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julio-agosto. año VI. No. 32. 1999 |
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ENTREVISTA |
TRAYECTORIA Y OBRA DE OCTAVIO R. COSTA Fragmentos de una entrevista
por Belkis Cuza Malé |
Después que Ediciones Universal ha publicado Imagen y trayectoria del cubano en la historia, en dos volúmenes, el primero sobre la colonia y el segundo sobre la república, con un total de mil páginas, no puede ignorarse la presencia de Octavio R. Costa en la literatura cubana de nuestro tiempo. |
Belkis Cuza Malé: Yo quisiera antes de entrar en su producción literaria, que usted me contara algo de su vida. ¿Quién es este tan tenaz y fecundo escritor que no cesa de escribir y publicar a través de más de medio siglo hasta contar ya con una veintena de buenos libros y no pocos fundamentales? Octavio R. Costa: Realmente yo puedo hablar de mi vida, sólo de mi vida, hasta el momento en que publico mi primer libro, en 1944. A partir de ese año mi obra se entrelaza con mi vida. Nací en San Cristóbal, provincia de Pinar del Río, Cuba, el 12 de junio de 1915. Mi padre, de quien repito el nombre, entonces con veinticinco años, era dueño de una tienda de ropa, «La Casa Grande», que era parte del inmueble en que estaba nuestro hogar. En cuanto a mi madre, Basilia Blanco, cuando era soltera, cosía para la sastrería del establecimiento de mi padre, que hacía también de sastre. Al casarse no fue más que esposa y madre... BCM: ¿Qué recuerdos tiene de sus padres? ORC: Yo he vivido toda mi vida muy orgulloso de mis padres. Mi padre, aparte de un próspero comerciante, era un hombre tan inteligente como responsable. Tenía una agradable estampa y moralmente sólo le conocí virtudes. Vivía para su mujer y sus hijos. Yo soy el producto de un hogar tan bien abastecido como feliz. Y mi madre era una sencilla mujer, toda dulzura, sin más obsesión que sus seis hijos, de los cuales yo soy el mayor... Mis cuatro primeros años transcurrieron en la casa en que nací, frente al parque. Son muchos los recuerdos que tengo de entonces. Al cumplir yo esa edad, mi padre, siempre en ascenso, compró una tienda mucho más grande, «La Popular», situada en la calle Real. Nuestro hogar formaba igualmente parte del edificio de la tienda. Ya había nacido en el 17 mi hermano Pepe y el mismo día de la mudada, en el 19, nació mi hermana Rosa a la que siguió María del Carmen. Allí vivimos hasta 1922. Si tengo muchos recuerdos del primer hogar, aunque un tanto vagos, conservo muy exacta memoria de cuanto viví en el segundo. Desde éste fui al kindergarten y después a la escuela pública, en la que haré toda mi primaria. Yo tenía conciencia de mí y estaba consciente de mis relaciones familiares y de cuanto me rodeaba. Yo tenía una visión bastante amplia de la familia de mi padre, de la familia de mi madre, del pueblo, de sus gentes, de no pocos personajes, de los negocios... BCM: ¿Y después de cumplir siete años qué más pasó? ORC: En 1922, nos mudamos para la casa que mi padre construyó especialmente para nuestra familia y la que entonces resultó ser la más amplia del pueblo, con comodidades que no tenían muchos de los otros vecinos. Allí nació en ese mismo año mi hermano Gustavo. De ese nuevo hogar lo recuerdo todo. Con el correr del tiempo yo iba creciendo física y espiritualmente. Ampliaba con cada día mi campo de acción y mis conocimientos por medio de la lectura de los veinte volúmenes del Tesoro de la Juventud. Y al llegar a los doce años, en septiembre del 27, mi padre me llevó a Guanajay para ingresarme como pupilo en el «Colegio Luz Caballero». Con nosotros iban mi tío Antonio Ruiz, casado con tía María, hermana de mamá, y mi primo Rolando, con un año menos que yo, que también quedó ingresado. Este hecho significó un cambio absoluto en mi vida. En junio del 28 aprobé el ingreso al bachillerato y al regresar a San Cristóbal la familia estaba instalada en parte de los altos de un edificio de dos plantas que mi padre había construido. Allí, pocos días antes de mi llegada, había nacido María de los Ángeles, la última de la prole. En los bajos de nuestro hogar quedó instalada «La Popular». El resto de la construcción estaba ocupado por el «Hotel Hispano Americano». En septiembre 28 de nuevo al Colegio y así sucesivamente