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noviembre-diciembre. año V. No. 28. 1998 |
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REFLEXIONES
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El ABORTO: crimen contra la vida por Mons. José Siro González
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"El aborto constituye hoy una manifestación dramática de involución y regresión de la percepción del sentido auténtico y pleno de la vida". Juan Pablo II.
Queridos Hermanos:
"Creced y multiplicaos" dice el Señor a la pareja humana, como nos recuerda el Libro Sagrado. Llenos de ilusión los jóvenes sueñan con su nido de amor, que un día contará con la alegre y cantarina risa de un niño. Llena de preocupación la joven madre vela junto a la cuna el intranquilo sueño de su niño enfermo. Sumidos en la angustia unos padres lloran inconsolables la inesperada pérdida de su amado hijo. Todas estas verdades son realidades de la vida del hombre, que nos obligan a pensar y a preguntarnos el por qué de otra no menos real y terrible verdad: hoy, en este mismo instante, en el silencio de los quirófanos de clínicas y hospitales, testigos mudos pero elocuentes de los esfuerzos por prolongar la vida, se procede a la aniquilación legalizada ejercida con gran profesionalidad, de cientos, de miles quizá, de seres humanos que no llegarán a nacer. Miles de personas se preguntan hoy en medio de una perplejidad sin respuesta: ¿por qué otros hombres y mujeres como ellos han adquirido esa destreza para destruir, ciegamente, las vidas de millones de niños que no gozarán de las luces, de los tesoros de alegría, de las promesas siempre en tensión con los temores y las penas que la vida contiene, esa vida que, a pesar de tantos pesares, amamos todos los vivos...? Es muy difícil llegar a una estadística correcta del número de abortos que se producen cada año en el mundo. Ya en la década del 70 se contaban por millones; en ese año 1970 se contabilizaron, según datos de la Organización Mundial de la Salud, 50 millones de abortos. Hoy, sólo en EE.UU, uno de cada tres bebés concebido es asesinado por aborto, lo cual hace un total de 1 500 000 bebés muertos por año. En Cuba, según estadísticas, en 1968 el número de abortos era de 28 500, en 1975 alcanzó la cifra de 126 100, y en 1990, según datos aportados por el periódico "Tribuna de la Habana", la cifra es de 147 530. En la ciudad de Pinar del Río en los últimos cinco años, sólo en el Hospital Ginecobstétrico, se han realizado 21 964 interrupciones del embarazo. Con preocupación se constata que actualmente el 13 % de la población de Cuba es anciana. "El mundo envejece y las cunas se vacían", comentaba alarmada la prensa internacional hace unos días. Resulta extraño asistir, por una parte, al espectáculo de las campañas orquestadas para protestar contra la pena de muerte y la guerra y, por otra, escuchar las mismas voces que claman por la legalización del aborto. La mayor parte de las legislaciones hoy vigentes, en vez de perseguir el hecho y penalizarlo drásticamente, considerándolo como delito contra la vida de un inocente, abren la mano a su práctica aduciendo razones de múltiple índole. En unos casos serán técnicos y hombres de negocio porque según ellos el despliegue demográfico actual constituye "una onda humana devastadora" que debe ser detenida, si se quiere evitar el hambre, la guerra, la miseria universal. En otros casos porque lo exige la democracia y el pluralismo ideológico; o porque hay que evitar el sufrimiento que acarrean los hijos con mal formaciones genéticas; o porque lo engendrado es humano sólo en la medida que los padres y la comunidad lo acepten; o porque el amor debe ser libre y sin consecuencias de embarazo; o porque lo exige la emancipación humana a favor del progreso; o porque el feto no tiene alma ni personalidad; o porque la mujer es dueña de su cuerpo; o porque el feto es un simple coágulo o una masa informe de células, o porque estadísticas manipuladas obligan a ello.
