noviembre-diciembre. año VII. No. 40. 2000 |
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EDITORIAL |
FELIZ NAVIDAD:
¡LAS PUERTAS SE ABRIRÁN!
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Vivir la Navidad en el tránsito entre un siglo y otro, entre el segundo y el tercer milenio de la era cristiana, y vivir la Navidad en Cuba hoy, es todo un desafío para el espíritu humano. Al concluir el año del Gran Jubileo con el que hemos celebrado los 2000 años del nacimiento de Jesucristo pudiéramos preguntarnos: ¿Qué ha significado para cada uno de nosotros esa conmemoración? ¿Qué ha significado realmente para la Iglesia en Cuba? ¿Qué ha dejado como siembra y esperanza para Cuba? Las respuestas pueden ser muy variadas. Nosotros quisiéramos, solamente, destacar que este Año del Jubileo 2000 ha sido para Cuba y su Iglesia una oportunidad. Ha sido una puerta, una "hora única", como expresaron los Obispos cubanos en su mensaje por el Año Jubilar. El tiempo pasa. Todo pasa. Y al mirar atrás, vuelven a nuestras conciencias las preguntas y el balance: ¿Hemos aprovechado bien la oportunidad? ¿Hemos abierto puertas en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad? ¿Hemos atravesado las puertas cuyo dintel deja pasar ya la gracia de algo nuevo y mejor? ¿Qué ha cambiado en nuestras vidas y en la vida de nuestros ambientes y de nuestro pueblo? ¿Han sido las celebraciones jubilares por los 20 siglos del Nacimiento del Redentor signos de liberación plena para las personas, su dignidad y sus derechos; para las familias, su estabilidad y crecimiento; para la sociedad, su renovación y cambio? ¿Cómo estamos viviendo este tránsito y qué hemos hecho en esta "hora única"? Hace dos mil años, los hombres y las mujeres del pueblo de Jesús vivieron aquella "hora única" en la oscuridad de la noche, en medio de su trabajo cotidiano, no hubo estridencias ni celebraciones públicas... pero algo nuevo había nacido, algo había cambiado en las entrañas de la humanidad, y más que algo, "Alguien" había traspasado la puerta santa de nuestra naturaleza caída. Sí, porque, aún cuando estamos por tierra, brilla en el interior de cada ser humano la luz indefectible de la imagen de Dios. Tres experiencias marcaban la existencia de aquella gente sencilla y trabajadora: el miedo, el cansancio y las ganas de tener una buena noticia para sus vidas. Mirando a nuestro alrededor encontramos hoy, en Cuba, estas mismas realidades: el miedo, el cansancio y el ansia de tener una buena noticia. de una mejoría que alivie las más profundas expectativas, y que traiga paz y verdadero progreso para nuestras vidas que transcurren, igual o peor, en este tiempo que pasa. Creemos que entre estas tres experiencias vamos luchando los cubanos, vamos esperando, vamos mirando la hora que pasó y ya no será más y el tiempo por venir, lleno de incertidumbres y expectativas. El miedo es una vivencia humana. Todos lo hemos experimentado. Sus causas más profundas son la inseguridad y la desconfianza. Sus consecuencias más visibles son la huida y la doble cara para no mostrar lo que de verdad pensamos, lo que más queremos, lo que nos motiva por dentro, lo que esperamos. Escapar y simular: dos actitudes que son signo de un clima de miedo y acoso. La consecuencia más penosa del miedo es la parálisis de la vida real y la simulación de una vida de puertas afuera. No nos atrevemos a decir que no estamos de acuerdo con algo o que, por el contrario, nos sentimos bien en otros ambientes. Sencillamente, le susurramos casi al oído del otro, en el santuario de la intimidad más cerrada: Tu sabes... yo quisiera... pero la situación está muy mala. Vamos a esperar. Y así transcurre esta "hora única". Quizá ni siquiera nos damos cuenta de que, con nuestra excusa, estamos reconociendo más claramente que con mil denuncias públicas, que el clima que se respira es de miedo, que no actuamos por convicción sino por precaver, para no tener que lamentar. Que, quizás, estemos regresando a tiempos ya superados, sin saber que es imposible volver atrás. Lo vivido es