noviembre-diciembre. año V. No. 28. 1998


ESPECIAL

 

LA ESPAÑA DE HOY

CONFERENCIA DEL EXCELENTÍSIMO SR. ABEL MATUTES, MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES DE ESPAÑA, PRONUNCIADA EN EL AULA MAGNA DE LA UNIVERSIDAD DE LA HABANA. NOVIEMBRE DE 1998

 

Es para mí una inmensa satisfacción estar hoy aquí, en la ciudad de La Habana, con ustedes. Mi sincero agradecimiento al Gobierno cubano y a ustedes pro su amabilidad de acudir a escucharme. Para un español, venir a Cuba es, por muchas razones, venir a casa. Y es precisamente como uno de ustedes, aunque haya nacido en otra isla, como desearía hablarles esta tarde.

Y querría hacerlo desde el ayer de la historia de mi país tan vinculada en tantos sentidos a la de Cuba. Me gustaría tratar de explicarles, de manera sucinta, el salto adelante que se ha producido en España a lo largo del siglo que termina, en el que comenzamos como un país aislado y en vías de desarrollo, y lo concluimos siendo la décima potencia económica mundial y un consolidado Estado de Derecho.

A los países de Europa del Sur, por causas geográficas y culturales, nos llegó más tarde que a los del Norte europeo el proceso de modernización. Sin embargo, nuestras economías han tenido una vigorosa recuperación en el siglo XX. Y, aunque estén todavía algo rezagadas en relación a los países del Norte, hemos recuperado buena parte del terreno perdido en el siglo XIX.

Ello se ha logrado, esencialmente, gracias a las intensas relaciones desarrolladas con nuestros vecinos de Europa y con el resto del mundo. Así, la primera lección que aprendimos en España, al contemplar en su conjunto las cifras macroeconómicas de este siglo, fue que los esfuerzos proteccionistas y autárquicos, aunque beneficiaran en su corto plazo a algunos sectores concretos, a la larga no hicieron sino perjudicar el desarrollo general. Prosperidad y liberalización han ido de la mano.

Pero ha habido también factores internos de crecimiento. Se han producido mejoras en el sector educativo, en el sistema sanitario y en los sistemas fiscal y administrativo.

No obstante, las interrelaciones entre economía y política son siempre de una gran complejidad. A pesar de ser España una de las cunas del liberalismo decimonónico, y a que una parte de la sociedad española perseverase durante todo el siglo en procurar el establecimiento definitivo del sistema liberal, éste fracasó una y otra vez. El escaso crecimiento económico mantuvo a la mayoría de la población española en la pobreza y la ignorancia. La Historia nos enseña que sólo con desarrollo económico y prosperidad generalizada para la gran mayoría de la población, se han podido consolidar conquistas sociales y laborales.

En la España del siglo XX, las tensiones del crecimiento económico y de un insuficiente desarrollo democrático radical de política, que tuvo lugar con el Plan de Estabilización y Liberación Económica de 1959.

El éxito de ese Plan, que sorprendió a propios y extraños, permitió el despegue económico español de los años sesenta, pese a serios problemas. La explicación de ese éxito es sencilla: se permitió el funcionamiento de los simples mecanismos de mercado (devaluación de la peseta y unificación de tipo de cambio, de una parte y reducción del déficit presupuestario, de otra). Además, la liberalización y la relajación de los controles de fronteras permitió la aparición de dos fenómenos fundamentales: el desarrollo del turismo y la salida masiva de trabajadores al extranjero.

Fue en esos años cuando se fraguaron las bases del profundo cambio económico y social que permitió el desarrollo feliz de la monarquía parlamentaria. En definitiva, la denominada «Transición española» fue posible, porque la España de 1976 era ya un país industrializado, urbanizado y con un desarrollo notable. Puedo asegurarles que no se trató de ningún milagro. Por eso, también se upudo separar sin especiales traumas, el intento anticonstitucional de 1981.

La España empobrecida y aislada de 1959 fue capaz de introducir las reformas económicas que crearon la España de 1975, con su extenso tejido económico y sus amplias clases medias.

Esta transición, se produjo en medio de una seria crisis económica mundial, a la que no fuimos ajenos. Los Gobiernos de Adolfo Suárez y de Leopoldo Calvo-Sotelo fueron los encargados de efectuar una reforma económica que era fundamental para permitir el normal desarrollo de la reforma política.

Al primer Gobierno socialista de Felipe González le tocó, sin embargo, una reforma más dolorosa, pero no por ello menos necesaria: la reconversión industrial. Los costes de todos esos cambios fueron grandes y los problemas también, pero fueron asumidos con entereza por la gran mayoría de los españoles. Estaba pasando el último tren de la modernidad, de este siglo, y no queríamos perderlo. Cuando, en 1986, España se adhirió a la entonces Comunidad Económica Europea nos dimos cuenta que habíamos logrado subirnos a él.

Esa adhesión a la Europa Comunitaria ha constituido el marco y el motor fundamental de la transformación económica y social de España en los últimos años, así como un factor decisivo para colocar a nuestro país en un lugar privilegiado de la escena internacional.

