LA EDUCACIÓN AL SERVICIO DE LA PERSONA HUMANA

Conferencia a educadores

Pinar del Río, sábado 27 de junio de 1998

 

 

Querido Mons. José Siro González, Obispo de Pinar del Río.

Excmo. Mons. Beniamino Stella, Nuncio Apostólico en Cuba.

Queridos animadores del Centro de Formación Cívica y Religiosa.

Distinguidos Educadores invitados.

 

Es para mí motivo de gozo poder encontrarme con un grupo tan diverso y numeroso de personas dedicadas a la educación. Como Prefecto de la Congregación para la Educación Católica tengo la misión, encomendada por el Santo Padre, de animar, sostener y acompañar las diversas iniciativas que alrededor del mundo tiene la Iglesia Católica en el campo de la educación cristiana.

Agradezco en primer lugar a S. E. Mons. José Siro González Bacallao, haberme invitado a venir esta tarde a esta Diócesis de Pinar del Río, de la cual he tenido muy buenas referencias en cuanto a la vivencia de la fe, la estupenda tradición del laicado católico y su compromiso evangelizador en el campo social.

El mismo Santo Padre ha querido tener un gesto, poco frecuente y muy elocuente, para con esta Diócesis, al desviar su largo viaje desde Roma y dar su primera bendición y un cordial saludo desde el aire «a los hijos e hijas de esa región occidental de la nación, cuyos atractivos naturales evocan aquella otra riqueza que son los valores espirituales que les han distinguido y que están llamados a conservar y transmitir a las generaciones futuras para el bien y el progreso de la Patria» (Mensaje a la diócesis durante el sobrevuelo).

Esta tarde he podido contemplar algo de esas bellezas naturales de que habla el Papa, pues he visitado el Valle de Viñales y en contacto con ustedes he podido, y ahora podré, entrar en contacto con algunos de aquellos valores que el Santo Padre asemejaba a los atractivos del paisaje.

 

 

1. La Educación católica: una obra para la persona y de las personas

 

En realidad he conocido desde antes las obras que desarrollan, en medio y a pesar de carencias y dificultades, para ofrecer una formación integral, las cuales, además de conservar y transmitir los valores tradicionales, tratan de descubrir cuáles son los modos más adecuados para formar a las nuevas generaciones. Conozco que han dedicado, desde hace cinco años, grandes esfuerzos a la creación de un Centro Católico de Formación Cívica y Religiosa, el cual tiene como objetivo fundamental formar al hombre como persona consciente, libre, responsable y participativa.

 

Yo no sé para lo que va a servir mi visita a este país, a esta Cuba, después de 5 meses de la visita del Santo Padre. Ojalá fuese para que en otras diócesis se estableciesen Centros Católicos de Formación Cívica y Religiosa como se ha establecido aquí.

En el reciente documento de la Congregación para la Educación Católica, titulado La Escuela Católica en el Umbral del Tercer Milenio - he visto que lo han publicado en esta Diócesis -, se dice: «La escuela católica se configura como escuela para la persona y de las personas. Por eso quiero enfatizar de nuevo: Educación al servicio del hombre, de la persona y de las personas. Cada persona, en sus necesidades materiales y espirituales, está en el centro del magisterio de Jesús; de ahí que la promoción de la persona humana sea el fin de la escuela católica... lo que manifiesta que la persona ocupa el centro del proyecto educativo de la escuela católica, refuerza su compromiso educativo y la hace idónea para formar personalidades fuertes» (o.c., no. 9).

 

Hoy en día se habla, y esto que les estoy diciendo no lo digo para este país, lo he repetido visitando otros países y lo he repetido también en Italia, donde se ha hablado mucho del derecho del Estado y aún el derecho de la Iglesia de educar, pero los derechos los tienen los niños de ser educados, los derechos los tiene la familia de educar a esos niños, a esos hijos e hijas. Nosotros hablamos de deberes, el Estado tiene que empezar a hablar del deber, es fácil hablar del derecho y asumirse todos estos derechos como si fuera un monopolio y esto lo digo también refiriéndome a cierta situación de países sobre todo de Europa y otros. Son los niños quienes tienen el derecho de ser educados.

