marzo-abril. año VI. No. 36. 2000


POESÍA

  

 

JOSÉ LEÓN DÍAZ

 

  

     

En el rasguño del parto ya estaba el silbido de su saeta, siempre encajando el alba de nuestros pies en un invisible cerco, trampa oculta después de la sonrisa.

Nadie sabe de este cazador ajeno a praderas tormentosas —sólo se le conocen algunas batallas de escasos huesos, un poco de sueños y también de hígado y responsos—. Nadie lo descubre en las goteras que inundan de años y minutos esta casa; y así, inocentes, avanzamos con el cuerpo mutilado por su mirada. Avanzamos sin distinguir el camino y las mordeduras, sin sospechar su próxima broma: servirnos una ensalada de llagas y cardenales, simulando lorquianos carámbanos de plata.


 

 

ENTRE LEVE Y SIENA

 

Frágil bailarina contra el ámbar

luz que se despeña por el torso

cercano al que una vez anticipara Degas.

Entre leve y siena también está sentada

desatando, no alígeras zapatillas

sino toscas botas.

 

En el siena parece que se dispersa

entre cenizas y coruscos

como un halo de polvo, tan leve.

 

La muerte, que también la acecha

encierra este deshacerse, el despacioso desenfreno

como si intentara recorrer el mundo, conquistarlo

aún en la levedad de una danza próxima al crepúsculo

después del ámbar.

 

El mismo halo, el polvo, que ahora asoma

entre leve y siena

en los frágiles pasos de la bailarina

calzada por toscas botas que la aprisionan.


 

VIVIENDO SIN LEONES

 

(fragmento)

 

II

 

comprendes que te has equivocado nuevamente

ganas de saltar las páginas

olvidar las garras, engavetar

porque uno siempre tiene que inventarse un futuro

/luminoso

con cielo color rosa y todo.

Pero Dios, ¿dónde lo encuentras?

¿dónde la ciudad de las agujas?

Sólo quedan flechas enloquecidas

cuchillos en la tarde

no ha sido más que otra jugada.

 

Aférrate otra vez, intenta ser una nueva sombra

Aférrate hasta perder los deseos

Hasta que sientas cómo nadie te hace caso

—tu discurso no es con las paredes

sino contigo mismo—.

Y cuando estés harto del mundo opaco de aquella voz

de entregarte a entusiasmos de préstamo

cuando no queden más que tres chistes

cuando no puedas con los árboles de tu espalda...

la sombra seguirá rabiando.


 

 

CÁLIZ

 

Getsemaní, aquella noche

pudo estar enmarcada en las enmohecidas

maderas de mi ventana:

un naranjo, cables eléctricos y la rugosidad de los muros

despojando a las tinieblas algunos contornos.

Un tosco galpón, horribles tejas de cemento

ampararon a aquellos hombres.

Se preguntaba entonces uno de ellos

si partiera,

en cuántas ventanas no hallaría recortados

el mismo galpón, similares compañeros, aquella noche

y la chusma que lo seguía a todas partes.

Si partiera,

pero entre las briznas estaba aquel brillo

su reflejo en el filo de las calles

el sorbo, la infamia, ya en las comisuras.

Si partiera, a cuestas con el mohoso marco

cuántas bocas, labios como oscuros juguetes

cuántos oídos, ya sordos

porque los suyos tornáronse ovejas apagadas

y los ojos, claro, los ojos aherrojados

incapaces de palpar otra noche

de descubrir aquel brillo entre la hierba.

Si partiera,

el grito envejecería perdido entre la multitud

nos habitaría una celda mucho más estrecha, tan profunda.

Getsemani, comprometedoras preguntas a la noche

¿por qué nos lo ofreces, Señor, nadie lo busca?

¿estamos siempre sujetos al tormento de su amargo?

Y se escuchaba otra voz: "nadie lo encuentra

no lo creas, es otra repetición y otra". Dudó.

La ventana –el reiterado rectángulo—

escondía aún el tibio sabor humano, guardaba

el aroma de cenas furtivas, cigarros compartidos

desasosiego de las caricias, jugo de los amantes...

 

Buscó aquel reflejo, lo amargo todavía estaba

muchos dioses tan bárbaros como familiares

sangrarían juntos en esa única herida.

Iba amaneciendo en todas las ventanas

Ya el traidor llega envuelto en sus lanzas.


 

JAURÍA (1)

 

ahora son veinte mil los perros

y tenemos que seguir alimentándolos.

Apenas una verja nos separa de sus fauces

de su sentencia inexorable

sorda voltereta de ecos.

Sobre las franjas hay malezas

hay lo procaz en los labios infantiles

tanto gesto inútil, las manos crispadas

y los veinte mil colmillos

siguen ocultándonos en el silencio

¿o acaso en los ecos?

 

Una verja y las palabras se desvanecen

vuelven como flores o pesadillas

al vientre de una madre prejuiciosa.

¿y, si vinieran ellos?

Sólo una orden y se quebraría la alquimia

este doble cerco que tremola:

nosotros, sobrevivientes al acto de nacer ladridos

pero siempre velados por veinte mil gargantas

siempre eligiendo si trocar los pies, las llagas

por el humo. O amanecer anhelantes

con manos nunca vistas poblando nuestras manos.

 

(1)A partir de unas reflexiones de Cintio Vitier en el prólogo a Paradiso, edición cubana de 1991, página XXIII.