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marzo-abril. año VI. No. 36. 2000 |
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RELIGIÓN |
LA EUCARISTÍA EN EL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN
Continúo con la catequesis acerca de la Eucaristía comenzada en el pasado número de "Vitral". Ahora trataremos sobre el lugar que ocupa el sacramento de la Eucaristía en el Evangelio según San Juan. Antes, debo recordar que este tema se halla de manera muy concreta en los versículos 51 al 59 del capítulo sexto del evangelio citado. Además, de cara a una mejor comprensión de este texto, es preciso situarlo en el contexto donde, de modo excelentemente pedagógico, lo situó el redactor del Evangelio de San Juan; es decir, en esa larga catequesis compuesta por 71 versículos que forman el sexto capítulo del cuarto Evangelio. Significativamente, en las versiones más modernas de la Biblia, el capítulo 6 del evangelio juanino, aparece con el título de "Jesús, pan de vida". Así pues, Juan 6, se divide en varias secciones: -Versos 1al 16: Relatan el milagro de los panes y los peces. -Versos 17 al 21: Relatan el milagro de la marcha de Jesús sobre las aguas. -Versos 22 al 50: Discurso de Jesús sobre el pan de vida. -Versos 51 al 59: Discurso de Jesús sobre la Eucaristía. -Versos 60 al 71: Las palabras de vida eterna. Después de leer esta secuencia del capítulo 6, podemos sacar la primera conclusión de todo el texto en cuestión: Jesús es el alimento que da la vida eterna: a través de su entrega se hace alimento para ofrecer la vida a las personas. Los dos relatos de los milagros (multiplicación de los panes y los peces, y marcha sobre las aguas), preparan el discurso de Jesús en el que éste explica el significado de estos milagros: Jesús es el alimento que nos da la vida. Quiero subrayar de manera especial el alcance del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Constituirá una deficiencia para nuestra vida de fe, el quedarnos solamente en el hecho milagroso, y no llegar a comprender toda la significación de este acontecimiento. ¿Por qué Jesús multiplica los panes y los peces para alimentar a aquella multitud hambrienta que lo seguía? Porque el Señor da respuesta a las necesidades más profundas de todos y cada uno de los hombres. Tales necesidades son de dos tipos, materiales y espirituales. En esta vida (en el más acá), es esencial saciar las necesidades materiales y espirituales, sin menoscabo de una de ellas con relación a la otra, porque la persona humana es una unidad íntegra de cuerpo y espíritu. Los materialistas, en la práctica, dan primacía a las necesidades materiales, y los espiritualistas a las necesidades espirituales. Ambas concepciones de la vida son erróneas, pues mutilan o disminuyen uno de los dos componentes que integran al hombre; y, por consiguiente, en tal sentido, dejan hambrienta una parte del ser humano. Jesús, por el contrario, aborda en el capítulo 6 la respuesta, desde la religión cristiana a las necesidades humanas más profundas, abarcando a todo el hombre, y no a una parte de él. De esta manera, comienza saciando el hambre de alimento material, a aquella muchedumbre. Aquí encuentra su origen la preocupación obligada de la Iglesia por los problemas sociales, económicos y políticos de la humanidad, que se expresan en los términos de caridad política, justicia interpersonal y justicia social. Si la Iglesia no se ocupara de estas realidades, convertiría a la religión cristiana en un espiritualismo, que es la forma más pobre de vivir la religión. En tal caso, la sospecha de Carlos Marx acerca de la religión, cuando afirmó que ésta era el opio del pueblo, adquiriría actualidad. Aún más, si la Iglesia no realiza la misión caritativa y profética en el terreno de las necesidades materiales del hombre, el culto que le tributa a Dios, sería un culto vacío, como nos ha enseñado la predicación de Jesús, los apóstoles y lo más genuino de la predicación de los profetas del Antiguo Testamento. Conviene aclarar, a fin de evitar erróneas interpretaciones del presente y del pasado, algo que resulta muy importante cuando se trata la misión caritativa y profética de la Iglesia en el campo de la acción socio-política de ésta, a fin de evitar confusiones que lleguen, a la corta o a la larga, a desvirtuar su misión religiosa en el mundo. Para ello, cito al filósofo español Julián Marías en su libro best seller "La perspectiva cristiana" (p. 10 Alianza Editorial, Madrid 1998): "El cristianismo es primariamente una