Doy gracias a Dios porque la puerta de la evangelización, de la que es parte esencial la educación, se ha comenzado a abrir en esta diócesis y en muchas otras, que han inventado, con creatividad y audacia, nuevos cauces para una formación integral de inspiración católica.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2. Una educación abierta y participativa

 

El servicio que presta toda obra educativa católica está, por esencia, abierto a todos los hombres de buena voluntad. En efecto, como dice el citado documento: «La escuela católica no debe ser considerada separadamente de las otras instituciones educativas y gestionada como cuerpo aparte, sino que debe relacionarse con el mundo de la política, de la economía, de la cultura y con la sociedad en su conjunto. Concierne, por tanto, a la escuela católica afrontar con decisión la nueva situación cultural, presentarse como instancia crítica de proyectos educativos parciales, modelo y estímulo para otras instituciones educativas, hacerse avanzadilla de la preocupación educativa de la comunidad eclesial. De este modo se pone de manifiesto claramente la función pública de la escuela católica, que no nace como iniciativa privada, sino como expresión de la realidad eclesial, que es por su naturaleza de carácter público. Realiza un servicio de utilidad pública y, aunque está clara y manifiestamente configurada según la perspectiva de la fe católica, no se reserva sólo a los católicos, sino que está abierta a todos los que demuestren apreciar y compartir una propuesta educativa cualificada» (o.c., no. 16).

 

En Italia, por ejemplo, se habla mucho de la escuela católica como de una escuela privada. Se hace la contraposición entre la escuela pública que es la escuela del Estado y de la escuela privada que es la escuela, por ejemplo, de la Iglesia o de las comunidades religiosas o de las diócesis. Nosotros repetimos siempre que al ejercer una educación pública y al ser la Iglesia una entidad de Derecho Público Internacional, las escuelas que nosotros dirigimos son escuelas públicas, aunque sean mantenidas con dinero privado, porque aceptamos los programas del gobierno, aceptamos los profesores que son diplomados por el gobierno, no son escuelas privadas.

Este carácter abierto y plural no es un elemento accesorio, sino que pertenece a la catolicidad de las obras educativas, que por eso mismo tienen una permanente vocación de universalidad y apertura. Creo que para Cuba esta apertura no es sólo oportunidad de diálogo y cooperación entre creyentes y no creyentes, sino que es, además, un valioso y cualificado testimonio para mostrar cuáles son los caminos de apertura a los que la Iglesia convoca sin intenciones hegemónicas o excluyentes. Este testimonio puede servir, además, como estímulo para que otras instituciones de la sociedad civil y del Estado compartan las obras de la Iglesia y se abran a su vez, «en una atmósfera de libertad, confianza recíproca, justicia social y paz duradera», como pidió el Santo Padre a su llegada a Cuba.

El Centro de Formación Cívica y Religiosa y otras iniciativas formadoras que promueve el laicado católico de esta diócesis, por el contenido y la finalidad, por su carácter abierto al servicio de todos los hombres de buena voluntad, por los métodos participativos y concientizadores, por su inspiración ética y religiosa, pertenecen a ese tipo de educación que forma parte de la evangelización y que puede recibir con razón el nombre de católica.

 

 

Aquí se habla como tal de educación católica, de escuela católica, porque aquí la hay. Cuando llegué me preguntaba el Señor Obispo si yo he visitado Cuba. Esta es la primera vez que visito Pinar del Río, es también la primera vez que me muevo un poco en el país, pero pasé por aquí en 1954, ustedes ni habían nacido creo yo, cuando trasladado de Nicaragua hacia Washington, me detuve aquí 2 ó 3 días y me encontré con una situación que muy pocos de ustedes recuerdan en este momento, me encontré sobre todo con el Padre Spiralli, que me llevó a una casa de ancianos, me hizo visitar iglesias, escuelas, universidades; pero claro, nosotros no podemos ahora pensar en lo pasado e imaginarnos que el futuro puede esperar por nosotros. Esta es una obra que ustedes están viviendo, ustedes se preparan para el futuro, con el principio de educación católica.

 

 

3. Hacia una auténtica comunidad educativa

 

He sabido que, a partir de la visita del Santo Padre, el grupo de educadores de esta diócesis ha comenzado a poner en práctica aquel deseo expresado por el Vicario de Cristo en Santa Clara: «La familia, la escuela y la Iglesia deben formar una comunidad educativa donde los hijos de Cuba puedan «crecer en humanidad». No tengan miedo, abran las familias y las escuelas a los valores del Evangelio de Jesucristo que nunca son un peligro para ningún proyecto social» (Homilía en Santa Clara, no. 4). Ustedes habrán notado que el Papa no habla de escuela católica, sino que habla de educación católica, que son las escuelas que son fieles a los valores del Evangelio. Aquí está su misión.

