![]() |
noviembre-diciembre. año V. No. 28. 1998 |
![]() |
EDITORIAL
|
NAVIDAD fiesta del pueblo
|
El hombre y los pueblos necesitan de la fiesta como del alimento y del aire que respiran. La fiesta es un componente del espíritu humano y es parte de la convivencia social. Un pueblo sin fiestas es un triste pueblo que se asfixia en la monotonía existencial. Pero debemos reflexionar en el sentido de la fiesta. En su carácter. En su contenido. En sus motivaciones. En su repercusión en el alma de los hombres y de los pueblos. La Navidad, fiesta del Nacimiento de Jesucristo, es un tiempo para reflexionar sobre las fiestas y para vivirla de verdad. Cada pueblo y cultura tiene sus fiestas. Ya desde el Antiguo Testamento el libro del Eclesiastés marca ese ritmo vital del tiempo que hace que la existencia vaya convirtiéndose en camino de plenitud para el hombre:
"En este mundo todo tiene su hora. Todo tiene su tiempo bajo el sol: Hay tiempo para nacer y tiempo para morir... Hay tiempo para llorar y tiempo para reír, Hay tiempo para estar de luto y tiempo para estar de fiesta... Yo sé que no hay mayor felicidad para el hombre que comer, beber y pasarlo bien gracias al esfuerzo de su trabajo... eso es un don de Dios. El tonto se cruza de brazos y se devora a sí mismo. Sin embargo, más vale tener un poco de reposo antes que llenarse de amarguras por pescar el viento."
(Eclesiastés 3, 1-13. 4, 5-6)
Esta milenaria sabiduría nos recuerda que en vano se afana el hombre, y los pueblos, si su alma no marca el ritmo de su vida. Ni todo es reír, ni todo es llanto. Como tampoco todo es luto, ni la vida puede ser todo fiesta. Los excesos son malos. La fiesta es por tanto expresión del latido rítmico del corazón de un pueblo, de su cultura, de su alma. Si ese latido se altera, los pueblos se enferman del espíritu. Si el compás del aliento popular se acelera con una excesiva tensión por ganarse el pan y sostener a la familia; si el trabajo se hace agobio y el descanso trabajo para sostener el cuerpo, para que este pueda a su vez, responder a más trabajo; los pueblos se cansan de vivir en perenne angustia y su alma se defiende con la indolencia y la apatía. El reposo y la fiesta se hacen entonces no sólo necesidad periódica, sino curación de urgencia. Si ese latido rítmico del espíritu de una nación se relaja tanto que la fiesta se convierte en corrupción del alma, en festejo del aburrimiento; se convierte en rito exterior, vacío de sentido y antípoda de la convivencia fraterna. Esas son las llamadas "fiestas" a las que no vamos a celebrar a alguien o a algo importante para nosotros. Lo que nos mueve no es el por qué celebramos, sino lo que vamos a "tomar" o lo que están "dando" de comer. Es un espantajo de fiesta que hastía el alma, emborracha el cuerpo y no da reposo. Navidad, fiesta de Aquel que ha dado sentido a nuestras vidas y a nuestra historia, es momento oportuno para detenernos a reflexionar sosegadamente en el sentido de nuestras fiestas, de las fiestas de nuestro pueblo. En efecto, toda fiesta tiene un sentido y si no lo tiene no es fiesta sino artificio. El sentido de la celebración la precede, llega antes que la fiesta. Se hace una fiesta para celebrar una alegría, un acontecimiento gozoso, el cariño que le profesamos a una persona o a una institución, a un grupo o a toda la Nación. Podemos encontrar entonces, fiestas familiares cuyo sentido está en los lazos de sangre y convivencia. A nadie se le ocurriría convocar a una fiesta familiar en medio de una familia dividida. Tenemos las fiestas del vecindario cuyo sentido está en los lazos de amistad y convivencia del barrio. Sin esos lazos la fiesta del barrio pierde el sentido. Tenemos las fiestas de instituciones cuyo sentido es celebrar en comunidad algún hecho que fortalezca los vínculos de amistad y cooperación de esa asociación. Si estos vínculos no existen o la fiesta es ocasión para deshacerlos, la fiesta no tiene sentido. Durante siglos han existido las fiestas religiosas, cuyo sentido es fomentar y celebrar la fe del pueblo, si eso no se fomenta las fiestas religiosas no tienen sentido. Tenemos también las fiestas nacionales cuyo sentido es celebrar un acontecimiento que cree vínculos de fraternidad y pacífica convivencia entre los ciudadanos. Si esto no se produce, la fiesta no tiene sentido. La Navidad es la fiesta de la familia creyente y de la Nación que reconoce sus raíces profundamente arraigadas en el humus fértil del cristianismo. Ese es el sentido de una celebración de Navidad que se hace reposo del trabajo cotidiano, encuentro de toda la familia alrededor de la mesa, plegaria de acción de gracias alrededor del Nacimiento y del Altar. Navidad es también fiesta del pueblo que no cree en Jesucristo como Dios pero que celebra el Nacimiento de un hombre totalmente extraordinario que ha revolucionado la historia de la humanidad de tal forma que desde ese día el mundo comenzó a contar los años de nuevo. Su persona, sus enseñanzas y los valores que vivió como virtudes heroicas, son hoy un paradigma para todos los hombres y para la convivencia fraterna de todos los pueblos. También del nuestro. Ese es el sentido de que la Navidad sea una fiesta de todo el pueblo y no sólo de los cristianos. Es también ocasión para reflexionar en el contenido de todas nuestras fiestas. En las que debemos echar fuera el alma y no esconderla tras la ropa que lucimos. En ellas debemos dar aliento y reposo fecundo a nuestro espíritu y no ahogarlo en alcohol. En ellas vamos a alimentar nuestro sentido de comunidad, de familia, de