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septiembre-octubreo. año VI. No. 33. 1999 |
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EPIFANÍA DEL ARTE TEÚRGICO (ANALECTA DE UN MANIFIESTO)
La teleología del arte mágico-poético es la plegaria y el suspiro de las más altas aspiraciones humanas, del alma artística en el viaducto de la resurrección flamígera que desliga la piedra cúbica y cabalística de la verdad histórica del hombre. Una meta-finalidad cósmica de la belleza que une y separa el fin como el principio del universo. Pero el tao del microcosmo esotérico lo posee la reina y sacerdotisa del templo que pulsa la gnosis estética del tarot de los alquimistas-artistas. El camino sobreviviente del arte que germina luz, vida y amor a final de siglo y milenio, para convertir el oro artístico-filosófico de la flor de lis en el samadi resplandeciente de la flor de loto, que insta las invocaciones del jardín levitante y pictórico más secreto de la creación, el oficio demiúrgico que el Nous-Paráclito de la teología del arte irradia nuestro mundo existente con las bendiciones cosmosóficas de la realidad sublime, desde donde brotan las inmanentes visiones de las formas y colores que animan el espíritu de creatividad y audacia de la joven y talentosa artista Odalys Hernández Fernández (Ciudad de La Habana, 1967), que ahora nos ilumina, nos clama y nos profetiza que la existencia de los mundos ardientes y simbólicos están aquí, y respiran en la alquimia artística y visual de sus obras, en la síntesis colorista y compositiva de sus signos y figuraciones, junto a otros temas precisos, intelectivos y conmovedores que conforman el amplio expresionismo-intuitivista de la creadora, y que se expresan más allá del laberinto y de los muros de Malkuth, el reino de la imagen que trasciende el micromundo existencial, que la imaginería dimensional y exuberante de su místico diálogo interior le inspira, con una nueva perspectiva ontológica del color, la luz y la figura. Profundos augurios de su instintiva creatividad, nos asaltan, y nos hablan de su afán por la obra espiritual del hombre y de la humanidad; que surge en la experiencia mística de Odalys, como una fe optimista y epigénesis en el porvenir. En esta evidencia palpitan y acaso laten como la isla de Galapa, y vibran por las predestinaciones de los cromologos, los Devas del color y la sabiduría, con la gema zoroástrica, medieval y bisantina que plasma divinamente en sus lienzos dorados y astroníveos, en sus grabados herméticos y astrales (zodíaco), y como sustancia hiperestesia exalta lo real del mundo invisible, y el inefable dibujo entreteje la plenitud de la reminiscencia suprasensible, de la belleza conquistadora, la estesiología (tratado de la sensibilidad) que es la jerarquía archimágica por donde destilan también sus sentimientos y maravilloso lirismo; en la eterna búsqueda del pleroma y del reino teopictórico. De este modo, Odalys Hernández con el axioma de Shambhala nos pinta el camino de la espiritualidad de la nueva mística, del arte fabuloso del centauro que busca la reintegración de su ser, y nos señala: «si tienes algo que decir, podrás manifestar tu mensaje a pesar de todas las condiciones del mundo. Pues, lo importante, es tener alguna verdad que decir. Esta es la forma y la realidad, porque el mundo es una metáfora». Existe el sutil universo del color que irradia vibraciones, pensamientos y que celebra el canto secreto de la luz, de las líneas, la composición estética y el equilibrio de la obra de arte en las bodas místicas del pincel, la paleta esencial de las ideas como génesis del manto de vitral, que nuevamente expresan el ritmo, el énfasis de las formas refulgentes, la unidad y la diversidad del cromatismo, el espacio interior de las manifestaciones espaciales, la perspectiva y la superficie. Todo es palpable en el recinto del ente real, la auténtica visión que nace del macrocosmo con matices, texturas e iluminaciones visuales tan inefables como las constelaciones expresan en su divino recorrido nocturno, igual a la simiente nupcial de la sustancia metafísica inmanifestada, que lleva la cocción de Isis prendida en