en el 29, en el 30 y finalmente en el 31. Ese año aprobé el tercer curso, pero como consecuencia de la lucha de los estudiantes contra Machado se cerraron la Universidad y los Institutos. El Colegio desapareció en medio de la crisis mundial que abatía a Cuba... BCM: ¿Qué recuerdos tiene del Colegio? ORC: Muy buenos. Se había fundado en 1913 por un erudito profesor catalán que había estudiado la carrera eclesiástica. Era Pedro Freixas Pedrola. El plantel estaba incorporado al Instituto de Pinar del Río. Los internos éramos unos cincuenta. Las enseñanzas que allí recibí a través de cuatro años fueron mi plataforma cultural tanto en ciencias como en letras. Las primeras eran Aritmética, Geografía, Álgebra, Geometría, Trigonometría, dos cursos de Física, Química y Ciencias Naturales. Las letras incluían Gramática, Literatura Preceptiva, Historia Universal, Historia de la Literatura Hispánica (España y América), Lógica, Psicología y Cívica. Además, dos cursos de inglés. Creo que mis estudios de Literatura Preceptiva en el segundo año y de Historia de la Literatura Hispánica en el tercero, fueron los que provocaron la revelación de mis inclinaciones literarias... BCM: ¿Y qué pasó entonces, es decir después de la clausura de las instituciones académicas? ORC: Yo volví a San Cristóbal. Si durante las sucesivas vacaciones yo me entregaba a la lectura de cuanto libro de importante autor caía en mis manos, o que mi padre me compraba a petición mía, ahora me entregué con más concentración a leer poesía, novela, ensayos de autores hispanos y extranjeros. No faltaron la historia ni la filosofía. En cuanto a ésta fue mi profesor de Historia y de Literatura, Antonio Maldonado, el que me facilitó los libros necesarios o me sugirió otros. Con motivo del cierre del Colegio, él se había radicado en San Cristóbal donde abrió una academia. Para sorpresa mía, me encomendó la enseñanza primaria... Su presencia en mi pueblo fue de una extraordinaria importancia para mí en aquellos años en cuanto a mi orientación literaria. BCM: Y fuera de lo literario, aún en ciernes, ¿hubo algo personal de importancia para usted? ORC: Pues sí. Algo que ha durado hasta ahora al cabo de sesenta y cuatro años. En marzo del 34 conocí a Caruca, una preciosa muchacha de dieciséis años que acababa de llegar de San Antonio de los Baños, donde su padre había sido un oficial del Ejército hasta el motín del 4 de septiembre. En junio, cuando yo cumplía los diecinueve, nos hicimos novios pero no nos casamos hasta muchos años después. Éramos muy jóvenes. Fue en esos momentos que se reabrieron la Universidad y los Institutos. Como yo tenía pendiente el cuarto y último año, me trasladé a Pinar del Río para estudiarlo y examinarlo en el Instituto. Después de graduarme, en ese mismo año 34 ingresé en la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana, pero meses después se produce la Huelga de Marzo de 1935 y de nuevo se cierra la Universidad. Abandono la capital y regreso a San Cristóbal... BCM: ¿Qué hizo en ese tiempo que sin universidad estuvo en San Cristóbal? ORC: Antes de que se acabara el 34, cuando yo sólo tenía diecinueve años, escribí un artículo sobre la transición de un año a otro y lo mandé al «Diario de la Marina». Para mi alegría salió publicado el primero de enero del 35. Pero faltaba otra sorpresa. Por aquellos días, bajo la influencia de un libro de Oscar Wilde, Intenciones, y de La Escuela de los Sofistas de Ricardo León, yo empecé a escribir diálogos. Cuando escribí el segundo, con veinte cuartillas, lo mandé al «Diario» y lo publicaron, a toda página, en el Suplemento Cultural de los Lunes. ¿Cómo fue esto posible? No lo sé. Ni en el periódico sabían quién era yo, ni yo tenía contacto alguno con alguien de su redacción. Y mientras yo estaba en mis interminables lecturas y elucubraciones literarias, un grupo de sargentos de la Guardia Rural me piden que les dé las clases que necesitaban para poderse presentar al examen de ingreso en la Academia del Morro. Como la Universidad seguía cerrada, acepté, pensando que sería una interesante y provechosa experiencia. Les enseñé Gramática, Aritmética, Álgebra, Geometría y Trigonometría durante todo el tiempo que era necesario para cubrir el programa, que era el mismo del bachillerato. Realmente