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marzo-abril. año VII. No. 42. 2001

ÍNDICE

MEMORIA

CULTURAL

  

EL SACERDOTE

ESTEBAN SALAS

PADRE DE LA MÚSICA CUBANA

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HOMILÍA DE LA MISA CONMEMORATIVA DEL 275 ANIVERSARIO DEL NATALICIO DEL MAESTRO ESTEBAN SALAS (1725-1803)

por P. Jorge Catasús

 

     

 

 

Querido Mons. Pedro Meurice Estíu, Arzobispo
de Santiago de Cuba;
Reverendos Padres Joan Rovira, Rector del
Seminario San Basilio Magno;
Rafael Ángel López Silvero, párroco de la
Catedral; y Eugenio Castellanos;
Estimados músicos de Ars Longa y Hemiolia;
Respetables y queridas musicólogas María
Antonia Vergili y Miriam Escudero;
Apreciados artistas de la ciudad;
Hermanas y hermanos:

Ha de ser de acción de gracias, eucarística, nuestra primera palabra en esta noche hermosa.
Gracias sean dadas al Dios de la Verdad, la Bondad y la Belleza por estos cánticos de aromas celestiales que están colmando las vetustas bóvedas de nuestra Catedral, las mismas que otrora, hace dos siglos, se vieron henchidas de iguales notas musicales, ejecutadas entonces por unos pocos hombres y niños del pueblo, humildes cantores e instrumentistas convocados y defendidos por el insigne y a la vez sencillo Maestro de la Capilla de Música de esta Catedral primada, Esteban Salas.

Bajo la égida de Salas -escribe Alejo Carpentier- la Catedral de Santiago habría de transformarse en un verdadero conservatorio, al que permanecerían vinculados muchos músicos del siglo XIX. Tuvo discípulos; formó ejecutantes. El ejemplo de su obra continuada originó una demanda. Después de él, no fue compositor respetado en Santiago, quien no hubiese escrito algo para las solemnidades del templo. La obra de Salas creó en Cuba un orden de disciplina hasta entonces desconocido. Gracias a él, el coro de la catedral fue también sala de conciertos.

La personalidad a la que rendimos hoy nuestro más sentido tributo dejó una estela luminosa no sólo de belleza artística religiosa, sino de ejemplar esplendor de vida, estimulándonos a "ser artífices de la propia vida..., cada hombre debe hacer de ella una obra de arte, una obra maestra", como ha escrito el pasado año Juan Pablo II a los artistas.
¿Cómo podríamos olvidar en este día a las dos personas que más decisivamente contribuyeron a redescubrir, desempolvando partituras pacientemente, el inmenso tesoro cultural: artístico-religioso-cristiano que nos legó aquel excepcional músico que irrumpiera en esta antigua villa, devenida ciudad, cuando alboreaba el segundo mes del año 1764.
Me estoy refiriendo -ustedes lo saben bien- a don Alejo Carpentier y Pablo Hernández Balaguer. Al rendir homenaje al Maestro Salas lo hacemos también, justo y necesario es, a nuestro eximio novelista y, especialmente, al musicólogo infatigable y riguroso, prematuramente fallecido (+ 1966) quien, gracias a una fecunda década de ardua labor investigativa y editorial en el Departamento de Música de la Universidad de Oriente, volvió a poner en nuestras manos aquellos amarillentos papeles colmados del esplendor de tanta Belleza humano-divina.
¡Qué bueno saber hoy -gracias a nuestra incansable y talentosa musicóloga Miriam Escudero- que cuando himnos, misas y obras litúrgicas, junto a los famosos villancicos de Salas, resonaban en este recinto catedralicio, así como en la Iglesia de El Carmen, en la Parroquial Mayor de La Habana, donde él se formó en la música, donde cantaba y tañía el órgano, como ilustre y pródigo músico cubano, Cayetano Pagueras, organista oriundo de Barcelona y llegado a La Habana alrededor de 1750, se dedicaba a la creación de música para el oficio religioso dejándonos al morir más de ochenta partituras. Gracias a Miriam que nos ha devuelto ese otro tesoro! ¡Cuánta falta nos hace el rescate de nuestra memoria musical más sublime!.

Genuinos representantes del barroco americano -ha escrito Miriam-, Salas y Pagueras constituyen los únicos exponentes cubanos de esa mezcla de elementos estilísticos. Al analizar su música como parte del siglo XVIII -definido por la interacción de lo barroco y lo clásico-, se comprueba que Pagueras posee un lenguaje menos contrapuntístico y más armónico que Salas. Sin embargo, las desigualdades de estilo individuales no impiden considerarlos en un mismo estilo epocal, en coincidencia nacional, que revela más semejanzas que diferencias en cuanta música religiosa crearon para las capillas de La Habana y Santiago de Cuba. (Opus Habana. Vol. III No. 2/99)

