julio-agosto. año VI. No. 32. 1999


EDITORIAL

 

 

HACIA LA

RECONCILIACIÓN

NACIONAL

                  

 

"Sólo el amor construye..."

"Con el amor se ve..."

José Martí

 

Reconciliación y reconstrucción son dos formas de llamar al mismo proceso mediante el cual se restablecen los puentes de comunicación, diálogo, justicia y amor.

Restablecer esos lazos abarca, desde reconstruir a la propia persona que necesita reconciliarse consigo misma, con su pasado, con lo que es, con lo que desea ser; pasa por las relaciones interpersonales, matrimoniales o de amistad; alcanza el restablecimiento de la comunión entre los distintos sectores de la misma nación y también entre varias naciones y regiones de la tierra; hasta llegar a la reconciliación con Dios, al que, los que creemos, reconocemos como Padre de todos los hombres sin distinción, por lo tanto hacedor de la más profunda y duradera fraternidad universal.

Toda persona necesita, en algún momento de su vida, reconciliarse con su historia; toda familia necesita momentos de reconciliación; toda comunidad cristiana también los necesita; todo país se encuentra en circunstancias en que lo más importante es cerrar heridas, sanar la memoria, cultivar la misericordia y el perdón, otorgar la amnistía del corazón y de la ley, escribir la historia sin enconar revanchas, para reemprender una nueva etapa del camino.

Creemos que Cuba también está en una etapa de su historia en la que la reconciliación es el camino y el contenido de la necesaria reconstrucción del país.

Hace unas semanas hemos visto por la televisión un proceso de reclamación por daños humanos. No cuestionamos aquí su carácter legal, o su eficacia, o su deseo de impartir justicia muchos años después de lo ocurrido, queremos referirnos al método, que pudiera traer para el presente y el futuro de Cuba un clima que no favorezca la deseada reconciliación.

Debemos comenzar diciendo que la reconciliación no significa desmantelar la justicia, ni esconder la verdad de los hechos, -por cierto, toda la verdad y no sólo una parte-; no significa tampoco desconocer la historia, desfigurarla, mutilarla...

Reconciliación, más que demandar, es perdonar, es misericordia que tiene en cuenta la justicia, pero que la supera con la magnanimidad.

Reconciliación no es abrir heridas viejas aunque ciertas. Es sanar y vendar, no enconar y exhibir lo que la injusticia y el odio rompió. Creemos que ante la crueldad debe existir un pudor que no se empeñe en una morbosa vuelta a lo que dañó, lo que humilló, lo que marcó para siempre a una generación.

Lo brutal, por inicuo y por vergonzoso, no debe presentarse ni por ejemplarizante lección, pues lo que desea enseñar se hace a tal costo de ignominia que en lugar de despertar la bondad que intenta cultivar, aviva sentimientos de venganza y rencor que —como dijera Martí— nos colocan en el bando de los que odian y destruyen.

Sólo el perdón y el amor construyen. Colóquese a un pueblo ante las crueldades humanas y devuélvanse a la luz pública de niños, adolescentes y jóvenes que no vivieron esa época dura, las iniquidades de que fueron capaces otros hombres y otras generaciones y se estará sembrando la revancha, no la amnistía, se estará envenenando el clima donde respiramos, no serenando los espíritus -lo que no significa olvidar la justicia- para poder comenzar de nuevo. Los pueblos no se reconstruyen abriendo heridas sino fortaleciendo corazones. Y creer que el corazón se hace recio a base de violencia ha sido el origen de todas las guerras y confrontaciones de la historia que debemos superar definitivamente.

A sembrar valores y despertar los sentimientos de justicia y bondad, perdón y reconciliación, deben dedicarse los medios de comunicación social de todos los países, también de Cuba, y no a brindarnos una reiterada secuencia de violencia y muerte que difícilmente ayude a que no vuelva la historia que ya tuvieron que sufrir varias generaciones de cubanos.

El poco tiempo de las transmisiones de la televisión, que alcanza a llegar a un gran público, debería dedicarse a más programas como "Vale la pena" o "Para la Vida" y a menos como las novelas repletas de corrupción, infidelidades maritales, modelos de vida extraños a los nuestros y sentimientos verdaderamente no constructivos.