yo dominaba esas materias y les fui útil a aquellos compatriotas deseosos de prosperar... BCM:¿Y hasta cuándo se mantuvo usted de maestro? ORC: Tan pronto se anunció la reapertura de la Universidad me dirigí a la colina. Me reencontré con Orlando Mora. Como habíamos tenido varios meses de clases entre el 34 y el 35, ahora tuvimos un cursillo de cien días. Después se sucedieron tres cursos regulares de nueve meses. Y con el cuarto año, entre el 39 y el 40, hago mis últimos exámenes y termino con veintiséis sobresalientes y cuatro notables... BCM: Y al graduarse, ¿qué hizo? ORC: Desde el 37 yo había conocido a Santovenia e iba con frecuencia a su oficina, encabezada por Pánfilo Daniel Camacho, quien, al margen de la abogacía, cultivaba la historiografía. Era de mi pueblo. En el 39 fue la campaña para elegir a los delegados a la Constituyente, Santovenia intervino en ella. A petición suya yo lo acompañé en muchas de sus actividades. Después, en el 40, siendo candidato a Senador igualmente yo estuve a su lado porque una vez más así él lo quiso. Al ser electo, me llamó a San Cristóbal para decirme que me necesitaba. Y al fin, cerca ya de su toma de posesión, como él necesitaba un asistente para sus actividades parlamentarias, sin consultármelo, decidió que ése fuera yo... BCM: ¿Cómo reaccionó usted? ORC: Tácita y pasivamente me ajusté a su voluntad. Merecer esa posición al lado de tan ilustre figura de la intelectualidad cubana era para mí un honor. Lo ocurrido no estorbaba mi vocación literaria. Al contrario, la favorecía. De inmediato empecé a colaborar en «Acción», vocero del ABC, que había fundado Jorge Mañach, también Senador... No tardó este en decirme que me venía leyendo y que «mi estilo tenía la condición que Azorín exigía para una buena prosa: decir las cosas unas detrás de otras y no unas dentro de otras...» BCM: ¿Cómo influyó sobre usted Santovenia? ORC: No sería yo quien soy si no hubiera estado al lado de Santovenia durante doce años, desde el 40 hasta el 52. En primer término, gracias a él yo entré en el mundo intelectual de La Habana y conocí a sus más relevantes figuras. Además, si él publicaba un libro tras otro yo asimilaba su modo de trabajar. Él era un ejemplo para lo que soñaba ser y hacer. BCM: ¿Algo de su vida privada? ORC: Al cabo de siete años yo seguía tan enamorado de Caruca como el día que la conocí. Después de estar con Santovenia un año y medio, al llegar diciembre del 41 nos casamos. Y en noviembre del 42 nació el primogénito, que repite mi nombre... Y pocos meses después en marzo del 43, Santovenia es nombrado Ministro de Estado. Como seguía en el Senado, mi trabajo se duplicó, pero para mí fue de importancia suma estar en el Ministerio y conocer a tantos personajes de la diplomacia y de fuera de la misma... BCM: ¿Cuándo publicó su primer libro? ORC: Fue en el 44, al terminar él su primer período senatorial. Pensé en una recopilación de artículos que le había dedicado tanto al senador como al historiador. Le hablé de mi deseo a su esposa, Zoila Montesinos, y al día siguiente él me autorizó a que lo hiciera. Seleccioné el material, escribí una introducción y llevé a la imprenta lo que sería Santovenia, historiador y ciudadano. BCM: ¿Cuál era su contenido? ORC: El pequeño libro, con unas ciento cincuenta páginas, contiene seis cementerios sobre sendos libros suyos. Hay dos relativos a sus actividades en la Academia de la Historia. El noveno es una visión interior del hombre. El décimo alude a la ceremonia creada por él para el acto de nacionalización de extranjeros en el Ministerio de Estado, que él encabezaba entonces. El décimo primero se refiere a su vida pública. Y por último, una cronología hasta 1944. La obra circuló entre todos los senadores. La mayoría de los periódicos se hizo eco de la publicación y no faltaron muy elogiosos juicios de parte de muy destacados periodistas, intelectuales y profesores que fueron publicados en el «Diario de la Marina» y «Alerta»... BCM: ¿Y cuál fue el segundo? ORC: Tal fue el entusiasmo que yo viví ante la publicación del primero que al año siguiente reuní unos trabajos que yo había escrito y publicado en periódicos y revistas sobre una decena de personalidades y los publiqué bajo el título de Diez Cubanos, con 140 páginas. BCM: ¿Quiénes