UN GENUINO PROCESO DE INCULTURACIÓN DE LA FE

Palabras al Clero y Formadores, Religiosos y Religiosas.

La Habana, lunes 29 de junio de 1998

 

 

Emmo. Señor Cardenal.

Excmo. Señor Nuncio.

Exmos. Señores Obispos.

Amadísimos sacerdotes, formadores, religiosos.

Amadísimas religiosas.

 

 

He deseado vivamente este encuentro familiar con ustedes que son el corazón de esta Iglesia. En ustedes late con singular carisma la vida de este para mí muy amable y muy amado pueblo cubano. Ustedes son los sujetos de sensibilidad mayor de la Iglesia en sus "gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias".

El Santo Padre ha venido a este país para abrir un nuevo horizonte de caridad y contemplación, especialmente entre ustedes que desgastan su vida al servicio de los demás. Ustedes son los brazos y los pies de ese mensajero que no podía quedarse en Cuba, pero que tiene aquí parte del rebaño del Buen Pastor. Ustedes son los continuadores naturales de la visita del Papa, empresa que es, sin duda, un inmenso desafío a la autenticidad y a la audacia de todos los miembros de esta Iglesia.

Yo vengo un poco después de esa visita, y en mis conversaciones y encuentros con los miembros de la Iglesia de Cuba, privados o públicos, no puedo menos que beber en esa fuente de nueva evangelización que fue el magisterio del Papa en Cuba. Yo, que cotidianamente llevo el encargo del mismo Santo Padre de servir a la educación católica, a los seminarios, a los formadores, a la escuela y a la universidad, vengo desde la Santa Sede para ver con propios ojos todas estas realidades, examinar cómo se llevan adelante en esta Iglesia que quiere ser fiel a ese soplo del Espíritu que fue el Pentecostés de la Visita del Vicario de Cristo.

Conocemos todos lo que ha sido la educación católica en Cuba en el pasado y los esfuerzos que se han hecho durante estas últimas décadas para poder llegar a una educación integral y cristiana por caminos informales, pobres pero eficaces, siempre válidos, y mucho más cuando han debido realizarse en condiciones difíciles.

La educación católica debe, en efecto, encontrar canales de comunicación, convivencia y formación con todos los sectores y ambientes, aún cuando oficialmente no cuente todavía con instituciones formales. En este sentido, cuando las estructuras no existen, debe perdurar la obra educativa a través del testimonio de cada cristiano, de la entrega generosa en gratuidad de cada religiosa y religioso, a través de lo que el Papa destacó en la Universidad de la Habana como mística del Padre Varela: "creer en la fuerza de lo pequeño, en la eficacia de las semillas de la verdad".

Ustedes, más que nadie, saben de esta mística evangélica, del poder vivificante de la pequeña semilla, de la potencia generadora de la pequeña luz; conocen el valor de la perla fina, de la tranformación que opera la sal por ser sal. Ustedes en la Iglesia son, en gran parte, canales privilegiados de esas fuerzas sobrenaturales en este momento histórico para la Patria y para la Iglesia.

Al dirigirme ahora a los sacerdotes, quisiera unir mi humilde palabra a la del Sucesor de Pedro para decirles: "aprecio y agradezco su correspondencia a la gracia divina que los ha llamado a ser pescadores de hombres (Mc. 1,17), sin dejarse desanimar por el cansancio o el desánimo producidos por el vasto campo de trabajo apostólico, debido al reducido número de sacerdotes y a las muchas necesidades pastorales de los fieles... No pierdan la esperanza ante la falta de medios materiales para la misión, ni por la escasez de recursos, que hace sufrir a gran parte de este pueblo... continúen iluminando las conciencias en el desarrollo de los valores humanos, éticos y religiosos, cuya ausencia afecta a amplios sectores de la sociedad, especialmente a los jóvenes, que por eso son más vulnerables" (Mensaje al clero en la Catedral de la Habana, no. 3). Según el P. Varela, forjador de la conciencia nacional, los sacerdotes y los formadores debían ser personas que "no fueran soberbios con los débiles ni débiles con los poderosos". En esto y en muchas otras cosas las Cartas a Elpidio son en el presente un insustituible texto y un programa insoslayable para la educación moral y cívica de los cubanos.

