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noviembre-diciembre. año VII. No. 40. 2000 |
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EDUCACIÓN CÍVICA |
¿QUÉ ES TRABAJAR POR LA PAZ EN LA CUBA DE HOY? por Dagoberto Valdés
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La paz no es sólo ausencia de guerra. Vivir en paz significa convivir en un clima de respeto, como decía un prócer mejicano: "El respeto al derecho ajeno es la paz". Pero trabajar por la paz no es sólo respetar el derecho de los demás, que en sí mismo ya es un gran paso. Al respeto deben acompañarlo el deseo de compartir, el propósito de cooperar, la actitud de solidarizarse y apoyar a los demás y la voluntad de cooperar en trabajos que busquen el bien común. Todos hemos experimentado, alguna vez en nuestra vida que la paz puede deteriorarse y perderse por muchas razones y en muy variadas circunstancias. No se trata sólo de estrategias políticas o pactos internacionales. Eso puede garantizar el cese de hostilidades, el final de las contiendas, la conclusión de las guerras. Pero hay otras guerras interiores, hay contiendas soterradas, hay hostilidades sordas, en las que las armas son otras. Con frecuencia vemos heridas y daños, frustraciones y cosas que mueren, sin que veamos "correr la sangre", sin que haya emergencias nacionales, sin que se reúnan los poderosos, sin que comiencen conversaciones, sin que las Naciones Unidas se enteren, sin que la opinión pública se sensibilice. Muchas veces me he preguntado si el mundo y la opinión pública solo actúan y responden cuando "la sangre llega al río", es decir, cuando los conflictos han llegado a su fase violenta, cuando las soluciones dialogadas se agotaron, cuando las puertas se cerraron, cuando el tiempo y la paciencia se agotaron. Más vale precaver. Hay que tener vista para otear los conflictos, para evitarlos a tiempo. Es necesario tener oídos para escuchar el sordo clamor de la injusticia, de los que sufren, de los que no tienen voz, ni saber, ni poder, ni oportunidades para salir del hueco en que están.
Trabajar por la paz es adelantarse a las situaciones extremas, precaver, predecir, preparar el camino del entendimiento y estar muy atentos a los signos de cerrazón, de atrincheramiento, de aislamiento, de acoso, que son siempre signos de muerte, de muerte espiritual cuando no física y síquica. Son siempre signos de conflictos más profundos, de crisis no declaradas o reconocidas, para no perjudicar la estabilidad aparente. Pero como todo lo superficial y aparente, un día cae el telón y sale a la luz una situación tan tirante y conflictiva que difícilmente puede atajarse la espiral de la violencia y la pendiente de los resentimientos. Reconocer los conflictos a tiempo es trabajar por la paz. Ponerse del lado del diálogo y la verdad a tiempo es construir la paz. Actuar a tiempo antes de que se agoten los medios, los interlocutores y los espacios de diálogo es edificar la paz. Tener la sensibilidad necesaria para darnos cuenta de dónde salen las tensiones, de dónde nacen las amenazas y calumnias, quienes ponen barreras y crean sectas, quienes excluyen y quienes invitan a la participación que no segrega a nadie, quienes impiden un diálogo abierto a favor de una orientación unilateral y coaccionante, es ya saber identificar los caminos de la paz. En ciertas ocasiones, podemos encontrar países donde hace décadas y siglos no suena un tiro y donde no hay ni una escaramuza, pero donde viven muchas personas que van "heridas" por las calles, que están "sangrando" en su trabajo, que han "muerto"civilmente para muchos, que van dañadas por dentro, que han establecido hostilidades permanentes con los que piensan distinto, que mantienen un acoso constante hacia algunos por pensar y actuar en la diversidad. Esto daña la paz ciudadana y todos estamos invitados a construir una paz profunda y duradera. Hemos conocido "cacerías de brujas", antiguas y muy actuales, en las que, por razones políticas, económicas, culturales, artísticas, literarias, ideológicas o religiosas, se persigue a las personas, se les investiga, se les advierte, se les atemoriza, se irrumpe en su vida familiar y privada, se vincula su estabilidad laboral con sus actitudes fuera del trabajo, se les administra la vida y no sólo la jornada de trabajo, se le prohíben cosas como si se tratara de niños y se les seleccionan y censuran sus relaciones con los demás y con las instituciones, como si fueran sus padres, y unos padres autoritarios sin actualizar sus métodos educativos. Esto daña la paz ciudadana y todos debemos cuidarla y cultivarla. Hemos encontrado ambientes y épocas en que se vive en un clima de suspicacias y sospechas, en el que la atmósfera creada artificialmente no permite que se hable con franqueza, que se compartan experiencias, que se fomente una verdadera amistad, que se colabore entre personas, asociaciones, instituciones y grupos diferentes. Este clima es asfixiante, mata la iniciativa, seca la creatividad, desanima a las personas interesadas y aún más, quita la paz del alma. Este clima debe ser saneado, debemos abrir las puertas para que entre un aire de confianza y sosiego.
