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noviembre-diciembre. año V. No. 28. 1998 |
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OPINIÓN
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A LA REVISTA ARQUIDIOCESANA PALABRA NUEVA
Palabras del Cardenal Jaime Ortega Alamino, Arzobispo de La Habana, en la entrega del Premio. |
Una pequeña revista de la Arquidiócesis de La Habana, Cuba, alcanza el premio anual de la Unión Católica Internacional de Prensa. ¿Que llevó a esta conocida y respetada organización, que agrupa a tantas publicaciones y periodistas del mundo, relacionados de un modo u otro con la Iglesia Católica, a otorgar esta distinción a nuestra modesta publicación diocesana? Porque esta revista no tiene una tirada grande, aunque su alcance real sea mucho más amplio. Además, por las limitaciones en el uso del material necesario, debidas fundamentalmente a sus costos, y por las dificultades técnicas para su impresión, la cantidad de páginas de cada número debe ser restringida. No es una revista de expertos en determinadas materias, sino escrita, con amplia visión, por laicos y algunos sacerdotes y religiosos que tienen en común el deseo y la convicción de contribuir a la promoción humana por medio de la formación de un pensamiento humanista, de inspiración cristiana, en sus lectores. Viven todos, además, una misma realidad político-social con peculiaridades que hacen del quehacer periodístico un oficio a ratos azaroso, pues no resulta siempre fácil ser comprendido y encontrar el lenguaje que más conviene para expresar algunas ideas que pueden parecer novedosas o contrastantes en un medio social marcado durante muchos años por una filosofía y una praxis de inspiración marxista. En casi todas las diócesis de Cuba fueron surgiendo, en estos últimos años unos tras otros, boletines, hojas diocesanas y aún pequeñas revistas, algunas de ellas con cierta especialización, como las publicaciones que tocan temas de bioética, o dirigen sus artículos a la familia para fortalecer su institución y animar a sus miembros a amarla y defenderla, o hablan especialmente a la juventud, a fin de despertar en los jóvenes el sentido del compromiso. "Palabra Nueva" toca todos estos temas y otros más, no sistemáticamente, sino más bien de forma alterna y variada. Participan también en la publicación algunos no católicos que pueden escribir sobre diversos asuntos. El consejo de redacción considera siempre atentamente todos los artículos que han de publicarse, tanto de escritores cristianos como no cristianos, teniendo en cuenta la propia filosofía de la revista, que incluye, evidentemente, una ética cristiana en cuanto a la verdad y al modo de expresarla y una visión de fe, del mundo, del hombre y de la historia, que lleva consigo obligadamente, por ser cristiana, la puesta en evidencia del amor al estilo de Jesús, al decir de San Pablo, sebrepasa toda filosofía. Con esta postura deontológica y teológica, acepta la revista a sus colaboradores extraordinarios y, a través de quienes escriben habitualmente en ella, expresa su propio pensamiento. Con esa misma actitud intenta la revista acercarse al paisaje cultural, político y social de Cuba, en el cual el aluvión ideológico de las décadas pasadas ha dejado sedimentos que hoy pueden actuar como humus donde van naciendo, creciendo y ramificándose nuevas realizaciones. Nuestra revista, pues, no sólo tiene que ver con ese mundo cambiante de la realidad nacional cubana, sino que ella misma, con las otras más de veinte publicaciones diocesanas de Cuba, es una expresión privilegiada de esos cambios que lentamente se van produciendo en nuestro país. Aprendizaje difícil el de la posibilidad de expresarse sin hacer de ella un arma de combate, un alarido hiriente, ni un recuento amargo de lo que se ha callado por mucho tiempo. Ser fieles a la verdad sin pretender que todos acepten que esa verdad es plena, sin ser intolerantemente verídicos, o sin hablar concluyentemente desde una cima de verdades infalibles, que se tornan así piedras de choque para el diálogo, ése es uno de los más difíciles ejercicios en el necesario aprendizaje de una expresión libre y responsable