solidaridad, no a convertir el momento en ocasión de desavenencias por la comida o por la bebida o por la violencia que vacía de contenido y de sentido toda fiesta que no logra crear el clima de hermandad y alegría que le es inherente. La primera pregunta para saber si una fiesta ha sido buena no debe ser qué dieron, qué comieron, qué cantidad de bebida había... sino si había buen ambiente, si se alcanzó un clima de sano esparcimiento, si las personas estrecharon sus lazos de fraternidad y cultivaron sus vínculos sociales y amistosos. El contenido de una fiesta de verdad es ese clima, ese espíritu de compenetración y alegría sana que renueva la vida espiritual de los que participan y afianza las bases de una sociedad en paz. ¿Son así nuestras fiestas?. Navidad nos permite que lleguemos a preguntarnos, sin temores ni desasosiegos, qué carácter tienen nuestras fiestas. Las fiestas, como las personas, tienen una forma de ser, una manera de presentarse, un carácter, que debemos definir y cultivar. Así como hay personas egoístas, hay fiestas excluyentes. Así como hay personas abiertas y amigables, hay fiestas que tienen un carácter más participativo y cordial. Hay reuniones que se llaman fiestas y son aglomeraciónes de gentes para tomar sin establecer ningún vínculo entre sí. Hay citas que se llaman fiestas y consisten en esperar aburridamente que esté la comida para tragar lo más posible y marcharse sin más. Hay fiestas en que, con poco, hay mucha alegría; y otras que con mucho de comer y tomar, mucha música y equipos de audio, no logran mover ni una hoja del interior del ser humano, que sale de allí más triste de lo que era. Hay grupos de amigos y fiestas sanas que logran un carácter limpio y generoso en las que da gusto compartir lo que haya y cultivar las relaciones interpersonales. El carácter de la fiesta de la Navidad viene dado por su índole familiar. La cena de Nochebuena es una comida muy especial, no por lo que haya sobre la mesa sino por lo que haya en el corazón y el ánimo de los que se sientan alrededor de ella. La intimidad del hogar, la reunión de todos los miembros de la familia que deben dejar todo en esta noche para estar juntos, para compartir con serenidad, para gozar del santuario de la familia aunque sea una vez al año. Rescatemos la Nochebuena con lo que tengamos de comer, pero aún más, con todo lo que le podamos poner de fiesta verdadera, de iniciativa para crear un clima de paz y concordia, para darle un talante sencillo pero muy especial. Navidad es una fiesta de carácter popular porque desde hace siglos ha pasado a la memoria de todo el pueblo independientemente de sus creencias o ideas políticas. Cerca de la nostalgia, pegadas a la raíz de los abuelos, llenas de ternura y fantasía, vienen a nuestro recuerdo aquellas fiestas familiares de Navidad, en el campo o en las ciudades, entre pobres o acomodados, con las desigualdades de entonces que eran otras que las de ahora, pero siempre queda en la mente un sabor a Nochebuena, a calor de hogar, a fantasía de Reyes, a la alegría del árbol de Navidad, al esmerado cuidado con que cada año poníamos el Nacimiento con aquellas figuras de yeso o madera que se iban desgastando y que se fueron rompiendo. Las familias que aún conservan y veneran aquellos antiguos y sencillos Nacimientos tienen un triple mérito: haber sostenido la fe, haber mantenido la fiesta de Navidad en los momentos más duros y haber conservado las imágenes que simbolizan todo esto. Cuando una fiesta permanece arraigada de esta forma en la cultura de un pueblo, se lesiona gravemente esa herencia cultural si no se crea el auténtico clima de celebración que permite al espíritu humano expandir todas sus potencialidades y alimentarse de todos los signos y encuentros que las fiestas de Pascuas, de Navidad y Reyes Magos siempre han significado en Cuba y en todo el mundo. Gracias a la visita del Papa Juan Pablo II el pueblo cubano puede disponer, ya para siempre, del reposo del 25 de Diciembre para festejar el aniversario del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Que esta tradición recuperada para feliz fomento de la espiritualidad de nuestro pueblo pueda encontrar cada año no sólo el día festivo de que goza en el mundo entero, sino del clima de fraternidad, justicia y paz que necesita toda fiesta. Que goce también del contenido, el carácter y la repercusión que toda fiesta deja en el alma de las gentes.Que el feriado de Navidad sea signo de una fiesta más profunda para todo el pueblo y que manifiesten la apertura de Cuba al mundo. Sin tiempo para la fiesta y tiempo para el sosiego no puede el alma humana y el espíritu de un pueblo sostener el esfuerzo cotidiano y alentar la indispensable esperanza para seguir adelante. Respetar el ritmo y el significado liberador de las horas y los días, vividos como tiempo de salvación, como equilibrio del espíritu y como alimento de la cultura es la clave para entender por qué en un pueblo diverso, de cultura mezclada, de creencias e increencias, de Estado laico y tradición cristiana, es necesario y beneficioso desde el punto de vista humano y social, celebrar pública y profundamente el Nacimiento de Jesucristo. Vitral desea a todos los cubanos sin distinción de sexo, raza, ideología, religión o filosofía, viva aquí o peregrine en la diáspora, una Feliz Navidad y un Año 1999 en el que el alma de la nación cubana pueda levantar bien alto la plenitud de su dignidad humana y la esperanza cierta en que compartiremos todos un futuro mejor.
Pinar del Río, 1ro. de Diciembre de 1998.
|