Desde hace
varios
años he tratado que la discusión sobre los derechos de
las mujeres salga del apretado grupo del movimiento de mujeres y se
haga tema de toda la sociedad, para que su vigencia nos permita vivir
en un país más justo, más humano y, por ende, más
cristiano. También he querido que sin miedo seamos capaces de
debatir sobre el aborto, porque estoy convencida de que existen los
argumentos científicos, legales y morales para rechazarlo, sin
tener que acudir a dogmas de fe ni argumentos religiosos que, si bien
son válidos para los creyentes, no lo serían para quienes
no lo son.
Como no hemos sido capaces de abordar estos asuntos con el tiempo debido,
ahora corremos el riesgo de confundir ambos temas y enzarzarnos en un
enfrentamiento estéril y frustrante a propósito de la
ratificación del Protocolo Facultativo para la Eliminación
de todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres, que
debe discutirse en la Asamblea Legislativa para cumplir los compromisos
adquiridos por Panamá en el ámbito internacional y, sobre
todo, con la mitad femenina de su población. A partir de su aprobación
el Protocolo Facultativo permitirá a cualquier mujer elevar las
denuncias de discriminación contra ella a un organismo internacional,
cuando se le han desconocido sus derechos en su país.
Si como parte del movimiento de mujeres panameñas debo admitir
que necesitamos abrir nuestros espacios de reflexión para hacerlos
más amplios en los temas y más pluralistas en su composición,
también es cierto que cada vez que se plantea la eliminación
de todas las formas de discriminación contra las mujeres aparecen
grupos conservadores que sospechan que esta agenda justa y necesaria
esconde catástrofes sociales y morales que van de la destrucción
de la familia, de paso por la promiscuidad, camino al aborto de libre
demanda. Confundir de esta manera los impostergables reclamos por la
igualdad de derechos entre todos los seres humanos, para limitarlos
al debate a favor o en contra del aborto, supone una reducción
argumentativa por parte de las posturas extremas que se enfrentan sobre
este asunto, y poco tiene que ver con la lucha en la que estamos enfrascadas
la inmensa mayoría de las mujeres alrededor del mundo.
Las mujeres tenemos derecho a ser respetadas como personas, a tener
las mismas oportunidades que los hombres, a vivir plenamente nuestra
sexualidad, a desarrollarnos profesionalmente en el campo que queramos,
a recibir los mismos beneficios que los hombres por nuestro trabajo,
a vivir sin miedo y sin violencia y a asumir la responsabilidad por
nuestros actos. A eso aspiramos y lo exigimos sin que a cambio tengamos
que hacer dejación de nuestra condición de mujeres ni
renunciar a la maternidad y a la atención de nuestras familias
ni desconocer los derechos de quienes son más débiles
que nosotras ni a deshacernos de la insustituible ternura y de la fortaleza
que nos ha permitido sobrevivir a la marginación, la pobreza,
la violencia y el abandono.
En la defensa de nuestros derechos humanos las mujeres no podemos desconocer
los de otros seres más débiles que nosotras y por ello
el aborto y la eutanasia, en tanto en cuanto niegan el derecho a la
vida, no pueden ser parte de nuestros reclamos. Pero tampoco aceptamos
que quienes dicen defender la vida desconozcan que la lucha por la igualdad
está indisolublemente ligada al respeto a nuestra dignidad, que
comienza a reconocerse de manera concreta con la eliminación
de todas las formas de discriminación y la posibilidad de denunciar
las mismas como violaciones a los derechos humanos. Eso y nada más
exigimos.
"La vida humana es sagrada: lo es desde el momento mismo de la
concepción y lo será durante la larga o corta existencia
que cada ser humano pase habitando esta casa común que es la
Tierra. Decirlo, casi con orgullo, no supone muchas dificultades como
tampoco las tienen los propósitos de enmienda, las manifestaciones
de patriotismo, o los juramentos de amor. Las complicaciones surgen
cuando las palabras, para tener sentido, hay que endosarlas con los
actos concretos de defender la dignidad de todas las vidas, de arrancar
las causas de nuestra maldad, de servir a la Patria o de seguir amando
a pesar del desamor."