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septiembre-octubre. año VII. No. 39. 2000 |
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PEDAGOGÍA |
LA AUTOESTIMA EN LA EDUCACIÓN Conferencia dictada en la II JORNADA PEDAGÓGICA ESCOLAPIA, celebrada en la capilla de ntra. sra. del sagrado corazón, el 27 de julio del 2000 por Dr. Orlando Fernández Guerra |
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1.-¿Qué se entiende por autoestima? Con frecuencia escuchamos hoy hablar sobre autoestima. En un mundo que languidece de hambre, guerras, odios, desesperanza... nada mejor que una buena autoestima para sobrevivir en medio del caos. Para poder asumir con toda responsabilidad nuestro destino. Esta parece ser, la gran asignatura pendiente de nuestra civilización. La palabra autoestima significa: "Valoración de uno mismo". Es la valoración que cada persona hace de sí misma. Y esta puede ser tanto positiva como negativa. Como vivencia psíquica, es tan antigua como el hombre ya que sin ella resultaría difícil la satisfacción de algunas necesidades básicas. Y una buena autoestima es esencial para la supervivencia psicológica del hombre. Sin conocerse a sí mismo sería muy difícil alcanzar la propia identidad y la plena realización personal. Sin embargo, la autoestima comienza a tener una importancia en la Psicología a finales del siglo pasado, cuando Willian James estudió el desdoblamiento de nuestro Yo-global en el Yo-real y el Yo-ideal. Es decir, la diferencia entre lo que yo soy en realidad y lo que creo o quiero ser. De este desdoblamiento, del cual todos somos conscientes en mayor o menor grado, nace la autoestima. Cuenta una historia que había cierto monje del desierto, al que las tentaciones atormentaban grandemente. Un día decidió abandonar el monasterio. Y mientras se calzaba, vio cerca de él a otro monje que también se estaba poniendo las sandalias. "¿Quién eres tú?", le preguntó al desconocido. "Soy tu yo, fue la respuesta". ¡Ah, si es por mi causa por la que te vas de este lugar, debo decirte que, donde quiera que vayas, yo iré contigo. Nunca podré desprenderme de mi Yo. Él me acompaña dondequiera que voy. A veces lo dejo algo detrás (si me subestimo), otras va delante de mí (si me sobreestimo). Pero siempre está conmigo. Lo que yo siento, lo que yo quiero, eso también soy yo. Despreciarlo sería despreciarme a mí mismo. Puedo eso sí, superarme, mejorar mi propia imagen. Llegar a quererme a mí mismo y percibirme como un ser valioso y digno de ser apreciado por los demás. Amar al prójimo como a sí mismo supone que el amor propio –bien entendido por supuesto– sea el fundamento del amor a los otros. Esto no deja de requerir de mucho esfuerzo y paciencia. Si sucede que mi "Yo-ideal" coincide totalmente con mi Yo-real" entonces desaparecería todo crecimiento positivo y me estancaría. Si en cambio, la diferencia entre mi "realidad" y mi "idealidad" es desproporcionada quedaría igualmente bloqueado, porque me pondría metas que no puedo cumplir y terminaría frustrado. Entre lo que soy ahora y lo que quiero ser mañana, debe de haber un desnivel proporcionado a mis posibilidades reales de crecimiento. Mi ideal no debe coincidir con la situación en la que me encuentro ahora, pero tampoco debe estar demasiado lejos de alcanzar. El sueño de mi vida, mi proyecto de crecimiento humano y profesional, lo que yo me he propuesto llegar a ser, es un recorrido que tengo que transitarlo por etapas. Y es muy importante que sea realista, que sepa discernir bien cuáles son los objetivos para cada una de ellas, proponiéndome justo lo que puedo alcanzar en cada momento y no más. Porque el ideal al que se aspira no se alcanza en una sola decisión, por muy trascendental que esta sea.
