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septiembre-octubre. año VII. No. 39. 2000

ÍNDICE

  

 

PADRE CLAUDIO OJEA


 

Se ha ido al PADRE un hombre fecundo y fiel,

un SACERDOTE de Dios y de su PUEBLO

 
por Sergio Lázaro Cabarrouy

     

 

Así dijo Mons. Siro en la homilía de la misa celebrada en el funeral del Padre Claudio Ojea, fallecido el pasado 20 de octubre, y que durante 64 años había servido al pueblo de Dios en esta Diócesis. La Iglesia pinareña está de luto y a la vez da gracias al Dueño de la Mies por habernos regalado un labrador del Evangelio como él.

Ejerció la caridad en toda su extensión dando con una mano lo que recibía con la otra, no sólo para aliviar el hambre o la enfermedad puntuales sino para promover cambios que ayudaran a transformar la realidad que los producía. Fue un gran consejero y sabía conservar la calma en medio de las dificultades, se equivocó en lo que fallamos todos los hombres, pero supo sacar de ahí fuerzas para permanecer fiel a Cristo y a su ministerio sacerdotal. Dijo también el Obispo de Pinar del Río, para quien además de un fiel colaborador, se iba el amigo entrañable que fue su confesor y director espiritual desde los primeros años de sacerdocio.

Quienes conocieron al Padre Claudio lo recordarán siempre como un hombre alegre y sabio que encontraba siempre la palabra y el gesto oportunos, un hombre de mente amplia y proyectada al futuro que siempre tenía proyectos pequeños y ambiciosos para el mejoramiento de la sociedad y la vida de la Iglesia. Dios se lo llevó mientras conversaba con el Obispo en el camino de vuelta de San Cristóbal a su casa en Chirigota donde vivía retirado de su vida activa como párroco, después de haber participado en una reunión del Consejo Permanente de Pastoral. Cuentan que de repente dejó de hablar y poco rato después moría en compañía de su amigo en el hospital cercano.

El Padre Claudio fue un pionero en la inculturación del Evangelio y la liturgia aun antes del aporte decisivo del Concilio Vaticano II en este sentido. Fue un evangelizador por excelencia del ambiente de los trabajadores, promovía encuentros y colaboraciones, fundó una cooperativa cuando nadie pensaba en eso y estuvo en toda época del lado de los que sufrían la explotación.

En la misa de su funeral estuvo presente Mons. Alfredo Petit, Obispo auxiliar de La Habana, una representación del Seminario y otros sacerdotes de esa diócesis. De la nuestra estuvieron casi todos los sacerdotes, así como familiares del Padre, y miembros de diferentes comunidades.

Durante el ofertorio varias personas llevaron símbolos de lo que había sido su vida: las sandalias, con las que recorría los campos y los pueblos donde trabajo visitando, alentando y sanando; la taza de café como símbolo de la acogida que recibieron en su casa tantos hambrientos de pan y de espíritu; y el tabaco que tanto le gustaba y que simboliza su lucha porque éste fuera fuente de progreso para su querido Pinar de Río.

 

 

 

Durante la acción de gracias de la misa varias personas se acercaron al féretro, una muchacha joven lo besó, y se me antojaba el símbolo que tal vez faltó en el ofertorio, la gratitud de mucha, mucha gente a la que nunca extendió la mano para cobrar el favor, quien así vive no recibe a cambio otra cosa que amor, de ese amor que sólo viene de Aquel que ve en lo escondido y que paga con vida en abundancia. He aquí un gran programa de vida para todos nosotros que muchas veces somos de cabeza dura y piernas flojas, y vivimos en ambientes de desidia y falta de voluntad para hacer lo bueno cueste lo que cueste.

Al terminar la misa el féretro fue conducido al cementerio de San Cristóbal donde lo enterraron, el Obispo, los sacerdotes y religiosas presentes y decenas fieles y de personas del pueblo lo acompañaron hasta allí con cantos y oraciones. Muchos se asomaban a los portales y balcones, tal vez preguntándose quienes eran esos que iban cantando en un entierro, porque aun faltan muchos por acercarse al misterio de la Resurrección. La cantidad de personas era pequeña si pensamos en todos a los que sirvió en 64 años de sacerdocio, pero la santidad, como la mayoría de las cosas del Reino de Dios, no se miden con números. Después de cerrada la tumba el funeral concluyó con una Salve a María la madre de Cristo y de todos los hombres, que como el Padre Claudio, encontraron en ella auxilio y consuelo.

Los desvelos de este sacerdote dieron sus frutos en la Iglesia y en las personas y ambientes concretos en que se realizaron, y la semilla de Cristo que su mano regó dará sin dudas otros frutos que el Padre Claudio verá desde el lugar a donde van los justos que supieron "perder la vida" en la necedad de la entrega por el Evangelio, para ganarla luego en la resurrección de los fieles. Porque eso fue este cura, culto y sencillo, amante de las pesquerías y de los proyectos sociales, charlas de portal de escogida y de rigurosos análisis de la realidad. Siempre fiel por encima de incomprensiones y de sus propias limitaciones.

¡Ha muerto el Padre Claudio, crezca y de fruto la semilla que sembró!

 

22 de octubre de 2000.

 


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