![]() |
marzo-abril. año VI. No. 36. 2000 |
![]() |
EDUCACIÓN CÍVICA |
UNIDAD Y DIVERSIDAD EL PLURALISMO MORAL TOMADO EN SERIO
|
"La gran tragedia de todos los países moralmente "monistas", de aquellos países, como los islámicos, que oficialmente imponen respuestas únicas ante las grandes preguntas sobre el sentido de la vida y de la muerte, sobre la justicia y la felicidad, sobre el valor del trabajo... es que las respuestas a estas preguntas han de convencer personalmente y no vale en su caso la imposición. La transición hacia los distintos tipos de confesionalismo suele producir un profundo desconcierto... Acostumbrada buena parte de la ciudadanía al monismo puede interpretar el hecho de la diversidad de perspectivas al menos de tres formas: como expresión de un vacío moral, como un politeísmo de los valores éticos o como expresión de un pluralismo moral. A mi juicio la primera salida es impracticable por inexistente; la segunda, practicable pero indeseable; la tercera, muestra un proyecto en el que merece la pena trabajar, porque responde a lo mejor de las aspiraciones humanas." (Adela Cortina, "Hasta un pueblo de demonios, Ética pública y sociedad". Ediciones Taurus. Madrid,1998, pag.111-112)
Esta larga cita de la profesora Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía de la Universidad de Valencia, que he encontrado en uno de sus más esclarecedores libros, pudiera servirnos para adentrarnos en un tema que considero de suma importancia para comprender la relación entre unidad y diversidad, entre el hombre como persona y como ciudadano, entre la ética cívica de estos ciudadanos y un proyecto global de la existencia, entre una ética de mínimos y una ética de máximos.Creo que es conveniente aplicar a nuestro contexto estos conceptos suyos. Durante mucho tiempo las religiones y los confesionalismos políticos han intentado, sin éxito real, imponer a todos los ciudadanos una visión total y completa de la vida y su sentido profundo. En nombre de estos confesionalismos se segregaron personas y grupos, se destruyeron etnias y culturas y se excluyeron proyectos cívicos legítimos. Gracias a Dios, el mundo ha cambiado y ya este tipo de fundamentalismos excluyentes, ya sean religiosos, culturales o políticos, ha cedido el paso a un mundo más plural y diverso. Esto puede provocar cierto desconcierto a quienes quizás hemos sido educados en una de estas visiones "únicas" de la vida. Los hombres buscamos "certezas" para asegurarnos de que vamos bien, mientras la vida real está hecha de incertidumbres que sólo se aclaran sobre la base de un buen uso de la libertad personal unida indisolublemente a la responsabilidad. Quien vive de "certezas" impuestas desde fuera de su conciencia no vive como adulto su libertad y su responsabilidad. La mano del padre no puede permanecer indefinidamente sosteniendo al hijo cuando éste ha alcanzado la edad madura. Su mayor orgullo debe ser ver caminar solo y firme a su hijo ya crecido en su proyecto personal.
Unidad en un mínimo de justicia: la ética cívica El hombre vive como persona en distintos ambientes donde se relaciona: existe pues la dimensión familiar en cuanto es miembro de una familia, la dimensión religiosa, en cuanto es miembro de una comunidad eclesial, la dimensión profesional en cuanto a su mundo de trabajo. Así podemos considerar como una de las múltiples dimensiones de la persona humana, su pertenencia a una comunidad de amplias relaciones sociales, es decir a la comunidad que los griegos llamaron "polis" y de ahí su nombre comunidad política, o los latinos le llamaron "civitas" y de ahí su nombre comunidad cívica. En una palabra, aquella que se ocupa de los problemas de la ciudad, es decir, del bien común de los ciudadanos que no es la suma mecánica del bien de cada individuo sino que "abarca todo un conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos, el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección" - como enseñaba Juan XXIII en el no. 65 de su Encíclica Mater et Magistra . La ética cívica es por tanto "la ética de las personas consideradas como ciudadanos. No pretende abarcar la totalidad de la persona, ni satisfacer su afán de felicidad. Sólo intenta modestamente satisfacer sus aspiraciones en tanto que ciudadanas, en tanto que miembro de una polis, de una civitas, de un grupo social que no está unido por lazos de fe, ni de familia, ni tampoco es siquiera estatal, sino que es un tipo de lazo social que coordina los restantes." (Adela Cortina, O.c. pag. 115) . Esta es una ética de unos mínimos de justicia, libertad y responsabilidad por debajo de los cuales no es posible una convivencia social pacífica, digna y plenamente humana. Esos mínimos suelen ser, entre otros, valores como la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto, la tolerancia. El Papa mencionó en Cuba, desde la Plaza José Martí, esos mínimos como verdaderos retos a alcanzar: "para muchos sistemas políticos y económicos hoy vigentes el mayor desafío sigue siendo conjugar libertad y justicia social, libertad y solidaridad, sin que ninguna sea relegada a un plano inferior." (no. 6 c) Ponerse de acuerdo en estos mínimos, buscar consensos para alcanzar el bien común sin exclusiones, es la única unidad posible y éticamente aceptable en la comunidad cívica. Cuando esa unidad intenta totalizar la vida, proponer modelos de felicidad personal, familiar y social englobantes y excluyentes, pretende dar sobre problemas de la "polis", soluciones únicas de carácter ético confesional ya sea confesional-religiosa o confesional-filosófica, entonces se está irrumpiendo en un campo que no le es propio al comportamiento cívico, sino al campo religioso o filosófico. Es la globalización de lo político a todos los ámbitos de la vida que tanto daño hicieron a la libertad; o la globalización de un fundamentalismo religioso excluyente al estilo de aquellas cristiandades que tanto daño hicieron a la sociedad y a la misma Iglesia.
