anterior

marzo-abril. año VII. No. 42. 2001

ÍNDICE

ECUMENISMO

Y MISIONES

  

 

DE LA MISIÓN A LA

EVANGELIZACIÓN

por P. Oscar Francisco Galcerán Díaz

 

     

 

 

El mes de Octubre de este Año Santo ha pasado dejando tras de sí la estela de los Congresos Misionero y Misionológico, celebrados en Roma, y del Jubileo de los Misioneros, celebrado en el mundo entero, realizado el Domingo Mundial de las Misiones -penúltimo domingo del mes- conocido por el DOMUND.1 Ambas Jornadas se inscriben en el conjunto de actividades que este Papa misionero ha encauzado, estimulado y apoyado personalmente2 , con las cuales se cierra este siglo XX, al que se le ha llamado el siglo del nuevo despertar misionero de la Iglesia.3

Pero hablar de la misión no es simplemente decir que el mes de Octubre es el mes de las misiones y celebrar un Congreso Mundial -el cual siempre es beneficioso por cuanto es reflexión compartida-; ni siquiera es darle a la fecha un carácter festivo en ambiente jubilar. Es mucho más que eso: hablar de la misión de la Iglesia es hablar de su más íntima naturaleza (Cfr. Ad gentes, A. G. 1), de su ser más profundo, de su vocación y compromiso. Y ¿qué se entiende por misión de la Iglesia?
Los apóstoles entendieron claramente que el Evangelio -la persona de Jesús, sus palabras y sus obras, su muerte y resurrección- debían anunciarlo porque el mismo Jesucristo los había enviado (Mt 28, 19) en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El primer lanzamiento misionero ocurre el día de Pentecostés, cuando Pedro -hombre poco instruido y antes temeroso- junto a los demás apóstoles se transforma en testigo de lo que ha vivido y anuncia a Jesucristo muerto y resucitado, invitándoles a "la conversión y al bautismo para el perdón de los pecados" (Cfr. Hch 2, 14-39), lo que ha de reflejarse en una vida de comunidad fraterna y de caridad universal, sin distinciones. Desde entonces la Iglesia se ha esforzado en salir de sí misma, para congregar en un sólo pueblo a todos sus hijos dispersos por el mundo, realizando la misión encomendada por Jesús, en particular, la evangelización, entendida tanto en su más amplio significado como misión de la Iglesia en su totalidad, como en el significado específico de una clara y transparente proclamación de Jesucristo; teniendo presente que, tanto en uno como otro significado, el fin principal de la teología misionera es anunciar el nombre de Jesús a todos aquellos que todavía no le conocen.
Las primeras comunidades cristianas -los apóstoles de manera particular- consideraron la muerte redentora de Jesucristo en cruz, en un primer momento, como el único acontecimiento salvífico digno de tener en cuenta; de ahí que el anuncio primero de salvación -el kerigma- consistió en los relatos de la Pasión y Resurrección4 . Más tarde, los relatos de sus milagros, sus palabras y actitudes fueron incorporados a la predicación y enseñanza apostólica, fruto de la reflexión y la oración de las propias comunidades, las cuales iban elaborando -por la acción del Espíritu Santo, en la medida en que enseñaban- los contenidos de los futuros Evangelios5 . Por último, comprendieron que el nacimiento y la vida oculta no eran despreciables, sino más bien formaban parte indispensable del misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre; entonces, luego de documentarse, procesan los datos en oración -no olvidemos que los Evangelios no son relatos históricos en cuanto tal, sino reflexión teológica de acontecimientos histórico-salvíficos- y se conforman dos relatos del nacimiento: uno, de Lucas, inspirado en los recuerdos de María, y el otro, de Mateo, siguiendo el hecho con los ojos de José; al mismo tiempo que no se dice nada de la vida oculta porque comprenden el valor que Dios quiere darle a la vida común del hombre que trabaja y ora, descansa y convive con los demás: el vacío de 30 años, sólo interrumpido por la incursión del adolescente de 12 años en el Templo de Jerusalén, es un signo de que los apóstoles y la Iglesia primitiva no le tuvieron miedo al aparente sinsentido del silencio y lo cotidiano en la vida de Jesús, contrastando con la irreal "solución" (signos y milagros de Jesús en su niñez y juventud) que presentaron los llamados "Evangelios apócrifos".6
Siguiendo el mismo proceso de la comunidad primitiva, descubrimos que la misión del cristiano es exclusivamente la de Jesucristo, el Hijo único del Padre, que se encarna y desarrolla dentro de tres grandes y fecundas etapas:

