mayo-junio. año VI. No. 31. 1999


HECHOS Y

OPINIONES

 

IR DE COMPRAS

 

por Rosario González Álvarez

 

 

 

A mi padre y mejor amigo Andrés González Fleitas, Sastre

A Florita Prieto, Profesora de Música.

                  

"Qué quieres de mi", dijo (el genio) con voz ronca, impaciente. El anticuario, sorprendido, recononiéndolo contestó: "Nada, aunque quizás pudieras traerme otra lámpara igual a esta" -"No te serviría de mucho" contestó el genio "Sólo esta tiene poderes mágicos", contestó el genio. El otro (el anticuario) dejó la pipa "justamente", dijo sonriendo, "Con tu lámpara soy yo el que no sirve de mucho. Luego puedes irte tú y ella adonde más te agrade".

Eliseo Diego

Intercálase la historia del anticuario.

 

 

Al evocar en estas crónicas, costumbres de mi juventud en el Pinar del Río de esos años (tengo 75 de edad) pretendo dar a los jóvenes (y a los no muy jóvenes) una ligera imagen de ellas.

Trato de que mi lenguaje sea sencillo, llano, coloquial, para lograrlo, el poeta andaluz, Juan R. Jiménez decía "yo escribo como habla mi madre". Yo, (pobre de mi por la comparación) digo "como hablaba mi madre". Que la llevo "hurtada de dioses crueles y vamos a un Dios que es de nosotros"(1).

Quizá alguien piense ¡Bah! ¡Esas historias no interesan a los jóvenes! ¡Yo no lo creo así! La impresión que una generación nueva produce sólo es por completo favorable cuando suscitan estas dos cosas: confianza y esperanza...

¿Cómo emiten juicios condenatorios? Tomando como patrón a los que ahora buscan la vida fácil "a cualquier precio", olvidando sus responsabilidades personales, familiares, sociales, políticas, etc, y degradan el más puro sentimiento, el amor? ¡No! Confío en aquellos que el Papa Juan Pablo II, en Camagüey, el 23 de enero de 1998, caracterizó diciendo: "Queridos jóvenes, sean creyentes o no, acojan el llamado de ser virtuosos. Ello quiere decir que sean fuertes por dentro, grandes de alma, ricos en los mejores sentimientos, valientes en la verdad, audaces en la libertad, constantes en la responsabilidad, generosos en el amor, invencibles en la esperanza... no esperen de los otros lo que Uds. son capaces y están llamados a ser y hacer" Así hay miles de jóvenes.

En ellos confío y espero... Muchos (aún sin conocerlos) se me han acercado, sonrientes y agradecidos por las pasadas crónicas. ¡Eso es el mejor estímulo a seguir escribiéndolas! ¡A ellos dedico ésta!

El hombre es el único ser pensante, capaz de organizar sus ideas y recordar. No puedo evitar volver al pasado, al llegar a las flamantes tiendas pinareñas (de venta por divisas), cada día más confortables en cuanto a su entorno de cristales, luces y delicioso (y aveces muy fuerte para mis huesos, y supongo también para el ahorro de electricidad) aire acondicionado. La "invasión de cristales", las llama Eusebio Leal, con cierto temor a que rompan la imagen de "La Habana Vieja", Patrimonio de la Humanidad que gracias a su intenso y apasionado amor, vemos los cubanos se va restaurando, tal como merecen sus calles, casas, Iglesias, etc. mudos testigos del pasado.

En mi juventud, ir de compras no era sólo una tarea para adquirir algo necesario o banal. También constituía deliciosos momentos en que la pasábamos estupendamente bien (y hablo como mujer) buscando, mirando, descubriendo un bellísimo encaje, una tela baratísima u otra de novedoso diseño, unos vasos de delicado cristal, una prenda para obsequiar a alguien muy amado... ¡Y no tomen muy al pie de la letra aquello de que dejábamos los bolsillos vueltos al revés, de padres o maridos! ¡Qué mucho hacíamos las mujeres (y hacemos hoy aún más) con un pedazo de tela!

