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mayo-junio. año VI. No. 31. 1999 |
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PEDAGOGÍA |
LA EDUCACIÓN CÍVICA Y ÉTICA EN EL MAGISTERIO DEL PAPA EN CUBA
por Joaquín Bello |
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I. Introducción Ante todo, unas palabras para concretar a lo que nos referimos: CIVISMO, cuando oímos esta palabra, o bien nos recordamos, los que peinamos canas, de nuestra escuela primaria con sus clases de «educación moral y cívica» o en estos momentos nos recordamos de Pinar del Río, por nuestro querido CFCR pero ¿Qué es el civismo? la raíz de la palabra viene del latín CIVISD, o sea ciudadano y realmente CIVISMO es el arte, la ciencia o la conciencia de ser un buen ciudadano. Es la actuación consciente y esclarecida del ciudadano en el seno de la comunidad, mediante el cumplimiento de sus deberes y de su esfuerzo en contribuir para el progreso y el engrandecimiento de su patria. Una persona cívica se caracteriza por una actitud activa de interés y participación en los problemas de la comunidad, no disfruta tranquilamente de los derechos que tiene asegurados, ni acepta resignadamente los deberes impuestos por la ley, sino que mantiene una acción constante para que se garanticen: - La obediencia a las leyes justas. - La defensa de la moral y de las buenas costumbres. - Un estímulo a los valores sociales positivos. - Que no se permitan los elementos o factores sociales negativos. - El estímulo a los jóvenes para el desarrollo armónico y sano de su personalidad. - La colaboración con las obras sociales e iniciativas que tiendan al bienestar humano. Y muchas otras formas de poner al servicio de la comunidad las experiencias, habilidades, capacidades y dones de que se es portador. Realmente, el civismo no puede enseñarse mediante la formulación de reglas de comportamiento, (esto es bueno y esto es malo). Es la resultante del convencimiento interior, nacido de la práctica cotidiana de las virtudes que constituyen la prerrogativa de una personalidad bien formada. No obstante, el poner al alcance de todos, en forma clara, información sobre los elementos necesarios para el buen ejercicio de estas virtudes, induce a las personas a formular metas que se han de alcanzar a través de actividades conscientes, dirigidas al bien común, aclarar a cada individuo sus responsabilidades frente a otros seres humanos, es una obra a la cual no podemos sustraernos, ni como personas, ni como padres, ni como cristianos. Entonces pensamos que una educación bien conducida, formativa en lugar de informativa, puede proporcionar a las personas condiciones de discernimiento, que le permitan vencer la tendencia natural al egoísmo, a la imitación vacía y a la masificación, porque las lleva a realizar, de manera más plena y más perfecta su propia personalidad, fermento que influirá sobre las personas que con él comparten, y levantará el nivel intelectual, espiritual y moral de toda la comunidad. Decía Juan XXIII en Mater et Magistra(18) «El deber de todo ciudadano y de toda la colectividad en una visión democrática es el CIVISMO, o sea, una contribución positiva a la expansión política, social, económica y cultural de la comunidad a la que pertenece». II. Análisis de la Realidad La vivencia del civismo se entiende como un proceso en círculos concéntricos, cuyo centro es la persona humana y cuyos perímetros van desde el medio inmediato constituido por el hogar, pasando después por el vecindario, el barrio, el trabajo, la ciudad, el país y el mundo, porque cada círculo abarca una serie de relaciones humanas cada vez más amplias y más generales. Es pues, en el hogar, en el seno de la familia, donde comienza a formarse el ciudadano consciente de sus derechos, y sus deberes. Cuando el hogar falla, solo difícilmente los otros círculos pueden ser alcanzados. ¿Cómo marcha cada uno de estos círculos en nuestro entorno? ¿Cómo están influyendo en ese hombre cubano de hoy? Para describir al hombre cubano actual me tomaré la libertad de entretejer fragmentos de lo que magistralmente dijo en su bienvenida al Santo Padre el arzobispo de Santiago de Cuba, Mons. Pedro Meurice. «El hombre cubano actual sufre de una pobreza material que lo entristece y agobia casi hasta no dejarlo ver más allá de la inmediata subsistencia, padece de una cultura del egoísmo debido a la dura crisis económica y moral que sufrimos, es un hombre que a lo largo de su