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marzo-abril. año VII. No. 42. 2001

ÍNDICE

NARRATIVA

  

 

ENDINAY

EL ROBUSTO

por Héctor García Quintana

 

     

 

Ustedes no conocieron a Endinay, el robusto, yo sí lo conocí. Fue en aquella semana en que los hombres olvidaron sus diferencias. Se dictaron medidas que redundaban en bien de toda la humanidad, se organizaron fiestas por toda la tierra, los israelitas eligieron un palestino como su gobernante, las grandes potencias destinaron el ochenta por ciento de los ingresos de su producto interno bruto, para aliviar el hambre y las enfermedades de América Latina y Africa, y los cubanos esparcidos por el mundo regresaron a su patria.
Un amigo me presentó a Endinay, el robusto. Era bajito, delgado y se notaba bastante endeble; siempre se le veía sonriente, aunque generalmente hablaba poco. Desde el primer momento sentí una curiosidad inmensa por preguntarle el motivo de la contradicción entre su físico y su nombre, pero comprenderán que era algo delicado. La última vez que lo vi asistíamos como observadores a una recepción que daba el Ejército Republicano Irlandés al Primer Ministro Británico.
Aprovechando un brindis de intermedio traté de alejarme con él y preguntarle. Obviamente, lo hice. Soy de la República Rosada, me dijo, hace unos años me levanté dándome cuenta de algunas cosas azules y verdes en mi país. Me asusté al principio pues desde niño lo había visto y entendido todo de color rosado. Supe después de algunas personas a quiénes les pasaba lo mismo que a mí y decidimos reunirnos una vez al mes para comentar nuestras apreciaciones polícromas. Nos sentíamos regocijados de saber que podíamos ver el mundo con diferentes colores; unos lo veíamos azul y verde, otros negro y blanco, otros amarillo y rojo. Soñábamos con la idea de construir un mundo donde convivieran en paz los colores que nos parecían extraños.
Todo fue bien hasta un día. Aquellos que lo veían todo rosado empezaron a protestar aunque muy sutilmente, pues no estaban interesados en que los acusaran en el resto del mundo como intolerantes. Sin embargo nuestras reuniones en la unidad polícroma se empezaron a espaciar, algunos miembros de la unidad, inexplicablemente dejaban de venir y algunos hasta se pasaron a las filas rosadas. Yo no entendía nada, aunque en realidad, los miembros que quedábamos no estábamos demasiado preocupados por ello.
Un día me quedé solo. Aparecieron en mi casa varios miembros de la élite rosada y me propusieron un trato. Viviría un futuro de gloria, con un buen salario y hasta casa propia si dejaba de ver el mundo de otros colores. El mundo será un día rosado, me decían, las masas populares del mundo se darán cuenta de ello y se sublevarán contra sus explotadores polícromos. Me instaban a pasar una prueba de lealtad. Debía atravesar una piscina de apenas dos centímetros de profundidad pero llena de estiércol y tomar del lado de allá un cartel que decía: "Todo es color de rosa". ¿Qué hiciste?, pregunté. Mi nombre lo dice todo, respondió, vivo apartado en la República Rosada, los demás me miran con malicia, incluso aquellos que ven el mundo de otros colores como yo. ¡Pero, hombre!, le grité, ¿Por qué ser mártir cuando puedes vivir un futuro de gloria diciendo por lo bajo lo que hoy dices en voz alta? De todas maneras nadie puede impedir que veas el mundo con tus ojos. No puedo renunciar a ver el mundo de otros colores, me gusta así y no pretendo callármelo nunca, dio por terminada la conversación.
Concluyó la semana de distención mundial. Yo regresé a mi patria al día siguiente con la imagen de aquel hombrecito endeble mortificándome. Lo confieso, no entendía su terquedad entonces, pero hoy, en que el mundo ha vuelto a la anormalidad, camino por la vida con los ojos bien abiertos no vaya a suceder que, al igual que a Endinay, el robusto, alguien me proponga dejar de ver el mundo con mi propia mirada. Además, pensándolo bien, no me importaría mucho quedarme solo siempre y cuando mis pies y mis manos se mantengan limpios de mierda.


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