Diversidad en los máximos de felicidad: los proyectos de vida La ética cívica quedaría mutilada, sería insuficiente, si se restringiera a los mínimos de justicia de la comunidad política. Eso sería un daño antropológico por la reducción del ser humano a una sola de sus dimensiones, por muy válida que esta sea. Toda persona aspira a buscar la verdad, a responder los interrogantes esenciales de su existencia, a encontrarle sentido a su vida. Todo ser humano busca la felicidad y el bien, la belleza y la plenitud trascendente. Es un derecho fundamental. De ahí sale una concepción global de la vida, una visión integral de la existencia que armoniza y sintetiza todas las dimensiones humanas: personal, familiar, laboral, cívica, religiosa. Se trata de su propio proyecto de vida. Se trata de las opciones generales que le permiten hacer una opción fundamental que marca toda su existencia. Se trata de una "ética de los máximos de la vida". Pues bien, si es cierto que toda persona puede y debe hacer este proyecto de vida, debe buscar y encontrar su propia concepción global de su existencia y la de los demás, esta es una opción personal que ni la Iglesia, ni el Estado, ni un partido, ni cualquier grupo de la sociedad o la familia puede imponer. Aquí radica el principio de la diversidad, del pluralismo ético. No debemos confundir este pluralismo de opciones éticas con un relativismo moral o una indiferencia hacia el bien, la verdad y la bondad. Se trata de un pluralismo de respuestas y opciones personales que no pueden unificarse, ni uniformarse, ni indoctrinarse desde fuerzas externas a la intimidad de las personas. Eso sería violar el sagrario de su conciencia. Sin duda que las convicciones religiosas o filosóficas iluminan los proyectos de vida personal y social, pero lejos de excluir otras dimensiones deben contribuir a dar sentido profundo a integrarlas y darles una coherencia que comúnmente llamamos el "hilo conductor" de toda la vida. Este es el campo de las religiones y las filosofías, no de la comunidad política ni la de los Estados. Debe cultivarse la relación entre esos campos pero no pueden absolutizarse unos en detrimento de otros. Cuando la comunidad religiosa intenta imponer un único modelo a la comunidad política, invade un campo que no es de su competencia y a esto se le llama teocracia. Cuando la comunidad política intenta imponer un único modelo de vida a los ciudadanos, invade un campo que no es de su competencia y a esto se le llama totalitarismo. Lo mejor sería que la comunidad religiosa, la comunidad política y la comunidad familiar contribuyeran con su propio aporte y desde su competencia específica al desarrollo pleno y feliz de la persona humana "que es y debe ser el protagonista de su propia historia personal y social", como repitió Su Santidad en su viaje apostólico a Cuba. En este punto, en el interior de cada persona, se solapan y pueden llegar a integrarse una ética de mínimos que informa su vida cívica en la necesaria diversidad de modelos y una ética de máximos que da sentido y trascendencia a todo lo anterior. No hay dicotomías entre estas dos dimensiones de la persona humana. O no debe haberlas, puesto que con frecuencia actuamos como ciudadanos sin referencia a un proyecto de vida coherente y otras veces ese proyecto de vida está divorciado de la realidad social en que vivimos, buscando escapismos en una filosofía o una religión desencarnadas. Lo que se ha dicho para los proyectos personales puede servir también para grupos religiosos, de la sociedad civil, etc. Las personas pueden compartir un proyecto de vida comunitario de forma libre y consciente. Pero lo que habría que evitar es que esos grupos intentaran imponer, por la fuerza o por cualquier método, ese proyecto que ellos consideran mejor a todos los miembros de la comunidad cívica. La felicidad, por muy buena y bella que sea, no se impone, se invita, no se adoctrina, se presenta. Cuando la felicidad se impone como un proyecto único, deja de ser felicidad.
En el camino entre la uniformidad y la diversidad Los obispos cubanos han dicho en su reciente Mensaje con motivo del Jubileo del año 2000: "todo tránsito comienza con algo que está muriendo y termina con algo que está naciendo... en las etapas de transición se vive como peregrino, sin evidencias y con certezas difíciles... a caminar hacia delante sin un mapa, sin un camino ya trazado de antemano, en búsqueda de uno nuevo posible. Este tránsito no es nunca fácil. Se vive en tensión entre algo que comienza a perder sentido y la afirmación de nuevas maneras de entender, de sentir las cosas, de valorarlas y de actuar en la historia." (no. 4-7) Intentar hacer nuevos mapas y trazar caminos de antemano es la nueva tentación del tránsito. Definir unos parámetros preestablecidos para la unidad es, en cierto sentido, querer imponer una ética de máximos de felicidad. Definir la misma diversidad es, en cierto sentido, querer reducirla a una ética de mínimos de justicia. Sin embargo, esto no quiere decir que la unidad no sea posible en unos mínimos de justicia y que la diversidad no sea posible en un sano pluralismo de proyectos éticos. El reto es cómo alcanzar ambas, unidad y diversidad, a la vez y sin menoscabar ninguna de ellas. Entonces, ¿qué hacer? Una respuesta, entre muchas, pudiera ser: caminar, ir descubriendo, discernir en cada paso, cuidar un mínimo de justicia para la ética ciudadana y soñar unos máximos para nuestro proyecto de vida e intentar no confundir unos con otros. Creo que para unos peregrinos en período de tránsito es bastante. ¿no es cierto?
|
![]() |