Las habaneras de siglos pasados, según leí en una crónica del "cubanísimo" D. Emilio Roig de Leuchering no iban de compras a las tiendas, sino que los comerciantes les llevaban a sus casas las mercancías. ¡Las pobres! ¡Lo que se perdieron! Yo (como todas), en una tienda estoy como pez en el agua, o estaba, porque con esto de la moneda fuerte bastantes apuros que sufro al no recibir el dinero de mi jubilación en tan codiciados billetes y no poder invertirlos allí en lo que deseo.

En la Calle Real (Martí) desde San Juan (hoy Rafael Morales) hasta Recreo (hoy Antonio Rubio) existían decenas de tiendas de variados giros y nombres encantadores, distinguidos, como "La Ópera", "El Capitolio", "La Horma Elegante", "La Casa Grande", o sonoros y llamativos como "La Campana", "El Fuego", "El Incendio", (que competían pared con pared) y que aún sobreviven con el mismo nombre. Este sin modernizarlo, con sus vidrieras que muestran las prendas de vestir que allí se venden por moneda cubana, de uso (recicladas), y según voz popular, que se reciben por donación de países amigos. Aquel, por divisas, con reciente reanimación en su interior, y variadas y bellas mercancías. ¡Y qué decir de "El Paraíso", "Mi Tienda", "La Chiquita", "El Oeste", "La Violeta", "Las Novedades"...!

Con cariño recuerdo "El Encanto" (hoy parte de la Panamericana, por cierto en reconstrucción y acondicionándole las vidrieras, tan típicas de las tiendas cubanas) peletería y sedería. En la primera trabajaba Juanito García (padre del hoy metereólogo pinareño Tony García Martín) siempre alegre, dicharachero, atento con todos.

Al lado, en "El Oeste" podíamos adquirir bellísimos (y baratos) encajes. ¡Vean qué nombres de ensueño! Valenciénnes, guipour, "torchón" (muy trabajado, en realidad no recuerdo bien su escritura) de malinas, de Brujas (con tul como base) de exquisita y finísima trama, como el chantilly y el de Bruselas de más alto costo; las tiras y telas bordadas suizas, algunas con pasacintas (ojales por donde se pasaba la cinta que le da nombre) gallego, muy fuerte y barato, catalán, inglés, botones, felpas y cintas de distintos colores y ancho, galones, serpentinas, soutache, hilos de todo color y calidad, de seda, de algodón, estambres de lana. El hilo "cadena" famoso por su fortaleza y el D.M.C muy utilizado en bordados.

Con igual sentimiento recuerdo "La Casa Villalba" (donde está hoy la peluquería "Ilusión" -más allá o acá, que a tantos cambios no está acostumbrada mi mente-, cristalería y librería, anteriormente imprenta de igual nombre. Su dueña (como casi todos los propietarios), trabajaba como dependientes en su comercio. Carmelina Villalba nos recibía con una cordialidad innata en ella, no como "pose" para vender (lo que no es nada criticable, al contrario, era norma de conducta en esa época). Allí compré a precios irrisorios libros de lo mejor de la Literatura Universal, de "Editorial Sopena», argentina (o española). Conservo (lo poco que me queda después de prestarlos) "Romeo y Julieta" y "Jane Eyre" de la Bronte. También a $0.20 el ejemplar "Novelas del género policíaco", con firmas tan famosas como Agatha Christie, Erle S. Gagner, S.S. Van Dine.

Ir de compras era también un pasar horas deliciosas de amable plática con el dueño (o demás empleados) con quienes si éramos sus clientes habituales, teníamos relaciones amistosas y charlábamos sobre nuestras familias, sucesos de actualidad, etc. Era sentirnos también un poco "importantes" (el cliente siempre tiene la razón) atendidos con cortesía, sin rayar en torpes halagos, en fin, salir satisfechos de comprar en aquella tienda. En algunas teníamos crédito y se pagaba a fin de mes, y a veces no con tanta puntualidad, que hubo tiempos y malos. Pero el dueño esperaba, confiado, en el pago de la misma y sin recargos adicionales por ello.

Existían "marcas" de artículos que garantizaban su calidad. Un warandol (de lino) cuyo nombre no recuerdo, dio origen al dicho popular "firme como warandol de a peso", ¡así sería de perdurable su uso!

