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noviembre-diciembre. año VII. No. 40. 2000

ÍNDICE

ECUMENISMO

Y MISIONES

  

 

EL DIÁLOGO ECUMÉNICO ES

I R R E V E R S I B L E

por Sergio Lázaro Cabarrouy

 

     

 

La Iglesia no es una realidad replegada en sí misma,

sino permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica,

pues ha sido enviada al mundo para anunciar y testimoniar,

actualizar y extender el misterio de comunión que la constituye.8

 

 

¿Cómo custodiar el depósito de la fe revelada, sin que con ello se detenga la búsqueda de mejores comprensiones del Misterio del Dios revelado en Cristo? ¿Cómo abrirse a la experiencia ecuménica y a la riqueza de otros sin que con ello se pierda la propia identidad? ¿Cómo anunciar a Cristo en toda su profundidad sin menospreciar a quienes practican otra religión o entienden el cristianismo de otra manera? Estas preguntas pueden ilustrar uno de los grandes retos de la Iglesia de todos los tiempos, y especialmente de este año jubilar en el que ésta, con el Papa como principal promotor, ha querido celebrar con todos los cristianos y hermanos de otras religiones el 2000 aniversario del nacimiento de Cristo. La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe tiene entre sus encargos precisamente el velar porque las respuestas a estas preguntas no nieguen el depósito de la fe, de modo que su enseñanza sirva de referencia al resto de la Iglesia en el cumplimiento del encargo que Cristo dejó antes de ir al Padre "Vayan por todo el mundo, en los pueblos todos hagan discípulos, vayan bautizando en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado."(Mt. 28, 19-20).

La Declaración Dominus Iesus es a mi manera de ver, parte del proceso de diálogo ecuménico1 y con otras religiones, y no un hecho aislado impulsado por sectores conservadores de la Iglesia que se oponen a éste, como muchos han opinado. Ciertamente parte del trabajo de la Congregación es conservar, no en el sentido estático e inquisidor del medioevo ya superado, sino en el sentido que Pablo expone en la primera carta a los Corintios cuando dice: "Ustedes deben considerarse simplemente como ayudantes de Cristo, encargados de enseñar los secretos del plan de Dios" (4,1). Conservar este depósito significa también la renovación y la reforma constantes de la Iglesia que "como institución terrena y humana necesita continuamente, de modo que si algunas cosas por circunstancias de tiempo y lugar hubiesen sido observadas menos cuidadosamente, deben restaurarse en el momento oportuno y debidamente"2.

La Declaración Dominus Iesus advierte sobre varios puntos relacionados con la doctrina de la fe católica que tienen que ver con las relaciones con otras religiones y otras confesiones cristianas, éstas pueden resumirse así:

- El hecho de acercarse a otras religiones y relacionarse con ellas no puede negar a Jesucristo como el único Salvador de los hombres.

- El acercamiento a otras confesiones cristianas no puede conducir a un ordenamiento de la Iglesia que no sea el que Cristo instauró, en el que el Papa, sucesor de Pedro es la cabeza, y los obispos, sucesores de los apóstoles.

- La Revelación de Dios hecha al hombre en la persona de Cristo es definitiva y plena, y no hay que buscar otras revelaciones, que junto con la de Cristo, supuestamente complementen y completen la relación de Dios con el hombre. La plena comunión del hombre con Dios se realiza sólo en Cristo.

- El único fin del diálogo ecuménico es contribuir a alcanzar la madurez en Cristo de todas las otras maneras de relacionarse con el Absoluto, según el depósito de la fe cristiana que la Iglesia Católica está obligada a difundir por mandato de Cristo.

La declaración ha tenido múltiples reacciones de rechazo sobre todo entre hermanos cristianos y líderes de otras religiones, sin embargo ésta no dice nada nuevo, ni nada que antes hubiese negado la Iglesia para facilitar el diálogo. Estos postulados estaban vigentes, por ejemplo, cuando se celebró el encuentro de Asís en el que el Santo Padre se reunió con líderes de la mayoría de las confesiones cristianas y de otras religiones para rezar por la paz. Ninguno de estos preceptos fue acallado por la Iglesia para que la apertura de la puerta Santa de este Jubileo la hicieran a dos manos el Papa y otros líderes de confesiones cristianas, ni tampoco para la infinidad de celebraciones ecuménicas que han ocurrido y que forman parte de un proceso constantemente reflexionado, rezado y vivido por muchos de todas las partes, y que ya va dando sus frutos3.

