marzo-abril. año VI. No. 36. 2000


ECONOMÍA 

  

 

ECONOMÍA, CULTURA

Y EFICIENCIA ECONÓMICA

 

por José Antonio Quintana.

  

 

Cuando Alejandro Magno expandía el poder de Grecia; cuando los generales egipcios o romanos agrandaban y consolidaban sus respectivos imperios y cuando Colón desembarcaba en Guanahaní, algo comenzaba a cambiar en sus mundos respectivos además de los límites territoriales y el poder de las naciones. Con los conquistadores, junto al poder de sus reyes y los dones de sus dioses, llegaban costumbres, estilos, creencias y modos de hacer la guerra y reproducir la existencia material; en dos palabras: las culturas. Obviamente, el mundo, más grande para conquistados y conquistadores a partir de su mutuo descubrimiento, se percibía, paradójicamente, más pequeño porque dejaba de ser presentido o remoto: ahora era, uno y otro, un solo mundo al que podían acceder por los flujos del comercio o de la guerra. Un mundo en que los trasiegos locales o regionales de mercancías, armas, formas de producir, modos e ideas, se expandían más allá de las anteriores fronteras, conectándose por relaciones de interdependencia creciente; generalizándose; homogeneizándose o mixtificándose; universalizándose o, en fin, globalizándose hasta donde era posible en aquellos tiempos.

La globalización, que muchos consideran un fenómeno reciente y algunos un cambio que comenzó a producirse hace 500 años, parece un proceso fruto del progreso humano iniciado cuando las comunidades de hombres, acuciados por la necesidad y apremiados por el inapreciable don humano de perfeccionar y perfeccionarse, de cambiar hacia lo mejor, descubrieron o inventaron el fuego, la rueda, el dinero, la pólvora, la imprenta y la navegación, entre otros grandes y pequeños inventos o descubrimientos, y los utilizaron para crecer y tomar posesión del globo terráqueo.

El término globalización, aceptado por todos en el sentido de realidad inevitable, no tiene, sin embargo, una acepción única en cuanto a las formas que pueda adoptar esa realidad y a las bondades y peligros que involucra. Lamentablemente, muchas interpretaciones y adecuaciones, marcadas por los intereses y las ideologías de naciones, clases y grupos de poder, se conciben sin el rigor exigido a las explicaciones científicas.

Se habla de globalización como de la interna-cionalización de procesos productivos de empresas que operan a escala planetaria(1), como un fenómeno que hace referencia a la expansión de la actividad económica más allá de las fronteras nacionales a través del movimiento creciente de bienes, servicios y factores de producción(2), quienes la entienden como un fenómeno estrictamente de mercado en el que la eficiente mano invisible de éste distribuye los factores de modo que se reducen los costos y aumentan las oportunidades internacionales, con lo que todos, países ricos y pobres, se benefician. También hay quienes la interpretan como un nuevo ente totalizador, que producirá la extinción gradual del estado-nación desde afuera, y no para eliminar las funciones políticas y poner la administración de las cosas en manos de la sociedad como creyó prever Marx, sino para poner la política y la administración esenciales de los países, sin soberanía ya, en manos de estructuras transnacionales(3), en un plano más teórico, considera que es "algo" que está cambiando las preocupaciones de la humanidad acerca de la territorialidad y la organización del sistema de estados y que ese "algo", es la resultante de la dinámica de dos fuerzas o procesos contrapuestos, un proceso o fuerza globalizadora, que no puede ser prevenido u obstaculizado por barreras territoriales o jurisdiccionales e impele a individuos, grupos e instituciones a tener similares comportamientos o participar en forma coherente en procesos, organizaciones o sistemas, y una fuerza o proceso de localización que estrecha horizontes, reduce intereses y distingue los comportamientos de las personas o de los grupos de ellas. Rosenau dice que globalización es más que globalismo, universalismo e interdependencia y que es la conducta y mentalidad nuevas que dichos fenómenos producen en la humanidad.