A fines del verano o invierno (fin de temporada) se liquidaba la mercancía a muy bajos precios (ganga) y como es natural allá íbamos presurosos, como moscas a la miel para aprovechar tal tentadora oferta.

Ahora, las que más recuerdo son "Suchel" perfumería, "As" detergente, "Rina" Jabón, "Vitanova" pastas y salsas.

De otras nos enteramos cuando por televisión se premian a concursantes o invitados a algún programa. ¡Y cómo me alegra sean en español! ¿Capricho? ¡No! Es mi lengua natal y no pudiera vivir en un país donde no la oyera, la considero la más bella y dulce al oído. Idioma que siempre ha servido para unir, no desatar odio entre razas. Nunca se tiene como foráneo en un país de América, aunque estemos a cientos de millas de distancia de España, considerándolo como propio y enriqueciéndolo día a día con nuevos giros lingüísticos que lo mantienen siempre joven.

 

¡Pero volvamos a ir de compras! decir que no disfruto al hacerlo ahora sería mentir. ¡Líbreme el Señor de tamaña idiotez! Todo está a la mano para revisarlo y escogerlo, listo para su uso. Las confecciones de fábrica las han abaratado y pueden llegar a más manos. ¡Y miel sobre hojuelas con el nylon y el poliester! Nos han hecho la vida más fácil, evitando el planchado agotador de nuestras abuelas. El "wash and wear" (lávese y úsese) aunque en inglés me sabe a gloria. Además, casi todo lo teníamos que hacer en casa o enviarlo a la modista. Claro que hemos perdido el gusto de elegir la tela deseada. ¡Qué ritual encantador!

El dependiente las esparcía sobre el mostrador (venía enrollada y se colocaba en estantes) con gestos casi mágicos.

 

Las Tiendas UAMÁ (Cadena Panamericana) y EL FARO (Cadena Cubalse), ambas en la Calle Martí.

 

"Allí los mostradores en la perpetua luz y la blancura sellada y suficiente de la tienda".

Eliseo Diego.

 

¡Preciosas y variadas en clases, precios, y estampadas o no! Y nosotras: a elegir... ¡Qué gozo! En aquel momento no sólo mirábamos la tela, sino el futuro: ¿qué modelo hacer? ¿Quién lo haría? ¿Para que ocasión! Y lo mejor, ¡A quién lucirlo! Sencillos minutos de ensueño. Y hacíamos efectivo uno de los dones más preciados otorgados al hombre: elegir. ¡Qué derecho precioso! Elegir entre amor y odio, entre crear y destruir, entre el perdón y el rencor. ¡Infinitas opciones, todas nuestras!

El "ser o no ser" de Hamlet, que eleva o destruye, solo hay que hacerlo sabiamente. Y allí ese regalo ¡Elegir!

Y qué nombres, tentadores al oído: seda china, de increíble suavidad, seda-espejo, seda fría, encaje de la Reina, muselina, "georgette", leves y transparentes, satín, "mo aré" y tafetanes para grandes ocasiones, terciopelo, suave como vellón de ave, pana, corduroy, lana, tul y marquisette, también para cortinas, etc., como el damasco (oriundo de Arabia, de ahí el nombre) telas de lino, holán, warandol, linolán, dril ¡Ay! ¡cómo había que planchar! ¡Y almidonar! Y telas suizas bordadas, y telas de encaje.

Para mí, elegir una tela era algo especial, igual me ocurría al comprar un perfume o abanico.

Estos, benévola arma de coquetería en manos femeninas casi han desaparecido. Como la humildísima "penca" de guano, que tanto hemos usado desde tiempos coloniales, útiles y criollas. ¡Son las pequeñas ausentes ante el moderno ventilador...!

Los abanicos eran tentadores, preciosos, de papel, de tela, seda o encaje, pintados a mano (sevillanos casi siempre), japoneses, chinos, de varillaje de madera, o galalit (parecido al plástico que no existía entonces). Hasta de nácar, carísimos. Los chinos tenían sus varillas de madera olorosa y llevaban preciosas borlas en el cierre.