eran? ORC: Había cinco ya fallecidos: José Martí, Manuel Sanguily, José María Collantes, José Ignacio Rivero y Antonio García Saavedra. Collantes era el más ilustre de los hijos de San Cristóbal: abogado, Representante a la Cámara, miembro del gabinete de Zayas, poeta, orador. Fue una de las más románticas figuras de la primera generación de la república... BCM: ¿Y García Saavedra? ORC: Era un erudito profesor que había fundado el «Colegio San José de Calasanz» en Guanajay. Yo disfruté su amistad en los últimos años de su vida. Murió a los cuarenta y dos años. Mucho me orientó intelectualmente... BCM: ¿Y los otros? ORC: Son los que vivían al publicarse el librito: Cosme de la Torriente, Jorge Mañach, Joaquín Martínez Sáenz, Pánfilo Daniel Camacho y Orlando Mora. Este, con tanta inteligencia como cultura, era un inspirado orador. Lo que entonces escribí fue para glosar el comentario que sobre un discurso suyo se había publicado en el «Diario de la Marina». Este pequeño volumen, por estar Mañach en el mismo, difundió mi nombre hasta hacerlo llegar a Gabriela Mistral. En sendos libros sobre el escritor, Amalia de la Torre, Jorge Luis Martí y Andrés Valdespino se refieren a lo que yo escribí sobre él. BCM: Cuando se habla de usted siempre se alude a sus biografías de Antonio Maceo, Juan Gualberto Gómez y Manuel Sanguily. Hábleme sobre esos libros... ORC: En 1945 tenía lugar el centenario de Maceo. El Congreso aprobó el proyecto que Santovenia había presentado en el Senado con el objeto de que la república conmemorara ese aniversario. En la iniciativa se incluía la convocatoria por la Academia de la Historia de un concurso para premiar con mil pesos o dólares y su publicación la mejor biografía que se escribiera del héroe. Participé en el certamen. Tuve el privilegio de ser el primer cubano que pudiera trabajar en el archivo del prócer, en poder de Francisco de Paula Coronado y Álvaro, director de la Biblioteca Nacional y miembro de la Academia de la Historia... BCM: ¿Cómo, sin experiencia biográfica, fue escrito el libro? ORC: Yo siempre he dicho que la creación literaria es un misterio y lo sé desde que escribí el Maceo. Aparte del archivo busqué y leí todo lo publicado sobre él y los textos suyos que ya se habían difundido a través del libro. Y tras esto, empecé y seguí cronológicamente su vida sin perder ninguna ocasión que se me presentara de penetrar en su mundo interior. Escribí sencillamente, sin retorismo alguno. No introduje citas, ni caí en digresiones. Yo me sentí identificado con el héroe. Él estaba en mí. Y cuando terminé tenía las cuatrocientas páginas que se me permitían... BCM: ¿Y cómo se produjo el fallo? ORC: Las obras eran anónimas. Los veinte académicos tenían que dar su razonado fallo por escrito. Todos coincidieron en que la mejor era la que tenía por lema aquella frase de Martí sobre Maceo que dice que «No tuvo rival en defender, con el brazo y el respeto, la ley de su república». Esa era la mía. Yo era el ganador. Por algunos de ellos supe posteriormente que «mi prosa y mi técnica biográfica los habían impresionado mucho». Posteriormente la Academia convocó a una sesión para anunciar el nombre del triunfador. Y me dieron los mil dólares anunciados. Poco después se publicó la obra, con trescientas páginas... BCM: ¿Cómo se sintió usted con este triunfo? ORC: Yo tenía en esos momentos treinta y dos años y puedo asegurar que no sentí ningún envanecimiento. Todo me pareció muy normal y muy lógico. En ese mismo 1947 se me otorgó mi certificación de periodista colegiado y publiqué en «Bohemia» mis primeras colaboraciones. Pero a pesar de todo yo estaba consciente de que algo importante había ocurrido en mi vida... BCM: Pasemos a Juan Gualberto... ORC: Se había colocado en los jardines del capitolio un busto del prócer. Del dinero que se había recaudado habían sobrado mil dólares y el doctor Cosme de la Torriente los entregó a la Academia para que convocara el concurso que premiaría la mejor biografía de don Juan. No existía ninguna. Que yo recuerde, sólo una brillante evocación de Miguel Ángel Carbonell... BCM: ¿Qué hizo usted? ORC: Yo sabía que toda la papelería de don Juan se había entregado por la familia al Archivo Nacional. Era el año 48 y Santovenia se había ido por un mes a Buenos Aires, donde