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marzo-abril. año VII. No. 42. 2001

ÍNDICE

JUBILEO

  

LOS PEQUEÑOS

REYES MAGOS

DE OCCIDENTE

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CLAUSURA DEL AÑO SANTO JUBILAR EN LA DIÓCESIS DE PINAR DEL RÍO

por Ernesto Ortiz

 

     

Si alguno mira desde fuera, se extrañará de tal fiesta -o Jubileo, así le llaman- de gente sentada con harta disciplina, o de pie donde apenas cabe otra alma; atentos a un señor allá, con sólo un trozo de pan que más bien luce una galleta, y una copa con vino -a la que echará un poco de agua. Por precaución, o por desconocimiento, este visitante casual -supongamos que es el azar quien lo ha traído- ignora la íntima significación de una misa -que eso es lo que presencia-, pero se siente sobrecogido por la gravidez que llena la Catedral: arriba, ante el altar, una red vegetal atrapa unas letras -peces blancos- que se aquietan en un "FELIZ NAVIDAD"; debajo, a la derecha, el obvio pinillo de marras, que mucho atrae a los niños por su estatura y bombillos parpadeando, reptando hacia la estrella en la punta, y porque debajo, a tamaño casi natural para un fiñe, hay una vaca sobre el pasto y una madre con su bebé, en una especie de cueva, y un hombre con su cayado; hacia el otro extremo se levanta una especie de bohío. Es domingo 7 de enero, son las cuatro de la tarde. Están presentes todos los sacerdotes de la diócesis; han venido acá católicos de todas partes de Pinar del Río a celebrar la clausura del Año Santo Jubilar.


Decide quedarse; quizá porque le atrapa el tono paternal de aquella voz, entre prudente y admonitoria, voz de quien conoce a los hombres, cuando dice "no podemos olvidar jamás las siguientes palabras de San Pablo: "examínese, pues, el hombre a sí mismo y entonces coma del pan y beba del cáliz". Supone que hablan de la Biblia. Algo leyó alguna vez, casi aprendió el Padre Nuestro... hasta que a un compañero lo expulsaron del trabajo por algo parecido: remedio santo. Si estuviera en otra actividad, piensa, parquearían luego -digamos que por aquella esquina- una pipa de cerveza, mala, no hay mas ná, y allá iríamos los -no sabe por qué oscuros vericuetos le salió esa palabra:- grupúsculos, a guarachar, a pasarla bien, a matar el tiempo. A la derecha de nuestro visitante -al que llamaremos Manolo-, al fondo, unos niños están disfrazándose, telas brillantes y diversión. En el peor de los casos, darían una "cajita" con algún pedazo de cake flanqueado por caramelos amelcochados y quizá un palitroque con cara de socato. Unas muchachas, no sabe que son animadoras del proyecto de Infancia Misionera del Reparto Maica, intentan atajar a los niños, agruparlos. También una monjita de azul, seria, ubicua, feliz. El dulce lo llevaría a su hija de cinco años.


Manolo recuerda que Cristo dijo: dejen que los niños vengan a mí, o algo parecido; y yo acoto: "si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de Dios". Lo más que un niño no tiene es: poder; lo más que un niño tiene es: alegría. No es fácil soltar el poder. Es fácil embriagarse de la alegría de los niños. No conozco mucho de niños, pero tengo la impresión de que ese es su distintivo.


"La alegría jubilar no sería completa si la mirada no se hubiera dirigido también, de modo preferencial, a Aquella que, obedeciendo totalmente al Padre, engendró para nosotros en la carne al Hijo de Dios" -continúa el sacerdote; Manolo ya sabe que es el Señor Obispo de Pinar del Río. Yo rememoro ese júbilo, ese gozo, en las celebraciones que precedieron a esta: la de los campesinos, la de los artistas, el Jubileo de la tercera edad, el de la familia vicenciana... Y que alguna vez me pregunté por qué no se cuenta la alegría entre los dones "oficiales" del Espíritu Santo. Aunque luego me percaté que sí está, implícitamente: la alegría es la emoción de la fe. Una fe sin alegría es inmutable, raquítica, impensable. Nos dice el apóstol Santiago que la fe sin obras está muerta; pero la obra que se levanta sin alegría, pronto se derrumba. Esa puede ser una de las explicaciones de que, dos milenios después, el cristianismo sigue vivo. Porque su alegría no es pagana, no es de una intensidad momentánea ni de agotación de momentos. Es un modo de entender vívidamente el transcurrir, una disposición a la búsqueda y al encuentro -misteriosamente penetrados. Y nada menos que esto, un encuentro con un amigo, o un padre, o un esposo, es el centro del cristianismo. Un encuentro de y para el amor; así que la novia se engalana, el hijo se confía, el amigo se entrega: señales de una alegría neta.