¿Y los perfumes? ¡Ay! Agua de rosas, colonia (lo mismo "Sarrá" barata y popular, que la famosa "Guerlain"), era complemento perfecto a nuestra piel después de un refrescante baño, y un toque discreto de distinción en los hombres...

Los que tenían olor a gardenia eran mis preferidos. ¡Y qué nombres! "Tabú", "Chanel No. 5", "Soir de París" (noche), "Maja", "Hechizo", todos tentadores y sugerentes.

El protagonismo que me deleitaba, ya citado, se hacía más patente al ir a comprar un par de zapatos. En la vidriera de la peletería, modelos y precios variadísimos. Aquí la más conocida era "La Capitana", (sí, existe con igual nombre pero no igual oferta hoy). Al pedir el modelo deseado nos sentábamos cómodamente hasta que el dependiente (hasta que el peletero) solícito, nos lo probaba, con delicados movimientos, y como es natural, hablando de su belleza, calidad, etc. ¡Había que venderlos! ¿Muy justos? ¿Muy anchos? ¿Otro modelo?... Allá iba el dependiente en busca de otro par, y tras de sacarlos de la caja nos los probaba. ¡Y qué agradable sensación al caminar con ellos sobre su alfombra y regodearnos mirando, en un espejo, cómo nos quedaban! "La Capitana" tenía cajas de zapatos hasta en altos anaqueles a los que se llegaba por una escalera, que se deslizaba ronroneando a lo largo de los mismos.

"Sastrería Serice", "El Capitolio" y "El Bazar Cubano", vendían confecciones para hombres y ropa hecha a la medida, este último donde está hoy "La Panamericana". "Serice", en la que era venta "Por Comisión" (antes Cadena Amistad" y "Casa de los Novios"); "El Capitolio", en la acera del frente.

En la primera trabajó mi padre por años (era conocido por su segundo apellido Fleitas) como sastre cortador. Este oficio era una maestría: el sastre cortador actuaba como él "arquitecto" del traje, sobre todo del saco. Él nunca cogió una aguja para coser en sus manos ni utilizó una máquina de igual uso, todo iba al taller de costura. Probar un saco era un arte, donde él cuidaba hasta el menor detalle del modelo, ajuste, comodidad y perfecta hechura de la prenda escogida por su cliente. ¡Y tal compra no era privilegio de bolsillos repletos! ¡Qué los había de precios muy discretos, dependía del costo de la tela, todos tenían igual perfecta confección! ¡A la medida!

Como un establecimiento que podemos llamar casi prehistórico pues desapareció de nuestra ciudad, cito las sombrerías. Los jóvenes de mi época no los usaban, pero sí nuestros padres y abuelos, de pajilla, de paño, "jipi japa"(2). Actualmente hay un nuevo "look" (léase imagen) entre los jóvenes (y los que no lo son, pero o son calvos o quieren estar en "la onda") que lo consideran como algo muy novedoso.

Recuerdo que "El Incendio", de Álvarez y Peña, tenía un Departamento dedicado a su venta. Su dueño (Juan Álvarez, español de pura cepa y ceño adusto) ante la vista del cliente los adaptaba a la medida deseada, en una horma y con color adecuado a la prenda.

Peña se ocupaba de la parte de géneros, etc. A veces al pasar por allí, el lugar me sirve de "máquina del tiempo", para la evocación de su figura: buena estampa, siempre sonriente, de buen carácter, muy amigo de mi padre. Existían varios locales pequeños, sin grandes pretensiones ni reclamos publicitarios, de "polacos". Fueran húngaros, libaneses, rusos, eran para todos "polacos", como todo español era "gallego". Las llamaban "retaceras" por vender telas por retazo de distintas clases, tamaños ¡Y a bajo precio!

¿Ferreterías? donde está el Parqueo (Martí y Rafael Morales) se encontraban la de "Rovira", que desapareció pasto de las llamas de voraz incendio, que también destruyó una carpintería que allí había, la de Fabián y la sastrería de Benjamín. Allí, como en la de "Paredes" (al lado de un local de venta de prendas de vestir usadas), se podían adquirir desde puntillas de zapateros, hasta argollas o narigones para las reses. Allí iba yo con una lata o pomo vacío y compraba $0.10 de pintura de aceite (esmalte) de cualquier color, con la que decoraba tinajas de barro con adornos para mi hogar.