el vuelo de la esfinge, que no es otro hechizo de Odalys, sino el propio encanto vital de la síntesis teomágica trazando la espiral del renacimiento futuro, la nostalgia y el reencuentro con el hexágrama del arte, el soplo de Casandra sobre la historia moderna, del microprósopo del ángel sobre el santuario terrestre, siempre incógnito y revelador como el hemisferio del signo iniciático, la axiología del verbo y el tetragrámaton que se desliza con la voz del silencio (insonora palabra del ser) que imanta el mandala de la creación artística de Odalys en la cúspide del monte Moria. En el espejo lunar del Toisón de oro se vislumbra el cetro diamantino de la obra artística de Odalys Hernández, con su jazmín de fuego y flor violeta reagrupa las emanaciones del arte pictórico y esotérico, produciendo así la ecclesia hierohistórica del sofianimismo -en los arcanos celestes de Swedenborg- donde la joven pintora matiza la summa perennis de la fórmula estilística de su exaltada guinalda giromántica, esa misma ontología de símbolos, jeroglíficos y seres alados suprahumanos, que viven, respiran y se mueven dentro del círculo de la maga de los enigmas coloristas, el untramundo onírico-noético de la poetisa pintora Odalys Hernández, que esplende su ananké inspiradora desde el legendario Brahmaputra hasta el aguerrido y real maravilloso Mar Caribe. Observar las mágicas entelequias hechas calco-grafías radioestéticas en el arte de Odalys, es un bebedizo ignoto del néctar sabiamente oculto en la fuente de Teseo, cuya clave es también una especie de acertijo ensalmado, de filosofía orgásmica sin erotismo burdo sobre la empatía anímica y kines-tésica que hiperlevita alrededor de la ley de Fourier, por la comunicación del lenguaje óptico-telegráfico del espejo y del diálogo interior visual que salta por el lente cromático, bajo la otra llave artística, que custodia el claroscuro del libro de los sellos sagrados, del misterio sempiterno que desborda la figuración de Odalys, y que la taumaturga bendice (bendecir:decir bien) al tres veces bendito Hermes Trismegisto, invocando su admirable símbolo sinérgico, conocido bajo el nombre alegórico de «Tabla de Esmeralda», donde Odalys magnetiza los principios de la «alta magia» del arte, que es su manifiesto de la trinosofía de arquetipos mántico-metagnómicos,. que glosa así: «Es verdad, es cierto, sin error, es del todo verdad...» Y lo cierto de todo es lo determinante del misterio, que la poética-astrológica vibra junto a su cronoscópica visión de la realidad y del ciclo de la rueda del tiempo (sansara-kalachakra) en este equinoccio de la manifestación artística, con los monogramas óntico-pictóricos ella expresa lo más oculto de su corazón, las reminiscencias de la gran sabiduría viviente antigua y moderna que ha marcado épocas, sitios y hombres de múltiples culturas, como si la percepción síquica y la clarividencia de la artista Odalys Hernández, alcanzará a ver y oír, es decir, a registrar los acontecimientos más importantes de la historia, en una dimensión lineal y atemporal del pasado, presente y futuro, sin necesidad de la intervención de los sentidos, porque Odalys quiere reivindicar y homenajear con su obra el misticismo simbólico formulado por sus ilustres colegas del pasado y del presente, en un período interminable de estilos, corrientes y movimientos artísticos, desde la época medieval hasta las vanguardias postmodernistas del siglo XX. Es desde esa constatación, casi hiper-expresionista lúdica de Odalys, que la teogonía telegnóstica, como sensibilidad especial a distancia y tetradimensional, nos clama y nos hipnotiza con al embriaguez de Dionisio, al autoconocimiento de los tiempos sensibles de la vida humana, a sentir y vivir pintando los hechos desde una concepción interior y esotérica cultural epistemológica, que la propia postmodernidad de la vida y del arte, como universalidad del espíritu humano, pueda nuevamente renacer en el crisol de finales de siglo y de milenio, y traer a la cúspide de la humanidad su segundo gran renacimiento espiritual y artístico de la historia universal del arte, la ciencia y las ideas protagonistas del evangelio humano.
