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marzo-abril. año VI. No. 36. 2000 |
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NUESTRAS ACTITUDES ANTE EL JUBILEO
(TOMADO DEL MATERIAL POLICOPIADO ENVIADO POR EL COMITÉ NACIONAL DEL JUBILEO)
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Nuestras actitudes ante el jubileo 2000 pueden ser dos muy concretas. La primera actitud es la acción de gracias. Quiere el Papa que el jubileo sea antes que nada una gran plegaria de alabanza y acción de gracias. Acción de gracias por el don de la Encarnación del Hijo de Dios y por el don de la redención realizada por Él. Acción de gracias por el don de la Iglesia, sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano. Acción de gracias por los frutos de santidad madurados en la vida de tantos hombres y mujeres que en cada generación se han abierto a las acciones del Espíritu Santo. Acción de gracias por la remisión de tantas culpas y la alegría de tanta conversión como sigue siempre a cada uno de estos "años de gracia". Pero también dice el Papa que debemos arrepentirnos. La Iglesia, aún siendo santa por su incorporación a Cristo, no se cansa de hacer penitencia. Ella reconoce siempre como suyos, delante de Dios y delante de los hombres, a los hijos pecadores. De ahí que diga el Papa que la Puerta Santa de este jubileo deberá ser más grande que la de los jubileos anteriores, ya que se echará a la espalda no sólo un siglo, sino un milenio. Es bueno que la Iglesia –e Iglesia somos todos- dé este paso con clara conciencia de lo que ha vivido en el curso de estos diez siglos. No puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Entre los pecados que exigen un mayor compromiso de penitencia y conversión han de citarse aquellos pecados que han dañado la unidad querida por Dios para su pueblo. No podemos negar que en estos mil años la comunión eclesial, a veces no sin culpa de todos, ha conocido dolorosas laceraciones cuyas consecuencias negativas todavía soportamos hoy. Ahora bien, sabemos que la división de los cristianos es un problema crucial para que el testimonio evangélico en el mundo sea fiable... Sabemos también que la unidad, en definitiva, es un don del Espíritu Santo... Aquí está, por tanto, una de nuestras tareas prioritarias como cristianos si queremos vivir a pleno rendimiento el espíritu del 2000. La inmediatez del segundo milenio debe animarnos a todos a un examen de conciencia respecto de este problema de modo que nos podamos presentar ante el nuevo milenio, si no todos unidos, al menos mucho más dispuestos a superar en él todas nuestras divisiones. Otro capítulo doloroso sobre el que, según el Papa, hemos de examinarnos y abordar con ánimo abierto al arrepentimiento, es el de nuestra utilización de métodos violentos para combatir el mal. Cierto que en muchos momentos pudimos tener –y hasta sigamos teniendo– circunstancias atenuantes para nuestra intolerancia y nuestra violencia; pero ello no nos debe hacer olvidar cuánto desfiguramos a veces con nuestra conducta la imagen del Señor crucificado, testigo insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre. Nunca debemos olvidar el principio de oro dictado por el Concilio Vaticano II: "La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad" (Declaración sobre la libertad religiosa 1). Centrándonos en el momento presente –ha expresado también el Papa- todos debemos aprovechar este "año de gracia" para ponernos humildemente ante el Señor e interrogarnos por la responsabilidad que sin duda tendremos en los males de nuestro tiempo. Callamos, por ejemplo, ante la indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera o a conformarse con una religión vaga e incoherente. Hemos callado, colaborado, aprobado y hasta defendido regímenes totalitarios que conculcan derechos fundamentales de la persona humana. Nuestro examen de conciencia debe mirar también a cómo hemos recibido, estudiado y puesto en práctica cuanto nos dijo en este siglo el Concilio Vaticano II: ¿En qué medida ha sido la Palabra de Dios la inspiradora de nuestro pensar y de nuestro hacer? ¿Hemos vivido la liturgia como fuente y culmen de nuestra vida eclesial? ¿Cuántos han sido nuestros esfuerzos por buscar, abrirnos y mantener un diálogo abierto, respetuoso y cordial, con el mundo que nos rodea? He aquí actitudes-tareas que no debieran ser desatendidas en el Jubileo 2000.
