Poco a poco
el templo se iba llenando de "viejitos", algunos con bastones,
otros guiados por un familiar o amigo porque no se sentían fuertes como
para andar solos, pero todos con el rostro alegre, y el corazón abierto
para recibir la gracia que se otorga a quienes tienen el previlegio de
participar en un Jubileo.
Aquella
mañana íbamos a celebrar un jubileo muy especial, el jubileo de la tercer
edad, y aunque fue convocado con carácter zonal, al mismo asistieron grupos
procedentes de los municipios Consolación, San Juan, San Luis y la Palma.
La celebración estuvo a cargo del grupo de Cáritas, animado por María
Antonia Sojo y Rosa María Díaz Ponte.
Una vez
hecha la presentación de los grupos participantes y el saludo de ritual
se dio comienzo a la actividad de ese día a las nueve y treinta a.m.
Lo primero
fue darnos a conocer el lema de nuestro Jubileo, que era como sigue "La
vejez es la coronación de los años de la Vida"
Luego se
leyó el "Salmo" para la Tercera Edad que aparece en una hoja
impresa que nos repartieron. Hubo algunos comentarios surgidos de esa
lectura, este momento fue oportuno para escuchar la propuesta de María
Antonia de crear en las Parroquias un grupo con miembros de la Tercera
Edad para que igual que los grupos de jóvenes, matrimonios etc, pueden
realizar un valioso trabajo para la Iglesia.
Más tarde
organizamos el trabajo en equipos. En total se formaron diez equipos y
el trabajo consistió en reflexionar acerca de alguna experiencia vivida
por las personas de esta difícil etapa de la vida, en relación con: la
familia, la sociedad, la Iglesia.
¿Qué
actitud asumes cuando ves que los jóvenes nos relevan en nuestro trabajo
y ocupan nuestro lugar.
Como resultado
de este trabajo se sacó esta conclusión.
A la primera
pregunta:
"Nos
sentimos felices, nunca nos sentimos solos, tenemos mucha fe y confiamos
en el Señor, el vivir en familia nos da confianza! El trabajo en la Iglesia
nos hace sentirnos útiles".
A la segunda
pregunta:
Encontramos
bien que los jóvenes nos sustituyan en el trabajo, pero sí queremos que
nos respeten y que se apoyen en nuestras experiencias.
Terminando
la lectura de los informes nos preparamos para la celebración de la Santa
Misa. La celebración de la Eucaristía nos daría la oportunidad de acercarnos
más a Jesús y recibir plenamente las gracias del Jubileo.
La misa
fue presidida por el Señor Obispo José Siro González Bacallao, concelebrada
por los Sacerdotes Mario Aguilar y Manuel de Céspedes párroco de la Catedral
y la Caridad respectivamente.
La Homilía
pronunciada por el Señor Obispo fue una reflexión acorde con el sentido
del Jubileo. Sus acertadas palabras pusieron de manifiesto que a la Tercera
Edad se llega felizmente cuando los años de nuestra juventud se han vivido
acorde con nuestra fe.
Terminada
la Misa se recitaron poesías y se leyó a coro la "Plegaria para llegar
a ser viejita"
Ya a punto
de mediodía compartimos una exquisita merienda en el patio de la Catedral.
Me pareció
cuando salí fuera del templo que la sonrisa de los "viejitos era
más alegre que la de por la mañana.
EL
AMOR DE CRISTO NOS UNE
"Congregavit
nos in unum Christi amor"
Unos mil seiscientos
obispos de todas partes del mundo, entre ellos ocho cubanos, después
de pasar el umbral de la Puerta Santa comenzamos la celebración de nuestro
Jubileo con una liturgia penitencial en la basílica de San Juan de Letrán,
catedral de Roma, presidida por Mons. Giovanni Battista Re, prefecto
de la Congregación para los obispos. Con espíritu de humildad y corazón
contrito humildemente pedimos al Señor públicamente perdón de nuestros
pecados, implorando al mismo tiempo su misericordia. Al final nos reconciliamos
en una confesión individual que nos mostraba arrodillados delante de
otro hermano obispo. En verdad era una sublime experiencia contemplar
a Prefectos, presidentes, vicepresidentes, secretarios de los dicasterios
de la Curia Romano, cardenales, arzobispos y patriarcas, presidentes
de Conferencias episcopales, ordinarios diocesanos, obispos eméritos
y auxiliares, prelados y abades, vicarios, prefectos y administradores
apostólicos que representaban a la Iglesia de Cristo en sus distintas
expresiones. Al final se hizo una colecta misionera en la que cada obispo
ayudaba a las Iglesias pobres. Así concluía el viernes 6 de octubre,
primera jornada de nuestro Jubileo.