del pensamiento. Qué difícil también la adaptación del escucha a voces distintas, que parecen sonar, en ocasiones, discordantes, cuando el oído está hecho al canto llano de una melodía seguida al unísono. En esos casos, para continuar con el símil musical, pueden aceptarse a veces opiniones distintas, pero al modo de la polifonía clásica, donde las notas del acorde son dispersas, pero se integran convencionalmente y según reglas precisas en un todo. Se hace, sin embargo, incomprensible un poema sinfónico contemporáneo, plagado de asonancias. Y así es la música de hoy, y así son la pintura, la poesía y la prosa actuales. Sólo parece conservarse una especie de ritmo, y ese ritmo casi siempre es interior al autor, quiero decir subjetivo. Y ya sabemos que todo cuanto tiene que ver con la subjetividad se hace complejo y contribuye a ofuscar los criterios de juicio de los observadores. Si algo debe ser premiado en este revista Palabra Nueva y en las diversas publicaciones de la Iglesia en Cuba que han visto la luz en este último lustro, es el arrojo de sus escritores que hicieron de la búsqueda un entrenamiento activo. Ellos han salido al ruedo en un difícil ejercicio de equilibrio que ha ido creando, sobre el mismo terreno de la lid, las normas prácticas que deben regir este quehacer, por otra parte impostergable. Cuando se pretende ser un instrumento de diálogo, y una publicación católica en Cuba debe siempre proponérselo, no es tan evidente que todo cuanto juzguemos verdadero se pueda decir de una vez, al mismo tiempo que lo injusto es fustigado y lo malo enjuiciado. La reflexión capaz de llevarnos a encontrar juntos los caminos de la verdad, de la justicia y de la solidaridad, que posibiliten la transformación de las conciencias y los corazones para alcanzar ese cambio hacia lo mejor que todo hombre ansía, no debe concebirse como la tarea de levantar fortines, sino de tender puentes. Ambas estructuras necesitan la solidez de la piedra, la esbeltez de las formas, el cálculo atinado de sus componentes, pero el uno, en su mismo diseño, tiende a alzarse amenazador, mientras que el otro debe extenderse, con toda su consistencia, para enlazar dos riberas, de modo que los de un lado y los de otro puedan, aún pesando fuerte, transitar en sentidos opuestos y llegar a encontrarse con el respeto debido a modos diversos, y aún antagónicos, de pensar y de sentir. Si salimos victoriosos de esto que he llamado ejercicio y aprendizaje en la expresión libre del pensamiento, si contribuimos a que las asonancias sean aceptadas en la sinfonía de la vida nacional cuando el artista, que eso debe ser también un escritor, sabe cómo dosificarlas e integrarlas de modo conveniente para que sirvan a un todo modernamente armónico, estaremos prestando un gran servicio no sólo a la Iglesia, sino también, a la nación cubana. En la escuela del decir, los que piensan de modos diversos deben llegar a comprender que el decir con verdad y claridad no exige decir en tono alto o con voz atronadora, sino decir bien, lo cual reclama, análogamente al correcto uso prosódico, una articulación real entre la verdad y la vida, entre conceptos y testimonios y para un cristiano, además, entre fe transformadora de los criterios de juicio y aceptación existencial explícita de los valores evangélicos. Si este estilo se vuelve cada vez más habitual, se convertirá en un quehacer didáctico muy útil, que aprovechará a muchos hermanos nuestros en el difícil arte de expresarse respetando las ideas del otro, al mismo tiempo que se aceptan sin molestias las ideas contrarias a las propias. Este rodaje, común entre los comunicadores modernos, tiene una especial función pedagógica en nuestro medio. La proverbial intolerancia del cubano está necesitando de la duda para alcanzar seguridades nuevas. Y créanme que no escogí este prestigioso foro de la UNESCO, ubicado en el corazón de Francia, para hacer esta afirmación. No es de tan altos vuelos filosóficos esta reflexión que se apoya, más bien, en la experiencia cotidiana. Me refiero a dudas sobre esas "verdades propias" de las que nacen muchas de nuestras convicciones, de las cuales proceden, normalmente, nuestros