2.-Importancia de la autoestima La autoestima es la señal que nos indica, cuando es el momento apropiado para saltar de una etapa a la otra. Es como el semáforo de nuestro desarrollo psicológico. Si está la luz roja, es que debo todavía madurar, es que es etapa de preparación, de escucha, de discernimiento. Si está la luz amarilla, debo avanzar con cautela, torciendo a derecha e izquierda cuando así sea necesario. Sólo cuando esté la luz verde, podemos atrevernos a dar un gran salto, es cuando estamos preparados para hacer un viaje en nuestra vida, sin que esto nos provoque conflicto, y crezcamos realmente sanos. Es por esta razón que la autoestima afecta nuestra manera de ser y estar en el mundo. Y nuestra manera de relacionarnos con los demás. Absolutamente nada en nuestra manera de pensar, de sentir, de decidir y de actuar escapa al influjo de nuestra autoestima. Nadie puede dejar de pensar en sí mismo y de evaluarse constantemente. Todos, pues, desarrollamos una autoestima positiva o negativa, alta o baja. Pero repito, conviene desarrollarla de la manera más realista posible, de modo que nos permita descubrir lo que realmente podemos ser y hacer en cada momento. Si creemos que no podemos hacer algunas cosas, que no nacimos para eso, que no nos alcanza la cabeza; es decir, si nos infravaloramos. O si por el contrario, nos creemos los más idóneos, los más inteligentes o eficientes; es decir, si nos sobrevaloramos, entonces seremos presa fácil de la inseguridad o la autosuficiencia. Y nos será tremendamente difícil afrontar y superar los problemas de nuestra vida cotidiana. Estaremos imposibilitados para emprender nuevos y arriesgados proyectos. Cuando un individuo no se siente contento consigo mismo, cuando su autoestima se degrada, se dañan sus estructuras psicológicas. Levanta barreras para defenderse de los demás o se aísla adoptando un comportamiento ajeno a su propia personalidad. El resultado es: ansiedad, depresión, dificultades de relación e incluso la muerte. Victor Frankl, un famoso psiquiatra que estuvo internado en un campo de concentración, durante la Segunda Guerra mundial, cuenta en su libro "El hombre en busca de sentido" que aquellos en el campo que perdieron "un porqué vivir" fueron las primeras víctimas del holocausto. La enseñanza fundamental de su libro es que aún cuando todos los asideros de la vida cotidiana sean cortados (familia, trabajo, creencias, ideologías) lo único que cuenta para la sobrevivencia es la "libertad interior". Ésta, nada ni nadie debe arrebatárnosla, pues es solo ella la que nos va a permitir sobrevivir en medio de un conjunto de circunstancias adversas. Hay que aferrarse a la vida. Hay que aferrarse al bien, con las dos manos. Hay que esforzarse por crecer, por ser mejores cada día. Por reconciliarnos con nuestro Yo. Incluso, por llegar a ser los mejores en lo que somos. Hay un poema de Douglas Malloch que ilustra muy bien la dinámica de la autoestima.
He aquí la importancia de una buena autoestima como base para reconocer tanto lo positivo como lo negativo de nuestro carácter. Para poderlo poner en función del desarrollo, sano y equilibrado de nuestra personalidad. Y de nuestra actividad profesional. Ahora bien, el patrón para identificar una auténtica autoestima es la asertividad. La conducta asertiva es la decidida voluntad de una persona de hacer valer sus derechos, de expresar sus opiniones, sus sentimientos, sus deseos... cuando le parezca oportuno; y hacerlo de un modo claro, sincero, apropiado y respetuoso. Esto incluye, por supuesto, el no violar bajo ningún concepto los derechos del otro. No se trata de decir o hacer lo que uno quiera, por las buenas o por las malas, gústele a quien le guste o pésele a quien le pese. Se trata de decirle al otro: "Mira, esto es lo que pienso de eso. Esto es lo que yo siento al respecto". O, "No estoy de acuerdo con usted, me niego a creer que..." Pero hacerlo sin humillarle, sin degradarle. Sin tratar de dominarle o manipularle. Todos gozamos de infinidad de derechos por el simple hecho de ser personas. Y también todos aspiramos a que nuestros derechos sean respetados. La asertividad tiene también sus propios derechos, estos