septiembre-octubre. año V. No. 27. 1998


El Cardenal

CASAROLI:

su cercanía a Cuba

por Dagoberto Valdés

 

Estábamos en un vivero de cítricos en la granja Enrique Troncoso, cerca de la ciudad de Pinar del Río. Eran las cuatro de la tarde del 4 de Octubre de 1973. Desde el camino, un amigo me hizo señas para que me acercara. Salí del surco para recibir la noticia de que había sido invitado a la cena y la Eucaristía que presidiría el Arzobispo Agostino Casaroli, Secretario para los Asuntos Públicos de la Iglesia de la Santa Sede.

Era la primera vez que un funcionario de alto rango del Vaticano visitaba Cuba después de 1959. En la comida que le brindaba el entonces Obispo de Pinar del Río, Mons. Manuel Rodríguez Rozas, participarían una representación de los sacerdotes, religiosas y laicos de la Diócesis. Con el Arzobispo Casaroli vendría Mons. Cesar Sachi, Encargado de Negocios de la Santa Sede en Cuba.

Llegué hasta el Instituto preuniversitario en el campo "Antonio Guiteras", donde cursaba el decimotercer grado, para pedir el permiso oficial, que me fue concedido por alguien que era profesor de Literatura y amigo, que luego de consultar, me otorgó el pase hasta el día siguiente en la mañana para ir a clases.

Al llegar al Obispado, encontré a Monseñor Casaroli, que al serle presentado un joven católico que estaba becado en el campo, se acercó con gran atención. Sus ojos penetrantes y vivaces se clavaron en aquel muchacho. Siempre recordaré su benevolencia y cercanía. No parecía el diplomático insigne, artífice de las difíciles relaciones con el campo socialista y la Unión Soviética, llamada "ostpolitik" cuya carrera y servicios a la paz mundial y al entendimiento entre la Iglesia y todos los países sin distinción, eran reconocidos en el mundo entero.

Su recomendación fue sencilla, diáfana y contundente: sea fiel a Cristo y a la Iglesia, dé testimonio de buen estudiante, y sea solidario con sus compañeros y amigos sin distinción.

Este programa de vida, que llevaba el sello de la sencillez y profundidad del Evangelio, marcó para siempre mi compromiso cristiano y mi amor a la Iglesia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De izquierda a derecha, y de arriba hacia abajo: 1) Con el Papa Pablo VI en su viaje a Bogotá, 1968. 2) El Papa Juan Pablo II abraza agradecido a su Secretario de Estado al cesar sus funciones, el 1ro. de diciembre de 1990. 3) Casaroli preside el Milenio del Cristianismo en Rusia. Moscú, 1988. y 4) Casaroli se dirigió  varias veces a todas las naciones de la tierra en la ONU. enero de 1978.

 

 

Ese día, me enteré en la mesa que había sido elegido para leer, en la Misa de la Catedral, el Mensaje que el Papa Pablo VI enviaba a la Iglesia cubana. Ahora comprendo la prioridad que le daba la Iglesia de aquellos momentos a los pocos jóvenes que permanecían.

Monseñor Casaroli dejó en la Homilía de la Catedral de La Habana un programa para la probada Iglesia cubana: Hay que ser signo de unidad y fermento de reconciliación en medio de este pueblo del que los cristianos y la Iglesia forman parte indisoluble. Este programa fue el inicio de la línea ininterrumpida y coherente de la Santa Sede con relación a Cuba, que ha tenido su continuación en las posteriores visitas de los cardenales Gantín, Etchegaray, Pironio, Furno, Laghi... y en la recordada y paradigmática visita de Mons. Jean-Louis Tauran, que ocupa el cargo que entonces ocupaba Casaroli, y que se denomina hoy Secretario para las Relaciones con los Estados. Esta línea magisterial, explicitada con gestos de cercanía, ha tenido su culmen y plenitud en la reciente visita de Su Santidad el Papa Juan Pablo II.

Veinte años después, en la primavera de 1995, el actual Obispo de Pinar del Río, visitaría en su residencia del Vaticano al Cardenal Agostino Casaroli, que había servido al Papa como Secretario de Estado durante más de diez años y ahora continuaba asesorando, a título privado, muchas obras y gestiones de la Iglesia.

