hombre tiene precisamente miedo de ser víctima
de una opresión que lo prive de la libertad interior, de la posibilidad
de manifestar exteriormente la verdad de la que está convencido,
de la fe que profesa, de la facultad de obedecer a la voz de la conciencia
que le indica la recta vía a seguir. Los medios técnicos
a disposición de la civilización actual, ocultan, en efecto,
no solo la posibilidad de una auto-destrucción por la vía
militar, sino también la posibilidad de una subyugación
"pacífica" de los individuos, de los ambientes de la
vida, de sociedades enteras y de naciones, que por cualquier motivo
pueden resultar incómodos a quienes disponen de medios suficientes
y están dispuestos a servirse de ellos sin escrúpulos"
(D.M. 11b)
Es preciso, por consiguiente, que nos defendamos de esta "invasión"
de los medios, en esta ocasión bien llamados "masivos"
de comunicación, pues son moldeadores de masa y no de una sociedad
consciente y responsable. Por ello más importante que el acceso
libre a los medios de comunicación social se requiere de un uso
responsable y participativo de los mismos. Pero, más importante
aún, es la educación de los ciudadanos para que puedan
estar despiertos, es decir, conscientes y con criterio propio de discernimiento
y selección frente a la avalancha manipuladora de la conciencia
que el Concilio ha llamado conato para dominar la mente ajena y que
coloca entre las más graves prácticas contra la civilización
humana. Veamos:
"Cuanto viola la integridad de la persona humana, como por ejemplo,
las mutilaciones, las torturas morales y físicas, los conatos
sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la
dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las
detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución,
la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales
degradantes que reducen al obrero al rango de mero instrumento... sin
respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas
estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes,
degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores
que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido
al Creador."(Concilio Vaticano II, G.S. no. 27)
Pero no basta con estar despiertos y conscientes frente a las posibles
manipulaciones que cada vez se hacen más sutiles e imperceptibles
a la mente humana, sobre todo, cuando está sumergida en la lucha
por la subsistencia elemental y cotidiana. Es necesario, contribuir
a crear una cultura de la verdad y de la transparencia en la que nadie,
ni nada, pueda irrumpir en el sagrario de la conciencia de nadie y en
la que todos puedan expresar, sin miedo y sin represalias explícitas
o enmarañadas, su propia forma de pensar y de sentir.
La educación para la libertad de conciencia y la responsabilidad
en el ejercicio de esa libertad fundamental supone algunas propuestas:
Despertar
la conciencia crítica mediante el ejercicio del criterio.
Propiciar
un clima de tolerancia y diversidad en que las personas puedan ejercer,
sin autocensura, "el difícil arte de pensar con cabeza propia".
Para
ello la cabeza, es decir, la conciencia, debe estar bien "amueblada"
mediante una formación que no llegue a "lavar" el cerebro
de cada uno y no exprima su protagonismo personal.
Esta formación
requiere respetar el derecho al acceso libre a la verdad objetiva, el
derecho a cultivar y expresar la propia subjetividad, a actuar según
los dictados de la propia conciencia sin someterse a una "conciencia
colectiva". Y a deponer las dudas y encontrar la certeza de conciencia
mediante el debate público, el diálogo interpersonal y
la participación cultural, cívica y política.
Se debe proteger el derecho a escoger y jerarquizar una escala de valores
no dictada desde el exterior de la persona o del país, sino asumida
en libertad. A esto corresponde el poder diseñar un proyecto
de vida propio y actuar en consecuencia con él.
Hacer que "la ley primera de la República sea el culto a
la dignidad plena del hombre" incluye, quizá en primer lugar,
el respeto a la libertad de conciencia en todos estos ámbitos.
Más aún, confiar en la capacidad de la persona para educar
su conciencia con rectitud y para actuar responsablemente en fidelidad
a la voz interior que orienta su vida es "creer en el mejoramiento
humano, en la utilidad de la virtud" y en cada una de las personas
que nos rodean.
Esto supone un clima de confianza que vaya desplazando a la suspicacia
y el miedo. Un clima de transparencia y diálogo que vaya desplazando
gradualmente el síndrome del misterio y la confrontación.
Un clima de mucho respeto, diríamos de un respeto sagrado al
inviolable santuario de la conciencia humana.
En este clima debe crecer y llegar a plenitud la libertad de conciencia
que es, sin dudas, la libertad de libertades.
Pinar del Río, 25 de Febrero de 2001.
148 aniversario de la muerte del Padre Félix Varela
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