se sabía de su jerarquía intelectual. Yo aproveché esa coyuntura para ir todas las mañanas al lugar. Además tuve la fortuna de conseguir sendos ejemplares de las actas de la Asamblea del Cerro y de los Diarios de Sesiones de la Constituyente, del Senado y volúmenes de la Comisión Ejecutiva que redactó cuando la segunda intervención, las leyes orgánicas, Gómez fue el secretario. Y por las tardes iba a la Biblioteca Nacional y a la Sociedad Económica de Amigos del País para buscar y leer lo publicado por él en los periódicos. El doctor Souza me facilitó las colecciones de «La Fraternidad» y «La Igualdad»... BCM: ¿Después qué? ORC: Escribí el libro, también con cuatrocientas páginas. Por lema le puse una frase de don Juan «Yo soy un viejo paraguas sobre el que ha llovido mucho». Todo lo demás fue igual a lo de Maceo. Después de la edición hecha por la Academia se hicieron dos reediciones más. Y en 1983 «La Moderna poesía» reeditó las dos, la de Maceo y la de Juan Gualberto. BCM: ¿Y en cuanto al Sanguily? ORC: En los primeros días de marzo del 43, dos años antes de lo de Maceo, conocí al doctor Manuel Sanguily y Arizti, hijo del prócer y alto funcionario del Ministerio de Estado. Algo sabía él de mí porque me invitó a participar el domingo 26 de ese mismo mes en un programa radial que, con motivo del aniversario del nacimiento de su padre, había organizado el Colegio Baldor. Y para corresponder a sus deseos escribí unas cuartillas que a él le parecieron tan bien que me invitó a escribir la biografía de don Manuel. A esos efectos yo debía ir a su casa para trabajar en el archivo del prócer. Me regaló los once volúmenes de sus obras completas, publicadas por él y yo conseguí los dos Discursos y Conferencias publicados en vida del tribuno... BCM: ¿Por qué el libro, empezando en el 43, no se publicó hasta el 50? ORC: Por varias razones. La revisión del archivo de sábado en sábado, por la tarde, fue lenta y larga. Aunque yo no contemplaba al escritor, sino al ciudadano, me leí toda su producción literaria y muy especialmente los discursos y conferencias en los que encontré sus ideas políticas. Pero aparte de todo esto, se presentó lo de Maceo y después lo de Juan Gualberto. Cuando yo acabé con éste, fue que pude regresar a Sanguily, que más que biografía sería un ensayo interpretativo tejido sobre los datos de su trayectoria. Estaba destinado a ser mi trabajo de ingreso en la Academia de la Historia... BCM: Pero no fue así... ORC: No fue así porque el hijo puso ciertos reparos a la interpretación que yo di al rechazo que Sanguily tuvo para la invitación que le había hecho Martí en relación con una nueva guerra. Para justificarlo yo apelé a su notorio escepticismo pero esto fue rechazado enérgicamente con el erróneo argumento «de que un idealista como su padre no podía ser escéptico»... BCM: Yo retiré la obra de la Academia y escribí entonces con toda urgencia el Perfil Político de Calixto García con el que entré en la docta corporación el 11 de diciembre del 48, día del cincuentenario de su muerte. En esta situación ocurrió lo imprevisto: La Confederación Telefónica de Cuba fundó la «Editorial Unidad» y un amigo, miembro de la misma, me preguntó si tenía algún libro pendiente de publicar. Decidí eliminar todos aquellos párrafos desaprobados por el doctor Sanguily. Hecho esto fui a ver al doctor Juan J. Remos. Explicado el caso, citó al celoso hijo de éste, al fin, dio su aprobación final. Y se publicó el libro... BCM: ¿Cómo fue recibido el libro? ORC: Sobre el mismo escribieron Carlos Márquez Sterling, José María Chacón y Calvo, Medardo Vitier y Jorge Mañach. Fue entonces cuando éste dijo que yo era «un feliz suceso de las letras cubanas», agregando que yo, «más que historiador, era un ensayista». El libro quedó reducido al ser publicado a ciento cincuenta páginas. Manolo Salvat lo reeditó en 1989... BCM: ¿Qué hacía al margen de Santovenia y de sus libros? ORC:No cesaba de escribir y de publicar artículos en el "Diario de la Marina", «Bohemia", "Revista de La Habana", "Cuba y España", "Feria del Libro", dirigida por Félix Lizaso, alto funcionario de la Dirección de Cultura. Realmente el hombre clave de ese Departamento. Leía ávidamente. Asistía a cuantos eventos culturales me era posible. Ya había ingresado en