El impacto producido
por las enfermedades infecciosas en la población cubana reconcentrada, fue, estimamos, la
causa fundamental de las muertes acaecidas en aquel nefasto acontecimiento de fines del
pasado Siglo. No obstante, sobre esta causa apenas se habla, o cuando más, tan solo de
pasada, en forma general, al mencionarla en conjunto con el Hambre y la Guerra; pero no se
detalla en singular a este protagonista de por lo menos más de la mitad de las muertes
ocurridas en el período de la reconcentración, Octubre de 1896 a Marzo de 1898.
Desde tiempos inmemoriales estos tres jinetes del Apocalipsis siempre han
marchado juntos: La Guerra, El Hambre y La Peste, pero en realidad existe una indisoluble
relación de tipo parasitaria o cuando menos seprofítica entre estas tres miserias de la
historia de la humanidad; ellas han sido para la casi totalidad de los pueblos (para no
ser absolutos) a lo largo de la Historia Universal, los tres flagelos implacables que
azotan y diezman a los seres humanos, y como contrasentido irónico son los mismos seres
humanos sus gestores y atizadores, aunque como bumerang, se revierten incluso contra
aquellos mismos que desatan esas fuerzas.
El objetivo que nos motiva el presente estudio, es ahondar en una de las tres
facetas del episodio de la Reconcentración, Las Enfermedades Epidémicas, que se
denominan genéricamente con LA PESTE, nuestra tesis consiste en plantear que estas
enfermedades infecciosas, causa directa de las muertes, son las consecuencias de las otras
dos grandes causas antes mencionadas, pues ellas llevan a La Peste a producir esa gran
cantidad de víctimas, como resultado de las enfermedades infecciosas epidémicas que la
misma comprende.
Epidemiológicamente estaban creadas todas las condiciones en los reconcentrados
para que esto ocurriera, pues junto con el hacinamiento, la incuria y la promiscuidad en
que se encontraba sumida esta población, cohabitaban la indolencia, la despreocupación y
la deshumanización por parte de los colonialistas españoles, responsables directos de
aquella situación y de sus consecuencias, pues era lógico pensar que la improvisación y
premura que signaron aquella barbarie, traerían una consabida disminución de las
condiciones higiénico- sanitarias, por demás no muy buenas, de los reconcentrados, amén
de un deterioro ostensible de su estado de salud, como siempre ocurre en conglomerados de
personas creados de forma no planificada, sin que medien las condiciones elementales para
su adecuada supervivencia. Vemos así mismo que reaparecen de forma epidémica
enfermedades prácticamente desaparecidas años atrás (la viruela y el paludismo) y que
la magnitud con que ahora se presentan era desconocido desde hace años; también se
observa un incremento inusitado de otras existentes, hasta límites no reportados (Fiebre
Amarilla, Tuberculosis, Brucelosis, etc.)1 , todo como producto de la ruptura del
equilibrio Medio Ambiente-Agente Patógeno-Huésped Humano. Pues como consecuencia
inmediata de la reconcentración varió el medio ambiente, comprendiéndose en éste,
costumbres de grupo, hábitos sociales, estilos de vida, hábitos individuales y conductas
psicosociales, debido a lo cual, una gran cantidad de personas, portadoras de agentes
patógenos o enfermos, se mezclaron con otras que no las padecían, personas indemnes,
produciéndose una sumatoria de enfermedades que llevaron al ya mencionado aumento en
espiral de las enfermedades infecciosas, multiplicado a su vez por la virulencia que
acusan los gérmenes patógenos en estas condiciones de intercambio entre reservorios
humanos (huésped humano) por ruptura violenta del equilibrio Salud-Enfermedad. Agréguese
a lo anterior, la presencia de reservorios extra humanos (animales) incidiendo de forma
desfavorable sobre esta primera condicionante, creando por tanto una especie de
interminable círculo vicioso de enfermedades entre estos reconcentrados, sumidos todos,
además, en un estado nutricional deplorable que predisponía a estos procesos morbosos.
Todo lo cual hizo de la Reconcentración un verdadero genocidio.
Veamos por tanto que, en estos años, la población cubana lejos de aumentar,
registró una espantosa mortalidad, produciendo las enfermedades epidémicas en este
período, por solo citar dos ejemplos:
-1200 fallecidos de Fiebre Amarilla en la región de Vuelta
Abajo en 1896.
-En 1898, se consigna se produjeron en La Habana más de 2100
defunciones por Tuberculosis2.
