mayo-junio. año VI. No. 31. 1999


RELIGIÓN
 

 

LAS LEYES

BÍBLICAS

por Pedro Pablo Arencibia                                         

 

Dedico este artículo a Lucy y Pedro Raúl, mis queridos hermanos en Cristo

 

 

« Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo, pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús,»

Gálatas 3,23-26

                  

 

En el Antiguo Testamento se encuentra escrito un gran número de mandamientos y prohibiciones que los católicos y los miembros de muchas otras denominaciones cristianas no practicamos; otros en cambio, sí son objeto de práctica. Muchas personas no conocen los fundamentos bíblicos de esa actitud. En el presente trabajo intento dar a conocer esos fundamentos, los cuales son conocidos desde hace mucho tiempo por aquellos católicos que se han interesado por conocer los fundamentos doctrinales de su fe.

En este artículo no abordaré los fundamentos bíblicos relativos a la existencia y utilización de imágenes ( no confundir con ídolos ) por parte de los católicos. Este tema ya fue abordado en el artículo "Dioses e Ídolos", publicado en el número diez de la revista "Vitral".

En la Primera Parte del presente artículo expongo los orígenes y objetivos de las leyes del Antiguo Testamento; así como, una primera aproximación a la problemática sobre la necesidad o no del cumplimiento de algunas de esas leyes por parte de los no judíos o gentiles.

En la Segunda Parte abordo la relación entre Cristo y la Ley, y en especial, lo que significa para Cristo cumplir la ley; utilizo para ello ejemplos procedentes de Los Evangelios, apoyados por otros textos neotestamentarios. Además, retomo la problemática sobre los objetivos y el alcance de la Ley de Moisés y expongo los fundamentos de la Nueva Ley.

En la Tercera Parte presento algunos de los elementos históricos y bíblicos que sirvieron de base para adoptar, por la inmensa mayoría de los cristianos, al Domingo como el día más importante de la semana y no el Sábado, como era lo indicado por la Ley mosaica.

 

PRIMERA PARTE

El pueblo de Israel fue elegido por Dios para ser el pueblo de donde saldría la fe en el Dios verdadero; pero, dicho pueblo se conformó y vivió entre otros pueblos con muy variadas costumbres. Para que el pueblo de Israel y su fe no desaparecieran mediante la asimilación política, cultural y religiosa por otros pueblos, Dios permitió que surgieran tradiciones o costumbres que más tarde se convirtieron en leyes y prohibiciones de carácter religioso, las cuales traían consigo una gran diferenciación entre los israelitas y los habitantes de otros pueblos; no sólo en lo relativo al aspecto religioso, sino en general en el comportamiento social.

Algunos de los pueblos vecinos del pueblo de Israel presentaban en determinados aspectos de las esferas política, cultural y social un desarrollo superior al alcanzado por el pueblo de Israel. En otros aspectos ocurría todo lo contrario. En los pueblos primitivos es frecuente que la religión incida en prácticamente todas las esferas de la sociedad, pero, lo que distingue al pueblo de Israel de los restantes, es que aún hoy, después de casi 40 siglos de existencia, su identidad como pueblo permanece estrechamente relacionada con su religión.

Las primeras narraciones y costumbres del futuro pueblo de Israel, así como otras que iban surgiendo, fueron transmitidas casi totalmente de manera oral durante ocho siglos; hasta que aproximadamente en el siglo X a.C., empezaron a escribirse formal y sistemáticamente esas narraciones.

Algunas prohibiciones aparecen de manera indirecta e implícita en los primeros relatos; un ejemplo es la invitación a suprimir los sacrificios humanos, y en particular, el de los primogénitos, el cual era practicado por sus vecinos cananeos; esta invitación se encuentra en el pasaje del sacrificio de Isaac en Génesis, capítulo 22. Otras prohibiciones aparecen directa y explícitamente, como por ejemplo, la proclamación del Decálogo (Diez Mandamientos) en Éxodo 20,1-17.

Es precisamente en el Libro del Éxodo, en los capítulos del 19 hasta el 40, donde encontramos la primera gran exposición de leyes, órdenes y prohibiciones para el pueblo de Israel. Estas comienzan a ser dictadas por Yavé (según la lectura literal de Las Escrituras) a Moisés, su mediador, en el Monte Sinaí en la llamada Primera Alianza ( también llamada Alianza del Sinaí o Primer Pacto) y después continúa dentro del santuario, en la Tienda del Encuentro.

El libro del Éxodo comienza, al igual que el Génesis, a escribirse formal y sistemáticamente en el siglo X a.C. (otros autores plantean siglo IX a.C.), o sea, aproximadamente 3 siglos después de ocurridos los acontecimiento que en él se narran.