Es fácil advertir la intención de este contraste gráfico. Los despojos de una vida truncada por el aborto, el "producto residual" de un día de trabajo en una clínica "especializada"
Razones que no valen a la luz del Evangelio ni de la recta razón. Son sólo presiones y falsas propagandas que el hombre o el Estado emplean para justificar actitudes que no tienen justificación. Algunos médicos se encargan de culminar el aborto de distintas maneras: bien extrayendo el feto pedazo a pedazo, mediante un instrumento apropiado en forma de cuchara; bien succionando el feto, mediante un tubo de plástico conectado a un potente aspirador, de manera que sale troceado; bien abriendo quirúrgicamente el abdomen de la mujer y sacando el feto que, como todavía está vivo, se deja morir ahogado en un recipiente con agua; bien, quemando vivo al feto con una solución salina, introducida mediante una aguja en el líquido amniótico; el parte del feto muerto se produce al día siguiente. El niño no nacido sufre. Cuando el aborto es producido por una inyección salina, lucha durante una hora antes de morir; si lo sacan mediante fórceps sólo morirá cuando el cirujano desgarre su cabeza o rompa su abdomen; si usan el succionador, la criatura huirá de un lugar a otro del seno materno evitando el instrumento asesino. En el silencio aséptico de una clínica o de un hospital, no hace la embarazada que aborta, ostentación pública de un crimen. La muerte del inocente pasa tan inadvertida como el tráfico de fetos humanos abortados, los cuales en muchos países del mundo, son vendidos para ser utilizados en la industria cosmética. En ciertos países europeos, como Inglaterra, existen "bancos" de fetos para surtir los pedidos de algunos laboratorios dedicados a fabricar cremas rejuvenecedoras de la piel con células vivas de los fetos. Y en un reciente artículo de "Le Nouvel el Observatour" se pone al descubierto que por las carreteras de Europa circula una flota de camiones con esta triste carga, de la cual muchos participan para beneficiarse. La "Imperial Chemical Industries" (ICI) la mayor industria química inglesa, utiliza como cobayos para sus propios experimentos científicos a niños no-natos pero vivos. El director de dicha empresa ha dicho a un corresponsal: "No se trata de un secreto; lo estamos haciendo desde hace seis o siete años. Es la primera vez que alguien nos lo reprocha como algo erróneo". El Parlamento sueco fue informado, en la sesión del 15 de diciembre de 1977 de que ciertas industrias farmacéuticas fabricaban, desde hacía 17 años, medicamentos utilizando tejidos de fetos vivos, manteniéndolos artificialmente con vida durante el tiempo necesario para proporcionar "el material". Partiendo de los conocimientos de la Biología y la Ética no hay justificación posible para legitimar una acción que en sí misma significa la lesión del más elemental derecho del viviente humano: el derecho a nacer. Cualquier pretendido argumento se estrella frente a la realidad que está en juego de una vida humana inocente. Lo que se elimina con el aborto no son acontecimientos naturales sin relevancia moral, sino una vida humana que ya tiene nuclearmente todos sus rasgos esbozados, desde su temperamento hasta el color de los cabellos. El embrión no es un proyecto de vida, sino una vida. Y no es menos vida a las dos horas de ser concebido que a los nueve meses, cuando nace. Los conocimientos biológicos confirman que en el óvulo fecundado ya están inscritas todas las características del individuo. El D.N.A resultado de recientes investigaciones lo comprueba con rigor científico absoluto. Bernard Nathanson, el médico norteamericano conocido como "el rey del aborto", tras realizar más de cinco mil abortos, ha reconocido que el feto es un ser humano, desde el momento de su concepción: "Dramáticamente tengo que reconocer que el feto no es un trozo de carne: es un paciente. (Conferencia pronunciada en Camberra en febrero de 1981 y estudios recogidos en el Documental "El grito del silencio") En la primera Conferencia Internacional sobre el aborto, celebrada en Washington, y en la que estaban presentes médicos, juristas, biólogos, sociólogos y demógrafos, "no se pudo encontrar ningún punto, entre la concepción y el nacimiento, en que se pudiera decir que esa vida no era humana". Los cambios que ocurren entre la implantación, el embrión de seis semanas, el feto de seis meses y la persona adulta son simplemente etapas de crecimiento y maduración". La Asamblea del Consejo de Europa, reunida en Estrasburgo el 18 de octubre de 1979, adoptó una resolución en la que condena el aborto y confirma el derecho a la vida desde el primer momento de la concepción, declarando asimismo que la vida humana comienza en el mismo momento de la concepción, es decir en el momento en que las dos células generativas se unen en el útero materno, dando vida a un nuevo ser, determinado concretamente, de manera que conserva su individualidad hasta la muerte. Si del individuo o de la sociedad dependiera reconocer el derecho a la vida a un ser y no reconocerlo a otro, se caería fácilmente en el racismo, en la discriminación arbitraria, por razón de edad, sexo o color. El derecho a la vida es anterior al juicio que el individuo o la sociedad puedan dar sobre él. Por muy reducidas que un anciano tenga sus capacidades, por muy pequeño que el embrión sea, hay un derecho a la vida que la sociedad debe sancionar. Y si el embrión no es ya humano, tampoco lo será cuando nazca. Cada uno debe cooperar a que el otro se convierta plenamente en el hombre que ya es potencialmente. Por tanto la libertad no termina donde empieza la del otro, sino que empieza justamente donde empieza la del otro; las dos empiezan a la vez sin que se confundan las esferas personales. No tenemos derecho a subordinar el valor absoluto de la vida humana al valor relativo de unas estructuras sociales y económicas de bienestar, ni al falso sentimiento de piedad para evitar el sufrimiento que acarrean los hijos con malformaciones genéticas y mucho menos al criterio individual o social de egoísmos inhumanos. La costumbre de ver destruidas vidas humanas inocentes crea una falsa impresión y una errónea conciencia: la de que el embrión o el feto es propiedad de la mujer y constituye una parte de su cuerpo, del que ella hace lo que le viene en gana. Esto es un concepto falso de la verdad, una herejía biológica y un error social de repercusiones incalculables. Quien negara la defensa a la persona humana más inocente y más débil, aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral.
Otra vez el contraste. Una madre besa con amor los piececitos de su hijo; en la otra imagen, los de un feto de varias semanas nunca llegaron a ponerse de pie, ni a caminar.
