Roma,
3 septiembre (ZENIT.org) Del 27 de agosto al 1 septiembre se celebró
en el Palacio de congresos de Roma el XVIII Congreso Internacional de
la Sociedad de transplantes. Participaron más de cinco mil científicos
de todo el mundo, expertos en ese campo de la medicina. El Papa pronunció
un discurso ante la asamblea en el que afrontó algunas de las cuestiones
más candentes en materia de bioética en estos momentos,
como son los argumentos de la clonación, la constatación
de la muerte de una persona o las condiciones necesarias para que los
transplantes respeten la dignidad humana. Por su interés, ofrecemos
la traducción al castellano de "L'Osservatore Romano"
del discurso íntegro pronunciado por el Santo Padre.
Ilustres Señoras y Señores:
1. e alegra saludaros
con ocasión de este congreso internacional, en el que os habéis
reunido para reflexionar sobre el complejo y delicado tema de los transplantes.
Agradezco a los profesores Raffaello Cortesini y Oscar Salvatierra las
amables palabras que me han dirigido. Saludo en particular a las autoridades
italianas presentes.
A todos vosotros os expreso mi gratitud por la amable invitación
a este encuentro, y aprecio vivamente la disponibilidad que habéis
manifestado para confrontaros con la enseñanza moral de la Iglesia,
la cual, respetando la ciencia y sobre todo atenta a la ley de Dios,
busca únicamente el bien integral del hombre.
Los transplantes son una gran conquista de la ciencia al servicio del
hombre y no son pocos los que en nuestros días sobreviven gracias
al transplante de un órgano. La técnica de los transplantes
es un instrumento cada vez más apto para alcanzar la primera
finalidad de la medicina: el servicio a la vida humana. Por esto, en
la carta encíclica Evangelium vitae recordé que, entre
los gestos que contribuyen a alimentar una auténtica cultura
de la vida "merece especial reconocimiento la donación de
órganos, realizada según criterios éticamente aceptables,
para ofrecer una posibilidad de curación e incluso de vida, a
enfermos tal vez sin esperanzas" (n. 86).
2. Sin embargo, como acontece en toda conquista humana, también
este sector de la ciencia médica, a la vez que ofrece esperanzas
de salud y de vida a muchos, presenta asimismo algunos puntos críticos,
que es preciso analizar a la luz de una atenta reflexión antropológica
y ética.
En efecto, también en esta área de la ciencia médica,
el criterio fundamental de valoración debe ser la defensa y promoción
del bien integral de la persona humana, según su peculiar dignidad.
Por consiguiente, es evidente que cualquier intervención médica
sobre la persona humana está sometida a límites; no sólo
a los límites de lo que es técnicamente posible, sino
también a límites determinados por el respeto a la misma
naturaleza humana, entendida en su significado integral: " lo que
es técnicamente posible no es, por esa sola razón, moralmente
admisible" (Congregación para la doctrina de la fe, (Donum
vitae, 4).
3. Ante todo es preciso poner de relieve, como ya he afirmado en otra
ocasión, que toda intervención de transplante de un órgano
tiene su origen generalmente en una decisión de gran valor ético:
"la decisión de ofrecer, sin ninguna recompensa, una parte
del propio cuerpo para la salud y el bienestar de otra persona"
(Discurso a los participantes en un congreso sobre trasplantes de órganos,
20 de junio de 1991, n 3: "L'Osservatore Romano", edición
en lengua española, 2 de agosto de 1991, p. 9).
Precisamente en esto reside la nobleza del gesto, que es un auténtico
acto de amor. No se trata de donar simplemente algo que nos pertenece,
sino de donar algo de nosotros mismos, puesto que "en virtud de
su unión sustancial con un alma espiritual, el cuerpo humano
no puede ser reducido a un complejo de tejidos, órganos y funciones,
(...) ya que es parte constitutiva de una persona, que a través
de él se expresa y se manifiesta". (Congregación
para la doctrina de la fe, "Donum vitae", 3)
En consecuencia, todo procedimiento encaminado a comercializar órganos
humanos o a considerarlos como artículos de intercambio o de
venta, resulta moralmente inaceptable, dado que usar el cuerpo "como
un objeto" es violar la dignidad de la persona humana.