De todo lo antes referido se deduce que la tragedia de la Peste (entiéndase
enfermedades infecciosas epidémicas) fue el factor que con más peso gravitó de forma
negativa -desastrosa- en la población de reconcentrados, pues era la consecuencia directa
del Hambre y la indirecta de la Guerra, por lo que estimamos, aún sin poseer datos
concluyentes, sea esta la causa más real y concreta de las muertes producidas.
Corroborando lo antes planteado en nuestro presente estudio nos auxiliamos de los
datos numéricos a nuestro alcance, los cuales nos traducen con real crudeza toda la
magnitud del genocidio; en este caso en Artemisa, núcleo central de la trocha
Mariel-Majana, murieron producto de la reconcentración más de 3000 personas, en su gran
mayoría por enfermedades infecciosas3-4 . Si tomamos en consideración la cifra hasta
ahora manejada en toda la nación de 300 000 muertos durante esta etapa,5 es de destacar
que alrededor del 1% de todos los fallecidos en la isla murieron en esta ciudad de
Artemisa.
Los datos antes referidos fueron extraídos de los Apuntes Autobiográficos del
Padre Arocha, fuente valiosa y fidedigna para el conocimiento real de aquellos
acontecimientos, este Párroco, ejemplo destacado de patriota y cristiano independentista,
supo ver con claridad meridiana que la causa de la Independencia y Libertad de la patria
era una causa justa y por tanto bendecida por Dios, y hacia la consecuencia de tal fin
enrumbó su vida presente y futura con toda la devoción y sacrificio que sólo un
cristiano sabe mostrar, sirviendo de esta forma mediante sus acciones a dos grandes
causas, la causa de Dios y la de la patria, demostrando con ello que no es necesario
separar la una de la otra si se hace con amor, con estos preceptos cardinales realizó
sobre los infelices y sufridos reconcentrados tal obra de caridad que no recordamos otra
igual en los anales históricos de la Iglesia Católica cubana; pues el Padre Arocha
desarrolló en aquellas deplorables condiciones de guerra para exterminio la gran labor
social de la Iglesia que es La Fe en Acción, pues además de atender sus
necesidades espirituales y sacramentales, supo procurar Medicinas y Alimentos, instruyó y
catequizó; construyó albergues y barracas, mejorando las condiciones higiénicas y de
vida, protegió a nuestras jóvenes y adolescentes de la lujuria soldadesca, consolando a
las viudas y los huérfanos, intercediendo de forma activa ante las autoridades Coloniales
por los reconcentrados sin distingo de sexo, raza y posición social, pues para él todos
eran simplemente sus hijos y hermanos cristianos; por último en acto de suprema piedad
los asistía en la muerte y asentaba sus nombres en el libro parroquial para que sus
existencias no quedarán en el olvido fatal de la masificación.
Este Padre, paradigma de la acción social de la Iglesia católica,
ejemplo y orgullo para nuestra ciudad, con su proverbial bondad y cristiano humanismo,
aminoró el sufrimiento de aquellos desdichados seres, víctimas inocentes de aquella
tragedia, llevándoles la Fe, la Esperanza y la Caridad de Dios, que tanto necesitaban,
pues en Dios confiamos porque sin Dios no hay hombre. Hoy, a la distancia de 100 años,
tan solo nos queda reflexionar y rendir un postrer tributo de recordación al dolor y
sufrimiento de aquellos compatriotas, víctimas inocentes de la desidia e injusticia
colonialista, y pedir para sus almas el descanso eterno y la Paz que no tuvieron, y para
sus victimarios, tan solo ¡EL PERDÓN DE DIOS!.
BIBLIOGRAFÍA:
(1) Le Roy, Jorge: La Sanidad en Cuba y su Progreso. Boletín Sanidad y
Beneficencia, Tomo X, pp 218-220. La Habana, 1913.
(2) Wood, Leonard: Cuadro estadístico, Civil Report of Cief Sanitary, Vol IV. La
Habana, 1901.
(3) Parroquia San Marcos Evangelista. Archivo Parroquial de la Plaza Militar de
Artemisa. Años 1896-1898. Libro de defunciones, actas de defunciones y administración de
sacramentos.
(4) González Arocha, G: Apuntes Autobiográficos, Arzobispado de La Habana,
Agosto, 1928.
(5) Hobbs William, E: Leonard Wood, Administrator, Soldier and Citizen. New York,
1920. |