Estas cuestiones exigen del Magisterio de la Iglesia una nueva y profunda reflexión acerca de los principios de la doctrina moral del derecho a la vida, doctrina fundada sobre la ley natural, iluminada y enriquecida por la Revelación divina. Ningún fiel querrá negar, como decía Pablo VI "que corresponda al Magisterio de la Iglesia el interpretar también la ley moral natural". Es un efecto incontrovertible como tantas veces han declarado los Romanos Pontífices que Jesucristo al comunicar a Pedro y a los Apóstoles su autoridad divina y al enviarlos a enseñar a todas las gentes sus mandamientos, los constituía en custodios y en intérpretes auténticos de toda ley moral, es decir, no sólo de la ley evangélica, sino también de la natural, expresión de la voluntad de Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse. En conformidad con ésta su misión, la Iglesia dio siempre, y con más amplitud en los tiempos recientes, una doctrina coherente tanto sobre la naturaleza del matrimonio, como sobre el recto uso de los derechos conyugales, las obligaciones de los esposos y el derecho a la vida del nuevo ser. (1) La ciencia moderna ha venido a corroborar con creciente firmeza y claridad, la afirmación de Tertuliano en el siglo III de que: "es ya hombre aquel que está en camino de serlo". Todos los Papas, sin excepción, han proclamado el derecho a la vida del no nacido y la obligación, por parte de los padres y del Estado de protegerla. Concilio Vaticano II: "La vida desde su concepción debe ser salvaguardada con el mismo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables". (2) Juan Pablo II: "La Santa Sede piensa que se puede hablar también de los derechos del niño desde el momento de ser concebido y, sobre todo, del derecho a la vida, pues la experiencia nos demuestra cada día más que ya antes del nacimiento tiene necesidad de protección especial de hecho y de derecho". (3) "Si sustituyésemos el derecho a la vida, el don de la vida, por el derecho de quitar la vida al hombre inocente, entonces no podríamos dudar que en medio de todos los valores técnicos y materiales con los que computamos la dimensión del progreso y de la civilización, quedaría quebrantado el valor esencial y fundamental que es la razón justa y el metro del verdadero progreso: el valor de la vida humana, o sea, el valor de la existencia del hombre... Si aceptásemos el derecho a quitar el don de la vida al hombre, aún no nacido ¿lograremos defender después el derecho del hombre a la vida en todas las demás situaciones? ¿Lograremos detener el proceso de destrucción de las conciencias humanas? (4) El Código de Derecho Canónico mantiene en todo su vigor la pena de excomunión para quienes practiquen el aborto; la excomunión "latae sententiae" quiere decir en el acto y sin que medie sentencia. Esta condena figura en el título sobre los delitos contra la vida del hombre y la libertad. (5) El derecho a la vida es el primer derecho, el fundamental, que precede y condiciona a todos los demás y debe ser protegido sin ningún límite ni discriminación. Por tanto, ni los padres, ni los poderes públicos tienen ningún derecho sobre la nueva vida. A veces el corazón humano, en trances y situaciones muy difíciles, se siente tan abatido que se siente impulsado en esos momentos por instintos de muerte y no de vida. Es la depresión del suicida o la angustia de una madre en situaciones límites. ¡Qué duda cabe de que estas personas merecen todo respeto y necesitan toda clase de atenciones: comprensión, afecto, protección, ayuda, más que discursos!. Las palabras a veces pueden ser convencionales. Se necesita una presencia humana que suscite el deseo de vivir, de hacer vivir, de ser positivos, a pesar de todo; que devuelva la esperanza perdida. Eso sólo lo puede hacer un amor auténtico. Por supuesto, que este inmenso respeto y comprensión en el deseo, jamás pueden significar una aprobación del instinto de muerte, sino todo lo contrario. Hay que contribuir a que nazca el amor en ese corazón herido por los acontecimientos, las incomprensiones, las injusticias de los hombres, las situaciones trágicas, o las estructuras de la sociedad. El corazón humano ha nacido para amar la vida, y no para odiarla. El inocente que espera en el seno materno y confía en la protección materna, grita con su silencio el derecho que tiene a nacer. Que el Dios de la vida ilumine nuestras mentes para comprender con la razón, amar con el corazón y defender con la justicia el más fundamental de los derechos humanos, el de vivir. Todos estamos obligados a advertir los peligros y males para celebrar la belleza y fortuna de la vida. Que María, Madre de Dios, fuente de Vida, bendiga nuestros esfuerzos por vivir, sufrir, gozar y dar la vida para y por el otro y los otros, como única fuente posible de felicidad y libertad en la felicidad y libertad ajenas.
Con mi cordial bendición, Mons. José Siro González Bacallao Obispo de Pinar del Río
CITAS: 1.- Encíclica Humane Vitae No. 4 2.- Gaudium et Spes: II cap. I No. 51 3.- Discurso del 13 de enero de 1979 4.- Angelus 5 de abril de 1981 5.- Canon 1398 Código Derecho Canónico
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