¿Por qué entonces las reacciones de dentro y de fuera de la Iglesia? ¿Será que quizá no todos conocemos bien este Magisterio a lo largo del camino que ya se ha andado? ¿Se trata del lenguaje de la Declaración? ¿De los términos exclu-yentes, o de parecer que se mira desde arriba a los demás poniéndolos en una especie de segundo plano religioso? ¿O es que el momento no era de señalar diferencias de ese modo?. Puede ser. Lo que sí se puede asegurar es que la Iglesia no debe mirar desde arriba, ha sido fundada para ser servidora de todos y asamblea de hermanos reunidos en el Padre común, y desde esa perspectiva debe mirar el mundo y su propia misión, si es que quiere ser fiel al encargo del Nazareno que resucitó de entre los muertos. De otro modo qué significa que el Papa vaya al Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, lugar sagrado de los judíos, y ponga también su papel con la rogativa de que los hijos de Abraham seamos una sola familia, nada más y nada menos que eso, ser una familia con el Islam y el Judaísmo, cuyas diferencias religiosas y las consecuentes derivaciones políticas sostienen y han sostenido buena parte de la violencia en el mundo.

El primer paso para el diálogo ecuménico e interreligioso, como para cualquier diálogo, es hablar claro. Cada parte debe decir claramente, quién es, qué quiere y cómo ve a los demás y la historia. Esa parece ser una de las intensiones de la Dominus Iesus. Decir de modo transparente y resumido las posiciones desde las que se quiere este diálogo. Ya que el mismo no será verdadero ni tendrá resultados positivos si se pone como condición la renuncia a una parte de la Verdad Revelada en Cristo4. Este método de la transparencia debe, sin embargo, utilizar un lenguaje que respete y entiendan todas las partes, como hicieron santos como Cirilo, Metodio, Francisco Javier y muchos otros que evangelizaron ambientes paganos o de otras religiones.

Todo diálogo implica que algo tiene que cambiar en las partes, y ese cambio para los católicos no debe ser otro que alcanzar mayores grados de fidelidad al Evangelio y al Magisterio, que dicen claramente que no hay otro mediador entre Dios y el hombre que no sea Cristo y que no hay otra salvación diferente de la que él inauguró. Esto no implica que no se pueden vivir las virtudes que Cristo enseñó, o que no se pueda alcanzar la salvación en otros contextos "alejados" de la Iglesia, como no se alcanza necesariamente la salvación yendo a Misa todos los domingos. En otras religiosidades y culturas están también presentes las "semillas del Verbo" que pueden conducir a las personas a mayores grados de plenitud en su relación con Dios y los hombres, hasta que alcancen su madurez en Cristo5.

Todo el movimiento de diálogo ecuménico es un camino de acompañamiento mutuo para que todos alcancen esa madurez en Cristo, que para cristianos, musulmanes, judíos y budistas representa algo semejante y al mismo tiempo diferente. Semejante porque implica configurarse en grados cada vez mayores a la economía de la Salvación del Dios Uno y Trino que puso su morada entre nosotros. Y diferente porque el camino para lograrlo en cada religión, cada cultura, cada confesión cristiana es distinto, como distintos son los caminos del Espíritu, que sopla donde quiere. La Iglesia defiende la libertad religiosa precisamente porque no puede alcanzarse esa plenitud en Cristo si se le pone ataduras a la conciencia de las personas que le impidan encontrar al Absoluto para ser así plenamente humanos.