religión, y me parecen indebidas sus utilizaciones para otros fines, que pueden ser valiosos y estimables, pero no son sino algo subordinado". ¿Qué quiero decir a partir de las palabras de J. Marías? Que el cristianismo se ocupa obligatoriamente de las necesidades personales y sociales de los hombres en el marco de la justicia, desde la religión, que es la fuente que le es propia, la identifica y la distingue de otras instituciones y organizaciones, que también se ocupan de las mismas necesidades, aun de forma ejemplar; pero desde su propia naturaleza y con sus métodos específicos, válidos para lograr esas necesidades. En otras palabras la Iglesia, institución netamente religiosa, aborda la calidad social política y el profetismo político desde su propia fuente –en este caso la Moral Social Católica, de modo más concreto la Doctrina Social de la Iglesia-, y con los métodos específicos que brotan de esa fuente religiosa. Distinguir estos dos flancos que he aludido son muy saludables para la acción socio política de la Iglesia, para así eliminar confusiones mentales en sus miembros y malas interpretaciones en quienes perciben esta acción. Con relación a lo anterior, es necesario aclarar dos conceptos de la misión caritativa y profética de la Iglesia. El primero de ellos es el de caridad, la cual está llamada a animar cualquier opción, actitud y acto del cristiano. Desde el amor cristiano han de enfocarse para un discípulo de Cristo todas las realidades de la vida humana. La caridad articula orgánicamente el culto y la profecía, las otras dos dimensiones de la misión eclesial. El culto sin caridad se reduce a un ritual externo, vacío, sin contenido, puro teatro. De igual forma, la profecía tiene que nacer de la caridad; sólo así podrá llamarse cristiana. La profecía en el Antiguo Testamento consistió en la predicación de la palabra de Dios a un pueblo habitualmente infiel en su comportamiento ético. De tres formas diversas ejercieron los profetas viejotestamentarios el ministerio profético: denuncia de situaciones de pecado, consuelo al pueblo en sus desgracias, y anuncio de la esperanza en un futuro marcado por la presencia manifiesta del Señor. La profecía, por consiguiente, surge de situaciones humanas de insatisfacción, que únicamente podrán saciarse a plenitud con la realización de la voluntad de Dios, cuando la conversión ética integral de todos y cada uno de los hombres se produzca. Jesús también fue un profeta en todo el sentido de la palabra, y el mejor de los profetas, purificado de aquellos elementos imperfectos, que presentaban los profetas del Antiguo Testamento en sus personas, y en el modo de su predicación, mostró la profecía en el grado supremo de la misericordia divina, capaz de penetrar lo más recóndito de los corazones humanos, triturados por las contrariedades personales y sociales de la vida. La más auténtica y perfecta profecía fue la realizada por Jesús, y ella ha de ser modelo para este tipo de acción cristiana en el mundo. Este modo de profecía se halla bañado completamente por la caridad: nace de la caridad, se ejecuta en la caridad y construye la caridad entre todos los hombres. La acción profética de la Iglesia sólo se entiende cuando está dirigida a la consecución de la caridad y a ser fermento de paz y unidad en el mundo. La caridad posee varios niveles: la caridad consigo mismo y la caridad para con los demás. Esta última se divide a su vez en tres niveles: interpersonal, familiar y social. A la caridad social, Pío XI le dio el nombre de caridad política, y la calificó como la forma más vasta del ejercicio de la caridad cristiana. Cuando la Iglesia predica y ejerce la caridad, es preciso entenderla en todos estos niveles. Mutilarle tan solo uno de ellos, supone mutilar una de las dimensiones de la misión que Cristo le confió. Por consiguiente, hay que catequizar a los cristianos para que tomen conciencia de toda la amplitud de la caridad cristiana, para que puedan vivirla y practicarla en todos sus niveles. Hasta que cada cristiano no tome conciencia de la integralidad del ejercicio de la caridad, la transformación que este mundo necesita quedará sin la savia vivificadora del cristianismo. La mayoría de los cristianos que constituyen las comunidades católicas en Cuba adolece de la carencia de esta comprensión de la caridad integral. Este mal se evidencia en la forma de desarrollar sus relaciones interpersonales en los diferentes ambientes, al igual que en la familia y en la sociedad política. No encuentro, muchas