Querido Mons.
Pedro Meurice Estíu, Arzobispo
de Santiago de Cuba;
Reverendos Padres Joan Rovira, Rector del
Seminario San Basilio Magno;
Rafael Ángel López Silvero, párroco de la
Catedral; y Eugenio Castellanos;
Estimados músicos de Ars Longa y Hemiolia;
Respetables y queridas musicólogas María
Antonia Vergili y Miriam Escudero;
Apreciados artistas de la ciudad;
Hermanas y hermanos:
Ha
de ser de acción de gracias, eucarística, nuestra
primera palabra en esta noche hermosa.
Gracias sean dadas al Dios de la Verdad, la Bondad y la Belleza por
estos cánticos de aromas celestiales que están colmando
las vetustas bóvedas de nuestra Catedral, las mismas que otrora,
hace dos siglos, se vieron henchidas de iguales notas musicales, ejecutadas
entonces por unos pocos hombres y niños del pueblo, humildes
cantores e instrumentistas convocados y defendidos por el insigne y
a la vez sencillo Maestro de la Capilla de Música de esta Catedral
primada, Esteban Salas.
Bajo la égida
de Salas -escribe Alejo Carpentier- la Catedral de Santiago habría
de transformarse en un verdadero conservatorio, al que permanecerían
vinculados muchos músicos del siglo XIX. Tuvo discípulos;
formó ejecutantes. El ejemplo de su obra continuada originó
una demanda. Después de él, no fue compositor respetado
en Santiago, quien no hubiese escrito algo para las solemnidades del
templo. La obra de Salas creó en Cuba un orden de disciplina
hasta entonces desconocido. Gracias a él, el coro de la catedral
fue también sala de conciertos.
La personalidad
a la que rendimos hoy nuestro más sentido tributo dejó
una estela luminosa no sólo de belleza artística religiosa,
sino de ejemplar esplendor de vida, estimulándonos a "ser
artífices de la propia vida..., cada hombre debe hacer de ella
una obra de arte, una obra maestra", como ha escrito el pasado
año Juan Pablo II a los artistas.
¿Cómo podríamos olvidar en este día a las
dos personas que más decisivamente contribuyeron a redescubrir,
desempolvando partituras pacientemente, el inmenso tesoro cultural:
artístico-religioso-cristiano que nos legó aquel excepcional
músico que irrumpiera en esta antigua villa, devenida ciudad,
cuando alboreaba el segundo mes del año 1764.
Me estoy refiriendo -ustedes lo saben bien- a don Alejo Carpentier y
Pablo Hernández Balaguer. Al rendir homenaje al Maestro Salas
lo hacemos también, justo y necesario es, a nuestro eximio novelista
y, especialmente, al musicólogo infatigable y riguroso, prematuramente
fallecido (+ 1966) quien, gracias a una fecunda década de ardua
labor investigativa y editorial en el Departamento de Música
de la Universidad de Oriente, volvió a poner en nuestras manos
aquellos amarillentos papeles colmados del esplendor de tanta Belleza
humano-divina.
¡Qué bueno saber hoy -gracias a nuestra incansable y talentosa
musicóloga Miriam Escudero- que cuando himnos, misas y obras
litúrgicas, junto a los famosos villancicos de Salas, resonaban
en este recinto catedralicio, así como en la Iglesia de El Carmen,
en la Parroquial Mayor de La Habana, donde él se formó
en la música, donde cantaba y tañía el órgano,
como ilustre y pródigo músico cubano, Cayetano Pagueras,
organista oriundo de Barcelona y llegado a La Habana alrededor de 1750,
se dedicaba a la creación de música para el oficio religioso
dejándonos al morir más de ochenta partituras. Gracias
a Miriam que nos ha devuelto ese otro tesoro! ¡Cuánta falta
nos hace el rescate de nuestra memoria musical más sublime!.
Genuinos representantes
del barroco americano -ha escrito Miriam-, Salas y Pagueras constituyen
los únicos exponentes cubanos de esa mezcla de elementos estilísticos.
Al analizar su música como parte del siglo XVIII -definido por
la interacción de lo barroco y lo clásico-, se comprueba
que Pagueras posee un lenguaje menos contrapuntístico y más
armónico que Salas. Sin embargo, las desigualdades de estilo
individuales no impiden considerarlos en un mismo estilo epocal, en
coincidencia nacional, que revela más semejanzas que diferencias
en cuanta música religiosa crearon para las capillas de La Habana
y Santiago de Cuba. (Opus Habana. Vol. III No. 2/99)
La liturgia de
la Palabra de esta feria de Adviento nos regala providencialmente, cercana
ya la Navidad, estos espléndidos textos que nos ayudan, más
que a descifrar, a descalzarnos el alma para poder acercarnos a los
umbrales del Misterio que nunca llegaremos a entender del todo. "Dios
plantando su tienda entre nosotros, Enmanuel, Dios-con-nosotros".
