El
mes de Octubre de este Año Santo ha pasado dejando
tras de sí la estela de los Congresos Misionero y Misionológico,
celebrados en Roma, y del Jubileo de los Misioneros, celebrado en el
mundo entero, realizado el Domingo Mundial de las Misiones -penúltimo
domingo del mes- conocido por el DOMUND.1 Ambas Jornadas se inscriben
en el conjunto de actividades que este Papa misionero ha encauzado,
estimulado y apoyado personalmente2 , con las cuales se cierra este
siglo XX, al que se le ha llamado el siglo del nuevo despertar misionero
de la Iglesia.3
Pero hablar de
la misión no es simplemente decir que el mes de Octubre es el
mes de las misiones y celebrar un Congreso Mundial -el cual siempre
es beneficioso por cuanto es reflexión compartida-; ni siquiera
es darle a la fecha un carácter festivo en ambiente jubilar.
Es mucho más que eso: hablar de la misión de la Iglesia
es hablar de su más íntima naturaleza (Cfr. Ad gentes,
A. G. 1), de su ser más profundo, de su vocación y compromiso.
Y ¿qué se entiende por misión de la Iglesia?
Los apóstoles entendieron claramente que el Evangelio -la persona
de Jesús, sus palabras y sus obras, su muerte y resurrección-
debían anunciarlo porque el mismo Jesucristo los había
enviado (Mt 28, 19) en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. El primer lanzamiento misionero ocurre el día de Pentecostés,
cuando Pedro -hombre poco instruido y antes temeroso- junto a los demás
apóstoles se transforma en testigo de lo que ha vivido y anuncia
a Jesucristo muerto y resucitado, invitándoles a "la conversión
y al bautismo para el perdón de los pecados" (Cfr. Hch 2,
14-39), lo que ha de reflejarse en una vida de comunidad fraterna y
de caridad universal, sin distinciones. Desde entonces la Iglesia se
ha esforzado en salir de sí misma, para congregar en un sólo
pueblo a todos sus hijos dispersos por el mundo, realizando la misión
encomendada por Jesús, en particular, la evangelización,
entendida tanto en su más amplio significado como misión
de la Iglesia en su totalidad, como en el significado específico
de una clara y transparente proclamación de Jesucristo; teniendo
presente que, tanto en uno como otro significado, el fin principal de
la teología misionera es anunciar el nombre de Jesús a
todos aquellos que todavía no le conocen.
Las primeras comunidades cristianas -los apóstoles de manera
particular- consideraron la muerte redentora de Jesucristo en cruz,
en un primer momento, como el único acontecimiento salvífico
digno de tener en cuenta; de ahí que el anuncio primero de salvación
-el kerigma- consistió en los relatos de la Pasión y Resurrección4
. Más tarde, los relatos de sus milagros, sus palabras y actitudes
fueron incorporados a la predicación y enseñanza apostólica,
fruto de la reflexión y la oración de las propias comunidades,
las cuales iban elaborando -por la acción del Espíritu
Santo, en la medida en que enseñaban- los contenidos de los futuros
Evangelios5 . Por último, comprendieron que el nacimiento y la
vida oculta no eran despreciables, sino más bien formaban parte
indispensable del misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre;
entonces, luego de documentarse, procesan los datos en oración
-no olvidemos que los Evangelios no son relatos históricos en
cuanto tal, sino reflexión teológica de acontecimientos
histórico-salvíficos- y se conforman dos relatos del nacimiento:
uno, de Lucas, inspirado en los recuerdos de María, y el otro,
de Mateo, siguiendo el hecho con los ojos de José; al mismo tiempo
que no se dice nada de la vida oculta porque comprenden el valor que
Dios quiere darle a la vida común del hombre que trabaja y ora,
descansa y convive con los demás: el vacío de 30 años,
sólo interrumpido por la incursión del adolescente de
12 años en el Templo de Jerusalén, es un signo de que
los apóstoles y la Iglesia primitiva no le tuvieron miedo al
aparente sinsentido del silencio y lo cotidiano en la vida de Jesús,
contrastando con la irreal "solución" (signos y milagros
de Jesús en su niñez y juventud) que presentaron los llamados
"Evangelios apócrifos".6
Siguiendo el mismo proceso de la comunidad primitiva, descubrimos que
la misión del cristiano es exclusivamente la de Jesucristo, el
Hijo único del Padre, que se encarna y desarrolla dentro de tres
grandes y fecundas etapas:
>Durante
treinta años su misión fue un misterio de presencia, presencia
oculta, discreta y laboriosa, digamos común y corriente.
