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marzo-abril. año VI. No. 36. 2000 |
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POESÍA |
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E n el rasguño del parto ya estaba el silbido de su saeta, siempre encajando el alba de nuestros pies en un invisible cerco, trampa oculta después de la sonrisa.Nadie sabe de este cazador ajeno a praderas tormentosas —sólo se le conocen algunas batallas de escasos huesos, un poco de sueños y también de hígado y responsos—. Nadie lo descubre en las goteras que inundan de años y minutos esta casa; y así, inocentes, avanzamos con el cuerpo mutilado por su mirada. Avanzamos sin distinguir el camino y las mordeduras, sin sospechar su próxima broma: servirnos una ensalada de llagas y cardenales, simulando lorquianos carámbanos de plata.
ENTRE LEVE Y SIENA
F rágil bailarina contra el ámbarluz que se despeña por el torso cercano al que una vez anticipara Degas. Entre leve y siena también está sentada desatando, no alígeras zapatillas sino toscas botas.
En el siena parece que se dispersa entre cenizas y coruscos como un halo de polvo, tan leve.
La muerte, que también la acecha encierra este deshacerse, el despacioso desenfreno como si intentara recorrer el mundo, conquistarlo aún en la levedad de una danza próxima al crepúsculo después del ámbar.
El mismo halo, el polvo, que ahora asoma entre leve y siena en los frágiles pasos de la bailarina calzada por toscas botas que la aprisionan.
VIVIENDO SIN LEONES (fragmento)
II
comprendes que te has equivocado nuevamente ganas de saltar las páginas olvidar las garras, engavetar porque uno siempre tiene que inventarse un futuro /luminoso con cielo color rosa y todo. Pero Dios, ¿dónde lo encuentras? ¿dónde la ciudad de las agujas? Sólo quedan flechas enloquecidas cuchillos en la tarde no ha sido más que otra jugada.
Aférrate otra vez, intenta ser una nueva sombra Aférrate hasta perder los deseos Hasta que sientas cómo nadie te hace caso —tu discurso no es con las paredes sino contigo mismo—. Y cuando estés harto del mundo opaco de aquella voz de entregarte a entusiasmos de préstamo cuando no queden más que tres chistes cuando no puedas con los árboles de tu espalda... la sombra seguirá rabiando.
CÁLIZ
G etsemaní, aquella nochepudo estar enmarcada en las enmohecidas maderas de mi ventana: un naranjo, cables eléctricos y la rugosidad de los muros despojando a las tinieblas algunos contornos. Un tosco galpón, horribles tejas de cemento ampararon a aquellos hombres. Se preguntaba entonces uno de ellos si partiera, en cuántas ventanas no hallaría recortados el mismo galpón, similares compañeros, aquella noche y la chusma que lo seguía a todas partes. Si partiera, pero entre las briznas estaba aquel brillo su reflejo en el filo de las calles el sorbo, la infamia, ya en las comisuras. Si partiera, a cuestas con el mohoso marco cuántas bocas, labios como oscuros juguetes cuántos oídos, ya sordos porque los suyos tornáronse ovejas apagadas y los ojos, claro, los ojos aherrojados incapaces de palpar otra noche de descubrir aquel brillo entre la hierba. Si partiera, el grito envejecería perdido entre la multitud nos habitaría una celda mucho más estrecha, tan profunda. Getsemani, comprometedoras preguntas a la noche ¿por qué nos lo ofreces, Señor, nadie lo busca? ¿estamos siempre sujetos al tormento de su amargo? Y se escuchaba otra voz: "nadie lo encuentra no lo creas, es otra repetición y otra". Dudó. La ventana –el reiterado rectángulo— escondía aún el tibio sabor humano, guardaba el aroma de cenas furtivas, cigarros compartidos desasosiego de las caricias, jugo de los amantes...
Buscó aquel reflejo, lo amargo todavía estaba muchos dioses tan bárbaros como familiares sangrarían juntos en esa única herida. Iba amaneciendo en todas las ventanas Ya el traidor llega envuelto en sus lanzas.
JAURÍA (1)
ahora son veinte mil los perros y tenemos que seguir alimentándolos. Apenas una verja nos separa de sus fauces de su sentencia inexorable sorda voltereta de ecos. Sobre las franjas hay malezas hay lo procaz en los labios infantiles tanto gesto inútil, las manos crispadas y los veinte mil colmillos siguen ocultándonos en el silencio ¿o acaso en los ecos?
Una verja y las palabras se desvanecen vuelven como flores o pesadillas al vientre de una madre prejuiciosa. ¿y, si vinieran ellos? Sólo una orden y se quebraría la alquimia este doble cerco que tremola: nosotros, sobrevivientes al acto de nacer ladridos pero siempre velados por veinte mil gargantas siempre eligiendo si trocar los pies, las llagas por el humo. O amanecer anhelantes con manos nunca vistas poblando nuestras manos.
(1)A partir de unas reflexiones de Cintio Vitier en el prólogo a Paradiso, edición cubana de 1991, página XXIII.
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