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noviembre-diciembre. año V. No. 28. 1998 |
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PEDAGOGÍA
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LA UTOPÍA NECESARIA |
Con este sugerente título «La educación o la utopía necesaria», trata Jacques Delores, presidente de la Comisión Internacional de la UNESCO sobre la educación para el siglo XXI, la gran problemática educacional que vive el mundo de hoy. Y sobre todo alerta y sugiere, qué debemos prospectar entre todos, y cuáles son las tensiones que debemos superar en un ambiente de diálogo y de reconciliación, para así juntos pensar con la profundidad y seriedad necesarias, en la edificación de un futuro común sustentado en una educación para la vida y durante toda la vida en el seno de la sociedad. Estoy casi seguro que este maravilloso libro "La Educación encierra un tesoro" (UNESCO, 1996), no ha circulado por diversas razones entre las personas que aún siendo maestros y profesores en activo, no han tomado conciencia de los numerosos desafíos que inmediatamente tendrá que enfrentar la humanidad en el próximo milenio de la era cristiana. Y ante estos desafíos, es la educación y no otro proceso social el vehículo insustituible, indispensable e idóneo que tendrá el hombre para alcanzar los ideales más altos de paz, libertad y justicia social. Pero, ¿qué es educar? O ¿por qué le corresponde a la educación esta responsabilidad decisiva y a su vez privilegiada? Tal vez muchas personas se han hecho esta pregunta varias veces en su vida, incluso personas ligadas al proceso de enseñanza-aprendizaje (PEA), sin encontrar una respuesta clara y convincente. José Martí, paradigma de nuestros anhelos cívicos y morales y por tanto educativos, responde esta interrogante con una frase genial, que sintetiza yo diría todo lo que en dicho proceso hay de complejidad y amplitud. "Educar es preparar al hombre para la vida" y, ¿qué significa preparar al hombre para la vida?, ¿Quiso nuestro apóstol acaso decir que educar es dar carrera para vivir como único objetivo a alcanzar, o sencillamente hacerse sólo de un oficio para que sirva de digno sustento personal y familiar?. No, educar es mucho más, y él mismo nos lo indica al decirnos que la educación debe preparar hombres a la altura de su tiempo, y subrayó que esta responsabilidad mayúscula recae en ese complejo, dinámico, vivo y dialéctico proceso formativo que llamamos EDUCACIÓN. Preparar al hombre para la vida, quiere decir pedagógicamente formar la personalidad humana como sujeto activo y protagonista de su propia vida y desarrollo, de su propio aprendizaje constante e ininterrumpido. Es permitirle y garantizarle al ser humano desde las edades más tempranas y hasta su muerte que desarrolle todas sus potencialidades y todo lo que en ella de bueno puso Dios, como derecho pleno que tiene toda persona al nacer, derecho que se convierte en uno de los primeros deberes de cualquier Estado en el mundo. Educar no es sólo instruir, y la instrucción no debe limitarse a reproducciones mecánicas y expositivas como solemos hacer muchas veces los maestros y profesores, convertidos por estereotipos rutinarios, en recitadores de contenidos y conocimientos que aparecen en los diferentes textos o bibliografías. Para Martí la educación tiene un sentido más noble, más responsable y más amplio, porque su mensaje señala precisamente que consiste en darle un sentido a la vida, es buscar un significado al contenido que es la parte de la cultura que se interioriza y se aprende. La enseñanza o mejor aún el aprendizaje por repetición, mutila el pensamiento lógico y divergente, frena el pensamiento crítico y el raciocinio y sólo a partir de un espacio educativo humanista y liberador, donde el alumno pueda construir por sí mismo el conocimiento, recreado y transformado puede llegarse a un acto creativo. Educar es crear, porque es propiciar con ideas renovadoras, participativas y democráticas espacios para que la persona humana pueda ir desarrollando cada vez más sus propias virtudes y valores. Una persona bien educada debe ser de por sí creativa. Educar es lograr que cada ser humano aprenda a caminar solo y sin muletas por este mundo lleno de tensiones y desafíos, es crecer desde lo más hondo de nuestro ser para afuera y es también crecer para adentro, aprender a vivir todos en comunión de una manera plural pero con respeto y tolerancia. Cuán importante sería que tanto los maestros primarios como los profesores de secundaria básica, por ser estos dos niveles los básicos en el PEA, comprendieran la gran responsabilidad que tienen sobre sus hombros. Uno de los grandes retos precisamente que enfrenta la educación, es qué hacer ante la gran avalancha de información, de técnica y de conocimientos, a los cuales tienen que enfrentarse nuestros niños y jóvenes, cuyas capacidades físicas e intelectuales no soportarían esa gran carga. La educación básica es un problema que no excluye a los países más desarrollados e industrializados y todos tienen ante sí la disyuntiva de que sin cargar los programas docentes, los contenidos de los mismos deben fomentar el deseo de aprender en los estudiantes, de que conozcan y sientan placer al conocer, desarrollar en ellos el afán de búsqueda y las posibilidades de acceder a una educación para la vida, como la única posibilidad para estar siempre a la altura de los tiempos como nos lo indicara nuestro Apóstol. Sólo con un profesorado y un magisterio sensibles y conscientes de esta problemática podrá asumirse este reto. Por eso nuestra enseñanza tradicionalista y paternalista debe ir cambiándose paulatinamente con nuevas formas y enfoques didácticos extraclases o extracurriculares que permitan al alumno acceder a las tres dimensiones de la educación: la ética cultural, la científica y tecnológica, y