>Durante
tres años su misión fue un misterio de acción,
la manifestación pública de signos o milagros, acompañados
de actitudes, silencios y palabras.
>Durante
tres días su misión fue un misterio de anonadamiento,
una vida truncada y donada hasta la última gota de su sangre.
Treinta años,
tres años, tres días; o sea, tres etapas, tres modos distintos
y complementarios de los cuales ninguno es superfluo o menos "redentor"
que los otros, y por los cuales Jesús se entrega, actúa
y redime a la humanidad. Son tres modalidades que los misioneros tendrán
que hacer suyos según las indicaciones del Espíritu y
las circunstancias de la vida.7
La primera etapa de la vida de
Jesús -de la cual no se habla o se hace referencia llamándola
vida oculta- es auténtico Evangelio: es el tiempo de la aparente
"inutilidad", del "no hacer nada que valga la pena",
el tiempo de "perder" el tiempo; o mejor dicho, es el tiempo
del silencio profundo y lleno de sentido, de la obediencia a María
y a José, del crecimiento físico y espiritual ante Dios
y los hombres (Cfr. Lc 2, 52), del descubrimiento de las amistades,
del madurar en el trabajo físico, del perfilar su destino y su
misión; es el misterio de la Encarnación presentado en
su forma más radicalmente sencilla, donde no hay espacio para
la sensiblería porque es pura austeridad y monotonía.
El absoluto, el eterno se hace abrumadoramente cotidiano en el misterio
de la persona humana -pues somos un misterio para nosotros mismos, misterio
entrañablemente amado por el Padre- para purificar, elevar, humanizar,
lo cual quiere decir redimir, la infancia, la adolescencia y la juventud,
la familia y la amistad, el descanso y el trabajo, la obediencia y la
humildad.
¿Por qué treinta años en Nazareth y sólo
tres de vida pública?. ¿No era más útil
a la inversa?. El misterio de Nazareth -redescubierto en nuestros tiempos
por la Madre Bonifacia, un Charles de Foucauld, o más cercanamente
en el tiempo y la geografía, por los sacerdotes, religiosos y
religiosas que optaron, en una aparente inutilidad, por permanecer en
Cuba durante las décadas de los años 60 y 70, cuando pudieron
haber regresado a su tierra para realizar un apostolado más "eficaz"-
es anuncio sin voz del valor de la presencia, de la cercanía,
de la solidaridad abierta para todos; es testimonio de una vida sencilla
al lado de los pobres y excluidos, de los desanimados y desarraigados,
de los ateos, los no cristianos o de los indiferentes, siendo el hermano
universal. Es la proclamación más elocuente -Evangelio,
Buena Noticia- del precio de la vida humana: su vida por la nuestra,
aún siendo pecadores.
Esta sencilla presencia cristiana con sus opciones radicales se convierte
efectivamente en una de las modalidades esenciales de la misión
en la Iglesia: la opción por Cristo entre los pobres y los no
cristianos tiene un evidente significado misionero, es manifestación
de que la vida cristiana y la vida cotidiana de los hombres no son contrapuestas,
sino que la vida en el Espíritu encuentra un terreno fértil
y abonado en lo común y corriente del acontecer diario.