Este primer punto tiene una consecuencia inmediata de notable relieve
ético: la necesidad de un consentimiento informado. En efecto,
la "autenticidad" humana de un gesto tan decisivo exige que
la persona sea debidamente informada sobre los procesos que implica,
de forma que pueda expresar de modo consciente y libre su consentimiento
o su negativa. El consentimiento de los parientes tiene su validez ética
cuando falta la decisión del donante. Naturalmente, deberán
dar un consentimiento análogo quienes reciben los órganos
donados.
4.El reconocimiento de la dignidad singular de la persona humana implica
otra consecuencia: los órganos vitales singulares sólo
pueden ser extraídos después de la muerte, es decir, del
cuerpo de una persona ciertamente muerta. Esta exigencia es evidente
a todas luces, ya que actuar de otra manera significaría causar
intencionalmente la muerte del donante al extraerle sus órganos.
De aquí brota una de las cuestiones más recurrentes en
los debates bioéticos actuales y, a menudo, también en
las dudas de la gente común. Se trata del problema de la certificación
de la muerte.
¿Cuándo una persona se ha de considerar muerta con plena
certeza?
Al respecto, conviene recordar que existe una sola "muerte de la
persona", que consiste en la total desintegración de ese
conjunto unitario e integrado que es la persona misma, como consecuencia
de la separación del principio vital, o alma, de la realidad
corporal de la persona. La muerte de la persona, entendida en este sentido
primario, es un acontecimiento que ninguna técnica científica
o método empírico puede identificar directamente.
Pero la experiencia humana enseña también que la muerte
de una persona produce inevitablemente signos biológicos ciertos,
que la medicina ha aprendido a reconocer cada vez con mayor precisión.
En este sentido, los "criterios" para certificar la muerte,
que la medicina utiliza hoy, no se han de entender como la determinación
técnico-científica del momento exacto de la muerte de
una persona, sino como un modo seguro, brindado por la ciencia, para
identificar los signos biológicos de que la persona ya ha muerto
realmente.
5.Es bien sabido que, desde hace tiempo, diversas motivaciones científicas
para la certificación de la muerte han desplazado el acento de
los tradicionales signos cardio-respiratorios al así llamado
criterio "neurológico", es decir, a la comprobación,
según parámetros claramente determinados y compartidos
por la comunidad científica internacional de la cesación
total e irreversible de toda actividad cerebral (en el cerebro, el cerebelo
y el tronco encefálico). Esto se considera el signo de que se
ha perdido la capacidad de integración del organismo individual
como tal.
Frente a los actuales parámetros de certificación de la
muerte -sea los signos "encefálicos", sea los más
tradicionales signos cardio-respiratorios-, la Iglesia no hace opciones
científicas. Se limita a cumplir su deber evangélico de
confrontar los datos que brinda la ciencia médica con la concepción
cristiana de la unidad de la persona; poniendo de relieve las semejanzas
y los posibles conflictos, que podrían poner en peligro el respeto
a la dignidad humana.
Desde esta perspectiva, se puede afirmar que el reciente criterio de
certificación de la muerte antes mencionado, es decir, la cesación
total e irreversible de toda actividad cerebral, si se aplica escrupulosamente,
no parece en conflicto con los elementos esenciales de una correcta
concepción antropológica. En consecuencia, el agente sanitario
que tenga la responsabilidad profesional de esa certificación
puede basarse en ese criterio para llegar, en cada caso, a aquel grado
de seguridad en el juicio ético que la doctrina moral califica
con el término de "certeza moral".
Esta certeza moral es necesaria y suficiente para poder actuar de manera
éticamente correcta. Así pues, sólo cuando exista
esa certeza será moralmente legítimo iniciar los procedimientos
técnicos necesarios para la extracción de los órganos
para el transplante, con el previo consentimiento informado del donante
o de sus representantes legítimos.
6.Otra cuestión de gran importancia ética es la de la
asignación de los órganos donados, mediante listas de
espera o establecimiento de prioridades. A pesar de los esfuerzos por
promover una cultura de donación de órganos, los recursos
de que disponen actualmente muchos países resultan aún
insuficientes para afrontar las necesidades médicas. De aquí
nace la exigencia de elaborar listas de espera para transplantes, según
criterios claros y bien razonados.
