mayo-junio. año VI. No. 31. 1999


NUESTRA

HISTORIA

 

 

MI GALERÍA

 

por Perla Cartaya Cotta

                  

Desde su belvedere habanero me imanta un pensador ya de invierno...

"—¿Qué fabricas, viejo maestro?

—Esta linda jaula. Mira qué sólidas sus barras y qué relucientes. De hierro dorado al fuego.

—¿Para qué bello pájaro la preparas?

—Para el pensamiento.

—¿Y la llamas?

—La rutina"(1).

 

Acépteme, Maestro, las páginas que le ofrezco. Permítame engalanarlas con el título que Ud. dio a las cuartillas que dedicara a ofrecer su visión personal de contemporáneos suyos -todos figuras representativas del país- sin el tono amarillento de la envidia ni el verde rimbombante de la hipocresía, porque en Ud. ni la una ni la otra hallaron nunca cabida... ¿Recuerda?... Fue publicado el 31 de julio de 1921 en El Fígaro...

Permítame, Maestro, evocar su memoria mediante los testimonios de intelectuales que le conocieron(2). Todos, lo respetaron. Muchos, lo amaron... Creo que, así, ellos vuelven a honrarlo. Y se honra mi pluma, desde el presente, al hurgar en el fundacional pasado porque eso fue Ud., patricio camagüeyano, cimero ejemplo y sabia guía de no escasos talentos noveles. Y de patriotas vibrantes en primavera esplendente. Lo recuerdan con la mirada aquilina. De frente noble, clareada por los años, tan amplia que parecía caber en ella toda la sabiduría de su época; sólo la surcaban huellas inequívocas de todas las reflexiones y deducciones posibles. Su nariz -fina, movible, ávida, sensible- era capaz de percibir todos los perfumes de Arabia; pero también el olor acre de la sangre vertida por mano tiránica. Como escasos copos de nieve los cabellos. Los labios finos con fina sonrisa. Siempre un gesto elegante de viejo esgrimista. Reflexivo. Su empaque aristocrático le ganó injustamente fama de orgulloso. Meditativo introverso, a primera vista no se apreciaba en él la percusión cordial. Parecía hombre que guardaba distancias. Pero era humilde en la apreciación de sí mismo. Encarnaba más el humor inglés que el sprit francés. Su aparente hurañía ocultaba, en singular medida, un río inagotable de indulgencias.

Alumbraba, en reducidos auditorios, unipersonales casi siempre, hacia los caminos del saber y del civismo a la juventud que acudía a saturarse con su prédica reivindicadora. Y cuando un amigo demoraba en visitarlo iba a su encuentro con una peculiar frase de pueblo: puesto que la montaña no viene a mi, yo vengo a la montaña. Quien lo visitaba por primera vez y era hombre de bien, tornábase su discípulo. Lo frecuentaban hombres como Julio Antonio Mella, Pedro Albizu Campos y don Antonio Caso (eminente profesor de filosofía mexicano) y cuanto visitante ilustre pisaba el suelo cubano. Siempre la tacita de humeante café y el buen tabaco agradecían al amigo compartir la palabra y el tiempo. Los que lo conocieron a distancia, lo admiraron; los que le conocieron en la sencillez de su ejemplar existencia, lo amaron y admiraron.

En invierno vestía de negro o de azul oscuro y en la cabeza un fieltro a la moda. Siempre que el clima lo permitiese, blanco era su atuendo -traje de finísimo dril de corte esmerado- como su "descuidado" bigote.

En verano usaba un sombrero de pajilla de excelente gusto. Cuando el tiempo amenazaba lluvia le acompañaba un sobrio paraguas inglés. Normalmente -hiciera frío o calor- tenía consigo un abaniquito negro que cuando no usaba, guardaba en el bolsillo del pañuelo. Pero en la casa utilizaba uno liviano, tejido con penca de guano. Le gustaba pasear todos los días a la puesta del sol por el parque de Vedado que prefería (entre las calles I, H, 21 y 19). Aquel lugar, en los años en que él vivía en la casa de J esquina a 19, era un encanto: los niños, los árboles, las flores y las mujeres, lo llenaban a esas horas -sus predilectas- haciendo de su pequeño rincón un espacio bello y sereno, necesario a la perenne inquietud de su alma. Era cotidiano que el pueblo lo saludase en el tranvía; cierto día, con su fina ironía, dijo que complacíase en tratar de ver lo que leía su vecino de asiento, mientras éste esforzábase, a intervalos, por saber qué llevaban en los paquetes otros pasajeros. Y en su carrito -así lo llamaba- viajaba tranquilamente, ida y vuelta, en la misma época en que ejercía dignamente la Vice-Presidencia de la República, tratando de favorecer a la escuela pública. Asiduo concurrente a algunas redacciones: La de El Fígaro, la de Cuba Contemporánea... y también a la librería La Moderna Poesía, su favorita. Y de regreso, siempre sentado del lado de la ventanilla, complacíase en la continua transformación de la urbe: el Hotel Nacional, las obras del Maine... Venía de la cuna el refinamiento de sus gustos. Sobre su mesa de trabajo, desde el búcaro de cristal de marca, siempre sonreían las rosas -sus más amadas- seguramente halagadas por la preferencia del prócer. Muy apretados los estantes de la biblioteca, celosos custodios de cuanta obra digna brotó del pensamiento universal. Allí, entre sombras, rosas y libros, más sin interrumpir la comunicación con su presente, vivía en plena renovación, y los años le afinaban la aptitud de sentir y de pensar...