Mons. Siro regresó admirado y conmovido del recuerdo cariñoso y fiel del Cardenal Casaroli para con la Iglesia cubana y especialmente hacia esta Iglesia pinareña. Recordaba los detalles de la Celebración y a las personas que había encontrado. El viejo y fiel sacerdote, la religiosa entregada, el joven estudiante... Cuba tenía un lugar permanente en sus oraciones y cada noticia de Cuba inquietaba su corazón de pastor y diplomático.

Quiso la providencia que el autor de estos recuerdos pudiera asistir a una reunión del Pontificio Consejo Justicia y Paz en Roma en el otoño de aquel mismo año de 1995. El Obispo me recomendó que intentara hacer una visita de cortesía al Cardenal Casaroli y buscó las providencias con las hermanas que lo atendían y que esperan por venir a servir a esta Iglesia pinareña.

Pasado el mediodía del 26 de septiembre de 1995 llegué al sencillo apartamento del Cardenal Casaroli dentro de las murallas del Vaticano. Esperé en una acogedora salita y en breves minutos se acercó la figura amable del ilustre prelado. Los saludos, por mi parte muy formales, y de la suya muy cordiales, rompieron ese hilo que la veneración y la trayectoria de una persona insigne nos hace tejer sin razones explícitas.

La primera pregunta sobre la Iglesia cubana, su crecimiento, su notable credibilidad y encarnación en medio de su pueblo. Una referencia obligada al ENEC (Encuentro Nacional Eclesial Cubano) celebrado en 1986. Alabó la altura y sabiduría del Documento Final, que conservaba.

Recordó la visita del Obispo de Pinar del Río y el deseo que le había expresado de venir a Cuba a descansar, a disfrutar de sus paisajes y colores, de la luz del trópico, de su calor humano y climático, sin publicidad, sin complicaciones, para contemplar esta bella Isla a la que Dios había adornado con tantos valores naturales y espirituales.

Luego hizo referencia al Centro de Formación de la Diócesis y a su Revista Vitral, que le habíamos obsequiado. Su visión sobre el protagonismo de los laicos y su conocimiento sereno y profundo de las experiencias de las Iglesias de Europa central y del Este que había visitado. Las peculiaridades y diversidad de situaciones. Las cosas coincidentes y la paciencia histórica.

Hubo una recomendación que me recordó mucho su visita a Cuba en la década de los setenta: que sus programas sean propositivos no confrontativos. Hay que buscar el diálogo y la reconciliación, sin desvirtuar ni disimular la integridad del mensaje cristiano. Sea fiel a la Iglesia que es nuestra Madre. Ame mucho a la Iglesia y a su Patria. Cuba merece mucho amor.

Así terminaba este encuentro con un hombre de mundo que consideraba a la Iglesia como su Madre y con un hombre de Iglesia que consideraba al mundo como su Patria. Por eso pudo ser al mismo tiempo y sin fracturas, pastor cordial y diplomático eminente.

Escogió para las fotos un bellísimo óleo que adorna el vestíbulo de su apartamento, con el Pontífice con el que más tiempo trabajó, quien lo promovió y lo cobijó con cariño paternal: el Papa Pablo VI, que se incorpora en su trono como para abrazar al mundo por el que tanto sufrió.

Precisamente la última conferencia pública y solemne del Cardenal Casaroli, fue un homenaje al recordado Papa Montini, al cumplirse este año de 1998 el primer Centenario de su nacimiento. Estuvo presente en la disertación el Santo Padre Juan Pablo II, quien meses después, presidió el funeral del llorado Cardenal, expresando así su admiración personal por este Pastor, que ha marcado con sus dotes y servicios la historia de la Iglesia católica en sus relaciones con el mundo durante la segunda mitad del siglo que termina.

Nunca pudo el Cardenal Casaroli emprender su viaje de descanso a Cuba. El viaje definitivo lo ha colocado para siempre en la comunión de los que creemos en Jesucristo. Esa comunión plena no necesita de viajes para que Cuba pueda gozar de la cercanía de este hombre santo cuyo acompañamiento a esta Isla caribeña trasciende hoy la luz del trópico, que no pudo ver más, para contemplar la Luz sin ocaso que es Cristo.