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marzo-abril. año VI. No. 36. 2000 |
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GALERÍA |
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No suele suceder que cualquier día, cuando nos encontramos más inmersos en el torbellino de la cotidianidad, surja ante nosotros inesperadamente un remanso de paz. Pero a mí me ocurrió una mañana, cuando el azar repentinamente benéfico me condujo a la Galería Imago del Gran Teatro de La Habana, y me encontré ante los cuadros de un pintor canadiense, Jacques Laurendeau, a quien no conocía. Fue como un golpe de vara mágica que puede operar, en efecto, una transmutación. Siempre he creído que para apreciar el arte es necesario estar en un estado especial del alma y los sentidos, pero el arte tiene un poder semejante a la deidad, que es el de poner al alma precisamente en este estado de gracia singular, aún cuando todo en derredor conspire en contra. Los paisajes de Laurendeau produjeron en mí el inmediato efecto de la serenidad y la calma, algo así como un alivio profundo de las turbulencias que todo hombre lleva en su interior. Todos los cuadros eran hermosos, brillantemente ejecutados a través de una paleta impresionista, capaz de trasmitir instantáneamente la pluralidad de colores que alienta más allá de ese espectro que usualmente percibe nuestra mirada abrumada por los neones de la propaganda y las nubes turbias de la polución ambiental. En un segundo momento su contemplación paralizó en mí el rumor aturdidor del entorno para abrir el acceso a un silencio casi místico, que es el verdadero lenguaje en que se expresa la Naturaleza, esa música de las esferas que tantos poetas y artistas, tantos santos y escrutadores de los astros de la noche han creído escuchar alguna vez, en sus vidas. Esa música de esferas que se deja sentir en la canción del insecto, en el susurro de las hojas, o en el balbuceo de un arroyo al fluir entre las piedras, y que tantísima, pero tantísima gente muere sin haber percibido jamás. Pero estoy segura que el efecto que obran los paisajes de Laurendeau sobre el espectador no se debe solamente al despliegue de una técnica inteligente que se apoya, básicamente, en el postulado de la escuela de los impresionistas franceses, para quienes la luz y la sombra se consiguen haciendo trabajar a la retina humana en su capacidad de combinar los colores complementarios, de unificar la mancha fragmentada por la técnica siempre fresca y eficaz del pincel seco. No basta con sospechar que la música, a la que Laurendeau también se dedica, fluya desde su sangre hasta las cerdas del pincel para derramarse sobre el lienzo como un torrente de colores. ¿Qué puede ser entonces? me he preguntado, especialmente cuando me detuve a contemplar el paisaje titulado "Ventana al Pasado". Aunque no resulte entre los cuadros más significativos de la muestra expuesta en la galería, para mí fue una experiencia trascendental. Al principio me atrajo por las flores en el parterre de la ventana, con su marco de pálidas y hogareñas cortinitas: "vaya, —me dije—, la casita que yo siempre hubiera querido tener", pero enseguida choqué (literalmente) con la ventana. Dentro no se alcanza a percibir nada, tan sólo un cierto amarillo que como tenue veladura cae sobre la oscuridad del interior. Nada definido. Y allí estoy yo, sintiendo nacer en mi interior una casi insoportable desesperación que va elevándose como uno de esos acordes terriblemente vibrantes que nos hace ensordecer. ¿Qué estoy buscando de repente con tanta intensidad? Estoy buscando el alma del pintor. Creo que ésa es la respuesta. Y esta certeza , me empuja a procurar un encuentro. Pido los datos de Laurendeau a la celadora de la galería Imago, quien confiesa no tener pista alguna del canadiense, y de pronto, otra vez el azar, aparece Jacques ante mí y el milagro funciona. Puedo interrogarlo, puedo preguntar cuanto yo quiera, y él responde con