"La historia cubana está jalonada de maravillosas
muestras
de amor a su Patrona...
No
olviden nunca los grandes acontecimientos
relacionados
con su Reina y Madre."
(Juan Pablo II. Santiago de Cuba, 24 de Enero de 1998.)
Este año celebramos el
Centenario del fin de la Guerra de Independencia, comenzada por José Martí en 1895 y
concluida el 12 de agosto de 1898, cuando los jefes de los ejércitos norteamericano y
español firman el Acta de Capitulación en la Ciudad de Santiago de Cuba... Estaba
ausente el General Calixto García. Los mambises, verdaderos protagonistas del triunfo, no
pudieron entrar en Santiago, y la paz se firmó entre las potencias extranjeras sin tener
en cuenta la afrenta que significaba la exclusión del Ejército Libertador .
Al no poder entrar en Santiago, el General Calixto García convoca a su Estado
Mayor y le ordena que avance hasta El Cobre, con el General Agustín Cebreco al frente,
para que allí "celebre el triunfo de Cuba sobre España en Misa solemne con Te Deum
a los pies de la imagen de la Virgen de la Caridad" en lo que ha sido considerada la
"Declaración Mambisa de la Independencia del pueblo cubano."
Hoy se conserva el Acta que perpetúa este acontecimiento y que marca la historia
de nuestra Patria con huellas indiscutibles que identifican la devoción a la Virgen
María, la madre de Nuestro Señor Jesucristo, con la libertad e independencia de la
Nación cubana.
No era la primera vez que un gesto religioso estuviera relacionado con el devenir
de nuestro camino de liberación. O todavía mejor, que nuestro proceso de crecimiento
como nación y sus protagonistas principales relacionaran, a lo largo de la historia, su
gesta libertadora y dignificadora con la religión cristiana.
La raíz se encuentra en el viejo limo de la conquista en que la voz de Fray
Bartolomé de las Casas y sus compañeros dominicos se convierte en insigne defensora de
los derechos de los indios explotados. Luego vinieron aquellos obispos, sacerdotes,
religiosos y laicos que fueron haciendo de Cuba una isla mayor de edad: baste recordar al
maestro Velázquez, al músico Esteban Salas, el Obispo Espada, el Padre Olallo, al Padre
Varela, Agramonte, Jesús Rabí, Finlay, y tantos otros que prepararon el camino con las
semillas de verdad, justicia y progreso. Semillas fecundadas en la matriz cristiana de
nuestra cultura.
Durante las Guerras de Independencia estas semillas ya habían germinado y
devenido en árbol genuino y frondoso de cubanidad, sin perder la raíz cristiana. Y no
solo la raíz sino el tronco y el fruto, que porque haya frutos malos y ramas secas...
porque se sequen hojas cada año y se pudran vástagos en cada época, como ocurre en todo
árbol sano y en toda nación que vive... no por ello debemos considerar que la savia
está envenenada, que la raíz ya no sostiene y arraiga, o que el tronco no retoñará a
su debido tiempo, o que los frutos rezumarán sólo la amargura del mal tiempo.
Al final del siglo más fecundo de nuestra historia, los mambises agraviados no
se detuvieron ante la puerta que se les cerraba, encontraron en la Iglesia, en su tierra,
el lugar de referencia en que se sintetizaran fe y libertad, justicia y paz: el Santuario
de la Virgen de la Caridad. No fueron a la Plaza de Bayamo, donde se había cantado por
primera vez el Himno. No fueron a La Demajagua, donde había sonado por primera vez la
campana de la libertad. No fueron a Baraguá, donde la fidelidad a la causa se hizo
rebeldía. Junto a todos estos símbolos de la Patria se alzaba otro que apareció a los
ojos mambises como lugar de indudable cubanía y espacio de libertad para poder expresar
sus sentimientos e ideales: la casa de la Madre siempre es regazo de paz y confianza.
Allí todos sus hijos pueden sacar fuera lo que hay en la conciencia, las vicisitudes y
las vivencias de la familia.
El Cobre había recibido al Padre de la Patria, que acudió a presentar sus armas
a la Virgen en Noviembre de 1868. Habían preparado el recibimiento en el Parque, pero
Céspedes preguntó si no estaba previsto visitar el Santuario... y allá fue con sus
valientes a honrar a la Madre de Cuba y a pedirle por su libertad. Treinta años después,
cuando la contienda llegaba a su fin y los poderosos ignoraron otra vez a los humildes, a
"los pobres de la tierra", ellos fueron a echar su suerte en las manos de su
Madre. En aquellas manos se encontraron con Jesús y con su Cruz. Ya sabemos que en el
regazo materno encontramos a los hermanos y encontramos también las cruces que nos
prueban la fidelidad. Sacrificio y fraternidad. Amor y dolor. Liberación y entrega. Su
nombre es Caridad. Su casa es Cuba.
Cien años después, la casa cubana sigue necesitando de su Madre. En sus manos
nos muestra los signos que marcan nuestro camino. Por ese camino nos encontramos cruces
sin sentido pero con resurrección junto, a experiencias de fraternidad y justicia. Por el
camino podemos ser excluidos o ignorados por los poderosos. Donde único se unen, bajo un
mismo pecho, la cruz y la luz, el sufrimiento y la esperanza, el absurdo y la razón, es
en las manos de la Virgen de la Caridad.
Cien años después, los cubanos no debemos olvidar el camino que conduce a la
Madre, sobre todo si se cierran otros caminos. No debemos olvidar que Ella se llama en
Cuba: Caridad.
Por eso, si en el dolor de hermanos acudimos a Ella, se alzará nuestra mirada,
nuestro corazón se levantará y:
"Su nombre será nuestro escudo. Nuestro amparo sus gracias
serán."
Pinar del Río, 8 de Septiembre de 1998. |