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mayo-junio. año VI. No. 31. 1999 |
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PATRIMONIO CULTURAL |
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![]() "...siguiendo una misma y siempre renovada columnata, en la que todos los estilos de la columna aparecen representados conjugados o mestizados hasta el infinito" La Ciudad de las Columnas Alejo Carpentier
LAS COLUMNAS DE LA CIUDAD por Nelson Melero Lazo Animado por algunos amigos pinareños me he decidido a escribir algunas notas sobre este elemento arquitectónico cuya presencia y vigencia en nuestras poblaciones y ciudades, ya motivaron reflexiones tan acertadas y autorizadas como la de nuestro destacado escritor e intelectual, con cuyo fragmento hemos comenzado estas líneas. De alguna manera también hemos querido, con las sutilezas que nos permite nuestro rico idioma, hacer referencia y reverencia con el título del presente artículo, a ese conjunto de cinco apuntes en los cuales el Carpentier estudiante de arquitectura y después destacado crítico de arte, recoge brevemente pero de manera magistral, los que en su criterio van a constituir los elementos básicos que caracterizan a nuestra arquitectura colonial y de principios de siglo; que aunque parte de un análisis particularizado de la ciudad de La Habana, puede hacerse extensivo al resto de las ciudades del país y obviamente a Pinar del Río. Es sin lugar a dudas la columna el elemento constructivo más antiguo y utilizado en todas las formas de edificar empleadas por el hombre a lo largo de la historia. Tiene su origen en el sistema columnar-arquitrabado elemental del neolítico, cuando se colocan por primera vez dos bloques de piedra verticales que soportan otra horizontal a manera de pórtico o dintel, los llamados "dólmenes". Quizás nos venga a la mente de inmediato las conocidas estructuras circulares líticas de Stonehenge en Inglaterra, testimonio de esta primitiva forma de construir en la que hallamos los antecedentes de la columna. Muchas civilizaciones antiguas como la egipcia, los sumerios, los caldeos, los griegos y otros, que no llegaron a conocer la bóveda y el arco, desarrollaron una interesante producción arquitectónica en la que se emplean profusamente las columnas. Algunos de esos elementos fueron retomados en diferentes períodos de la historia de nuestra arquitectura a partir del renacimiento y hasta el presente siglo. La utilización de un espacio abierto techado, como preámbulo o transición al interior del templo o del recinto funerario aparece en la arquitectura de la antigua cultura egipcia o en la del lejano oriente. Las culturas clásicas europeas de Grecia y Roma se apropian de este elemento dándole unas veces un empleo similar y otras veces utilizándolo como espacio de circulación, para detenerse a conversar, o para la contemplación de una actividad cultural o política. La galería hipóstila, ese término académico que se fue popularizando y adecuándose a cada lugar o región, pero cuya significación es la misma, no importa que se le denomine soportal, portal, galería, corredor, pórtico o colgadizo; o sea un espacio cubierto limitado por columnas, nos llega a través del origen latino de nuestra cultura, que se refuerza indudablemente con el fuerte componente que le añade la presencia musulmana en la península ibérica durante ocho siglos. La arquitectura islámica, aunque no se caracteriza por el empleo de la galería en sus fachadas exteriores, si hace uso destacado de ella en los patios interiores de las mezquitas y palacios. Es tal vez debido a esta influencia mudéjar que en la arquitectura que se construye en Cuba durante los siglos XVI al XVIII, la presencia del portal o galería se limita al interior del edificio alrededor de los patios, como un factor determinante en el mejoramiento de las condiciones ambientales de los espacios arquitectónicos. El portal hace su aparición en el espacio urbano citadino hacia bien avanzada la segunda mitad del siglo XVIII; en las construcciones que bordeaban a las principales plazas. La galería techada soluciona aspectos prácticos y funcionales requeridos por las condiciones naturales que impone nuestro clima: sol fuerte, alta luminosidad y sofocante calor y, permite además garantizar la privacidad mínima entre la vida doméstica al interior de la vivienda y el bullicio provocado por la actividad pública cotidiana. Es sin lugar a dudas en el siglo XIX, a partir de la aplicación de soluciones encaminadas a mejorar las condiciones viales, higiénico-sanitarias y de organización y ordenamiento urbano, que los pueblos y las ciudades cubanas van a experimentar un cambio notable en su expresión, en el que la presencia del portal va a tener un importante papel, cuya recurrencia y reiteración, identificará la imagen urbana cubana. La aprobación en 1861 de las "Ordenanzas de construcción para la ciudad de La Habana y pueblos de su término municipal", que aunque se elaboraron para la capital del país, tuvieron en la práctica un alcance nacional, van a instituir el uso del portal como elemento urbano obligatorio en las construcciones localizadas en las vías principales de primero y segundo orden dentro de un total de cuatro niveles de jerarquía. En su artículo No. 36 este documento establece: "En todas las casas de las plazas y calles de primero y segundo orden de los nuevos repartos se establecerán precisamente portales a expensas del terreno de los solares pero quedando los portales abiertos al tránsito público y debiendo desde luego proponerse y marcarse en el plano del reparto". En dichas instrucciones urbanas que se mantuvieron vigentes hasta 1963, se establecen además regulaciones para las alturas de los edificios; de los elementos arquitectónicos como aleros, molduras, etc.; los vuelos de los elementos salientes, la altura de los pretiles y el ancho para los portales "3.50 m. en las calles y plazas de primer orden y de 3.00 m. en las de