septiembre-octubre. año V. No. 27. 1998


OPINIÓN

 

Pensamiento Social de la Iglesia:

EL PERSONALISMO

por María Caridad Campistrous

 

 

«...La revolución será espiritual

o no habrá verdadera revolución...»

Emmanuel Mounier

 

Dada mi natural aversión a los ismos -oportunismo, liberalismo, nacionalismo...etc.- les confieso que, cuando en mis tiempos de bachiller, oí hablar por primera vez del personalismo, pensé que sería algo así como la exaltación desordenada de la persona; era la época en que Sartre cautivaba a jóvenes que veían en el existencialismo más una forma de protesta que una filosofía de la concepción del hombre. Estaban de moda los hippies. Por ese entonces, se hablaba de humanismo cristiano en los cambios sociales que ocurrían veloces en el país, y como ahora, el humanismo era el mar verde donde desaguaban todas las corrientes naturalistas -afirmación del hombre frente a lo sobrenatural-, y también las corrientes personalistas -afirmación del hombre contra todos los sistemas que no respetan su dignidad de persona-.

Pero a mi generación le importó menos la filosofía que la praxis, y, satisfecha en su ignorancia, apostó al humanismo moderno que imagina a Dios como un rival del hombre y como la garantía más segura de su plena realización, cayendo así en el error de creer que el hombre sólo podría ser grande cuando suprimiera a quien le superaba: Dios. Olvidando que Martí advirtió: «al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden», caímos en el error y hoy vivimos sus consecuencias.

En estos días, leyendo a Mounier (1905-1950) -máximo representante del humanismo cuyo eje es la persona (personalismo)- encontré sus planteamientos tan acordes con el pensamiento social de la Iglesia, que quiero compartir con Uds. su invitación a Rehacer el renacimiento, a restaurarr la conciencia de la urgente necesidad del retorno a unos valores olvidados por la civilización, pues también hoy, pasada ya media centuria, nos agobia el desorden establecido, tanto de la explotación del hombre por el hombre -de todos tipos y niveles-, como de la alienación del espíritu -que no es ciudadano de derechas, ni tiene su morada en la izquierda-.

Nuestra sociedad, al igual que la francesa de los años 30, pasa por una crisis que no es sólo sociopolítica o económica, sino que es, sobre todo, una crisis del hombre mismo, crisis de valores e ideales, existencia de do ut des (doy para que des), sin más horizontes que la inmediatez y el placer. Para Mounier, la crisis era total: económica y espiritual, por eso la revolución que proclama debe hacer espirituales, porque la revolución moral debe ser al mismo tiempo económica y la revolución económica debe ser moral.

Nadie tiene derecho a sanear lo económico a espaldas de la moral social, y cuando esto se olvida, cuando en aras del lucro individual o colectivo, se hace caso omiso de las necesidades fundamentales de la persona y de la dignidad humana y se hacen «ajustes» injustos, la crisis se vuelve total. La economía personalista, en cambio, promueve la personalización progresiva de la sociedad sobre las bases de: responsabilidad, iniciativa, dominio, creatividad y libertad, pues el personalismo «afirma el primado de la persona humana sobre las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos que sustentan su desarrollo». Por ello -dice también Mounier- «el fin de la educación no es adiestrar al niño para una función o amoldarle a cierto conformismo, sino hacer que madure y descubra esa vocación, que es su mismo ser, y el centro de reunión de sus responsabilidades de hombre». Hay que educarle en la libertad creativa.

 En Camagüey, el Papa decía: «¡Que Cuba eduque a sus jóvenes en la virtud y la libertad para que pueda tener un futuro de auténtico desarrollo humano integral en un ambiente de paz duradera!», y, en su Mensaje a los jóvenes cubanos, Juan Pablo II enfatizaba: «No olviden que la responsabilidad forma parte de la libertad».

Y hasta mí llega en el tiempo este reto de la responsabilidad: ¡A nuestros jóvenes hay que educarlos para la libertad!, para que la conozcan y sepan ejercerla. Y mientras pienso en el alcance inaudito de su pensamiento, vienen a mi mente estas palabras del Maestro: «Amamos la libertad porque en ella vemos la verdad. Moriremos por la libertad verdadera, no por la libertad que sirve de pretexto para mantener a unos hombres en el goce excesivo, y a otros en el dolor innecesario». ...y entonces caigo en la cuenta que su pensar está en consonancia con el humanismo personalista: ¿será que los cubanos debemos considerar esta línea de pensamiento?...

El personalismo no se considera como una filosofía cristiana, sino como una reflexión sobre el hombre, abierta a creyentes y no creyentes, aunque Mounier no oculta su inspiración evangélica. Católico ejemplar, su evangelio fue el «evangelio de los pobres» que le lleva a la denuncia profética, el humanismo que propone hizo explícitos -de forma brillante y persuasiva- los temas fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia. Para él, la civilización no debe orientarse hacia el confort y el consumismo, sino para la justicia, el amor y la creación, y esa es, precisamente «la civilización del amor» que preconizó Pablo VI y en la que Juan Pablo II ve «la meta indicada por la Iglesia como fin último de la humanidad» (DM,14).

Por eso, amigos, recordando aquello de que no hay que ser astrónomo para contemplar las estrellas (e invitar a otros a ver en una noche oscura la maravilla del firmamento estrellado y en su infinitud la obra del Creador), yo les invito ahora a buscar, en las entrañas mismas de la sociedad que nos lacera, los valores humanos que la hacen más digna y luchar por ellos, rompiendo ya la impotencia en que nos ha refugiado el raquitismo de nuestra voluntad, pues sólo así podremos contribuir a que un humanismo integral y democrático fecunde generoso la práctica sociopolítica en nuestra Patria. Un humanismo como el que inspiró la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de la que, en cierto sentido, podemos considerar a Mounier como precursor por la influencia que tuvo, en la constitución francesa de 1946, su Declaración de derechos de las personas y de las comunidades.

Como obreros, intelectuales, maestros o aprendices, tenemos el deber de buscar senderos de esperanza por los que comenzar a transitar en el Tercer Milenio, y de la crisis actual sólo saldremos airosos si afrontamos con valor los retos sociales, asumiendo íntegra nuestra responsabilidad. Y para enfrentarnos, es bueno tener en mente esta elocuente imagen usada por Mounier: «los animales que para luchar contra el peligro se han fijado en escondrijos tranquilos y se han entorpecido con un caparazón, no han dado sino almejas y ostras. Viven deshechos. El pez que ha corrido la aventura de la piel desnuda y el desplazamiento, abrió el camino que desemboca en el homo sapiens».

El convertirnos en almejas, o en peces, es nuestro reto. El tuyo y el mío.

Yo, apuesto por el pez. Opto por la verdad que «limita» y libera. ¿Y tú?