incoercible, lo que significa que no puede ser suprimido ni borrado por coerción. Las relaciones humanas, las excelentes colaboraciones entre instituciones, el clima de respeto mutuo y el compartir los sueños y esperanzas y no sólo eso tan importante, sino la vida cotidiana, los pocos recursos, la buena amistad; eso no puede ser olvidado, ni suprimido de la conciencia de las personas. Todo lo más que puede suceder es que lo pasemos a otro nivel de la conciencia, donde por estar más profundo y escondido, resulta, muchas veces, más inolvidable y atractivo. Es sólo cuestión de tiempo. Pero, mientras pasa el tiempo en este hábitat de recelos y aprensiones, unido a la lucha por la subsistencia cotidiana, viene el cansancio. No se trata sólo del agotamiento de las fuerzas físicas de cada día. Eso es normal y, a veces, si el cansancio tiene un sentido y un proyecto, es vivido con un gozo interior y un sentido de ofrenda, que enaltece al ser humano. Se trata del cansancio existencial, del agobio de lo mismo, del aburrimiento de la rutina sin sentido y sin oportunidades honestas. Escuchamos, cada vez más, a nuestro alrededor frases como estas: "Ahí estamos, escapando", u otra peor: "Hay que "buscarse la vida resolviendo" y, en ocasiones, no siempre, ese "resolver" es robar, es vivir en la deshonestidad para poder sobrevivir. Hay que reconocer, gracias a Dios, que hay muchas personas, muchos cubanos, honestos, trabajadores, sacrificados, que no ceden a este ambiente y que salvan el decoro de muchos otros. Pero debemos contener el contagio. Este ambiente, cuando no vemos otra salida que la de reprimir lo que se considere delito, cansa el espíritu y fatiga la conciencia. Porque es una enfermedad del espíritu, no de las manos, como pudiéramos creer al considerar las medidas que se toman ante estas situaciones. Es necesario complementar las medidas con soluciones. No nos quedemos en la queja. La queja sola cansa más. Solucionar la causa es el único modo de resolver un problema de verdad. No desesperemos de las situaciones y mucho menos de las personas. Hay que creer más "en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud" que en la coerción de lo malo y la intimidación del espíritu. Cultivar la virtud y educar el espíritu, he aquí un proyecto para salir del cansancio existencial. Y la tercera experiencia es, precisamente, el ansia de tener una buena noticia, de emprender algo que realmente responda a nuestras expectativas personales, a las esperanzas de nuestra familia, al real desarrollo humano integral de nuestra sociedad. Miremos a nuestro alrededor y busquemos la causa profunda del creciente aislamiento de las personas, las familias, e incluso, de la comunidad internacional. Busquemos la causa profunda del desaliento y la indiferencia ante todo. Perecería como si se hubiera creado una coraza que nos vacuna del asombro, de la capacidad de maravillarnos por dentro y de motivarnos con lo que nos convoca para quedarnos aquí, y trabajar abnegadamente por Cuba y su futuro. Incluso, parece ser que también el mensaje auténticamente religioso padece la respuesta de la indiferencia. Puede ser que no estemos presentando ninguna buena noticia que pueda ser "una gran alegría para todo el pueblo" como dice el Evangelio de Lucas en el capítulo 2, versículo 10. Pues bien, Navidad es, precisamente, eso: el anuncio de una Buena Noticia. O mejor, debería serlo. Y esta Navidad del 2000, con la que el mundo cristiano clausura las celebraciones del Jubileo por los 20 siglos del nacimiento de Jesús, es otro "tiempo propicio" en el que deberíamos buscar en Cristo, el nuevo camino, la nueva y eterna Verdad y la plenitud de una vida liberada, desde su raíz, del miedo, del cansancio existencial y de la desesperanza. Esto no significa que le queramos imponer a nadie las creencias religiosas. Ni que no respetemos las creencias de los demás, o sus increencias, o incluso, esa fe terrenal que anima a muchos a seguir luchando y no dejarse vencer en la vida. Se trata de proponer un nuevo estilo de convivencia humana, un nuevo