El Sábado, día 7, tuvimos una celebración
misionera en la Basílica de San Pablo extramuros, presidida por el Card.
Josef Tomoso, Prefecto de la Congregación para la evangelización de
los pueblos. Con el tema "Vayan y enseñen" se abordó el problema
de la Iglesia Misión. Los obispos misioneros en un mundo que necesita
escuchar de nuevo y cada día el anuncio del Evangelio. Cómo recordaba
yo a Cuba, País de misión, que tanto necesita de ese mensaje liberador.
Luego nos trasladaron al Vaticano y
al filo del mediodía tuvimos un emotivo y fraterno encuentro con el
Santo Padre que nos recibió en la Sala Pablo VI. Mons. Re dirigió unas
palabras en nombre de todos los obispos allí congregados. El Papa pronunció
un emotivo discurso de saludo, bienvenida e invitación al rezo del Rosario
por la tarde en la plaza de San Pedro.
A las cinco comenzó el acto mariano
con un canto gregoriano. Después de una introducción que explicó a los
fieles el significado de la celebración, sacaron la estatua de la Virgen
de Fátima, que llevaba la corona que tiene engastada la bala que atravesó
al Papa la tarde del 13 de mayo de 1981.
De sus manos colgaba la cadena con el
anillo que el Papa le regaló el pasado 12 de mayo y que él mismo había
recibido del Cardenal Wyszinski, cuando fue elevado a la cátedra de
San Pedro. El Santo Padre acompañaba a la Virgen que traían en procesión
desde el Altar de la Confesión. La colocaron junto al Crucifijo de la
Capilla Sixtina y muy cerca se sentó el Papa.
Se entonaron las letanías. Seguidas
de una oración del Pontífice. Siguieron los misterios gloriosos del
Rosario meditado, cada uno de los cuales fue dirigido por un cardenal,
un obispo y una familia de los cinco continentes.
El quinto misterio lo rezó Sor Lucía,
la vidente de Fátima y sus hermanas de Comunidad desde el monasterio
de las Carmelitas de Coimbra. El Papa leyó una oración, postrado a los
pies de la bendita imagen de la Stma. Virgen y pronunció unas palabras
en las que recordaba que "como obispos partícipes de los sufrimientos
y de la gloria de Cristo, somos los primeros testigos de esta victoria,
fundamento de esperanza segura para cada persona y para todo el género
humano". A continuación la imagen fue llevada en hombros a través
de la plaza de San Pedro, mientras el pueblo, en distintas lenguas,
entonaba el Ave, Ave, Ave María, mientras levantábamos al cielo nuestras
velitas encendidas, símbolo de nuestros corazones que se elevaban a
lo alto, llenos de emoción y de tierno amor a la Madre de Jesús y Madre
nuestra, la Señora del Cielo.
El Domingo, día 8 de octubre del 2000,
a las diez de la mañana, con un sol radiante y un límpido cielo azul,
nos reuníamos los más de 1,600 obispos representando a la Iglesia Universal,
para vivir una gran experiencia de colegialidad "cun Petro"
y "sub Petro". Presidía aquella solemne Eucaristía el anciano
Pontífice que junto al histórico Cristo de la Capilla Sixtina y la venerada
imagen de Ntra. Sra. de Fátima, contemplaba con emoción aquel mar humano
que llenaba la plaza y la Vía de la Conciliación.
Comenzó la ceremonia con el canto del
"Jubilate Deo". El Cardenal Bernardin Gantin pronunció unas
palabras en nombre de todos los obispos reunidos. La primera lectura
se hizo en castellano, la segunda en inglés, el salmo responsorial en
italiano y el Evangelio en Latín. El Santo Padre en su profunda y fraterna
homilía dijo entre otras cosas: "Un puente ideal, que cruza siglos
y continentes, une hoy el Cenáculo a esta plaza en la que se han dado
cita los que, en el año 2000, son los sucesores de aquellos primeros
apóstoles de Cristo. Juntos hagamos nuestra la invocación del salmo:
"Concédenos, Señor, la sabiduría del corazón". En esta sabiduría
que es don de Dios, podemos resumir el fruto de nuestra convocación
jubilar. Dios concede esa sabiduría del corazón mediante su Palabra,
viva, eficaz, capaz de penetrar hasta lo más íntimo del hombre, como
nos ha dicho el autor de la carta a los Hebreos.
