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septiembre-octubre. año VII. No. 39. 2000

ÍNDICE

EDUCACIÓN

CÍVICA

  

 

¿Tenemos que ser

P R Á C T I C O S

en la vida:

HASTA DÓNDE?

 
por Dagoberto Valdés

     

 

En varias ocasiones me he encontrado con personas que en momentos de decisiones importantes, en ocasión de un problema serio que implica actitudes y opciones fundamentales ante la vida, siempre tienen a flor de labios una recomendación que, a simple vista, parece solucionar todos los entuertos y dar los mejores resultados.

La fórmula mágica es: "Hay que ser prácticos en la vida. No te pongas a soñar ni a aferrarte a ideales: lo importante es resolver este problema de la manera más rápida y eficaz."

Casi siempre nos parece una solución buena porque es práctica. Nos parece una salida válida porque nos hace mirar hacia abajo y "poner los pies en la tierra". Además se argumenta en su favor que no hay que aferrarse a principios, que no hay que ser dogmático, que no podemos ser ofuscados sino hacer en cada momento lo que el momento requiera. En fin, que hay que ser "práctico" y dejarse de boberías y quijotadas, que entramos en un nuevo siglo, en un nuevo milenio, un una nueva era: la de la post modernidad.

Ante estas recomendaciones que pueden ser tan juiciosas pero que al mismo tiempo pueden esconder una pérdida de valores éticos y trascendentes, recuerdo siempre una frase del escritor húngaro de la post guerra, Milan Kundera, que en uno de sus más renombrados libros, no recuerdo si en "La broma" o quizá, en "La insoportable levedad del ser" dice algo que me ha servido de alerta ante cada manipulación de la realidad, creo que decía algo así como lo que ahora parafraseo: "detrás de una pequeña verdad creíble puede esconderse una gran mentira increíble", o viceversa, "Detrás de una pequeña mentira creíble, puede esconderse una gran verdad increíble."

En ambos casos encuentro una invitación a pasar de la superficie engañosa de los acontecimientos, a pasar de la apariencia de un consejo bondadoso, a descifrar los cantos de sirena que nos invitan a dejarnos arrastrar por el ambiente y resolver siempre con "lo más práctico".

Pues tengo, por suerte, la experiencia de que no siempre lo más práctico es lo mejor. Creo también que no siempre lo práctico es ético. Y he podido ver y vivir que casi siempre lo ético es muy difícil y poco "práctico" de llevar a la vida cotidiana.

Por eso ante el consejo, siempre bien recibido y casi siempre acompañado por un aura de solución eficaz e incuestionable, de "hay que ser prácticos en la vida", sería bueno ponernos alertas y en primer lugar, preguntarnos:

 

¿Qué significa ser práctico?

Si esto significa que no hay que ser ilusorio, que hay que tener en cuenta la realidad en que se vive, que no hay que andar siempre por las nubes, que hay que contar con las posibilidades y carencias propias y con la disponibilidad y las limitaciones de los demás. Si ser práctico significa buscar a cada problema la solución más lógica, más razonable, más eficaz, y menos costosa, sin abandonar lo que es humanamente aceptable, entonces hay que ser prácticos en la vida.

Pero si "ser prácticos" significa decidir sin pensar, si es escoger lo más razonable que no siempre coincide con lo más justo y con lo más humano, si "ser prácticos" significa optar por la eficacia por encima de las personas, si significa poner la justicia por encima de la verdad o esconder una verdad increíble detrás de unas pequeñas mentiras creíbles y más prácticas. Si ser prácticos en la vida es poner las soluciones técnicas por encima de las opciones morales, o querer obtener una tranquilidad en la práctica a costa de una injusticia que abarque toda la vida cotidiana, entonces ese llamado a "ser práctico" es por lo menos cuestionable y, por lo más, amoral.

En los últimos doscientos años de modernidad, en los que la razón y la ciencia se hicieron señoras absolutas de la actuación y los criterios humanos y sociales, encontramos, al mismo tiempo, los altos ideales y las grandes utopías que a veces propusieron metas inalcanzables o que eran frutos del voluntarismo irreal. Luego de caer una y otra utopía, por la fuerza de las armas o por el propio peso de su inconsistencia real, el mundo ha desembocado, en este final de siglo y comienzos del tercer milenio de la era cristiana, en una especie de desengaño, en una llamada a un tipo de cordura a ras de suelo, en una especie de convicción, vacía de convicciones, en la que "todo vale", en la solución de los conflictos o en las medidas económicas o políticas, con tal que sean "prácticas".

 

El pragmatismo: ¿ser prácticos o ser éticos?

