mayo-junio. año VI. No. 31. 1999


EDITORIAL
 

 

 

EL INMOVILISMO:

UN CALLEJÓN SIN SALIDA

 

                  

 

En la cotidianidad de los cubanos es muy frecuente recurrir a la siguiente apreciación de la realidad que vivimos: «Aquí no pasa nada».

A veces es reflejo de un aburrimiento existencial, de un cansancio de lo mismo, de un hastío por falta de renovación.

Todo organismo vivo necesita del cambio. Desde hace poco se puede leer en un letrero mural al frente de una de las empresas de transporte de esta ciudad: "El cambio es obligatorio, el proceso es opcional." Cambiar es una necesidad vital, pertenece a la misma naturaleza de las cosas, del hombre y de la sociedad.

Todo cambia. Si no lo vemos, es porque intentamos construir una apariencia de realidad mientras la vida real transcurre soterradamente. Si no se desea el cambio, de todas maneras este se da, pero con el inconveniente de que hacemos dejación de la capacidad y la responsabilidad de escoger y regular sus modos.

Porque no se trata, como bien dice el letrero, de cualquier modo de cambiar. Hay que elegir bien la forma en que se desarrolla el cambio. Esencialmente hay dos modalidades para los infinitos caminos de cambio: la vía pacífica y gradual, por un lado, y la vía violenta y traumática, por otro.

En uno de esos dos horizontes se han dado todos los cambios personales, familiares, culturales, sociales, económicos, políticos y religiosos de la historia humana. Los grandes y pequeños cambios, los sustanciales y los cosméticos, transitarán por uno de estos dos caminos. De nosotros, de cada uno de nosotros, depende elegir el modo.

La conciencia universal contemporánea repele, en su inmensa mayoría, la vía violenta y traumática de los cambios. Los que se dejan inspirar por el mensaje de Cristo, eligen también la vía pacífica, gradual, consensuada.

La historia misma de la propia Iglesia demuestra que cuando se descuida el modo, se cae en el error de la violencia. Cuando se imponen las ideas o las creencias, se fomenta la intolerancia, que siempre acaba mal. Cuando se intenta detener la historia y paralizar los cambios, la vida real se encarga de romper el hielo. Cuando el inmovilismo intenta crear un ambiente aparente de tranquilidad, las soluciones se encaminan hacia un callejón sin salida.

Cuba ha cambiado pero no lo necesario. Mientras en algunos aspectos económicos se mueven las cosas para garantizar la supervivencia, en otros aspectos de la vida social parece como si nada estuviera pasando. La vida real se aleja de lo aparente. Y se retarda así lo que en beneficio de todos constituye -como dice el cartel mencionado- una obligación: cambiar.

El inmovilismo significa entonces un serio inconveniente para el progreso de la vida. Ninguna persona, familia o nación puede detener su desarrollo sin grave daño para sí mismo. La dialéctica propia de los vivientes marca el ritmo y los grados de avance. Los pasos se van vislumbrando y de nada sirve ignorarlos.

La oportunidad para "emprender los nuevos caminos que exigen los tiempos de renovación", de los que el Papa dijo en La Habana que era "la hora", deja en nosotros la grave responsabilidad de movernos para convertir nuestro corazón, nuestra mentalidad, nuestra forma de concebir la vida, o ésta nos pasará de largo dejándonos sin futuro.

Podría decirse que nos consume la impaciencia. La historia reciente y también la lejana, es testigo de la paciencia sin límites de los cubanos y de su Iglesia. Aún esperamos, con paciencia, que el inmovilismo después de la visita del Papa no convierta en paréntesis lo que fue ventana de libertad y mensaje de verdad y esperanza. Querer paralizar nuestras vidas en la rutina cotidiana, sin esforzarnos por cambiar nosotros mismos en esa conversión del corazón y de las estructuras, es no respetar el derecho a una vida digna y plena.