una gentileza, con una suavidad en sus maneras, pero sobre todo con una serenidad en la que reconozco el espíritu del cuadro que yo persigo. Pero el tiempo apremia, y esta rápida entrevista no me sacia, así que propongo un segundo encuentro al que él accede. Esta vez el azar nos conduce al hotel Inglaterra, donde me está deparada una maravillosa sorpresa que contaré más adelante. G.P: ¿Cómo nace su vocación por el arte de pintar y por la música? J.L: Yo he tenido desde mi infancia la pasión por las artes, la música, la poesía, la literatura, y también el amor a la naturaleza. Yo pienso que en la naturaleza hay algo que no se encuentra en ninguna otra parte. Los campos, las montañas, el mar, los bosques, todo es vibración que expresa la grandeza, la infinidad de algo que es superior al ser humano, la manifestación de un poder todopoderoso. G.P: ¿Cree que ha sido para usted definitorio haber nacido en un país como Canadá, donde la monumentalidad de la naturaleza está siempre gravitando sobre el individuo? J.L: Creo que sí. Yo nací en Montreal en 1942. En mi país realicé todos mis estudios. Soy licenciado en música y he realizado varios cursos de perfeccionamiento artístico y talleres en las universidades de Laval, Ottawa, Sherbrooke, MgGill y Montreal. De 1972 a 1975 ejercí como profesor de arte y música en importantes instituciones docentes de Canadá. Obtuve certificado honorífico en el pabellón de mi país en la Exposición Internacional de Montreal por mi contribución a la cultura y las artes en 1967. Me he desempeñado como director de escuelas reconocidas en mi país y como director pedagógico y responsable de la certificación en los campos de las artes, la música, el comercio, las ciencias y la formación profesional de la Comisión Scolaire de Sault-Saint Louis. También he sido profesor en la escuela de música de nivel superior en la Universidad de Montreal. He realizado conciertos en salas canadienses, de Bahamas, República Dominicana, Estados Unidos, México, Guadalupe, Martinica y Cuba, y tengo más de diez exposiciones de pintura en varios países. Mis obras están en colecciones privadas y públicas de muchas partes. También soy miembro de numerosas asociaciones nacionales e internacionales de artes plásticas. Y soy Juez de paz. G.P: ¿Qué significa esto para usted? ¿Por qué ejerce este cargo? J.L: Bueno, es un título que el Gobierno de Canadá otorga a algunas personas por ser buen ciuda- dano, se relaciona con las leyes y la justicia. Yo estoy orgulloso de que me hayan dado este título. Algunas personas lo tienen, pero no es fácil ganarlo, no lo regalan. Significa que uno es un ciudadano cabal. G.P: ¿Qué vínculos tiene con Cuba? J.L: Desde hace años vengo de vacaciones, como un simple turista, pero esta vez decidí volver a pintar en diferentes lugares. La isla me gusta mucho por su gente en general, es un pueblo maravilloso. En cuanto a los paisajes, aquí hay una luz, un color que es muy diferente al de Canadá; los colores allá son más fríos, y aquí son muy vivos, más fuertes. En toda vuestra naturaleza hay un amarillo que reina en el cielo, en los edificios..., se ve siempre. He observado que en general, los pintores cubanos tratan de hacer cosas abstractas, con muchos colores, muchas formas; eso es válido, pero creo que han olvidado un poco a sus antiguos como Chartrand y Víctor Manuel, pienso que han dejado un poco de lado esos estilos, pero creo sinceramente que el paisaje siempre va a tener su lugar en la cultura, por derecho propio. G.P: ¿Siempre ha sido un pintor paisajista? J.L: Como todos los pintores, al principio uno estudia, busca su propio camino. En mis comienzos hice varios tipos de pintura, hice cosas abstractas, cosas fuera de la realidad. Ahora pinto paisajes y escenas de la vida cotidiana, y también retratos. Pero me dedico más que todo a la pintura figurativa, que sean escenas, que sean paisajes. Yo creo que mis pinturas reflejan un estado de mente, un estado de paz.