A la Iglesia le interesa de verdad el diálogo ecuménico, es parte de su esencia misma (Cf. He, 4,20), por eso debe preocuparse por los peligros o desviaciones que puedan ocurrir. Es en los momentos de tensiones como las que ha originado esta Declaración cuando se demuestra la verdadera voluntad de diálogo, es más, no hay diálogo verdadero mientras no se pongan sobre la mesa todas las diferencias y tensiones. La historia lo ha demostrado en situaciones políticas particulares y en la cotidianidad de cualquier familia. Si el Congreso Nacional Africano y el Apartheid en Sudáfrica no hubiesen seguido dialogando cuando la violencia aumentaba, no hubiese llegado la democracia a ese país. Si ahora palestinos e israelitas no se aferran a la tregua y las conversaciones, no habrá paz en el Medio Oriente, si el Rey de España no le hubiese dado la mano a La Pasionaria, España no hubiese superado aun la guerra civil. Si en Cuba no hubiésemos superado la Reconcentración de Weller y la intervención norteamericana no hubiese sido posible la República, si dos hermanos no se toleran las ofensas y superan las diferencias, serán enemigos aunque por sus venas corra la misma sangre.

Otra piedra fundamental del ecumenismo es el perdón. Pedir perdón por los propios pecados y perdonar de corazón los del otro. Asistir y compadecer antes que apresurarse a condenar. De esta actitud la Iglesia ha dado signos clarísimos en las celebraciones jubilares. El propio Cardenal Ratzinger, en una de esas celebraciones, ha pedido perdón por los pecados de la Iglesia, cometidos en la defensa de la Verdad. "Entre los pecados que exigen un mayor compromiso de penitencia y de conversión han de citarse ciertamente aquellos que han dañado la unidad querida por Dios para su Pueblo. La comunión eclesial ha sufrido a veces, no sin culpa de los hombres, profundas heridas y laceraciones que perduran hoy6. "

Jesucristo es como un río al que muchos afluentes vierten sus aguas, su Iglesia como un árbol que cobija toda la humanidad, y el ecumenismo debe tratar de acercar a la comunión plena todas las comuniones parciales que ya existen con otras confesiones cristianas y otras religiosidades. He aquí, a mi juicio, las claves para entender la propuesta de diálogo de la Iglesia en este Jubileo.

Me he preguntado también qué significa para nosotros los cubanos en nuestra realidad esta Declaración y el ecumenismo mismo. Aunque la respuesta puede ser muy amplia me detengo solamente en dos cosas: la primera es que los católicos no debemos mirar por encima del hombro a ningún otro hermano cristiano o a los pocos que en Cuba profesan otras religiones, porque somos una nación de matriz cristiana, pacífica, donde abunda más la tendencia al perdón y la reconciliación que a la revancha y la condena. Debemos recordar que en Cuba han sido posibles confraternidades imposibles en otro contextos7 y que nuestra cultura mestiza facilita todo diálogo en este sentido.

La segunda es la certeza de que el diálogo ecuménico es parte del diálogo de toda la nación, que debe conducirnos a la reconciliación necesaria para alcanzar mayores grados de democracia y desarrollo humano para todos. El ecumenismo es la vía para espantar la serpiente de la división entre los cristianos. El diálogo ecuménico significa en Cuba ayudar a sanar la matriz misma de esta nación, y es, y debe ser en el futuro, un proceso irreversible.

 

CITAS

1. El ecumenismo puede entenderse como la disponibilidad del espíritu y movimiento concreto de la Iglesia, orientado a la unidad de todos los hombres bajo un mismo credo. buscando la unidad de los cristianos y el acercamiento con otras religiones.

2. Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II. Constitución "Dei Verbum", sobre la divina revelación.

3. Cf. Juan Pablo II. Carta Encíclica Ut unum sint, sobre el empeño ecuménico 41-42.

4. Idem, 18.

5. Juan Pablo II. Encíclica Redenptoris missio, acerca de las "Semillas del Verbo", citado en la Declaración y también Encíclica Ut unum sint 13.

6. Juan Pablo II. Carta Apostólica Tertio Milenio Adveniente, como preparación del Jubileo del año 2000.

7. Baste recordar que la fraternidad de los Caballeros de la Luz tiene componentes Católicos y Masónicos en casi igual medida.

8. Cf. Idem 3, 5.

 


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