septiembre-octubre. año V. No. 27. 1998


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LAS OBSESIONES

DE CAMEJO

por Erena Hernández

 

Luis Enrique Camejo pinta como un impresionista pero no es un impresionista. Su «juego» con la manera de hacer impresionista es un pretexto que le sirve como un sello, un elemento de identificación. En segundo término, su cita a ese movimiento artístico es -como ha dicho él mismo-, para construir una metáfora sobre la idea de dispersión, de la inestabilidad de lo real, de la fragmentación de los discursos en esta era postmoderna. También con esta especie de parodia formal tiene la posibilidad de «edulcorar la superficie». Así hace digerible sin reparos cualquier cosa que represente.

En su producción más reciente, de la misma forma que en sus trabajos anteriores, Camejo se muestra obsesionado por el arte en sí mismo. Al igual que Seurat en su momento, quiere hacer arte y, a la vez, lograr un discurso sobre el arte. Si en Seurat y Cézanne el leit motiv resultaba la propia fisicidad del arte, en Camejo también lo es, pero sólo aparencialmente. En verdad sus objetivos son otros. Los punticos de color, donde un verde es un verde y no un experimento de luz y color con azules y amarillos, básicamente son un señuelo para que toda la red que interviene en la institución arte trague adecuadamente todas las ideas que él quiere expresar. La espina vertebral de su obra son las ideas. Él logra poner la escuela de arte de nivel superior en Cuba como tema de su trabajo. Eso, que a primera vista pudiera parecer un tanto soso, o poco común, por decir de algún modo, en las piezas de Camejo resulta verdaderamente sugerente, al punto que enseguida atrapa al espectador -avisado y no avisado-. Al no entendido, por los atractivos puramente visuales de sus cuadros, que pueden ser disfrutados de inicio por su apariencia estética pura. Al entendido, porque desde que los ve sabe que lo están retando.

En cada pieza una encuentra un desafío a la inteligencia y al conocimiento desde diferentes puntos de vista. Se evidencia al leer sus textos, al hablar con él... Todo el tiempo cuestiona críticamente sus contextos -sea cuales fueren-, cualidad de las personas inteligentes. Y ya decir que una obra está resuelta con inteligencia no es poco decir. De seguro pondrá a pensar al que las contempla; en este caso, llevándole más allá de las puras sensaciones (por eso Camejo no es un impresionista en strictu sensu).

Entre sus objetivos confesos están alcanzar -de la misma forma que Seurat y Cézanne- un equilibrio entre los motivos de la superficie y los de la representación. Aquí pretende lograrlo con un mensaje abierto (no creo que haya que explicar cuadro a cuadro, cada quien los leerá a su manera, según su nivel de información y sus propias vivencias). Por eso antes hablaba de reto. Porque toda su labor icónica, sumamente actual, aunque haga guiños cómplices al siglo XIX, nos desafía a que fabulemos junto con él. Posibilita que estemos activos, no pasivos, frente al cuadro; de la misma forma en que el artista fue capaz de construir sus fábulas pictóricas, nosotros seremos capaces de tejer nuestra historia. Es todo un «juego» con los significantes, los significados, el contexto y el perceptor.

Devienen cuadros divertidos, disfrutables, al tratar una de desentrañar cada resquicio, descubrir las citas, como en una cinta cinematográfica donde se siente que están aludiendo a Casablanca y a Humphrey Bogart, por el discreto encanto de lo clásico, pero que reverbera hasta nuestros días, conectando pasado y presente para tratar de adivinar lo por venir. Apropiarse de lo ya visto refleja un espíritu de humorada, y siempre poder sonreír es la mejor propuesta de terapia, por muy dramática que pueda parecer cualquier situación.

Las posibilidades de esta obra erudita (sin rimbombancias ni pedanterías) son también un reto al propio autor: a seguir su camino sin extraviarlo, a proseguir su investigación tratando de llegar a nuevas conclusiones, tratando de estar al día en los avatares que va sufriendo el arte, como parte que es de la vida, plena de esquizofrenias individuales y colectivas. De otro lado, me preocupa cierta frialdad que emana del conjunto, a fuerza de ser tan pensado y lleno de elaboración. Necesitaría -con frases de los mexicanos- un cierto «desmadre» que se arme dentro de ella... algo que la haga más desembarazada. Si una fuera a hablar aquí como si se tratara de una receta de cocina, diría que necesitaría una cierta dosis de desprejuiciamiento de Lázaro Saavedra frente al arte, capaz de echar garra a cualquier cosa y hacerlo válido.

 Estoy segura que Camejo saldrá triunfante porque voy a detenerme aquí por la falta de espacio, pero quisiera decir muchas cosas más y, lo mejor, me ocurre como cuando uno termina de leer un buen libro, al terminar de ver los cuadros quisiera tener a Camejo al lado para seguir discutiendo con el autor. Dejar en una obra esa posibilidad es un logro para cualquier creador.