actos. Todo hombre debe ser un buscador de la verdad, pero la Verdad, siendo UNA, requiere que todos pongamos en duda nuestras pequeñas verdades. A dudas saludables me refiero, a la duda del científico, a la duda del juez que juzga sobre la inocencia o culpabilidad de un acusado, a la duda imprescindible que precede las grandes o pequeñas decisiones, para hacer de hecho la mejor opción. De las dudas confrontadas de algunos puede surgir la seguridad de muchos. Ahora bien, el medio de confrontar lo dudoso es la expresión libre del pensamiento. A este respecto decía el Papa Juan Pablo II en su homilía de Santiago de Cuba: "el bien de una nación debe ser fomentado y procurado por los propios ciudadanos a través de medios pacíficos y graduales. De este modo cada persona, gozando de libertad de expresión, capacidad de iniciativa y de propuesta en el seno de la sociedad civil... podrá colaborar eficazmente en la búsqueda del bien común". Como siempre Juan Pablo II establece una correlación entre derechos y deberes. Enuncia el derecho de cada hombre o mujer a la expresión libre del pensamiento, pero establece como horizonte definido para la opinión derivada del ejercicio de ese derecho, el bien común de la sociedad, que da la orientación ética general a la actuación de quien se expresa; pero aconseja además el Santo Padre en cuanto a los medios para alcanzar el fin deseado, que se actúe pacífica y gradualmente. Este programa que el sucesor de Pedro nos presentó a nosotros, cubanos, es válido también para todo comunicador cristiano, que debe siempre tener en cuenta el bien total de la sociedad y que no debe hacer uso de la libertad de expresión para decir lo que genera la inquietud o lo que aparece precipitado o no bien fundamentado, sino lo que fomente la paz, haciendo propuestas razonables y graduales. El Papa, al hablar en Cuba de la libertad de expresión recordó una vez más las claves éticas del periodismo. Señoras, señores, en nombre del consejo de redacción de la revista Palabra Nueva, agradezco este premio que la UCIP ha querido otorgarle. En nombre de la Iglesia en Cuba quiero también agradecer el estímulo que significa para cada una de nuestras publicaciones diocesanas, el que una de ellas haya sido escogida para poner en evidencia el esfuerzo de tantos colaboradores anónimos en la tarea difícil de encarnar la palabra iluminadora del Evangelio y difundir las enseñanzas de la Iglesia en la nación cubana.
Palabra Nueva nació hace seis años en el seno de una comunidad humana a la cual, en el primer mes de este mismo año, el Papa Juan Pablo II expresó, desde el mismo momento de su saludo inicial en el aeropuerto de La Habana, un deseo que se ha convertido en un lema: "Que Cuba, con sus inmensas posibilidades se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba". Creo que esa apertura de Cuba al mundo comenzó a esbozarse desde hace algunos años. Creo también que ella posibilitó la visita del Papa Juan Pablo II a nuestra Patria y que la realización feliz de esa visita debe afianzar en nuestro país esos propósitos de apertura, aún más ahora, cuando pueblos y gobiernos, haciéndose eco del llamado del Papa, han dado pasos concretos de apertura a Cuba. Quiero ver en la aparición, perdurabilidad y acogida de nuestras publicaciones católicas un signo importante de apertura interna en Cuba y deseo que esa apertura, como lo sentimos hoy en este recinto de la UNESCO, se proyecte al mundo como un canto de esperanza. Para terminar, permítanme dirigirme de modo particular a los comunicadores católicos de Cuba: queridos hermanos y hermanas, prosigan su quehacer como depositarios de un mandato de sus obispos y de su Dios y Señor, hagan labor de evangelizadores, sean consecuentes con sus ideales y sobre todo con su fe, no busquen siempre agradar, no consientan nunca a la tentación de ofender, permanezcan en la verdad, la verdad los hará libres y sientan, como perenne desafío en sus corazones, el llamado a armonizar, según el modelo del Siervo de Dios Félix Varela, la fidelidad a Dios y a la Patria. Las palabras finales son de Jesucristo: "No teman, yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo". Muchas gracias.