Con esta praxis la artista Odalys Hernández nos ofrece la germinación de una nueva lectura ideo-pictográfica-casuística, donde ella misma alcanza la aureola de una renovadora concepción de la razón monoteísta de la geometría del alma, como belleza trigonométrica que está latente con los lienzos de la fe. Al estilo del gran filósofo Spinoza, con su íntimo sueño de pleamar, fomentando las raíces del arte con todo el rocío que desciende de las alturas y que emerge de las profundidades complejas y multifacéticas del alma humana; con el ungüento que anhela la paz universal del mundo, el ascenso de todos los entes vivos, del ser y del pensar por los vasos comunicantes, de la magia regia y florista del arte que fabrica el mundo real, luminoso y afable inmanente que nos redime. La anagnórisis del arte divino y humano que amortiza el trasegado siglo con la primerísima aurora de la luz del milenio, que resplandecerá disolviendo nuestra oscuridad segregada. Con esta obra-discurso, proclama la joven creadora un llamado a los modelos culturales y artístico más nutrientes y significativos del imaginario pictórico de las grandes tradiciones culturales de la humanidad: egipcia, persa, griega, árabe, bisantina, celta y la india, así como otras no menos refulgentes y auténticas de nuestras raíces y antepasados. Uno de los aportes más originales del conjunto de su obra artística es, sin duda, la matización de las relaciones transtextuales, que partiendo de sus experiencias cognoscitivas encuentra cohesión, presupuestos y contrapunteo tropologizantes que son consustanciales al arte universal, como puentes invisibles que nos trasladan a un museo cósmico de la realidad, donde la contemplación se vuelve gnosis histórica y vital, como diría el poeta Juvenal: «Vitam impendere vero» (consagrar su vida a la verdad), que es la fórmula que Odalys nos desbroza como proyecto artístico en el camino de nuestras vidas. El surgimiento de las imágenes picto-etimológicas, en las series del grabado (esotérica), dibujo (triada y poesía) y en la pintura (pentasofía) son arquetipos contemplativos de un mundo espiritual que crece con carácter ideosensible-epistemológico hacia adentro, desde el cetro de diamante (kundalini) flor de oro-rubí, hasta el círculo del dorje (chakra coronario) o flor de agni-iluminatis; aquí se vislumbra el sagrado advenimiento (parusía del arte sacro) de la teoquímica pictórica de que Odalys Hernández, como artífice ella misma de los secretos del color, las formas y las tintas, ha sobrevenido metamorfoseando la dialéctica de su propia concepción, y que ahora antepone la matriz y el equilibrio del espejo, pues, ella también sabe la pesquisa del preludio melódico, que convierte su «polvo alquímico» de su obra plástica más reciente en la «armonium vitaem sideral» del templo misterioso de luces ketéricas, que la joven artista consagra y regenera en su trilogía del Árbol de la Sabiduría, que es también al decir del filósofo Pico de la Mirandola: «con el árbol de la ciencia del bien y del mal, en el que pecó el primer hombre, creó Dios el tiempo»; y el misterio de lo invisible se hizo visible, cristalizado en el orden temporal de la reintegración de todos los seres, que no es otro el propósito de Odalys, sino que recrear pictóricamente el divino aliento del hombre, «queriendo estar entre dos extremidades contrarias en cantidad», según el pensamiento del beato iluminado Raimundo Lulio, que constituye además -a grosso modo- la premisa configurativa meta-lingüística de sus doctrinas Ars Magna y Arbor scientiae, que sirven de inspiración y metáfrasis (considerado el sentido de una obra más que las bellezas de la misma) al numen interior de la pintora. La visualidad es la paramagia del conocimiento creativo del hombre en su prístino deseo virginal, lo que conlleva a otra visión del orden