>Durante treinta años su misión fue un misterio de presencia, presencia oculta, discreta y laboriosa, digamos común y corriente.

>Durante tres años su misión fue un misterio de acción, la manifestación pública de signos o milagros, acompañados de actitudes, silencios y palabras.

>Durante tres días su misión fue un misterio de anonadamiento, una vida truncada y donada hasta la última gota de su sangre.

Treinta años, tres años, tres días; o sea, tres etapas, tres modos distintos y complementarios de los cuales ninguno es superfluo o menos "redentor" que los otros, y por los cuales Jesús se entrega, actúa y redime a la humanidad. Son tres modalidades que los misioneros tendrán que hacer suyos según las indicaciones del Espíritu y las circunstancias de la vida.7


La primera etapa de la vida de Jesús -de la cual no se habla o se hace referencia llamándola vida oculta- es auténtico Evangelio: es el tiempo de la aparente "inutilidad", del "no hacer nada que valga la pena", el tiempo de "perder" el tiempo; o mejor dicho, es el tiempo del silencio profundo y lleno de sentido, de la obediencia a María y a José, del crecimiento físico y espiritual ante Dios y los hombres (Cfr. Lc 2, 52), del descubrimiento de las amistades, del madurar en el trabajo físico, del perfilar su destino y su misión; es el misterio de la Encarnación presentado en su forma más radicalmente sencilla, donde no hay espacio para la sensiblería porque es pura austeridad y monotonía. El absoluto, el eterno se hace abrumadoramente cotidiano en el misterio de la persona humana -pues somos un misterio para nosotros mismos, misterio entrañablemente amado por el Padre- para purificar, elevar, humanizar, lo cual quiere decir redimir, la infancia, la adolescencia y la juventud, la familia y la amistad, el descanso y el trabajo, la obediencia y la humildad.
¿Por qué treinta años en Nazareth y sólo tres de vida pública?. ¿No era más útil a la inversa?. El misterio de Nazareth -redescubierto en nuestros tiempos por la Madre Bonifacia, un Charles de Foucauld, o más cercanamente en el tiempo y la geografía, por los sacerdotes, religiosos y religiosas que optaron, en una aparente inutilidad, por permanecer en Cuba durante las décadas de los años 60 y 70, cuando pudieron haber regresado a su tierra para realizar un apostolado más "eficaz"- es anuncio sin voz del valor de la presencia, de la cercanía, de la solidaridad abierta para todos; es testimonio de una vida sencilla al lado de los pobres y excluidos, de los desanimados y desarraigados, de los ateos, los no cristianos o de los indiferentes, siendo el hermano universal. Es la proclamación más elocuente -Evangelio, Buena Noticia- del precio de la vida humana: su vida por la nuestra, aún siendo pecadores.
Esta sencilla presencia cristiana con sus opciones radicales se convierte efectivamente en una de las modalidades esenciales de la misión en la Iglesia: la opción por Cristo entre los pobres y los no cristianos tiene un evidente significado misionero, es manifestación de que la vida cristiana y la vida cotidiana de los hombres no son contrapuestas, sino que la vida en el Espíritu encuentra un terreno fértil y abonado en lo común y corriente del acontecer diario.