G.P: Pude observar en el libro de visitantes de la galería Imago, donde usted está exponiendo ahora en La Habana, una opinión que se refería al paisaje como pintura para oficinas, persona que hablaba de arte comercial. J.L: Yo no soy un pintor comercial, no pinto por pintar ni por ganar dinero. Para mí es importante expresar mis sentimientos libremente, expresar mis emociones, tratar de reflejar la belleza de la materia y de las cosas. En mi pintura yo no busco sorprender, no busco lo extraordinario, no me interesa provocar a nadie. Yo soy hombre de paz. No busco el misterio y lo fantástico a través de las formas, los contrastes y colores. Yo elegí el óleo sobre lienzo porque es la técnica más idónea para expresar lo que quiero, para comunicar mis impresiones sobre la realidad. Yo me expreso dentro de un estilo figurativo e impresionista y siempre me concentro sobre el movimiento, la brillantez, los contrastes y coloridos. Yo siempre comparo los colores que veo, calientes o fríos, con la luminosidad, las sombras. Quiero que mis pinturas trasmitan serenidad y honradez. Mis pinturas son directas. G.P: ¿Cree que el paisajismo puede desempeñar algún papel en el mejoramiento humano? J.L: Yo pienso que en el mundo tormentoso y retorcido en que vivimos, el hombre necesita interiorizarse, hallarse a sí mismo. La Naturaleza permite al hombre pasar ese mundo, retirarse de la circulación para ser capaz de oír el silencio, escuchar el silencio; le permite meditar, pensar dentro de un clima de serenidad, calma, paz, bienestar y libertad. El arte es un largo camino de aprendizaje y de realización permanente. El ser humano que no puede vibrar con la música, la poesía, tal vez viva mejor que una persona a la que eso le guste, pero estoy seguro que vive como un vegetal. ¡Me dan una pena profunda las personas que no saben vibrar con la belleza de las cosas! Creo que la gente así está definitivamente mutilada en su humanidad. G.P: ¿Qué influencias reconoce en su obra? J.L: La música impregna mi obra con su armonización de los colores, con una especie de sutilidad en los tintes y matices. Cuando yo estudiaba, descubrí a los pintores impresionistas y caí como enamorado de ese estilo. Me gustan mucho los impresionistas franceses: Monet, Manet, Pizarro, Renoir. También la escuela de paisajistas rusos ha influido mucho en mí. Yo descubrí los Ambulantes, un grupo de pintores rusos que trataron de reflejar la realidad de la vida en sus pinturas. Hablo de Levitan, Repin Serov, etc., todos ellos son grandes. G.P: Me ha parecido percibir ciertos ecos, ciertas reminiscencias de la pintura china sobre seda del período clásico en los paisajes que usted pinta, especialmente en los paisajes de invierno. J.L: Sí. Por casualidad, o quién sabe si no haya habido tal casualidad, conocí hace ocho años a un hombre chino que pintaba a la orilla de un río. Hablamos y descubrí en él a un pintor extraordinario. Se llamaba Wang Chui y dirigía la escuela nacional de pintura de Pekín. Nos hicimos grandes amigos y a través de estos años me ha dado consejos preciosos que aprecio en su valor. Hemos trabajado mucho juntos, cada uno en sus proyectos. Su forma de ver la realidad y de trabajar la pintura es también un estilo impresionista. El es un gran maestro, reconocido en el mundo entero, ha ganado premios internacionales y también un premio como retratista en Europa. Yo me siento muy feliz de que Wang Chui sea mi amigo personal. Él posee una gran serenidad.
