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noviembre-diciembre. año VII. No. 40. 2000 |
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ECUMENISMO Y MISIONES |
CULTURA(S) Y RELIGION(ES) ¿UNICIDAD VS. DIVERSIDAD? por María Ileana Yaguagua Iglesias
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La Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fé, de la Iglesia Católica romana, "Dominus Iesus", sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia. –emitida el 6 de agosto del 2000–, provocó los más variados comentarios y profundas preocupaciones dentro como fuera de la comunidad católica, aunque haya quienes sostengan que en realidad "no aporta nada nuevo" al pensamiento católico tradicional, y hay hasta quienes afirman que "ratifica el ecumenismo". No obstante ser la Declaración romana un documento interno de la Iglesia Católica los temas que aborda interesan no sólo a los católicos, sino también a los cristianos de otras confesiones, así como a creyentes de otras religiones y expresiones espirituales. En Porto Alegre (Brasil), los coordinadores de la Comisión Bilateral Católica Luterana, el Obispo Católico Ivo Lorscheider y el pastor luterano Gottfried Brake Meller señalaron que "sería trágico que el camino ecuménico hacia una mayor unidad sufriese interrupción o perjuicio", motivados por la Declaración romana. En la mañana del 24 de octubre, en el Centro Memorial Martín Luther King, JR convocada por el Consejo de Iglesias de Cuba, el Centro de estudios del Consejo y el propio Centro Martín Luther King Jr., se realizó una reunión para debatir la Declaración romana. Fue lamentable que no hubiera una mayor participación católica en la misma, en especial una representación de instancias jerárquicas de la Iglesia Católica de Cuba, que hubiera ayudado, sin dudas a precisar conceptos y a matizar actitudes. Pese a lo anterior, el debate fue, en nuestra modesta opinión, muy rico y respetuoso. Consideramos muy positivo que se divulguen las reflexiones que allí se hicieron y que las mismas lleguen a toda la comunidad católica y a los cristianos en general, para enriquecer el diálogo ecuménico actual y despojarlo de cualquier tipo de mal entendido, que pudiera obstaculizarlo.
UNA PRIMERA LECTURA Una primera lectura de la Declaración romana, nos la hace considerar como un paso atrás respecto a la Encíclica "Ut Unum Sint", sobre el empeño ecuménico, del Pontífice Juan Pablo II –del 25 de mayo de 1995–, en la que exhortó al diálogo y la cooperación ecuménica. Recordemos que Juan Pablo II hizo referencia a ésta Encíclica durante un encuentro en La Habana, en la Nunciatura Apostólica, con líderes protestantes y evangélicos, así como de la Comunidad Judía –el 25 de enero de 1998–, donde manifestó que todos estamos llamados a mantener un cotidiano diálogo de la caridad que fructíficará en el diálogo de la verdad", y expresó su interés en "compartir los afanes por la restauración de la unidad entre todos los cristianos y estrechar la colaboración para el progreso integral del pueblo cubano, teniendo en cuenta los valores espirituales y trascendentes de la Fe. Pero, no obstante la posición papal, se perciben diversos síntomas en sectores importantes de la Curia romana, de preocupación por la ampliación del ecumenismo al campo interreligioso, y se ven cada día con más reservas, los esfuerzos de algunos teólogos, que sobre todo en la India y el Sudeste asiático, se empeñan en la difícil tarea de "repensar" el cristianismo en el contexto de las antiguas religiones y culturas de Asia. La declaración de la Congregación romana, que muchos consideran aparece en un momento inoportuno, coincide con una actitud de condena, de sectores de la Curia, hacia un grupo cada día más numeroso de teólogos católicos, a algunos de los cuales se les ha despojado del derecho a enseñar la Teología católica en Facultades Teoló-gicas Pontificias.