La segunda etapa de la vida de Jesús es más explícitamente Buena Noticia: el camino polvoriento de la humanidad recorrido por Dios, el encuentro con el hombre de ayer y el de hoy en el brocal de un pozo o en el banco de un parque, la curación que levanta, el perdón que devuelve la confianza en sí mismo, el pan partido y repartido que nos hace hermanos, la mano tendida que dignifica, la palabra que invita a reconocer el amor maravilloso de Dios y testifica su predilección por los marginados y oprimidos de la sociedad. Sólo tres años le bastan para decirnos que Él es el Pan de vida que alimenta el espíritu porque se ocupa del hombre entero; el Agua viva capaz de saciar el hambre y la sed de felicidad de cada persona, y no pozo agrietado que resuma insatisfacción y amargura; es el Buen Pastor, que camina por lomas y despeñaderos para que sus ovejas disfruten los buenos pastos, y si alguna se extravía sale a buscarla pues sabe que lo necesita; Él es la Luz del Mundo que ilumina los acontecimientos de la vida humana y, más aún, lo profundo del corazón sin echarnos en cara las sombras que allí habitan; es Camino, Verdad y Vida porque, sólo en Él, la Verdad que es Dios y esa "otra" Verdad, que es el hombre, se encuentran y se funden en una sola; es la Resurrección y la Vida pues descubre el sentido de una vida al servicio de la vida plena, de la justicia y la misericordia, de la libertad y el sacrificio.
Esta es la presencia de un Dios que quiere conquistar al hombre no con la violencia ni la doblez, que no lo compra ni lo chantajea con regalos o milagros; un Dios que enamora y seduce (Cfr. Jr. 20, 7) con la autoridad de su palabra, con su vida entre nosotros, con su muerte y resurrección. La Iglesia, Cuerpo de Cristo, -tú, yo, éstos y aquellos, nosotros todos los que la formamos- ha sido llamada, por Aquel que la constituyó, para ser "sal" y "luz del mundo"(Cfr. Mt 5, 13-14): sal y no salmuera, sal que haga resaltar el sabor de los valores perennes penetrando las culturas de los pueblos con el buen gusto del Evangelio; ha sido llamada -es su vocación- como signo en el mundo para -he aquí su compromiso- anunciar la Buena Nueva a toda la creación (Cfr. Mc 16, 15). Desafío y aventura para la Iglesia de ayer; desafío y aventura para nosotros, la Iglesia de hoy.
Desafío porque se trata de inculturar el Evangelio de Jesucristo: entablar un diálogo fecundo con cada cultura, que sea capaz de transformar desde dentro los criterios y actitudes, sentimientos y aspiraciones que conforman el alma de los pueblos para que se plenifiquen según el modelo del Dios hecho hombre; desafío porque hay que penetrar el corazón de los pueblos con la sola evidencia del amor. Aventura porque no hay caminos en el mar, porque cada pueblo y cada cultura -con la originalidad que le es propia- requieren un nuevo modo de ser del único Evangelio sin que pierda su autenticidad ni se diluya en la identidad del otro; aventura porque cada persona y cada pueblo son únicos e irrepetibles, y única e irrepetible ha de ser la tarea evangelizadora. Desafío y aventura porque Evangelio que no se hace cultura es simplemente un traje de fiesta que se usa en determinadas ocasiones, es llovizna que moja la superficie y no penetra la vida de los pueblos; porque cultura que no es evangelizada es diamante sin pulir, botón que no se hace flor, Creación inacabada. Sólo donde se realiza la fusión entre Evangelio y cultura, el hombre encuentra su plena dignidad porque "hacer llegar el Evangelio al corazón del hombre es un acto de reconocimiento y respeto de toda persona, hecha a imagen de Dios, a la vez que una defensa ante todo lo que amenaza su libertad, sus derechos o las condiciones necesarias para llevar una existencia, personal, familiar y social, acorde con su inalienable dignidad" 8