historia ha visto desarticulados o encallados los espacios de asociación y participación de la sociedad civil, un hombre que no ha podido optar y desarrollar un proyecto de vida por causa de un camino de despersonalización que es fruto del paternalismo, un hombre, que ha confundido la Patria con un partido, Nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología. Son cubanos que al rechazar todo de una vez sin discernir, se sienten desarraigados, rechazan lo de aquí y sobrevaloran todo lo extranjero, considerándose por algunos esta, como una de las causas más profundas del exilio interno y externo, un hombre que ha olvidado que la verdadera independencia debe brotar de una soberanía de la persona humana que sostiene desde abajo todo proyecto como nación. Este retrato en que muchos nos vemos reflejados, lamentablemente se hace más real, más numeroso y más dramático en nuestros jóvenes, que desgraciadamente, muy pocas raíces han podido desarrollar en nuestra querida patria. La familia se encuentra formada por esos mismos hombres que hemos descrito, pero tiene sus peculiaridades y es el mismo Santo Padre quien nos dice: «La situación social que se ha vivido en este amado país ha acarreado también no pocas dificultades a la estabilidad familiar; las carencias materiales -como cuando los salarios no son suficientes o tienen un poder adquisitivo muy limitado-. Las insatisfacciones por razones ideológicas, la atracción de la sociedad de consumo. Estas, junto con ciertas medidas laborales o de otro género, han provocado un problema que se arrastra en Cuba desde hace años: la separación forzosa de las familias dentro del país y la emigración, que ha desgarrado a familias enteras y ha sembrado dolor en una parte considerable de la población. Experiencias no siempre aceptadas y a veces traumáticas son la separación de los hijos y la sustitución del papel de los padres a causa de los estudios que se realizan lejos del hogar en la edad de la adolescencia, en situaciones que dan por triste resultado la proliferación de la promiscuidad, el empobrecimiento ético, la vulgaridad, las relaciones prematrimoniales a temprana edad y el recurso fácil del aborto. Todo esto deja huellas profundas y negativas en la juventud, que está llamada a encarnar los valores morales auténticos para la consolidación de una sociedad mejor». El vecindario y el barrio, que debe ser el primer lugar donde el hombre encuentra ocasión para ejercer las actividades cívicas, ya que no todos tenemos la oportunidad de hacer algo por la patria o por la humanidad, pero todos pudiéramos contribuir para que nuestro barrio sea mejor organizado y acogedor, tenga mejores condiciones de seguridad y de moralidad públicas, en fin un dinamismo que debería orientarse hacia el bien común de la colectividad. ¿Y cuál es nuestra verdadera cara?, Casas que cada vez se ven más enrejadas, el no hables alto que te están oyendo, la desconfianza entre unos y otros, el siempre presente Comité de Defensa de la Revolución, (siempre hay un ojo que te ve), la basura, el ruido estridente, las peleas entre vecinos, las rivalidades, el entrar lo que resolvió escondido para que no te vean, las noches sin dormir para que no te roben la ropa tendida, el pollo o el puerquito criados con tanto sacrificio, el vecino que cuando ves venir solo piensas en ¿qué querrá ahora? las guardias, la donación de sangre, la cotización. El centro de trabajo, lugar privilegiado de encuentro con un hermano, lugar donde el bien común debe ser el primer pensamiento, se ha convertido en el lugar primero donde aprendemos a robar (si antes no estuviste becado), ese centro de trabajo, de todos, pero por eso mismo de nadie, en el que hacemos como que trabajamos, porque el salario no es suficiente, el sindicato no nos representa, las organizaciones políticas a las cuales le interesa más que la actividad sustantiva del centro, lo que le orientan de arriba, o sea, cuantos trabajadores participaron en los «huecos», o cuantas maticas sembraron, etc. También de nuevo la desconfianza y el miedo del hermano. La ciudad con las dificultades de abastecimiento, de la precariedad de los servicios, de la marginación, de los nuevos "llega y pon", de las jineteras y los proxenetas, del reinado del turista y el extranjero, donde el dólar es el mayor incentivo, la ciudad con los problemas de transporte, apagones y donde se registran los niveles alarmantes de violencia que amenazan seriamente la vida