En este sentido los católicos hemos reflexionado en la enseñanza del Papa en la Misa de la Plaza José Martí, en que nos llama a "no detenernos" por fidelidad a Cristo y a la misión de la Iglesia a favor del hombre, que es lo que está en juego. Escuchemos una vez más esta invitación a salir de la parálisis:

"En la búsqueda del Reino no podemos detenernos ante las dificultades e incomprensiones. Si la invitación del Maestro a la justicia, al servicio y al amor es acogida como Buena Nueva, entonces el corazón se ensancha, se transforman los criterios y nace la cultura del amor y de la vida. Este es el gran cambio que la sociedad necesita y espera, y sólo podrá alcanzarse si primero se produce la conversión del corazón de cada uno, como condición para los necesarios cambios en las estructuras de la sociedad." (No. 5)

Una de las formas de poner en práctica este mensaje del Papa es tratando de cambiar los criterios que favorecen el inmovilismo por criterios que favorezcan la renovación necesaria.

Una de las causas más frecuentes del inmovilismo es la baja autoestima, la errónea conciencia de que uno no puede hacer nada, de que no se puede cambiar nada. La mayoría de los cubanos creemos sólo en las grandes conmociones, en los cambios tremendistas venidos de arriba o de fuera, encarnados en personas o acontecimientos mesiánicos.

El Papa también se refiere a ello cuando en la memoria dedicada al Padre Félix Varela en el Aula Magna de la Universidad de La Habana decía de la espiritualidad del fundador de nuestra nacionalidad: "Esta es su motivación más fuerte, la fuente de sus virtudes, la raíz de su compromiso con la Iglesia y con Cuba: buscar la gloria de Dios en todo. Esto lo llevó a creer en la fuerza de lo pequeño, en la eficacia de las semillas de la verdad, en la conveniencia de que los cambios se dieran con la debida gradualidad hacia las grandes y auténticas reformas." (no. 4c)

Desde Varela y Martí ha habido cubanos que han creído "en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud" con la convicción de que cuando un hombre se dispone a salir de su propia parálisis para cambiar su vida, algo ha comenzado a cambiar en la sociedad en la que vive.

Si cada cubano comprendiera que puede y debe hacer algo para salir del inmovilismo, si en nuestra experiencia cotidiana en lugar de decir "aquí no cambia nada", comenzáramos a preguntarnos "¿por qué en mí no cambia nada?", o mejor, comenzáramos a convencernos de que "de mí depende que algo comience a cambiar en Cuba", entonces todo comenzaría a moverse con la fuerza de los pequeños pasos graduales, pero que si son reales y sinceros nos conducirán hacia "las grandes y auténticas reformas» que deseamos.

En otras palabras, las grandes y auténticas reformas no se darán por arte de magia, o a partir del inmovilismo, sino a partir del aporte de cada ciudadano y de los que tienen alguna responsabilidad en cualquiera de los ámbitos de la vida familiar o social.

Cuba merece que salgamos de ese inmovilismo por los caminos del diálogo y la reconciliación, del consenso y la confianza, de la sinceridad y la "lúcida impaciencia" de los que saben que los que más sufren no pueden esperar mucho para que le "sean reconocidas sus angustias, sus dolores y sus miserias."- como nos decía el Papa en la Plaza- "Los que se encuentren en estas circunstancias pueden estar seguros de que no quedarán defraudados, pues la Iglesia está con ellos y el Papa abraza con el corazón y con su palabra de aliento a todo el que sufre la injusticia."(Homilía. No. 5)

"Vitral", al cumplir cinco años de su servicio a la Iglesia y a la Patria, quiere unir su pequeña voz a la de cuantos, en sintonía con este apremiante llamado del Santo Padre, desean que los que sufren no queden defraudados.

Y lo hace, sobre todo, porque quiere ser consecuente con aquellas palabras de Juan Pablo II el 25 de Enero de 1998 en su Homilía en la Plaza (párrafo no. 5) que, si las tomamos en serio, nos impelen a comprometernos más en la reflexión de los temas sociales: "Es preciso continuar hablando de ello mientras en el mundo haya una injusticia, por pequeña que sea, pues de lo contrario la Iglesia no sería fiel a la misión confiada por Jesucristo. Está en juego el hombre."

Y cuando está en juego el hombre los caminos no deben cerrarse en el callejón sin salida del inmovilismo. Que la esperanza nos alcance siempre para, a pesar de todo, abrir los horizontes a la cultura del amor y de la vida.

 

Pinar del Río, 20 de Mayo de 1999.

97 Aniversario de la proclamación de la República.