Una manta de silencio se va extendiendo, sacándome de estas cavilaciones. Avanza junto a los pasos, trémulos, de una niñita con dos alas enormes (cómo no recordar en este momento aquel poema de Dulce María: "¡Qué hechizo el de aquellas alas cosidas por mi madre que podían hacerme creer que yo era un ángel auténtico en la ronda de niñas que llevaban sus ramos a la Virgen!..."). Avanza por un pasillo que le queda enorme, amplio, y a medida que avanza va dejando mudez en quienes la contemplan, o lanzan ahogados signos de sorpresa o admiración. Las manos pequeñísimas, blancas, adelante, elevadas al cielo. El ángel se coloca al lado del bohío. Y se repite la escena -el alborozo de la imaginación-, la gracia, la ternura: llega María, que casi arrastra su atuendo, que aprieta maternalmente a un muñeco casi tan grande como ella (es su bebé Jesús); a su lado, el niño que representa a José, algo mayor, intenta guiarla. Manolo reconoce a la Virgen María: va al mismo círculo infantil que su hija. Y luego, otra niña, lleva una estrella de plata atada con una cinta a su cabeza, y va muy erguida (me imagino el pasaje bíblico en que el esclavo de Abraham ve llegar a Rebeca con su cántaro al hombro). Y siguiendo a la estrella, varios críos: los pastores. Y después: los tres reyes magos. Y cada vástago va explicando por sí mismo quién o quiénes son; qué hacen allí. Luego llegan más; niños alabando al Salvador que les ha nacido; alrededor del bohío casi no caben. Aquello era apoteósico. Manolo pensó qué disciplina. Recordó lo que había visto por televisión en esos días, acerca de unos Reyes Magos adultos, españoles, que pasearon La Habana, que lanzaban caramelos a los niños (y bajo ese pensamiento pensó o recordó este: igual que algunas carrozas en nuestros carnavales), que repartieron juguetes en tremenda molotera de chamacos (y también bajo esto se desplazó esto otro: el mismo relajo de nuestras piñatas, por no hablar de nuestras colas). Y en la emoción por lo que veía, dejó nacer Manolo esta conclusión: qué equivocados cuando comentaron en la TV que en Cuba los Reyes Magos eran unos extraños. Algo más o menos así dijeron. Manolo le contará a su esposa Marta y a su hija Gabriela, de cinco años. Por eso le transcribo, además, esta aclaración del Señor Obispo:


"Es notable cómo la sabiduría popular ha hecho su propia interpretación del Evangelio que escuchamos hoy. La tradición popular ha fijado en tres el número de los magos, es decir, de los sabios de Oriente que iban buscando al rey de los judíos, tal vez debido a los tres dones de oro, incienso y mirra; y con estos dones se apunta a Cristo, el Rey, el Dios y el Hombre. La tradición los ha hecho reyes porque así representan mejor a pueblos enteros. Les ha puesto nombres -Melchor, Gaspar y Baltasar- porque una persona sin nombre no es persona. Les ha dado edades distintas: el anciano, el hombre maduro y el joven, así como también colores distintos: el blanco, el trigueño y el moreno. Todo esto acentúa la conciencia que el pueblo tiene, y manifiesta que Dios, en Cristo, es salvación para todos, para todas las razas, para todas las edades, para todos los tiempos."


Y Manolo contará que cada niño regaló una orquídea a los sacerdotes, que se cantó, que se dijeron cosas muy emotivas, dirá: me gustó mucho la parte esa en que todo el mundo se abrazó con el que tenía al lado. Muchas más cosas sucedieron ese día. De lo que más se empapó: de ese júbilo que estaba como fruto para recogerse, de una cosecha abundante; de la magia y la alegría que entregaron los pequeños protagonistas de esa tarde.


"Ahora, al inicio de este nuevo año 2001, de este siglo, de este milenio, al cerrarse el magno Jubileo, como los magos de Oriente, busquemos siempre al Señor, sean cuales sean los obstáculos y las dificultades con que nos encontremos en esta porción del pueblo de Dios que peregrina en este hoy difícil y confuso, en este aquí, sufrido y desconcertante de nuestra historia; y si la estrella -la esperanza- se nos oculta, indaguemos, como los magos, y no nos faltará ayuda; y como ellos, encontraremos a Cristo con María, su Madre. Ofrendándole lo que somos y tenemos, Él nos hará partícipes de su Reino de paz, de justicia, de alegría y amor eternos."

Así sea.