La Biblioteca de Autores cristianos (BAC) preparó un libro, FELICIDADES JESÚS, con motivo del Año Jubilar y del Milenio. Pidió a escritores que habían publicado anteriormente en dicha editorial que les hicieran llegar un texto, teológico, en prosa o en verso, para ser incorporado en la selección que, finalmente, incluyó ochenta autores. El poema que a continuación presenta VITRAL fue ofrecido por Mons. Carlos Manuel de Céspedes y aparece en el libro mencionado. Ahora nos lo facilita para que pueda ser conocido por nuestros lectores de VITRAL en su versión original la cual fue ligeramente modificada por el editor por razones de espacio. El poema tiene fecha 13 de marzo de 1999. El libro apareció en Madrid a fines de ese año.
¿FELICITARTE JESÚS?
¿Felicitarte? ¿Cómo? Si cuando vuelvo el rostro al tiempo en que exististe, pobre, como cualquiera de nosotros, después de infancia y juventud ocultas, probablemente serenas o poco sabemos de ellas, arropado por la ternura, -de José, recia; de María, discreta-, te contemplo solo, en medio de todos, acompañado por los que nada entienden, por los que siempre esperan el inaudito prodigio, el propio beneficio; por los que se visten de ambiciones mezquinas simuladas bajo aquiescente sonrisa. ¡Cuán pocos subieron a un árbol, como Zaqueo, el publicano, para conocerte y contemplarte! Menos aún los que, como aquella señora, te perfumaron con su mejor aroma o, como tu amigo de Arimatea, te abrieron un sepulcro de losa blanca para que estrenaras en él la vida soberana. ¿Y luego, en los siglos posteriores, hasta hoy, en el tiempo? ¿Qué hicimos de tus huellas, de tu palabra, del rostro? Con piedras muertas nos hicimos estatuas y templos muy hermosos; pintamos tu imagen en los muros y en las tablas y en los lienzos; todo bello, pero engañoso, ambiguo y muerto. No te dibujamos, sin embargo, en el poso de nuestras almas: allí –piedras y leños y telas con aliento–, lo que casi siempre aparece no es más que un tosco garabato o una máscara. Y nos servimos de tus huellas, de tu palabra, de tu divino rostro para ocultar las estrecheces amargas, el quehacer tacaño, la tristeza infinita de los deseos frustrados. Hasta nos hemos atrevido a disfrazar con tu ropa inmaculada la intolerancia, las guerras, los rencores –arco, flecha y dardo– nuestras antiguas roñas carentes de música y de aroma humano. ¿Felicitarte, entonces, ante tanto derrumbe y desastre? Pues sí, te felicitamos, Jesús de antaño, de hoy y de mañana, salvador de nuestra arcilla, rescate, modelador de nuestro humilde fango. Nos felicitamos por tus dos mil años de peregrinaje a nuestro lado, –la mano tuya, forme, en la mano nuestra, temblorosa de rutinas y cansancios– y a nuestra espalda, como sostén en la fatiga. y por delante, el camino desbrozado, señalándonos el paso, acoplándote al ritmo de nuestros pies heridos y cansados.