Ustedes, queridísimas religiosas, han creado, con grande genio femenino y con paciencia amorosa, una red informal de formación, partiendo desde la acción y el testimonio elocuente. Doy gracias a Dios por lo que han hecho, les agradezco en nombre de la Iglesia lo que hacen y les exhorto no sólo a seguir haciendo más de lo mismo, sino a hacer algo de lo nuevo que les inspire la visita del Papa y el soplo del Espíritu. En este sentido el Vicario de Cristo les animaba a procurar "que en un futuro no muy lejano la Iglesia pueda asumir su papel en la enseñanza, tarea que los Institutos religiosos llevan a cabo en muchas partes del mundo con tanto empeño y con gran beneficio también para la sociedad civil" (Mensaje en la Catedral, no. 4). Ustedes pudieron apreciar el caluroso y prolongado aplauso que tributó la asamblea allí reunida a estas palabras del Sucesor de Pedro, lo cual lo animó a interrumpir el discurso y decir: "Se ve que lo quieren". Sí, el pueblo cubano desea que sus hijos se formen en plenitud de humanidad, en los valores humanos y cristianos, los cuales abren los horizontes de la vida personal y comunitaria al esplendor de la trascendencia divina.

Evidentemente, esta exhortación del Papa no se refiere solamente a los colegios de las Congregaciones religiosas, sino también a las escuelas parroquiales, a las escuelas públicas, a los colegios privados no confesionales, a las Universidades, Seminarios y Noviciados, a los Institutos y Centros de Formación de inspiración cristiana y a las vías no formales de educación en la comunidad civil. La educación católica es pluriforme y amplia; busca que en cada ambiente, comunidad o estructura "cada persona, en sus necesidades materiales y espirituales, esté en el centro del magisterio de Jesús; he aquí porqué la promoción de la persona humana es el fin de la escuela católica."(Juan Pablo II, Discurso al I Congreso nacional de la Escuela Católica en Italia, 29-XI-1991).

Invito, pues, a todos a animar proyectos de formación que sean personalizadores y que eduquen para alcanzar la plenitud de la propia vocación y el ejercicio integral de los derechos y los deberes humanos y cívicos. En este campo se ha de trabajar en estrecha colaboración con los laicos católicos, ya que ellos, que viven su compromiso cotidiano en el mundo de la cultura, de la economía, del trabajo, de la política y de la educación, pueden ayudar mucho a hacer vida esta realidad y a buscar alternativas viables para una educación de inspiración cristiana.

En el encuentro del Santo Padre con los sacerdotes y religiosos en la Catedral de La Habana él les pidió con insistencia que estuvieran atentos a la fe de este pueblo: "La fe del pueblo cubano al que Ustedes sirven, dijo, ha sido fuente y savia de la cultura de esta Nación. Como consagrados, busquen y promuevan un genuino proceso de inculturación de la fe que facilite a todos el anuncio, acogida y vivencia del Evangelio" (o.c., no.4).

La inculturación es el camino de todo proceso de educación católica. No se trata simplemente de yuxtaponer los valores universales del Evangelio al cuerpo de pensamiento y a las estructuras académicas de un pueblo. Se trata, más bien, de descubrir, promover y fecundar las "semillas del Verbo" que están ya presentes en toda cultura y de modo muy especial en la cultura occidental de matriz cristiana. En Cuba no es menor la evidencia de la síntesis entre la fe cristiana y la cultura nacional. Es por ello que la educación católica en este país tiene ya el camino preparado y no necesita introducir elementos ajenos con relación a su historia e identidad.

Las nuevas modalidades de la educación católica deben dar respuesta a las necesidades morales, cívicas y espirituales del pueblo cubano, en unitaria fidelidad a Cristo y a lo mejor de la cultura cubana. No se trata tampoco de empezar a elaborar esta síntesis, pues en el inicio de la gestación misma de la cultura que identifica y da soberanía a este pueblo, el Padre Varela y el Seminario de San Carlos y San Ambrosio de la Habana, como lo recordó el Papa, lograron poner el sólido cimiento del amor indivisible a Dios y a la Patria. Se trata de dar continuidad y eficacia a ese amor en estos tiempos.

 

 

CONCLUSIÓN

 

Queridísimos hermanos sacerdotes y religiosas: ustedes tienen ante sí este desafío, dejado por el Vicario de Cristo. Con él les digo: "Nadie debe eludir el reto de la época en la que le ha tocado vivir" (Mensaje a los jóvenes, no. 4). Que la Virgen de la Caridad les acompañe en este nuevo Pentecostés apostólico, cuidando Ella los carismas y encargos pastorales que han recibido y ayudándoles a encontrar, con creatividad y audacia, nuevos caminos para la evangelización, de modo que puedan servir, en gratuidad y sin medida, a "este pueblo que los necesita porque necesita a Dios" (Mensaje en la Catedral, no.7).

 

Muchas Gracias.