septiembre-octubreo. año VI. No. 33. 1999


MEMORIA

CULTURAL

 

 

"YO SOY DE UNA ISLA Y...

SOY GUAJIRO"

FRANCISCO HENRÍQUEZ

 

por Alberto Peraza Ceballos

 

 

«Quien quiera pueblo, ha de habituar

a los hombres a crear»

José Martí.

 

pueblo: Población (v), poblado, villa, lugar, villo- rrio, aldea, lugarejo.

Vecindario, vulgo, público.

Raza, casta, ralea, tribu, clan, familia, ca- bila, alcavela, horda.

 

crear: Hacer (v), engendrar, originar, inventar, com- poner, producir, formar, concebir.

Nombrar, elegir.

Fundar, instaurar, instituir, introducir, establecer.

 

Mi pueblo es lo cercano y también lo lejano

mi pueblo es tierra y agua y aire

mi pueblo es un lugar grande y chico

donde nombro las cosas y engendro desde sus

/raíces

la familia que elijo y crezco;

esta ralea es mi pueblo...

fundo troncos y ramas

y me voy a su sombra

-siempre fiel-

 

jamás negar estelas ni espumas presurosas

aquí voy a poner mi rostro de vendimia

y el reposo en la paz, aunque esté honda

y se pierda la vida en cavar

cavar

cavar.

 

Mi pueblo soy yo mismo

desde la dimensión que trae su savia

para salvar las dos orillas.

 

«Se hace difícil ser alguien»

Lennon/Mc Cartney.

 

Uno más entre todos, pero a la vez él mismo, con sus manos de tierra y sus ojos de tiempo antiguo. Pan y sal. Así nos presentaron un día cualquiera de julio, de un año acaso por venir. Aquel hombre pudiera bien ser mi padre, o mi abuelo. Mi abuelo que un día me enseñó el susto de montar a caballo o a bañarme en el río Seco de sus sueños, o a sembrarme las manos en el surco, junto a una postura de tabaco, o a hacer la cosecha (que era todo su oro, y el de la familia).

Así conocí a Francisco Henríquez, y desde entonces he sabido muchas cosas más. Los dos andábamos entendiéndonos con la décima en una de las Jornadas Cucalambeanas, en Las Tunas.

Campechano él, hijo de la finca El Laberinto, en Unión de Reyes, de donde me habló y habló sin verle aparecer el cansancio.

Sí, «yo soy de una isla y... soy guajiro, decía mientras los ojos se contagiaban con una fina nostalgia que provoca el guateque en la voz de Celina González: «Yo soy el punto cubano...»

Allá llegó hace ya mucho tiempo, apenas cuando los Beatles eran unos locos en su submarino amarillo, o recordaban un «Yesterday» o un «Let it be».

Let it be. Así el tiempo chocó contra su rostro y golpeó duro hasta dejarle el pelo blanco, aunque nunca triste, a pesar de los blues y todo ese cosquilleo del corazón cuando se vive lejos.

Para ser alguien, unos hornean el pan o se van al río con su vieja vara de pescar al hombro o barren las calles de un pueblo extraño, donde uno también se siente extraño. Otros salen en busca de sueños más caros, creyendo en la fuerza del dinero hasta que se pierden en su propia locura.

Para ser alguien, él escribió poemas; le nacieron palabras a sus dedos y levantó la voz «de poeta a poeta». Y anda por doquier con sus apuntes y su musa, tan inquieta como él.

Encontró una manera de hablarle a su tierra y que lo oyera:

 

Yo soy de una tierra tan

divina, que su recuerdo

es un regocijo izquierdo

con la forma de caimán.

Isla donde el flamboyán

sobre las tardes llamea

y en el río, que serpea

como si fuese un reptil,

el guayabal con sus mil

gotas de verdor, gotea.

Isla que derrama olores

a conuco, monte y trillos,

y en donde los pajarillos

son pianos entre las flores.

Isla inmersa en los colores

el ensueño y la esperanza.

isla que sólo se alcanza

con acercarse a su suelo,

y agitar más el pañuelo

que se agita en lontananza.

 

Para Francisco Henríquez la belleza está en su isla:

 

Yo soy de una tierra bella,

tan divina y milagrosa,

que parece que Dios posa

su dulce mirada en ella.

Isla donde el sol destella

sobre montes y sabanas,

y donde en las palmas canas,

que se abren como abanicos,

tuestan las aves sus picos

y sus pieles las iguanas.

 

Y ¿quién que se sienta cubano no ha enamorado a sus palmas...

 

Isla de palmas esbeltas

que se agitan vivarachas,

como si fuesen muchachas

con sus cabelleras sueltas.

 

Isla de playas envueltas

en tules de arena fina,

donde la mar cantarina

lleva sus aguas revueltas.

 

Y nunca podrán las hachas

del viento, herir las raíces

de estas muchachas felices,

de estas esbeltas muchachas.

 

Ni hablar sus playas divinas

podrán inquietantes manos

que desde otros oceanos

sueñan con arenas finas.

 

o le ha escrito al guajiro?

 

III

 

Siempre sufre por lo triste

del que se muere sin pan,

mientras las palmas le dan

las penas con que se viste.

Mas a pesar que lo embiste

la más ancestral condena,

cuando una bandurria llena

de altos vuelos su morada

por la voz de una tonada

se hace diez alas su pena.

 

V

 

La noche casi agotado

lo deja. Ya como un eco,

dormita sobre un tareco

del comedor, recostado.

Los balidos del ganado

le despiertan la modorra,

y antes que ligero corra

detrás del hato vacuno,

se bebe el líquido bruno

de la penúltima borra.

 

VI

 

Si hay anuncio de cobija

y la brisa huele a guano,

del cañaveral cercano

vuelve por una rendija.

Y mientras ensarta y fija

pencas sobre cada cuje,

siente que el bohío cruje

de la cumbrera al tabique,

bajo una carga de arique,

jiquí, guayacán y ocuje.

 

VIII

 

De nuevo la noche llega

por el camino del monte,

y el repentino horizonte

de tenue sombra se anega.

Y mientras la luna riega

los campos de rica plata,

se inventa una serenata

de tiple, maraca y güira

para su hermosa guajira

que lo espera turulata.

 

Para ser alguien, Francisco Henríquez ha acercado su corazón a la razón y ha acercado a los poetas de su isla de ambas orillas.

Así lo hace como director de «Carta Lírica» desde Miami, lo que no ha sido fácil. Ahora tiene de enemigos a aquellos que se fueron y que no creen que somos uno; los mismos hombres con ganas de vivir para ser alguien.

Pero el hombre continúa su labranza y, convencido de que su amor por la literatura no tiene límites, se abrocha los zapatos, abre la puerta y sale cada día con la seguridad de que al regreso, cuando cierre la puerta, han quedado muchas huellas en el aire, con su aliento.

Y yo apuesto por él, porque su deuda es con la historia, y la historia es el propio hombre abriéndose paso como puedan sus manos, su corazón y su Inteligencia para crear.