¿Ves que ya la tiniebla de la noche no me ciega? Me la alivian las luciérnagas pequeñas, –diminutas linternas– y las estrellas que llevan en la frente los peregrinos de la Luz, los que siempre nos recuerdan que la línea fina del horizonte no es el final de la carrera; que es un verso interminable, antes y después del horizonte, la carrera de los hombres. Tú lo has hecho saber y así nos alimentas y germinas. Del otro lado de lo oscuro y lo visible habitas desde siempre, en inefable esplendor trinitario y desde allí nos llamas, sin dejar de ser de los nuestros. Tan hombre verdadero como Dios verdadero y por serlo, eres el puente irreemplazable; la flauta de plata y la rosa fresca que convocan a abrir los ojos del espíritu. Eres el agua, el pan y el vino y el aceite que restauran la imagen herida; la voz clama en la ciudad de los hombres, Reconstruye la realidad en ruinas Y nos descubre a los espacios infinitos. Verdad que, de repente, salta en nuestra cuerda, en acrobacia y paradoja, y, gallarda, nos levanta. No siempre idea peligrosa que se cierna, amenazante, sobre nuestras quejumbres seculares. Pastor cercano, no inflexible magistrado; arroyito transparente que, oportuno, corre cabriolando y no abruma; nunca inmenso río, avasallador e imponente. Musgo verde tierno que viste la roca estéril y en silencio le confiere su humedad fecunda; nunca bosque majestuoso, temible, sombrío. Agua en sosiego, no en cresta y abismo. Trigal y viña, no cizaña, nunca espino. Sol de aurora y de esperanza y de inicio, no de mediodía en bochorno. Luz que estalla en arcoiris y en él nos abraza e incorpora; distingue, no uniforma, ni es bruma pegajosa de tormenta. Amanecer perenne, nunca ocaso. Nostalgia de futuro que se nos vuelve proyecto, nunca anclaje en la memoria turbia que se vacía en los olvidos. Así, desde el principio, eres, pero desde hace veinte siglos, sólo dos mil años, has permitido que nos asomemos a tu intimidad inefable, a tu aire.
¿Cómo ignorar el privilegio que nos regalas, cómo no felicitarte y felicitarnos en este giro de los años? Como familia nos dejas y en ella, de otro modo, permaneces; familia que es también pueblo, sin fronteras renovada y acrecida alianza, y templo y místico cuerpo que Tú, Cabeza, munífico, alimentas. Aunque también me lleves a entrar "dónde no sepa y me quede no sabiendo", en ésta, tu fiesta que es también la nuestra, "¿qué mandáis hacer de mí?"
El mundo de la cultura, tal como –estrechamente- hemos dado en llamar a quienes se ocupan de la creación de bienes espirituales –sólo por darle un nombre, claro-, celebró su jubileo la noche del pasado 25 de febrero, escogida por conmemorarse el 147 aniversario de la muerte del siervo de Dios P. Félix Varela, junto al mundo de la ciencia, esa otra parte de la cultura responsable de los avances tecnológicos, de la exploración de zonas de la naturaleza, del saber, que parecían insondables, de la búsqueda -¿santa o profana utopía?- del misterio de la Creación. Desde muy temprano comenzaron a llenarse los bancos de la Catedral, pues la misa tendría esa noche un atractivo adicional: los cantos eucarísticos estarían a cargo de la Schola Cantorum Coralina, quienes además ofrecerían a los participantes otras piezas de su repertorio, en su primera visita a la provincia. A las 8:30 comenzó la ceremonia, presidida por Mons. Luis Robles, Nuncio Apostólico de Su Santidad en Cuba, acompañado de Mons. José Siro, obispo de Pinar del Río y otros sacerdotes de la diócesis. Ya en el saludo, dirigido en especial a quienes se dedican a promover la ciencia, las artes y las letras, Mons. Siro destacó que celebrábamos el "empeño de la Iglesia de lograr la síntesis vital entre la fe y la cultura que comenzó hace dos mil años", en el cual no se erige en competidora, amenaza o institución alienante, sino que es "compañera de camino, promotora de fe y cultura, animadora de los espíritus en tiempo de desaliento, sembradora de esperanzas para quienes han recibido de Dios talento, carisma, espíritu creador". A lo largo de toda la homilía, hilvanada con maestría y belleza alrededor de la piedra como símbolo de la comunidad cristiana, nuestro obispo nos recordó la significación del jubileo, haciéndonos ver que todos podemos ser creadores, artífices de pequeñas cosas -empezando por nuestras propias vidas-, para hacer un mundo mejor, para