LA PAZ ES OBRA DE LA JUSTICIA Pero no basta con identificar estas "guerras interiores". No basta con reconocer nuestras complicidades con las tensiones y los rumores que matan la estabilidad ciudadana. No basta, incluso, no tomar partido con ninguna de las partes, tomar el camino del exilio casero y encerrarse en una torre que ni de marfil nos ha salido, sino de pacotillas domésticas y especulaciones abstractas. No basta huir del conflicto. Esto puede ser un calmante, pero no da la verdadera paz del corazón y mucho menos de la conciencia. Todos hemos experimentado, por desgracia, que aún en el sagrario de nuestra más aislada intimidad familiar no podemos librarnos de la pregunta interior, de los cargos de conciencia, del malestar de una actitud que sabemos, en el fondo, que no hemos tomado libremente, sino que nos ha sido impuesta por otros, por el miedo nuestro, o por la comodidad de muchos. Es necesario buscar las causas que provocan la falta de paz. Para trabajar por ella desde la raíz de los problemas, para poder ir al meollo de la conflictividad y sanar desde lo profundo las contiendas y los desasosiegos. El verdadero camino de la paz del corazón, de la paz de la conciencia, y de la paz social es la búsqueda de la justicia. Ya lo dice la sabiduría milenaria: " la paz es obra de la justicia". Esta frase que presidió la Misa que celebrara el Papa Juan Pablo II en la Plaza José Martí de La Habana, el 25 de Enero de 1998, debería presidir también nuestras conciencias, nuestros proyectos personales, familiares y sociales. Sin justicia no hay paz verdadera. Hay sucedáneos, tranquilizantes, sordinas que evitan las estridencias, evasiones cívicas y soluciones alienantes que llamamos religiosas, pero no son los caminos de la paz. Sin justicia en los hogares no hay paz ni dentro de la casa. Sin justicia en los trabajos no hay paz para trabajar bien. Sin justicia entre vecinos no hay paz en el barrio ni en la ciudad. Sin justicia para cada ciudadanos y para las organizaciones de la sociedad civil no hay paz para la nación. Sin justicia distributiva y justicia social no puede haber paz para el desarrollo. Sin justicia en las relaciones internacionales no hay paz en este mundo. Esta es la causa profunda de la falta de paz. Tomemos el hilo conductor de cuantos conflictos existan a nuestro alrededor y tiremos del hilo hasta llegar al ovillo, al rollo de la injusticia. No hay pérdida si trabajamos con honestidad y transparencia. Generalmente toda tensión viene de una injusticia, pues los frutos de la injusticia son la confrontación y la violencia del que quiere mantener la opresión, y la rebeldía y la irritación del que se siente oprimido. Solo haciendo camino a la justicia mediante el diálogo y la participación de todos en la solución de los problemas se puede alcanzar una paz auténtica y profunda. Sabemos bien que no es fácil. Que se necesita una educación para la paz. Que se necesita una voluntad de paz. Que los que toman las medidas no siempre son los que conocen y viven todo el problema. Sabemos que la justicia y la paz se besan cuando se encuentran, pero que es difícil encontrarlas juntas en este mundo en que vivimos. La historia reciente nos enseña, como maestra de vida, que quienes han tratado de construir un mundo de justicia a toda costa y por la fuerza han repartido mejor; pero han terminado por quitar la paz del corazón a muchos. Y quienes han querido "pacificar" a naciones, por la fuerza y a toda costa, han terminado pisoteando la justicia. La exclusión y el sectarismo no construyen la paz y violan la justicia. La suspicacia y la desconfianza no construyen la paz y fomentan la injusticia. La corrupción y el burocratismo no fomentan la paz y son instrumentos de la injusticia. La cerrazón y la amenaza no construyen la paz y son ya en sí mismas actitudes y acciones de la injusticia. La confrontación y las guerras son las formas más evidentes, pero no las únicas formas de atentar contra la justicia y la paz. Trabajar por la paz no depende solo de las grandes naciones y de las organizaciones mundiales. Depende de cada uno de nosotros. Depende de cada ciudadano que ejerce su soberanía desde abajo y trata de educar a su familia para la paz y trata de crear en su trabajo un clima de paz y trata de crear en su barrio una atmósfera de tolerancia y de paz, que trata de crear en la sociedad civil espacios de libertad y responsabilidad, y trata de crear en su país instituciones y relaciones cívicas democráticas y pluralistas. Pero resulta que quienes trabajan por la paz en situaciones de injusticia son acusados de romper la paz aparente, de obstruir el diálogo de la complacencia o el disimulo y de buscar confrontaciones inútiles. Quienes trabajan por la paz denunciando las injusticias y anunciando propuestas de paz, se les acusa de tener un lenguaje agresivo. Debemos reflexionar profundamente en esta inversión de valores y criterios de juicio. Primero, preguntarnos si la crítica recibida tiene algún fundamento de verdad y asumirla y rectificar lo que, en conciencia consideremos equivocado, o excesivo o agresivo. Ahora bien, si después de esto persiste la situación sería, cuando menos, ingenuo, o cuando más, mal intencionado o cómplice, llamar agresivo a los oprimidos que levantan su voz debajo de la bota, y llamar prudencia a soportar resignadamente la injusticia.