La liturgia de la Palabra de esta feria de Adviento nos regala providencialmente, cercana ya la Navidad, estos espléndidos textos que nos ayudan, más que a descifrar, a descalzarnos el alma para poder acercarnos a los umbrales del Misterio que nunca llegaremos a entender del todo. "Dios plantando su tienda entre nosotros, Enmanuel, Dios-con-nosotros". Eso que nos desborda y desafía: el empeño del Dios que ha decidido salvarnos haciéndose uno de nosotros, "en todo igual menos en el pecado". "Llegada la plenitud de los tiempos -dice la carta a los Hebreos- envió Dios a su Hijo al mundo" )Heb 1, 1). ¿Será posible este "heroico anonadamiento de Dios", como sentencia el escritor griego Nikos Kazantzakis?
A nosotros, mortales, embriagados con nuestros supuestos poderíos, delirando en nuestras soberbias andanzas, envueltos, a veces, en nuestras mezquindades, esta inversión de valores nos resulta muy difícil de asimilar, ¡cuánto más de aceptar o asumir! ¡Habrase visto tamaña humildad del que todo lo puede! Pidiendo permiso a una jovencita de la casi desconocida aldea de Nazareth para hacerse presente en nuestra Historia, en el lugar menos digno de un hijo de hombre.

Sí, ¡Tú, mi Dios, entre pajas!... y no entre galas,
¡Tú, entre brutos! ¡Tú, pobre! ¡Tú, desnudo!
¡Tú, heladito! ¡Tanto ocultar, Señor, tus atributos,
reducir a tan poco lo infinito!
¿Es ello majestad? ¿Ser Dios es eso?
¡Ay, mi bien, que es amarme con exceso!
Y como en todo, sumo es tu cariño, más rico y
grande cuando pobre niño.

Aquel que naciera un día de Navidad hace 275 años, tal parece que vino a esta tierra prendado de armoniosas musas, quizás las mismas que inspiraron a los ángeles el celestial cántico del Gloria con que anunciaron a los pastores, en la Noche más Buena, más bella de la Historia, el Nacimiento de Jesús; el Salvador, en Belén.

Cualquiera que escribe poesía -ha dicho el poeta, periodista y sacerdote José Luis María Descalzo- sabe que el villancico es la cosa más difícil que existe. Debe ser tan puro, tan limpio, tan sin retórica, que exige en el poeta un alma de cristal.

Además, el villancico debe tener estas dos cosas que tiene la Navidad: alegría y asombro: sólo con la primera será cascabeleo vacío. Sólo con la segunda será una lección de teología, pero no villancico.

Y así es como el villancico debe unir por un lado: humor, ternura, un poquito de broma, y por otro una especie de lección teológica condensada.
Considero pues, que los villancicos del Maestro Esteban Salas son sin pecar de exageración, paradigmáticos.
Los villancicos, cantatas y pastorelas de Salas nos ofrecen la mejor teología poética -o poesía teológica- sobre el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, el acontecimiento más "lleno de gracia" en el itinerario de los hombres que se haya escrito en nuestra tierra cubana, comparable con ,lo mejor que nos estaba llegando de la Madre Patria, ejemplificado de manera exquisita, por aquel hermosísimo villancico de José Pérez de Montoro escrito en 1691. Esta perla navidaña fue publicada hace doscientos años en El Papel Periódico de la Havana, precisamente en los tiempos en que Salas producía y hacía cantar y tocar tanta maravilla de poesía cristiana:

Dios y Niño, ¡qué fineza
de amor! Pero, ¿qué hombre es éste,
que por él su Dios se encoge,
y él solo de ingrato crece?
Dios, y pañales, bien mío,
aunque mis culpas los tejen,
no ya tu rigor se esconda
donde tu piedad se envuelve.
Dios y mantillas: oh, cómo
el uso dichoso vuelve
de cuyo sagrado traje
desnudó al hombre la sierpe.
Dios y portal, Dios y frío,
¿qué es esto? Dios y pesebre,
oh, pese a los corazones
que no saben ser albergues.

El contexto en el que estamos asistiendo a esta conmemoración del 275 aniversario del insigne Maestro de la Capilla de Música de nuestra Catedral primada, no puede ser más sugerente y significativo: coincide con el aniversario 2000 de otro gran Nacimiento, tal vez el más trascendente de la historia de nosotros los simples mortales, el del Hijo de Dios quien, "decidió 'traviesamente', rompiendo lo previsto, nacer en el rincón más pobre de la ciudad, en calles que no solemos ir a visitar" (Juan Carlos Zamora).