El Banco Mundial, que comparte el criterio de la existencia de fuerzas de globalización y localización en positiva contradicción, en un plano de análisis más práctico, relaciona las primeras con la velocidad de los servicios de información sobre cables de fibra óptica, las modernas redes internacionales de transporte y las cadenas mundiales de producción, todo lo cual facilita las interconexiones y abarata los costos, permitiendo que las compañías multinacionales compran o produzcan materias primas y componentes en varios países, fabriquen o armen las mercancías en otra y aún las distribuyan y vendan en otros muchos. Vincula las segundas a la descentralización y delegación del poder de decisión en las naciones, lo que posibilita que los niveles estaduales, provinciales y municipales, dispongan de un marco de autonomía, con presupuestos que den sentido a las nuevas libertad y responsabilidad; a la ampliación de los espacios de democracia participativa y a la formación de organizaciones no gubernamentales dedicadas a los temas de reforma política, protección ambiental, igualdad de géneros y mejores sistemas de educación y salud.

Para el Sr. Freedman (4), del New York Times, en su polémica con el Sr. Ramonet(5), de Le Monde Diplomatique, la globalización hará del mundo un lugar tan rápido y barato como nunca lo fue. El Sr. Ramonet considera los argumentos del Sr. Freedman como una atractiva fábula digna de Wall Disney, y cree que la globalización es un nuevo totalitarismo en que el mercado sustituye al hombre fuerte.

Otras discusiones ponen apellidos a la globalización y la llaman solidaria o de la solidaridad y neoliberal. La primera es más bien expresión de un deseo, de una utopía que comparten los países del Sur, los socialistas de todos los matices y el Papa, entre otros. Se trataría de la justicia y la equidad viajando a la velocidad de la información globalizada para beneficio del bien común. La segunda es una realidad, pues se trata del rumbo y las formas que la doctrina neoliberal ha dado a la globalización y que tiene como características fundamentales el arbitrio único del mercado en la distribución global de capitales, finanzas y otros recursos productivos; la limitación del estado al cumplimiento de funciones jurídicas, políticas y ambientales; la privatización casi absoluta de actividades económico-sociales y la restricción del sindicalismo.

Particularmente, creo que en todos los criterios mencionados (y en otros no explicados aquí) hay parte de verdad. En las ciencias sociales, sobre todo en economía, desde hace más de dos siglos, la disputa por la verdad ha posibilitado el conocimiento de muchas e importantes modestas verdades particulares que, tal vez, todas juntas, conforman la verdad total. Piénsese si, acaso, el precio es determinado solamente por el valor subyacente, o por la necesidad que tenga al comprador de los bienes ofertados, o por el gusto que sienta o el deseo que se le provoque, o por los imperativos del status social, o por la decisión de un monopolio, la influencia de la ley y la moral o, en fin, es el resultado de todo lo anterior mezclado en proporciones de exactitud imponderable.

En sus casos, y a sus respectivos tiempos, cada uno de los grandes del pensamiento económico que investigó los temas de valor y precio aportó lo suyo e iluminó, pero todos (Smith, Ricardo, Mill, Marx, Marshall y Veblen), absortos y apasionados ante su árbol particular, no tuvieron ojos para el bosque. Creo que no pudo ser de otra manera.

La globalización es una revolución que, como la industrial, es de esas que produce la historia sin arreglo a plan y a acciones concertadas de los hombres y que marcará, seguramente, un hito entre dos eras. Es un fenómeno socio-económico complejo y profundo que no admite interpretaciones particulares o sectarias. Precisa de una explicación holística. El actuar transnacional de las mega-empresas; los dinámicos flujos de capital, mercancías, servicios, ideas; modas, normas; la fragmentación y dispersión de los procesos productivos; el cambio de mentalidad de las personas y los grupos en los enfoques de problemas universales; la homogeinización incipiente de maneras de hacer y operar de las naciones en diversas actividades y el acercamiento y mezcla, en fin, de las culturas, son fenómenos de profundas raíces en el tiempo y de amplias repercusiones para el hombre como ser y como especie, e involucra a la historia, a la economía, a la política y al conjunto de las ciencias. El ritmo de cambio que experimenta el hombre, sus relaciones humanas en sentido amplio y su siquismo, no es solo un asunto cuantitativo de aumento de velocidad, es el resultado de una cualidad reciente: el súbito imperio de la cibernética.

