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septiembre-octubreo. año VI. No. 33. 1999 |
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LECTURAS |
GERARDO PIÑA ROSALES Y SUS LABORES EN PRO DE LA LENGUA ESPAÑOLA EN AMÉRICA
por Leonora Acuña de Marmolejo
Conocí a Gerardo Piña Rosales en la Universidad de Columbia, durante el acto de investidura de dos nuevos miembros de la Academia Norteamericana de la Lengua Española: Emilio Martínez-Paula y José Amor y Vázquez. Ya lo conocía en su proyección, porque hasta ese momento había seguido con reconocimiento y admiración su trayectoria luminosa. La Línea de la Concepción, ciudad de España (Cádiz), muy próxima a Gibraltar, lo vio nacer el 3 de diciembre de 1948. Pasó su infancia en Málaga e hizo su bachillerato (1963-1969) en Tánger (Marruecos), adonde su familia había emigrado. Cursó luego estudios universitarios en las Universidades de Granada y Salamanca (1968-1972). En 1973 vino a residir en Nueva York, donde se encuentra afincado hasta el presente. En el Queens College, de la City University of New York, se licenció en lengua y Literatura española (1977), y más tarde obtuvo su Maestría en Filosofía por el Centro de Estudios Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (1982). Se doctoró -con una tesis sobre la narrativa española del exilio- por el mismo Centro de Graduados CUNY. A esta preparación académica, añade estudios de música realizados en Tetuán, Tánger y Madrid. Como un embajador itinerante en su andadura docente y humanista, con noble ambición e inquietud visionarias, Gerardo Piña avizora desde el ámbito de su quehacer, tratando de encontrar caminos y soluciones honestos e idóneos, en su denodado empeño para que la palabra de nuestra lengua continúe siendo fértil semilla que se reproduzca con feracidad, integrando nuestra América hispana con el pálpito de España. Impele su barca la angustia por salvar nuestro idioma español y rescatarlo como el factor imbricante y aglutinante que en sentimientos, anhelos, ilusiones, pasiones y atavismos nos identifica con la «Madre España», como amorosamente aprendí a decir desde mi infancia en mi amada Colombia al referirme a esa tierra cuyo ideal fue el de implantar y divulgar, en rico mestizaje, su lengua y su cultura por todo el territorio americano. Algunas veces su palabra ha sido hasta desafiante, para despertar y concientizar a los hispanohablantes de América sobre la trascendencia cultural de nuestro idioma, no sólo a instarlos a que no se conformen con las crecientes estadísticas, millonarias numéricamente hablando, que representan su presencia en los Estados Unidos, sino también a luchar por un poder equilibrante a fin de que seamos una sola voz, una voz que ruja con valentía leonina, una voz que por su calidad, fuerza y resonancia sea digna, y por ende, escuchada y respetada. En su discurso «No sólo de inglés vive el hombre», pronunciado durante el Acto de Entrega de Premios del XXXII Certamen Literario Internacional «Odón Betanzos Palacios», que patrocina el Círculo de Poetas y Escritores Iberoamericanos de Nueva York, Gerardo Piña hace un llamado a los hispanohablantes para que defiendan nuestra lengua: «Aunemos nuestros esfuerzos -dijo- en defensa del español, la primera lengua europea que se habló en lo que hoy constituyen los Estados Unidos. Los hispanos -¡a ver si se enteran algunos de una vez!- no hemos sido, ni somos, ni seremos nunca extranjeros en Norteamérica». Con persistente determinación, Gerardo Piña trata no sólo de que nuestra presencia, con todo el acopio de nuestra lengua y cultura, no quede ahogada en el anonimato de un número de «Social Security», en esta absorbente ciudad tentacular que, con avidez e indiferencia a la vez, parece tragarse a sus habitantes, sino de que, superándose, traspase la periferia en que parece dormir indolentemente y penetre con dinamismo hasta el corazón mismo de esta ciudad de míticos contrastes, de caprichosas simbiosis, de proteicas culturas, de sutiles eclecticismos y de extrañas paradojas. Otro de los ideales de Gerardo Piña es luchar para que sea abolida la estéril dicotomía disociadora entre literatura española e hispanoamericana, abogando por nuestra unidad lingüística, guardando comunión de conceptos con su amigo Odón Betanzos Palacios -Director de la academia Norteamericana de la Lengua Española-, quien ha manifestado que no puede haber fronteras cuando se habla una misma lengua. En su ensayo «Querida y vieja lengua mía», Gerardo Piña afirma que «españoles y americanos forman una sola familia, y como tal, somos parte de la Comunidad Hispánica de Naciones». Con admirable capacidad y facundia narrativas, Gerardo Piña también nos deleita con textos de creación. Valgan