La segunda etapa de la vida de
Jesús es más explícitamente Buena Noticia: el camino
polvoriento de la humanidad recorrido por Dios, el encuentro con el
hombre de ayer y el de hoy en el brocal de un pozo o en el banco de
un parque, la curación que levanta, el perdón que devuelve
la confianza en sí mismo, el pan partido y repartido que nos
hace hermanos, la mano tendida que dignifica, la palabra que invita
a reconocer el amor maravilloso de Dios y testifica su predilección
por los marginados y oprimidos de la sociedad. Sólo tres años
le bastan para decirnos que Él es el Pan de vida que alimenta
el espíritu porque se ocupa del hombre entero; el Agua viva capaz
de saciar el hambre y la sed de felicidad de cada persona, y no pozo
agrietado que resuma insatisfacción y amargura; es el Buen Pastor,
que camina por lomas y despeñaderos para que sus ovejas disfruten
los buenos pastos, y si alguna se extravía sale a buscarla pues
sabe que lo necesita; Él es la Luz del Mundo que ilumina los
acontecimientos de la vida humana y, más aún, lo profundo
del corazón sin echarnos en cara las sombras que allí
habitan; es Camino, Verdad y Vida porque, sólo en Él,
la Verdad que es Dios y esa "otra" Verdad, que es el hombre,
se encuentran y se funden en una sola; es la Resurrección y la
Vida pues descubre el sentido de una vida al servicio de la vida plena,
de la justicia y la misericordia, de la libertad y el sacrificio.
Esta es la presencia de un Dios que quiere conquistar al hombre no con
la violencia ni la doblez, que no lo compra ni lo chantajea con regalos
o milagros; un Dios que enamora y seduce (Cfr. Jr. 20, 7) con la autoridad
de su palabra, con su vida entre nosotros, con su muerte y resurrección.
La Iglesia, Cuerpo de Cristo, -tú, yo, éstos y aquellos,
nosotros todos los que la formamos- ha sido llamada, por Aquel que la
constituyó, para ser "sal" y "luz del mundo"(Cfr.
Mt 5, 13-14): sal y no salmuera, sal que haga resaltar el sabor de los
valores perennes penetrando las culturas de los pueblos con el buen
gusto del Evangelio; ha sido llamada -es su vocación- como signo
en el mundo para -he aquí su compromiso- anunciar la Buena Nueva
a toda la creación (Cfr. Mc 16, 15). Desafío y aventura
para la Iglesia de ayer; desafío y aventura para nosotros, la
Iglesia de hoy.
Desafío porque se trata de inculturar el Evangelio de Jesucristo:
entablar un diálogo fecundo con cada cultura, que sea capaz de
transformar desde dentro los criterios y actitudes, sentimientos y aspiraciones
que conforman el alma de los pueblos para que se plenifiquen según
el modelo del Dios hecho hombre; desafío porque hay que penetrar
el corazón de los pueblos con la sola evidencia del amor. Aventura
porque no hay caminos en el mar, porque cada pueblo y cada cultura -con
la originalidad que le es propia- requieren un nuevo modo de ser del
único Evangelio sin que pierda su autenticidad ni se diluya en
la identidad del otro; aventura porque cada persona y cada pueblo son
únicos e irrepetibles, y única e irrepetible ha de ser
la tarea evangelizadora. Desafío y aventura porque Evangelio
que no se hace cultura es simplemente un traje de fiesta que se usa
en determinadas ocasiones, es llovizna que moja la superficie y no penetra
la vida de los pueblos; porque cultura que no es evangelizada es diamante
sin pulir, botón que no se hace flor, Creación inacabada.
Sólo donde se realiza la fusión entre Evangelio y cultura,
el hombre encuentra su plena dignidad porque "hacer llegar el Evangelio
al corazón del hombre es un acto de reconocimiento y respeto
de toda persona, hecha a imagen de Dios, a la vez que una defensa ante
todo lo que amenaza su libertad, sus derechos o las condiciones necesarias
para llevar una existencia, personal, familiar y social, acorde con
su inalienable dignidad" 8
La tercera etapa: la más
corta, la más dramática, la más elocuente. En la
tarde del Jueves Santo celebró, en una comida con los apóstoles,
la Pascua judía9 , memorial del "paso" de Dios en medio
de su pueblo. En este contexto de liberación, Jesús nos
entrega la Eucaristía porque se entrega Él mismo: celebra
sacramentalmente en la Cena la entrega de su vida, que al día
siguiente hará en la cruz: "Beban todos, porque esta es
mi sangre, la sangre de la Alianza, que es derramada por una muchedumbre,