natural, y no al sentido de la exteriorización del ser. Al mirar la simbiosis (sintetismo místico-simbolista) de las obras presentadas, se observa una picto-literatura del esoterismo artístico, es decir, la sintaxis, vocabulario, rima y métrica, que prodigan el poema pictórico o de la obra poética plástica en singular, como los temas de una poesía intuitiva, metafísica e imaginativa, en los halos suprafísicos, y los personajes misteriosos, que nos hipnotiza al instante, o con las lunas de terciopelo, los astros surrealistas, dispuestos al augurio del futuro, y del oráculo autista de la naturaleza humana siempre exorcizando los demonios de la desobediencia y del abismo. El mismo hechizo displástico se distingue (discernir) en los soles y péndulos alados, en las escrituras y signos mistagógicos, y el audaz encantamiento de las figuraciones que parecen ser o son como hierofantes y bodishattbvas, tan enigmáticos y desconocidos, extraterrestres de los mundos paralelos, que llegan a nuestra tierra como mensajeros de un reino cósmico incognoscible. Al apreciar la metamagia conceptual del dilema del arte y de la vida, brota siempreviva la luz del reino de la verdad, a la que pertenece sin titubear, esa tierna hechicera reveladora de ignotos ríos de agua viva y del camino bio-agni del evangelio artístico que es su arte hecho santuario de los siglos, historias y civilizaciones. La anunciación de la poesía artística de Odalys se embellece en la redoma (el gozo de la creación es como una botella mística: ancha de asiento y angosta de boca) de la vida espiritual y material, a prueba de fuego y contrafuego, desafiando y conquistando el alud de las ideas, las musas del olimpo y el «filo de la navaja», en pleno corazón de la ciudad-isla en el Mar de los Sargazos, con su típica y bella mirada, que es equivalente a la juventud diamatina del alma, cuya energía o vigor dentro de la creación artística de Odalys, puede, por orden de su cofradía de amor, influir en el mundo mismo de los elementos transnaturales. Está claro que el oficio de Circe como poetisa-pintora, revelando estampas y descubriendo mitos, es la certeza de lo empírico y lo cotidiano de las sublimidades; que Odalys Hernández conoce bien el conjuro de los tesoros, de los dones y carismas, que exigen esfuerzo y pureza, pero, con los dientes afilados, aunque dispuestos a ser rápidamente transformados en palomas mensajeras de paz, para ser útiles en el auténtico festival de la Belleza y la Cultura, donde «nadie puede llevar a buen término la Demanda del Cofre del Grial, si el Cielo no lo tiene en tal estimación que desde lo Alto ya se le designe para ser admitido en su proximidad» -nos asegura el famoso cantor del Lapis Exilis, Wolfran Von Eschenbach, en sus sagas medievales del simbolismo grialístico. La escatología del universo imaginario-pictórico, entonces, como «tratado último» del conjunto de ideas y doctrinas referentes al destino final del hombre y del mundo, es la clarificación anunciativa (cuasi asunción) de los hechos protohistóricos que vencen el insomnio plasmado en las obras de arte. De esta realización subconsciente de la fisiparidad, en tanto que la función conceptual del arte es reproducir y multiplicar por medio de la escisión de su propio cuerpo, lo que existe y es su cognitio aesthética, se produce la experiencia mayeútica que retroalimenta la expresión artística de la joven creadora; aunque hay que añadir sin embargo, la presencia metastática de Madame M.G... su otro alter ego desencarnado en el «tempos», el «cogito sum» de la escritura y la identidad energetizadora de su firma artística, el sello del scriptum esotérico, que porta la grafitti de la clave etno-antropológica; y que aún sigue «existiendo y pintando» en el Reino de su Padre, lo que no impide, que en ocasiones venga ella también a supervisar ciertas