UNA APROXIMACIÓN ANTROPOLÓGICA Las religiones no se sustentan sin la existencia de un pueblo religioso cualquiera que sea el peso demográfico del mismo, por lo que cuando se aborda un tema religioso, siempre estamos en presencia de un análisis antropológico, en tanto el centro del problema analítico es el ser humano –en este caso religioso–, que puede o no formar parte de una institución religiosa y/o responder a los intereses de ésta. Desde esta perspectiva al acercarnos a la Declaración romana, que subraya en su epígrafe introductorio una explícita preocupación por responder "a las urgencias culturales contemporáneas", son elementos claves en el análisis: mujeres y hombres, culturas(s), y como parte sustancial de éstas(s), la (s) religión(es). No se puede desconocer que el mundo actual es pluriétnico, pluricultural y plurireligioso, ya que es una realidad irrebatible –como lo es también el creciente proceso de transculturación y mestizaje–, aún cuando no agrade a muchos dentro y fuera de las Iglesias y de los grupos religiosos existentes. Esta variedad, propiciadora de tanto enriquecimiento –espiritual y material–, también constituye un desafío, al que intenta responder la Declaración, en nuestra opinión sin conseguirlo. En franca contraposición con actitudes asumidas públicamente por el Sumo Pontífice, respecto a la mencionada cualidad (la diversidad) de nuestras sociedades –vale la pena recordar su reconocimiento de las características positivas de "otras" culturas, como las africanas, asiáticas y americanas, al igual que de sus religiones autóctonas y/o tradicionales–, la Declaración romana da muestras de atacar reiteradamente esa pluralidad que, en el campo religioso, se expresa, y que según el citado documento "se trata" de justificar utilizando como argumentación "teorías de tipo relativistas". El propio hecho de que, refiriéndose a "otros ritos no cristianos", se insiste en que estos dependen de superticiones o de otros errores", es ya indicativo de una posición no sólo de distanciamiento, sino que puede interpretarse como de pretendida superioridad, a la par que de un propósito deslegitimador.
UN CLIMA CRECIENTE DE TENSIONES Se viene desarrollando de un tiempo para acá, un creciente clima de tensiones. Se habla de restauración dentro de la propia Iglesia católica, –que no deja de preocupar a muchos católicos, y que contrasta con posiciones adoptadas en varios sínodos como el europeo y el asiático–, en los que se dió prioridad a la evangelización en contacto con los religiosos no cristianos, y a la existencia de un Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso. Cada día hay más evidencias de que para algunos miembros de la Curia Romana entre los que se encuentra el Cardenal Ratzinger, firmante de la Declaración, tanto la Teología de la Liberación –llama la atención la mención explícita que hace la Declaración del teológo brasileño Leonardo Boff–, como la Teología Pluralista, resultan "sospechosas", ya que da la sensación de que consideran que si se aceptan otras religiones como válidas, ¿qué esperanza quedaría para el trabajo misionero? En la propia Roma, en algunos círculos católicos, se interpretó la Declaración como un "mazazo teológico" contra los teólogos pluralistas (ver: ADISTA. Roma No. 61. Septiembre 9 del 2000) Es justo señalar, que estas posiciones intransigentes –que tienden al fortalecimiento de actitudes dogmáticas y fundamentalistas– se perciben también fuera de la Iglesia católica, y en otras instituciones cristianas, y en otras religiones –como el judaísmo y el islamismo–, e incluso en algunos movimientos, asociaciones e instituciones de estudios teológicos, que se autodenominan "ecuménicos", pero que en la práctica asumen actitudes poco ecumé-nicas, como excluir en sus estudios las teologías de otras confesiones y religiones, limitar su cuadro docente a profesores de una sola orientación ideológico-teológica, e impedir en ellas el debate interno de temáticas polémicas, desarrollando programas de adoctrinamiento, en lugar de una formación abierta y enriquecedora a otras prácticas y experiencias religiosas y culturales.