Los animo a seguir en este empeño teniendo en cuenta que no se trata sólo de lograr un nuevo enfoque pedagógico y un más amplio perfil académico, sino de transmitir una nueva concepción del hombre y de la sociedad inspirados en los valores del Evangelio. Nuestra tarea es ardua en estos momentos. Nótese que el Papa dice «los valores del Evangelio», que, por supuesto, son de carácter universal y pueden insertarse y fomentarse en toda cultura y sistema socio-político, eso también es fácil decirlo, no será tan fácil aplicarlo pero hay que comprometerse para eso, con el debido respeto a los derechos y la dignidad de la persona humana.

La Carta sobre la educación católica que he mencionado se refiere a este estilo de educar, hablando de la necesidad de promover «la figura de la escuela como comunidad, que es uno de los enriquecimientos de la institución escolar de nuestro tiempo... Además es preciso recordar que la dimensión comunitaria de la escuela católica no es mera categoría sociológica, sino que tiene un fundamento teológico. La comunidad educativa, considerada en su conjunto, no es solamente el profesor o maestro, no es solamente el alumno, es también la familia, es también la parroquia, es también la comunidad, está, por tanto, llamada a promover un tipo de escuela que sea lugar de formación integral mediante la relación interpersonal» (o.c., no.18).

En este sentido es importante que en el camino de formación de las comunidades educativas, éstas se vayan descubriendo gradualmente como «lugar de educación integral de la persona» en el contexto de esta cultura y esta sociedad; deberá así definir y presentar con toda claridad su identidad y vocación eclesial y cultural, a través de un proyecto educativo que tiene su fundamento en Cristo; deberá encontrar lo específico de su misión educativa, que es parte de la misión profética de la Iglesia, en la búsqueda y el anuncio de la verdad; deberá, en fin, prestar unos servicios cualificados y diversificados con los que garantice el cumplimiento del objetivo general de toda obra educativa, que es promover al hombre como persona y favorecer su crecimiento en humanidad.

 

Ustedes cuando piensan en nuestras escuelas, hablo aquí de las escuelas católicas que tenemos abiertas, por ejemplo, menciono la India, Bangladesh, los otros países, Indonesia, los países del mundo árabe; ustedes piensan cuando entran en una clase de 36 muchachos, de los cuales 6 ó 7 son cristianos, que en esta clase no hay el crucifijo, y lo hay. Y los muchachos naturalmente aceptan lo que nosotros proponemos, no podemos quitarle el crucifijo, qué les ponemos entonces. Resultó que un padre, que visitaba la escuela donde tenía a su hijo en el norte de la India, vio la cruz y dijo: cómo es que los cristianos multiplican siempre. El signo es que nos multiplicamos.

Para ello la comunidad educativa no entra en contradicción con la escuela tradicional, sino que la ayuda a abrirse a la comunidad y la complementa en sus objetivos y fines, convocando a padres, instituciones, organizaciones de la sociedad civil y miembros de la Iglesia, para que, juntos, creen un clima más favorable para la siembra de virtudes y valores, para la promoción de una eticidad y una conciencia cívica que enriquezcan a todo el tejido social.

Para que ese clima favorable sea un verdadero «hábitat» para el cultivo del espíritu humano los educadores se encuentran ante el desafío de alcanzar una síntesis vital entre el saber y la sabiduría; entre el ser y el quehacer; entre el aprendizaje y la educación; entre la ciencia y la conciencia, de modo que pueda encontrarse una fecunda comunión entre estos componentes y no se vuelva a caer en la tentación de épocas y proyectos anteriores que, dando preeminencia a unos, mutilaron gravemente la concepción integral.

 

Encontrándome yo en Hungría, hablando con el Ministro de Educación en Budapest, que era muy sociable, me decía: nosotros en nuestras escuelas, -nosotros teníamos escuelas católicas, las teníamos antes de 1950, teníamos como 4 mil escuelas católicas de los escolapios, de los franciscanos, de muchas religiosas, educábamos como el 60% de todos los alumnos que iban a escuelas en Hungría hasta 1950. Cuando llegó el vendaval (1950), entonces nos quitaron todas las 4 mil escuelas, todas, y las hicieron cuarteles de soldados, de policías, y nos dejaron con 7 escuelas. Ahora estamos tratando de recuperarlas, y nos devuelven, y con el nuevo gobierno nos pagan también los maestros, hemos hecho un esfuerzo. Decía este ministro: nosotros en nuestras escuelas, tenemos una educación totalmente neutra, no enseñamos valores, ustedes pueden enseñarlos dentro del ámbito de la clase, pero no lo pueden imponer, después cuando estos alumnos salen a la calle, tienen que sentirse libres. Yo le decía: ¿libres de qué?, ¿libres de ser violentos, libres de tomar drogas, libres de luchar, libres de desobedecer a los padres?, ah no, esto no. Estos son valores y como ustedes pueden ver, no hay una educación neutra de valores.

