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marzo-abril. año VI. No. 36. 2000 |
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REFLEXIONES |
JUBILEO DE LA VIDA CONSAGRADA |
EL PROFETA ES EL HOMBRE DE LA PALABRA
HOMILÍA PRONUNCIADA POR MONS. JOSÉ SIRO CONSOLACIÓN DEL SUR, 2 DE FEBRERO DEL 2000
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Queridos hermanos y hermanas consagrados. Queridos fieles:
En el marco de las celebraciones del Año Santo Jubilar, nos reunimos hoy, día de la solemnidad de la Purificación de la Virgen Santísima, para celebrar el jubileo de la Vida Consagrada, es decir, de aquellos hombres y mujeres que con un SI generoso y radical, le han dicho "te seguiré" a Jesús que los llamó a vivir una vida consagrada por los tres votos de castidad, pobreza y obediencia. Escuchamos en el Evangelio proclamado cómo la Virgen Stma. lleva, junto con su esposo San José, al niño Jesús al templo para cumplir con el rito de la presentación según lo mandaba la Ley de Moisés. María ofrece al Señor a su Hijo Jesús, Hijo eterno del Padre, que la ha escogido a Ella, la humilde sierva, para dar a luz al Salvador del mundo, engendrado antes de todos los siglos, Dios verdadero, que toma carne en la purísima entraña de María para hacerse hombre verdadero. En este precioso y simbólico día en que María ofrece en el templo a su Hijo, la Iglesia ha querido que los religiosos y religiosas, es decir, los consagrados al Señor, le ofrezcan su vida como precioso don y se unan como singular familia para recibir las gracias especiales de este Año Santo. En el templo, la Sagrada Familia se encuentra con dos personajes que anuncian la presencia de Jesús. Son ellos, el anciano Simeón y la octogenaria Ana. Simeón, hombre bueno y piadoso vino al templo, inspirado por el Espíritu Santo, cuando los padres traían al Niño; lo tomó en brazos y bendijo a Dios con estas palabras: "Ahora, Señor, ya puedes dejar que tu servidor muera en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, luz para iluminar a todos los pueblos y gloria de tu pueblo Israel". Simeón felicitó a los padres y después dijo a María: "Mira, este Niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente. Será puesto como señal que muchos rechazarán y a ti misma una espada atravesará el alma". También, dice el Evangelio, Ana que tenía don de profecía, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la liberación de Israel. Queridos hermanos y hermanas, dos profetas anuncian a Jesús, dos personas mayores que no se habían cansado de esperar al Mesías. El Señor les concede la gracia de reconocerlo, de identificarlo y de alegrarse con su venida, encuentro que anuncia al reino que ha llegado. Reflexionemos brevemente sobre el don de profecía en todo bautizado y de modo especial en los consagrados: Por el bautismo los creyentes son enviados a trabajar por el Reino de Dios. Se les envía como pueblo profético que anuncia el Evangelio o discierne las voces del Señor en la historia. Anuncia donde se manifiesta la presencia de su Espíritu. Denuncia donde opera el misterio de la iniquidad mediante hechos y estructuras que impiden una participación más fraternal en la construcción de la sociedad y en el goce de los bienes que Dios creó para todos. El religioso, creyente bautizado, participa ya de esta consagración a Dios que le confiere una misión profética, sin embargo, a través de la profesión de los consejos evangélicos, quiere consagrarse más íntimamente al servicio de Dios y de los hermanos. Esta profesión de los consejos evangélicos no es otra cosa sino un modo peculiar de seguir a Jesús. En el Evangelio aparecen tres exigencias básicas para todo, oigan bien, todo seguidor de Jesús: 1ª relativizar los vínculos familiares (Luc 14, 26). 2ª relativizar las riquezas (Lc 14, 33). 3ª llevar la cruz (Lc 14, 17).
