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noviembre-diciembre. año VII. No. 40. 2000

ÍNDICE

JUBILEO

  

PRÓXIMAS CELEBRACIONES JUBILARES EN LA DIÓCESIS DE PINAR DEL RÍO
DICIEMBRE
   
Viernes 8

Celebración jubilar de los grupos Pro-Vida

en cada Parroquia

Domingo 3
Jubileo de los trabajadores de la Salud
Sábado 30
Jubileo de la Familia

en cada Vicaría

ENERO
   
Domingo 7
Clausura del Año Santo Jubilar

La catedral (4 pm)

 


 

 

NUNCA NOS SENTIMOS SOLOS

 
por Leonor Pérez

 

 

 

     

 

Muy bonito lo que sucedió, el martes catorce de septiembre de este Año Santo del dos mil en la Iglesia Catedral, cuando un considerable grupo de personas de la llamada Tercera Edad, se reunían para celebrar una gran fiesta, el "Jubileo de la Tercera Edad"

Poco a poco el templo se iba llenando de "viejitos", algunos con bastones, otros guiados por un familiar o amigo porque no se sentían fuertes como para andar solos, pero todos con el rostro alegre, y el corazón abierto para recibir la gracia que se otorga a quienes tienen el previlegio de participar en un Jubileo.

Aquella mañana íbamos a celebrar un jubileo muy especial, el jubileo de la tercer edad, y aunque fue convocado con carácter zonal, al mismo asistieron grupos procedentes de los municipios Consolación, San Juan, San Luis y la Palma. La celebración estuvo a cargo del grupo de Cáritas, animado por María Antonia Sojo y Rosa María Díaz Ponte.

Una vez hecha la presentación de los grupos participantes y el saludo de ritual se dio comienzo a la actividad de ese día a las nueve y treinta a.m.

Lo primero fue darnos a conocer el lema de nuestro Jubileo, que era como sigue "La vejez es la coronación de los años de la Vida"

Luego se leyó el "Salmo" para la Tercera Edad que aparece en una hoja impresa que nos repartieron. Hubo algunos comentarios surgidos de esa lectura, este momento fue oportuno para escuchar la propuesta de María Antonia de crear en las Parroquias un grupo con miembros de la Tercera Edad para que igual que los grupos de jóvenes, matrimonios etc, pueden realizar un valioso trabajo para la Iglesia.

Más tarde organizamos el trabajo en equipos. En total se formaron diez equipos y el trabajo consistió en reflexionar acerca de alguna experiencia vivida por las personas de esta difícil etapa de la vida, en relación con: la familia, la sociedad, la Iglesia.

  ¿Qué actitud asumes cuando ves que los jóvenes nos relevan en nuestro trabajo y ocupan nuestro lugar.

Como resultado de este trabajo se sacó esta conclusión.

A la primera pregunta:

"Nos sentimos felices, nunca nos sentimos solos, tenemos mucha fe y confiamos en el Señor, el vivir en familia nos da confianza! El trabajo en la Iglesia nos hace sentirnos útiles".

A la segunda pregunta:

Encontramos bien que los jóvenes nos sustituyan en el trabajo, pero sí queremos que nos respeten y que se apoyen en nuestras experiencias.

Terminando la lectura de los informes nos preparamos para la celebración de la Santa Misa. La celebración de la Eucaristía nos daría la oportunidad de acercarnos más a Jesús y recibir plenamente las gracias del Jubileo.

La misa fue presidida por el Señor Obispo José Siro González Bacallao, concelebrada por los Sacerdotes Mario Aguilar y Manuel de Céspedes párroco de la Catedral y la Caridad respectivamente.

La Homilía pronunciada por el Señor Obispo fue una reflexión acorde con el sentido del Jubileo. Sus acertadas palabras pusieron de manifiesto que a la Tercera Edad se llega felizmente cuando los años de nuestra juventud se han vivido acorde con nuestra fe.

Terminada la Misa se recitaron poesías y se leyó a coro la "Plegaria para llegar a ser viejita"

Ya a punto de mediodía compartimos una exquisita merienda en el patio de la Catedral.

Me pareció cuando salí fuera del templo que la sonrisa de los "viejitos era más alegre que la de por la mañana.