La solicitud española, en los años 60, de adherirse a las Comunidades Europeas no obtuvo, como ustedes saben, una respuesta formal. Sin embargo, la clarividencia de algunos políticos europeos les llevó a apostar firmemente por un posible futuro democrático de una España que en el momento de solicitar su ingreso no reunía los requisitos que la calificaran como posible candidato a una incorporación próxima. Por ello, permitieron unas negociaciones comerciales que concluyeron con el Acuerdo Preferencial de 1970, que ayudó a consolidar la apertura de nuestra economía, la cual había comenzado poco antes con dificultades y lastres.

El advenimiento de la Monarquía Parlamentaria cambió radicalmente la situación. Conviene destacar que todos los partidos políticos españoles, incluido el Partido Comunista y las fuerzas sociales, sindicales y empresariales, apoyaron con firmeza y con coraje la apertura de negociaciones para la definitiva adhesión a las Comunidades Europeas. Ese consenso político y social, que fue y sigue siendo una constante en España, permitió realizar el enorme esfuerzo de adaptar nuestra sociedad al cambio que suponía la adaptación de nuestra economía, hasta entonces enormemente protegida, a un mundo donde debían compaginarse la competitividad económica con los altos niveles de protección social y libertad individual existentes en Europa.

En este contexto no puedo dejar de referirme a la decisiva influencia de nuestro país dentro de la Unión Europea para acercarla al Continente Americano. La atención de Europa hacia Iberoamérica ha sido creciente desde nuestra adhesión. Los acuerdos Marco de Cooperación y Libre Cambio con países iberoamericanos y con Organizaciones Regionales de Integración, la actuación del Banco Europeo de Inversiones en iberoamérica y la integración de países hispano-hablantes en el grupo ACP son un buen ejemplo de ello.

En otras palabras, el apoyo de España a Iberoamérica se ha hecho real y menos retórico, desde nuestra adhesión. Esto no sólo porque España tiene ahora más recursos para ayudar y a cooperar sino, además, porque consigue atraer la atención de Europa hacia América: se impide, así, que América quede relegada de la lista de prioridades de Europa. El apoyo a Cuba para su ingreso en Lomé, el impulso a los acuerdos de la UE con MERCOSUR, Chile o México son sólo algunos ejemplos de lo anterior. Justo es reconocer también, que Iberoamérica figura ya en el mapa de los intereses europeos, en gran medida, gracias al esfuerzo de los propios países iberoamericanos.

Por otra parte, contamos ahora en España con una economía saneada que ha demostrado tener capacidad para adaptarse a las condiciones de un entorno abierto y competitivo. Nuestro Producto Interior Bruto creció durante 1997 un 3,5% frente al 2,5% de la Unión Europea. Y en 1998 se prevé un crecimiento de casi un punto porcentual superior al esperado para el conjunto de la Unión, un crecimiento con sólo un 1,9% de inflación, en otras palabras, seguimos acortando distancias con los países más prósperos de Europa.

La actual fase expansiva de nuestra economía se caracteriza por un elevado ritmo de creación de empleo: en 1997 un 3%, de media anual. No obstante -y ésta es una de nuestras sombras- la tasa de desempleo sigue siendo actualmente de casi un 19%, porcentaje ciertamente elevado en el contexto de la UE.

Nuestro comercio exterior merece una especial mención. En 1975 constituía el 7,32% del PIB. Y ahora, al abrirse al mundo exterior la economía española, alcanza el 20% del PIB. En cifras absolutas, en 1975 exportábamos 7.700 millones de dólares y en 1997, 104.300 millones de dólares. Nuestro déficit comercial, ese que estrangula el crecimiento en muchas latitudes, especialmente en Iberoamérica, se ha financiado siempre con la industria turística, que en el último año ha aportado más de 25.000 millones de dólares para equilibrar las cuentas. Pero, además el turismo no es anécdota, sino que se ha constituido en motor de transformación, de apertura de mentalidades y de criterios.

Otra novedad de estos últimos años la constituyen las inversiones españolas en el exterior. El año pasado alcanzaron los 15.000 millones de dólares, de los cuales el 51% vino a Iberoamérica. Constituyen, éstas últimas, una apuesta permanente de las empresas españolas por impulsar el desarrollo desde la igualdad. Todos podemos y debemos ganar con ellas, los inversores y los receptores.

Ciertamente, la esencia de España y de su pueblo es la misma que la de hace medio siglo; pero en sus paisajes urbanos, en el aspecto de sus gentes, en el semblante de mis paisanos hay mucho cambio en relación con la España que yo conocía de niño, especialmente en mi universo insular. Creo honradamente que la España de finales de este siglo puede ser definida, con objetividad, como un país abierto, moderno, plural, desarrollado, pero también solidario y tolerante.

Abierto, porque España ha dado un gran paso en su proyección internacional, al pasar de una política exterior condicionada y restringida a una acción exterior propia. Este paso nos ha permitido colmar nuestra vocación universal y nos ha conducido a la plena integración en los organismos internacionales que ha roto con nuestro anterior aislamiento y nos ha obligado a la progresiva asunción de cargas y de responsabilidades internacionales. España se ha abierto al mundo y hemos salido ganando.