Eso que nos desborda y desafía: el empeño del Dios que
ha decidido salvarnos haciéndose uno de nosotros, "en todo
igual menos en el pecado". "Llegada la plenitud de los tiempos
-dice la carta a los Hebreos- envió Dios a su Hijo al mundo"
)Heb 1, 1). ¿Será posible este "heroico anonadamiento
de Dios", como sentencia el escritor griego Nikos Kazantzakis?
A nosotros, mortales, embriagados con nuestros supuestos poderíos,
delirando en nuestras soberbias andanzas, envueltos, a veces, en nuestras
mezquindades, esta inversión de valores nos resulta muy difícil
de asimilar, ¡cuánto más de aceptar o asumir! ¡Habrase
visto tamaña humildad del que todo lo puede! Pidiendo permiso
a una jovencita de la casi desconocida aldea de Nazareth para hacerse
presente en nuestra Historia, en el lugar menos digno de un hijo de
hombre.
Sí,
¡Tú, mi Dios, entre pajas!... y no entre galas,
¡Tú, entre brutos! ¡Tú, pobre! ¡Tú,
desnudo!
¡Tú, heladito! ¡Tanto ocultar, Señor, tus
atributos,
reducir a tan poco lo infinito!
¿Es ello majestad? ¿Ser Dios es eso?
¡Ay, mi bien, que es amarme con exceso!
Y como en todo, sumo es tu cariño, más rico y
grande cuando pobre niño.
Aquel que naciera
un día de Navidad hace 275 años, tal parece que vino a
esta tierra prendado de armoniosas musas, quizás las mismas que
inspiraron a los ángeles el celestial cántico del Gloria
con que anunciaron a los pastores, en la Noche más Buena, más
bella de la Historia, el Nacimiento de Jesús; el Salvador, en
Belén.
Cualquiera
que escribe poesía -ha dicho el poeta, periodista y sacerdote
José Luis María Descalzo- sabe que el villancico es
la cosa más difícil que existe. Debe ser tan puro, tan
limpio, tan sin retórica, que exige en el poeta un alma de cristal.
Además,
el villancico debe tener estas dos cosas que tiene la Navidad: alegría
y asombro: sólo con la primera será cascabeleo vacío.
Sólo con la segunda será una lección de teología,
pero no villancico.
Y así
es como el villancico debe unir por un lado: humor, ternura, un poquito
de broma, y por otro una especie de lección teológica
condensada.
Considero pues, que los villancicos del Maestro Esteban Salas son sin
pecar de exageración, paradigmáticos.
Los villancicos, cantatas y pastorelas de Salas nos ofrecen la mejor
teología poética -o poesía teológica- sobre
el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, el acontecimiento
más "lleno de gracia" en el itinerario de los hombres
que se haya escrito en nuestra tierra cubana, comparable con ,lo mejor
que nos estaba llegando de la Madre Patria, ejemplificado de manera
exquisita, por aquel hermosísimo villancico de José Pérez
de Montoro escrito en 1691. Esta perla navidaña fue publicada
hace doscientos años en El Papel Periódico de la Havana,
precisamente en los tiempos en que Salas producía y hacía
cantar y tocar tanta maravilla de poesía cristiana:
Dios y Niño,
¡qué fineza
de amor! Pero, ¿qué hombre es éste,
que por él su Dios se encoge,
y él solo de ingrato crece?
Dios, y pañales, bien mío,
aunque mis culpas los tejen,
no ya tu rigor se esconda
donde tu piedad se envuelve.
Dios y mantillas: oh, cómo
el uso dichoso vuelve
de cuyo sagrado traje
desnudó al hombre la sierpe.
Dios y portal, Dios y frío,
¿qué es esto? Dios y pesebre,
oh, pese a los corazones
que no saben ser albergues.
El contexto en
el que estamos asistiendo a esta conmemoración del 275 aniversario
del insigne Maestro de la Capilla de Música de nuestra Catedral
primada, no puede ser más sugerente y significativo: coincide
con el aniversario 2000 de otro gran Nacimiento, tal vez el más
trascendente de la historia de nosotros los simples mortales, el del
Hijo de Dios quien, "decidió 'traviesamente', rompiendo
lo previsto, nacer en el rincón más pobre de la ciudad,
en calles que no solemos ir a visitar" (Juan Carlos Zamora).
Nuestra última
palabra es también de gratitud:
A los que se entusiasmaron y apoyaron este proyecto que engendró
estas primeras Jornadas de Música Antigua que abrieron sus puertas
el pasado día 16 en el sacro recinto artísticamente engalanado
de San Francisco de Paula, en la ciudad de La Habana, aquella en que
vio la luz primera Esteban Salas, en la que se formó humana,
cristiana y musicalmente. Allí resonaron durante estos días
las voces e instrumentos del Conjunto de Música antigua Ars Longa
y el Quinteto Hemiolia, también El Gremio, otros jóvenes
intérpretes y la Coral Infantil Cantus Firmus, que casi nos permitió
tocar la belleza.