El pragmatismo es el estilo de vida de reaccionar ante los problemas con criterios "prácticos". En sí mismo, cierto grado de pragmatismo no es malo, es más, es recomendable, bueno y moralmente aceptable. Un sano pragmatismo que no olvide la ética y la supremacía de la persona humana, de la justicia y de la verdad es muy recomendable y pudiera ser el equilibrio a alcanzar entre realidad y utopía.

Pero cuando el pragmatismo se convierte en la corriente filosófica que empuja a los economistas y entidades financieras a buscar soluciones técnicas que tengan en cuenta, en primer lugar, la realidad presente más que las utopías futuras; cuando se convierte en la forma de gobernar tomando medidas políticas que dicte la práctica cotidiana y de las que se espera que garanticen un mínimo de soluciones objetivas y en ocasiones más cerca de los materialismos que de los ideales; cuando el pragmatismo rebasa la esfera de las soluciones técnicas y objetivas e irrumpe en el área de lo ético e inunda la subjetividad de las personas y de la sociedad, se convierte en una forma de vivir, en una "cultura de la eficacia" que deviene casi siempre en un relativismo moral.

No todo vale en las soluciones prácticas. El mundo no puede reducirse a buscar lo que "resuelva" lo inmediato y lo material a costa de lo futuro y lo espiritual. No se puede ser pragmáticos olvidando los principios éticos, libremente asumidos como estilo de vida y criterio de libertad.

No es moral recomendar a un hijo robar un abrigo en la beca porque de dónde lo va a sacar, si el suyo se lo robaron, y "hay que ser prácticos". No se puede pedir a una jovencita que ha cometido el error de salir embarazada antes del matrimonio que "se saque" el hijo, que es como se dice aquí cuando nos referimos al aborto, porque ella no tiene donde vivir, porque está estudiando y porque "hay que ser prácticos". No se puede desalentar la vocación al sacerdocio o a la vida religiosa a un joven porque eso es una ilusión o un escape de la realidad y "lo práctico" es "subir" en la vida, buscarse una gerencia, hacer una carrera o irse del país porque aquí, "en la práctica" no hay futuro. No se puede, en conciencia, pedir a un joven que desea defender la verdad, la justicia y los derechos de las personas, que abandone ese camino y que sea más práctico, lo que a veces significa que se agazape ahora entreteniéndose en prepararse para cuando se produzca el cambio y llegue "el futuro" pueda salir a la luz pública bien preparado e ileso.

Tampoco es verdadero pragmatismo en la política, olvidar por completo la justicia social para tomar medidas económicas que afectan la seguridad y la integridad personal y familiar de los ciudadanos. Como tampoco es pragmatismo político levantarse cada mañana con nuevas leyes, nuevas regulaciones y resoluciones tomadas sin consulta y sin un proyecto coherente sencillamente porque "las circunstancias nos han obligado". Es verdad que las circunstancias obligan pero no a obviar la consulta, a manipular la verdad y a acallar las conciencias con explicaciones "prácticas" o diciendo que son medidas coyunturales. Muchas veces duele más las coyunturas que los tramos largos. Y todavía más cuando las coyunturas se alargan tanto en el tiempo que se convierten en extremidades no en simples articulaciones con la normalidad. Las circunstancias nunca pueden obligar a la injusticia y a las decisiones éticamente inaceptables, pero si obligan al mal menor, esto no puede durar por años sin término.

Dilatar una situación de injusticia o de desigualdad puede ser práctica obligada por las circunstancias pero debe ser reconocida, denunciada y solucionada con la convocatoria a todas las personas interesadas. Las circunstancias, por amargas y objetivas que sean, no pueden ser las "nuevas diosas" de la post modernidad. La realidad puede obligar al hombre pero no debe domeñar su dignidad. El sentido práctico puede acercarnos a la realidad pero esta no puede someter para siempre al espíritu humano. No debe haber contradicción entre un sano pragmatismo y la eticidad.

Venga ya la era de alcanzar lo posible entre los extremos de la cruda realidad y la utopía.

Venga la flexibilidad pragmática que nos aleje de los fundamentalismos ideológicos o religiosos.

Venga la era de un sano pragmatismo ético que permita ir convirtiendo lo imposible en realidad a fuerza de creatividad y no a golpe de ciego voluntarismo.

Venga el tiempo en que ser prácticos y ser quijotes no sean excluyentes ni contrarios.

Difícil equilibrio entre la tierra y las nubes. Pero impostergable.

Porque la tierra descarnada, y sin altura de miras, es yugo y polvo.

Así como la nube de ideales, sin ancla y sin asideros en la realidad, es viento o tempestad.

Entonces creo que "lo más práctico" es cruzar sobre el filo de la navaja entre el pragmatismo y la eticidad, el umbral de un nuevo milenio que nos pedirá seguramente más equilibrios que extremismos, más síntesis que exclusiones, abonando las utopías con la realidad, para que crezca una esperanza más a la medida de un hombre al que nunca se le cierre la medida de Dios.

 


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