son: a)Todos tenemos derecho a decidir nuestros propios valores y estilos de vida. En otras palabras, tenemos derecho a ser nosotros mismos y a sentirnos bien con nuestra conducta mientras no dañemos a los demás. b)Todos tenemos derecho a ser tratados con respeto. Como personas que somos tenemos derecho a que se respete nuestra dignidad. c)Todos tenemos derecho a decir (no) sin sentirnos culpables. Tener en cuenta a los otros no significa que antepongamos sus derechos a los nuestros. No es ama tu prójimo más que a ti mismo, sino como a ti mismo. d)Todos tenemos derecho a sentir y expresar nuestros sentimientos. Cualquier cosa que podamos sentir, por el hecho de pertenecernos, es en principio, aceptable. Y es más lógico aceptar el derecho a experimentar los propios sentimientos que sentirnos culpables por ellos. e)Todos tenemos derecho a detenernos y pensar antes de actuar. Por más que las circunstancias o los otros nos presionen para que tomemos una determinación, debemos mantener siempre el control final de nuestras decisiones. f)Todos tenemos derecho a cambiar de opinión. Si tenemos derecho a tener opinión propia sobre cualquier asunto y a expresarla, también tenemos el derecho de cambiarla cuando nuevas circunstancias así lo requieran. Negarse a cambiar el punto de vista que se ha tenido solo es sinónimo de rigidez o parálisis. g)Todos tenemos derecho a pedir lo que necesitamos. Ya se trate de información, de ayuda o de que se reconozcan nuestros derechos. h)Todos tenemos derecho a cometer errores. Es imposible evitar cometer errores, y es absurdo exigir perfección en nosotros mismos o en los demás. i)Todos tenemos derecho a sentirnos bien con nosotros mismos. Es correcto aceptarnos a nosotros mismos tal como somos y esforzarnos por llegar a conseguir el ideal de conducta que cada uno se haya fijado. Huelga decir que estos derechos son comunes a todos los seres humanos, sin distinción de raza, color, religión, lengua o nación; y que, por tanto, conllevan la obligación mutua de respetarlos. La conducta asertiva se basa tanto en el respeto hacia uno mismo, como en el respeto hacia el otro. Hay que tener en cuenta los deseos y derechos propios, como los ajenos. Porque es un hecho que la asertividad suele facilitarnos el logro de nuestros objetivos. Además, la mayoría de las personas suelen colaborar con nosotros, si se las trata con el debido respeto.
3.-El efecto Pygmalión Existe en nuestra cultura cierta propensión a caracterizar diversos tipos de comportamiento con mitos de la antigua Grecia. Así por ejemplo, el conocido mito de Edipo fue asociado por Freud con cierta dependencia de la figura paterna durante el desarrollo de la personalidad en los niños. A esto se le llamó complejo edípico. También la psicopedagogía se ha servido de diversos mitos en su desarrollo. Hay uno directamente vinculado con el tema que estamos tratando y este es el llamado "Efecto Pygmalión". (Cuenta Ovidio en su Metamorfosis que Pygmalión, rey de Chipre, esculpió en marfil una estatua de mujer tan hermosa que se enamoró perdidamente de ella. A su ruego Venus le convirtió la estatua en una bellísima mujer de carne y hueso, a la que Pygmalión llamó Galatea, y con la que se casó). A este mito se le ha atribuido el siguiente significado: "Cuando nos relacionamos con una persona, le comunicamos las esperanzas que abrigamos acerca de ella, las cuales pueden convertirse en realidad". Dicho en términos técnicos: las expectativas que una persona concibe sobre el comportamiento de otra, pueden convertirse en una "profecía de cumplimiento inducido". Los científicos han hecho cientos de pruebas de este efecto, tanto en el aula como fuera de ella, y se han publicado innumerables libros que recogen sus conclusiones. La más importante es que: El "Efecto Pygmalión", es un modelo de relaciones interperso-nales según la cual las expectativas, positivas o negativas, de una persona influyen realmente en aquella otra con la que se relaciona. La clave del efecto Pymalión es la autoestima. Las expectativas que yo tengo sobre el rendimiento de mis alumnos, después de haber puesto en práctica infinidad de recursos pedagógicos, entre ellos la confianza