psíquica y biológica de los habitantes, la polución, la basura, el ruido, la bolsa negra de alimentos y medicinas. El país que describe el arzobispo de Santiago de Cuba en su discurso y que no voy a repetir, se encuentra gobernado o mejor dicho, controlado por un mismo partido desde hace 40 años, dotados de una maquinaria estatal que controla todos los sectores del país, medios de comunicación, organizaciones que en otros lugares son ONG, pero que aquí objetivamente se pierde la N, control de la enseñanza, los grupos profesionales, sindicatos, cooperativas, haciéndolos meros instrumentos de sus intereses políticos, toda esta organización garantiza la impunidad para sus errores, no obstante la impunidad corrompe las mismas bases del estado, creando nuevas clases sociales, dirigentes, militantes, etc. que cada vez se separan más de las personas del pueblo, logrando mantenerse más por el derecho de la fuerza que por la fuerza del derecho. Esta es hermanos míos, la realidad a que se ve expuesto nuestro CIVIC o sea ciudadano, realidad que por cotidiana a vaces no nos percatamos de su gravedad. Ante todo esto que nos abruma, ¿qué podemos hacer? ¿Puede hacerse algo? ¿Estamos haciendo algo? Estamos muy conscientes de que si hiciéramos una valoración de esta situación utilizando medios como por ejemplo el método de análisis de "la espina de pescado" de Ichikawa o el "árbol de problemas" que no es más que una variante del primero, la espina principal, la raíz principal, o sea la causa principal de este problema no es la formación, pero en primer lugar, es el tema que me pidieron tratar, y además, la eliminación de la causa principal es cuestión de tiempo o edad. ¿Qué nos ha dicho el Papa en su visita a Cuba sobre la formación en cuanto a cívica y ética? III. Iluminación en el Magisterio del Papa en Cuba El Papa no desconoce esta realidad, la conoce por haberla vivido en su país, la conoce por su preocupación particular por Cuba y aunque la sufre con nosotros, su confianza en la persona humana, en Dios y en la misión de la Iglesia lo convirtió desde su llegada en realmente un MENSAJERO DE ESPERANZA, en un verdadero peregrino de la verdad y de la esperanza. Desde su primer discurso en el aeropuerto José Martí nos dijo «No tengan miedo... La Iglesia convoca sin excepción a todos, personas, familias, pueblos, para que siguiendo fielmente a Jesucristo, encuentren el sentido pleno de sus vidas, se pongan al servicio de sus semejantes, transformen las relaciones familiares, laborales y sociales, lo cual redundará siempre en beneficio de la patria y la sociedad». El Papa va convocando a cada uno de los componentes de estos círculos, y así habla en Santa Clara a las familias diciéndoles: «Los padres al haber dado la vida a los hijos tienen la gravísima obligación de educar a la prole y, por consiguiente deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Esta tarea de la educación es tan importante que cuando falta difícilmente puede suplirse. Se trata de un deber y un derecho insustituible e inalienable. Es verdad que en el ámbito de la educación, a la autoridad pública le competen derechos y deberes, ya que tiene que servir al bien común; sin embargo, esto no le da derecho a sustituir a los padres. Por tanto, los padres sin esperar que otros les reemplacen en lo que es su responsabilidad, deben poder escoger para sus hijos el estilo pedagógico, los contenidos éticos y cívicos y la inspiración religiosa en los que deseen formarlos. No esperen que todo les venga dado. Asuman su misión educativa, buscando y creando los espacios y medios adecuados en la sociedad civil». Al ser la juventud el sector más dañado y por ser el futuro de la patria y de la iglesia, el Papa es muy enfático cuando se dirige a ella y nos plantea claramente: «El mejor legado que pueden hacer a las generaciones futuras es la transmisión de los valores superiores del espíritu. No se trata sólo de salvar algunos de ellos, sino de favorecer una educación ética y cívica que ayude a asumir nuevos valores, a reconstruir el propio carácter y el alma social sobre la base de una educación para la libertad, la justicia social y la responsabilidad». Y dirigiéndose a la Iglesia plantea: «La Iglesia tiene el deber de dar una formación moral, cívica y religiosa que ayude a los jóvenes cubanos a crecer en los valores humanos y cristianos sin miedo y con la perseverancia de una obra educativa que necesita el tiempo, los medios, y las