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marzo-abril. año VII. No. 42. 2001

ÍNDICE

RELIGIÓN

  

 

APUNTES PARA UNA

MÍSTICA EN

TIEMPOS DE CRISIS

por P. Manuel H. de Céspedes

     

 

 

A sugerencia de algunos amigos publico ahora estos apuntes que ofrecí en un encuentro de
miembros de Comisiones Católicas para la Cultura parroquiales de la diócesis pinareña
celebrado en 1993. Le he hecho pequeños añadidos.
Muchos de los textos citados se encuentran en el libro
de Cintio Vitier Ese Sol del Mundo Moral (Ed. Siglo XXI, México, 1975).

Entiendo aquí por mística esa razón profunda para vivir que debe tener cada persona, razón que con frecuencia no se puede expresar claramente con palabras.
Entiendo aquí por crisis el momento de la vida de la persona humana y/o de los pueblos que marca el fin de una época y el comienzo de otra que no necesariamente implica la negación de la anterior. Se trata de esa situación en la que uno dice: Ya esto no puede seguir así, ya esto no da más, ya esto llegó al tope... o expresiones por el estilo. Y entonces nos ponemos a pensar y a inventar el futuro; o lo que puede ocurrir también: nos "sentamos" cómodamente a ver cómo otros piensan, inventan y se arriesgan.
Entendiéndola así podemos decir que Cuba vive hoy un tiempo de crisis. Y el cubano vive hoy también en crisis. En tiempos así es importante refrescar y remozar nuestra mística, es decir, nuestra razón profunda para vivir. Así la crisis será crisis de crecimiento y no de destrucción.
Estamos, pues, situados: Cuba 2000, tiempo de crisis. ¿Quiénes estamos situados aquí? Nosotros que somos cubanos cristianos.
Al reflexionar sobre nuestra condición de cubanos cristianos me parece necesario recordar a una figura luminosa, el P. Félix Varela, para quien "el Cristianismo y la libertad son inseparables"(Cartas a Elpidio, Tomo I, p.62). El P. Varela se consagró a vivir con toda su fuerza esta doble condición: cubano y cristiano.
Para el P. Varela no puede haber un pueblo verdaderamente feliz sin el Evangelio ya que del Evangelio brotan la franqueza y la generosidad, el desprecio de los bienes temporales, la sincera amistad, el amor puro, la paz y la alegría, la obediencia sin bajeza y la superioridad sin orgullo, la ciencia con humildad, la riqueza sin avaricia, la pobreza sin envidia, el sufrimiento con heroísmo, la grandeza del alma, la elevación de las ideas (cf. o.c., Tomo I, p. 61-62). El Evangelio fue el centro de la vida del P. Varela. Su meditación y la vivencia del Evangelio lo llevó a darse cuenta de que "el hombre está obligado a procurar su perfección y la de la sociedad en la que habita" (o.c. Tomo II, p. 72). Por eso su vida fue un vivir y animar a otros a vivir "el vínculo de la caridad... principio de lo recto, decoroso y sabio" (o.c., Tomo II, p. 28) pues "la verdadera caridad, difundida en un pueblo, dulcifica su carácter y lo hace franco, amable, firme, constante, humilde y elevado, alegre y juicioso, en una palabra, dispuesto para todo lo justo y enemigo de todo lo perverso" (o.c., Tomo II, p. 37).
En tiempos de crisis debemos vivir con renovado ardor nuestra condición de cristianos. Y debemos vivir también con renovado ardor nuestra condición de cubanos. Para esto último es necesario que miremos dentro de la gran reserva moral que encontramos en la historia de nuestra Patria. Se puede decir que desde los orígenes de nuestra nación hubo cubanos que pusieron las bases de la cantera moral de la cubanía esforzándose por conseguir el bien mayor del hombre, la república moral y la libertad. Así lo expresaron José Martí y Máximo Gómez en el Manifiesto de Montecristi el 25 de marzo de 1895.
La conciencia de la cubanía empieza a hacerse visible en la última década del siglo XVIII y las primeras del XIX en la generación que se agrupó en la Sociedad Económica de Amigos del País, el Papel Literario de La Habana y el Seminario San Carlos y San Ambrosio.
Al enraizamiento de la cubanía contribuyó de modo singular el P. Varela. Él escribió en El Habanero: "Queremos ser libres...queremos que nuestro país sea todo lo que puede ser y no lo que quieren unos amos tiranos que no pueden conservarlo sino mientras puedan oprimirlo...queremos una leyes justas y un sistema político en el que la libertad se concilie con esta misma justicia, nos conduzca a la perfección de las costumbres y radique cada vez más el sagrado amor a la patria...queremos que las generaciones futuras hereden de nosotros la dignidad de los hombres y recuerden lo que cuesta recuperarla para que teman perderla" (2ª Serie, p.8-9).