veces, la diferencia específica en el modo como un cristiano organiza su familia y como lo hace un no cristiano. Por otra parte, muchos cristianos no ejercen la misión política que les corresponde, porque nadie les ha enseñado que existe la caridad política. Asimismo, cuando incursionan en el mundo de la política no saben hacerlo desde la caridad política, y su discurso y su acción no se diferencian del ciudadano no cristiano que también hace política. Queremos que los laicos cristianos tomen cada vez más el lugar que les corresponde en la transformación de las realidades políticas de la patria, que siempre son transformables, tal como pidió Juan Pablo II a los obispos cubanos en su discurso en el arzobispado de La Habana, pero no los formamos para esto. Éste es un desafío que tiene la Iglesia católica en Cuba de cara al presente. Conviene aclarar algo que esbocé anteriormente, y ahora deseo completar, es el tema de la misión profética de la Iglesia. En primer lugar, debo decir que toda la Iglesia es profética. En segundo término, es necesario puntualizar que la tradición profética eclesial se nutre de las fuentes del profetismo del Antiguo y del Nuevo Testamento; pero que su plenitud está en este último, y de forma muy concreta en el profetismo ejercido por Jesús de Nazareth y la Iglesia Apostólica del Nuevo Testamento. A esto se añade, el modo como la Iglesia practicó su misión profética según la hallamos en la Tradición (que es la segunda vía de la revelación divina), y en el Magisterio Eclesial. Con esto quiero apuntar la tercera aclaración: existe un modo muy específico por el cual la Iglesia ha ejercido su misión profética, el cual debemos tener presente a la hora de ejercer el profetismo. Ese modo profético eclesial posee su propia fuente alimentadora, constituida por la Sagrada Escritura, la Tradición, el Magisterio y las enseñanzas de los teólogos ortodoxos. La cuarta aclaración al respecto, es que la Iglesia tiene un lenguaje propio, que brota de la misma fuente aludida, dirigido al ejercicio del profetismo y bañado por la caridad. En las últimas décadas ha ocurrido un lamentable reduccionismo cuando se ha hablado del profetismo de la Iglesia. Este reduccionismo ha producido una confusión en el pensar y el actuar de muchos cristianos, pues han identificado profetismo con profetismo social y político, y estos aspectos son partes esenciales de la misión profética de la Iglesia, pero no son los únicos. Por eso resulta mejor hablar de profetismo integral, el cual comprende la voz de la Iglesia acerca de todas las realidades de la vida humana: personal, familiar, sexual, social, científica, técnica, artística, deportiva, etc. Con relación al profetismo socio–político, los católicos debemos estar claros de que la Iglesia lo ejerce desde una fuente, un lenguaje y un modo muy específicos, que lo diferencian de las fuentes, el lenguaje y el modo como los partidos trabajan por la justicia social y el bien común. Estos tienen un estilo de trabajo válido –en tanto en cuanto éste no sea contrario a la dignidad del hombre-, que les es propio para trabajar por las mismas realidades sociales por las que tiene que trabajar la Iglesia de Jesucristo en este mundo, a fin de promover a todos y cada uno de los hombres. La Iglesia Católica en Cuba cuenta con muchos documentos verdaderamente paradigmáticos de estilo profético eclesial. Sólo cito, como ejemplo, tres muy conocidos por nosotros: "El amor todo lo espera" (1993) y la reciente carta pastoral "Un solo Dios Padre de todos" del Cardenal Jaime Ortega. También en esta misma línea indico el reciente artículo de Mons. Carlos Manuel de Céspedes, publicado en el número 81 de la revista "Palabra Nueva", titulado "El hermano puede estar de acuerdo y puede discrepar". Quiero destacar, de cara a la necesaria misión profética integral de la Iglesia en Cuba, lo que unos párrafos antes dije referente a la caridad política: es impostergable la correcta formación de nuestros laicos para el ejercicio del profetismo en la Cuba del tercer milenio. Ahora termino este artículo en el que he tratado de explicarles dos cosas: 1. La Eucaristía –que es culto a Dios y alimento espiritual de los hombres-, presupone la acción caritativa y profética integral de los cristianos. 2. Esta acción nace de la actividad de Jesús por los problemas de este mundo, como atestiguan numerosos pasajes evangélicos, y concretamente Juan 6, 1-16. En el próximo número continuaré reflexionando sobre el resto del capítulo 6 del Evangelio de San Juan.
