Lo prometido es deuda y las deudas se saldan. En el número 26
de Vitral les comunicaba que con motivo de este año de celebraciones por el
Quincuagésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Vitral se
uniría a este acontecimiento con su pequeño aporte, de modo que lo que celebramos sea un
nuevo impulso a este alto y noble propósito que es la promoción de los derechos de la
persona humana.
El texto íntegro del Pacto de los Derechos Económicos y
Sociales, que también habíamos anunciado, saldrá en el Vitral 28, si Dios quiere, pues
hemos querido priorizar el discurso del Santo Padre Juan Pablo II, ante los delegados a un
Congreso mundial sobre la pastoral de los derechos humanos que organizó en el Vaticano la
Pontificia Comisión Justicia y Paz los días 1 al 4 de Julio del presente año.
Pudiera decirse con certeza que la esencia de la vida de este gran
pontífice ha sido la de servir al hombre, defender y promover su dignidad plena y sus
derechos. Claramente se ha dibujado esta línea continua y coherente que define una
opción fundamental en su proyecto de vida. La capacidad de entrega y sacrificio que ha
demostrado el Santo Padre por la Iglesia y por su pueblo, por la construcción de un mundo
mejor, basado en el respeto y primacía de la persona humana. Esto le da una enorme
credibilidad a su magisterio.
Cuando en su visita a Cuba, el Papa expresó en la homilía de la
Santa Misa en Camagüey que «La felicidad se alcanza desde el sacrificio»(15,4) nadie
dudó de que estas enseñanzas eran fruto de las experiencias de su propia vida.
Precisamente la virtud, fuerza, de la vida de este pastor, radica en la disponibilidad que
ha demostrado para convertir la cruz en resurrección, el sacrificio en felicidad, los
dones que Dios le ha concedido ponerlos al servicio del bien y de la justicia.
Amigo lector: ¿has puesto tus dones y capacidades personales al
servicio del otro, de tu pueblo?. Si aun no te decides, escucha esta sugerencia de un
amigo: cuando tengas dudas para escoger entre varias alternativas buenas, escoge el camino
que más sacrificio te exija. Esta es la regla de oro de la ética cristiana personalista.
Difícilmente te arrepentirás de haberlo hecho así.
A
continuación estas enseñanzas de Juan Pablo II que nos pueden iluminar en este camino.
Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado; señoras y señores:
Con particular alegría acojo aquí esta mañana a los participantes en el Congreso
mundial sobre la pastoral de los derechos humanos, que el Consejo pontificio Justicia y
paz, en el marco de las iniciativas promovidas por la Santa Sede, ha querido convocar
para celebrar el 50º Aniversario de la declaración Universal de derechos del Hombre.
Agradezco de todo corazón al nuevo presidente del Consejo pontificio, monseñor
Francois-Xavier Nguyén Van Thuán, la presentación que ha hecho de vuestros trabajos. Y
me alegro por la ocasión que tengo de expresar al presidente saliente, el querido e
incansable cardenal Roger Etchegaray, mi profunda gratitud por la entrega y la competencia
con que ha dirigido el dicasterio durante catorce años.
Saludo a todos los participantes, y también a los miembros, consultores y
colaboradores del Consejo Pontificio. La presencia entre vosotros de representantes de
otras Iglesias cristianas y de diversos organismos internacionales es un signo de nuestra
preocupación común y de nuestro compromiso con todos en la promoción de la dignidad de
la persona humana en el mundo de hoy.
Dignidad de la persona
El tema del designio de Dios para la persona humana, de la «dimensión
humana del misterio de la Redención», fue uno de los aspectos principales de mi primera
encíclica Redemptor hominis (cf.n. 10). Al considerar al hombre como «el camino
primero y fundamental de la Iglesia» (n.14) expuse el significado de los «derechos
objetivos e inviolables del hombre» (n.17) que, en medio de las vicisitudes de nuestro
siglo, han recibido poco a poco su formulación en el plano internacional, especialmente
en la Declaración Universal de Derechos del Hombre. Después, durante todo mi ministerio
de Pastor de la Iglesia universal, he querido dedicar una atención particular a la salvaguardia
y a la promoción de la dignidad de la persona y de sus derechos, en todas las etapas
de su vida y en toda circunstancia política, social, económica o cultural.
