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mayo-junio. año VI. No. 31. 1999 |
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JUSTICIA Y PAZ |
LA IGLESIA PROPONE UNA JUSTICIA NUEVA
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Pobres
de aquellos que dictan leyes injustas
Y con sus decretos organizan la opresión Que despojan de sus derechos a los pobres de mi país E impiden que se haga justicia Que dejan sin nada a la viuda Y se roban la herencia del huérfano Isaías 10, 1-2. La Segunda Semana Social Católica celebrada en 1995 terminó con la fundación de la Comisión Justicia y Paz de la Iglesia cubana. Este hecho correspondía a un paso más en el camino de profundización del compromiso social, que había comenzado en 1986 con el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), que marcó un resurgir de la Iglesia, a la luz del Magisterio del Concilio Vaticano II y de las conferencias de Medellín y Puebla. A varios años de su fundación, los servicios de la Comisión no son aun apreciables. En Cuba existe desde hace 40 años un orden social que se instauró luego de una Revolución violenta, en la que sus protagonistas buscaban mayores grados de justicia y bienestar para todos. Pero la paz no se reduce a la ausencia de guerra que disfrutamos, (menos cuando vivimos un incremento de la violencia en muchos sectores de la población) ni la justicia se agota en el orden social en que vivimos. Somos un pueblo alegre, instruido y de enormes riquezas culturales, pero con una pobreza material que nos agobia y que no nos deja ver muchas veces, más allá de nuestra inmediata subsistencia. Somos un pueblo solidario y hacedor de puentes, pero estamos bloqueados por intereses foráneos y padecemos de una cultura del egoísmo debido a la dura crisis moral en que vivimos. Somos un pueblo de matriz religiosa cristiana y gustamos del orden y la justicia, pero basamos nuestras esperanzas aún en falsos mesianismos. Hemos luchado largos siglos por la justicia social y ahora nos encontramos, al final de una de esas etapas, buscando otra vez cómo superar desigualdades, la falta de participación, y todas aquellas realidades que nos impiden alcanzar mayores grados de libertad y bienestar. (Cf. Palabras de bienvenida a Su Santidad, pronunciadas por Mons. Pedro Meurice, Arzobispo de Santiago de Cuba, en la Plaza Antonio Maceo de esta ciudad, "Dichoso el Mensajero", Ediciones Vitral 1998, Pág. 22). "La Iglesia, al llevar a cabo su misión, propone al mundo una justicia nueva, la justicia del reino de Dios (cf. Mt 6,33). En diversas ocasiones me he referido a los temas sociales. Es preciso seguir hablando de ello mientras en el mundo haya una injusticia, por pequeña que sea, pues de lo contrario la Iglesia no sería fiel a la misión confiada por Jesucristo. Está en juego el hombre, la persona concreta. Aunque los tiempos y las circunstancias cambien, siempre hay quienes necesitan de la voz de la Iglesia para que sean reconocidas sus angustias, sus dolores y sus miserias. Los que se encuentre en esta circunstancia pueden estar seguros de que no serán defraudados, pues la Iglesia está con ellos y el Papa abraza con el corazón y con su palabra de aliento a todo aquel que sufre la injusticia"(Juan Pablo II, Homilía en la Plaza "José Martí", "Dichoso el Mensajero", Ediciones Vitral 1998. p. 4, pág. 32). Los fundamentos de la justicia y la paz hunden sus raíces en la Verdad sobre el hombre proclamada en Jesucristo, en su dignidad de hijo de Dios, con libertad para pensar y actuar y con vocación a la Vida plena que trasciende los umbrales de este mundo. En virtud de esta Verdad el hombre es hermano del hombre, y toda forma de opresión o violencia es injustificada. Todo hombre es responsable de lo que les sucede a los demás. La pregunta de Dios a Caín en el Génesis: "¿Dónde está tu hermano?"(Gen 1,26), debe resonar en la conciencia de cada persona. No se pueden alcanzar mayores grados de convivencia pacífica, sin lograr mayores grados de justicia, pues cuando las personas experimentan la pobreza material, comprueban que no son respetados sus derechos, o que no encuentran caminos para su realización plena, surge enseguida la violencia como una de las respuestas a dicha situación, dicha violencia será una respuesta cada vez más frecuente en la medida en que se agudiza la crisis moral, se trata de la violencia en el barrio, en el trabajo, en la familia en la escuela y hasta consigo mismo. Hay hasta quienes usan la violencia como supuesta vía para que nuestro país supere su actual crisis, o como método para mantener el orden y la paz. La violencia sólo se engendra a sí misma, y el orden social que sea instaurado en ésta, no será justo ni duradero. Gracias a Dios, para la mayoría de los cubanos y el resto del mundo, ésta no es ya una alternativa. El objeto de la justicia es el bien común, que no es la simple suma de los bienes individuales, es la existencia de condiciones materiales, políticas, sociales y culturales que permitan al hombre el desarrollo pleno de su persona. El bien común no se agota en ningún orden social. Hacer justicia es, en primer lugar, asegurar que al hombre se le respeten todos sus derechos y se le exijan sus deberes en la sociedad, siempre que esto sirva a las personas para crecer en humanidad. El criterio fundamental para discernir sobre la justicia en la sociedad es la igualdad. La cual no significa uniformidad ni masificación despersonalizante, tampoco significa que todos tengan la misma ideología, religión, solvencia