septiembre-octubreo. año VI. No. 33. 1999


RELIGIÓN

 

 

EL DIOS DE JESUCRISTO

O LAS CARICATURAS DE DIOS

 

por P. Manuel H. de Céspedes García-Menocal

 

 

He conversado con muchas personas acerca de Dios. (Sé que alguno pensará: ¿De qué otro tema puede hablar un cura?) Puedo decir que me he encontrado con personas que no creen en Dios y con personas que lo rechazan. Pero debo decir que son las menos. Esa es mi experiencia.

El problema de la existencia de Dios es problema del hombre. Gústele o no, el hombre toma postura ante Dios. El rechazo de Dios, el ateísmo y aún el agnosticismo son tomas de postura ante el problema de la existencia de Dios. Sin pretender ignorar esas posturas, aquí quiero tratar de lo que más comúnmente me he encontrado al conversar acerca de Dios. Me da la impresión de que muchas personas no conocen al Dios de Jesucristo y sí conocen caricaturas de Dios. Hay personas que tienen la idea de que Dios es un ser supremo, impersonal, que no se preocupa de los hombres; él está allá y nosotros aquí. Hay personas que piensan que Dios es algo así como un gran mago de quien, por medio de gestos y fórmulas "mágicas", se puede obtener lo que se desee. Hay también quienes piensan que Dios es un amo todopoderoso, misterioso y terrible que nos tiene destinados a la felicidad o a la desgracia y ese destino no podemos quitárnoslo con nuestras decisiones. Otra forma de considerar a Dios es la de aquellos que dicen que se encuentran con él en la oración, el culto, el templo y ahí se queda; nada tiene que ver con el comportamiento diario de la persona humana en la historia de la que forma parte y que construye con otros; en ésta vive y toma decisiones el hombre sin tener que ver con Dios. Abundan quienes opinan que Dios es un juez severo que las guarda todas para vengarse del hombre y castigarlo, por eso hay que tenerle miedo.

Estas y otras caricaturas de Dios difieren bastante del Dios que nos ha revelado Jesucristo. El deseo de conocer bien a Dios le fue planteado a Jesús por Felipe. "Felipe le dijo: ‘Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta´. Jesús respondió: ‘Hace tanto tiempo que estoy con ustedes y ¿todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo, pues, dices: Muéstranos al Padre? No crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les he dicho no vienen de mí mismo. El Padre que está en mí obra por mí. Créanme: Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí. Al menos créanlo por mis obras". (Jn 14, p.11). Así pues, ver a Jesucristo, conocerlo a él es la vía para conocer a Dios que es Padre. Y para mostrarnos a Dios, Jesús vivió en nosotros "haciendo el bien" (Hch 10,38).

¿Cómo conocer a Jesucristo? Leyendo y meditando los Evangelios que nos hablan de su vida y su mensaje; leyendo y meditando los otros libros del Nuevo Testamento que nos hablan de la fe y la vida de los primeros discípulos suyos que fueron conformando la Iglesia; leyendo y meditando el catecismo, la doctrina de la Iglesia acerca de Jesucristo. Y no sólo eso sino, como recomienda San Pablo, teniendo "los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Flp 2,5). Y este estilo de vida compartirlo en la comunidad eclesial que vive para servir a la sociedad.

En efecto, se puede saber mucho de la Biblia y no conocer a Dios. Por eso, otro discípulo de Jesucristo, que había entendido bien la respuesta del Maestro a Felipe, dice: "Amémonos los unos a los otros, por que el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor. Envió Dios a su Hijo único al mundo para darnos la Vida por medio de él. Así se manifestó el amor de Dios entre nosotros". (1Jn 4,7-10a).

Un servicio que la Iglesia está obligada a prestar a la sociedad es precisamente anunciar (aquí en este "país de misión" que es Cuba) al Dios de Jesucristo. Anunciarlo aquí en esta isla habitada por personas que en su inmensa mayoría son religiosas pero desconocedoras del Dios de los cristianos.