para el perdón de los pecados" (Mt 26, 27-28). Es la Pascua
de Jesús, memorial del "paso" de Dios en medio de los
hombres. Es Pascua porque es el "paso" de la muerte a la vida,
de la esclavitud a la libertad. Es la Pascua de Jesús y nuestra
Pascua. Esta es la apasionante y más elocuente Buena Noticia
que jamás nadie hubiera soñado escuchar en la historia
de la humanidad: "¡Así amó Dios al mundo! Le
dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda,
sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
"Sólo tres días le bastan para decir "Yo Soy"10:
Ante los soldados -romanos y judíos extrañamente unidos-
que le iban a prender en franco abuso de fuerza, dice: "Yo Soy"
(Jn 18,5) y se deja atrapar; ante Pilato -representante de la autoridad
ilegítimamente constituida -, quién realiza un juicio
sumario por miedo a perder su puesto, responde: "Yo Soy rey. Yo
doy testimonio de la Verdad"(Jn 18,37) y no se defiende; ante Tomás
-el que no cree, el que ya no confía en nada ni en nadie porque
ha perdido la esperanza- dice: "Soy Yo" (Jn 20, 27) y se deja
tocar. Para Jesús no hay barreras, no hay injusticia que no pueda
redimir, no hay incredulidad que no pueda vencer. Está cerca
de los que sufren, de los atropellados, de los que no tienen esperanza;
comparte con ellos; sufre con ellos; porque "llevaba sobre sí
los pecados de muchos e intercedía por los pecadores" (Is
53, 12). Él ha querido rescatar a la humanidad por el camino
de la no-violencia, de las Bienaventuranzas (Cfr. Mt 5 y 6); por el
camino de la Cruz.
Sólo tres días le bastan para que los discípulos
le reconocieran como el "Señor". (Cfr. Jn 21, 7; Hch
2, 36). Y esa es la experiencia única y determinante que transformó
a aquellos pescadores -temerosos y nada instruidos- en testigos del
crucificado. Es la experiencia que continúa moviendo a tantos
hombres y mujeres en el mundo de hoy: han reconocido a Jesús,
el Señor, los mártires cristianos que han derramado su
sangre junto con Él, en cualquier época y latitud, para
construir un mundo más fraterno; le han reconocido aquellos que
hacen donación de su vida, consagrándose en la oración
y el silencio; los que ofrecen sus mejores energías en el servicio
a los pobres y desamparados; los que se gastan y se desgastan predicando
a "Cristo crucificado: escándalo para los judíos,
necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos
que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios"
(1 Cor 1, 23-25). Sólo quien ha reconocido la acción de
Jesucristo, Señor de la historia, en su vida podrá ser
testigo de lo que ha vivido; y sólo desde esta experiencia apasionante
podrá proclamarle a todos los vientos porque "el mundo exige
a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos
conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible"
(Evangelii Nuntiandi 76).
Ya decía antes que la misión del cristiano es exclusivamente
la de Jesucristo, el Hijo único del Padre; ahora concluyo diciendo
que la evangelización será siempre si la pasión
por Cristo y por su Reino mueven todas nuestras acciones. Sólo
habrá evangelizadores si hay convencidos. Sólo habrá
convencidos si hay convertidos. Sólo habra convertidos si hay
enamorados. Mucho podrá "hacer" el evangelizador; pero
nunca hará más que cuando "esté" evangelizado.
Mucho podrá "hacer" el cristiano, pero nunca hará
más que cuando "sea" otro Cristo, dando su vida sin
mirar atrás por la Salvación del mundo, fruto de ese amor
irresistible cual es el amor de Cristo.
Notas
1 Quedó establecido en el año 1926, en tiempos de Pío
XI, a quien le llamaron "el Papa de las misiones"; en ese
mismo año se ordenaron en Roma los 6 primeros obispos chinos
y el Papa publicó una encíclica en la que pone de relieve
la responsabilidad de toda Iglesia particular hacia la Iglesia universal.
Durante el pontificado de Pio XI nacen las Facultades e Institutos de
Misionología para la investigación científica sobre
el tema
2 Sólo
en este año jubilar pueden destacarse los encuentros con los
representantes de todas las Religiones, la apertura de la puerta santa
de la Basílica de San Pablo con las autoridades de la Iglesia
Ortodoxa y de la Confesión Anglicana y -como gesto claramente
ecuménico y universal- la firma de la "Declaración
Común sobre la Doctrina de la Justificación" de parte
de la Iglesia Católica y de la Confesión Luterana.