EL PAPA RATIFICA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO Con posterioridad al documento de la Congregación de la Fe, Juan Pablo II –el 21 de septiembre del 2000–, en un mensaje enviado a los participantes en Lisboa (Portugal), en el XIII Encuentro Internacional "Hombres y Religiones" sobre "Océanos de paz". Confrontación de religiones y culturas –del 24 al 27 de septiembre–, declaró: "En la diversidad de las expresiones religiosas reconocidas lealmente como tales, el hecho de estar juntos manifiesta también visiblemente la aspiración a la unidad de la familia humana". Juan Pablo II precisó en tal ocasión: "sabéis muy bien que el diálogo no ignora las diferencias reales, pero tampoco anula la condición de peregrinos hacia un cielo nuevo y una tierra nueva. Además, el diálogo invita a todos a fortalecer la amistad que no separa y no confunde. Todos debemos ser más audaces –afirmó– por este camino..."
LA SUCESIÓN PAPAL No debe excluirse en el análisis de la Declaración, la incidencia del factor de los pasos previos que se dan, principalmente en Roma, preparativos de la sucesión papal. Esto ha motivado que muchos observadores consideren que el debate teológico actual está dado en el contexto de una lucha por el poder, que tiene lugar en la cúpula de la Iglesia católica-romana, donde un sector se resiste al proceso de democratización de la institución y a las exigencias de cambios de estructuras, y ve con creciente preocupación la expansión de movimientos como "Somos Iglesias" y "Asambleas del Pueblo de Dios", al igual que el fenómeno de las Comunidades Eclesiales de Base principalmente en América Latina–, que prefiguran un nuevo tipo de Iglesia, más participativa y ecuménica.
A MODO DE CONCLUSIÓN PERO CON EL PROPÓSITO DE MANTENER EL DIÁLOGO Considerando que, a tono con las Naciones Unidas que declaró el 2001 el "Año del Diálogo entre Civilizaciones", la Iglesia católica-romana lo proclamó "Año del Diálogo entre Culturas para una civilización del Amor y la Paz", despierta preocupación la aparición de documentos como el mencionado y, en medio de circunstancias tendientes al acercamiento, el intercambio y la colaboración. Una serie de preguntas surgen: ¿A qué obedece la aparición de la Declaración romana? Existe acaso una ambigüedad entre la posición de fondo y la posición aparente de la Iglesia católico-romana, o, al menos, de parte de su jerarquía? Las respuestas estarán signadas por el nivel de información con que se cuente, y hasta por la buena o mala fe que pueda ocultarse tras éstas. Es indudable, que documentos de este tipo, no puedan menos que considerarse preocupantes, a destiempo o inoportunos, en contraposición a otros, e incluso, a posiciones que puedan ser consideradas de avanzada, como el reciente "Mea Culpa" de la Iglesia católica romana por los daños causados en diferentes momentos históricos a la humanidad –como al hacerse cómplice de la esclavitud de la que fue víctima gran parte de la población negro- africana y su desendencia americana–, actitud no igualada por otras Iglesias cristianas, ni por otras religiones, en cuanto a arrepentirse públicamente de sus errores históricos. Por la vía de asumir posiciones como la expuesta en la Declaración citada, la Iglesia católica-romana, como institución corre el riesgo de transformarse en un elemento negativo, generador de fundamen-talismo, en la medida en que los "otros" –a los que ella ataca–, sienten como reacción la necesidad de auto-legitimarse y de auto-preservarse cultural y religiosamente lo cual no será beneficioso para ninguna de las partes. Por todo lo anterior consideramos que el diálogo al que se refiriera Juan Pablo II, es un proceso que debe mantenerse y desarrollarse. Confiamos en que haya dentro de la Cúpula católica, sectores capaces de escuchar a los "otros" que piensan diferente, y no creerse dueños de la "única verdad, que sean capaces de discernir, con lucidez, "los signos de los tiempos" –asumimos con prontitud la tarea de la inculturación del Evangelio cristiano, desde una posición de respeto–, como nos exhortara el Papa Juan XXII, cuando convocó al Concilio Vaticano Segundo, y llamó al "aggiornamento" –puesta al día– de la Iglesia católica-romana. La Habana, 23 Octubre 2000
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