Cuestiono la opinión de Jacques Laurendeau sobre la paleta de los pintores cubanos y de repente, he aquí la sorpresa, él me propone darme un curso en dos minutos. Acepto intrigada. Jacques me conduce hacia una pared lisa frente a la mesa que ocupamos. —Mira ahí... me dice. —¿Qué ves? Le digo que el color aparente de la pared es un amarillo Nápoles con blanco marfil. Me mira inexpresivo. Añado que el color verdadero de las sombras de esa misma pared es violeta con verde chatreusse. Entonces su rostro se ilumina y me dedica toda una conferencia magistral sobre la paleta de los pintores impresionistas y su modo de trabajar el color. Me lleva hacia una ventana y en sus luces aparentemente blancas me hace descubrir tonos delicadísimos de rosa y malvas tenues que se mueven como un velo sobre la mampostería. Nos exaltamos y terminamos de rodillas sobre los mosaicos marmóreos del piso, adivinando las formas que se ocultan en los aparentemente ingenuos trazos de la piedra pulimentada. Aún en español, sin que el idioma constituya barrera alguna para su pasión, Jacques Laurendeau es un orador brillante que puede moldear sin esfuerzo el idioma hasta convertirlo en instrumento dócil de su necesidad, su voluntad de comunicación. Los camareros nos miran de reojo con perplejidad, los huéspedes nos miran entre divertidos y asustados ante aquel par de supuestos locos que se arrastran por los suelos, quién sabe si buscando alguna joya que se les ha caído bajo la mesa. Yo acompaño a Jacques en esta aventura pedagógica que ha emprendido conmigo, y mientras, recuerdo en mi interior mis lejanos días en los salones de la academia San Alejandro, cuando miraba las diapositivas con que mi maestro Alejo ilustraba sus clases sobre los pintores impresionistas de Francia, y yo deseaba en silencio ardientemente ir a pintar a las orillas del Loira los magníficos castillos poblados por fantasmas del ayer. Jacques me hace sentir muy cerca de este sueño; en todo maestro verdadero (y en todo poeta) hay un mago que conjura, evoca y materializa pequeños universos. Regresamos a nuestra mesa. Yo aún estoy llena de ese sentimiento religioso del que escucha, pero enciendo mi vieja Sanyo de mil batallas y continúo interrogando tenazmente a este hombre a quien quiero conocer: G.P: Ya que estábamos hablando de su maestro Wang Chui, quisiera preguntarle si ha tenido usted algún acercamiento personal a la sabiduría china, al confuncianismo, al taoísmo. J.L: Lo he tenido. G.P: ¿Y cuál es su camino personal para acercarse al alma del mundo? J.L: Yo pienso que en este mundo hay una fuerza, una gran fuerza que se ocupa de las actividades de la Humanidad. Esta fuerza trabaja por los buenos principios. Su centro supremo de sabiduría y de belleza es este planeta Tierra, al cual gobierna a través de una jerarquía integrada por los espíritus más sabios que han encarnado y desencarnado en este mundo. Esta fuerza y esta jerarquía atienden a la evolución del espíritu humano en todas las naciones del mundo, algo así como una especie de gobierno oculto que conoce cómo y cuándo la vida debe desarrollarse. Y hay cada vez más gente que está consciente de que esta fuerza existe, y asumen que su Misión es guiar a cada individuo por la ruta del conocimiento supremo de sí mismo. G.P: Se me acaba de ocurrir algo, así, de repente, y es sobre el tema cubano otra vez. He observado que cuando usted pinta paisajes nuestros, no aparecen en ellos elementos que afean, como sí suele ocurrir en la realidad de cada día. ¿Por qué? J.L: Porque el paisaje cubano es hermoso, no se ve en ninguna otra parte del mundo, pero me apena tener que decir que a veces, en medio de un camino maravilloso, de un campo, de una calle en la ciudad, la gente arroja latas, basuras, todo eso que rompe de manera terrible la comunión con el paisaje y su madre, la Naturaleza. Cuba es una tierra de muchas flores, pero me he fijado que éstas no se ven mucho en el entorno cotidiano. ¿Por qué? Realmente no comprendo, porque yo sé que al pueblo cubano le gustan muchos las flores, ama las flores. ¿Por qué no tratan de poner flores en sus patios, en sus casas, en sus rincones más íntimos y también en los más públicos? Las flores son más belleza para la vida. Y también me pregunto por qué la población no contribuye a mantener la limpieza, la belleza y el orden de las calles, del entorno, ¿por qué no cultivar un poco más el agrado? Eso