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noviembre-diciembre. año V. No. 28. 1998 |
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EDUCACIÓN CÍVICA
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RAZÓN O CORAZÓN |
Ahora que se habla tanto del rescate de los valores perdidos, de integralidad, de incondicionalidad, viene a mi mente una reunión del Equipo de Formación de mi Iglesia en el que un sabio sacerdote insistía en que antes de empezar cualquier esfuerzo de promoción humana, catequética, bíblica o cívica, debíamos aclarar bien que entendemos por formación integral. Muy a menudo, mis hijos se me acercan para decirme que en su escuela o en la Iglesia les dicen que hay que ser "integrales", que "hay que formarse integralmente", que hay que alcanzar "la integralidad". En la Iglesia hay quienes piensan que una formación integral es aquella que no se reduce a los estudios bíblicos sino que comprende todas las materias que el hombre necesita para abarcar un amplio campo de conocimientos. Entonces se hacen programas de formación que incluyan, en interminable suma: catequesis, moral, cívica, Biblia, doctrina social de la Iglesia, antropología, cristología, eclesiología, etc. En las escuelas se asume que la integralidad significa, además de las múltiples asignaturas que se imparten en una especialidad determinada, que el estudiante practique deportes, participe en actividades culturales, reciba una preparación militar, realice algún trabajo de investigación científica, entre otras tareas. En ambos casos se intenta ensanchar el campo de preparación intelectual y en el segundo también se incluye la preparación física. Esto es, sin duda, una parte de la formación integral, pero en nuestra opinión se queda incompleta. Resulta que, después de satisfacer todas estas temáticas y actividades, nos encontramos con muchachos que no saben elegir, no sólo su carrera universitaria, sino tampoco su novia, sus amigos, y ni siquiera un tipo de dulce cuando se puede escoger entre varios. Con frecuencia mis hijos me dicen "el que tú quieras... cualquiera... el mismo que el de fulano...". ¡No han aprendido a optar libremente! En otras ocasiones nos encontramos con personas que luego de estudiar mucho no alcanzan la capacidad de querer a una familia o de arraigarse en su propio país o de cultivar auténticas amistades. Nadie les ha formado para las relaciones interpersonales. ¡Son inteligentes pero egoístas y autosuficientes! También nos encontramos con personas que tienen una amplia preparación intelectual y saben querer pero no tienen constancia en sus obras. No han aprendido a perseverar. No terminan casi nada de lo que comienzan... O casi nunca comienzan nada nuevo, por miedo a enfrentar la responsabilidad que deben asumir ante esa iniciativa. ¡Saben y quieren... pero no pueden! Incluso, tengo un amigo que al encontrarse con un grupo de personas, en medio de una situación muy difícil, en que más allá del empeño de los razonamientos, de los afectos y de la voluntad probada, mantenían el empeño y muy en alza la esperanza, encontrando motivos profundos para vivir en profundidad. Mi amigo, frente a aquella actitud ante la vida se preguntaba: ¿qué es lo que los sostiene?, ¿qué les hace superar el absurdo de la lógica, la fragilidad de la voluntad y el desánimo de los afectos? Alguien que caminaba con el grupo por una oscura calle de mi ciudad le contestó sin dudar, algo que nos dejó a todos sin respiro: ¡la mística, José Raúl, la mística! Estos son los que saben pensar, saben querer, tienen voluntad para hacer, pero se les seca el espíritu y a menudo no encuentran motivaciones profundas y esperanzas que no defrauden. Pienso que cada uno de nosotros nos hemos encontrado alguna vez con alguna de estas situaciones en nuestra propia vida,... o con todas a la vez. ¿A qué se debe esta fragilidad humana, ese desarraigo de la familia y de la Patria, ese desaliento de proyectos y de constancia en llevarlos a término? ¿A qué se debe que luego de largos años de formación académica y de, incluso, un tipo de formación religiosa de un joven, este nos sorprenda con fallas en su estructura personal, en su ser, más que en su quehacer?