instituciones que son propias de esa siembra de virtud y espiritualidad para el bien de la Iglesia y de la Nación». Y exhorta con fuerza: «¡Que Cuba eduque a sus jóvenes en la virtud y la libertad para que pueda tener un futuro auténtico y desarrollo humano integral en un ambiente de paz duradera!» También cuando conversó con los obispos cubanos en el Arzobispado de la Habana, hablando de los jóvenes y la familia enfatizó: «A este sector de la población hay que cuidarlo con esmero, facilitándole una adecuada formación moral y cívica que complete en los jóvenes el necesario «Suplemento del alma» que les permita remediar la pérdida de valores y de sentido de sus vidas con una sólida educación humana y cristiana». El papel de los laicos en esta importantísima misión es recalcado por Su Santidad cuando se expresa: «Es de desear que los laicos comprometidos continúen preparándose en el estudio y aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia para iluminar con ella todos los ambientes» (Stgo. De Cuba) y nos llama a «Mantener la llama de la fe en el seno de sus familias venciendo así los obstáculos y trabajando con valor para encarnar el espíritu evangélico en la sociedad. Los invito a alimentar la fe mediante una formación continua» (Cat. De la Hab.) El Papa habla también de algunos medios que ya se están utilizando cuando dice: «Las obras de evangelización que van teniendo lugar en distintos ambientes, como por ejemplo misiones en barrios y pueblos sin iglesias, deben ser cuidadas y fomentadas para que puedan servir no sólo a católicos, sino a todo el pueblo cubano para que conozca a Jesucristo y lo ame. La historia enseña que sin fe desaparece la virtud, los valores morales se oscurecen, no resplandece la verdad, la vida pierde su sentido trascendente y aún el servicio a la nación puede dejar de ser alentado» (Stgo) y también «En este sentido es de desear que las publicaciones católicas y otras iniciativas puedan disponer de los medios necesarios para servir mejor a toda la sociedad cubana» (Cat.) el valor del testimonio lo defiende cuando nos dice «La Iglesia está llamada a dar su testimonio de Cristo asumiendo posiciones valientes y proféticas ante la corrupción del poder político y económico» (Stgo.) y en La Habana habló sobre la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) de la siguiente forma «En este sentido, La DSI es un esfuerzo de reflexión y propuesta que trata de iluminar y conciliar las relaciones entre los derechos inalienables de cada hombre y las exigencias sociales, de modo que la persona alcance sus aspiraciones más profundas y su realización integral según su condición de hijo de Dios, y de ciudadano. Por lo cual el laicado católico debe contribuir a esa realización mediante la aplicación de las enseñanzas sociales de la Iglesia en los diferentes ambientes». El Papa no es ingenuo y conoce bien que para llevar a cabo esta misión faltan espacios en la sociedad y recuerda que «Para muchos de los sistemas políticos y económicos hoy vigentes el mayor desafío sigue siendo el conjugar libertad y justicia social, libertad y solidaridad sin que ninguna quede relegada a un plano inferior» (Hab.) Aún enfatiza que «Cristo le encargó (a su Iglesia) llevar su mensaje a todos los pueblos, para lo cual necesita un espacio de libertad y los medios suficientes», «de este modo cada persona gozando de libertad de expresión, capacidad de iniciativa y de propuesta en el seno de la sociedad civil y de la adecuada libertad de asociación podía colaborar eficazmente en la búsqueda del bien común» y recuerda que «A este respecto, los laicos católicos, salvaguardando su propia identidad para poder ser sal y fermento en medio de la sociedad de la que forman parte, tienen el deber y el derecho de participar en el debate público en igualdad de oportunidades» (Stgo.) Y referente a los medios de comunicación social (prensa, radio y TV) se expresa: «Espero que en su acción pastoral los obispos católicos de Cuba lleguen a alcanzar un acceso progresivo a los medios modernos adecuados para llevar a cabo su misión evangelizadora y educadora. Un estado laico no debe temer, sino más bien apreciar el aporte moral y formativo de la Iglesia" y recalca con fuerza sobre lo que ya hacemos: "En esa labor evangelizadora deben ser consolidadas y enriquecidas las publicaciones católicas para que puedan servir más eficazmente al anuncio de la verdad, no sólo a los hijos de la Iglesia, sino también