En el siglo VII a.C. con el comienzo de la escritura del Libro del Deuteronomio, las leyes, prohibiciones y órdenes se multiplicarían hasta prácticamente llenar libros enteros: Deuteronomio, Levítico y Números. En estos libros se retoman la figura y los tiempos de Moisés como un recurso literario para escribir las leyes.

Con ese recurso se manifestaba el criterio de que esas leyes poseían el espíritu de las leyes trasmitidas por Dios a Moisés. Es importante destacar que los contenidos (y en particular las leyes) en estos tres libros, están muy relacionados con la situación histórica que tenía el pueblo israelita cuando fueron escritos. Otras prohibiciones practicadas por el pueblo judío, como es la prohibición de entrar en las casas de los gentiles y comer con ellos (Hechos 10, 27-28 ), no aparecen escritas en ninguno de los libros de las Sagradas Escrituras; muchas de ellas se practicaban producto de una tradición oral, pues en los libros apócrifos judíos escritos antes de la era cristiana tampoco aparecen escritas esas prohibiciones.

La mayoría de las leyes, reglas y prohibiciones del pueblo de Israel, se encuentran en esos tres libros y en Éxodo; no obstante, en otros libros del Antiguo Testamento se encuentran otras. Un ejemplo es el Libro de Ezequiel.

Antes de la venida de Cristo a la tierra, el conjunto de leyes conocido como la Ley de Moisés, era aceptado en casi su totalidad por los judíos, que eran básicamente lo que había quedado del pueblo israelita después de la división de Israel en dos reinos y la destrucción de ambos por diferentes imperios.

Esa aceptación se debía en buena parte, a que estas leyes estaban casi totalmente contenidas en los cinco libros que componen La Torá o Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, libros que eran aceptados por todas las sectas judías. Con otros contenidos que aparecen en otros libros, no ocurría lo mismo, pues existían libros y fragmentos de libros del Antiguo Testamento que no eran conocidos o aceptados por algunas de esas sectas. La diferencia de opinión que tenían los saduceos y los fariseos en cuanto a la resurrección, la cual está reflejada en los evangelios, es una consecuencia de lo antes planteado.

Después de la partida de Cristo, uno de los primeros problemas que enfrentó la iglesia primitiva cristiana fue determinar el papel y el alcance que tenía la Ley de Moisés después de la venida de Cristo a la tierra. Para ello, tenían las vivencias de los apóstoles y la importante presencia y asistencia del Espíritu Santo.

En el Libro de los Hechos, escrito alrededor del año 80 d.C., se narra la vida de la comunidad cristiana en sus primeros 30 años, o sea, del 30 d.C. hasta el 60 d.C. aproximadamente. En el capítulo 15 de ese libro se narra lo sucedido en la Asamblea de Jerusalén, efectuada aproximadamente en el 49 d.C. En la mencionada asamblea, que fue de hecho el primer concilio de la iglesia cristiana, se trató el problema general de si los gentiles (las personas que no pertenecían al pueblo de Israel) convertidos al cristianismo, debían seguir la Ley de Moisés o no.

Ese problema había surgido a raíz de que algunos judíos, que se habían convertido al cristianismo, enseñaban en Antioquía que los cristianos no podían ser salvos a menos que se circuncidaran conforme al rito de la Ley de Moisés. Es posible que el hecho de ser el apóstol Santiago (Jacobo) uno de los más apegados a la religión y a la tradición judía, y ser posiblemente ( no es seguro), el Obispo de Jerusalén de la naciente iglesia cristiana del que se habla en esa asamblea, haya favorecido la aparición de los llamado cristianos «judaizantes».

En esa asamblea, después de mucha discusión, el apóstol Pedro, piedra sobre la que Cristo edificó su Iglesia, y apóstol que recibió de parte del propio Jesús la misión de pastorear a sus ovejas, eximió a los gentiles de la Ley de Moisés al decir:

«Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?

Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos de igual modo que ellos.»

Hechos 15,10-11

O sea, para san Pedro el Antiguo Pacto había sido solamente dictado para el antiguo pueblo de Israel, aquel que debía perpetuamente guardar el Sábado, las Fiestas de los Panes Azimos, La Fiesta de Las Tiendas o Tabernáculos y otras muchas leyes menos conocidas, como por ejemplo:

No usar ropas confeccionadas de diferentes tejidos o hilos y no mezclar diferentes cultivos en una misma tierra ( Levítico 19, 19); maldecir al que fuera colgado de un madero ( Deuteronomio 21, 23; como lo fue Jesús en su muerte); matar al hombre y a la mujer que cometiesen adulterio (Levítico 20,10); dar muerte a los homosexuales (Levítico 20, 13); dar muerte al que maldiga a cualquiera de sus padres ( Levítico 20, 9); matar al que no guardare el día de reposo (Números 15, 32-36); excluir de participar del culto a Dios a la mujer menstruante (Levítico 15, 19) y a todo aquel que se sentase en la silla en la que se hubiere sentado ese día dicha mujer (Levítico 15, 23); no entrar a la casa del prójimo para pedirle que devuelva algo que se le prestó ( Deuteronomio 24, 10-11), etc.