 
 

ARTURO REGUEIRO

un maestro con alas enormes

por Dannys Montes de Oca Moreda

 

El 7 de Agosto pasado, el pintor pinareño Arturo Regueiro expuso sus obras al público, en los salones del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, en la Habana Vieja y en la Fundación Ludwig de Cuba, en el Vedado. De esta última, reproducimos las palabras del catálogo que gentilmente nos entregó el artísta.

 

Pinareño, aunque nada localista, sino universal y grande, Arturo Regueiro, es sin lugar a dudas uno de los grandes de la plástica cubana. Junto a nombres como los de Benjamín Duarte, Gilberto de la Nuez, Ruperto Jay Matamoros, Silvio Iñiguez, entre otros, ha sido catalogado dentro del grupo de los llamados artistas primitivos o naïf; de ahí que se le asocie con dos o tres indicadores básicos, a partir de los cuales todo parecía quedar resuelto a la hora de analizar su obra. Un modelo que nace de la creación intuitiva que no se funda en enseñanza alguna; el falso precepto de su obra sin artificios, dada a la plasmación inmediata, casi impulsiva, de cualquier evento y motivo; la búsqueda rigurosa de un naturalismo sui generis que los conduce obsesivamente al detalle como sustituto de la ausencia de los rigores académicos; y la filiación con una visualidad de corte ingenuo asociada a la manera específica de emplear el color o de resolver las figuras, las relaciones espaciales y las composiciones.

Este, que bien se sabe no es un fenómero típicamente cubano; sino un hallazgo de la cultura artística de nuestro siglo, particularmente de la MODERNIDAD, quien llegó a considerar como ARTE las creaciones plásticas de los niños, los pueblos primitivos, de los dementes y de los que no provenían de escuela artística alguna, ha generado un verdadero ismo, cuya esencia radica no en su naturaleza PRIMITIVA, PREARTÍSTICA, sino en la conciencia de un PRIMITIVISMO per se alrededor del cual habría que definir auténticas causas y finalidades. Estamos hablando del ARTE PRIMITIVO o NAIF como un verdadero ESTILO UNIVERSAL, y del cual se han valido no pocas tendencias estéticas y entusiastas creadores.

Podríamos entonces ver a Regueiro como uno de esos agentes renovadores de la cultura que arrastra consigo los fluídos subterráneos y permanentes de la historia de la humanidad reincorporándolos a la corriente de la vida. Como un maestro con alas enormes que sobrevuela nuestra vidas con el pedigree de unos cuantos años y muchos más libros generosamente estudiados.

Si bien sus obras responden a determinados esquemas de diseño o normativas de apariencia primitivista, estas no nacen de lo espontáneo, sino de un aprendizaje (lento?) profundo y voraz. Sus referencias formales no están únicamente en el gran ESTILO PRIMITIVO sino en fuentes universales que lo colocan como un paradigma finisecular de artista MODERNO y CONTEMPORÁNEO. Su obra puede ser vista a la luz del modelo de la vanguardia europea de principios de siglo, bebiendo de culturas disímiles, llevando consigo el espíritu de un Van Gogh, un Cessane, un Gauguin o un Modigliani, pero puede llegar tan lejos como a la frontalidad del arte egipcio, al hieratismo del arte clásico griego o romano, al primitivismo de la pintura religiosa pre-renacentista, a las grandes obras que en la historia del arte han colocado como centro de atención los temas mitológicos, y por supuesto, a las escenas callejeras de una pequeña ciudad como Pinar del Río, desde la que el artista compite ingenua y sanamente con sus coetáneos y con los raros ecos de una supuesta postmodernidad. Si algo más hay que señalar de su ubicación en el contexto plástico cubano es el modo en que el maestro ha sabido distanciarse tanto de los géneros típicos de los "pintores de domingo" sin abandonarlos del todo, como de ese afán por trascender desde lo local, tan reclamado por los coleccionistas de turno, y sépase que no le faltarían razones. En su corta vida de artista –"veinte años no es nada"– Regueiro ha sabido orientar y dosificar adecuadamente sus energías creadoras para convertirse en lo que hoy es: el joven maestro de la plástica cubana.

 

RITUALES DE LOS CUERPOS Y LOS COLORES

 

«Adentrarse en las interioridades de Toste trae como consecuencia sabernos frágiles, conservadores de lo ingenuo e infantil, necesitados de ciertas efusiones de irracionalidad de las que nos privamos en la búsqueda irrefrenable y delirante de conocimiento. El nos propone sentir, más que preocuparnos por la conciencia del acto creativo». (Amalina Bomnín. Crítica de Arte).

EXPO en el Centro Provincial de Artes Plásticas

Pinar del Río (desde el viernes 11 hasta el 30 de septiembre de 1998)