Desde el punto de vista moral, un principio de justicia obvio exige
que los criterios de asignación de los órganos donados
de ninguna manera sean "discriminatorios" (es decir, basados
en la edad, el sexo, la raza, la religión, la condición
social, etc) o "utilitaristas" (es decir, basados en la capacidad
laboral, la utilidad social, etc). Más bien, al establecer a
quién se ha de dar precedencia para recibir un órgano,
la decisión debe tomarse sobre la base de factores inmunológicos
y clínicos. Cualquier otro criterio sería totalmente arbitrario
y subjetivo, pues no reconoce el valor intrínseco que tiene toda
persona humana como tal, y que es independiente de cualquier circunstancia
externa.
7.Una última cuestión se refiere a la posibilidad, aún
en fase experimental, de resolver el problema de encontrar órganos
para transplantar al hombre: los así llamados xenotransplantes,
es decir, transplantes de órganos procedentes de otras especies
animales.
No pretendo afrontar aquí detalladamente los problemas suscitados
por ese procedimiento. Me limito a recordar que ya en 1956 el Papa Pío
XII se preguntó sobre su licitud; lo hizo al comentar la posibilidad
científica, entonces vislumbrada, del transplante de córneas
de animal al hombre. La respuesta que dio sigue siendo iluminadora también
hoy. "En principio -afirmó- la licitud de un xenotransplante
exige, por una parte, que el órgano transplantado no menoscabe
la integridad de la identidad psicológica o genética de
la persona que lo recibe, y, por otra, que exista la comprobada posibilidad
biológica de realizar con éxito ese transplante, sin exponer
al receptor a un riesgo excesivo" (cf. Discurso a la Asociación
italiana de donantes de córnea, clínicos oculistas y médicos
forenses, 14 de mayo de 1956).
8.Al concluir, expreso mi esperanza de que la investigación científica
y tecnológica en el campo de los transplantes, gracias a la labor
de tantas personas generosas y cualificadas, siga progresando y se extienda
también a la experimentación de nuevas terapias alternativas
al transplante de órganos, como las prometedoras invenciones
recientes en el área de las prótesis. De todos modos,
se deberán evitar siempre los métodos que no respeten
la dignidad y el valor de la persona. Pienso, en particular, en los
intentos de clonación humana con el fin de obtener órganos
para transplantes. Esos procedimientos, al implicar la manipulación
y destrucción de embriones humanos, no son moralmente aceptables,
ni siquiera cuando su finalidad sea buena en sí misma. La ciencia
permite entrever otras formas de intervención terapéutica,
que no implicarían ni la clonación ni la extracción
de células embrionarias, dado que basta para ese fin la utilización
de células estaminales extraíbles de organismos adultos.
Esta es la dirección por donde deberá avanzar la investigación
si quiere respetar la dignidad de todo ser humano, incluso en su fase
embrionaria.
Para afrontar todas estas cuestiones, es importante la aportación
de los filósofos con la terapia de los transplantes, desarrollada
con competencia y esmero, la cual podrá ayudar a precisar mejor
los criterios de juicio sobre los cuales basarse para valorar qué
tipos de transplantes pueden considerarse moralmente admisibles y bajo
qué condiciones, especialmente por lo que atañe a la salvaguarda
de la identidad personal de cada individuo.
Espero que los líderes sociales, políticos y educativos
renueven su compromiso de promover una auténtica cultura de generosidad
y solidaridad.
Es preciso sembrar en el corazón de todos, y especialmente en
el de los jóvenes, un aprecio genuino y profundo de la necesidad
del amor fraterno, un amor que puede expresarse en la elección
de donar sus propios órganos.
Que el Señor os sostenga a cada uno de vosotros en vuestro trabajo
y os guíe a servir al verdadero progreso humano. Acompaño
este deseo con mi bendición.
Nos han
llegado
muy pocas respuestas al caso Nº2. ¿Será que el
atraso en la distribución de la Revista ha hecho que estas
respuestas demoren? o ¿Será cierto lo que me dijo un
amigo: "¿Tiraste para que nadie bateara?"
Es difícil responder desde varias posiciones. Es difícil
lanzarse uno mismo para batear la bola. Como lanzador quiero que no
me bateen, como bateador quisiera llevarla más allá
de la cerca. No es el caso, como lanzador quiero que me bateen en
estos dilemas éticos y quisiera que batearan todos los equipos
ya que más que de lanzador este papel debe ser el de facilitador.