Al recordar el surgimiento de la cubanía hay que recordar a José de la Luz y Caballero quien quiso inculcar en la juventud cubana la conciencia de lo justo y de lo injusto. Decía que la doctrina del sacrificio es la madre de todo lo que somos. La abnegación y el sacrificio en obsequio de la comunidad fue divisa de su corazón. Esa conciencia y disposición al sacrificio por la comunidad estuvo presente desde el inicio de la Guerra de los Diez Años. Carlos Manuel de Céspedes, esperando con calma el desarrollo del proceso de su deposición, se limitó a decir: "Me he inmolado en el altar de mi Patria en el templo de la Ley. Por mí no se derramará sangre en Cuba".
Ignacio Agramonte tuvo siempre una conducta pulcra y ejemplar con amigos y enemigos. Su ética militar lo va definiendo como jefe ejemplar y maestro de su tropa; su ética personal lo va definiendo como esposo casto y apasionado que sabe mantener ejemplares relaciones con su esposa. De él dijo Martí que "ni en sí ni en los demás humilló nunca al hombre".
En 1881 Antonio Maceo expresaba: "No es una política de odios la mía... es una política de justicia... es una política de amor.... La única condición posible para que los pueblos se eleven a la categoría de sujetos superiores de la historia es el sentido moral de la vida, el cual está por encima de la conservación de cualquier interés material...Amo todas las cosas y a todos los hombres porque miro más a la esencia que al accidente de la vida... La conformidad de "la obra" con "el pensamiento": he ahí la base de mi conducta, la norma de mi pensamiento, el cumplimiento de mi deber... No odio a nadie ni a nada, pero amo sobre todo la rectitud de los principios racionales de la vida".
José Martí, a los 16 años, pasó la dura prueba del presidio político; y la experiencia que de él sacó es que "por el amor se ve, con el amor se ve, es el amor quien ve" por eso dice: "Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo". Y en otro lugar: "Odiar y vengarse no cabe en el alma joven de un presidiario cubano, más alto cuando se eleva sobre sus grillos, más erguido cuando se sostiene sobre la pureza de su conciencia y la rectitud indomable de sus principios, que todos aquellos míseros que a par, que a las espaldas del cautivo, despedazan el honor y la dignidad de su nación".
Para Martí la única posible realización humana está en el deber; de ahí que "el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber". Por eso "morir no es nada, morir es vivir, morir es sembrar. El que muere, si muere donde debe, sirve. En Cuba, ¿quién vive más que Céspedes, que Ignacio Agramonte? Vale y vivirás. Despídete de ti mismo y vivirás. Cae bien y te levantarás".
Lo que el adolescente Martí "aprendió" en el presidio político lo expone como principio en el Manifiesto de Montecristi: guerra sin odio. Y el 28 de abril de 1895 en la circular enviada a los jefes mambises y titulada "Política de Guerra" (y que estaba firmada por él y por Máximo Gómez) se lee: "La guerra debe ser sinceramente generosa, libre de todo acto de violencia innecesaria contra personas y propiedades, y de toda demostración o indicación de odio al español... A nuestras fuerzas se les tratará de manera que se vaya fomentando en ellas... el decoro de los hombres, que es la fuerza y la razón del soldado de la libertad para pelear". El decoro de los hombres es una línea fundamental del pensamiento martiano. Aquí decoro, según Cintio Vitier, no es sólo un concepto moral, sino también la forma de una dignidad que se transparenta y de una hermosura que merece el respeto de todos los hombres. Esta hermosura es la que él deseaba a cada cubano cuando en Ismaelillo expresó: "¿Vivir impuro? ¡No vivas, hijo!". Esta hermosura es el baño de luz del que habla en Versos Sencillos: "Cuando al peso de la cruz/ el hombre morir resuelve, /sale a hacer el bien, lo hace y vuelve/ como de un baño de luz".
¿Qué hacer en tiempos de crisis? No perder nuestra mística de cristianos cubanos. Para eso hay que beber con sosiego de esas fuentes. Así nuestra mística obtendrá renovado ardor, y las decisiones que tomemos y los compromisos concretos que asumamos "inventando" el futuro serán como tienen que ser. ¿Acaso puede alguno de nosotros vivir sin el Evangelio y sin la cubanía?

Pinar del Río,
4 de octubre de 2000,
Fiesta de S. Francisco de Asís.

 


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