3 En 1919, el
Papa Benedicto XV - cuyo recuerdo ha quedado grabado en la mente y el
corazón de los cubanos, pues accedió a la petición
de los veteranos de nuestras guerras de Independencia, declarando Patrona
de Cuba a la Virgen de la Caridad del Cobre - da inicio, en este siglo,
a una serie de encíclicas y exhortaciones apostólicas
sobre el tema misionero: Maximum illud (Benedicto XV, 1919), Rerum ecclesiae
(Pio XI, 1926), Saeculo exeunte (Pio XII, 1940), Evangelii praecones
(Pio XII, 1951), Fidei donum (Pio XII, 1957), Princeps pastorum (Juan
XXIII, 1959) El Concilio Vaticano II merece una mención particular:
la idea principal, de profundo significado y trascendencia misionera,
que puede armonizar todos los documentos, es la de "Iglesia sacramento",
que en su dimensión misionera "ad gentes" se completa
así: "Iglesia, sacramento universal de salvación";
en cada documento, desde su contenido específico, se proyecta
la Iglesia hacia fuera de sí misma, hacia la humanidad, para
presentar a Jesucristo como Luz de los Pueblos (Cfr. Lumen gentium,
1) y de manera eminentemente universalista, en el decreto conciliar
Ad gentes. Posterior al Concilio, la reflexión misionológica
se enriquece con Evangelii nuntiandi (Pablo VI, 1975), Slavorum apostoli
(Juan Pablo II, 1985), Redemptoris missio (Juan Pablo II, 1990). Es
significativa la conciencia de apertura universal que se expresa más
o menos explícitamente - no entramos en detalles para no alargar
más lo que es una nota y no un artículo - en los documentos
sinodales, cartas apostólicas y documentos regionales del post-concilio.
No puedo evitar la tentación - permítanme 2 líneas
más - de resaltar la proyección misionera del ENEC, 1986,
y del ECO, 1996, en Cuba; aunque pienso que podríamos ganar más
en la dimensión "ad gentes".
4Antes que los
Evangelios fueran escritos, en las comunidades cristianas se iban trasmitiendo
de viva voz los relatos que formaron el núcleo central del kerigma:
Jesús, el Señor, murió en cruz por nuestros pecados,
resucitó para darnos vida y nos invita a la conversión
y a la vida de comunidad.
5 De ese proceso surgen los Evangelios llamados "sinópticos"
(Mateo, Marcos y Lucas) porque presentan, dentro de una trama común,
numerosas semejanzas o textos paralelos aunque cada uno tenga su especificidad
propia (destinatarios, intencionalidad y carácter distintos)
y, más tarde, el Evangelio de Juan, el cual es una reflexión
teológica más elaborada.
6 El proceso
de selección de los Evangelios, y decantación de los "apócrifos",
ocurrió dentro de las comunidades primitivas durante los 6 primeros
siglos: el Espíritu Santo y la Tradición apostólica
hicieron posible que llegara a nuestras manos el Jesús de los
Evangelios, verdadero hombre y verdadero Dios.
7 He tomado estos
conceptos de Michel Hubaut, "Francisco de Asís y sus hermanos;
una nueva mirada de la Misión" en Evan. aujourd'hui n. 109
(1981) 7-21
8 Carta del Santo
Padre enviada a Mons. Pedro Meurice, Arzobispo de Santiago de Cuba,
el 25 de enero de 2001, con motivo de los 150 años de la llegada
a Cuba de San Antonio Maria Claret, como Arzobispo de dicha sede
9 El día
14 del mes de Nisán, los israelitas celebran su "Fiesta
Nacional": la pascua judía. Es memorial del paso por el
Mar Rojo huyendo de los egipcios, del paso de la esclavitud en Egipto
hacia la libertad en la Tierra Prometida. Es la actualización
de la Alianza de Dios con su pueblo.
10 Dios le revela
su nombre a Moisés cuando le envía, en nombre suyo, a
liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Ante la pregunta de
Moisés, "si me preguntan: ¿Cuál es su nombre?,
¿qué les responderé?", la respuesta es indicadora
de su ser más profundo: diles "YO SOY me ha enviado a ustedes"
(Ex 3, 13-14)