CUBA EN EVOLUCIÓN Ponencia presentada por el Sr. Orlando Márquez, Director de la Oficina de Prensa de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba y de la Revista Palabra Nueva, el 28 de Septiembre de 1998, en el Panel "Cambios Políticos Reales o Propaganda Política", durante el evento CUBA EN EVOLUCIÓN, auspiciado por el diario The Dallas Morning News, en el Dallas Renaissance Hotel, Dallas, Texas, del 28 al 29 de Septiembre de 1998. Distinguidas autoridades de los Estados Unidos y la República de Cuba Señores y Señoras:
Quiero agradecer de modo particular a los responsables de The Dallas Morning News por esta iniciativa. Este foro puede ayudar, con optimismo y buen ánimo, al entendimiento de aquellos que, de una u otra forma, inciden o pueden incidir, directa o indirectamente, en la vida de mi país. Agradezco cálidamente a las autoridades de ambos países por su colaboración en el desarrollo de este encuentro. Vengo aquí como católico, miembro activo de la institución que se llama Iglesia Católica y que ha estado presente en estos cinco siglos de nuestra historia. Conociendo el riesgo de asumir tal responsabilidad, intento compartir ideas, escuchar criterios y sugerencias, con la esperanza de hacerlo desde la fe. Una fe sobre la cual se ha conformado nuestra cultura occidental, a la cual pertenece Cuba; una cultura surgida de la persona de Jesucristo, quien trastocó la realidad humana, por lo que algunos le llaman "primer revolucionario", aunque Su revolución no fue del tipo conocido hoy. Ninguna religión anterior o posterior a ésta marcó de manera tan significativa la historia de la humanidad. Si el cristianismo llega hasta nuestros días es por su concepción de la persona humana, en la que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos y deberes ante los hombres, a pesar, incluso, de la actuación negativa de algunos cristianos. Haciendo uso de ese derecho y asumiendo un deber, hablaré sobre la revolución. El parto de esta misma Nación americana se produjo por una revolución violenta, como son por naturaleza las revoluciones políticas y sociales, donde, sin embargo, la fe cristiana no estuvo ausente, sino que sirvió de inspiración y sustento: "...todos los hombres han sido creados iguales, dotados por su Creador con ciertos derechos inalienables, entre los cuales se cuentan los derechos a la Vida, la Libertad, la Felicidad"1 . En el caso cubano, fue precisamente un sacerdote , el Presbípero Félix Varela, el primero en hablar de revolución. El Padre Varela "fue el primero de nuestros intelectuales revolucionarios"2 . Pero fue un revolucionario singular, aceptemos llamarle así, no por pasión agitadora sino por razón. "¡La revolución, - escribió el Padre Varela- que equivale a la ruina del país; la revolución, cuyos horrores apenas puede contemplar sin estremecerse toda alma sensible!...Deseando que se anticipe la revolución, solo intento contribuir a evitar sus males. Si se deja al tiempo será formada... por el terrible imperio de las circunstancias..."3 . No deseando la violencia revolucionaria, la previó como amenaza y su temor se cumplió, porque los ideales fueron aplastados por la r eacción, abriendo las puertas a la revolución. El fenómeno revolución en Cuba no comienza el 26 de Julio de 1953, sino que hunde sus raíces en las profundidades del pasado. Hubo revolución en 1868 y en 1895, para alcanzar la independencia; y hubo revolución en 1933 para terminar con el gobierno despótico de entonces. Queda para los investigadores y científicos del futuro adentrarse más en este campo, pero hoy es posible decir que en ese pasado saltan a la vista, en una mirada retrospectiva, gobiernos corruptos, insatisfacciones sociales, la Enmienda Platt4 , la independencia total frustrada, cuatrocientos años de colonialismo... Si, además de esto, no hubiera ocurrido el golpe de estado innecesario en 1952, si no hubiera habido reacción sangrienta a los ideales de justicia de un débil pero honorable grupo de actores civiles, probablemente no hubiera existido la revolución cubana de 1959. Pero los "si no" son desestimados cuando se trata de enfrentar la realidad. La realidad es la de Cuba envuelta en un proceso revolucionario de más de un siglo que culmina en otra revolución social tornada marxista. La realidad es un sistema social o una estructura social que, a pesar del