económica, o que las relaciones de producción y asociación de cada persona con el resto de la sociedad sean las mismas. La igualdad significa en primer lugar que todos tengan iguales oportunidades. Oportunidades para alcanzar mayores grados de bienestar económico, de socialización, de desarrollo de la cultura. Oportunidades de ejercicio de sus derechos y deberes ciudadanos, de practicar el compromiso en la vida política y social, etc. En las sociedades de derecho modernas, la impartición de justicia se concreta mediante leyes a las que todos lo miembros de la sociedad deben someterse por igual. Dichas leyes deben estar al servicio del hombre y no a la inversa, una ley es justa sólo cuando cumple este principio. Por eso uno de los grandes retos a la sociedad de hoy es el de ir logrando sistemas jurídicos cada vez más justos, sin que sean coactivos de la libertad. En este empeño la sociedad civil juega un papel muy importante como voz de los ciudadanos y como contraparte del poder del Estado. Una ley debe ser la respuesta a una necesidad regulatoria en la sociedad, y ésta debe reflejar la voluntad de los ciudadanos, por eso la misma no debe elaborarse sin tener en cuenta dicha voluntad. Tampoco se hacen leyes para siempre, las mismas deben ir cambiando (mejorando) en la medida en que su práctica en la sociedad así lo precise. El continuo desarrollo económico, cultural y moral de la sociedad exige también el desarrollo dinámico de su marco jurídico. La Iglesia en Cuba debe contribuir a dicho desarrollo de manera que se logren mayores grados de justicia en la sociedad. Su empeño por la justicia y la paz debe partir del compromiso con la persona y con la promoción de la sociedad civil. Para ello es necesario que haya personas que conozcan y sepan reclamar sus derechos y los de los demás, y que además conozcan y cumplan sus deberes para con la sociedad. Es necesario que comience a vivirse en la familia y en las organizaciones civiles la realidad de convivencia pacífica y solidaria que se quiere fundar en toda la sociedad; son necesarios espacios para la educación cívica y ética de modo que las personas puedan hacer su propio proyecto de vida que les ayude a ser protagonistas de su existencia, al mismo tiempo que aprenda y comience a vivir un estilo de socialización liberadora. El compromiso social de la Iglesia cubana hoy incluye "promover las iniciativas que puedan conformar una nueva sociedad"(Juan Pablo II, Mensaje a los cubanos en el primer aniversario de su visita), no buscando ninguna forma de poder político, sino siendo germen fecundo del bien común, y poniendo en primer lugar a la persona, al hacerse presente en las estructuras sociales. (Cf. Juan Pablo II, Homilía en la Plaza "Antonio Maceo", "Dichoso el Mensajero", Ediciones Vitral 1998, pág. 32, p. 4). En los estatutos de la Comisión Justicia y Paz, tienen ya este espíritu. Existen además estructuras creadas en la mayoría de las diócesis, algunas de las cuales han prestado algunos servicios. Un próximo paso en estos servicios podría ser, tal vez, el de ayudar a los ciudadanos en reclamaciones, o en procesos judiciales. La mayoría de los cubanos no sabemos bien a quien dirigirnos en tales ocasiones, cómo comenzar un litigio, qué derechos reconoce la ley en determinados casos de interés, cuáles son las figuras de delito que reconoce la ley, etc. Otro paso podría ser la apertura de espacios para la educación cívica y ética, con una mística inspirada en la doctrina social de la Iglesia, especialmente la del magisterio del Papa en Cuba, y con una pedagogía liberadora y en sintonía con la vida cotidiana. En la mayoría de los casos es más fácil comenzar a realizar estos servicios a partir de pequeñas experiencias abiertas a todos los hombres de buena voluntad, cuya aplicación se extiende luego a otras comunidades y parroquias. Con relación a esto último, el propio Santo Padre reconoció la fuerza de lo pequeño y la eficacia de las semillas de la verdad, cuando hablaba del Padre Varela en el aula Magna de la Universidad. Para dar un paso más en el empeño por la justicia y la paz todos tenemos que perderle el miedo al tema de la defensa de los derechos humanos. Lo normal es que en Cuba se identifique esto con disidencia política, con contrarrevolución o con Radio Martí; y peor, para demasiados católicos el tema no es parte de la misión de la Iglesia. El Papa se refirió al mismo cuatro veces en su Magisterio en Cuba, y éste constituye la primera causa de martirio (civil y cruento) de la Iglesia en este siglo, especialmente en América Latina y Europa del Este. (Cf. "Dichoso el Mensajero" Ediciones Vitral 1998 Indice temático). La defensa de los derechos humanos no es privativa del Estado ni de alguien en particular, es tarea de todos los miembros de la sociedad. El hecho de que ciudadanos y organizaciones de la sociedad civil realicen esta labor no es signo de indisciplina social, sino ejercicio de un legítimo derecho y de la más genuina democracia. El hombre es el camino de la Iglesia, y cuando ese hombre sufre y espera la Iglesia tiene que estar a su lado anunciando la Realidad Nueva que Cristo fundó para todos los hombres. Confío en Dios de que por la virtud y el sacrificio de cubanos, y por la tremenda capacidad de recuperación que siempre nos ha caracterizado, esto será posible, para que Cuba entre al Tercer Milenio de la era cristiana por los caminos de la reconciliación, la justicia y la paz.
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