Ahora bien, entiendo a los que temen responder. En muchas ocasiones
queremos que los demás actúen como no haríamos
nosotros en una situación dada. Reflexionemos: ¿Somos
consecuentes con nuestros criterios? ¿Pensamos igual arriba
que abajo? ¿Puede el que tiene la barriga llena recomendar
frugalidad al hambriento?
No es tan difícil ni complejo el caso como difíciles
y complejos somos nosotros mismos que, tal vez en la posición
del médico o el familiar defendemos la supervivencia de este
paciente, pero pensamos: "¡Si fuera yo...! y esto se debe
a que somos pero no sabemos ser.
Un antiguo aforismo asiático decía: "Antes de juzgar
a un hombre ponte sus botas siete días". Y yo quiero que
se pongan las botas de esta persona que sufre aunque sea siete minutos.
Todos queremos vivir, pero no vegetar. Vivir implica saber que soy
útil y tener objetivos a alcanzar en la vida. Vegetar es comer,
dormir, trabajar y... nada más. Muchas personas vegetan con
dos piernas y dos brazos útiles, muchos que no pueden apenas
moverse VIVEN. Si una persona sufre una situación que lo invalida
total o parcialmente, puede limitarse a vegetar, pero también
puede vivir. Todo depende de que esta persona comprenda que, lejos
de ser un estorbo a su familia y a la sociedad, puede realizar actividades
útiles para ellos. Esto implica buscar objetivos de vida que
en cada enfermo varían de acuerdo con sus capacidades e intereses.
Una de las más famosas escritoras suecas es cuadripléjica.
Uno de los más destacados físicos matemáticos
del mundo no sólo no puede moverse sino tampoco hablar producto
de una enfermedad degenerativa progresiva. No hay que ser un gran
escritor o un gran matemático. La utilidad de una persona la
determinan muchos factores y no puede ser medida por parámetros
solo cualitativos. Dar amor es ser útil y esto lo olvidamos
muchas veces, pero no limitemos el papel del enfermo invalidado sólo
a amar y ser amado, debe tener objetivos acorde a sus posibilidades,
analizar cuales son estas posibilidades, definir estos objetivos y
luchar por alcanzarlos son tareas para el médico y los familiares,
apoyar este empeño, definir sus acciones y emprenderlas es
tarea del enfermo. Todos unidos tienen un gran objetivo a alcanzar:
lograr que el enfermo viva, no que sobreviva.
Como médico pienso que mi papel es lograr una reincorporación
social del enfermo de acuerdo con sus posibilidades reales, ayudarlo
a trazar su plan de vida en las nuevas condiciones, como médico
cristiano a esto se añade la necesidad de que acepte su situación,
no con resignación cristiana sino con aceptación cristiana
a la obra infinita de Dios, que no es sólo material sino espiritual
y que no puede ser modificado en el plano individual por una limitación
física ya que la mente es libre, el Hombre es siempre libre
aunque su cuerpo sea esclavo, el Homúnculo es siempre esclavo
aunque su cuerpo sea libre. Ser Hombre en armonía con su Creador,
aceptando gozoso los designios inescrutables de Dios es algo difícil
para el ser humano pero comprensible para el cristiano. El familiar
debe ser el impulsor fundamental de esta tarea ya que conoce al enfermo
mejor que el médico. Como enfermo quisiera no generar compasión
sino ayuda, no mover a lástima sino a AMOR, recibir apoyo en
todo lo que crea que puedo hacer y no desaliento, sentir que lo que
hago es apreciado por sí mismo y no por provenir de mí.
Desearía Ser y que me ayudaran a ello. Vivir y que también
me ayudaran.
Respuestas recibidas
1) Mujer, 34
años, universitaria: "Es difícil responder, creo,
como San Pablo, que el amor todo lo puede, quisiera recibir y dar
amor, no sólo como paciente, sino también como familia.
No soy partidaria de matar a un ser humano bajo ninguna circunstancia"
2)Hombre, 28 años, 12 grado: "No sé qué
quisiera, tendría que estar en la situación, pero me
parece que quisiera vivir".
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