el PEN CLUB, que Jorge Mañach había fundado. Esto me permitió conocer a los que no había conocido antes por no ser de los círculos de Santovenia. Y no lo presidía Mañach, sino Francisco Ichaso. Si conocí a muchos, ellos me conocieron a mí, que tan activo era entonces. Nunca rechazaba invitación alguna para un discurso, una plática, una conferencia. No faltaron algunos premios... BCM: Y al cesar Santovenia como Senador, ¿en qué situación quedó usted? ORC: Sin dejar de asistirlo eventualmente, quedé como abogado del bufete y notaría. Pero no abandoné mi labor literaria. En 1950 publiqué Rumor de Historia con doscientas páginas y con diez largos trabajos publicados en «Bohemia» sobre Tranquilino Sandalio de Noda, Antonio Bachiller y Morales, Rafael Morales y González, Antonio Maceo, Manuel Sanguily, José Martí, Wiliam McKinley, Juan Gualberto Gómez, Manuel Piedra y la nación cubana... Este libro hizo que Guillermo Alonso Pujol preguntara a sus contertulios dominicales que «¿quién en Cuba escribe mejor que Octavio Costa?». Además no son pocas las veces que Mañach o Ichaso me invitaban a disertar en la Universidad del Aire... BCM: Es decir que en 1950, cuando usted tiene treinta y cinco años tiene ya seis libros... ORC: Al año siguiente no son seis, sino siete, porque publico Suma del Tiempo, que es una recopilación de trabajos publicados a lo largo de la década de los cuarenta, unos en el «Diario de la Marina» y otros en «Bohemia». En sus trescientas páginas hay treinta y dos títulos con los más variados temas. En los más prevalece el tono ensayístico... BCM: ¿Cómo repercutió el 10 de marzo sobre usted? ORC: Directamente en nada. Yo estaba al margen de la política. Pero sí indirectamente, porque Santovenia fue nombrado presidente del Banco de Fomento Agrícola e Industrial y Camacho lo sustituyó como notario. Y en esta situación ocurre lo más imprevisible. El doctor Pedro Hernández Lovio desea que yo dirija el suplemento dominical del «Diario de la Marina». El doctor Quevedo quiere que haga una serie de entrevistas a importantes empresarios para «Bohemia». Y el doctor Ichaso, que dirige «Cuba al día», programa televisado por el Canal 6, el más importante del país, me pide que me encargue de las entrevistas culturales. Estoy frente a un dilema que debo resolver: la abogacía o el periodismo. En esos momentos yo era presidente del PEN CLUB y además tenía mi propia notaría en Artemisa, que atendía un experto cartulario. Me decidí por la literatura... BCM: Cuénteme qué hizo en cada una de esas posiciones. ORC: Imposible decir todo cuanto hice en cada domingo en el «Diario», porque yo tenía que ver con todo bajo la suprema dirección de Gastón Baquero. Además de esta global labor yo tenía varias secciones a mi cargo. Una página completa con comentarios sobre los sucesos más importantes de la semana. Una serie sobre valores jóvenes dentro de las letras y las artes. Una columna titulada «Los días, los hechos»... Pero lo más literariamente destacado fue una serie de veintisiete semblanzas titulada «Cómo vive y trabaja...». Empecé con Ramiro Guerra y siguieron algunos de los más destacados escritores: José de la Luz León, Francisco Ichaso, Dulce María Loynaz, Agustín Acosta, José María Chacón y Calvo, Carlos Márquez Sterling, José Lezama Lima, Gastón Baquero... En otra serie, «la entrevista ingenua», aparecieron Santovenia, Remos, Mañach... Por el mismo tiempo en «Carteles», publicaba otra serie, «Imagen y Tarea» con Enrique Labrador Ruiz, Enrique Serpa, Félix Lizaso... Ninguna de estas series llegaron a trascender al libro y como consecuencia del colapso de la república y mi salida de Cuba en mayo del 59 perdí todos esos materiales... BCM: ¿Y lo de «Bohemia»? ORC: Empecé con el banquero Carlos Núñez, los industriales Julio Blanco Herrera y Dayton Hedges, el hacendado Manuel Aspuru, hasta incluir a diez. Y cuando estaban pendientes de publicar las de Julio Lobo y Viriato Gutiérrez, Quevedo me sugirió que pasara a los directores de los medios de comunicación y empecé con Luis J. Botifoll, director de «El Mundo» y seguí con Goar Mestre, Alfredo Quílez, Ramón Vasconcelos, Guillermo Martínez Márquez, José Ignacio Rivero, respectivamente directores de «Radio y Televisión CMQ», «Carteles», «Alerta», «El País», «Diario de la