Al analizar, en la encíclica Redemptor hominis, la tensión entre los
signos de esperanza concernientes a la salvaguardia de los derechos humanos y los signos
más dolorosos de un estado de amenaza para el hombre, planteé la cuestión de las
relaciones entre «la letra» y «el espíritu» de estos derechos (cf.ib). Aún hoy se
puede constatar el abismo que existe entre «la letra», reconocida a nivel internacional
en numerosos documentos, y «el espíritu», actualmente muy lejos de ser respetado, ya
que nuestro siglo está marcado todavía por graves violaciones de los derechos
fundamentales. Hay siempre en el mundo innumerables personas, mujeres, hombres y
niños, cuyos derechos son despreciados cruelmente. ¿Cuántas personas están privadas
injustamente de su libertad, de la posibilidad de expresarse libremente o profesar
libremente su fe en Dios? ¿Cuántas son víctimas de la tortura, de la violencia y de la
explotación? ¿Cuántas personas, a causa de la guerra, de injustas discriminaciones, de
la desocupación o de otras situaciones económicas desastrosas no pueden llegar a gozar
plenamente de la dignidad que Dios les ha dado y de los dones que han recibido de él?
Misión de la Iglesia en el Mundo
El primer objetivo de la pastoral de los derechos humanos es, pues, lograr que la
aceptación de los derechos universales en la «letra» lleve a la puesta en práctica
concreta de su «espíritu» en todas partes y con la mayor eficacia, a partir de la verdad
sobre el hombre, de la igual dignidad de toda persona, hombre o mujer, creado a imagen
de Dios y convertido en hijo de Dios en Cristo.
En nuestro planeta, toda persona tiene derecho a conocer la «verdad sobre el
hombre» y a poder vivirla, cada uno según su identidad personal irreemplazable, con sus
dones espirituales, su creatividad intelectual y su trabajo, en su familia, que es sujeto
particular de derechos, y en la sociedad. Cada ser humano tiene el derecho a desarrollar
plenamente los dones que ha recibido de Dios. En consecuencia, todo acto que desprecia la
dignidad del hombre y frustra sus posibilidades de realizarse, es un acto contrario al
designio de Dios para el hombre y para toda la creación.
La pastoral de los derechos humanos está, pues, en estrecha relación con la
misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo. En efecto, la Iglesia no puede abandonar
jamás al hombre, cuyo destino está unido íntima e indisolublemente a Cristo.
Derechos sociales y económicos
El segundo objetivo de la pastoral de los derechos humanos consiste en plantear
«los interrogantes esenciales que afectan a la situación del hombre hoy y en el
mañana» (Redemptor hominis, 15), con objetividad, lealtad y sentido de
responsabilidad.
A este respecto, se puede constatar que las condiciones económicas y sociales en
que viven las personas cobran en nuestros días una importancia particular. La
persistencia de la pobreza extrema, que contrasta con la opulencia de una parte de
las poblaciones, en un mundo que se distingue por grandes avances humanistas y
científicos constituye un verdadero escándalo, una de esas situaciones que obstaculizan
gravemente el pleno ejercicio de los derechos humanos en el momento actual. En vuestras
actividades, ciertamente habéis constatado, casi a diario, los efectos que causan la
pobreza, el hambre o la imposibilidad de acceder a los servicios más elementales, en la
vida de las personas y en la lucha por su subsistencia y la de sus seres queridos.
Con mucha frecuencia, las personas más pobres, a causa de la precariedad de su
situación, se convierten en las víctimas más seriamente castigadas por las crisis
económicas que afectan a los países en vías de desarrollo. Es necesario recordar que la
prosperidad económica es, ante todo, fruto del trabajo humano, de un trabajo honrado y a
menudo, penoso. La nueva arquitectura de la economía a escala mundial debe
descansar en los fundamentos de la dignidad y de los derechos de la persona, sobre todo el
derecho al trabajo y la protección del trabajador.