Son precisamente estas exigencias releídas bajo la acción del Espíritu Santo, presente en la Iglesia, las que hicieron surgir la vida religiosa. Esta relectura se hace en la reflexión sobre la doctrina de Cristo con sus exigencias de totalidad y en la contemplación de su ejemplo. Veamos, Él nace y vive pobremente; dedica su existencia y energías al servicio de los hermanos en una vida célibe, es decir, sin la atadura del matrimonio, y obediente a la voluntad del Padre. Los consejos evangélicos con los cuales Cristo invita a "algunos" a compartir su experiencia, exigen y manifiestan el deseo de una conformación con Él como forma radical de vivir el Evangelio. Las diversas formas de vida religiosa a lo largo de la historia vieron que un modo de interpretar y de llevar a la práctica las exigencias del seguimiento de Cristo les permitía imitar más de cerca y representar mejor el género de vida abrazado por el Hijo de Dios al venir a este mundo. Fue así como la exigencia de relativizar los vínculos familiares se expresó en el voto de castidad y en a vida comunitaria; la de relativizar los bienes se concretizó en el voto de pobreza y la de llevar la cruz en el compromiso de la obediencia consagrada. Aún en la época en que la consagración religiosa no se hacía a través de un voto de consagración global, estos tres aspectos del seguimiento de Jesús, se encontraban presentes en la conciencia y en la intención de quienes se comprometían en ese camino particular en la Iglesia. El testimonio profético de ese seguimiento peculiar de Jesús, se ha ido revistiendo de formas diversas, de acuerdo con las circunstancias históricas: vida monástica, órdenes mendicantes, institutos apostólicos y misioneros, institutos contemplativos, institutos seculares, pero siempre para presentar de un modo u otro la alternativa del reino, las exigencias radicales de un compromiso con sus valores; el radicalismo de una disponibilidad para la vanguardia evangelizadora. La necesidad de hacer inteligible su experiencia de Dios como el único absoluto; de comunicar su Palabra como respuesta a los desafíos de la historia y como cuestionamiento que sacude y suscita crisis purificadoras han exigido de la vida religiosa una fidelidad creativa como fruto de una conversión y un cambio de actitudes y de mentalidad. Así se explica el que el mismo compromiso de los votos se vaya entendiendo y viviendo con matices diversos en los diferentes tiempos, lugares y culturas, y tenemos por ejemplo la familia Franciscana, la Dominica, la Jesuítica, y en el caso de nuestra Diócesis la vida consagrada femenina representada de tan variada forma, como son las Pasionistas, las Mínimas, las hijas de la Caridad, las Misioneras de la Inmaculada, las Hermanitas de Jesús, las Carmelitas del Sagrado Corazón, las Misioneras de la Caridad, las Escolapias, etc. El problema no está en el contenido del testimonio profético, sino en el modo de presentarlo en las circunstancias cambiantes de la historia. Circunstancias que por otra parte, son diferentes en la misma época y que van desde las sociedades de abundancia y consumo hasta las de sociedades explotadas donde la injusticia mantiene en condiciones infrahumanas a vastos sectores de la población. En todas estas situaciones se hace necesaria una especial sensibilidad para escuchar la voz de Dios en los signos de los tiempos. Esto trae consigo la exigencia de un continuo examen, a la luz del evangelio, a nivel personal y comunitario, para ir quitando los obstáculos que impiden que se pueda percibir y comprender el testimonio profético de la vida religiosa. Con este trasfondo del testimonio profético de la vida consagrada, que es el seguimiento peculiar de Jesús, resulta más claro ver en qué sentido el religioso puede y debe ser, como los profetas bíblicos, hombres de Dios, de la Palabra y del juicio de Dios. Igualmente puede comprenderse mejor el testimonio profético de la vida comunitaria. De esta manera continuará en el tiempo el proyecto de Cristo, camino, verdad y vida, el único que puede crear un mundo nuevo. El profeta es, ante todo, el "hombre de Dios"; el que lo experimenta presente y cercano en la historia. Si buscamos la raíz última y la fuente de la vida religiosa nos encontraremos que no es otra que una profunda experiencia de Dios. Sin ella no se entienden su papel carismático y profético en la Iglesia. El religioso cumplirá su misión profética en la medida en que esté radicado en la experiencia del Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Dios de las bienaventuranzas, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos, que ama a los ingratos y malos. El Padre cuyos caminos no son nuestros caminos, que nos quiere transformar en hijos suyos, en hermanos de los demás y