a todo el pueblo cubano". (COCC). Cuba no escapa ni un minuto del pensamiento del Papa y hace sólo nueve días nos envió un bellísimo mensaje en el que nos recuerda: "Ustedes deben ser los protagonistas de su propia historia personal y social. Asumir esa responsabilidad debe significar para la Iglesia en Cuba poder profesar la fe en actos públicos reconocidos; ejercer la caridad de forma personal y social; educar las conciencias para la libertad y el servicio a todos los hombres y estimular las iniciativas que puedan configurar una nueva sociedad. En ella los derechos fundamentales de la persona humana y la justicia social encontrarán por igual sin menoscabo de unos en detrimento de otros, el reconocimiento y una efectiva promoción institucional" 22 de enero de 1999. Para terminar con este recorrido por el Magisterio de Juan Pablo II en Cuba, quisiera leer un fragmento de su discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, donde al hacer una semblanza del Siervo de Dios Padre Félix Varela nos muestra en una apretada síntesis, como debe ser nuestra labor formativa. Veamos: «Hijo preclaro de esta tierra es el Padre Félix Varela y Morales, considerado por muchos como piedra fundacional de la nacionalidad cubana. Él mismo es, en su persona, la mejor síntesis que podemos encontrar entre fe cristiana y cultura cubana. Sacerdote habanero ejemplar y patriota indiscutible, fue un pensador insigne que renovó en la Cuba del siglo XIX los métodos pedagógicos y los contenidos de la enseñanza filosófica, jurídica, científica y teológica. Maestro de generaciones de cubanos, enseñó que para asumir responsablemente la existencia lo primero que se debe aprender es el difícil arte de pensar correctamente y con cabeza propia. Él fue el primero que habló de independencia en estas tierras. Habló también de democracia, considerándola como el proyecto político más armónico con la naturaleza humana, resaltando a la vez las exigencias que de ella se derivan. Entre estas exigencias destacaba dos: que haya personas educadas para la libertad y la responsabilidad, con un proyecto ético forjado en su interior, que asuman lo mejor de la herencia de la civilización y los perennes valores trascendentes, para ser así capaces de emprender tareas decisivas al servicio de la comunidad; y, en segundo lugar, que las relaciones humanas, así como el estilo de convivencia social, favorezcan los debidos espacios donde cada persona pueda, con el necesario respeto y solidaridad, desempeñar el papel histórico que le corresponde para dinamizar el Estado de Derecho, garantía esencial de toda convivencia humana que quiera considerarse democrática. El Padre Varela era consciente de que, en su tiempo, la independencia era un ideal todavía inalcanzable, por ello se dedicó a formar personas, hombres de conciencia, que no fueran soberbios con los poderosos. Desde su exilio de Nueva York, hizo uso de los medios que tenía a su alcance: la correspondencia personal, la prensa y la que podríamos considerar su obra cimera, las Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición, el fanatismo en sus relaciones con la sociedad, verdadero monumento de enseñanza moral, que constituye su precioso legado a la juventud cubana. Durante los últimos treinta años de su vida, apartado de su cátedra habanera, continuó enseñando desde lejos, generando de ese modo una escuela de pensamiento, un estilo de convivencia social y una actitud hacia la patria que deben iluminar, también hoy, a todos los cubanos. Toda la vida del padre Varela estuvo inspirada en una profunda espiritualidad cristiana. Ésta es su motivación más fuerte, la fuente de sus virtudes, la raíz de su compromiso con la Iglesia y con Cuba: buscar la gloria de Dios en todo. Eso lo llevó a creer en la fuerza de lo pequeño, en la eficacia de las semillas de la verdad, en la conveniencia de que los cambios se dieran con la debida gradualidad hacia las grandes y auténticas reformas. Cuando se encontraba al final de su camino, momentos antes de cerrar los ojos a la luz de este mundo y de abrirlos a la Luz inextinguible, cumplió aquella promesa que siempre había hecho: «Guiado por la antorcha de la fe, camino al sepulcro en cuyo borde espero, con la gracia divina, hacer, con el último suspiro, una protestación de mi firme creencia y un voto fervoroso por la prosperidad de mi patria» (Cartas a Elpidio, tomo I, carta 6, p. 182).
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