ESCHUCHAR LA VOZ DE LOS QUE SUFREN LA INJUSTICIA La voz de los que sufren la injusticia y la denuncian clama al cielo y debe ser escuchada. La agresividad surge de los que oprimen y silencian, de los que excluyen y avasallan. La conflictividad no nace de la imprudente defensa de los oprimidos, sino del abuso del poder de los opresores. Obstruyen el diálogo los que solo quieren escuchar una voz en un desierto, no los que desean que haya muchas voces en concierto. Ese grito del que sufre la injusticia, sofocado y muchas veces insignificante ante los ojos de los que la cometen, muchas veces trastoca la tranquilidad de los que no quieren buscarse problemas y están del lado de la comodidad y no del deber. Ese grito del que pierde la paz por la injusticia es un reto a la conciencia y al decoro de los hombres y mujeres honestos de nuestro pueblo. Todos debemos escuchar esas voces soterradas y silenciadas. Disimular, volver el rostro, retirar el hombro, abandonar el campo, buscar justificaciones resaltando los defectos de los oprimidos para justificar la complicidad de los opresores puede ser una reacción humana por el miedo y la falta de carácter, y puede ser perdonada y comprendida, pero no podrá ser nunca catalogada como correcta, menos prudente, y mucho menos recomendable. Así lo dijo el Papa en el Rincón, uno de los mensajes que menos conoce nuestro pueblo:
He aquí un lenguaje claro, una denuncia pacífica, un anuncio profético, una actitud de diálogo que no esconde la verdad ni disimula las causas de la injusticia. Trabajar por la paz en Cuba es escuchar esas voces, todas las voces, incluso escuchar y prestar atención a la voz de los que no piensan como nosotros. Trabajar por la paz en Cuba es acompañar a todo aquel que sufre la injusticia que es la causa profunda de la falta de paz. Trabajar por la paz en Cuba es no confundir la voz de la víctima con la del victimario y mucho menos equipararlas. Ambos deben ser redimidos de sus pobrezas. Pero no se redime siendo neutral entre la justicia y la injusticia. Eso es indiferentismo ético. Para construir la paz entre los que sufren la injusticia y los que son responsables de ella es necesario optar por la verdad, por la justicia y por la libertad para el oprimido y para todos; pero significa también y al mismo tiempo, optar por el perdón, la magnanimidad, la misericordia y la reconciliación para los responsables de la injusticia y entre todos. Sólo así, la salida de unas injusticias no nos conducirán a otras iguales o mayores.
HAGÁMOSLO A TIEMPO Cerrar la cuenta. Poner fin a la revancha. Desterrar la violencia. Abrir a la participación de todos sin nuevas exclusiones y poner el énfasis en sanar las heridas y construir el futuro. Hagámoslo a tiempo. Hagámoslo entre todos. Antes de que sea demasiado tarde. Digámoslo una vez más: no nos dejemos arrastrar por la pendiente de la confrontación. Es tanto lo que queda por delante cuando la justicia y la paz se besan, que resultaría una miserable actitud de mezquindad cívica dedicarse a revolver el pasado, al ajuste de cuentas, a revivir diferencias y destacar debilidades. Venga ya el tiempo de la paz verdadera en que se cumpla en Cuba, y en todos los rincones de este mundo, sufriente y hermoso, aquella profecía de Isaías, que hoy está grabada en un monumento a la paz en los jardines de las Naciones Unidas: "Convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en podaderas" (Isaías 2, 4)
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