Con posterioridad a lo expresado por san Pedro, el apóstol Santiago dijo:

«Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre.»

Hechos 15,19-20

Es criterio de algunos estudiosos, que el evangelista Lucas, también presunto autor del Libro de los Hechos, haya unido dos momentos históricos distintos en uno solo, pues, dos posturas tan distintas: la del apóstol Pedro y la del apóstol Santiago (¡además, no olvidemos que san Pablo estaba en la asamblea!) no eran fáciles de conciliar; además, la intervención de Santiago se hace después de que prácticamente el asunto estaba zanjado si leemos Hechos 15,12.

Debemos tener en cuenta que Lucas, médico, no judío y compañero de Pablo, no fue testigo presencial de muchos de los hechos que narra; y si bien, es un investigador que conoce los fundamentos del método histórico de la investigación, los libros que de él nos han llegado, son libros de fe; o sea, no son libros biográficos ni históricos, aunque en ellos, están presentes elementos históricos; es decir, la historicidad de mucho de lo ocurrido.

No perdamos de vista que estos libros de Lucas se escribieron con el objetivo, entre otros, de darle a conocer a los ciudadanos del Imperio Romano, y a sus gobernantes en particular, que la religión cristiana y los cristianos no eran un peligro para el Imperio; todo lo contrario, de lo que plantearon los historiadores Tácito (61 d.C.- 117 d.C.) en «Anales» XV, 44 y Suetonio en «Vida de Claudio», XXV, donde caracterizaron a los cristianos como personas despreciables por sus maneras y costumbres.

El apóstol San Pablo con su Carta a los Gálatas se enfrentaría, cinco o seis años más tarde, con todo su genio y pasión, a un problema aún más general:

¿Los gentiles y judíos están sujetos a la Ley de Moisés después de la venida de Cristo? (de Gálatas 3,28 se puede inferir el alcance de este cuestionamiento).

Esa carta de San Pablo la motivó, la práctica que algunos cristianos hacían de la circuncisión; pero su análisis, al igual que en la Asamblea de Jerusalén, fue mucho más allá de lo relativo a esa práctica. En esa carta y en especial en los capítulos 3 y 4, se plantea radicalmente que los bautizados en Cristo, fueran judíos o gentiles, no tenían por qué seguir la Ley de Moisés.

Los criterios que tenía San Pablo sobre el papel desempeñado por la Ley y su alcance, pueden inferirse fácilmente de los versículos que sirvieron de presentación a este trabajo, y además, del versículo siguiente:

«Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniere la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador.»

Gálatas 3,19

si conocemos que esa simiente es Cristo (Gálatas 3, 16).

¿Sobre qué base los apóstoles Pedro, Pablo y de manera más limitada Santiago, emitieron esos criterios?. Indudablemente, sobre las enseñanzas de Jesús. Veremos esto en la Segunda Parte de este artículo:

 

SEGUNDA PARTE

Jesús, según narran abundantemente Los Evangelios, tuvo durante su ministerio, enfrentamientos con los escribas y los fariseos. Algunos de estos enfrentamientos estaban relacionados con el cumplimiento de la Ley.

Los escribas eran laicos (o sea, no eran sacerdotes) versados en la Ley de Moisés, a los que se les daba el título de doctores de la Ley. Los fariseos eran también laicos, los cuales poseían un apego escrupuloso a la ley judía y a las tradiciones, y en especial, hacia la ley del Sábado (Éxodo 20,8-11; Deuteronomio 5,12-15; Números 15,32-36).

Los fariseos, para asegurar el mejor cumplimiento de la Ley, la rodearon de una casuística detallada llena de sutilezas y minucias. En el evangelio de Mateo, en su capítulo 23, se puede leer una de las críticas más duras que Jesús les hace a ambos sectores de la comunidad judía. Estos enfrentamientos lo llevaron, a su condenación a muerte por el Sanedrín o consejo supremo de la nación, compuesto por 71 sacerdotes y laicos.

Vayamos a Los Evangelios para ver las enseñanzas que nos dejó Jesús con respecto a la Ley. Pero antes de comenzar, tengamos muy en cuenta que Jesús era judío de nacimiento y educación; conocía la Ley de Moisés, así como las graves consecuencias que podía traerle a un judío el no respetarla; por otra parte, Jesús quería mostrarnos con su palabra y ejemplo el conocimiento verdadero de Dios (Juan 8, 55).