La tercera etapa: la más corta, la más dramática, la más elocuente. En la tarde del Jueves Santo celebró, en una comida con los apóstoles, la Pascua judía9 , memorial del "paso" de Dios en medio de su pueblo. En este contexto de liberación, Jesús nos entrega la Eucaristía porque se entrega Él mismo: celebra sacramentalmente en la Cena la entrega de su vida, que al día siguiente hará en la cruz: "Beban todos, porque esta es mi sangre, la sangre de la Alianza, que es derramada por una muchedumbre, para el perdón de los pecados" (Mt 26, 27-28). Es la Pascua de Jesús, memorial del "paso" de Dios en medio de los hombres. Es Pascua porque es el "paso" de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad. Es la Pascua de Jesús y nuestra Pascua. Esta es la apasionante y más elocuente Buena Noticia que jamás nadie hubiera soñado escuchar en la historia de la humanidad: "¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
"Sólo tres días le bastan para decir "Yo Soy"10: Ante los soldados -romanos y judíos extrañamente unidos- que le iban a prender en franco abuso de fuerza, dice: "Yo Soy" (Jn 18,5) y se deja atrapar; ante Pilato -representante de la autoridad ilegítimamente constituida -, quién realiza un juicio sumario por miedo a perder su puesto, responde: "Yo Soy rey. Yo doy testimonio de la Verdad"(Jn 18,37) y no se defiende; ante Tomás -el que no cree, el que ya no confía en nada ni en nadie porque ha perdido la esperanza- dice: "Soy Yo" (Jn 20, 27) y se deja tocar. Para Jesús no hay barreras, no hay injusticia que no pueda redimir, no hay incredulidad que no pueda vencer. Está cerca de los que sufren, de los atropellados, de los que no tienen esperanza; comparte con ellos; sufre con ellos; porque "llevaba sobre sí los pecados de muchos e intercedía por los pecadores" (Is 53, 12). Él ha querido rescatar a la humanidad por el camino de la no-violencia, de las Bienaventuranzas (Cfr. Mt 5 y 6); por el camino de la Cruz.
Sólo tres días le bastan para que los discípulos le reconocieran como el "Señor". (Cfr. Jn 21, 7; Hch 2, 36). Y esa es la experiencia única y determinante que transformó a aquellos pescadores -temerosos y nada instruidos- en testigos del crucificado. Es la experiencia que continúa moviendo a tantos hombres y mujeres en el mundo de hoy: han reconocido a Jesús, el Señor, los mártires cristianos que han derramado su sangre junto con Él, en cualquier época y latitud, para construir un mundo más fraterno; le han reconocido aquellos que hacen donación de su vida, consagrándose en la oración y el silencio; los que ofrecen sus mejores energías en el servicio a los pobres y desamparados; los que se gastan y se desgastan predicando a "Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Cor 1, 23-25). Sólo quien ha reconocido la acción de Jesucristo, Señor de la historia, en su vida podrá ser testigo de lo que ha vivido; y sólo desde esta experiencia apasionante podrá proclamarle a todos los vientos porque "el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (Evangelii Nuntiandi 76).
Ya decía antes que la misión del cristiano es exclusivamente la de Jesucristo, el Hijo único del Padre; ahora concluyo diciendo que la evangelización será siempre si la pasión por Cristo y por su Reino mueven todas nuestras acciones. Sólo habrá evangelizadores si hay convencidos. Sólo habrá convencidos si hay convertidos. Sólo habra convertidos si hay enamorados. Mucho podrá "hacer" el evangelizador; pero nunca hará más que cuando "esté" evangelizado. Mucho podrá "hacer" el cristiano, pero nunca hará más que cuando "sea" otro Cristo, dando su vida sin mirar atrás por la Salvación del mundo, fruto de ese amor irresistible cual es el amor de Cristo.


Notas
1 Quedó establecido en el año 1926, en tiempos de Pío XI, a quien le llamaron "el Papa de las misiones"; en ese mismo año se ordenaron en Roma los 6 primeros obispos chinos y el Papa publicó una encíclica en la que pone de relieve la responsabilidad de toda Iglesia particular hacia la Iglesia universal. Durante el pontificado de Pio XI nacen las Facultades e Institutos de Misionología para la investigación científica sobre el tema

2 Sólo en este año jubilar pueden destacarse los encuentros con los representantes de todas las Religiones, la apertura de la puerta santa de la Basílica de San Pablo con las autoridades de la Iglesia Ortodoxa y de la Confesión Anglicana y -como gesto claramente ecuménico y universal- la firma de la "Declaración Común sobre la Doctrina de la Justificación" de parte de la Iglesia Católica y de la Confesión Luterana.