Recordando la enseñanza conciliar, hoy
queremos expresar desde esta plaza nuestra solidaridad fraterna a los
obispos que son objeto de persecución, a los que se encuentran en la
cárcel y a los que impiden ejercer su ministerio. Y en nombre del vínculo
sacramental, extendemos con afecto el recuerdo y la oración a nuestros
hermanos sacerdotes que sufren esas mismas pruebas. La Iglesia les agradece
el bien inestimable que, con su oración y su sacrificio, aportan al
Cuerpo Místico. Al mismo tiempo recordó el Santo Padre a obispos que
murieron en los campos de concentración nazis. Mencionó nombres de los
asesinados durante la guerra civil española y de los que florecieron
en el largo invierno del totalitarismo comunista. Terminando su exposición
homilítica con una súplica a la Virgen Santísima en la que exclamaba:
"Reina de los Apóstoles, ruega con nosotros y por nosotros, para
que el Espíritu Santo descienda con abundancia sobre la Iglesia, a fin
de que resplandezca en el mundo, cada vez más unida, santa, católica
y apostólica". Amén.
Las ofrendas las presentaron personas
de los cinco Continentes. Después de la Comunión, el Romano Pontífice
y todos los obispos pronunciaron el Acto de Consagración a la Santísima
Virgen en inglés, en francés, en español, en alemán, en portugués, en
polaco y en italiano.
"Mujer, ahí tienes a tu hijo"
–comenzaba diciendo la bellísima plegaria de consagración. Mientras
se acerca el final de este Año Jubilar en el que tú, Madre, nos has
ofrecido de nuevo a Jesús, resuena con especial dulzura para nosotros
esta palabra suya que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra:
"Mujer, ahí tienes a tu hijo". Son muchos los que, en este
año de gracia, han vivido y están viviendo la alegría desbordante de
la misericordia que el Padre nos ha dado en Cristo.
En las Iglesias esparcidas por el mundo,
y aun más, en este centro del cristianismo, muchas clases de personas
han acogido este don.
Hoy queremos confiarte el futuro que
nos espera, rogándote que nos acompañes en nuestro camino. Somos hombres
y mujeres de una época extraordinaria, tan apasionante como rica en
contradicciones. La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita.
Puede hacer de este mundo un jardín o reducirlo a un cúmulo de escombros.
Ha logrado una extraordinaria capacidad
de intervenir en las fuentes mismas de la vida: puede usarlas para el
bien, dentro del marco de la ley moral, o ceder al orgullo miope de
una ciencia que no acepta límites, llegando incluso a pisotear el respeto
debido a cada ser humano.
Hoy, como nunca en el pasado, la humanidad
está en una encrucijada. Y una vez más, la salvación está sólo y enteramente,
oh Virgen Santa, en tu hijo Jesús. Te encomendamos a todos los hombres,
comenzando por los más débiles: a los niños que aun no han visto la
luz y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento;
a los jóvenes en busca de sentido; a las personas que no tienen trabajo
y a los que padecen hambre o enfermedad. Te encomendamos a las familias
rotas, a los ancianos que carecen de asistencia y a cuantos están solos
y sin esperanza.
A ti, aurora de la salvación, confiamos
nuestro camino en el nuevo milenio, para que, bajo tu guía, todos los
hombres descubran a Cristo, luz del mundo y único Salvador".
Terminada la Misa, la bendita imagen,
acompañada por el arzobispo Giovanni Battista Re y Crescencio Sepe y
el obispo de Leiría-Fátima dio una vuelta por la plaza, mientras se
cantaba la Salva Regina.
Concluía así una inolvidable jornada
de tres partes que hacían del marco del Jubileo de los obispos un hito
único para recordar que somos sucesores de los Apóstoles y humildes
siervos de Alguien que ha querido llamarnos amigos, el dulce maestro
de Galilea, aquel que un día ya lejano y siempre presente, le dijera
a Simón Pedro: "TÚ ERES PEDRO –o sea Piedra– Y SOBRE ESTA PIEDRA
EDIFICARÉ MI IGLESIA QUE LOS PODERES DEL INFIERNO NO PODRÁN VENCER.