derrumbe del comunismo mundial, a pesar de los más variados métodos aplicados para destruirla, a pesar de ser tan ajenos a nuestras tradiciones y a nuestra cultura matriz la importación de métodos soviéticos y su acompañante concepción filosófica del hombre, el fenómeno social revolución permanece, ya no con el romanticismo de hace tres décadas, ni siquiera como hace cinco años, pero aún vivo. El fenómeno revolución cubana, iniciado en el pensamiento del Padre Varela en la primera mitad del siglo XIX y concretado de la forma más radical y con otros matices en la segunda mitad del siglo XX, es ya parte de nuestra historia y como tal debe ser entendido. Más allá de los postulados marxistas que sirvieron como programa y medio para prolongar el ideal revolucionario en nuestros días, la esencia es el fenómeno mismo llamado revolución. Muchas personas que manifiestan su desilusión con la ideología marxista y regresan hoy a la Iglesia, continúan pensando en clave "revolución", e identificándose con aquellos heroicos ideales bautizados como "revolucionarios" , que en realidad no son más que derechos inherentes a la dignidad humana que el mismo Jesucristo reveló. El fenómeno revolución en Cuba hay que entenderlo, por un lado, como hecho histórico que sirvió para delinear el espíritu independentista de una Nación y como medio de lograr esa independencia, por otro lado, como fenómeno que no puede quedar restringido por unos postulados ideológicos que son siempre finitos y perecederos, porque una revolución no es una religión. Aun la misma Doctrina Social de la Iglesia es un cuerpo doctrinal que se desarrolla y articula constantemente a partir de acontecimientos históricos. Aunque nuestro espacio de tiempo post-independencia sea breve y nuestra vivencia democrática tan corta, las condiciones actuales en la Isla claman por una necesaria evolución. Si bien nada es imposible, no hay muchas probabilidades de una nueva revolución. No es por medio de la violencia revolucionaria que se deben producir nuevos cambios, sino por la reforma, o sea, dentro de un marco legal adecuado y en un proceso gradual. ¿Cómo puede un revolucionario ser reformista? Es esta la pregunta desafiante, pero a la cual habrá que responder, con hechos, de alguna forma. En todo caso, la distinción entre reformador y contrarrevolucionario debe quedar definitivamente clara. La visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, calificada como histórica y cuyas consecuencias no han mostrado toda su potencialidad, arroja cierta luz a la cuestión anterior. El mensaje del Papa fue claro, preciso y conciso: "Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba, para que este pueblo... pueda mirar al futuro con esperanza". Estas palabras orientan hacia las consecuencias sociales y políticas de su visita pastoral, aún en el contexto internacional. "...Ninguna nación puede vivir sola" dijo el Papa en su discurso de despedida, invitando así a un mayor compromiso nacional e internacional para evitar todo aislamiento. Las palabras del Papa las citadas y otras-, constituyen un programa de acción para la misma Iglesia que vive en Cuba y un llamado a la conciencia de los gobernantes de dentro y fuera. La sociedad civil oficialmente definida en Cuba, es un conjunto de organizaciones de masas con objetivos ideológicos muy específicos, en total sintonía con el proyecto socio-político existente en el país y tienen a la cabeza a una destacada persona que milita en el Partido Comunista, a veces miembro de su Comité Central o su Buró Político. La Iglesia, o las iglesias en general, son reconocidas sólo en cierta medida como grupos actuantes en la sociedad civil. Tampoco corresponde a la naturaleza de la Iglesia actuar en la sociedad como una asociación más de carácter político o económico. Las reformas a la Constitución cubana en 1992, declarando el Estado laico en sustitución del anterior Estado ateo, constituyeron un importante salto adelante. Sin embargo, en la práctica no es posible verificar plenamente aún aquellos postulados. El potente papel rector desempeñado por el Partido gobernante, bajo cuyo influjo se han formado millares de líderes que actúan en diferentes niveles de la sociedad con una mentalidad ya sedimentada, es en sí mismo una limitante a la hora de enfrentar la nueva realidad. Las medidas recientes como respuesta a la