«...La
revolución será espiritual
o
no habrá verdadera revolución...»
Emmanuel
Mounier
Dada mi natural
aversión a los ismos -oportunismo, liberalismo, nacionalismo...etc.- les confieso que,
cuando en mis tiempos de bachiller, oí hablar por primera vez del personalismo, pensé
que sería algo así como la exaltación desordenada de la persona; era la época en que
Sartre cautivaba a jóvenes que veían en el existencialismo más una forma de protesta
que una filosofía de la concepción del hombre. Estaban de moda los hippies. Por ese
entonces, se hablaba de humanismo cristiano en los cambios sociales que ocurrían
veloces en el país, y como ahora, el humanismo era el mar verde donde desaguaban todas
las corrientes naturalistas -afirmación del hombre frente a lo sobrenatural-, y también
las corrientes personalistas -afirmación del hombre contra todos los sistemas que no
respetan su dignidad de persona-.
Pero a mi generación le importó menos la filosofía que la praxis, y,
satisfecha en su ignorancia, apostó al humanismo moderno que imagina a Dios como un rival
del hombre y como la garantía más segura de su plena realización, cayendo así en el
error de creer que el hombre sólo podría ser grande cuando suprimiera a quien le
superaba: Dios. Olvidando que Martí advirtió: «al hombre le es más fácil morir con
honra que pensar con orden», caímos en el error y hoy vivimos sus consecuencias.
En estos días, leyendo a Mounier (1905-1950) -máximo representante del
humanismo cuyo eje es la persona (personalismo)- encontré sus planteamientos tan acordes
con el pensamiento social de la Iglesia, que quiero compartir con Uds. su invitación a Rehacer
el renacimiento, a restaurarr la conciencia de la urgente necesidad del retorno a unos
valores olvidados por la civilización, pues también hoy, pasada ya media centuria, nos
agobia el desorden establecido, tanto de la explotación del hombre por el hombre -de
todos tipos y niveles-, como de la alienación del espíritu -que no es ciudadano de
derechas, ni tiene su morada en la izquierda-.
Nuestra sociedad, al igual que la francesa de los años 30, pasa por una crisis
que no es sólo sociopolítica o económica, sino que es, sobre todo, una crisis del
hombre mismo, crisis de valores e ideales, existencia de do ut des (doy para que
des), sin más horizontes que la inmediatez y el placer. Para Mounier, la crisis era
total: económica y espiritual, por eso la revolución que proclama debe hacer
espirituales, porque la revolución moral debe ser al mismo tiempo económica y la
revolución económica debe ser moral.
Nadie tiene derecho a sanear lo económico a espaldas de la moral social, y
cuando esto se olvida, cuando en aras del lucro individual o colectivo, se hace caso omiso
de las necesidades fundamentales de la persona y de la dignidad humana y se hacen «ajustes»
injustos, la crisis se vuelve total. La economía personalista, en cambio, promueve la
personalización progresiva de la sociedad sobre las bases de: responsabilidad,
iniciativa, dominio, creatividad y libertad, pues el personalismo «afirma el primado
de la persona humana sobre las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos
que sustentan su desarrollo». Por ello -dice también Mounier- «el fin de la
educación no es adiestrar al niño para una función o amoldarle a cierto conformismo,
sino hacer que madure y descubra esa vocación, que es su mismo ser, y el centro de
reunión de sus responsabilidades de hombre». Hay que educarle en la libertad
creativa.
En Camagüey, el Papa decía: «¡Que Cuba eduque a sus jóvenes en la
virtud y la libertad para que pueda tener un futuro de auténtico desarrollo humano
integral en un ambiente de paz duradera!», y, en su Mensaje a los jóvenes cubanos,
Juan Pablo II enfatizaba: «No olviden que la responsabilidad forma parte de la
libertad».
Y hasta mí llega en el tiempo este reto de la responsabilidad: ¡A nuestros
jóvenes hay que educarlos para la libertad!, para que la conozcan y sepan ejercerla.
Y mientras pienso en el alcance inaudito de su pensamiento, vienen a mi mente estas
palabras del Maestro: «Amamos la libertad porque en ella vemos la verdad. Moriremos
por la libertad verdadera, no por la libertad que sirve de pretexto para mantener a unos
hombres en el goce excesivo, y a otros en el dolor innecesario». ...y entonces caigo
en la cuenta que su pensar está en consonancia con el humanismo personalista: ¿será que
los cubanos debemos considerar esta línea de pensamiento?...
El personalismo no se considera como una filosofía cristiana, sino como una
reflexión sobre el hombre, abierta a creyentes y no creyentes, aunque Mounier no oculta
su inspiración evangélica. Católico ejemplar, su evangelio fue el «evangelio de los
pobres» que le lleva a la denuncia profética, el humanismo que propone hizo
explícitos -de forma brillante y persuasiva- los temas fundamentales de la Doctrina
Social de la Iglesia. Para él, la civilización no debe orientarse hacia el confort y
el consumismo, sino para la justicia, el amor y la creación, y esa es, precisamente «la
civilización del amor» que preconizó Pablo VI y en la que Juan Pablo II ve «la
meta indicada por la Iglesia como fin último de la humanidad» (DM,14).
Por eso, amigos, recordando aquello de que no hay que ser astrónomo para
contemplar las estrellas (e invitar a otros a ver en una noche oscura la maravilla del
firmamento estrellado y en su infinitud la obra del Creador), yo les invito ahora a
buscar, en las entrañas mismas de la sociedad que nos lacera, los valores humanos que la
hacen más digna y luchar por ellos, rompiendo ya la impotencia en que nos ha refugiado el
raquitismo de nuestra voluntad, pues sólo así podremos contribuir a que un humanismo
integral y democrático fecunde generoso la práctica sociopolítica en nuestra Patria. Un
humanismo como el que inspiró la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
de la que, en cierto sentido, podemos considerar a Mounier como precursor por la
influencia que tuvo, en la constitución francesa de 1946, su Declaración de derechos
de las personas y de las comunidades.
Como obreros, intelectuales, maestros o aprendices, tenemos el deber de buscar
senderos de esperanza por los que comenzar a transitar en el Tercer Milenio, y de la
crisis actual sólo saldremos airosos si afrontamos con valor los retos sociales,
asumiendo íntegra nuestra responsabilidad. Y para enfrentarnos, es bueno tener en mente
esta elocuente imagen usada por Mounier: «los animales que para luchar contra el
peligro se han fijado en escondrijos tranquilos y se han entorpecido con un caparazón, no
han dado sino almejas y ostras. Viven deshechos. El pez que ha corrido la aventura de la
piel desnuda y el desplazamiento, abrió el camino que desemboca en el homo sapiens».
El convertirnos en almejas, o en peces, es nuestro reto. El tuyo y el mío.
Yo, apuesto por el pez. Opto por la verdad que «limita» y libera.
¿Y tú? |