3 En 1919, el Papa Benedicto XV - cuyo recuerdo ha quedado grabado en la mente y el corazón de los cubanos, pues accedió a la petición de los veteranos de nuestras guerras de Independencia, declarando Patrona de Cuba a la Virgen de la Caridad del Cobre - da inicio, en este siglo, a una serie de encíclicas y exhortaciones apostólicas sobre el tema misionero: Maximum illud (Benedicto XV, 1919), Rerum ecclesiae (Pio XI, 1926), Saeculo exeunte (Pio XII, 1940), Evangelii praecones (Pio XII, 1951), Fidei donum (Pio XII, 1957), Princeps pastorum (Juan XXIII, 1959) El Concilio Vaticano II merece una mención particular: la idea principal, de profundo significado y trascendencia misionera, que puede armonizar todos los documentos, es la de "Iglesia sacramento", que en su dimensión misionera "ad gentes" se completa así: "Iglesia, sacramento universal de salvación"; en cada documento, desde su contenido específico, se proyecta la Iglesia hacia fuera de sí misma, hacia la humanidad, para presentar a Jesucristo como Luz de los Pueblos (Cfr. Lumen gentium, 1) y de manera eminentemente universalista, en el decreto conciliar Ad gentes. Posterior al Concilio, la reflexión misionológica se enriquece con Evangelii nuntiandi (Pablo VI, 1975), Slavorum apostoli (Juan Pablo II, 1985), Redemptoris missio (Juan Pablo II, 1990). Es significativa la conciencia de apertura universal que se expresa más o menos explícitamente - no entramos en detalles para no alargar más lo que es una nota y no un artículo - en los documentos sinodales, cartas apostólicas y documentos regionales del post-concilio. No puedo evitar la tentación - permítanme 2 líneas más - de resaltar la proyección misionera del ENEC, 1986, y del ECO, 1996, en Cuba; aunque pienso que podríamos ganar más en la dimensión "ad gentes".

4Antes que los Evangelios fueran escritos, en las comunidades cristianas se iban trasmitiendo de viva voz los relatos que formaron el núcleo central del kerigma: Jesús, el Señor, murió en cruz por nuestros pecados, resucitó para darnos vida y nos invita a la conversión y a la vida de comunidad.
5 De ese proceso surgen los Evangelios llamados "sinópticos" (Mateo, Marcos y Lucas) porque presentan, dentro de una trama común, numerosas semejanzas o textos paralelos aunque cada uno tenga su especificidad propia (destinatarios, intencionalidad y carácter distintos) y, más tarde, el Evangelio de Juan, el cual es una reflexión teológica más elaborada.

6 El proceso de selección de los Evangelios, y decantación de los "apócrifos", ocurrió dentro de las comunidades primitivas durante los 6 primeros siglos: el Espíritu Santo y la Tradición apostólica hicieron posible que llegara a nuestras manos el Jesús de los Evangelios, verdadero hombre y verdadero Dios.

7 He tomado estos conceptos de Michel Hubaut, "Francisco de Asís y sus hermanos; una nueva mirada de la Misión" en Evan. aujourd'hui n. 109 (1981) 7-21

8 Carta del Santo Padre enviada a Mons. Pedro Meurice, Arzobispo de Santiago de Cuba, el 25 de enero de 2001, con motivo de los 150 años de la llegada a Cuba de San Antonio Maria Claret, como Arzobispo de dicha sede

9 El día 14 del mes de Nisán, los israelitas celebran su "Fiesta Nacional": la pascua judía. Es memorial del paso por el Mar Rojo huyendo de los egipcios, del paso de la esclavitud en Egipto hacia la libertad en la Tierra Prometida. Es la actualización de la Alianza de Dios con su pueblo.

10 Dios le revela su nombre a Moisés cuando le envía, en nombre suyo, a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Ante la pregunta de Moisés, "si me preguntan: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?", la respuesta es indicadora de su ser más profundo: diles "YO SOY me ha enviado a ustedes" (Ex 3, 13-14)

 


siguiente