No dejó nunca de ser un hombre crítico; sólo cambió de campo. O los simultaneó. La crítica literaria, primero, en el ámbito académico. Y luego, la política: en revistas, periódicos, tribunas, veladas... Y si la primera la ejerció de manera suave, cortés y orientadora, la segunda la ejercerá de manera dura y hasta violentamente, siempre en voz alta.

Su literatura estuvo al servicio del bien humano y se sirvió de ella, tanto como de las más puras ideas, para levantar el nivel espiritual de su pueblo. Dio al hispanismo contribuciones de primer orden. La pureza de su estilo le otorgó la categoría de artífice de la lengua. Al escribir sobre figuras cubanas y extranjeras, destacó en cada una la grandeza moral y espiritual que poseían. Quiso hacer de la cultura un instrumento al servicio del pueblo. Completó la hazaña del Padre Varela y de José de la Luz y Caballero al colocar nuestra cultura en pleno cauce del modernismo. Luchó para que la libertad no se apoyara sólo en el fusil sino también en esa salvaguarda íntima y definitiva de la conciencia. Tuvo coraje para sembrar esperanzas en los espíritus que se le acercaban...

Fue un pensador y un artista que proyectó su personalidad apolínea en una época en la que hace sentir su imperio fáustico. La indisoluble unidad del pensador y del artista, tan perfectamente lograda en él, que es por el título, suficiente para enorgullecer legítimamente, no ya a un pueblo, sino a una elaborada y pujante cultura. El tema científico, en variadísimas formas y con feliz tratamiento, destácase en su obra. Pensador original y profundo. Vivió atento a los latidos del mundo y en perenne agonía por su Patria. Trinchera y tribuna. Su filosofía, según el biógrafo mayor de José Martí, es toda luz y llanura como el paisaje camagüeyano. Con él suelta ya el pensamiento cubano sus últimos amarres tradicionales; pensador que da su filosofía a la ciencia y a la patria.

Tenía su alma en su almario, y muy delicada por cierto. Junto al filósofo había un poeta, o por lo menos, un queredor de poesía... No fue pesimista pero tampoco optimista. Acepta las cosas "como vienen"... Con ese estoicismo para aceptar la verdad por ingrata que fuese, sirvió heróicamente a su tiempo, semilla del nuestro. Fue honrado. Y hay que tenerlo en cuenta porque en definitiva, no hay ciencia ni filosofía verdadera si no se acompaña de honradez y ejemplaridad. Estuvo siempre donde creyó que debía estar. Sus obras -filosóficas, literarias, científicas- fueron elaboradas a las horas en que la fatiga de la lucha por la vida reclamábale el reposo para reponer las fuerzas, porque el periodismo -elegante, honesto y ágil- le otorgaba la jornada cotidiana.

Ejemplo de espíritu preocupado por la dirección moral y espiritual de su país. Dio la voz de alarma cuando el camino se torció. Vocación de guía tuvo, como pocos; hombre de ágora, nutrido en la más pura linfa del ideario democrático. A los turiferarios lejos los quería. En su siglo, abatió selvas, sembró ideas, liberó conciencias, señaló rutas y alumbró horizontes. En el nuestro, custodio celoso de la nacionalidad, asilo y escuela de la juventud que, pasmada, le vio erguirse bizarramente sobre sus 80 años para combatir la tiranía y exhortar al sacrificio.

Su influencia sería decisiva en la formación intelectual, moral y profesional del magisterio durante los primeros años de la República.

Sus conferencias de Lógica, Psicología y Filosofía Moral, según el decir de muchos, le enseñaron a sus alumnos más pedagogía que todos los estudios posteriores. Estricto cumplidor de sus obligaciones académicas como profesor universitario. Su palabra en la cátedra fluía clara, impecable, precisa, segura, con la misma pulcritud de su aporte y de sus modales distinguidos. Todos querían ser sus alumnos. Y se esforzó por ofrecerles una filosofía de la vida que fuese eficaz instrumento para el progreso individual y social... y para el ejercicio de tan trascendente profesión... Sí. Su misión central no podía ser otra que la educación. Criticó el género aforístico y, sin embargo, ya en su recta final legó a su pueblo y su magisterio profundas sentencias... Algunas de ellas hoy, en su nombre y para congratularlo, quiero ofrecerles a mis colegas de hogaño.