Nuestra última palabra es también de gratitud:
A los que se entusiasmaron y apoyaron este proyecto que engendró estas primeras Jornadas de Música Antigua que abrieron sus puertas el pasado día 16 en el sacro recinto artísticamente engalanado de San Francisco de Paula, en la ciudad de La Habana, aquella en que vio la luz primera Esteban Salas, en la que se formó humana, cristiana y musicalmente. Allí resonaron durante estos días las voces e instrumentos del Conjunto de Música antigua Ars Longa y el Quinteto Hemiolia, también El Gremio, otros jóvenes intérpretes y la Coral Infantil Cantus Firmus, que casi nos permitió tocar la belleza.
Recuerdo ahora la tarde, apenas hace seis meses, en que con María Antonia, estando muy cerca de aquí, en la Biblioteca "Elvira Cape", soñábamos con estos días de justa y espléndida recordación. A ella, gracias por su apoyo dicisivo y entusiasta, y por traernos a Hemiolia.
Gracias a nuestra querida Miriam, por todo lo que ustedes conocen de su importantísima labor de rescate de nuestro dormido patrimonio musical.
No podemos olvidar la colaboración efectiva e insoslayable de la Oficina del Historiador de La Habana, particularmente en la persona del Dr. Eusebio Leal Splenguer.
No quisiera olvidar a las demás instancias coauspiciadoras: el Aula de Música de la Universidad de Valladolid, la Dirección General de Cooperación y Comunicación Cultural del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España, Caja Duero, y el Arzobispado de Santiago de Cuba.

Apreciados artistas:
En una crónica sobre un concierto de nuestro violinista José White, nuestro apóstol José Martí escribió:

La música es la más bella forma de lo bello... es esta lengua arrobadora, madre de bellezas, seno de ternuras, vaga como los sueños de las almas, gratísima y suave como un murmullo de libertad y redención

La música es el hombre escapado de sí mismo; es el ansia de lo ilímite surgida de lo limitado y de lo estrecho; es la armonía necesaria, anuncio de la armonía constante y venidera. (Revista Universal, México, 25 de mayo de 1875).

El apóstol parece estar en sintonía con el venerable presbítero, profesor del Colegio Seminario "San Carlos", Félix Varela, que enseñaba en sus Lecciones de filosofía, en el Tratado del Hombre:

La música tiene entrada libre en el corazón humano, las almas sensibles la acogen con entusiasmo, y a la verdad es preciso tener un espíritu muy frío y estéril para no recibir sus impresiones... La música ruge, se enfurece, se alegra, se entristece, sin presentar objeto alguno y sin necesitar intérprete, pues lo es el alma que reconoce unos signos de que se ha valido tantas veces, y que ha observado siempre en sus semejantes...

Amigos todos:
Siempre me ha llamado la atención y conmovido grandemente el que el mayor elogio al eximio músico que hoy recordamos, haya sido, en el ocaso de sus días, no para el artista talentoso, o para el ilustre profesor del Colegio Seminario San Basilio Magno, sino para el eclesiástico casto y humilde, tanto que no se creía digno de las órdenes sagradas, para el generoso y abnegado reconstructor de su querida Iglesia de El Carmen, para el que defendió "contra viento y marea", aun quedando en entredicho su honradez, a sus pobres músicos: cantores e instrumentistas que lo admiraban y querían, ... en fin, al "varón justo".
El día en que se celebraron sus honras fúnebres, el 14 de julio de 1803, circulaban por su entrañable ciudad, la que se vio embellecida por su arte mayor de altos quilates sonoros, unos versos con listones de luto, un soneto, con el que deseo concluir en esta emotiva velada eucarística, que pienso quedará imborrable en nuestros corazones, por tantas razones:

No es muerto Esteban, no, que vida ha sido
De perdurable paz su monumento:
Por él con subterráneo apartamiento
A la mansión de Dios se nos ha ido.

Ya desnudo del hombre mal nacido
Dejó la patria y valle turbulento,
Viajando en derechura al firmamento
Por la lóbrega senda del olvido.

Puerta dichosa fue, no sepultura,
La que le abrió el destino en su partida,
Dándole franco el paso a su ventura:

Porque la muerte al fin aunque temida
Es del justo varón llave segura
Con la que entra en los Reinos de la vida.

"Acérquese un musiquito nuevo, cántele y tóquele al Niño tan Belo"
"Escuchen el concento y la dulce armonía que forman los cielo cantando hoy día"
"Toquen presto a fuego, suene la campana, que el portal que vemos se arde en vivas llamas"
"Los bronces se enternezcan, liquídense las rocas al oír las tristes quejas de una madre que tierna, siente y llora sus dolores, sus penas y congojas. Ay de mí, que padezco sola"
"Vayan unas especies que harán camino para loar al Infante recién nacido"
"Pues la fábrica de un templo hoy en Beethleem se levanta, los moradores del orbe vengan todos a admirarla"
"Claras luces, puras ondas, verdes plantas, bellas flores, unid las influencias y en armonía acorde, al Soberano amante, Señor de los señores, que en Beethleem hoy ha nacido en un albergue pobre, donde amante se humilla por exaltar al hombre, rendid debidos cultos, prestad adoraciones"

"Resuenen armoniosos los clarines y en dulces concertadas melodías convoquen los mortales desgraciados a respirar los aires de la vida"

 


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