crisis económica, se realizan en la aplicación que de ellas hacen los propios ciudadanos, pero el cambio inevitable que produce en las personas, en sus relaciones, en la necesidad de asociación o en la búsqueda de nuevas fórmulas de participación, halla pronto la barrera, congénita, de la estructura social establecida, lo cual produce un riesgo mayor de estancamiento; la no participación de los nacionales en las nuevas oportunidades, por ejemplo económicas, provoca un vacío interior y una frustración de consecuencias negativas para la sociedad. La apertura de Cuba al mundo, como expresaron los obispos cubanos recientemente, "debe ir acompañada de una apertura interna de la sociedad cubana". Es necesario perfeccionar la sociedad civil, creando nuevos espacios de participación, estimulando el diálogo a todos los niveles, pues "el único modo de enfrentar lo inevitable según los Obispos cubanos- es haciéndolo con un ideal preciso y realizable". Por otro lado, la apertura del mundo a Cuba, con muestras evidentes en los últimos meses, debe ser motivada no sólo por las ventajas económicas, sino también por muestras verdaderas de solidaridad, de manera que los cubanos, deseosos de probar una vez más, su valía y ansiosos por tocar el futuro, encuentren en el extranjero el respeto que exige su propia dignidad, su cultura o sus valores tradicionales. Las relaciones Iglesia-Estado, cualitativamente mejores hoy a las existentes en décadas anteriores, no han alcanzado ese nivel superior cuyas posibilidades se abrían con la misma visita del Papa Juan Pablo II. La Iglesia no se detuvo a pensar, como hicieron los políticos opuestos al Gobierno cubano, si aquel acontecimiento, por el cual habíamos esperado durante tantos años, servía para legitimar la realidad existente. Su acción no política, su misión pastoral y su conocimiento de la amplia religiosidad del pueblo cubano, así como su rechazo al aislamiento del país, la hicieron empeñarse a fondo en este acontecimiento. Pero esa misma misión pastoral constituye una exigencia para la Iglesia ante la sociedad cubana en el futuro inmediato. Por ello la Iglesia espera que, más temprano que tarde, el carácter laico del Estado cubano se convierta en un concepto cada vez más verificable en la práctica. Durante su homilía en la Plaza de la Revolución José Martí, el Papa declaraba que "un Estado moderno léase un Estado laico-... debe permitir a cada ciudadano y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe, expresada en los ámbitos de la vida pública y contar con los medios y espacios suficientes para aportar a la vida nacional sus riquezas espirituales, morales y cívicas". La Iglesia espera y confía que, más temprano que tarde, su misión caritativa y su misión profética, sean comprendidas del mismo modo que se comprende su misión cultual. La misión caritativa no es aquella que, promovida por otros, puede convertir a la Iglesia en simple instrumento de subordinación a intereses ajenos que en nada corresponden con el servicio o caridad cristianos, sino la que, además de donar lo necesario, tiende la mano al necesitado y le ofrece nuevas posibilidades de gestión o autogestión en su camino por la vida. La misión profética de la Iglesia no es aquella que pueda reducirla a una fuerza política más de la sociedad, derecho que sí reconoce en los laicos católicos, o cualquier hombre y mujer conscientes de ello, sino la que denuncia y anuncia desde el mismo Evangelio: es la que convoca al diálogo, a la reconciliación, al rescate de los valores humanos, manifiesta su preocupación por la emigración, invita a una mayor apertura interna, no porque sea la moda sino por considerarlo necesario, denuncia como "injustas y éticamente inaceptables" las restricciones económicas impuestas desde el exterior, hace "gestiones históricas con la Administración Norteamericana" con la intención de lograr "pasos positivos para solucionar las dificultades entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba"5 , propone erradicar "las limitaciones impuestas, no sólo al ejercicio de ciertas libertades, lo cual podría ser admisible coyunturalmente, sino a la libertad misma"6 , o alza su voz contra una globalización avasalladora que pone en peligro la integridad de las naciones o la dignidad de las personas, cuando no se tiene en cuenta que "el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones (incluidas las económicas) es la persona humana"7 . No es un programa político, ni intención de usurpar el puesto a quienes corresponde, sino compromiso social irrenunciable, en el cual tienen un papel especial los laicos católicos cubanos. Si no se reconoce con mayor amplitud el papel social-caritativo de la Iglesia y su misión profética, no se habrá avanzado lo necesario, se limitaría el concepto mismo del Estado laico, y la visita del Papa, dando por sentado su impacto incalculable en el corazón del cubano, sería reducida a un simple acontecimiento protocolar de cuatro días. El mismo Juan Pablo II expresaba la importancia de "espacios necesarios y suficientes" para la misión de la Iglesia, e invitaba a los Obispos a buscar esos espacios "de forma insistente" , no con el fin de alcanzar un poder lo cual es ajeno a su misión- sino para acrecentar su capacidad de servicio". Para ello es necesario mantener, "tratando de incrementar su extensión y profundidad, un diálogo franco con las instituciones del Estado y las organizaciones autónomas de la sociedad civil "8 . Ni sometida al poder, como ocurrió en el pasado colonial, cuando estuvo bajo la tutela del triste "Patronato Regio", ni opuesta al poder como partido político. Aliada de lo positivo que hay en la naturaleza humana y de las realizaciones sociales que ello genera, enemiga de lo negativo que también existe en la naturaleza humana y que en ocasiones aparece en las estructuras de la sociedad. Esa es su misión, aunque no siempre se comprenda. Esa es la gran revolución de Jesucristo,la provocación del crucificado, que fue "locura" para los adelantados griegos y "escándalo" para los conservadores judíos. No pocos en el mundo ven a la Iglesia en Cuba, y en Roma, como la piedra angular para una transición en la vida nacional, mientras otros la consideran como un obstáculo para lo establecido. La Iglesia es más bien una institución que, en su acción, procura una evolución natural y positiva de la sociedad, por considerarla necesaria y urgente; que no olvida ni olvidará al hombre más necesitado, ni hoy ni mañana, por quien no dejará de alzar la voz si fuera necesario, procurando el logro del bien común en el ejercicio libre de su misión en la sociedad. La Iglesia quiere ser puente que comunique a los cubanos todos en su inevitable camino por este mundo, pues el camino del hombre y la mujer cubano es, sin duda alguna, el camino de la Iglesia en Cuba. Para esto la Iglesia mostró su disponibilidad, su buena voluntad y su capacidad de compromiso en la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba. En esa disposición permanece la Iglesia Católica en mi país: sus obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Y conserva una mirada de esperanza de la cual fue mensajero para nuestro pueblo el Santo Padre. El futuro nos desafía a todos y todos debemos mirar juntos hacia el futuro, mientras vamos a su encuentro.
1 Declaración de Independencia de los Trece Estados Unidos de América, 4 de julio de 1776. 2 Emilio Roig de Leuchsenring, Introducción a El Habanero, Ed. Universidad de La Habana, 1945. 3 Padre Félix Varela, Tranquilidad en la Isla de Cuba, El Habanero, Tomo 1, No. 2, Filadelfia, 1824. 4 Apéndice añadido a la primera Constitución de la República de Cuba, conocido como Enmienda Platt, derogada en 1934. El informe "Problemas de la Nueva Cuba", elaborado por la Foreing Policy Association, publicado en 1935 en Nueva York, apuntaba: "...la Enmienda Platt también ha servido... para determinar las peores características de la vida cubana, ya que, con ella, se negaba a Cuba republicana el derecho a la revolución que la colonia había empleado para poner fin a los abusos del gobierno español... Por tales razones, la vida política de Cuba ha estado dominada por una irresponsabilidad casi absoluta. "Sus consecuencias, manifiestas aun después de su derogación hace 64 años, se prolongan también hasta nuestros días. 5 Mensaje de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba: «El amor todo lo espera», No. 33. El Cobre, 8 de Septiembre de 1993. 6 Ibid, no. 47. 7 Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral «Gaudium et Spes». 8 Encuentro con la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, La Habana, 25 de enero de 1998.
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