Ante Ud., que compartió con José Martí y con José Ingenieros el título de Maestro de la Juventud -otorgado por el Congreso Iberoamericano de Estudiantes-, descubro simbólicamente mis cabellos para ofrecerle las rosas que prefiero: las de agradecimiento por el ejemplo de su digna honestidad y de su patriotismo. Y por su imperecedero magisterio. Sepa Ud., Maestro, que tanto en el centro universitario que lleva su nombre como en el «Seminario de San Carlos y San Ambrosio", siempre he tratado -a mi manera- de acercarme al ideal de profesor universitario que Ud. tan certeramente diseñó. Al rendirle modesto tributo -cercano todavía el 150 aniversario de su natalicio- le confieso, Don Enrique José Varona, que de su ideario, sólo su ateísmo y lo que de él se deriva, ha desechado mi convicción cristiana.

Abril de 1999.

 

REFERENCIAS:

1. E. J. Varona: Con el eslabón, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981, p.73.

2. Testimonios de: José A. Fernández de Castro, Elías Entralgo, Raimundo Lazo, Félix Lizaso, Ernesto Ardura, Raúl Roa, Enrique Gay Calbó, Jorge Mañach, Miguel A. Carbonell, José M. Chacón y Calvo, Manuel Sanguily, Julián del Casal, Fernando Ortiz y Ramiro Guerra, publicados en "Homenaje a Enrique José Varona en el centenario de su natalicio", Publicaciones del Ministerio de Educación, Dirección de Cultura, La Habana, 1951, tomos 1 y 2.

 

A LOS MAESTROS: PARA QUE REFLEXIONEN

(Selección de AFORISMOS, tomados de la obra "Con el eslabón")

 

«... Estos breves párrafos son las chispas de un alma herida por la realidad circunstante. No contienen otra cosa. Su valor no es trascendente.

Círculos concéntricos, cuyo eje está en mi corazón fatigado».

E. J. Varona

8 de noviembre de 1926

 

- La moral no se enseña, se inocula.

- Enseñar es fecundar. No quiero ante mi, cerebros esponjas ni cerebros piedra barroqueña, sino que embeban ideas, y las transformen.

- No hay educación posible, mientras no nos persuadamos de que lo importante, lo decisivo, no es lo que el hombre aprende, sino lo que el hombre ejecuta. La vida es acción, no lección.

- ¿Quieres ser profesor de virtud? Sé espejo de virtud.

- El sistema de educación del infante está contenido en un solo mandamiento: Déjalo crecer.

Déjalo: es decir, ni aguijón, ni freno.

- ¿Libertad? En las nubes. ¿Igualdad? Bajo tierra. ¿Fraternidad? En ninguna parte.

- Es condición del necio achacar a culpa ajena las desgracias que lo abruman, únicamente por la suya.

- El patriotismo es un sentimiento profundo y en ocasiones admirable. Pero fijémonos bien; se trata de un sentimiento, que se manifiesta en actos, no de una fórmula que se vierte en letras de molde. Produce héroes, no escribidores ni parlanchines.

- El lenguaje, para ser puro, ha de tener la primera cualidad del cristal: la transparencia.

- Acepto tu libertad, sin renunciar a la mía. Te reconozco un derecho de que me siento poseedor. He aquí en lo que consiste la tolerancia.

- Respeta tu pensamiento: no lo prostituyas; no te hagas traición a ti mismo.

- Quien dice maestro, dice guía. Y el guía mejor es el que ha ido más lejos y con más frecuencia por el camino que ha de enseñar a recorrer. El que ha explorado más y ha descubierto más amplios horizontes.

- El alma es de cera, dice un educador. De hierro, suspira otro. Ni de cera, ni de hierro. Cada alma es, a su modo y a su hora, blanda y dura, flexible como el mimbre y rígida como el acero.

- Educador; no domador.

- Educador, me tomas por el bloque de una estatua, y quieres hacerme según el patrón ideal que te has forjado en tu mente; pero la vida me conforma a empellones, no con el buril del artista, sino con el hacha del leñador.

- Nuestros pedagogos andan tras una quimera, enseñar lo que no se sabe.

¿Cómo? No se saben las matemáticas, la física, la química... la...?

Lo que no se sabe es la ciencia de la vida.

- ¿Quieres coger la luna? Empínate, hasta que la alcances. ¿Quieres sacar una perla del fondo del mar? Bucea, hasta que la cojas.

Esto se llama un concejo perfecto.

- Hay un límite, que debería ser infranqueable, al natural apego a nuestros conciudadanos: la injusticia. Pero es terreno resbaladizo el del patriotismo.

- Enseñar es alumbrar. Enseñar con amor es iluminar para siempre la vida.

- Ante el enigma del mundo ser un escudriñador perspicaz es la función principal del maestro: la primordial, pero no la más ardua. Mostrar lo que se debe ver, y sobre todo cómo debe verse, he aquí la insigne tarea. El gran maestro es una gran luz que va delante y lleva adelante.

- Antes: ¡Los viejos, los viejos! Ahora: ¡Los jóvenes, los jóvenes! Pamema de simplistas. Ni viejos por viejos; ni jóvenes por jóvenes. ¡Los útiles!

- Fecundador de almas, eso fue Martí. ¿Será estéril la tierra en que regó las simientes de la vida?

- ¡Qué fácil parece vivir; qué difícil aprender a vivir!