Recuerdo ahora la tarde, apenas hace seis meses, en que con María
Antonia, estando muy cerca de aquí, en la Biblioteca "Elvira
Cape", soñábamos con estos días de justa y
espléndida recordación. A ella, gracias por su apoyo dicisivo
y entusiasta, y por traernos a Hemiolia.
Gracias a nuestra querida Miriam, por todo lo que ustedes conocen de
su importantísima labor de rescate de nuestro dormido patrimonio
musical.
No podemos olvidar la colaboración efectiva e insoslayable de
la Oficina del Historiador de La Habana, particularmente en la persona
del Dr. Eusebio Leal Splenguer.
No quisiera olvidar a las demás instancias coauspiciadoras: el
Aula de Música de la Universidad de Valladolid, la Dirección
General de Cooperación y Comunicación Cultural del Ministerio
de Educación, Cultura y Deporte de España, Caja Duero,
y el Arzobispado de Santiago de Cuba.
Apreciados artistas:
En una crónica sobre un concierto de nuestro violinista José
White, nuestro apóstol José Martí escribió:
La música
es la más bella forma de lo bello... es esta lengua arrobadora,
madre de bellezas, seno de ternuras, vaga como los sueños de
las almas, gratísima y suave como un murmullo de libertad y redención
La música
es el hombre escapado de sí mismo; es el ansia de lo ilímite
surgida de lo limitado y de lo estrecho; es la armonía necesaria,
anuncio de la armonía constante y venidera. (Revista
Universal, México, 25 de mayo de 1875).
El apóstol
parece estar en sintonía con el venerable presbítero,
profesor del Colegio Seminario "San Carlos", Félix
Varela, que enseñaba en sus Lecciones de filosofía, en
el Tratado del Hombre:
La música
tiene entrada libre en el corazón humano, las almas sensibles
la acogen con entusiasmo, y a la verdad es preciso tener un espíritu
muy frío y estéril para no recibir sus impresiones...
La música ruge, se enfurece, se alegra, se entristece, sin presentar
objeto alguno y sin necesitar intérprete, pues lo es el alma
que reconoce unos signos de que se ha valido tantas veces, y que ha
observado siempre en sus semejantes...
Amigos todos:
Siempre me ha llamado la atención y conmovido grandemente el
que el mayor elogio al eximio músico que hoy recordamos, haya
sido, en el ocaso de sus días, no para el artista talentoso,
o para el ilustre profesor del Colegio Seminario San Basilio Magno,
sino para el eclesiástico casto y humilde, tanto que no se creía
digno de las órdenes sagradas, para el generoso y abnegado reconstructor
de su querida Iglesia de El Carmen, para el que defendió "contra
viento y marea", aun quedando en entredicho su honradez, a sus
pobres músicos: cantores e instrumentistas que lo admiraban y
querían, ... en fin, al "varón justo".
El día en que se celebraron sus honras fúnebres, el 14
de julio de 1803, circulaban por su entrañable ciudad, la que
se vio embellecida por su arte mayor de altos quilates sonoros, unos
versos con listones de luto, un soneto, con el que deseo concluir en
esta emotiva velada eucarística, que pienso quedará imborrable
en nuestros corazones, por tantas razones:
No es muerto
Esteban, no, que vida ha sido
De perdurable paz su monumento:
Por él con subterráneo apartamiento
A la mansión de Dios se nos ha ido.
Ya desnudo
del hombre mal nacido
Dejó la patria y valle turbulento,
Viajando en derechura al firmamento
Por la lóbrega senda del olvido.
Puerta dichosa
fue, no sepultura,
La que le abrió el destino en su partida,
Dándole franco el paso a su ventura:
Porque la
muerte al fin aunque temida
Es del justo varón llave segura
Con la que entra en los Reinos de la vida.
"Acérquese
un musiquito nuevo, cántele y tóquele al Niño tan
Belo"
"Escuchen el concento y la dulce armonía que forman los
cielo cantando hoy día"
"Toquen presto a fuego, suene la campana, que el portal que vemos
se arde en vivas llamas"
"Los bronces se enternezcan, liquídense las rocas al oír
las tristes quejas de una madre que tierna, siente y llora sus dolores,
sus penas y congojas. Ay de mí, que padezco sola"
"Vayan unas especies que harán camino para loar al Infante
recién nacido"
"Pues la fábrica de un templo hoy en Beethleem se levanta,
los moradores del orbe vengan todos a admirarla"
"Claras luces, puras ondas, verdes plantas, bellas flores, unid
las influencias y en armonía acorde, al Soberano amante, Señor
de los señores, que en Beethleem hoy ha nacido en un albergue
pobre, donde amante se humilla por exaltar al hombre, rendid debidos
cultos, prestad adoraciones"
"Resuenen
armoniosos los clarines y en dulces concertadas melodías convoquen
los mortales desgraciados a respirar los aires de la vida"