marzo-abril. año VI. No. 36. 2000


BIOÉTICA 

  

EL CORAJE

DE VIVIR

 

por P. Joaquín Gaiga.

 

              

 

Leí con interés, en el número de Vitral 33, el artículo de Mons. José Siro titulado: "El suicidio y otros atentados contra la vida". Con respecto al suicidio, la Iglesia, en este siglo, gracias al desarrollo de la sicología que nos ayuda a comprender mejor el comportamiento humano, se hizo más comprensiva hacia los suicidas. Es difícil juzgar hasta qué punto son éstos culpables delante de Dios de su trágica decisión. Más que juzgar, la Iglesia prefiere invocar por ellos la misericordia de Dios y actuar como Cristo: decidido contra el pecado pero siempre comprensivo hacia el pecador. Además, la Iglesia opta por estimular a las personas y a la comunidad a un examen de conciencia acerca de su responsabilidad ante estos fenómenos: "¿Qué hicimos, en qué faltamos para que un hermano nuestro llegara a tanta soledad y desaliento?" "¿Qué tenemos que hacer para que la cosa no se repita con otros?". Aun, la Iglesia ha vuelto a celebrar el funeral de los suicidas en el templo, después de haberlo omitido por cierto tiempo para subrayar la gravedad del pecado. Ha vuelto también a celebrar misas por los suicidas.

Personalmente, recuerdo haber presidido, entre otras, la misa de entierro de un profesor suicida. Se trataba de un colega de enseñanza en la secundaria, el mejor profesor de aquella escuela, bien preparado, cuidadoso en el trabajo, pero sujeto a frecuentes estados depresivos. Una de estas crisis psicológicas le resultó fatal. Concelebramos su funeral en la Iglesia tres sacerdotes, y estuvieron presentes todos sus alumnos, conmovidos y turbados, a quienes me tocó dirigir una palabra de aliento, inspirada todo lo que me fue posible en el Evangelio: "Tenemos confianza en que Dios, en su gran misericordia, no juzga la vida de un hombre por un solo gesto producido por un momento de gran decepción y amargura del corazón humano, sino por todo el conjunto de sus obras, conducta y palabras... Sin embargo, la infinita tristeza, desolación y las angustiosas interrogantes que dejan estas muertes, y por que de nuestras vidas tenemos que rendir cuenta a Dios, Él nos libre de la tentación de tan drásticas soluciones, y nos dé la fortaleza de vivirla y valorarla hasta el último respiro".

Llegado a Cuba desde Italia hace pocos años, durante mi estancia en Europa y el recorrido que pude dar por varios países, incluidos algunos muy desarrollados como Japón, me causó asombro el ver crecer en estos últimos decenios de manera tan preocupante el desprecio por la vida de los demás e incluso de la propia. Parece que este sentimiento crece junto al bienestar económico, fruto de una sociedad materialista, donde más que el ser vale el tener.

En Japón, por ejemplo, me contaban de muchos casos de suicidio de muchachos y sus madres juntos, por un sencillo fracaso escolar. En Europa, desde poco antes de los años 90, resultó impresionante el número de suicidios de jóvenes y adolescentes, a veces por motivos futiles. La abundancia de cosas materiales, unido a la pérdida de sentido religioso y de orientación al Bien Absoluto, junto a las múltiples facilidades que se ofrecen al niño, hacen que se omita la educación para el sacrificio, la preparación para enfrentar las inevitables dificultades y problemas que la vida presenta en la adolescencia, juventud y mayoría de edad. Desde ahí vienen tantas renuncias tempranas a la fatiga y al desafío de vivir, tantos gestos fatales. Si bien el bienestar y las facilidades humanizan la vida del hombre, la omisión de su sentido trascendente y del valor del sacrificio, lo despersonifican y matan en vida. Soy testigo de la dinámica y las modalidades de varios de estos suicidios, cuyas dramáticas consecuencias morales y psicológicas a veces tuve que compartir con los afligidos familiares y amigos de las víctimas.

La prensa de aquellas latitudes, con gran atraso y sólo en parte, se dio cuenta de cuántas locuras y delitos pueden fomentarse en mentes débiles, a consecuencia de la escandalosa lógica del mal.