LA EUCARISTÍA: PAN PARA UN NUEVO MUNDO
por Hna. Casimira Gallego.
La Eucaristía es el "memorial", es decir, el recuerdo, la actualización, la presencia entre nosotros hoy de la muerte salvadora de Jesús. En la Eucaristía la Iglesia ofrece al Padre la ofrenda del Cuerpo y Sangre de su Hijo. En ella la gracia salvadora se hace presente para nosotros y todos nos ofrecemos con Jesús a Dios que nos acepta complacido. La Eucaristía es la síntesis de Cristo; es Cristo en su totalidad, lo que vino a decir y hacer, lo que es visible a través de su manifestación histórica y lo que al mismo tiempo, es la motivación invisible de todo su comportamiento. Los cristianos con cierta formación sabemos y decimos fácilmente y hasta con elocuencia el concepto teológico de lo que es la Eucaristía: "Es el sacramento culmen de la Iglesia, instituido por el propio Cristo, el sacrificio de su Cuerpo y Sangre con el cual perpetuó por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, y confía así a su esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera" (Vat II SC 47). Así lo aprendimos en los últimos tiempos. Podemos definirla muy bien, pero ¿estamos respaldando esta definición con nuestra vida y adhesión a la persona de Cristo? Podemos decir, como decimos de Cristo, que al celebrarla también hacemos síntesis de nuestra vida, de lo que decimos y hacemos. Según el Vat. II la Eucaristía es sacramento de piedad. ¿Cómo es nuestra piedad durante la celebración de la Eucaristía? ¿La tenemos centrada en el misterio pascual que se realiza o mientras estamos en ella dedicamos el tiempo a rezar oraciones a los santos de nuestra devoción para que nos concedan esto o aquello? ¿Estamos de verdad ofreciéndonos como Cristo y por Cristo al Padre, o haciendo promesas a los santos? La Eucaristía es signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, sigue diciendo el Concilio. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué es pasar de la desunión a la unidad, del individualismo a la hermandad, del egoísmo a la generosidad, del rencor o la indiferencia al amor y al servicio? Por la Eucaristía el pequeño grupo de personas desiguales, ignorantes e interesadas se hace comunidad (Hch 4, 32), es decir, se hace un sólo corazón y una sola alma. Se hace comunidad porque nadie llama suyo a lo que posee, sino que lo pone en común. Un grupo, antes desunido, se convierte en "víctima santa, víctima de suave olor, canto de gloria para Dios". "Ustedes que un tiempo no eran pueblo y que ahora son el pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo compasión, pero ahora son compadecidos" (1Pe 2,10). La idea de víctima expresada por Pedro no debe, necesariamente, interpretarse por sufrimiento o muerte, sino con alegría, porque este grupo, que eran individuos aislados, se ha hecho comunión; es el fruto de la Eucaristía glorificando a Dios. Puebla llama a la Eucaristía fiesta de comunión eclesial, en la que el Señor mediante su misterio pascual libera al pueblo de Dios, y a través de éste a toda la humanidad e historia, transformándola en historia salvífica para reconciliar a los hombres entre sí y con Dios. (P. 726). ¿Cómo podemos y debemos traducir esta en nuestra vida? No podemos decir que "tenemos los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" mientras no participemos de sus deseos de comunión. El cristiano consciente, es una persona capaz de seguir, tanto en el terreno de la fe como en el de los movimientos políticos de su tiempo, aquellas líneas de fuerza evangélicas que generan justicia y comunión, verdad y fraternidad, amor y solidaridad, coraje y audacia. La Eucaristía es Pan de vida, alimento del alma. Es el alimento más nutritivo que existe. ¿Cómo se explica que tantos cristianos que nos alimentamos casi diariamente con la Comunión tengamos una apariencia desnutrida y enclenque en la vida espiritual? ¿Para dónde van las proteínas y calorías de la Gracia del sacramento...? Alguien (creo que Sta. Teresa) decía que