Nada nuevo: alcanzar la medida del hombre He querido dar mi opinión a un grupo de jóvenes que acompaño en la pastoral juvenil y le he dicho lo siguiente: Se trata de alcanzar un concepto más amplio de formación integral. Se trata de que no reduzcamos el ser humano a su razón, a sus conocimientos, a su capacidad intelectual. Una visión científico-técnica del mundo y del hombre que coloque en el centro de la existencia a la sola razón, pura y soberana, no sólo es una visión corta y reducida de la realidad, sino que hace del hombre y de las relaciones humanas una realidad fría, calculada, ciegamente racional, sin más lógica que la del saber, la del comprobar mediante el experimento, la del calcular según los parámetros de la ciencia. El saber eleva al hombre y puede ser motivo de desarrollo de la sociedad. Pero reducir la vida al saber empobrece la integralidad de la persona humana que existe no sólo para saber, sino para querer, para creer, para servir, para darse gratuitamente... Uno de los jóvenes me preguntó si por eso muchos de sus amigos dejaban todo, familia, religión, principios, por alcanzar una beca, por una carrera, por una maestría en el extranjero. Le contesté que no siempre era así, pero que en ocasiones valorar a una persona sólo por los conocimientos que alcanzó o por los títulos que tiene, es reducir su formación a la esfera intelectual y esto no es formación integral. La persona humana es más que cerebro. Es también corazón y mano franca. Es también alma y relación. Es hogar y plenitud. Es sentimiento y voluntad. Es raíz y ala. Cuerpo y espíritu. Razón y fe. Es libertad y responsabilidad. Ciencia y conciencia. Barro y aliento divino. Cada vez que en la historia de la humanidad se ha intentado reducir la integralidad del hombre y de la mujer a uno solo o varios de estos aspectos: el hombre se ha convertido en enemigo del hombre y se ha empobrecido la vida de la sociedad. Esto no es nada nuevo: En la etapa esclavista se olvidó la libertad del hombre y su dignidad, en la Edad Media se privilegió la fe y el espíritu, doblegando al cuerpo, la ciencia y la razón. En el Renacimiento se intentó desplazar la fe y a Dios para colocar el cuerpo, las humanidades y las artes en el tope de los ideales. En la modernidad se ha puesto la razón, la ciencia y la libertad por encima de las creencias, los sentimientos y la conciencia. Ahora que se habla tanto de la post-modernidad se comienza a postular el imperio de los sentimientos, del espíritu liberado de la razón, del ala sin raíz y de un vago aliento divino sin Nombre y sin hogar.
Entonces ¿qué hacer? En mi opinión debemos seguir el método del Padre Varela: unir ciencia y conciencia, conciliar razón y fe, hermanar filosofía y teología, sentidos y trascendencia, en el único "lugar" donde esto puede ocurrir: el hombre. En el único "tiempo" que esto puede darse en comunión: la vida de una persona. De la única "forma" en que se subsanan las limitaciones humanas y se levanta de sus errores sin lesionar su propia libertad: abriéndose a la Trascendencia de la vida de Dios que es al mismo tiempo liberación y gratuidad. Es seguir el método de Martí: Virtud y Amor. Saber y Querer. Razón y Voluntad. "El culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre". Esa plenitud que abre la mano franca y perdona al que arranca el corazón en nombre de la razón. Uniendo, convocando, recogiendo en comunión de espíritus "el alma que se desmigajaba por el país". Es ampliar el concepto de formación integral, de integralidad y abarcar todas las facetas de la vida humana. A saber: Su racionalidad: Es decir, el aspecto que abarca su capacidad para razonar, para "pensar correctamente