cosas, que dejó al cuidado de su «otro mismo alguien». Ahora bien, es palpable que su misterio está subyacente en el mismo plano gnóstico de la teofanía ideográfica, a través de la cual, ya coexisten ambas, como hipóstasis de la secreta creatividad del arte «mediumnística», donde tan sólo existe la realidad y actualidad de su ser, por medido del dibujo en el espejo, la escritura gráfica por entre el espejo, y el símbolo omnímodo detrás del espejo. La caracterización del yo vista en la creación artística. De suerte, que ella es otra vez ella misma otra, mientras pinta que existe, y pinta que ella es realmente esencia de sí misma, porque sabe que la magia que invoca es de tal magnitud entre la tierra y el cielo, que se atreve a tocar su florilegio con las propias manos, y entonces, encuentra que sabe descifrar la fórmula maravillosa del ethos y del pathos, que son el ictus de la vida misma. Es aquella capacidad de percibir y discernir la nueva manifestación del progreso universal, donde exista la germinación del arte, como afirma el célebre pintor Nicolás Roerich. Es incuestionable que la luz disuelve la oscuridad, y es indudable que Odalys Hernández también inicia la expansión del rito luminoso del universo, para entrar y quedarse siempre en el centro del laberinto, y desde allí, esplender la voz mágica y genuina de que hay tanta sed de luz como «dictum de omni et nullo», que expresa el aforismo de Aristóteles, a saber, que la verdad es una, luego es cierto respecto a todas las verdades, su unidad. Cuando se logra arribar al centro del mundo (laberinto-fiat lux) se alcanza la unificación de todas las cosas. Indiscutiblemente con su obra pictórica la joven ensaya un canto a la luz, un llamamiento a la nueva mística del arte, con sus búsquedas y retos, gozos y desafíos, que tras la vía del conocimiento de lo oculto, por entre el río de Heráclito y el atomismo de demócrito, va emergiendo con todos los hilos de Penélope, tejiendo antes del alba definitiva la nueva trama del manto espiritual, de la que están formadas todas las verdaderas esencias de las cosas reales del universo, como el aliento vital del corazón de la cultura y el hermetismo de la creación humana. Con su labor, fe y razón puesta en el Muy Sabio Hermeneuta de la Historia del mundo (Verbum Deus), y a la manera del dialecto viajero, pintor, filósofo, arqueólogo, escritor, humanista y profeta de la Casa de Shambhala, Nicolás Roerich, quien le ha revelado el cosmos de las profecías del futuro, y anda suelto y de la mano, aguerrido entre sus sueños y secretos íntimos, maravillado de todo, del refinamiento y de su estilo; con la apoteosis del Elohim va subiendo la pirámide del cisne blanco del arte, cual teodicea de la «ópera omnia» del optimismo que es protoimagen secular de la correspondencia universal de la naturaleza y la obra inacabada del espíritu humano. En esta obra de arte se transgrede el límite del yin el yan, su hipertelia y metalógica zen penetra en el gozo de la plenitud neoestética, dentro de la galaxia ultralúdica de Odalys, que nos dicta: ¿Qué enseñanza ha practicado realmente la humanidad? ¿Qué arte suprahistórico existe en la invisible lectura del mundo que nos rodea?... Porque nada encanta tanto como las fabulaciones infinitas de la historia, que Odalys Hernández recrea y confiesa, con Nicolás Roerich: «que saturen la evolución venidera no sólo como una transfiguración externa sino también la evolución del ser más recóndito». De modo que sea disuelta la zona prohibida de los misterios, lo desconocido y lo olvidado, y venga el extrañamiento del futuro, y le anuncie la voz eidética a Odalys, clamando: ¡Regina del arte, a vos, mi plegaria y mi supremo «ad imo pectore», porque «finiss coronat opus» de Shambhala!. 21 de septiembre de 1999. |
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