"Canosa" (hoy "La Popular"), reinaba, solitaria, en el mismo lugar en que todavía está, con su sistema automático (que no he visto en ningún otro lugar) de cobrar la compra. Lo que sí ha cambiado y en cifras inimaginables son los precios.

Una teja $17.00 (¡Sí, una teja de barro!), un ladrillo $7.00. Cuando supe de ello los ojos se me pusieron como platos, de asombro e incredulidad.

¿Y las vidrieras? ¡Qué fiesta para la vista!, de noche salíamos a mirarlas como sencillo medio de pasar un buen rato. Los comerciantes aprovechaban fechas significativas para hacerlas atractivas, así Navidad, Semana Santa, Día de las Madres, de los Enamorados, inicio de curso escolar, de verano, invierno ofrecían oportunidad a los que a ello se dedicaban para dar rienda suelta a su imaginación y presentarlas con buen gusto.

¡Y qué pretexto tan simple era lo de "mamá, vamos a ver vidrieras" por las noches. No era un peligro salir de noche ni ante ladrones, aceras rotas o bicicletas sin luces (y sin respeto al peatón) lo mismo solas que en grupo, dar "una vuelta" por la Calle Real, siempre dos o más amigas y encontrarnos con los novios (o el enamorado...) o dar un vistazo a jóvenes que se agrupaban, por ejemplo, en la esquina de "El Comercio" o "El Globo" o en algunos portales. ¡Ay! los portales de Pinar del Río, ausentes en otras ciudades cubanas, con sus altas columnas (cantadas por A. Carpentier el describir La Habana).

Porque todos sabemos que miradas y sonrisas son hermoso puente para dar paso al amor o a una buena amistad.

Y luego, como dice la copla:

Las palabras amorosas

son las cuentas de un collar

en saliendo las primeras

salen todas las demás.

¡Y cuánto encuentro sin citas vergonzosas y cuánta sana alegría de charla entre amigos; de planear excursiones, de hablar de futuros bailes, exámenes, etc.

En aquella época, Pinar, más que ciudad, era pueblo grande. Todos nos conocíamos, aunque fuera de "oídas" o de "vista", todos éramos una gran familia...

¡Y creo que esos días, como las golondrinas de Bécquer, no volverán!

Vasos, copas, cubiertos, vajillas (inglesas, chinas, de porcelana, de loza) al alcance de todos los bolsillos, que se podían comprar completas o por piezas. Hace poco, un chico de seis años vio en casa un plato llano y un poco sorprendido me preguntó: ¿Y esos platos? Yo sólo los veo en la televisión. También ollas, cazuelas, sartenes, jarros, etc. Y adornos preciosos, búcaros, figurillas, etc. etc. Todo esto se podía encontrar en la ya citada "Casa Canosa", en "El Palacio de Cristal" y en "Villalba" (ya también mencionada). La Casa Grimal al lado del Royal Banck, ofertaba también estos artículos, pero de muy alta calidad, hermosos diseños pero de alto costo.

Existía una talabartería "El Gallito", de Rufino Hernández que exhibía en su vidriera un caballo de tamaño natural que mostraba todos los arreos que allí se hacían y se vendían (amén de cintos y otros artículos de cuero) que era la admiración de todo el que a esta ciudad venía por primera vez.

Recordándolo me pregunté cuál habría sido su origen, su fin, porque desapareció y no tenía alas como el corcel mitológico. Acudí a Adalberto Cabrera, confiaba en su amabilidad y formidable memoria. Él, a su vez, preguntó al hijo de Rufino, Ángel, que le informó que dicho caballo fue adquirido por su padre en 1934 en los estados Unidos. Sólo habían dos iguales en Cuba, el de aquí y otro en "El Estribo", en La Habana Vieja, que se dedicaba a la venta de materiales y artículos de talabartería. Fue sacado de su cristalino encierro dos veces, una de ellas para un desfile escolar del 28 de enero.

