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septiembre-octubre. año VII. No. 39. 2000

ÍNDICE

RELIGIÓN

  

 

LA EUCARISTÍA

COMO ESPERA DE LA VUELTA DEL SEÑOR

 
por P. Antonio Rodríguez Díaz

     

 

La vida del cristiano tiene que estar marcada por la esperanza, pues ésta es una de las virtudes bíblicas. Un discípulo de Cristo, que no tenga esperanza, no puede llamarse cristiano, ya que le falta uno de los elementos doctrinales y existenciales que son esenciales a la fe cristiana.

Muchas personas: las que no van a la Iglesia, y las que van, cuando se habla de esperanza, lo que piensan al respecto de ella, y, por consiguiente, lo que entienden, es el concepto de esperanza reducido a las cosas de esta vida, del más acá, de la vida intra mundana. Lamentablemente, las personas que tienen únicamente puesta su esperanza en la solución de los problemas y dificultades de esta vida, viven esta vida –valga la redundancia-, muy empobrecida, pues su horizonte resulta muy estrecho. Al reducirse la experiencia de la esperanza para una persona, se inhibe la expansión total de la existencia de esta persona.

La esperanza cristiana no excluye la esperanza en las realidades intramundanas, con tal de que éstas no sean pecaminosas; pero, independientemente de que tales realidades intramundanas se logren o no; la esperanza cristiana siempre está abierta al "más allá" prometido por Jesucristo, el cual comienza a realizarse después de la muerte con la entrada en la gloria, en las alegrías del cielo, y alcanza su plenitud cuando Cristo venga por segunda vez, según profesamos en el Credo en la misa, todos los domingos. En el antiguo Testamento, pero sobre todo en el Nuevo Testamento, abundan las citas que hablan de esta esperanza plena. La Segunda Carta de San Pedro (3, 13) da testimonio de ello, cuando habla de "los cielos nuevos y la tierra nueva en que habite la justicia".

Estas realidades del "más allá se hallan englobadas en la palabra "escatología", perteneciente al griego antiguo, que significa la parte de la Teología que estudia lo último; es decir, el destino final del hombre y del mundo.

La Iglesia en sus primeros siglos vivió intensamente la esperanza escatológica. El Nuevo Testamento, como ya apunté, y los Padres de la Iglesia (que fueron los primeros grandes teólogos que marcaron con sus escritos la Tradición de la Iglesia hasta el siglo VIII), los teólogos posteriores a esta fecha, el Magisterio Eclesial, la liturgia y el arte bimilenario de la Iglesia constituyen el testimonio más fehaciente de la esperanza escatológica.

El Concilio Vaticano II (1962-1965) en varios de sus documentos volvió a situar paradigmá-ticamente la esperanza escatológica en su correcto lugar, liberándola del perfil tremendista, en el cual se acentuaban las notas de temor, carentes de gozo, desprovistos de una buena dosis de alegría, que gran parte de la predicación de la Iglesia en los últimos siglos le había dado.

Es una lástima que ahora, cuando poseemos un correcto paradigma teológico acerca de la esperanza escatológica, este tema brille por su ausencia en la mayoría de las predicaciones y catequesis de nuestros agentes de pastoral.

Esto viene agravado, precisamente, por la necesidad que tiene nuestro pueblo de conocer y vivir la esperanza escatológica, máxime cuando no es consciente de esta necesidad. Ocurre, desgraciadamente, todo lo contrario. De las necesidades que es consciente gran parte del pueblo son de las materiales. Existe una gran carencia de los valores espirituales, por lo que vivimos sumergidos en un materialismo práctico. Patrones no éticos de conducta personal, familiar y social abundan en nuestro medio, y constituyen el resultado de esta carencia de valores espirituales, que cada vez se acentúa más. El estado cubano, la sociedad civil, la Iglesia Católica y las demás Iglesias cristianas se hallan ante el desafío que proviene de esta realidad.

Por tener muchos compatriotas nuestros una esperanza marcadamente intramundana, la predicación de los temas escatológicos se hace más urgente y necesaria. Se requiere que estos temas aparezcan más a menudo en nuestras homilías y catequesis, de modo sistemático e integral. El actual déficit de temas escatológicos en la predicación de la Iglesia, repercute negativamente en la vida espiritual de muchos de los fieles cristianos, empobreciendo su espiritualidad. No es malo aspirar a intereses intramundanos, lo malo es cuando tales intereses son absolutizados y pasan a dirigir toda nuestra vida. Los bienes escatológicos representan un absoluto, porque ellos nos sitúan eternamente ante la presencia de Dios. El anuncio de la esperanza escatológica no disminuye en modo alguno el compromiso auténtico del cristiano con las realidades de este mundo, con el fin de promover integralmente a todos y cada uno de los hombres. La falta de compromiso por las realidades de este mundo, evidencia una mala comprensión de la esperanza escatológica. Por ello nunca cabe al cristiano enarbolar la esperanza en el "más allá" con el objetivo de justificar la falta de compromiso en la promoción humana.

Ahora bien, la Eucaristía (Santa Misa) es la anticipación de la gloria celestial. Esta verdad la han vivido millones de cristianos durante veinte siglos, de manera que forma parte esencial de la más genuina espiritualidad cristiana. Una antigua antífona recoge esta realidad: "¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!.

El mismo Jesús, en la última cena, llamó la atención sobre la dimensión escatológica de la Eucaristía, cuando expresó: " Y les digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vida hasta el día en que lo beba con ustedes, de nuevo, en el Reino de mi Padre". (Mt. 26, 29; Lc. 22, Lc. 22, 18; Mc.14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la eucaristía, recuerda esta promesa de Jesús.

Sabemos que Jesús Resucitado está presente, de manera real y verdadera en la Eucaristía. Sin embargo, esta presencia está velada por las especies del pan y del vino. Por eso celebramos la Eucaristía, "mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo". (Embolismo después del Padre Nuestro; cf. Tt. 3,13). Y la Plegaria Eucarística III, en una hermosa petición por los difuntos, expresa la esperanza escatológica de la celebración eucarística con las siguientes palabras: "A nuestros hermanos difuntos y cuantos murieron en tu amistad, recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria.

En la eucaristía, Cristo resucitado se hace presente, bajo las especies del pan y del vino. Por eso la misa es una anticipación de las realidades escatológicas futuras. En el fragor de las realidades temporales o terrenas en la misa, vivimos las nuevas realidades que viviremos eternamente cuando se realicen plenamente los tiempos escatológicos. Es, como me decía hace años, un piadoso cristiano al terminar la Misa, "he vivido un pedazo del cielo aquí en la tierra". Y no se equivocaba. Por su parte, el apóstol San Pablo en el cap.11 de la Primera Carta a los Corintios (v.26), también hace referencia a la espera escatológica del Señor de la celebración eucarística. "Así pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él vuelva.

En la Misa, después de la consagración, los participantes suplican ardientemente la venida del Señor con la neotestamentaria oración de "Ven, Señor Jesús": "Marana tha" (1 Cor. 16,22; Apoc.22,20)

El catecismo de la Iglesia Católica nos dice acerca de este anticipo de la gloria futura, que es la Eucaristía en el número 1405 lo siguiente: "De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en la que habitará la justicia, no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía". En efecto, cada vez que se celebra este misterio, ‘se realiza la obra de nuestra redención’ (L.G.3) y ‘partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre’ (San Ignacio de Antioquia, Eph.20,2).

 


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