Mi país, que se incorporó a la Organización de Naciones Unidas en 1955 aunque con anterioridad era ya miembro de diversos organismos de la misma, es ahora el noveno contribuyente tanto al presupuesto ordinario como a los presupuestos de las operaciones de mantenimiento de la paz.

Sin embargo, fue quizá nuestro ingreso en la Comunidad Europea, del que ya les he hablado, el principal factor de modernización de la sociedad española. Las dificultades no finalizaron con el mencionado ingreso, puesto que los españoles hemos tenido que hacer un verdadero esfuerzo para seguir en el raíl de esta nueva situación, cuyo último capítulo lo ha constituido el cumplimiento de los criterios de convergencia establecidos por la Unión Europea.

En la actualidad estamos recogiendo los frutos de ese esfuerzo, que nos están permitiendo encarar, bajo el sólido paraguas del Euro, la actual crisis financiera internacional.

España es también un país plural, porque diversas son sus gentes y sus pueblos. No obstante, entendemos esa pluralidad como una riqueza y como un patrimonio irrenunciable. De ahí que hayamos constituido un Estado original y distinto al resto de los europeos: el Estado de las Autonomías, que en algunos casos igualan, en sus competencias, a los Estados miembros de los Estados federales.

Además, la sociedad española está convencida de que no puede existir una verdadera convivencia sin tolerancia y sin respeto a los derechos y libertades fundamentales. Sabemos bien que éstos son los baluartes de la verdadera libertad.

España es también un país solidario. Lo acaba de demostrar, una vez más, al volcarse en la ayuda a los países hermanos centroamericanos, afligidos por los terribles daños causados por el huracán Mitch. No podía ser de otra manera. También, por experiencia, sabemos lo que es necesitar ayuda. En fecha tan reciente como 1970, España recibía ayuda al desarrollo. En 1998 destinará más de 214.000 millones de pesetas a la cooperación internacional para el desarrollo. Según estas cifras el porcentaje de AOD/PNB español para 1998, en un contexto de restricciones presupuestarias, se estima en un 0,26%. Un porcentaje que el Gobierno desea aumentar progresivamente.

También quiero indicar que mi país ha tomado la iniciativa, hace muy poco, de impulsar un fondo en el FMI para ayudar a las balanzas de pagos de los países afectados por la actual crisis financiera internacional. En esencia, propusimos un paquete de casi 8.000 millones de dólares, de los que 3.000 vendrían específicamente a Iberoamérica. No olvidamos la generosidad con la que Iberoamérica tendió su mano hacia España, cuando nosotros atravesamos en este siglo momentos muy difíciles. En el caso concreto de Cuba, hasta un millón de emigrantes llegaron en las primeras décadas del siglo a la isla que los recibió con los brazos abiertos. También Cuba envió su ayuda a la España empobrecida de la postguerra y acogió con generosidad a destacados miembros de nuestro exilio.

Y es que, como saben, la Historia de España y la de Cuba en este siglo están íntimamente ligadas. Por eso he querido hoy hablarles sobre la trayectoria histórica reciente de mi país, porque de la Historia se desprenden siempre enseñanzas útiles. Algunas, además de útiles, son emocionantes. El padre de la independencia cubana, José Martí, era hijo de un soldado español. Fue él quien habló durante la propia contienda armada de la guerra sin odio, y de la necesidad de salvaguardar en todo momento la dignidad y el respeto a España. No era fácil, en unos momentos como aquellos, en plena guerra de independencia, mantener la grandeza de espíritu que aparece detrás de esas palabras. Por eso Martí siempre será un punto de referencia que nos una a cubanos y españoles.

He mencionado el trauma que supuso la Guerra Civil . Tampoco Cuba ha tenido una historia sencilla en este siglo XX. Nosotros los españoles estamos quizá mejor situados que otros para comprender esas dificultades, que son producto de procesos históricos y políticos muy complejos, no del capricho ni de la casualidad. Y para comprender también que, igual que hicimos nosotros, deben ser únicamente los cubanos quienes les encuentren solución, sin imposiciones, embargos, ni presiones desde el exterior. Todos sabemos que son nocivos y que no sirven para obtener los objetivos que, supuestamente, persiguen.

Ahora bien, el mundo ha cambiado enormemente en los últimos decenios y, no es posible seguir anclado en una realidad y en un contexto internacional que han desaparecido. El mundo ha cambiado en torno a Cuba, y Cuba debe cambiar también, adaptándose a esas transformaciones. Como dijo, aquí en la isla, Su Santidad el Papa es necesario para ello que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba.

Si les he hablado tanto de España, de su evolución histórica y de su economía, es porque, como ustedes saben, también España atravesó no hace mucho una etapa particularmente difícil de su Historia. Pudo salir de ella porque los españoles fuimos capaces de generar un consenso básico sobre una serie de cuestiones fundamentales, entre los diferentes sectores de la nación. La capacidad de crear consensos, de conciliar las voluntades de todos los cubanos que deseen trabajar por una Cuba fuerte y unida son, sin duda, unas de las claves para poder construir una nación próspera y estable.