no es solamente obligación del gobierno de un país, sino sobre todo, obligación de cada ciudadano, porque cada ciudadano tiene responsabilidades con su entorno. G.P: ¿Cree que el arte en general pueda jugar un papel importante en el desarrollo de un mundo mejor? J.L: Pienso que un artista, lo mismo si es pintor, poeta, músico, escritor..., lo que sea, siempre tiene una ineludible responsabilidad como ser humano. Y también como ciudadano de este planeta. Cada ser humano quiere amar y ser amado. La vida es un largo camino para ir hacia la sabiduría, el amor, la compasión. Creo que cada ser humano debe dar un sentido real a su vida, no el sentido del éxito o del dinero, sino buscando la mayor cantidad de paz interior que un hombre pueda lograr... Toda persona debe conocerse, hacerse cotidianamente un inventario moral, un inventario que le permita conocer sus propios defectos, sus deficiencias. Mientras más nos conozcamos a nosotros mismos, más conseguiremos mantener abierta nuestra mente, y más posibilidades tendremos de hacer una vida feliz. Debemos llevar una vida que aporte algo a los demás. Hay que dar para recibir. Y pienso que los artistas deben dar testimonio con su ejemplo, y con su arte deben mostrar la grandeza de todo esto. El papel del artista es obligar a la gente a reflexionar sobre los diferentes temas de la existencia. Los artistas debemos contribuir a eliminar todo aquello que tenga que ver con la violencia, con la mentira. Los artistas deben combatir el sentido del Mal donde quiera que esté. Por eso en mis paisajes, en mis escenas, jamás voy a mostrar basuras en las calles ni nada que exalte el lado malo del Hombre. Siempre trataré de mostrar las cosas buenas del hombre. Es por eso que en todos mis paisajes se puede comprender que el hombre pasó por ahí, pero que actuó de una forma buena, benéfica para la Naturaleza, que es como decir para sí mismo. Porque hay una moral natural: no matar, no robar, no mentir. Todo el mundo conoce eso, pero a veces el hombre se aparta de lo que sabe, se aparta de la ley de la Naturaleza, cuyo fin no es otro que conservar la vida del propio hombre sobre el planeta, la existencia del Universo. ¡Y es que la moral es a veces tan abierta, tan perdida e imprecisa! Cada día se hace más necesario que el hombre conozca sus límites, y el arte tiene la misión de ayudar en esto. El arte puede hacerlo. G.P: Señor Laurendeau, ¿usted se considera un creador? J.L: Yo creo en la originalidad, pero en cuanto a la creación... Pienso que el hombre no puede crear nada, porque todo ya ha sido creado, ya todo fue hecho. G.P: Piensa que los hombres, al creer que pueden crear, pisan terreno luciferiano? J.L: Si uno se dirige a un diccionario cualquier en busca de la palabra CREAR, encuentra que su definición es sacar del Universo, sacar algo de la Nada. Y el Hombre no puede hacer esto, no tiene la capacidad para hacerlo. El Hombre puede hacer imitaciones, pero crear, en el verdadero sentido de la palabra, eso no puede hacerlo, porque ya Todo existe. Al ver un árbol una persona puede decir "bueno, es un árbol, no hay nada de original en eso". Pero ¿tú has visto dos árboles iguales? Todo está en relación estrecha y perenne con la Creación, pero cada cosa es un original único. Ni siquiera una misma persona lograría hacer dos obras iguales. Siempre habrá alguna diferencia. Dentro de la Naturaleza se ve claramente que hay un Ser superior a todos los seres humanos y él es quien crea. ¿Qué será? ¿Dios? No sé, pero hay algo espiritual en la Naturaleza, algo que el Hombre necesita encontrar para poder ser creado cada día hasta el último grano de arena de la Eternidad. G.P: Veo que usted es un hombre esencialmente religioso. Si yo le rpeguntara qué texto sagrado preferiría usted que yo le dedicara para poner punto final a esta entrevista, ¿cuál texto elegiría? J.L: Yo elegiría el salmo veintitrés de la Biblia. G.P: Pero antes que lleguemos a ese punto final, yo, señor Laurendeau, quiero darle las gracias por ese grano de calma profunda que sus paisajes han sembrado en mi espíritu; ojalá perdure para siempre. Y por la benéfica serenidad que esta tarde ha traído a mi vida. Y por la comunión, y por la certera prontitud de su mirada: usted me ha llamado mujer transparente. Por todas estas cosas, y por vivir, yo le complazco y escribo estas palabras:
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