que hace colaborar todo para nuestro bien. Ese Dios que continúa revelándose en la realidad en la que está presente. Cuyo rostro aparece también en las situaciones de conflicto, en los problemas sociales, en los desafíos de un mundo secularizado, en los signos de los tiempos. Con una experiencia de Dios en contacto con la realidad el religioso podrá ir descubriendo su rostro revelado en Cristo y se irá haciendo cada vez más capaz de testimoniar proféticamente esa experiencia radical. Ser profeta no es transmitir verdades o dogmas sin comunicar y proclamar la experiencia de Dios y sus exigencias. Al vivir la oración como un escuchar a Dios para después comprometerse con los hermanos, los consagrados podrán vivir esta característica del profeta bíblico y encontrarán en la oración como actitud de vida, una fuerza que genera disponibilidad para afrontar los caminos imprevisibles del Espíritu, que a veces serán los caminos que nos llevan por la calumnia, el ultraje, la ofensa, como en estos días ocurre con las religiosas. Serán así profetas de un mundo nuevo abierto a Dios como fuente de entrega al servicio de los demás en la transformación de la realidad, aún la nuestra, la que vivimos en éste aquí y éste hoy, tan difícil, y a veces tan desconcertante. "No pierdan la esperanza, les decía el Papa en su Visita a nuestro País, ante la falta de medios materiales, ni por la escasez de recursos, que hace sufrir a gran parte de este pueblo". El profeta es el "hombre de la palabra". Una palabra que revela y anuncia el proyecto de Dios. Dios tiene un proyecto que se va abriendo paso en la historia. Esta orientado a toda la humanidad y se concretiza en un nuevo tipo de relaciones con Dios, con los demás y con el mundo. En las relaciones con Dios, el hombre cae fácilmente en una actitud fatalista que lo lleva a considerar la historia y la vida como algo que se le impone y que debe respetar pasivamente. Al mismo tiempo la consideración de un Dios creador y omnipotente hace surgir en él el miedo y el temor. Además, la perspectiva de la muerte lo hunde en la angustia de quien ve en ella el final de todo. Dios quiere que tengamos una actitud de hijos responsables que asumen su papel y misión en la historia, que se relacionan con Él con la confianza de saberse amados. En este mismo proyecto de Dios, las relaciones con los demás deben pasar de la separación, división, odio e indiferencia a la unión, amor, fraternidad de una familia, de un pueblo. Finalmente, las relaciones con los bienes, con lo material, se orientan en una línea divina. El hombre debe pasar de un uso de los mismos que lo aliena, lo esclaviza, lo lleva a oprimir a los demás, a un uso en la libertad que lo hace compartir las cosas con los hermanos en una sociedad justa y humana para m todos. Ser hombre de la Palabra implica para el consagrado el anunciar continuamente el Reino de Dios como un proyecto y trabajar para que se vaya abriendo paso en la historia. La vocación profética de la vida religiosa le exige ser signo e instrumento de ese proyecto de Dios dentro de la Iglesia y el mundo. El profeta es el hombre que provoca la crisis al denunciar todo lo que se opone al proyecto de Dios. La consagración religiosa permite al religioso tener una disponibilidad para correr los riesgos del anuncio y la denuncia profética y una libertad evangélica para realizarlos. La "Evangelii Nuntiandi" al hablar de los religiosos en el número 69 nos dice: "Gracias a su consagración religiosa, ellos son voluntarios y libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra... se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos". En el documento postsinodal "Vita Consecrata" los votos y la vida comunitaria son puestos en relación con la Santísima Trinidad. Las personas consagradas están llamadas a confesar la trinidad con la fe y con la vida de vocación en una llamada del Padre para seguir al Hijo, consagrados al Espíritu. Uds., queridos hermanos y hermanas consagrados, tienen una palabra profética que decir a este pueblo que hoy comparte su ofrenda y júbilo, que la vida humana –a pesar de todas sus contradicciones- tiene un sentido actual y trascendente y que el señor Jesús es la meta de la historia. En este esfuerzo por responder al señor, contemplemos a María, hoy y siempre, profeta de los caminos de Dios en la historia, Virgen magnánima del Magnificat, como "estrella de la Evangelización siempre renovada". María acompaña siempre nuestra historia. Ella es para nosotros modelo de auténtico profetismo de un cielo nuevo y una tierra nueva. Que Ella bendiga la consagración de Uds. Y el compromiso de todos de ser santos como el Padre Celestial. Así sea.
Consolación del Sur, 2-II-00 A.S.J. |
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