Jesús no vino a abolir la Ley sino a darle pleno cumplimiento :

«No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas: no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde se pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.»

Mateo 5,17-18

Sin embargo, se colocó a sí mismo por encima de Moisés en el Sermón de la Montaña (Mateo 5, 21-48) al decir en varias ocasiones: «Oísteis que fue dicho...» o frases similares; y añadir : « Pero yo os digo...» , perfeccionando la Ley.

Esas proposiciones a una vivencia interior o espiritual de la Ley, dan el significado de lo que para él significa cumplir la Ley. Jesús no propone un cumplimiento literal o exterior de la Ley, sino un cumplimiento tal de la Ley, que le exige al hombre desde un punto de vista espiritual, mucho más que lo que ella exige literalmente.

La actuación de Jesús con relación a otras partes de la Ley, nos indica, como veremos más adelante, que el concepto de cumplimiento que presenta Jesús en este sermón, no debemos limitarlo solamente a las partes que aparecen en el mismo.

Deseo señalar algo importante: los israelitas no interpretaban ni practicaban algunos de los mandamientos y prohibiciones como hoy nosotros los interpretamos y practicamos, aunque ellos literalmente no hayan cambiado ni una letra. Una de las razones de esas diferencias es el concepto de lo que para los israelitas significaba el prójimo.

Para los israelitas el prójimo eran sus compatriotas, o mejor dicho, los pertenecientes a las tribus de Israel (Levítico 19,18). Los pertenecientes a otros pueblos no eran el prójimo: eran «los perros», aún cuando fueran pueblos mestizos con ascendencia racial y religiosa en el pueblo de Israel como fueron, por ejemplo, los samaritanos. Esta aclaración nos sirve para explicar muchas matanzas y crímenes que leemos en el Antiguo Testamento contra otros pueblos sin que los mismos se consideraran violaciones de la ley de Dios.

Volvamos a Los Evangelios para ver otro ángulo de lo que significa para Jesús el cumplimiento de la Ley.

Jesús en Mateo 19,1-9 expone, la razón por la cual Moisés permitió repudiar a las mujeres mediante lo que se llamaba carta de divorcio; explicó la oposición que tienen esas cartas de divorcio con el plan divino sobre la pareja. Aquí el cumplimiento de la Ley significa: eliminar aquellas partes de la Ley que fueron formuladas por las limitaciones humanas («dureza de vuestro corazón») y en sustitución, retomar el objetivo divino de Dios con el hombre.

Como se habrán fijado, hasta ahora he ejemplificado con el Evangelio según San Mateo; eso no es casual, ya que este evangelio fue inicialmente escrito para la comunidad judía de Palestina con los propósitos fundamentales de: mostrarle a dicha comunidad que Jesús había sido el Mesías esperado por ellos, que la Iglesia es el nuevo Israel y el Evangelio su nueva Ley.

Otro ejemplo de lo que para Jesús es cumplir la Ley, es el siguiente:

La mujer adúltera de Juan 8,1-11, debía morir apedreada según la Ley (Deuteronomio 22,22), pero es salvada gracias a la actitud de Jesús, el cual con una autoridad única, hace posible que la misericordia de Dios prevalezca por encima de la Ley.

El sentido de cumplimiento que Jesús nos dio de la Ley, está íntimamente relacionado con su misión de Mesías, pero no de un Mesías político y nacionalista que iba a liberar materialmente al pueblo de Israel, sino del Mesías de origen celestial y rango divino, que recibió el Reino de manos de Dios (Marcos 14,62) y que nos liberó espiritualmente al darnos el conocimiento verdadero de Dios: Padre Amoroso, infinito en su Misericordia.

La diferencia entre esa nueva concepción del cumplimiento de la Ley y lo que se interpretaba de la lectura literal de la Ley fue tan grande que San Pablo consideró que la Ley de Moisés quedaba abolida aún para los judíos :

«y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolida. Pero el entendimiento de ellos se embotó: porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado.»

2 Corintios 3,13-14

Ese es el criterio que tiene nuestra Iglesia, pues los católicos consideramos que Moisés solamente puso las bases de la fe y dio una religión provisoria, mientras que Jesús y sus apóstoles nos entregaron el conocimiento verdadero de Dios.

Para los cristianos, Cristo es el Hijo del Dios viviente que es a la vez el fin y el centro de la revelación divina así como su plenitud. Con Cristo culmina la evolución moral y doctrinal que comenzó casi veinte siglos antes de su encarnación y nacimiento de nuestra Santísima Virgen María.