en sus capacidades, suelen repercutir en su autoestima y constituyen una poderosa fuerza en el desarrollo de su personalidad. Todos hemos tenido en nuestras vidas alguien que nos ha servido de Pygmalión, un familiar cercano, un maestro, un amigo. Si pensamos detenidamente estoy seguro que vendrán a nuestra mente nombres y rostros. Todos hemos sido o somos Pygmaliones para nuestros hijos o alumnos. Confiamos en ellos, le aconsejamos el mejor camino, y esperamos que con el tiempo se satisfagan nuestras expectativas. También en nuestra historia y cultura nacional podemos encontrarlos. Félix Varela, por ejemplo, demostró ser el primer Pygmalión de nuestra nacionalidad cuando dijo estar persuadido de que el gran arte de enseñar consistía en saber fingir que no se enseñaba, de modo que los alumnos se sintieran protagonistas de su propio saber. Por eso se dice de él que fue el primero que nos enseñó a pensar. Ahora bien, la efectividad del efecto Pygmalión depende en gran medida de la autoestima del propio Pygmalión. En otras palabras, un educador que posea una alta autoestima, suele ser el más efectivo a la hora de inspirar en sus alumnos una autoestima elevada. Aquel educador que se mostrase torpe, fastidiado, cansado, aburrido no transmitiría a sus alumnos más que eso mismo. Si estamos interesados en la autoestima de nuestros alumnos tenemos primero que interesarnos por robustecer nuestra propia autoestima, como personas y como maestros. Un buen educador tiene que ser alguien seguro de sí mismo, optimista. Alguien que tome la vida como reto, que sepa mirar siempre hacia arriba y a lo lejos, que trascienda constantemente su propia experiencia, que sepa trazarse metas altas y cumplirlas, que viva a plenitud cada minuto, que tenga de poeta y de loco. Pero todo esto sin perder la espontaneidad, la humildad, la alegría de vivir y el deseo de servir. Cuando un maestro tiene una autoestima así, sus alumnos se esforzarán por imitarlo. Se convertirán en sus fieles amigos y serán sus eternos discípulos. Ustedes se preguntarán ¿En qué consiste ser un Pygmalión positivo? Voy a decirles primero en qué no consiste y luego en qué si consiste:
Ser Pygmalión positivo No consiste: En abrumar a la otra persona con ilusorias expectativas que puedan hacerle creer, equivocadamente, que es el ombligo del mundo. Ni tampoco en proponerle metas que no estén realmente a su alcance, creándole tensiones destructivas que le conduzcan a la frustración. No consiste en imponer, sino en proponer. Ser Pygmalión positivo consiste: En un sincero interés y aprecio por la otra persona, por su bien, por su felicidad y desarrollo. Consiste en una actitud que inspira palabras, gestos y acciones que ayudan al otro a descubrir y utilizar sus propios recursos, a descubrirse a sí mismo y a seguir su camino. Todo ello con paciencia y benevolencia, con rigor y disciplina, dando libertad, alentando, animando, confirmando y apoyando... y cuando parezca oportuno o provechoso, también corrigiendo. Es importante tener siempre en cuenta que todos, querámoslo o no, influimos positiva o negativamente en aquellos con quienes convivimos. Sobre todo en nuestros hijos, para quienes solemos ser figuras significativas por excelencia. Los padres somos para nuestros hijos espejos psicológicos a partir de los cuales ellos van construyendo su propia imagen. Desde que nace, el niño se mira en sus padres y va aprendiendo lo que vale por lo que siente que ellos le valoran. También nuestros alumnos avanzan en el aprendizaje, por lo que sienten que sus maestros le estimulamos. Sólo así tendrán alguna significación en el futuro los contenidos aprendidos. Contenidos que usualmente se asocian con el maestro que los enseñó. He aquí dos citas que ilustran bastante bien lo que esto quiere decir: una es de Goethe, el literato alemán: «Si tomamos a los hombres tal y como son, los haremos peores de lo que son. Pero, si los tratamos como si fueran lo que deberían ser, los llevaremos a donde tienen que ser llevados». La otra de F. Savater, filósofo español: «Soy de la opinión de que, cuando se trata a alguien como si fuera un idiota, es muy probable que, si no lo es, llegue muy pronto a serlo».
