septiembre-octubre. año V. No. 27. 1998


NUESTRA

HISTORIA

LA RECONCENTRACIÓN

Y EL PAPEL DE LA IGLESIA:

un enfoque diferente

por Eduardo Rivero Reyes

 

 

El impacto producido por las enfermedades infecciosas en la población cubana reconcentrada, fue, estimamos, la causa fundamental de las muertes acaecidas en aquel nefasto acontecimiento de fines del pasado Siglo. No obstante, sobre esta causa apenas se habla, o cuando más, tan solo de pasada, en forma general, al mencionarla en conjunto con el Hambre y la Guerra; pero no se detalla en singular a este protagonista de por lo menos más de la mitad de las muertes ocurridas en el período de la reconcentración, Octubre de 1896 a Marzo de 1898.

Desde tiempos inmemoriales estos tres jinetes del Apocalipsis siempre han marchado juntos: La Guerra, El Hambre y La Peste, pero en realidad existe una indisoluble relación de tipo parasitaria o cuando menos seprofítica entre estas tres miserias de la historia de la humanidad; ellas han sido para la casi totalidad de los pueblos (para no ser absolutos) a lo largo de la Historia Universal, los tres flagelos implacables que azotan y diezman a los seres humanos, y como contrasentido irónico son los mismos seres humanos sus gestores y atizadores, aunque como bumerang, se revierten incluso contra aquellos mismos que desatan esas fuerzas.

El objetivo que nos motiva el presente estudio, es ahondar en una de las tres facetas del episodio de la Reconcentración, Las Enfermedades Epidémicas, que se denominan genéricamente con LA PESTE, nuestra tesis consiste en plantear que estas enfermedades infecciosas, causa directa de las muertes, son las consecuencias de las otras dos grandes causas antes mencionadas, pues ellas llevan a La Peste a producir esa gran cantidad de víctimas, como resultado de las enfermedades infecciosas epidémicas que la misma comprende.

Epidemiológicamente estaban creadas todas las condiciones en los reconcentrados para que esto ocurriera, pues junto con el hacinamiento, la incuria y la promiscuidad en que se encontraba sumida esta población, cohabitaban la indolencia, la despreocupación y la deshumanización por parte de los colonialistas españoles, responsables directos de aquella situación y de sus consecuencias, pues era lógico pensar que la improvisación y premura que signaron aquella barbarie, traerían una consabida disminución de las condiciones higiénico- sanitarias, por demás no muy buenas, de los reconcentrados, amén de un deterioro ostensible de su estado de salud, como siempre ocurre en conglomerados de personas creados de forma no planificada, sin que medien las condiciones elementales para su adecuada supervivencia. Vemos así mismo que reaparecen de forma epidémica enfermedades prácticamente desaparecidas años atrás (la viruela y el paludismo) y que la magnitud con que ahora se presentan era desconocido desde hace años; también se observa un incremento inusitado de otras existentes, hasta límites no reportados (Fiebre Amarilla, Tuberculosis, Brucelosis, etc.)1 , todo como producto de la ruptura del equilibrio Medio Ambiente-Agente Patógeno-Huésped Humano. Pues como consecuencia inmediata de la reconcentración varió el medio ambiente, comprendiéndose en éste, costumbres de grupo, hábitos sociales, estilos de vida, hábitos individuales y conductas psicosociales, debido a lo cual, una gran cantidad de personas, portadoras de agentes patógenos o enfermos, se mezclaron con otras que no las padecían, personas indemnes, produciéndose una sumatoria de enfermedades que llevaron al ya mencionado aumento en espiral de las enfermedades infecciosas, multiplicado a su vez por la virulencia que acusan los gérmenes patógenos en estas condiciones de intercambio entre reservorios humanos (huésped humano) por ruptura violenta del equilibrio Salud-Enfermedad. Agréguese a lo anterior, la presencia de reservorios extra humanos (animales) incidiendo de forma desfavorable sobre esta primera condicionante, creando por tanto una especie de interminable círculo vicioso de enfermedades entre estos reconcentrados, sumidos todos, además, en un estado nutricional deplorable que predisponía a estos procesos morbosos. Todo lo cual hizo de la Reconcentración un verdadero genocidio.

 

Veamos por tanto que, en estos años, la población cubana lejos de aumentar, registró una espantosa mortalidad, produciendo las enfermedades epidémicas en este período, por solo citar dos ejemplos:

-1200 fallecidos de Fiebre Amarilla en la región de Vuelta Abajo en 1896.