 

 

EL AMOR DE CRISTO NOS UNE

"Congregavit nos in unum Christi amor"

 
por Mons. José Siro Gzlez. Bacallao
 
 

 

Unos mil seiscientos obispos de todas partes del mundo, entre ellos ocho cubanos, después de pasar el umbral de la Puerta Santa comenzamos la celebración de nuestro Jubileo con una liturgia penitencial en la basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma, presidida por Mons. Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los obispos. Con espíritu de humildad y corazón contrito humildemente pedimos al Señor públicamente perdón de nuestros pecados, implorando al mismo tiempo su misericordia. Al final nos reconciliamos en una confesión individual que nos mostraba arrodillados delante de otro hermano obispo. En verdad era una sublime experiencia contemplar a Prefectos, presidentes, vicepresidentes, secretarios de los dicasterios de la Curia Romano, cardenales, arzobispos y patriarcas, presidentes de Conferencias episcopales, ordinarios diocesanos, obispos eméritos y auxiliares, prelados y abades, vicarios, prefectos y administradores apostólicos que representaban a la Iglesia de Cristo en sus distintas expresiones. Al final se hizo una colecta misionera en la que cada obispo ayudaba a las Iglesias pobres. Así concluía el viernes 6 de octubre, primera jornada de nuestro Jubileo.

El Sábado, día 7, tuvimos una celebración misionera en la Basílica de San Pablo extramuros, presidida por el Card. Josef Tomoso, Prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos. Con el tema "Vayan y enseñen" se abordó el problema de la Iglesia Misión. Los obispos misioneros en un mundo que necesita escuchar de nuevo y cada día el anuncio del Evangelio. Cómo recordaba yo a Cuba, País de misión, que tanto necesita de ese mensaje liberador.

Luego nos trasladaron al Vaticano y al filo del mediodía tuvimos un emotivo y fraterno encuentro con el Santo Padre que nos recibió en la Sala Pablo VI. Mons. Re dirigió unas palabras en nombre de todos los obispos allí congregados. El Papa pronunció un emotivo discurso de saludo, bienvenida e invitación al rezo del Rosario por la tarde en la plaza de San Pedro.

A las cinco comenzó el acto mariano con un canto gregoriano. Después de una introducción que explicó a los fieles el significado de la celebración, sacaron la estatua de la Virgen de Fátima, que llevaba la corona que tiene engastada la bala que atravesó al Papa la tarde del 13 de mayo de 1981.

De sus manos colgaba la cadena con el anillo que el Papa le regaló el pasado 12 de mayo y que él mismo había recibido del Cardenal Wyszinski, cuando fue elevado a la cátedra de San Pedro. El Santo Padre acompañaba a la Virgen que traían en procesión desde el Altar de la Confesión. La colocaron junto al Crucifijo de la Capilla Sixtina y muy cerca se sentó el Papa.

Se entonaron las letanías. Seguidas de una oración del Pontífice. Siguieron los misterios gloriosos del Rosario meditado, cada uno de los cuales fue dirigido por un cardenal, un obispo y una familia de los cinco continentes.

El quinto misterio lo rezó Sor Lucía, la vidente de Fátima y sus hermanas de Comunidad desde el monasterio de las Carmelitas de Coimbra. El Papa leyó una oración, postrado a los pies de la bendita imagen de la Stma. Virgen y pronunció unas palabras en las que recordaba que "como obispos partícipes de los sufrimientos y de la gloria de Cristo, somos los primeros testigos de esta victoria, fundamento de esperanza segura para cada persona y para todo el género humano". A continuación la imagen fue llevada en hombros a través de la plaza de San Pedro, mientras el pueblo, en distintas lenguas, entonaba el Ave, Ave, Ave María, mientras levantábamos al cielo nuestras velitas encendidas, símbolo de nuestros corazones que se elevaban a lo alto, llenos de emoción y de tierno amor a la Madre de Jesús y Madre nuestra, la Señora del Cielo.

El Domingo, día 8 de octubre del 2000, a las diez de la mañana, con un sol radiante y un límpido cielo azul, nos reuníamos los más de 1,600 obispos representando a la Iglesia Universal, para vivir una gran experiencia de colegialidad "cun Petro" y "sub Petro". Presidía aquella solemne Eucaristía el anciano Pontífice que junto al histórico Cristo de la Capilla Sixtina y la venerada imagen de Ntra. Sra. de Fátima, contemplaba con emoción aquel mar humano que llenaba la plaza y la Vía de la Conciliación.