como ejemplos su enigmático cuento «African Queen» y su inclasificable texto «Nueva York, parada y fonda». En «Mis lecturas del Quijote» nos recrea, con gran imaginación y poder evocativo, su infancia malagueña y su adolescencia tangerina. Refiriéndose a su pasión por la lectura, cuenta que en aquellos años vividos en un internado que dirigían los padres marianistas en Tetuán, fue tildado con el mote de «rebelde» porque se negaba a pasar los recreos pateando una pelota, en lugar de imbuirse, como era su deseo, en la lectura de un buen libro. Y recuerda, con cervantina ironía, que el castigo que se le imponía por aquella conducta rebelde era el de quedarse encerrado en la biblioteca, entre cuyos anaqueles descubriría una vez más, para su regocijo, la gran obra del Manco de Lepanto. La prosa de Gerardo Piña brota espontánea, medular, rica y milagrosa como de un hontanar, podemos medir su pulso, el noble y generoso aliento que lo animan. Con el don de la palabra ha alcanzado la verdadera libertad. Aprecio en grado sumo -como poeta que soy- el concepto que Gerardo Piña Rosales tiene de la poesía. En una entrevista realizada por el destacado periodista ecuatoriano Gilberto Crespo, el entrevistado manifiesta: «Para mi, la poesía (aunque en sensu estricto no me considero poeta) constituye el nivel más alto de comunicación que puede alcanzar una lengua. No creo que exista, dentro de los diversos planos lingüísticos, un medio superior a la poesía para lograr la comunicación humana». Como lo amerita su vasta acción humanista en pro de la preservación, difusión y mejoramiento de nuestro idioma, Gerardo Piña Rosales es miembro de numerosas asociaciones como ALDEEU (Asociación de Licenciados y Doctores Españoles en Estados Unidos), Instituto de Escritores Latinoamericanos, Círculo de Cultura Panamericano. Desde hace años es presidente del CEPI: Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York. En 1992 ingresó como miembro de número en la Academia Norteamericana de la Lengua Española y como correspondiente de la Real Academia Española. Como una anécdota especial he de decir que el verano pasado lo invité a mi casa de Levittown junto a otros amigos que se identifican conmigo en la misma inquietud literaria y artística. Muchos de estos amigos quieren entrañablemente a Gerardo Piña, lo aprecian y se sienten orgullosos de él. Con su voz y acento tan andaluces -tan españoles- y esa carismática sencillez que deja traslucir la hidalguía de los grandes nos mantuvo a todos ansiosos e interesados en un placentero diálogo que hizo momentos las horas. Ni que decir tiene que algunos de mis amigos que aún no lo conocían quedaron prendados de su magnética personalidad. Y como si su palabra no fuera suficiente, en aquella plácida tarde estival, Gerado Piña nos deleitó, a la guitarra, con los aires flamencos de su tierra. Gracias a la magia de su música, nos sentimos, una vez más, miembros de una misma familia. LA OBRA NARRATIVA DE S. SERRANO, DE GERARDO PIÑA ROSALES por Ordón Betanzos Palacios
Libro serio en el rigor y claro en la exposición es el que nos ofrece Gerardo Piña Rosales, al estudiar la obra de Serrano Poncela. El título, La obra narrativa de S. Serrano Poncela. Crónica del desarraigo. Y nadie mejor para adentrarse en la obra de este narrador que el profesor y escritor Gerardo Piña Rosales: por la pasión en el desentrañe de las raíces, cauces y efectos de nuestro más grande desastre nacional, que eso fue nuestra Guerra Civil del 36. Y dentro de la Guerra Civil, los exiliados españoles por el mundo y los creadores literarios en particular. Gerardo Piña intenta -y lo logra- meterse corazón adentro del personaje estudiado (Madrid, 1912, comisario socialista durante la Guerra y fallecido en Caracas en 1976). Y lo logra por sus conocimientos de nuestra realidad histórica, por el rigor de la imparcialidad y por el tesón al seguir los impulsos y hechos -vivenciales y literarios- marcados por la conciencia del estudiado. Y esto de la conciencia tiene una importancia substantiva en la obra. La conciencia, el peso de las acciones tomadas en su día por el escritor, girará de manera permanente, en todo su quehacer. Y veremos, a través de varios personajes analizados, el carácter de Serrano Poncela, la fuerza que lo mueve al crear, la Guerra en su pensamiento y en su acción, la vida troquelada por la gran tragedia nacional, que eso fue nuestra Guerra, y que cambia y dirige la vida de este hombre en su quehacer y conducta. El carácter de Serrano Poncela pasará a los seres literarios que crea y, de la misma forma, sus desastres antiguos y un latente sentimiento de culpa aunque la culpa fuera de la sociedad que lo había troquelado y formado. Al asumir un puesto de