septiembre-octubre. año V. No. 27. 1998


POESÍA

EL LIBRO DE LOS OFICIOS

por Carmen Hernández

 

 

UN HOMBRE VUELA EN EL TRAPECIO

Y CANTA

 

Un hombre vuela en el trapecio

y canta

una canción muy triste

que le enseñó la madre

en los albores.

Un hombre vuela en el trapecio

y sueña

que vuela

canta

y sueña

en el trapecio

un hombre.

 

 

 

 

EL FLAUTISTA

 

                               A John Lennon

 

Llevo siglos diciendo que nunca fui el culpable.

Si hubieras visto mi figura en el río

sabrías que no fueron detrás de la belleza.

Siempre andaban perdidos

entre las yerbas altas

con sus botas de cuero que volaban

yo sólo moví mis dedos sucios por la flauta de plata

y apareció la música.

 

Ellos no andaban detrás de la aventura

ni delante del miedo

porque no les importaba la Peste

ni el Templo destruido y sin campanas.

 

Ellos fueron detrás de mí sin avisarme:

es que estaban muy solos

y vieron tantas caras en el fondo del río.

 

 

 

 

EL TAMBORILERO

 

 El brazo del hermano está apuntando

a las tardes de lluvia

que no han visto los hombres.

Suena bien el reclamo en la planicie

el redoblante feroz del niño ciego.

Convoca a los presagios y a las aves

a remontarse en vuelo hasta la cima.

No sabe el niño audaz que en el redoble

también está el silencio y la locura.

No sabe el niño del tambor que lo aguardamos

para asistir

puntuales

a la muerte.

 

 

 

 

JOVEN DANZANTE EN FRISO SUMERGIDO Y SALVADO DE LAS AGUAS

 

El joven

con sus ojos que miran desde el tiempo

trasciende el arco de la luz

la fiera.

Oscuro en su designio

es pájaro latiendo en los confines de la danza.

Se atreve al salto en el vacío

en la intemperie de los muertos.

Danza como David

frente a la casa de su padre

y gime.

Filigrana de plata pendiente de la noche

es el cuerpo del joven

con su boca cerrada

con sus brazos que abarcan la oquedad.

Anuda su cuerpo en la angustia

del que escapa para el ángel de Dios.

El joven es la danza.

El traje del suicida.

 

 

 

 

 LAMENTACIONES DEL VERDUGO

 

Ellos

alarido final

el escorzo infinito

pueblan estas paredes.

Nadie sabrá que cercené mi cuello varias veces.

Es tan frágil la cuerda de la vida

el aliento de un hombre

bajo el sutil espejo de una espada.

 

Soy la mano de Dios

colérica

vertebrándose sola

sobre un cuello sujeto

inmarcesible.

 

 

 

 

EL CAMPANERO

 

Nunca en la ciudad se había escuchado

ese tañer resuelto de campanas

sobre las piedras

bajo el humo

más alto que las voces de los locos

que deambulaban

buscando pan y paz para el comienzo.

Los viejos se abrazaban para esperar la muerte

los niños inventaban charcos

y ellos dos se encerraron en el primer lugar

bajo las nubes

porque como el vuelo recto de luciérnaga

las estrellas cayendo

o el diluvio

sólo una vez

sonaron las campanas de esa forma.

El campanero

quiso ir alto sobre las piedras grises

mirar sobre los árboles

deshacerse buscando un lugar tibio.

No fue fácil subir al laberinto

encontrar una cuerda de badajo

alcanzar equilibrio sobre el mundo

para tocarlas todas a la vez.

Su último canto sobre las piedras grises.