noviembre-diciembre. año V. No. 28. 1998


POESÍA

 

LAS BESTIAS del REINO

por Otilio Carvajal

 

 

 

EL HOGAR DE LAS BESTIAS

 

Fileteado con oro el nuevo mundo,

una especie, o la luz, se nos encima;

vagamente un rumor de rara espiga

dispuesta sobre un mármol de rotundos

horizontes. Es la fiesta este viento

en fingido redoble, la caída

de nuestro espanto al filo de la cara.

Fiesta virgen de verle a la hechizada,

partículas de sombras que caminan.

 

Yo no sueño, la veo entre las finas

corrientes que mi cuerpo astral envía

con la fuerza del alba, y las paredes;

palomas y extravíos. Todo importa.

Salen fantasmas cuando cesa el día,

los oros y penumbras, de mi sala.

 

Pasan las formas por mi cuerpo y hundo

la pureza detrás de los cristales.

Me es amplio el astro de hondos animales

tan propicios, que en la selva se deshacen

como la hiriente lengua del abismo.

 

Todo lo real: la fiesta, el hundimiento;

los flotantes contornos, lo perdido,

va como lumbre en busca del destino

hacia el blando diamante de este otoño.

 

Verde el humo para el limón que teje

el último sermón en nuestra parte,

y por encima de los lechos de oros

la nostalgia en el verde nos detiene.

 

Hijos de dioses, vana cacería;

la rosa moribunda ha despertado.

Corta la suerte el tiempo que deshago

entre las luces del silencio, frías.

 

Y ya es triste; me voy, ángel filoso,

piel de ceniza, bosque enrarecido

por jugar con las plantas y el castigo

en la leche del valle, doloroso,

donde el sol con su canto, me eterniza,

hoja del cielo, lenta, y de la brisa:

el rapto de la bestia y de lo hermoso.

 

 

 


                                                    "Huerto cerrado eres, mi hermana, esposa mía;

                                                    fuente cerrada, fuente sellada"

(águilas)

 

Cada mujer es una manera distinta de mirarnos en el río.

Alguna vez fuimos águilas, y alguna vez

quisimos descender, dejarnos en cualquier sitio.

Y el agua era como tocar

el oportuno blando colchón que nos dio vida,

cuerda, luz, azada.

 

Bendita sea la mujer y su figura bajo el agua.

Bendita el agua que lava a la mujer bendecida.

Bendito sea el ojo que la mira y dice: benditos

sean tus labios,

y bendita la bendición de tu piel.

Porque eres mi madre, y el agua, y el nacimiento

de la belleza contra toda suerte de huracanes.

Y estás ahí, sola, cayendo como un pañuelo de mis ojos.

Y no me temes, porque yo, la bestia, te protejo.

Y tú me escuchas con esa honda transparencia

que nadie,

ni el soplo sabe dar.

 

Mujer mía, tan blanda, y dulce, y todo:

ahora que nos está llamando el horizonte;

mientras nocturnas las fugaces estrellas

en tu espalda se adormecen, sabes

que después de ti está sólo el desamparo,

la caída indefinible de los astros.

 

 

 


                                                      "Es vástago de la noche"

(cuervos)

 

De algún lugar de la sombra está naciendo el silencio,

los ojos cerrados como máscaras.

Abrirnos al agua y al perfume de los árboles

sería el conjuro perfecto para atraer la luz.

Cada lágrima de los ojos debe estar abierta

al ángelus que viene desde lejos.

La verdad reside en mirar al horizonte, unir las palabras,

ahogarse en el vaso definitivo de la fiesta.

 

Yo acompaño a mi imagen como si bebiera de sus manos.

Dejo que mis labios sean la isla, su espejo desierto,

el corazón de las palomas.

Pero repito: de algún lugar de la noche

el vástago de las sombras se nos viene encima,

nos hechiza.

Cada ojo ha de estar centrado en la contemplación,

vacías las pupilas, el margen de la fiesta y la luz

en esta ceremonia que ha de consagrarnos.

 

 

 


                                                     "Como el que enloquece, y echa llamas,

                                                      y saetas, y muerte."

(Unicornio)

 

Y por si quieren la danza

del halcón sobre la mano

 

y por si dudan que insano

el dador de luz avanza

 

y por si hiere mi lanza

en el dolor de la suerte

 

y si por tener lo fuerte

se me deshacen tus ojos

 

iré regando los rojos

unicornios de la muerte