El ritmo de cambio de la globalización operada en los mundos antiguos y medio, era el del viento en las velas de los buques y el del paso de los animales y del hombre. El vapor, la electricidad, la combustión interna y la propulsión a chorro, dieron, entre otros muchos descubrimientos e inventos, un ritmo de progreso al mundo moderno, una capacidad material de acumular energías para el cambio y reducir distancias, que le posibilitó ser un mundo interdependiente, universalizado, más cercano a si mismo y alejado enormemente de los mundos anteriores. La cultura, la salud, el confort material y la libertad del hombre moderno, son muy superiores al del hombre del medioevo, y ese cambio en la cualidad de la vida es resultado, ante todo, del progreso científico-teórico, que es el verdadero motor de la historia. La lucha de clases por el poder es un combate social por los frutos del desarrollo científico-técnico, por la distribución de la riqueza material creada por el desarrollo de la ciencia y su aplicación práctica. Puede esa lucha acelerar o atrasar el progreso, pero ni lo decide ni puede evitarlo. El hombre crea hasta en cautiverio: su ansia de perfección y creación es la causa del desarrollo de la humanidad.

La fase de globalización que atraviesa la humanidad está presidida por la velocidad y exactitud logradas en el cálculo cuantitativo, por la rapidez y amplitud de la transparencia de información y por la prontitud de las comunicaciones. Todos los demás desarrollos científico-técnicos están condicionados y potenciados por esta realidad.

La globalización, como se ha dicho, no es una teoría sino un proceso en fase de urgente consolidación. Sin embargo, algunos indicadores económicos que la caracterizan parecieran colocarla en estado de temprano desarrollo. Así, solamente alrededor de una quinta parte de la producción mundial de bienes y servicios se realiza fuera de las fronteras nacionales; 9 de cada 10 trabajadores laboran para sus conciudadanos; la contribución de las inversiones de las filiales de empresas transnacionales a la formación de capital fijo en el mundo está en el entorno del 10 por ciento y en esta misma proporción se mueven los capitales a través del saldo de la cuenta corriente de la balanza de pagos de los países(1). Efectivamente, de acuerdo con estos datos, la globalización tiene un largo camino por delante, no obstante, parece que lo recorrerá en tiempo record si se tiene en cuenta la velocidad de cambio que la caracteriza. Tomando 1983 como base, la inversión extranjera directa incrementó en los últimos 13 años en 441 por ciento, la producción mundial en 37 por ciento y el comercio mundial en 110 por ciento(2). En este mismo período, no obstante haberse reducido los costos de muchas producciones y transacciones, de haber aparecido notables oportunidades de inversión y comercio, y de haberse convertido una parte del mundo en un lugar tan rápido y barato como pronosticó Friedman para todo él, se han fundado inverosímiles transnacionales de espionaje económico apoyadas por poderosos estados neoliberales; han aparecido oportunidades de globalizar el comercio ilícito de drogas, las operaciones mercantiles fraudulentas y las agresiones especulativas a las monedas de cualquier país. El riesgo, como siempre, corre parejas con la oportunidad. Ningún progreso conocido se ha hecho solo hacia lo mejor por calzadas de pureza. Pero queda un dato: las estadísticas del Banco Mundial, en su informe "Entrando al Siglo 21", revelan que la brecha entre ricos y pobres se ha ensanchado: la tercera parte rica de la humanidad lo posee casi todo, y la tercera parte más pobre, casi nada: la mano invisible parece dextrógira.

El proceso de globalización parece ser protagonizado por sujetos (estructuras nacionales) activos y pasivos. Los primeros tienen capitales, tecnologías y dominio de los mercados; exportan bienes, servicios, dinero, sueños y formas de vivir y apreciar la vida. Hacen. Los segundos, generalmente, ven hacer o "sienten" que se hace... algunos intentan hacer y otros logran hacer algo. A todos estos, el progreso y el bienestar de la globalización les debe llegar desde afuera, ready made, made in beyond their boundaries, como un paraíso regalado. Pero, ¿un paraíso para todos o solo para el segmento rico de los sujetos pasivos? ¿Y el resto? Hay quienes sostienen que el resto, que abundará en el Sur, quedará marginado en la nueva tierra de promisión y que el solvente homogeneizador de la globalización diluirá hasta la extinción sus nociones identitarias, patrióticas y de soberanía. Según esta visión apocalíptica de las culturas, la vida post-globalización será vivida según las reglas y usos de la pseudocultura del consumo, el egoísmo, la ambición y el placer.