Comenzó la ceremonia con el canto del "Jubilate Deo". El Cardenal Bernardin Gantin pronunció unas palabras en nombre de todos los obispos reunidos. La primera lectura se hizo en castellano, la segunda en inglés, el salmo responsorial en italiano y el Evangelio en Latín. El Santo Padre en su profunda y fraterna homilía dijo entre otras cosas: "Un puente ideal, que cruza siglos y continentes, une hoy el Cenáculo a esta plaza en la que se han dado cita los que, en el año 2000, son los sucesores de aquellos primeros apóstoles de Cristo. Juntos hagamos nuestra la invocación del salmo: "Concédenos, Señor, la sabiduría del corazón". En esta sabiduría que es don de Dios, podemos resumir el fruto de nuestra convocación jubilar. Dios concede esa sabiduría del corazón mediante su Palabra, viva, eficaz, capaz de penetrar hasta lo más íntimo del hombre, como nos ha dicho el autor de la carta a los Hebreos.

Recordando la enseñanza conciliar, hoy queremos expresar desde esta plaza nuestra solidaridad fraterna a los obispos que son objeto de persecución, a los que se encuentran en la cárcel y a los que impiden ejercer su ministerio. Y en nombre del vínculo sacramental, extendemos con afecto el recuerdo y la oración a nuestros hermanos sacerdotes que sufren esas mismas pruebas. La Iglesia les agradece el bien inestimable que, con su oración y su sacrificio, aportan al Cuerpo Místico. Al mismo tiempo recordó el Santo Padre a obispos que murieron en los campos de concentración nazis. Mencionó nombres de los asesinados durante la guerra civil española y de los que florecieron en el largo invierno del totalitarismo comunista. Terminando su exposición homilítica con una súplica a la Virgen Santísima en la que exclamaba: "Reina de los Apóstoles, ruega con nosotros y por nosotros, para que el Espíritu Santo descienda con abundancia sobre la Iglesia, a fin de que resplandezca en el mundo, cada vez más unida, santa, católica y apostólica". Amén.

Las ofrendas las presentaron personas de los cinco Continentes. Después de la Comunión, el Romano Pontífice y todos los obispos pronunciaron el Acto de Consagración a la Santísima Virgen en inglés, en francés, en español, en alemán, en portugués, en polaco y en italiano.

"Mujer, ahí tienes a tu hijo" –comenzaba diciendo la bellísima plegaria de consagración. Mientras se acerca el final de este Año Jubilar en el que tú, Madre, nos has ofrecido de nuevo a Jesús, resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suya que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Son muchos los que, en este año de gracia, han vivido y están viviendo la alegría desbordante de la misericordia que el Padre nos ha dado en Cristo.

En las Iglesias esparcidas por el mundo, y aun más, en este centro del cristianismo, muchas clases de personas han acogido este don.

Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera, rogándote que nos acompañes en nuestro camino. Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria, tan apasionante como rica en contradicciones. La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita. Puede hacer de este mundo un jardín o reducirlo a un cúmulo de escombros.

Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir en las fuentes mismas de la vida: puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral, o ceder al orgullo miope de una ciencia que no acepta límites, llegando incluso a pisotear el respeto debido a cada ser humano.

Hoy, como nunca en el pasado, la humanidad está en una encrucijada. Y una vez más, la salvación está sólo y enteramente, oh Virgen Santa, en tu hijo Jesús. Te encomendamos a todos los hombres, comenzando por los más débiles: a los niños que aun no han visto la luz y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento; a los jóvenes en busca de sentido; a las personas que no tienen trabajo y a los que padecen hambre o enfermedad. Te encomendamos a las familias rotas, a los ancianos que carecen de asistencia y a cuantos están solos y sin esperanza.

A ti, aurora de la salvación, confiamos nuestro camino en el nuevo milenio, para que, bajo tu guía, todos los hombres descubran a Cristo, luz del mundo y único Salvador".

Terminada la Misa, la bendita imagen, acompañada por el arzobispo Giovanni Battista Re y Crescencio Sepe y el obispo de Leiría-Fátima dio una vuelta por la plaza, mientras se cantaba la Salva Regina.

Concluía así una inolvidable jornada de tres partes que hacían del marco del Jubileo de los obispos un hito único para recordar que somos sucesores de los Apóstoles y humildes siervos de Alguien que ha querido llamarnos amigos, el dulce maestro de Galilea, aquel que un día ya lejano y siempre presente, le dijera a Simón Pedro: "TÚ ERES PEDRO –o sea Piedra– Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARÉ MI IGLESIA QUE LOS PODERES DEL INFIERNO NO PODRÁN VENCER.

 

 


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