En 1962, al intervenir la tienda, lo colocaron (duele decir "tiraron") en el patio de "La Ópera" donde se desbarató. Supongo "sus restos" terminaron en un almacén de Recuperación de Materias Primas.

Aretes, cadenas de oro, etc. (la plata se utilizaba muy poco, pues el oro era muy barato) se compraban en Platerías, Joyerías y Relojerías, donde también se arreglaban. Tener una cadena de oro, con una medallita de la Caridad del Cobre (los crucifijos eran más vistos en el cuello de nuestras abuelas) no constituía un lujo.

Era el mejor y más común adorno que pudiéramos lucir. Citaré algunos que recuerdo, más por los nombres de sus dueños (que allí servían al público), que por sus nombres comerciales.

Al fondo del antiguo Ayuntamiento (después Poder Popular y Casa de la Cultura), hoy en difícil y costosa reparación, estaba situada la de Dagoberto Valdés Pereira (padre de Dagoberto Valdés, Director de Vitral) y Armando Ayala que era el platero. En la calle Real esquina a Rosario, al lado de la Farmacia de Virgilio Cuervo (hoy Banco de Divisas) recuerdo a Antonio Hernández, y Sergio García inclinado sobre su mesa de trabajo y rodeado de las diminutas piezas de los relojes, y en la antigua Imprenta y papelería "La Camelia" (hoy del padre del Dr. Barrial, aún hogar de la familia) trabajaban los hermanos Marsilio, siempre atentos y cordiales con todos, amén de su capacidad en el oficio.

Muchas más tiendas abrían sus puertas a nuestro pueblo: "La Rosita", "Mi Tienda", "La Colosal" "La Paloma" y otras más, librerías, bufetes jurídicos, farmacias, mueblerías, que muchas omisiones cometo en estas crónicas que, repito, sólo dan ligera idea de cómo era ese tramo de la Calle Real, en aquellos años centro de la vida comercial.

Al ir hoy de compras a una tienda por divisas, me siento como quizás se sintió Alicia al llegar al "País de las Maravillas", y sin correr tras un conejo loco. Todo precioso, ambiente fresco, perfumado, mercancías variadas, mucho esplendor, pero ¡la edad!, no me creo en una tienda cubana, o mejor dicho, pinareña. Además, no me acostumbro a ver un T.V (y grabadora, refrigeradores, etc) y no encontrar por ejemplo un par de imperdibles (bilongos) o una espiga o toma corriente ¡Y un T.V. de $430.00 equivale a $8,600.00 cubanos (hoy se cambia en CADECA a $21 y $22 por dólar. Así es que solamente pueden adquirirlo los de muy altos ingresos o los que tienen un amigo fiel o un familiar "afuera". Lo del alfiler es un ejemplo de las pequeñas y sencillas cosas que necesitamos y no podemos adquirir ¡Como un poco de pintura para decorar una tinajita de barro! Y todo ello sin pensar que estos últimos no los compras con el dinero ganado con el sudor de tu frente, como en mi caso, jubilada tras 30 años de labor como maestra. ¡No! ¡No! ¡No me acostumbro!

Recreando esta sencilla actividad humana que es comprar, recordando los comercios pinareños, respirando los aires que fluyeron en ellos, recordando amigos y conocidos, se ha destacado esa amiga mía que es la nostalgia, y no me importa ¡disfruto todo de nuevo!

Contemplados a la distancia esos años en lo referente a la relación comprador-vendedor me doy cuenta que no había desatada engañosa publicidad, un producto era bueno o malo, y nadie se dejaba embaucar. La competencia sólo nos traía beneficios en cuanto a precios, calidad, actitud de dueños y empleados; quizá pesaba más eso -por lo menos en el ambiente de mis amistades- que lo muy moderno o confortable de la tienda, lo muy novedoso de la presentación de la mercancía.