segundo". No se olvidó en ellas tampoco lo referente al empleo de los colores en las fachadas de las calles principales, recomendando no usar el blanco encalado, atendiendo al daño que la reverberación puede ocasionar a la vista del transeunte, sino que se pinte en "colores medios", que aunque el propietario puede elegir, las autoridades municipales tienen el derecho de mandar a cambiar o modificar. El control y la observancia del cumplimiento de estas regulaciones permitieron que llegaran hasta nosotros calles, plazas y conjuntos arquitectónicos que hoy admiramos por su orden, unidad y coherencia. La ciudad de Pinar del Río, cuya fundación y desarrollo se produce en la segunda mitad del siglo XIX va a estar claramente influenciada por estos programas urbanos y arquitectónicos, que tienen en ella un fundamento neoclásico de marcado carácter popular en su origen colonial. Las principales vías de la ciudad, y en particular la calle Martí, muestran a lo largo de su desarrollo la interminable tira continua de portales, en tramos públicos o privados, sostenidos por un repertorio de columnas que son a la vez una muestra clara de la evolución de este elemento arquitectónico a través del tiempo. Aquellas más cercanas a los momentos fundacionales y que forman parte de las tipologías mas arcaicas, estarán constituidas por parales cuadrados de madera llamados pie derechos, pasando por las tradicionales columnas circulares casi siempre construidas con ladrillos aplantillados que permiten lograr estas formas cilíndricas. Es en estos elementos donde vamos a encontrar un detalle peculiar de la arquitectura colonial pinareña, que en vernáculo aporte, eliminará el basamento impuesto por los tratados académicos de arquitectura. El fuste o cuerpo de la columna se apoyará directamente sobre el pavimento sin la presencia de una basa o plinto (Foto 1). De este período pueden encontrarse también pilares de sección cuadrada.
Estos testimonios van a quedar reducidos dentro de la zona tradicional de la ciudad, principalmente a algunos tramos de calles cercanos al parque de la Independencia y en áreas comprendidas entre la calzada de La Coloma y la avenida Comandante Pinares, coincidentes generalmente con los sitios fundacionales y por ende más antiguos de la misma. La renovación urbana y la "modernización" de la ciudad han provocado la demolición de muchos viejos edificios coloniales, los que fueron sustituidos por construcciones del presente siglo, las que mantuvieron la alineación, la regularidad y la permanencia del portal como una constancia urbana en la vía, pero particularmente el carácter público de los portales que establecía la regulación constructiva para los espacios y vías de principal orden fue alterado con la delimitación y el cierre mediante la colocación de barandas. Otro aspecto tampoco muy respetado es el concerniente al uso de los colores empleados para la pintura de las edificaciones, que en los años recientes se ha visto aún más agudizado. Las columnas van a retomar, como pueden observarse, códigos arquitectónicos clásicos: capiteles dóricos, jónicos, corintios, compuestos, toscanos (Foto 2). Los fustes circulares o cuadrados podrán ser lisos o acanalados, con motivos decorativos diversos tales como guirnaldas, elementos vegetales, figurativos, geométricos y otros. Estos van a responder al gusto ecléctico que va a caracterizar las primeras décadas de este siglo. No escapan en el recorrido la presencia de columnas decoradas con motivos art-nouveau (Foto 3) que en la ciudad sólo se encuentran presentes en elementos superficiales de su arquitectura como las rejas, la carpintería o la herrería; así como algunas otras muy particulares con un marcado carácter exótico, influjo evidente de una peculiar construcción pinareña que se extendió a las edificaciones de su entorno inmediato.
El eclecticismo presente en nuestra arquitectura constituye un nuevo motivo de caracterización de grandes zonas urbanas y de poblaciones completas, en las que va a establecer un ritmo coral en el que el protagonismo no estará dado precisamente por ningún ejemplo paradigmático, sino por la armonía creada por todo el contexto en el cual va a estar insertado (Foto 4). Las columnas y otros elementos decorativos de este período van a ser producidos mediante la técnica de la prefabricación. Los tambores para estructurar los cuerpos de las columnas se adquieren por secciones y se componen en el lugar, mediante el hormigonado del núcleo central del elemento que está hueco. De igual forma el diseñador podría adquirir, mediante selección de un catálogo, el tipo de fuste, el capitel, los frisos, las molduras y otros motivos decorativos y así confeccionar a su gusto el diseño de la fachada de su edificio. Partiendo del mismo criterio tan utilizado como principio en la segunda mitad de este siglo en todo el mundo, la prefabricación, los resultados obtenidos fueron muy diferentes en ambos momentos. En esta primera etapa, se logró una ciudad con una altísima unidad a partir de una gran diversidad en sus elementos componentes, cuyo éxito estuvo determinado por el cumplimiento de un conjunto de normas urbanísticas que establecieron un ordenamiento y una regularidad, cuya armonía y coherencia despiertan hoy nuestra admiración y respeto.
Bibliografía
-La Ciudad de las Columnas. Carpentier, Alejo. Editorial Letras Cubanas. Cuba. 1982. -Ordenanzas de construcción para la ciudad de La Habana y pueblos de su término municipal. Imprenta del Gobierno y Capitanía General por S.M. Habana. 1861. -Urbanismo y Construcción. Compendio de Leyes, Ordenanzas, Reglamentos, Acuerdos de los Ayuntamientos, Decretos, Órdenes y demás disposiciones referentes a la urbanización y construcción en general. Valladares y Morales, Angel Luis P. Fernández y Cía. S. en C. La Habana. 1947. -Nuevas Ordenanzas de Construcción para la ciudad de La Habana. Resolución No. 2069. 7 de octubre de 1963.
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