Estábamos en un
vivero de cítricos en la granja Enrique Troncoso, cerca de la ciudad de Pinar del Río.
Eran las cuatro de la tarde del 4 de Octubre de 1973. Desde el camino, un amigo me hizo
señas para que me acercara. Salí del surco para recibir la noticia de que había sido
invitado a la cena y la Eucaristía que presidiría el Arzobispo Agostino Casaroli,
Secretario para los Asuntos Públicos de la Iglesia de la Santa Sede.
Era la primera vez que un funcionario de alto rango del Vaticano visitaba Cuba
después de 1959. En la comida que le brindaba el entonces Obispo de Pinar del Río, Mons.
Manuel Rodríguez Rozas, participarían una representación de los sacerdotes, religiosas
y laicos de la Diócesis. Con el Arzobispo Casaroli vendría Mons. Cesar Sachi, Encargado
de Negocios de la Santa Sede en Cuba.
Llegué hasta el Instituto preuniversitario en el campo "Antonio
Guiteras", donde cursaba el decimotercer grado, para pedir el permiso oficial, que me
fue concedido por alguien que era profesor de Literatura y amigo, que luego de consultar,
me otorgó el pase hasta el día siguiente en la mañana para ir a clases.
Al llegar al Obispado, encontré a Monseñor Casaroli, que al serle presentado un
joven católico que estaba becado en el campo, se acercó con gran atención. Sus ojos
penetrantes y vivaces se clavaron en aquel muchacho. Siempre recordaré su benevolencia y
cercanía. No parecía el diplomático insigne, artífice de las difíciles relaciones con
el campo socialista y la Unión Soviética, llamada "ostpolitik" cuya carrera y
servicios a la paz mundial y al entendimiento entre la Iglesia y todos los países sin
distinción, eran reconocidos en el mundo entero.
Su recomendación fue sencilla, diáfana y contundente: sea fiel a Cristo y a la
Iglesia, dé testimonio de buen estudiante, y sea solidario con sus compañeros y amigos
sin distinción.
Este programa de vida, que llevaba el sello de la sencillez y profundidad del
Evangelio, marcó para siempre mi compromiso cristiano y mi amor a la Iglesia.




De
izquierda a derecha, y de arriba hacia abajo: 1) Con el Papa Pablo VI en su viaje a
Bogotá, 1968. 2) El Papa Juan Pablo II abraza agradecido a su Secretario de Estado al
cesar sus funciones, el 1ro. de diciembre de 1990. 3) Casaroli preside el Milenio del
Cristianismo en Rusia. Moscú, 1988. y 4) Casaroli se dirigió varias veces a todas
las naciones de la tierra en la ONU. enero de 1978.
Ese día, me enteré en la mesa que había sido elegido para leer, en la Misa de
la Catedral, el Mensaje que el Papa Pablo VI enviaba a la Iglesia cubana. Ahora comprendo
la prioridad que le daba la Iglesia de aquellos momentos a los pocos jóvenes que
permanecían.
Monseñor Casaroli dejó en la Homilía de la Catedral de La Habana un programa
para la probada Iglesia cubana: Hay que ser signo de unidad y fermento de reconciliación
en medio de este pueblo del que los cristianos y la Iglesia forman parte indisoluble. Este
programa fue el inicio de la línea ininterrumpida y coherente de la Santa Sede con
relación a Cuba, que ha tenido su continuación en las posteriores visitas de los
cardenales Gantín, Etchegaray, Pironio, Furno, Laghi... y en la recordada y
paradigmática visita de Mons. Jean-Louis Tauran, que ocupa el cargo que entonces ocupaba
Casaroli, y que se denomina hoy Secretario para las Relaciones con los Estados. Esta
línea magisterial, explicitada con gestos de cercanía, ha tenido su culmen y plenitud en
la reciente visita de Su Santidad el Papa Juan Pablo II.
Veinte años después, en la primavera de 1995, el actual Obispo de Pinar del
Río, visitaría en su residencia del Vaticano al Cardenal Agostino Casaroli, que había
servido al Papa como Secretario de Estado durante más de diez años y ahora continuaba
asesorando, a título privado, muchas obras y gestiones de la Iglesia.