La televisión debería dedicar más tiempo a programas como «Orígenes» o «De la Gran Escena» y menos a películas de violencia y muerte como las del sábado. Menos a reciclar el dolor, la injusticia, y más a sembrar la convivencia fraterna y el amor.

Eso es contribuir a la unidad y la reconciliación nacional que todos los cubanos merecemos.

Dicen los mejores pedagogos, incluidos los cubanos, que tenemos muy buenos, que no se educa resaltando lo negativo sino proponiendo lo positivo. Dicen también que no es poniendo malos ejemplos en el aula o en la familia como se evitan las malas acciones en el futuro, sino que existe una reacción sicológica ante este tipo de muestra macabra que en lugar de repulsión provoca un morbo de lo prohibido, de lo destructivo, que algunos autores llaman el Thánatos.

Tenemos la convicción de que no es este el camino de un futuro de mayor justicia y fraternidad para Cuba sino el del perdón, la amnistía y el Ágape, que es la fuerza positiva del amor que construye.

Amnistía es olvidar lo que pasó para empezar de nuevo rompiendo la cadena de la violencia y la revancha. Amnistía es olvidar. No en el sentido de borrar la memoria histórica y la verdad, lo que, por otra parte, es imposible. Aquí olvidar significa el propósito y la voluntad de no reabrir las heridas, ni reavivar el encono, ni dejar escapar las fuerzas negativas de la venganza.

Nunca sobran ejemplos en la historia de Cuba, y son muchos, que demuestran que en los momentos más críticos, de mayor confrontación, en los momentos en que se gestaba un nuevo orden de mayor justicia y libertad, los padres fundadores no resaltaron las viejas heridas sino sembraron la virtud de la benevolencia y el proyecto de un hogar nacional "donde quepamos todos"-como dijera Martí.

Leamos en el Manifiesto de Montecristi, que bien podría ser el manifiesto de la reconciliación entre todos los cubanos y con todos los pueblos, y veremos la nobleza del alma de nuestros patricios. Ellos "declaran..., ante la patria, su limpieza de todo odio, su indulgencia fraterna para con los cubanos tímidos equivocados, su radical respeto al decoro del hombre, nervio del combate y cimiento de la república."

Debemos evitar todo cuanto pudiera llevarnos al despeñadero de la violencia. Debemos ahorrarle a Cuba más amarguras y resentimientos. Debemos construir sobre el perdón y el amor. La alternativa a este pacífico y cordial camino es la pendiente de la confrontación. Debemos cerrarle, desde ahora, el paso a esos sentimientos de odiosas reivindicaciones violentas.

Callar sobre la verdad del dolor ajeno y no ponerse del lado de la justicia es vergonzoso, pero reabrir las heridas del pasado pudiera ser una manipulación del dolor ajeno y ser utilizado para fines de Estado. Así lo veía el Apóstol:

"Con ir de espaldas a la verdad... no se suprime la verdad. En un pueblo, hay que tener las manos sobre el corazón del pueblo...Y el corazón crece, y la paz pública, cuando los elementos nacionales de cólera y desorden, se convierten, por su propia virtud, en elementos de amor y orden." (José Martí. "Juntos, y el Secretario". Patria, 21 de mayo de 1892.O.c. Vol. I p.555)

Cubramos la ignominia, ciertamente injusta, con el manto de la dignidad con que, la frente en alto, sufre el hombre noble, y evitemos con el perdón y la misericordia de hoy, nuevas revanchas que estuvieran por venir.

Cerremos la cuenta del pasado. Que la lección de la historia salvaguarde, junto con la verdad de lo que pasó, la inconmovible voluntad de olvidar las injusticias para que no se nos envenene el corazón y para que la nación pueda cerrar las heridas con la serenidad y el sosiego que da la certeza de que nunca más se echará mano de la memoria para reavivar el encono y señalar enemigos.

Invitar al perdón y la reconciliación, esa es nuestra intención. Respetar el dolor de todos los que sufrieron y fueron heridos, muertos o mutilados en el cuerpo o en el alma por unos y por otros. Ayudar a reconocer la verdad y la justicia donde quiera que estén. Pero no enconar más, sino sanar las almas y los corazones.

Una buena actitud y un buen programa de vida para que Cuba entre en una nueva etapa de su historia en vísperas del nuevo milenio por la única puerta que construye: el amor.

Pinar del Río, 8 de Julio de 1999