-En 1898, se consigna se produjeron en La Habana más de 2100 defunciones por Tuberculosis2.

De todo lo antes referido se deduce que la tragedia de la Peste (entiéndase enfermedades infecciosas epidémicas) fue el factor que con más peso gravitó de forma negativa -desastrosa- en la población de reconcentrados, pues era la consecuencia directa del Hambre y la indirecta de la Guerra, por lo que estimamos, aún sin poseer datos concluyentes, sea esta la causa más real y concreta de las muertes producidas.

Corroborando lo antes planteado en nuestro presente estudio nos auxiliamos de los datos numéricos a nuestro alcance, los cuales nos traducen con real crudeza toda la magnitud del genocidio; en este caso en Artemisa, núcleo central de la trocha Mariel-Majana, murieron producto de la reconcentración más de 3000 personas, en su gran mayoría por enfermedades infecciosas3-4 . Si tomamos en consideración la cifra hasta ahora manejada en toda la nación de 300 000 muertos durante esta etapa,5 es de destacar que alrededor del 1% de todos los fallecidos en la isla murieron en esta ciudad de Artemisa.

Los datos antes referidos fueron extraídos de los Apuntes Autobiográficos del Padre Arocha, fuente valiosa y fidedigna para el conocimiento real de aquellos acontecimientos, este Párroco, ejemplo destacado de patriota y cristiano independentista, supo ver con claridad meridiana que la causa de la Independencia y Libertad de la patria era una causa justa y por tanto bendecida por Dios, y hacia la consecuencia de tal fin enrumbó su vida presente y futura con toda la devoción y sacrificio que sólo un cristiano sabe mostrar, sirviendo de esta forma mediante sus acciones a dos grandes causas, la causa de Dios y la de la patria, demostrando con ello que no es necesario separar la una de la otra si se hace con amor, con estos preceptos cardinales realizó sobre los infelices y sufridos reconcentrados tal obra de caridad que no recordamos otra igual en los anales históricos de la Iglesia Católica cubana; pues el Padre Arocha desarrolló en aquellas deplorables condiciones de guerra para exterminio la gran labor social de la Iglesia que es La Fe en Acción, pues además de atender sus necesidades espirituales y sacramentales, supo procurar Medicinas y Alimentos, instruyó y catequizó; construyó albergues y barracas, mejorando las condiciones higiénicas y de vida, protegió a nuestras jóvenes y adolescentes de la lujuria soldadesca, consolando a las viudas y los huérfanos, intercediendo de forma activa ante las autoridades Coloniales por los reconcentrados sin distingo de sexo, raza y posición social, pues para él todos eran simplemente sus hijos y hermanos cristianos; por último en acto de suprema piedad los asistía en la muerte y asentaba sus nombres en el libro parroquial para que sus existencias no quedarán en el olvido fatal de la masificación.

El P. ArochaEste Padre, paradigma de la acción social de la Iglesia católica, ejemplo y orgullo para nuestra ciudad, con su proverbial bondad y cristiano humanismo, aminoró el sufrimiento de aquellos desdichados seres, víctimas inocentes de aquella tragedia, llevándoles la Fe, la Esperanza y la Caridad de Dios, que tanto necesitaban, pues en Dios confiamos porque sin Dios no hay hombre. Hoy, a la distancia de 100 años, tan solo nos queda reflexionar y rendir un postrer tributo de recordación al dolor y sufrimiento de aquellos compatriotas, víctimas inocentes de la desidia e injusticia colonialista, y pedir para sus almas el descanso eterno y la Paz que no tuvieron, y para sus victimarios, tan solo ¡EL PERDÓN DE DIOS!.

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

(1) Le Roy, Jorge: La Sanidad en Cuba y su Progreso. Boletín Sanidad y Beneficencia, Tomo X, pp 218-220. La Habana, 1913.

(2) Wood, Leonard: Cuadro estadístico, Civil Report of Cief Sanitary, Vol IV. La Habana, 1901.

(3) Parroquia San Marcos Evangelista. Archivo Parroquial de la Plaza Militar de Artemisa. Años 1896-1898. Libro de defunciones, actas de defunciones y administración de sacramentos.

(4) González Arocha, G: Apuntes Autobiográficos, Arzobispado de La Habana, Agosto, 1928.

(5) Hobbs William, E: Leonard Wood, Administrator, Soldier and Citizen. New York, 1920.

 
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