Dios se le reveló a Moisés de una manera distinta a cómo se le reveló a Abraham. Esa revelación, producto de una pedagogía divina ajustada a nuestras humanas limitaciones, pasó por muchos niveles y etapas hasta que llegó a su plenitud en Cristo Jesús.

La ley divina del Antiguo Testamento fue frecuentemente mal interpretada; esto trajo como consecuencias que en los tiempos de Jesús, ella ya se había convertido en un descomunal conjunto de leyes humanas carentes de espiritualidad y abundante en un legalismo formal y estéril.

Algunos profetas del Antiguo Testamento, como Jeremías ( Jr 31, 33 ), predicaban el rescate de la espiritualidad y del verdadero sentido de la Ley; pero fue Jesucristo con su autoridad divina, el que le devolvió a la ley su carácter de palabra vivificante, cuya legitimidad se manifiesta únicamente cuando en ella el Amor se encuentra presente; de ahí, que los cristianos nos guiemos por la Nueva Ley: El Evangelio, la cual exige no un formal cumplimiento externo, sino un exigente cumplimiento espiritual y de obras, guiado por el más importante de los carismas o dones, el Amor.

Unas tablas de piedra no podían ser las depositarias de mandamientos como este:

« Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.»

Juan 15,12

Si alguien considera que cumplir ese único mandamiento es tarea fácil o que hay que cumplirlo porque es un mandamiento de Dios, le hago notar, que este mandamiento nos pide un amor espontáneo y sin límites, ya que así fue el Amor de Cristo hacia nosotros. Para saber en la práctica cómo debemos llevar este mandamiento, debemos tener siempre como referencia o modelos a seguir, los ejemplos concretos y objetivos que nos dejó Jesús con su actuar.

Los métodos de la exégesis filológica e histórica no permiten que conceptos e ideas del Nuevo Testamento se trasladen al Antiguo Testamento, luego no podemos, por ejemplo, aplicar al Nuevo pueblo de Israel, la iglesia cristiana, el papel del pueblo de Israel del Antiguo Testamento. No obstante, observemos que de cumplirse ese mandamiento de Jesús, se cumplen de hecho y con creces los 10 mandamientos del Sinaí, incluido el del Sábado, pues con nuestra obediencia constante a ese mandamiento, estaríamos reconociéndolo como Dios y adorándolo diariamente mediante el amor a él y a nuestros semejantes, y no mediante el miedo a un poder supremo.

En otro orden de cosas diré, que los israelitas para poder participar en el culto a Dios tenían que estar puros. Esa pureza no era en sentido espiritual como hoy la concebimos, sino material; se le llama pureza ritual. En otras palabras, la pureza ritual era la condición para participar en el culto que mantenía la relación del pueblo con Dios, sellada con la alianza.

Eran incontables las razones por las cuales un israelita podía contaminarse o convertirse en impuro: alimentos ingeridos, animales u objetos tocados, etc. Algunos ejemplos de esto se pueden leer en los capítulos 11,12 y 15 del Libro del Levítico.

Algunos de los animales a los que se califica como inmundos o impuros, eran adorados por los paganos y por tanto, los israelitas tenían que apartarse de ellos. Otros animales estaban de alguna manera desconocida para aquellos tiempos, relacionados con la aparición de enfermedades. En nuestros tiempos les llamamos vectores.

La prohibición de ciertos alimentos estaba relacionada con una comprensión muy limitada del concepto del alma. Un ejemplo lo encontramos con la sangre: Levítico 7,26-27:17,10-12. El motivo originario de esta prohibición era el temor de mezclar el alma del individuo con otra alma extraña, y por tanto peligrosa. Otros ejemplos son las vísceras y la grasa.

En el Evangelio según Marcos vemos la actitud de Jesús ante esas leyes:

«Él les dijo ¿También vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos. Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios,»

Marcos 7,18-21

Esta es la razón por la cual más de veinte años después San Pablo escribió:

« De todo lo que se vende en la carnicería comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia; porque del Señor es la tierra y su plenitud.»

1 Corintios 10,25-26

 

"Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es"

Romanos 14, 14

 

«Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias; porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado.»

1 Timoteo 4,4-5

Deseo aclarar explícitamente algo con respecto a la ingestión de bebidas alcohólicas:

El Antiguo Testamento no condenaba la ingestión de vino, salvo para los sacerdotes cuando fueran a oficiar en el tabernáculo (Levítico 10, 9) y a los de algunas sectas judías como la secta de los nazareos. Sin embargo, en Proverbios 31,6 y 1 Timoteo 5,23 se recomienda su ingestión a determinadas personas.