Quizás todo ello me haga más fuerte el contraste con el actual modo de «ir de compras». Hoy, tras bulliciosa cola (y colada) para entrar a la tienda (no siempre, ¡claro!) y dejar el bolso en un casillero me es muy grato todo lo que me rodea, ya lo dije: luces, mercancías, etc., pero me disgusta que en algunas veces no sé a quién dirigirme para comprar (o preguntar por) algún producto, quizá será por la cantidad de clientes a quienes deben atender, quizá porque tienen también que estar atentos a posibles hurtos y algo muy personal (observar el subrayado) que me hace añorar el pasado, no encuentro prendas de vestir (ni calzado, que es peor) para mi edad. Tal parece los encargados de surtirlas creen que la ropa (y el calzado) «de antes» todavía nos duran en buen estado, a pesar de que los de la tercera edad (!!!) vamos con ellos diariamente a la bodega, a la placita, a la carnicería y a la pescadería (esporádicamente como al «agro») sin contar con los viajes a la escuela o Círculo Infantil llevando de la mano ¡con orgullo! o los nietos, o la visita al médico de la Familia, al Policlínico, raramente a una amiga y en lo posible a nuestros servicios religiosos. ¡Cuba está entre los primeros países del mundo de más baja natalidad, los matrimonios tienen pocos hijos o ninguno, lo que unido al plan asistencial a ancianos, nos sitúa en el porvenir de una Cuba de adultos y pocos jóvenes en el año 2000. ¡Alerta, por favor! ¡Acuérdense de nosotros!

Ya termino.

Gabriel García Márquez en una crónica titulada «La nostalgia sigue siendo igual que antes», cita las palabras de un escritor amigo suyo: «Oigo los Beattles con un cierto miedo, pues presiento me voy a acordar de ellos toda mi vida» y agrega García Márquez «es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias».

No tengo el don de ese escritor, de saber cuando la mía ¡terca que es! (y terca que soy al malcriarla reiteradamente), empezó a adueñarse de mi; lo que sí les aseguro, amigos, es que en estas crónicas siempre aparece, quizá como el catarro (ahora es el «virus») nos ataca esporádicamente, pero no podemos evitarlo.

Pinar se expande en aledaños y modernos repartos, la población urbana crece, pues el campo no tiene los atractivos y comodidades de la ciudad. Hay intensa inmigración interna (que ocurre a nivel mundial). Ante su peligroso avance (no siempre conlleva buena ubicación y desenvolvimiento social humano) se están tomando medidas que la frenen. Eso hace a «mi Pinar» cada día más cosmopolita. Creo que hemos ganado en eficiencia pero perdemos muchísimo en calidad de modo de vida.

Ahora vive el momento final de sus antiguos comercios con vistosas vidrieras y sosegado entrar y salir de personas en las tiendas.

Y como dice Aquiles Nazoa al hablar de las ventanas de su Caracas, «las que quedaron mueren por obstinación o acercamiento para abrir los compartimentos que reclama, en su expansividad, la nueva demografía ¡Apremiados por solicitaciones más urgentes, acaso no tengamos tiempo de reparar en cuánto de nuestra alma urbana se ha perdido, cuánto de nuestra historia!

En cantonés (dialecto de Cantón, ciudad portuaria China) la palabra «soledad» quiere decir «estar al lado de alguien a quien no conoces».

¡Ese es muchas veces mi estado de ánimo, sobre todo al «ir de compras»!

¡Pero no me acobardo! Todavía disfruto enormemente el visitar las tiendas a pesar del escozor que siento en mis manos (¿y en mi corazón, qué siento...?) al tener que utilizar una moneda que no es la mía, pues con ella, nada puedo comprar, salvo en algunas tiendas de excepción ¡Y a qué precios!

¡Sí! me acojo al viejo refrán popular ¡Soñar no cuesta nada!, y me digo: ¡Ánimo Rosario!

A quien «sufra» leer estas cuartillas:

Si algo he tratado de evitar en mi vida; es ser molesta a los demás... Casi me intimido ante una solicitud que yo sé la conlleva.

Ahora ya no puedo decir igual con lo que escribo, Veo muy mal y como no puedo hacer como Renoir, que con artritis en las manos, se amarraba al pincel para pintar en su vejez, pues sufre Ud., (o Uds.) tal tormento de mi escritura. Como el acto penitencial digo:

perdón, perdón, perdón.

A cambio, mi aprecio y mi gratitud.