Por esa razón, se requiere hoy una atención renovada a los derechos sociales
y económicos, en el marco general de los derechos humanos, que son indivisibles.
Es importante rechazar toda tentativa de negar una real consistencia jurídica a estos
derechos, y es necesario reafirmar que está comprometida la responsabilidad común de
todos los protagonistas -poderes públicos, empresas y sociedad civil-, para llegar a su
ejercicio efectivo y pleno.
Dimensión educativa
En la pastoral de los derechos humanos, la dimensión educativa adquiere
hoy una importancia particular. La educación en el respeto a los derechos del hombre,
implicará naturalmente la creación de una verdadera cultura de los derechos humanos,
necesaria para que funcione el Estado de Derecho y la sociedad internacional se
funde realmente en el respeto al derecho. En Roma se está celebrando actualmente la
Conferencia diplomática de las Naciones Unidas para la institución de un Tribunal penal
internacional. Deseo que esta Conferencia concluya, como todos lo esperan, con la
creación de una nueva institución, para proteger la cultura de los derechos humanos a
escala mundial.
En efecto, el respeto total de los derechos humanos podrá integrarse en cada una
de las culturas. Los derechos del hombre son, por su misma naturaleza, universales,
ya que su fuente es la igual dignidad de todas las personas. Al reconocer la diversidad
cultural que existe en el mundo y los diferentes niveles de desarrollo económico, es
conveniente afirmar con fuerza que los derechos humanos conciernen a cada persona.
Como he declarado en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año (cf.n.2),
el argumento de la especificidad cultural no debe utilizarse para cubrir violaciones de
los derechos humanos. Con mayor razón, es necesario más bien promover una concepción
integral de los derechos de toda persona en el desarrollo, en el sentido en que mi
predecesor Pablo VI deseaba el desarrollo «integral», es decir, el desarrollo de todas
las personas y de toda la persona (cf. Populorum progressio, 14). Situar en el
centro de la reflexión la promoción de un solo derecho o de una sola categoría de
derechos, en detrimento de la integridad de los derechos humanos, significaría traicionar
el espíritu de la misma declaración universal.
Libertad y religión
La pastoral de los derechos humanos, por su misma naturaleza, debe dedicarse
particularmente a la dimensión espiritual y trascendente de la persona, sobre todo
en el ambiente actual en que se manifiesta la tendencia a reducir la persona a una sola de
sus dimensiones, la dimensión económica, y a considerar el desarrollo ante todo en
términos económicos.
De la reflexión sobre la dimensión trascendente de la persona deriva la
obligación de proteger y promover el derecho a la libertad de religión. Este
congreso pastoral me brinda la ocasión de expresar mi solidaridad y mi apoyo en la
oración a todos los que, aún hoy, no pueden ejercer en el mundo plena y libremente este
derecho, tanto de modo personal como comunitario. A los responsables de las naciones se
dirige mi exhortación apremiante y renovada a garantizar el ejercicio concreto de este
derecho a todos sus ciudadanos. En efecto, los poderes públicos encontrarán entre los
creyentes a hombres y mujeres de paz, deseosos de colaborar con todos, con vistas a
edificar una sociedad más justa y pacífica.
Os agradezco a todos no sólo vuestra participación en este congreso, sino
también vuestro testimonio diario y vuestra acción educativa en la comunidad cristiana.
Junto con vosotros, recuerdo el testimonio de quienes, en nuestra época, han vivido su
fidelidad al mensaje de Cristo sobre la dignidad del hombre, renunciando a sus propios
derechos por amor a sus hermanos y hermanas. Encomiendo vuestras diversas misiones a
María, Madre de la Iglesia, que os ayudará a penetrar, como ella, el sentido más
profundo del gran misterio de la redención del hombre.
A vosotros, a vuestros seres queridos y a todos los que comparten vuestros
compromisos, os imparto de todo corazón la bendición apostólica. |