La Biblia no dice nada del ron, del whisky y de otras bebidas porque sencillamente, el azúcar, el maíz y otras plantas no eran conocidas en el Israel de esos tiempos; mucho menos, el resultado de sus fermentaciones.

El vino no era el zumo de la uva (o sea, la vid) sin fermentar como algunas personas argumentan. El zumo de la vid sin fermentar no alegra el corazón del hombre ni produce el olvido de la ley como se habla respectivamente en Salmo 104, 15 y Proverbios 31,5. Jesús, en su primer milagro ( Juan 2, 1-11), convirtió el agua en vino; más específicamente: en buen vino. Todos sabemos que el mejor vino es aquel de mayor gradación, producto de su añejamiento en las mejores soleras.

Algunas personas después de plantear que el cuerpo es templo del Espíritu Santo (1Corintios 6, 19) infieren erróneamente, que La Biblia dice que no se debe de beber y fumar, porque estas acciones dañan al templo que es nuestro cuerpo. No tienen en cuenta, sin embargo, la gran cantidad de alimentos, bebidas no alcohólicas, salsas, alimentos en conservas, etc., cuyos componentes son dañinos a nuestro cuerpo cuando se abusa de ellos; para ya no hablar, del sedentarismo o del exceso de actividad física y mental.

Sin embargo, es importante señalar que La Biblia sí critica a todo aquel que está atado al vino o tiene cualquier otro vicio; pues, todo aquello que va en contra de la dignidad y la libertad de la persona humana, es contrario al designio divino de ser imagen y semejanza del Creador (Génesis 1,26).

Muchas de las leyes y prohibiciones son reconocidas hoy en día como beneficiosas: prohiben la ingestión de determinados alimentos cuyo abuso puede ser perjudicial para la salud, ayudan a eliminar el peligro de contagio de enfermedades por contactos con personas, animales u objetos contaminados (en el actual sentido sanitario de la palabra); evitan el nacimiento de criaturas con problemas genéticos debido a relaciones sexuales entre familiares cercanos; etc. En el Plan Divino podemos ver a este tipo de prohibiciones, como aquellas mediante las cuales Dios cuidaba de la salud de su pueblo elegido.

Con respecto a guardar el Sábado como día de reposo, Jesús, en Mateo 12,1-15; Marcos 2,23-27; Marcos 3,1-6; Lucas 14,1-6 y otros, muestra lo incorrecto de interpretar la Ley de una manera estrecha: David y sus compañeros comieron de los panes consagrados del templo y no se les consideró violación de la Ley, los sacerdotes del templo trabajan los sábados, si una oveja se cae en un hoyo un sábado, ellos la sacan.

Jesús definió de una manera clara la relación entre el Sábado y el hombre: el Sábado es para el hombre, no el hombre para el Sábado. El hombre posee un valor absoluto superior a cualquier disposición humana o supuestamente divina.

Pese a que las razones que se exponen literalmente en la Biblia para observar el Sábado son diferentes (leer Éxodo 20, 8-11 y Deuteronomio 5, 12-15), ambas encierran como contenido, la liberación temporal del hombre de las cargas y ocupaciones cotidianas para ser ocupado en rendir culto a Dios; actividad esta, que le proporciona al hombre un apreciable beneficio espiritual, pero, la realidad había sido otra: El mandamiento de guardar el Sábado como día de reposo, se había convertido en una de las más férreas cadenas.

Los incidentes donde Jesús le da un nuevo sentido de cumplimiento a la Ley no fueron casuales u ocasionales; y mucho menos, los concernientes al Sábado como día de reposo, que es el incidente que más se presenta. Es cierto lo que plantean algunas personas de que varias de las violaciones de Jesús con relación al día de reposo fueron provocadas por problemas importantes como son los relativo a la salud; pero, si nos fijamos en esos problemas de salud, su curación podía haber esperado otro día, ya que esos problemas de salud no eran de urgencia médica.

Otro incidente, concerniente a no guardar el sábado, lo provoca la alimentación de los discípulos, la cual podía haberse previsto; además, a Jesús le hubiera bastado pedirles a sus discípulos que ayunaran, pero el objetivo inmediato de Jesús es otro: mostrar la relación entre el Sábado y el hombre sin utilizar acciones fácilmente censurables que pudieran acelerar inapropiadamente la llegada de su hora. En Números 15,35-36 leemos lo que le pasó a un hombre que buscaba leña un sábado:

« Yavé dijo a Moisés « Que muera ese hombre, que lo apedree todo el pueblo fuera del campamento». Lo sacaron fuera y le tiraron piedras hasta que murió, según había mandado Yavé a Moisés.»