En nuestra realidad este mal, extendido nacionalmente, no sale mucho en los noticieros, pero es preferible esto a los reportajes morbosos que no logran nada más que exacerbar, como quien quisiera eliminar la cizaña regándola y abonándola.

A los jóvenes que se enfrentan con las dificultades de la vida, no se les ayuda a superarlas si se les atiborra de ejemplos y modelos de existencia frustrados o ya superados históricamente. Se les ayuda brindándoles ejemplos positivos y vigentes.

"A grandes hazañas empuja el ejemplo de los valientes..." Así más o menos pueden traducirse las palabras con la cuales un famoso poeta de mi patria empezaba una de sus poesías que estudiábamos en la escuela. Y no recuerdo bien si fue él mismo u otro que, contando sobre su niñez y adolescencia, aludía a su escaso compromiso y provecho en la escuela. Le gustaba más el juego y el vagabundeo, pero un día, inspirándose en el buen ejemplo de otro, decidió comprometerse de verdad y, para mejor expresar la firmeza de su decisión, él mismo escribe:

"Até mi pierna a la de la mesa donde, sólo por la insistencia de mis padres, me sentaba para estudiar quedándome pronto aburrido, y quise siempre más, quise, y fuertemente quise..." Y fue gracias a este inquebrantable querer que el desganado estudiante logró transformarse en gran escritor y poeta.

Con respecto al querer vivir, al enfrentar con valentía toda tentación de quitarnos la vida o dañarla de alguna manera, con el alcohol, la droga, el desorden sexual, etc., los ejemplos que podemos sacar de los libros o de los recuerdos de nuestra vida, serían muchos y muy alentadores pero, leyendo el artículo de nuestro Obispo, no sé por qué, mi pensamiento se fijó en un ejemplo viviente con el cual me encuentro a veces caminando por mi pueblo de Los Palacios. Se trata de un hombre al cual hace años le cortaron las piernas. Y hace años también que, casi diariamente, desde su casita, que se encuentra hacia las afueras, llega al pueblo sentado sobre una humilde carretilla tirada por una oveja. Dicen que va a la tienda para "resolver" su pancito cotidiano, y las otras pocas cosas que le permiten sus escasos recursos. Apenas se divisa el perfil del pequeño hombre, de su sombrerito, el leve movimiento de sus manos al dirigir las riendas del manso animal, que camina lento y silencioso entre el bullicio de pasos apresurados, el zigzaguear de bicicletas y el irrumpir ruidoso de camiones y carros, algo sobrehumano parece aletear alrededor de aquel hombre que sufre con dignidad sin abatirse ni desesperarse.

De ese hombre de la carretita yo no sé muchas cosas. Tal vez por mi timidez y sentido de respeto por la privacidad sobre todo de los que sufren, nunca me atreví a preguntarle nada, cosa que sin embargo desearía. Por el mismo nudo de sentimientos nunca quise sacarle una foto para trasmitir a la posteridad una emblemática imagen de hombre profundamente aferrado a la vida. Con no menos estupor me pregunto: "¿Quién más que ese hombre, del cual imagino la fatiga de levantarse y disponer su pequeño gran viaje diario, quizás ayudado por algún familiar, nos recuerda que la vida, aun vivida en condiciones de sufrimiento y grandes carencias, tiene siempre su extraordinario valor?¿Quién más que este hombre puede dar sentido a la consigna que desde hace tiempo se ve a la entrada del pueblo: ´Los Palacios, lucha y resiste´?"

¡Adelante entonces pequeño héroe de la carretita! Tú y tu apacible oveja continúen regalándonos, de vez en cuando, la visión del sosegado paseo hacia el corazón de nuestro pueblo. Continúa recordándonos la entrada a su pueblo de Otro Humilde del cual el profeta anunciaba: "Mira, hija de Sión, tu rey viene a ti con toda sencillez, montado en una burra, una burra de carga, junto a su burrito." (Is. 62, 11) Continúa dándonos tu fuerte testimonio del Coraje de Vivir.