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noviembre-diciembre. año VII. No. 40. 2000

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NOTICIAS

  

 

PADRE JOSÉ BOCKTENK

25 AÑOS

SEMBRANDO LA SEMILLA DEL EVANGELIO

por Sergio Lázaro Cabarrouy

 

     

 

Glorifica mi alma al Señor y mi espíritu se llena de gozo, al contemplar la bondad de Dios mi Salvador. Porque ha puesto la mirada en la humilde sierva suya.

Lc 1,39

 

 

Recorre los campos, trabaja, enseña, ayuda, siembra esperanza, y va a buscar a la persona en cuya mirada descubrió la necesidad de hablarle. Así describía al Padre José la semblanza que se leyó al comenzar la misa que celebró los 25 años de vida sacerdotal de Josef Bocktenk Tbroke, un alemán que descubrió su vocación misionera poco después de descubrir la de sacerdote y decidió ir a Chile en 1969 a terminar allí los estudios como seminarista y allí se comprometió con los indígenas, y con los más pobres del sur de Chile donde se ordenó sacerdote el 11 de diciembre de 1975, y donde también contribuyó a la formación de nuevos sacerdotes en el seminario local.

En 1989 vino a Cuba y se comprometió en esta Diócesis, primero como párroco de los Palacios y luego de Las Martinas, donde por más de 40 años no hubo sacerdote fijo. En ambos lugares ha sido un hombre de esos que "cubren mucho terreno" no sólo porque ha atendido a decenas de comunidades, unas que se encontró constituidas, y otras que ayudó a fundar. Este alemán espigado, de maneras bruscas, gran caminador de campos y pueblos, de corazón grande y solidario con las necesidades de espíritu y del cuerpo, y de sencilla y profunda piedad, devoto a la virgen y amante del Santo Rosario, es querido por donde ha pasado. Su carisma es sembrar, aunque no vea los frutos.

Nunca se habían celebrado unas bodas de plata sacerdotales en la sencilla iglesia que esa noche estaba de bote en bote, animada por una comunidad que va surgiendo poco a poco. Vinieron personas de otras comunidades de la Diócesis y de La Habana, estaban también casi todos los sacerdotes y religiosas de la Diócesis.

La misa fue presidida por Mons. Siro que dijo una sentida homilía y cedió la Plegaria Eucarística al homenajeado, quien vestía la misma alba y la misma casulla de su primera misa.

El Obispo predicó sobre el sacerdocio como un don inapreciable de Dios, mediante el cual se habilita a la persona para hacer presente a Dios mismo en la eucaristía, da autoridad para sanar la raíz de todos los males, el pecado, y guiar al pueblo de Dios hacia el Padre. También recordó el profundo sentido del mandato que reciben los sacerdotes en el momento de su ordenación, la ofrenda del pueblo santo y entrégala a Dios, lo cual implica, según explicó, hacer pasar por el corazón los gozos y esperanzas, alegrías y fatigas del pueblo, puestas como ofrenda permanente en el altar, de donde viene la vida para transformar la realidad según el plan de Dios.

¡Qué bueno es el Dios de Israel con el limpio de corazón!, cantaba el salmo 73(72) leído en la misa, y el Evangelio Mt 4, 16-21 recuerda que Jesús llama a algunos por su nombre y les invita a dejar lo que están haciendo para hacerse "pescadores de hombres", a través de un camino lleno de dificultades, pero que recompensa de entrada el ciento por uno para quien se mantiene fiel, como este cura con el que celebrábamos.

El ofertorio estuvo lleno de símbolos y regalos de diversas comunidades, entre estos símbolos estuvieron: el portaviático con el que lleva la eucaristía a los que no pueden ir a misa, las sandalias con las que recorre las calles y los campos, la luz, la Biblia, la Cruz, las flores..., ofrendas todas que acompañaban a la vida del Padre José de quienes allí quisieron ponerla en la patena para ser consagrada junto con el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Aquel por quien todo fue hecho.

Durante la Plegaria Eucarística el Padre José hizo un ruego especial por el alma del Padre Claudio, fallecido recientemente, quien había sido su amigo, casi desde su llegada a la Diócesis.

Al final de la misa el Padre José, quien estaba vivamente emocionado, agradeció a los participantes por la compañía en un momento tan importante, dio gracias a Dios por el don del Sacerdocio, pidió perdón por sus errores, y ratificó su firme intención de seguir por el camino que le había hecho descubrir un sacerdote de su pueblo natal en Alemania, y que había nacido al calor de un hogar cristiano. Agradeció especialmente a sus padres, María y José el haberles acompañado siempre en el camino, y terminó rezando una oración para pedir por las vocaciones sacerdotales y religiosas que ocupa la mayor parte del pequeño y hermoso recordatorio que su madre había enviado para la ocasión.

Fue una fiesta de la Iglesia, la fiesta de un hombre que ha sabido regar la semilla del evangelio a tiempo y a destiempo, en buena y mala tierra, incansable misionero, experto en gritar la Buena Nueva, aunque sea en el desierto.