la económica y social. Hoy, cuando nos hemos demostrado que la solución de la humanidad no está o no es exclusivo ni del desarrollo científico ni del tecnológico, y que caminamos por un sendero conducente a la corrupción, al facilismo, a la falta de responsabilidad, al materialismo y al consumismo desmesurado, hasta los profesionales más reacios a los concepciones y praxis pedagógicas, entiendien y toman conciencia del papel histórico que debe jugar esta ciencia y de la inmensa responsabilidad que debe asumir. Hoy en día la Pedagogía es una ciencia social que cobra relevante interés y su estudio se ha generalizado dada su importancia capital. Nuestro país goza de una tradición pedagógica rica y tal vez desconocida por las nuevas generaciones, sus enseñanzas están recogidas en las obras de grandes personalidades como en la de Don José Agustín Caballero, nuestro primer filósofo al decir de Martí, la del Padre Félix Varela que fue el primero que nos enseñó, no a pensar, sino a cómo pensar, y que es además el padre de nuestra nacionalidad; Rafael María de Mendive, maestro y formador de la personalidad de nuestro José Martí; José de la Luz y Caballero reconocido como el paradigma pedagógico del P. Félix Varela; Medardo Vitier, entre otros. El mundo de hoy vive una crisis existencial aguda, y tiene una gran sed de ideales y de valores morales; y esta noble, inmensa y responsable tarea no sólo le toca a las instituciones escolares, sino también a la familia que es la primera y decisiva escuela formativa de virtudes y valores cívicos, morales y religiosos en el niño, escuela que es insustituible y cuya responsabilidad no debe delegarse a la iglesia con su magisterio milenario, y a toda la comunidad, como dijera su Santidad Juan Pablo II en la homilía de la misa celebrada en Santa Clara en su reciente visita a nuestro país. Todos debemos sentirnos educadores por derecho propio y asumirlo con un deber ineludible. Sin embargo, tenemos que ser pedagogos, aunque sea el P.E.A. quien asuma la mayor parte de esta gigantesca obra, sino que todos tenemos la responsabilidad de educarnos para contribuir después a la educación de los demás, es una máxima Martiana que no debemos olvidar. Preparar al joven para el matrimonio y constituir una familia debe ser uno de los objetivos más sagrados de la educación. Los padres deben tener la posibilidad de optar por el estilo pedagógico con el cual prefieren educar a sus hijos, como expresión genuina de una verdadera democracia. La educación es para la libertad responsable, y debe ser pluralista, personalista y desarrolladora. Se educa para desarrollar y fomentar el pensamiento crítico en los estudiantes, la libre elección y la responsabilidad ante la vida. El asumir coherentemente los valores universales sólo es posible bajo la influencia de un proceso educativo efectivo, porque los valores no se trasmiten sino que se forman y desarrollan en cada persona de manera individualizada, crecen en ellos y es lo que hace que dicha persona crezca a su vez. Los valores no se adquieren por solo significarlos o definirlos intelectualmente sino cuando se asumen como una actitud o como un modo de vida y por tanto su adquisición se deriva del propio proceso instructivo o de aprendizaje del contenido dentro y fuera del ámbito escolar. Don José de la Luz y Caballero profetizó que instruir podía cualquiera, educar sólo quien fuera un evangelio vivo. Jesús nos enseñó los valores del Reino no sólo a través del evangelio sino que lo hizo de una manera personal, de ahí que no sólo los maestros y profesores católicos debemos beber continuamente de las enseñanzas y el mensaje pedagógico del Maestro, sino que lo deben hacer también todos aquellos pedagogos de buena voluntad y que de seguro encontrarán en la obra de Cristo Jesús el Paradigma cívico de la humanidad. Jesús se sometió a la realidad y la asumió, no se escapó de ella, fue un hombre de su tiempo sin cometer pecado y para ello tuvo que criticar, contradecir y denunciar. No le dio al contenido o al conocimiento de manera mecánica el lugar primero en su labor educativa, sino a la significación que éste debía tener en la persona, para propiciarle el descubrimiento del verdadero sentido de la vida, en darle el valor preciso a las cosas pequeñas y cotidianas. Educaba aprovechando los hechos y las cosas simples, sin arrogancia, creyendo siempre en lo bueno de los seres humanos, proponiendo, dialogando sin autoritarismo ni imposiciones. Sus enseñanzas eran novedosas, creativas, propuso siempre algo nuevo, mejor y más humano y a la vez distinto a los intereses de la época. Educó haciendo propuestas revolucionarias que exigían cambios profundos y difíciles de asumir, sugiriendo rupturas y sacrificios con alto grado de responsabilidad. El mensaje pedagógico de nuestro Señor tiene un centro vital: «EL HOMBRE», la persona humana en todas sus dimensiones. Pero tal vez el mensaje superior que nos ofreció en su labor formativa fue el de combinar coherentemente su vida, su obra, con la fe, este es a mi entender el gran secreto de su pedagogía y aquí consistió su gran eficacia como ejemplo insustituible y único para la educación mundial. Fue en su vida terrenal y sigue siendo para la humanidad un ejemplo permanente, un educador de cualquier tiempo y un educador a tiempo completo, un educador que siempre escuchaba la voluntad del Padre. Por eso al buscar para la Nueva Pedagogía y para la Pedagogía de todos los tiempos, esa con que tendrá que enfrentar siempre nuevos retos el hombre universal, no dudemos en asumirlo con una entrega total, teniendo como modelo de hombre universal a Cristo Jesús, que cada cual puede tener como máximo paradigma desde su fe y doctrina, como el modelo de hombre capaz de liberar con su ejemplo a su país y al mundo entero.
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