El objetivo fundamental de esos aparentes incumplimientos de Jesús era mostrar el verdadero rostro de Dios y preparar a sus seguidores para las características del nuevo pacto que se instauraría:

"el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica."

2 Corintios 3,6

Actualmente, entre todos los judíos no cristianos, solamente los judíos ortodoxos son los que practican todas las leyes de Moisés; los conservadores y modernos cumplen de una manera muy limitada algunas de ellas y muchas sencillamente, no las cumplen.

En la Tercera Parte abordaremos en detalles el por qué para la inmensa mayoría de los cristianos, el Domingo tiene una connotación especial.

 

TERCERA PARTE

 

En Gálatas 4, 9-10;5,1; Colosenses 2,16-18, y en otras cartas y versículos, podemos ver la posición de Pablo en contra de la enseñanza de los cristianos «judaizantes» con respecto a guardar el Sábado. Veamos los versículos citados de la Carta a los Colosenses.

« Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo,»

Colosenses 2,16

En este versículo está clara la poca importancia que le da San Pablo a guardar el Sábado; sin embargo, algunas personas limitan (sin fundamento contextual o histórico alguno) la expresión «días de reposo» a los días ceremoniales de reposo y la expresión «comida o bebida» a la comida ofrendada a los ídolos.

Esa limitación no es sólo sacar del contexto a este versículo, sino negar todo el espíritu y la letra de libertad cristiana de la que es portadora toda la obra paulina, y muy en particular la Carta a los Gálatas y la Carta a los Romanos.

¿ Por qué san Pablo escribió planteamientos contrarios a la Ley de Moisés ?

Al Mateo escribir :

« porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.»

Mateo 26,28

leemos que hay un nuevo pacto. El viejo Pacto del Sinaí desaparece (Hebreos 8,13).

El anuncio del nuevo pacto no se hizo en un majestuoso Monte Sinaí, sino en una humilde habitación. No hubo relámpagos, truenos ni nube. No había un pueblo temeroso de oír hablar a Dios, sino un pequeño grupo de humildes y perseguidos judíos que estaban tristes porque un traidor iba a entregar a su maestro, del cual nunca quisieron separarse.

Maestro, que había grabado indeleblemente en sus discípulos la Nueva Ley del Evangelio. Sus palabras y milagros fueron sus cinceles, y su fuerza: el Amor.

Es cierto, que se tardó mucho más de cuarenta días, pero no fue por él, la piedra era muy dura, pero esa fue la garantía para una Segunda y Eterna Alianza. El Pacto no se había todavía consumado, pero ya estaba el anuncio.

Solamente hacía falta que él muriera y resucitara para que sus grandiosos milagros realizados con una inusual autoridad, no quedaran como acciones de un gran profeta que blasfemó contra Dios al querer perdonar pecados y dar por terminada una Alianza que solamente Dios podía cambiar.

Ese día llegó, fue un Domingo, el primer día de la semana. Ese fue el día en que se confirmó que Jesús, El Cristo, era el Mesías Celestial (Juan 20,1-16). Si no hubiera habido resurrección, los pecados por él perdonados, su sentido del cumplimiento de la Ley, sus mandamientos de Amor, su anuncio de la llegada del Reino de Dios, sus promesas de Vida Eterna y su Nueva Alianza quedarían en la fanfarronería de un desviado y arrogante falso profeta, pues él había dicho:

«Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mi mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre»

Juan 10,17-18

Si no hubiera existido ese Domingo en que los testigos vieron a Cristo resucitado, los discípulos y seguidores de Jesús no se habrían reunido el primer día de la semana para impartir y recibir las enseñanzas de la nueva doctrina y partir el pan (Hechos 20,7), repitiendo el rito que Cristo pidió que hicieran en recordación suya; y mucho menos, se hubieran convertido en mártires, garantía de nuestra fe.

Si no hubiera existido ese Domingo, los judíos convertidos al cristianismo no tenían por qué cuando aún asistían a las sinagogas los sábados, discutir y hasta ser azotados al anunciar La Buena Noticia a otros judíos que no creyeron en Cristo (ejemplos: Marcos 13,9; Hechos 13, 42-44 ; 14, 1-2) o ser asesinados como san Esteban (Hechos 7), discusiones y sucesos que trajeron como consecuencias años mas tarde, la separación de la iglesia cristiana de Jerusalén del judaísmo y con ella la abolición (entre otras leyes y tradiciones) del precepto del Sábado, la cual era una institución típicamente judía.

La importancia del Domingo fue intencionalmente señalada por los escritores del Nuevo Testamento, y en particular los evangelistas, al hacer notar deferentemente, y hasta con vehemencia, que en el primer día de la semana ocurrieron la resurrección y diferentes apariciones de Cristo resucitado; ningún otro día de la semana aparece en los escritos neotestamentarios tan especialmente señalado.