basta una sola comunión para hacernos santos. ¿Cuántas hemos tomado cada uno de los que estamos aquí? ¿Dónde está nuestra santidad? Cada uno mire a su interior y, Dios, que conoce el corazón de los hombres, nos dará la respuesta. La fe no es una cosa intimista que se queda sólo para el sentimiento y la conciencia, hay que proyectarla. Si no vivimos lo que creemos estamos produciendo ateos. ¿No habrá sucedido esto en la historia de nuestro pueblo? Debemos anunciar con la palabra, pero más aún con la vida honesta y responsable y transparente, proclamando la verdad y los valores que dignifican a la persona, a la familia y patria. Somos hijos de Dios y tenemos que vivir en cualquier circunstancia. Hay que poner sabor a la vida. La Eucaristía es al cristiano como el azúcar al café (perdonen la comparación), no se ve, pero se siente en la vida. El azúcar en el café logra una integración total, donde desaparecen el color y el cuerpo del azúcar, pero el sabor afirma su presencia. ¡Qué lindo sería que después de cada comunión cada cristiano supiera a Cristo, siguiera siendo él, pero actuando desde Cristo y por Cristo, dando a todo y a todos el sabor de Cristo! La Eucaristía es una comida dentro de la comunidad cristiana, comemos y celebramos con los amigos, y la comida y la celebración nos unen más a ellos, en la Eucaristía es donde más se debe realizar aquello que dijo Cristo; "Padre, que todos sean uno como tú y yo lo somos". Hablar de la Eucaristía es hablar también de MARÍA. En toda búsqueda de plenitud tenemos que encontrarnos con María, es una presencia obligatoria. María es signo y testimonio de la actitud de la criatura ante Dios. Ella deja a Dios ser Dios en ella. Sta. Teresa nos dice "que Dios es como el sol que penetra en toda la casa, no se puede cerrar la casa porque cerrando ésta, ¿por dónde entrará el sol?" La puerta principal de esta casa es el corazón. María entendió muy bien esto, por eso tuvo abierto siempre su corazón. El SÍ de María es la puerta por donde Dios entra al mundo y por donde nos entra Dios a cada uno. María es también signo y prueba de la llamada a ser colaboradores de Dios. Durante nueve meses el vientre de María fue el sagrario donde habitó Cristo Jesús, pero no se lo quedó para ella, lo dio a luz, lo entregó al mundo. Cada uno marca la impronta de nuestra historia. ¿Cómo estamos nosotros revelando y entregando a Cristo y su evangelio a nuestro pueblo y mundo? En María la gracia de Dios se ha humanizado. La experiencia de María y del Espíritu Santo andan juntas. La Encarnación se da por el SÍ pleno de María que el Espíritu provocó en ella. Jesús seguirá naciendo en cada Sí pleno que demos los cristianos. La verdadera fecundidad de nuestras acciones, depende de la verdadera virginidad y pureza de nuestras motivaciones. ¿En dónde está la verdadera transparencia evangélica, el coraje y la audacia de nuestros actos? Por tener estos elementos en plenitud, María fecundó a Jesús. María es también Madre de la Iglesia, de quien nace la cabeza nacen los miembros, nace la Iglesia del Espíritu y de María. En la vida diaria nos movemos, por lo general, por signos externos, también aquí el amor a la Madre, hace parte del seguimiento de Jesús. "Haced lo que Él les diga..." Lo hicieron y se produjo el milagro. Hagámoslo también nosotros, acojámonos a María, que nadie como ella puede alcanzarnos las gracias que necesitamos, para que en nosotros y en el pueblo cubano se produzca el milagro de la fe, la reconciliación, la unidad y el amor. Terminemos recordando lo que Jesús nos dijo en la última cena "Hagan esto en memoria mía" ¿qué es en concreto esto? Hacer lo que Él hizo en aquella cena y sobre todo en su vida, toda ella comprometida, fiel a Dios y a los hermanos hasta el sacrificio de su muerte que termina en la resurrección. Señor, aquí estamos, para hacer un mundo nuevo más justo y fraternal, aquí te reconocemos cuando partimos el pan. |
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