y con cabeza propia" que es un "difícil arte", como ha dicho el Papa en su encuentro con el Mundo de la Cultura; y que se alcanza a base de libertad de pensamiento y una información lo más completa posible. El mismo Jesucristo les advierte a sus discípulos: "son capaces de interpretar las señales del cielo y no saben discernir los signos de los tiempos" (Mt.16, 3). Es necesario cultivar el arte de discernir, aún antes de acumular conocimientos e investigaciones científicas. Hay veces que mucha inteligencia o conocimientos, sin discernimiento ético, lleva a que la ciencia se vuelva contra el hombre. Recordemos la dinamita y la bomba atómica. Su afectividad: Formar la capacidad de amar. Encauzar las emociones, cultivar los buenos sentimientos. Aprender a querer sin excesos ni miserias. La formación integral debe abarcar la afectividad de las personas para que no se reprima, para que no se desboque, para que no se seque a base de intelectualismo o cientificismos. Para que el corazón pueda acercar lo que las ideas puras separan. Para que el "ágape"-amor fraterno, gratuito y sacrificado- compense y encauce al sexo y al «eros». Para que la amistad comunique a los hombres por encima y por debajo -en lo profundo- de sus ideologías o creencias. Su voluntad: Formar la voluntad para que sea decidida, prudente, perseverante, audaz. Para que no confunda el miedo con la prudencia, el empecinamiento con la constancia, la audacia con la temeridad. No hay formación integral con personas sin capacidad de decidir por sí mismos. No hay integralidad con personas incapaces de responsabilizarse con una obra y llevarla a término sin dejarse vencer por las dificultades que siempre hay. Para tener fuerza de voluntad hay que deponer la voluntad de la fuerza y convencerse de que es con libertad personal como único podemos asumir una responsabilidad consciente y perseverante. Hay, por lo menos, tres caminos para educar la voluntad: elevar la autoestima: tú puedes. Entrenar la autogestión: tú puedes emprender esta obra y resolverla. Acortar el plazo entre la decisión y la puesta en marcha: tú puedes emprender esta obra y resolverla, comenzando a dar los primeros pasos ahora, ya. El equilibrio entre estas tres dimensiones de la persona humana y la promoción de ellas de forma balanceada y simultánea, su entrenamiento en cada proceso educativo, es la garantía de una formación integral que abarque toda la estatura del hombre. Se trata de enseñar a pensar al cerebro, con el calor del corazón y el empeño de la voluntad. Al tiempo que se aprende a querer con el corazón, con el discernimiento del cerebro y la decisión de la voluntad. A la vez que se aprende a decidir y a actuar con fuerza de voluntad pero siempre que se haya decidido con conciencia recta y se ponga el corazón y los sentimientos en cada acto. Ninguno de nosotros ha llegado a tal equilibrio. Nadie lo logra en un día. Todos estamos en esta escuela de la formación integral que no es otra cosa que la promoción humana plena y total. Se ha confundido promoción humana con asistencia social, con ayuda caritativa, con proyectos de educación cívica. Esto es parte, pero ¿cómo distinguir entre promover a la persona en todas sus dimensiones y formación integral? ¿Cómo entender que formación integral es sólo en el campo del conocimiento y no en el de la acción y los sentimientos? ¿Cómo entender que la promoción humana es sólo en el campo de la acción social y no el de la formación de la razón y la afectividad? Si la formación es verdaderamente integral y la promoción es auténtica y plenamente humana, entonces estas dos son una misma tarea que el Papa ha llamado: "Crecer en humanidad".