mucha responsabilidad en la Guerra, con sólo veinticinco años, le da el talante a la hora de la acción, la forma violenta de encarar los asuntos y lo exaltado en gustos y maneras. Erotismo y sensualidad en su obra; pasión culpable; mitificación de la historia. El mito se confunde con la realidad y entra en la obra como nueva realidad. Piña sigue las huellas del estudiado; le da el valor que merece a una obra seria; lo encuadra, lo reconoce, lo airea. Así nos pone al descubierto lo fantástico y lo surrealista en su obra; lo fino del humor que llega y se enrosca en ironía de sus Seis relatos y uno más; Los huéspedes, con prosa vanguardista de la segunda época y con inclinación al intelectualismo deshumanizado en prosa brillante; los estupendos cuatro relatos de La venda, que rondan entre el patetismo y la ironía inspirados en la Guerra Civil; existencialismo en un fatalismo estremecedor en el atormentado pensar del sacerdote Hipólito, personaje central que Piña lo encaja en «su luciferina soberbia» y el que esto escribe lo ve con la conciencia traspasada de su mismo creador. Explicación, análisis y claridad en la variedad de temas y personajes. Gerardo Piña va, siempre, al lado del escritor, para medirle los pasos y más importante todavía, el pensamiento y la conciencia. Pesa, pesa sobre el autor la Guerra Civil, la muerte, el exilio. Una de sus narraciones, «Prisioneros de guerra», con el dolor en la frente y de cara; otra «El retorno», del idealista, literato y hombre de acción tomado por la policía de la dictadura y que al regresar a la patria se da cuenta que el mundo de su día es ya diferente al de ayer. Quizá el testimonio más claro de la vida medida por la conciencia del autor esté en La raya oscura (1959), localizada en las Antillas, con narración estupenda, donde el autor, a mi manera de ver, alcanza su punto más alto. Elogian la obra dos valiosos críticos: Pere Gimferrer y José Domingo. No así Eugenio de Nora. He aquí el comentario hondo de Gerardo Piña a las observaciones de Nora: «El artista no tiene por qué ofrecer soluciones a los problemas que plantean sus obras», atinada aclaración que puntualiza la libertad del autor a la hora de crear, sin sometimiento a ideas tenidas como norma sin pensar en individualidades. Estimo que el creador literario no es -ni tiene que ser aunque puede ser estadista- definidor de hechos: es sólo -y en ese sólo está la inmensidad-, el que hace vivir donde no hay ser, donde no hay vida. En esta obra la visión de las Antillas queda vista por el autor con el prisma de las tensiones, con enraizamiento de su suelo nativo y con su espacio cercado por la soledad. Piña Rosales se adentra en esos personajes con vida dada y marcada por el autor: Escobedo, Casilda, don Luis Barreto, calor, calor como personaje insistente, Don Francisco Mompou, su Zopilote, con una vida más honda y firme que la que nos deja ver su insignificante presencia de aparente sirvienta. Vemos Gerardo Piña nos pone delante de la conciencia el pensar y el decir de Serrano Poncela: en ello la fascinación permanente por la corruptibilidad ante la muerte, vista a través de las enfermedades y muerte de Mompou (que tanto se asemeja a la de Felipe II, en El Escorial); ante los personajes deformados de Serrano Poncela: leprosos en La venda; Moisés, el jorobado; Prisca, la enana; Damián, el tullido; los borrachos del Bowery, barrio de Nueva York. El amor, la muerte, la conciencia, la tensión, la soledad, la Guerra, el exilio, la vida marcada, son las líneas más visibles en la obra de Serrano Poncela. Gerardo Piña ha sabido y podido acercarse y medir esa obra intensa de un creador de nuestro mundo, maltratado por la realidad de su patria y de su tiempo. Así lo ve, lo estudia y retrata en la curiosidad por los submundos del budú, en la escalofriante narración de «La Bonne Ercilie», diosa en estatuilla con la que duerme el rico haitiano Arístides, para seguir contando con la protección en riqueza de la diosecilla. Gerardo Piña ha calado la obra estudiada a cabalidad. Se aproxima a la clave del pensar y ser de Segundo Serrano Poncela al recalcarnos las palabras de Tomás Dídimo Balsaín, personaje básico en la novela póstuma del autor, La Viña de Nabot, donde la viña es España; Nabot su dueño y Jezabel el ambicioso enemigo. He aquí las preguntas del joven idealista: ¿Quién es culpable? ¿Por qué muero? tan en el pensar y en la tensión del vivir en muerte del escritor estudiado. Libro de méritos el que reseñamos, de análisis de la obra completa de un gran narrador martirizado de sí mismo, con la visión permanente de su hacer en el pasado y con la creación literaria como solución y fuga para demostrarse. |
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