Marina»... Eran seis las semblanzas de periodistas ya publicadas cuando el director me dice que era necesario que escribiera sobre el eminente cirujano doctor Ricardo Núñez Portuondo. Fue el último en ser publicado, porque si el mismo Quevedo me había indicado que incluyera a algunas mujeres notables y yo había escrito sobre Berta Arocena y Candita Gómez Calá, al no ser publicado nada, sin reclamar nada, di por terminado mi compromiso con «Bohemia». Pero en seguida publiqué un volumen de trescientas cincuenta páginas con todo lo publicado. Editado en el 54, bajo el título de Hombres y Destinos, el libro está siendo reeditado por la «Editorial Cubana»... BCM: ¿Y en cuanto a la CMQ? ORC: Aparte de los muchos cubanos, como el polígrafo Juan J. Remos y el musicólogo Orlando Martínez, que son los únicos que recuerdo, casi medio siglo después, entrevisté a Gabriela Mistral, José Vasconcelos, Federico de Onís, María Zambrano... BCM: Al producirse el triunfo de la revolución, ¿no era usted director de un periódico? ORC: Sí, yo dirigí a «Pueblo», desde marzo del 55 a enero del 59, casi cuatro años. Con cada edición publicaba en la primera página mi editorial, bajo el título de «Imagen del Día». (...) BCM: Y a partir de enero del 59, ¿qué hizo? ORC: El 7 de mayo de ese mismo año llegué a México donde trabajé en la Editorial UTEHA hasta que recibí una oferta de trabajo desde San Antonio, Texas, para dirigir el periódico mexicano «La Prensa», fundado por Ignacio Lozano en 1913. Y de inmediato su viuda, doña Alicia, impresionada con cuanto yo hacía, pidió a su hijo Ignacio, que dirigía «La Opinión» en Los Ángeles, que me llamara a trabajar con él. Y allí comencé en septiembre del 60 a escribir las «Instantáneas», una sección de dos columnas que se publicaba diariamente y que seguí en el 84 en «Noticias del Mundo». Cuando dejé de escribirlas, en el 89, eran diez mil con cincuenta mil cuartillas... BCM: ¿Sobre qué escribía? ORC: De todo. Era un periodismo local, cotidiano y vivo que nunca se había escrito allí y creo que en ninguna parte. Como decía Terencio, «nada humano me era ajeno». Yo descubrí la comunidad hispana de la ciudad, empezando por la mexicana. Escribí de sus líderes, de sus organizaciones, de sus actividades, de los visitantes que llegaban de la América Hispana. Unas eran crónicas, otras eran entrevistas, reportajes, artículos, ensayos, crítica literaria, evocaciones históricas, reflexiones sobre esas celebraciones que se repiten año tras año; el Día de la Acción de Gracias, de Año Nuevo, de las madres, del amor, el de los difuntos, la Nochebuena, la Navidad, la Hispanidad, el Americanismo. Y con tres viajes a España y otros a México, Costa Rica, Honduras, Guatemala, Chile me fue posible escribir numerosas crónicas sobre esos países. En Madrid, invitado por Manuel Fraga Iribarne, di cuatro conferencias entre la Universidad y el Ateneo... BCM: Y aparte del periodismo, ¿qué más hizo en Los Ángeles? ORC: En nivel universitario enseñé historia y literatura de España y de la América Hispana por dos décadas. Y por los nueve últimos años, periodismo en el Colegio del Este de Los Ángeles... BCM: ¿Y qué lo decidió a venir a Miami? ORC: Yo no vine, me trajeron. Marginando los detalles, el primer paso fue provocado por la recomendación que el doctor Luis J. Botifoll hizo de mí al doctor Ambler Moss para que éste me invitara a ocupar la Cátedra Bacardí Moreau. Esto coincidió con la publicación del Don Pepe Mora y su familia, que me había pedido el doctor Modesto M. Mora, quien, además, se había ocupado de instalarme durante los dos meses que duró el curso. Él me convenció de la conveniencia que para mí tendría vivir en Miami. Deseoso de que así fuera, él mismo se encargó de hacerlo posible y consumado el hecho me avisó a Los Ángeles que podía venir cuando quisiera. Y Caruca y yo llegamos el 2 de diciembre del 91... (...) ![]()
Miembros del Pen Club cubano en una de sus cenas mensuales en el restaurante de París, en 1950. Aparecen Jorge Mañach, Fernando Ortiz y su esposa, Ricardo Riaño Jauma, Manuel Miyares, Raimundo y Gloria Lazo, Octavio y Caruca Costa, Pánfilo D. Camacho, Rosario Rexach, Ena Mouriño, Mary Morandeira, Fermín y Elena Peraza, Marcelo Pogolotti y señora, Guillermo Martínez Márquez y Julia Rodríguez Tomeu.