ayudar durante el brevísimo tránsito que hacemos por la tierra, aprendiendo a ofrecer y recibir el perdón, a la construcción del Reino al que aspiramos. En el momento del ofertorio, hermanos de diversas parroquias presentaron al Señor símbolos de nuestra identidad cultural como las Cartas a Elpidio del P. Varela o el tabaco cosechado y manufacturado en San Juan y Martínez, así como objetos que representan el resultado del trabajo de los pinareños en el campo de las artes y la ciencia. Conducida por la batuta de Alina Orraca, la agrupación coral no defraudó a los allí congregados, pues su actuación propició momentos de verdadero éxtasis, que mucho hicieron en favor del ambiente de oración y alegría propios de la celebración. Al finalizar, Mons. Robles dirigió unas afectuosas palabras a los pinareños, explicitando su identificación con la iglesia de esta región del país... "cuyos atractivos naturales evocan aquella otra riqueza que son los valores espirituales (...) que están llamados a conservar y trasmitir...", como dijera rememorando las palabras del Papa. Terminada la ceremonia, quedó a todos sabor de alegría y compromiso./ por José Raúl Fraguela
L AS MUJERESCELEBRAN SU JUBILEO
Una muestra de verdadero júbilo por los 2000 años del nacimiento de Jesucristo, lo fue el Jubileo de las mujeres, celebrado el pasado 25 de marzo en la Catedral, día de la Anunciación. Fiesta que tuvo, además, una "gracia" especial: las Hijas de la Caridad renovaron sus votos, y las Hermanas Mínimas de María Inmaculada conmemoraron sus diez años de permanencia en Cuba. Sor María del Rosario, Hija de la Caridad, dio la bienvenida a las mujeres de la Vicaría y resaltó, con bellas palabras, la presencia de la mujer en el mundo y su misión evangelizadora: "... la mujer ha sido fuerte, aunque para los ojos del mundo sea el sexo débil". Teniendo presente el lema de esta celebración, "Mujer evangelizada y evangelizadora, Santuario de la Vida y del reino servidora", se reunieron en cinco equipos, seleccionando a sus integrantes a partir de los colores que distinguen los cinco continentes. Se reflexionó durante toda la mañana sobre los dones dados por Dios a la mujer para comunicar vida, su realización en la misión que desempeña, en el rol que le ha tocado vivir, y sobre el significado que tiene el Jubileo para ella y su celebración en la propia vida. La misa estuvo presidida por el Sr. Obispo Diocesano, quien enfatizó en la Homilía sobre la dignidad de la mujer y "su valor particular como persona humana", resaltando al mismo tiempo la labor evangelizadora y la respuesta incondicional al llamado del Señor de mujeres que han trazado sendas gloriosas en la historia de la Iglesia: "Jesús consiente en dejarse seguir por tantas mujeres, confiándoles su misión...". Junto al pan y el vino, ellas ofrecieron símbolos de su trabajo y entrega al señor, llevando siempre delante la luz que ilumina el camino: "Me mostraste el camino de la Vida y me llenarás de alegría con tu presencia", expresaron las Hijas de la Caridad en el Ofertorio. Antes de terminar la celebración eucarística, se le brindó un homenaje a 25 mujeres que han vivido durante muchos años una experiencia rica de entrega a Cristo y a su Iglesia; mujeres que con firmeza enfrentaron situaciones adversas en décadas pasadas, dando muestras del valor que sólo la presencia de Dios y la fuerza de su Espíritu puede darnos. Con una flor recibieron simbólicamente nuestro homenaje y el de nuestro Obispo: "... quiero una vez más felicitarlas y acercar mi corazón y el de la Diócesis a esas mujeres que en este día han recibido simbólicamente esas rosas. Sepan que prenden en su corazón la rosa del cariño de todos nosotros". Cerrando esta celebración especial, niños, jóvenes y adultos brindaron también su homenaje a la mujer, representando el "llamamiento" de Jesús –muchas veces no correspondido por el hombre- y las diferentes etapas y roles de la mujer en la historia. Con el Ave María, cantado por una niña de la Catedral, y unidos por el mismo Espíritu, se exaltó a la Virgen, Madre de humildad y entrega al Señor. Con el corazón lleno de gozo celebramos el Jubileo de las Mujeres, y con el corazón lleno de gozo podemos expresar: "¡Bendita seas, mujer; Dios se recrea en tu belleza!" / por Nieves M. Gutiérrez Rodríguez. |
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