4.La educación como proyecto personal El hombre necesita relacionarse con sus semejantes para su supervivencia como persona. Es más, solo es persona en la medida que se relaciona, en la medida que comparte un mismo proyecto global con los otros. Puede afirmarse que el hombre es un "ser en proyecto", cuya vocación fundamental "no es llegar", sino estar siempre "en camino". Su vida es itinerancia, proyección dinámica hacia el futuro. Es un permanente tener que ir más allá de lo que uno es, de donde uno está. El proyecto personal nace cuando se tienen claras las motivaciones que le mueven a uno a actuar, a vivir, a amar. Expresa de modo explícito lo que queremos llegar a ser, el conjunto de valores en los que creemos. En este sentido, uno es, lo que es su proyecto, lo que espera de su proyecto. Y viceversa, el proyecto expresa lo que uno es. De ahí que el proyecto personal sea un componente antropológico esencial, que habla de entusiasmo, de razones para vivir, de trabajo fecundo, de impulsos de superación permanente, de comunión con un Valor –cualquiera que este sea–, que da cohesión, elevación y definición a todo nuestro ser. Lo que vayamos a hacer con nuestra vida va a depender, muy mucho, de aquel Valor Central en función del cual ordenemos y totalicemos la existencia. De hecho, sólo hay un verdadero proyecto de vida, cuando todas las decisiones que tomemos estén en función de encarnar este valor central. Para un cristiano, Cristo es ese gran Valor, el Valor de Valores. Puedo decir que, todo lo que yo soy ahora, lo que creo, lo que hago, está en función de encarnar en mi existencia concreta las opciones que se desprenden de la aceptación de Cristo como centro de mi vida. ¡Jesús es mi proyecto! Pero no tengo que ser como él. No tengo que imitarle al pie de la letra. Tengo que ser yo mismo, con mi libertad y mi realidad personal. Yo mismo, con mis virtudes y defectos, el que emprende el camino del Evangelio. El que me responsabilizo con cada una de mis opciones. Esto supone, por supuesto, el tener que renunciar a aquellos "contravalores" que priman en el mundo; como el dinero, el poder, las comodidades. Porque el proyecto cristiano nace de una iluminación interior, es gracia liberadora, conversión, intervención de Dios en nuestra vida personal y concreta. La vocación al magisterio, los cristianos, hemos de realizarla como parte de un proyecto personal en torno a este eje central. En torno a Cristo llamado en 55 ocasiones Maestro por sus discípulos. Cuando así se asume, entonces deja de ser un oficio más para ganar el pan de cada día, para convertirse en un servicio a la verdad, en un servicio a la libertad.. En nuestras manos, hermanos, está el futuro de la Nación. Si sólo enseñamos a leer, escribir y calcular no estaremos garantizando una Cuba mejor. Hace falta enseñar a pensar, enseñar a perdonar, enseñar a amar, para luego ser merecedores del título de "Evangelio Vivos" conque caracterizara Luz y Caballero la labor del educador. A nosotros nos corresponde educar en el amor a Dios, en el amor a la Patria, en las más elevadas virtudes morales, y en toda una serie de actitudes éticas que deben conformar al hombre del nuevo milenio: la tolerancia, la pluralidad de opiniones, la comunión gozosa con los otros, en fin, la empatía con los menos favorecidos.
Conclusión Es una dura labor esta de enseñar. Requiere de mucho sacrificio..., de vocación. Pero también no hay tarea más gozosa ni más importante. Nunca aprende más el maestro que cuando enseña. Educar es el arte de aprender bien. No hay Estado moderno que no sea consciente de la importancia que tienen sus maestros en la promoción de la cultura popular. Los maestros son la esperanza de la patria. Los más importantes recipientes de la eticidad nacional. Por ello hacen falta maestros con una buena autoestima; maestros que, a pesar de todos los pesares, se comprometan en esta noble tarea de la educación, porque ella –como dice Calviño– siempre vale la pena.
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