Por otra parte, desde la segunda mitad del siglo I de nuestra era cristiana se identificó al primer día de la semana como el día del Señor (Apocalipsis 1,10; Didakhé 14,1), según se puede leer en los escritos de san Ignacio de Antioquía, muerto en el 107 d.C. Esto se hacía en recuerdo, según san Ignacio, de la resurrección de Cristo; Señor del Sábado (Mateo 12,8), pero más aún: Señor de la Historia.

Desde el primer siglo, como ya hemos mostrado, y sobre todo a partir del siglo II de nuestra era, este día se convirtió en el día preferido en el que los cristianos realizaban sus reuniones litúrgicas regulares y celebraban su Eucaristía (Hechos 20,7 y 1 Corintios 16,2).

Esas, y no otras, son las razones por las que nosotros fieles a las tradiciones de la mayoría de los primeros cristianos, consideramos al Domingo, el día más importante de la semana; tradición que fue oficializada siglos mas tardes por un sucesor de Pedro.

Deseo aclarar que la mayoría de los cristianos no hemos sustituido el Sábado por el Domingo. La importancia, significación y connotación que nosotros le damos al Domingo no es la misma que los judíos le daban al Sábado.

Para nosotros la importancia del Domingo no radica en el día en sí, radica en que en ese día resucitó Cristo y nosotros los cristianos nos reunimos para festejar esa Nueva Pascua mediante la cual Jesús nos liberó del pecado.

Jesús nos liberó de una esclavitud mucho mayor que la que sufrió el pueblo israelita en Egipto -en algunos fragmentos bíblicos como Deuteronomio 5, 15 esta es la razón por la cual se guardaba el Sábado-, y nosotros los cristianos, la festejamos de manera especial ese día. En otras palabras: la importancia del Domingo radica en la unión mística y material que en ese día tenemos todos los cristianos para celebrar la resurrección de Jesús, el hecho que conforma el corazón o kerigma de nuestra fe cristiana, y rendirle culto colectivo de adoración a Dios dándole gracias por su infinito Amor.

 

CONCLUSIONES

La labor de oposición de san Pablo con relación al precepto de guardar el Sábado y en general a la esclavitud de la Ley de Moisés fue tal, que en las iglesias cristianas fundadas entre los gentiles podemos decir, que en su mayoría y desde sus comienzos, no se acogieron a muchísimos de los preceptos de la religión judía y entre ellos al del Sábado; no obstante, es justo decir que en diversas iglesias cristianas griegas se practicó la restricción judía de la ingestión de ciertos alimentos hasta el siglo IX de nuestra era.

San Pablo criticó por varias razones la práctica de esas restricciones, pero una de esas razones fue la siguiente:

«Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato al cuerpo pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne»

Colosenses 2,23

que en una traducción bíblica, La Biblia de América, más compatible con nuestro lenguaje actual dice así:

«Esas doctrinas parecen profundas por su religiosidad y humildad, y porque se trata duramente al cuerpo pero no hacen más que fortalecer el orgullo propio.»

En general, los elementos que influyeron grandemente para evitar la adopción de muchos preceptos y prohibiciones de la ley mosaica por la mayoría de los primeros cristianos fueron:

1) Los acuerdos de La Asamblea de Jerusalén, ya narrados en la Primera Parte del presente trabajo.

2) La ardua, constante y valiosa labor de San Pablo como fundador de muchas de esas primeras comunidades cristianas, así como, su labor pastoral tanto personal como epistolar a esas comunidades.

3) La difusión y la aceptación desde épocas tempranas (aproximadamente en el 200 d.C.) de las cartas paulinas como textos para ser leídos en la liturgia de las asambleas cristianas.

Antes de terminar este artículo deseo expresar, que la mayoría de las denominaciones cristianas comparten los criterios expuestos en este artículo; pero otros hermanos por su fe, tienen criterios diferentes. A todos los invito a leer el Capítulo 14 de la Carta a los Romanos, de donde se extrajeron estos versículos:

« Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor, no come, y da gracias a Dios.»

Romanos 14, 5-6

 

«Porque el reino de Dios no es comida, ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres. Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación.»

Romanos 14,17-19

 

Bibliografía:

La Biblia (Latinoamérica),Edición Pastoral, Editorial Verbo Divino, Navarra, España, 1972

La Biblia de América, Editorial La Casa de la Biblia, Madrid, España, 1994

Diccionario de la Biblia, Haag H., Van den Born A. y de Ausejo S., Editorial Herder, Barcelona, 1987

La Santa Biblia (Reina-Valera), Editora SBU, Brasil, 1988