La velocidad en la transmisión de datos, imágenes e ideas no es una avenida de una sola vía. Los flujos culturales no son unidireccionales. Es cierto que los sujetos poseen casi toda la capacidad de transmisión de información actual, pues los llamados países de altos ingresos poseen 22 veces más computadoras personales por 1000 habitantes y 153 veces más socios de Internet por 10 000 habitantes que los países de ingresos bajos y medios juntos(6), pero ni con esta colosal ventaja pueden impedir la retroalimentación contaminadora que en determinado momento deja de ser inconsciente en los sujetos pasivos.

Por otra parte, las culturas no son como las imágenes empresariales que crea la publicidad, que demoran en hacerse pero se destruyen en un día por error o negligencia. Lo que hacen los siglos solo lo borran los siglos. ¿Y acaso el progreso borra? Me gusta creer que modifica e innova, es decir, que asimila y recrea. ¿Puede ser de otra manera?

Después de la globalización nada será igual. Así ha sido cada vez que el progreso imprime nuevas cualidades a la historia. Por tanto, no permanecerán congeladas o modificadas las identidades y las culturas. Todo la particular tendrá tintes y contenidos de lo general, y este, a su vez, será marcado y coloreado por lo particular. La "fuerza cultural" será una especie en extinción, sin embargo, ello no quiere decir que desaparezcan las diferencias y la diversidad: cada diversidad será otra, menos diferente de las demás pero idéntica solo a sí misma. Parece una ley que a medida que la homogeinización, que facilita y empobrece, aumenta; la distinción, que dificulta y enriquece, añade diferencias. Por ello, ser otros no implica dejar de ser nosotros, a pesar de la globalización.

Sin embargo, no obstante ser la globalización un fenómeno objetivo, es actuado por los hombres y, estos, rara vez dejan el diseño del futuro en manos del destino. Aunque en el largo plazo la voluntad humana parece perder autoridad e impacto, en la historia inminente los hechos volitivos ejercen relativa influencia. Ello hace posible prevenirse de los peligros y aberraciones de la globalización, sobre todo en los escenarios de los sujetos pasivos, los que al ejercer la prevención comenzarían a activarse. Pero prevenirse, ¿cómo? Sembrando.

Hay quienes ven en el atrincheramiento de los sujetos pasivos en sus culturas la única o la más válida estrategia para mantener un espacio digno en el mundo post-globalizado. No creo que la cultura sola, en su acepción estrecha relativa a las humanidades, pueda constituirse en escudo y mucho menos en lanza de los países pobres para enfrentar la poderosa avalancha socio-económica de los países ricos. La cultura defiende a largo plazo porque mediatiza los impactos nocivos de la globalización haciéndolos pasar por un crisol que no purifica, sino que mezcla y contamina, y del cual nada sale siendo lo que entró. Pero la importancia y la eficacia de la cultura en defensa de los valores y el bienestar de los sujetos pasivos se potencia con la competitividad económica. Por tanto, la cultura, como estrategia para hacerse de un espacio digno en el escenario de un mundo globalizado implica, ante todo, incluir en la noción de la misma la de eficiencia en la creación y reproducción de la vida material, de modo que un país culto sea concebido como aquel con relativo desarrollo de la educación, de las artes y de la ciencia, pero también de la gestión de empresas, de la productividad y de la rentabilidad, y de la capacidad de innovar e inducir los cambios y producir sostenidamente el desarrollo. Una cultura así, vivida con una ética de la solidaridad, si es globalizada, es la garantía del progreso universal... y de la paz.

 

 

(1). Ferrer, Aldo. Revista CEPAL. Número Extraordinario, 1998.

(2). Bouzas, Roberto y Ricardo Ffrench-Davis. Idem.

(3). Rosenau, James. N. Nuevas Dimensiones de la Seguridad: Interacción entre las Dinámicas de Globalización y Localización. Security Dialogue, Sep. 1994.

(4). Friedman, Thomas L. Foreing Policy Magazine. 1999.

(5). World Bank. World Development Report 1999-2000.

(6). Ramonet, Ignacio. Foreing Policy Magazine. 1999.