La mística: encuentro con la Fuente Al finalizar mi conversación con el grupo de jóvenes de la Etapa de Enraizamiento, uno de ellos me recordó la frase del amigo José Raúl: Todo eso está muy bien... pero hay gente que aún alcanzando ese grado de madurez humana, aún los que caminan delante en su integralidad, se desaniman, se desarraigan, no encuentran motivos profundos y duraderos para seguir esperando... Entonces, ¿Por qué hay hombres y mujeres que siguen caminado sin desanimarse, asidos a una esperanza a prueba de frustraciones? La mística- José Raúl- la mística... Fue la respuesta en aquella noche de desalientos. Eso es lo que falta cuando se cierra el espíritu humano en una formación que no es capaz de asombro y estupor frente a la Trascendencia. No se trata de un cuarto elemento, que se agrega además de la afectividad, el raciocinio y la voluntad. No es un departamento aparte al que se recurre al final de un camino que desemboca en la frustración. Ni una dimensión que deseche a las otras como hijas menores. El carácter trascendente de la persona humana no es una capacidad más del hombre y de la mujer, no es otro aspecto de su vida... sino que es la apertura y la extensión de todas sus capacidades y de todos los aspectos de esa vida. Así pues, la persona que se dispone a la trascendencia -como lo dice la palabra- traspasa los estrechos, y a veces asfixiantes límites de sus capacidades humanas, dándoles a cada una de ellas una dimensión nueva, más plena, más compleja, ¡más integral! Por eso el que se abre a la trascendencia logra saciar la sed de bondad, de belleza y de verdad que inquieta su conciencia, su corazón y su voluntad. Lo logra no totalmente, ni de una vez, lo logra porque descubre el camino de su "propio pozo" interior. Lo logra porque encuentra en ese pozo que es su alma, la impronta y la huella del Absoluto, del Infinito, del Verdadero, que llamamos Dios, Alá, Yave, Jehová, El Gran Arquitecto del Universo, y de otras muchas formas según nuestra religión y cultura. Aquel a quien nosotros los cristianos llamamos Padre de nuestro Señor Jesucristo. Ese encuentro con "Alguien" que traspasa- trasciende- nuestras limitaciones humanas y le da nueva capacidad a todas nuestras potencialidades. Ese estupor y asombro con el que descubrimos la plenitud de nuestro ser al abrir la ventana de lo sobrenatural. Ese dejarse inundar de Verdad nuestra razón, de Belleza nuestra afectividad y de Bondad nuestra voluntad, nos desborda a nosotros mismos sin que dejemos de ser libres y responsables de nuestra vida, pero abriendo cada dimensión de nuestra vida a una integralidad plena y desbordante, capaz de contagiar a otros y entregarnos a su servicio sin más recompensa que el gozo de darse sin medida, como Jesucristo "que, estando cenando con sus discípulos, los amó hasta el extremo": Esta es nuestra mística. En ella encuentra sentido, motivación profunda y plenitud nuestra formación humana. Aquellos pobres pescadores de Galilea no tenían -como se entiende hoy- una completa formación integral, pero descubrieron el sentido de sus vidas. Los peregrinos de Emaús que iban de regreso a su pequeño pueblo luego de la frustración de la cruz, no entendían la explicación de los acontecimientos pero les ardía el corazón cuando se sentaron con Él a la Mesa y partieron el Pan de la Vida. Pedro sintió miedo ante la criada que lo delataba, pero luego de llorar y repetir a Jesús que lo quería de verdad, logró alcanzar la integralidad de su vida, entregándola por amor desde una cruz cabeza abajo. ¡Esta es la razón de nuestra esperanza, amigo José Raúl!
¿POR QUÉ OPTAR POR CUBA
«Aunque quiera olvidarte...» Hace más de dos décadas un amigo de la infancia (por cierto, dotado de una voz preciosa) me anunció su rápida e inexplicable, para mí, salida definitiva del país. No aplaudí su decisión pero tampoco la fustigué duramente, por elemental respeto al libre albedrío que Dios nos concedió. Escogí, como casi siempre, la persuasión: la patria... la familia... el barrio... las costumbres, en fin, lo que fuimos, somos y seguiremos siendo: CUBANOS. Su respuesta, con música y todo, no se hizo esperar:
«Ausencia quiere decir olvido, decir tinieblas decir jamás... Las aves suelen volver al nido pero las almas no vuelven más...»
Y se fue. Pasaron, implacables, los años. Yo sigo y seguiré en Cuba porque no quiero otra opción. Las dificultades han arreciado. Y en medio de tanta fiebre de «bombos» recibí, en Diciembre del pasado año, una tarjeta con la firma de mi amigo, cuya dedicatoria no podría ser comprendida por quien desconozca esta historia:
«Aunque quiera olvidarte ha de ser imposible porque eterno recuerdo tendré siempre de ti... Tu cariño será el fantasma terrible por lo mucho que sufro, por lo mucho que sufro, alejado de ti...»
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