Octavio R. Costa y familia en su hogar de La Habana, en 1955. Además de su esposa Caruca, aparecen sus tres hijos: Octavio, Orlando y Jorge.
BCM: ¿Y en cuánto a sus últimos libros? ORC: Y en el 87 Manolo Salvat había publicado mis Variaciones en torno a Dios, el Tiempo, la Muerte y otros temas. En el 89 Perfil y Aventura del Hombre de la Historia, mi obra más ambiciosa. Y fue ésta la que provocó que Manolo Salvat me pidiera otra igual pero sobre el cubano. En el 89, aparte de la reedición del Sanguily, la biografía de Santovenia por la Editorial Cubana. En el 90 la II Antología de Instantáneas. En el 91, Don Pepe Mora y su familia y en ese mismo año Luis J. Botifoll, por la Universidad de Miami. Con motivo del V Centenario del descubrimiento se publicaron dos libros míos: El impacto creador de España sobre el Nuevo Mundo, por Salvat, y Raíces y Destinos de los Pueblos Hispanoamericanos por La Moderna Poesía. Resueltos estos compromisos fue que pude escribir el primer volumen de Imagen y Trayectoria del Cubano en la Historia, sobre la colonia. Pero tuve que posponer el segundo volumen hasta escribir mi biografía de más amplio ámbito, la de Modesto M. Mora, la gesta de un médico, lujosamente editada por Salvat en el 96. Y por Salvat son todas las que aparecen sin mención de editora. Sólo después de terminar esta tremenda labor me fue posible escribir el segundo volumen de Imagen y Trayectoria del Cubano en la Historia, dedicado a la república (1902-1958) con seiscientas páginas. BCM: Y después de tantos libros, ¿hay algo más? ORC:A petición de mis hijos y con la aprobación de Manolo Salvat escribo mis memorias, que posiblemente se titulen Bajo la terca lucha con el tiempo. Mientras, Salvat ha editado con la colaboración de Botifoll la biografía de Bolívar que yo escribí cuando el bicentenario en 1983. Y la Editorial Cubana reedita Hombres y Destinos. (...) ...con ochenta y tres años no creo que pueda hacer mucho. Si lo logro, no será dentro de las historia, sino un ensayo, más o menos filosófico, los valores o temas eternos. Lo que sí me preocupa mucho es que se pierda todo lo que tengo sin trascender al libro. Dentro de la enorme masa de las Instantáneas hay mucho de historia, de literatura, de arte. Tengo sendas biografías de Hernán Cortés, Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Francisco Madero... BCM: ¿Qué más? ORC: Por treinta años seguí todos los aniversarios de los más famosos escritores de España y la América Hispana y escribí sobre ellos, no un día sino varios, tres, cuatro, cinco. Lo último que hice en este sentido, en el 87, sobre Mariano José de Larra, necesité diez Instantáneas. Estos trabajos, llevados al libro, darían no menos de quinientas páginas... BCM: Usted me asombra... ORC: Tengo materiales para un libro sobre Martí y no puedo decir cuántos trabajos sobre importantes figuras, pero sin la extensión de los anteriores... No cabe duda alguna de que Octavio R. Costa ha trabajado y producido mucho. Por eso Linden Lane Magazine lo trae a sus páginas para difundir su vida y su obra. Bien merece que se le reconozca. |
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