Mons. Siro regresó admirado y conmovido del recuerdo cariñoso y fiel del
Cardenal Casaroli para con la Iglesia cubana y especialmente hacia esta Iglesia pinareña.
Recordaba los detalles de la Celebración y a las personas que había encontrado. El viejo
y fiel sacerdote, la religiosa entregada, el joven estudiante... Cuba tenía un lugar
permanente en sus oraciones y cada noticia de Cuba inquietaba su corazón de pastor y
diplomático.
Quiso la providencia que el autor de estos recuerdos pudiera asistir a una
reunión del Pontificio Consejo Justicia y Paz en Roma en el otoño de aquel mismo año de
1995. El Obispo me recomendó que intentara hacer una visita de cortesía al Cardenal
Casaroli y buscó las providencias con las hermanas que lo atendían y que esperan por
venir a servir a esta Iglesia pinareña.
Pasado el mediodía del 26 de septiembre de 1995 llegué al sencillo apartamento
del Cardenal Casaroli dentro de las murallas del Vaticano. Esperé en una acogedora salita
y en breves minutos se acercó la figura amable del ilustre prelado. Los saludos, por mi
parte muy formales, y de la suya muy cordiales, rompieron ese hilo que la veneración y la
trayectoria de una persona insigne nos hace tejer sin razones explícitas.
La primera pregunta sobre la Iglesia cubana, su crecimiento, su notable
credibilidad y encarnación en medio de su pueblo. Una referencia obligada al ENEC
(Encuentro Nacional Eclesial Cubano) celebrado en 1986. Alabó la altura y sabiduría del
Documento Final, que conservaba.
Recordó la visita del Obispo de Pinar del Río y el deseo que le había
expresado de venir a Cuba a descansar, a disfrutar de sus paisajes y colores, de la luz
del trópico, de su calor humano y climático, sin publicidad, sin complicaciones, para
contemplar esta bella Isla a la que Dios había adornado con tantos valores naturales y
espirituales.
Luego hizo referencia al Centro de Formación de la Diócesis y a su Revista
Vitral, que le habíamos obsequiado. Su visión sobre el protagonismo de los laicos y su
conocimiento sereno y profundo de las experiencias de las Iglesias de Europa central y del
Este que había visitado. Las peculiaridades y diversidad de situaciones. Las cosas
coincidentes y la paciencia histórica.
Hubo una recomendación que me recordó mucho su visita a Cuba en la década de
los setenta: que sus programas sean propositivos no confrontativos. Hay que buscar el
diálogo y la reconciliación, sin desvirtuar ni disimular la integridad del mensaje
cristiano. Sea fiel a la Iglesia que es nuestra Madre. Ame mucho a la Iglesia y a su
Patria. Cuba merece mucho amor.
Así terminaba este encuentro con un hombre de mundo que consideraba a la Iglesia
como su Madre y con un hombre de Iglesia que consideraba al mundo como su Patria. Por eso
pudo ser al mismo tiempo y sin fracturas, pastor cordial y diplomático eminente.
Escogió para las fotos un bellísimo óleo que adorna el vestíbulo de su
apartamento, con el Pontífice con el que más tiempo trabajó, quien lo promovió y lo
cobijó con cariño paternal: el Papa Pablo VI, que se incorpora en su trono como para
abrazar al mundo por el que tanto sufrió.
Precisamente la última conferencia pública y solemne del Cardenal Casaroli, fue
un homenaje al recordado Papa Montini, al cumplirse este año de 1998 el primer Centenario
de su nacimiento. Estuvo presente en la disertación el Santo Padre Juan Pablo II, quien
meses después, presidió el funeral del llorado Cardenal, expresando así su admiración
personal por este Pastor, que ha marcado con sus dotes y servicios la historia de la
Iglesia católica en sus relaciones con el mundo durante la segunda mitad del siglo que
termina.
Nunca
pudo el Cardenal Casaroli emprender su viaje de descanso a Cuba. El viaje definitivo lo ha
colocado para siempre en la comunión de los que creemos en Jesucristo. Esa comunión
plena no necesita de viajes para que Cuba pueda gozar de la cercanía de este hombre santo
cuyo acompañamiento a esta Isla caribeña trasciende hoy la luz del trópico, que no pudo
ver más, para contemplar la Luz sin ocaso que es Cristo. |