humanismo que reconstruye a toda la persona y a la sociedad. A la gente sencilla de "aquel pueblo que andaba en tinieblas" le brilló una nueva luz. A la gente trabajadora y pobre de aquel pueblo de Palestina se le abrió una puerta, no la salida para escapar, sino la entrada en su propia vida para reconstruirla desde adentro y para los demás. Pero no fue solo para la gente de aquel poblado. Las buenas noticias corren a la velocidad de las expectativas que borbotean y corren en las venas de los pueblos. Las buenas noticias no permiten el encierro, ni el aislamiento del que las ha recibido y vive por ellas, se desbordan, saltan, trascienden nuestros egoísmos; rompen los encierros que nos imponemos unos a otros, crean un clima de confianza, respirable, creíble; y abren las puertas a las esperanzas reales. Renuevan la convocatoria de las utopías. Elevan el espíritu y ponen nuestros pies sobre la tierra que nos vio nacer y a la que debemos querer sin escapar de ella y sin vivir de ella. Los magos del Oriente escucharon esa convocatoria; tuvieron ojos para ver aquella pequeña luz en la oscuridad de la noche y en tierra extraña. No sabían los caminos, pero preguntaron. No creyeron ciegamente en las indicaciones de los poderosos de aquel tiempo, sino que siguieron las señales. No cedieron a las trampas de los que pusieron su saber al servicio de la muerte. Nunca regresaron por el mismo camino. (cfr. Mateo 2, 1-12) Navidad es anuncio de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Ayer, hoy y siempre. Navidad es creer que es posible vencer el miedo, liberarnos del agobio existencial y ser protagonistas de nuestra existencia para poder alcanzar las expectativas que nos sugiera la esperanza. He aquí el anuncio de hace dos mil años, que resuene hoy en nuestros corazones y en el alma de Cuba:
La gloria de Dios es que el pueblo tenga una buena noticia que responda a sus mejores anhelos. La gloria de Dios es que las personas y los pueblos no tengan miedo. La gloria de Dios es que las personas y los pueblos vivan en la verdadera alegría. La gloria de Dios es que las personas y los pueblos tengan paz. Y como donde hay miedo no se puede vivir en paz resuena esta invitación del Evangelio en Cuba, que vive hoy el tránsito hacia una nueva sociedad en la verdad y la alegría, aún cuando no veamos todavía todos los caminos y nos parezca que la noche dura mucho y el amanecer demore. Tampoco los pastores y los magos vieron claro. Ni siquiera la Virgen y San José vieron todo de una vez. Pero todos podían abrir los ojos y abrir las puertas de su corazón para ver las señales. Unos la vieron, otros no veían ningún cambio. Ningún tránsito. Nada más que la noche. Otros se engañaban a sí mismos esperando grandes señales y a un Mesías del poder. Los más sencillos, que suelen ser los más desprovistos de prejuicios y falsas expectativas, vieron las señales, creyeron en un niño y lanzaron al mundo la buena noticia. Por ellos la conocemos hoy. Por ellos celebramos el gran Jubileo. Por ellos el mundo ha sido mejor después de Cristo. Por ellos nos podemos salvar del miedo, del cansancio, del acoso, del desaliento. Y no por los otros que no vieron, no quisieron ver, o pusieron su poder y su saber al servicio de la mentira. Por ellos nos llegó el miedo, por ellos heredamos la noche, por ellos seguimos cansados y agobiados. Ante nosotros se abren estas puertas, aún cuando el 6 de Enero se cierre por 25 años en Roma la simbólica Puerta Santa del Jubileo cristiano: Se abre un nuevo siglo y un nuevo milenio. Se abren la libertad y la solidaridad. Se abren la justicia y la paz. Abrir la paz es vencer el miedo. Abrir la puerta de la paz puede ser la apasionante tarea de toda una vida. No nos desanimemos por las puertas que se cierran. Se deben seguir abriendo. Se pueden seguir abriendo. Es más, todos los cubanos tenemos el deber y el derecho de seguir abriéndolas. Aquí y ahora. No tengamos miedo. Feliz Navidad: las puertas se abrirán.
Pinar del Río, 8 de Diciembre de 2000.
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