 

"UNA PALABRA DE AMOR A CHILE"

TESTAMENTO ESPIRITUAL DEL CARDENAL

RAÚL SILVA HENRÍQUEZ

 

 

Mi palabra es una palabra de amor. He buscado a lo largo de mi vida amar entrañablemente a mi Señor. A Él conocí desde niño. De Él me entusiasmé siendo joven. A Él he buscado servir como sacerdote y como obispo. Si tengo una invitación y un ruego que hacer con vehemencia es precisamente este: que amen al Señor. Que conozcan su palabra. Que lo escuchen en la oración. Que lo celebren en los sacramentos. Que lo sirvan en los pobres. Y que pongan en práctica su Evangelio en la vida de todos los días.

Mi palabra es una palabra de amor a la Santa Iglesia. Fue la iglesia doméstica en mi familia, la que me enseñó a orar y a servir. Fue la iglesia la que me educó en el amor y me regaló la fe. Fue la iglesia la que me llamó, por el ejemplo de Don Bosco, a servir a los jóvenes y a los pobres. Fue la iglesia la que me dio grandes responsabilidades a pesar de mis limitaciones. Fervientemente eso les pido: amen a la iglesia. Manténganse unidos al Papa y a sus obispos. Participen activamente en la comunidad eclesial. Tengan misericordia con sus defectos, y sobre todo sepan apreciar su santidad y sus virtudes. Procuren en todo momento que ella proclame con alegría y entusiasmo la buena noticia que su maestro le encargó anunciar a todos.

Mi palabra es una palabra de amor a Chile. He amado intensamente a mi país. Es un país en su geografía y en su historia Hermoso por sus montañas y sus mares, pero mucho más hermoso por su gente. El pueblo chileno es un pueblo muy noble, muy generoso y leal. Se merece lo mejor. A quienes tienen vocación o responsabilidad de servicio público les pido que sirvan a Chile, en sus hombres y mujeres, con especial dedicación. Cada ciudadano debe dar lo mejor de sí para que Chile no pierda nunca su vocación de justicia y libertad.

Mi palabra es una palabra de amor a los pobres. Desde niño los he amado y admirado. Me han conmovido enormemente el dolor y la miseria en que viven tantos hermanos míos de esta tierra. La miseria no es humana ni es cristiana. Suplico humildemente que se hagan todos los esfuerzos posibles e imposibles, para erradicar la extrema pobreza en Chile. Podemos hacerlo si en todos los habitantes de este país se promueve una corriente de solidaridad y de generosidad. Los pobres me han distinguido con su cariño. Sólo Dios sabe cuánto les agradezco sus muestras de afecto y su adhesión a la iglesia.

Mi palabra es una palabra de amor especial a los campesinos que trabajan con el sudor de su frente y con quienes compartí desde mi infancia. En ellos hay tantos valores que no siempre la sociedad sabe apreciar. Quiero pedir que se los ayude y se los escuche. A ellos les pido que amen y que cuiden la tierra como un hermoso don de nuestro Dios.

Mi palabra es una palabra de amor a los jóvenes. En los primeros y en los últimos años de mi ministerio sacerdotal a ellos les he dedicado de un modo especial mi consejo y mi amistad. Los jóvenes son buenos y generosos. Pero necesitan del afecto de sus padres y del apoyo de sus profesores para crecer por el camino de la virtud y del bien. La iglesia y Chile tienen mucho que esperar de una juventud que está llamada a amar con transparencia y cuya voz puede ser desoída.

Mi palabra es una palabra de amor a mis hermanos y a los sacerdotes que con tanto celo sirven a su pueblo. Doy gracias a quienes colaboraron conmigo en tantas tareas hermosas que emprendimos, primero en la amada Iglesia de Valparaíso, y después en esta muy amada Iglesia de Santiago. A los laicos que lealmente me dieron su amistad y su cooperación les deseo que su trabajo sea comprendido y valorado. Que no se cansen en su servicio. Y que cuiden de un modo especial a sus familias.

Mi palabra es una palabra de amor a todos. A los que me quisieron y a los que no me comprendieron. No tengo rencor. Sólo tengo palabras para pedir perdón y para perdonar. Sólo tengo palabras para agradecer tanta bondad que he recibido.

A la Virgen Santa me encomiendo, ya que ella es el auxilio de los cristianos.

A todos les doy mi bendición en el nombre del Señor.