Para hablar más concretamente, volveré a servirme del documento antes citado, el cual dice que «debido a una extendida reducción de la educación a los aspectos meramente técnicos y funcionales...las mismas ciencias pedagógicas y educativas aparecen más centradas en los aspectos del conocimiento fenomenológico y de la práctica didáctica y no en los del valor propiamente educativo, centrado en los valores y perspectivas del significado profundo. La fragmentación de la educación, la ambigüedad de los valores a los que frecuentemente se alude obteniendo amplio y fácil consenso, a precio, sin embargo, de un peligroso ofuscamiento de los contenidos, tiende a encerrar a la escuela en un presunto neutralismo, que debilita el potencial educativo y repercute negativamente en la formación de los alumnos» (o.c., no. 10).

La educación es, en fin, el camino de la nueva civilización. Es el recurso universal para la promoción humana y la gestión de nuevos proyectos sociales, económicos, culturales y políticos. La libertad y la responsabilidad son frutos de la educación, porque difícilmente un pueblo que no sabe hacer, que no sabe tener, que no ha aprendido a compartir, que no sabe convivir, podrá acceder a la plenitud del ser y a la comunión fraterna.

 

Esta mañana estaba mencionando otro pequeño episodio que pasó en una charla que di en una Universidad de Estados Unidos sobre valores, sobre educación. Allí estaban los corresponsales de prensa, yo no recuerdo lo que había dicho en ese momento, es decir lo sabía muy bien, hablaba de valores, entonces uno se levantó y me dijo: por lo que usted está diciendo parece que está queriendo decir que hay una aritmética católica, una química luterana, una geometría induista, o qué se yo. Le digo: quizás no me he explicado bien, pero dije en definitiva con toda sinceridad que la matemática no es ni católica, ni luterana, ni induista, que 2 y 2 hacen 4 en cualquier lugar del mundo, con cualquier religión, pero cuando un muchacho crece y se hace hombre y se pone a hacer negocios y le resulta mejor y útil que 2 y 2 hagan 6, entonces dónde está lo ético, los valores que están por encima y en el centro de toda educación, no se puede tener una educación solamente escéptica y después, si uno no trabaja en el corazón, en la conciencia, en el alma, ¿qué saca?

Por eso, quien dedica su vida a la educación plena e integral ha asumido la gravísima responsabilidad de esculpir el espíritu humano, de cultivar el alma de los pueblos, los cuales llegarán a ser lo que sus educadores sean. El testimonio personal del educador y su integridad moral y cívica son condición y presupuesto de una educación para la virtud y el amor.

 

 

4. Relación Iglesia-Estado en la labor educativa

 

La Iglesia, tenga o no acceso a la escuela pública o a la escuela católica, es siempre una comunidad educativa ella misma; pero no podrá encontrar la auténtica dimensión de esta obra evangelizadora mientras no tenga esos espacios en la sociedad civil, mientras no entre en relación con otras instituciones educativas, mientras no conforme con padres y maestros una comunidad más abierta y abarcadora. El Papa Pablo VI decía en su Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi que la evangelización de la cultura debe llegar tanto a las personas como a los ambientes sociales donde vivan, para que no haya fractura entre la fe y la vida, entre la virtud personal y el estilo de convivencia social. Difícilmente se podrá hacer una siembra duradera y profunda de virtudes y valores cuando la labor queda reducida al plano individual y no alcanza una dimensión comunitaria y social.

«En esta perspectiva, la escuela católica establece un diálogo sereno y constructivo con los Estados y la comunidad civil... Para llevar a cabo esto, la escuela católica se integra de buen grado a los planes escolares y cumple la legislación de cada país, siempre que éstos sean respetuosos de los derechos fundamentales de la persona, comenzando por el respeto a la vida y a la libertad religiosa. La relación correcta entre Estado y escuela, no solo católica, se establece no tanto a partir de las relaciones institucionales, cuanto del derecho de la persona a recibir una educación adecuada, por eso es que yo hablo del derecho de los niños de ser educados y del deber de las instituciones públicas y no públicas a dar educación, según una libre opción. Derecho al que se responde según el principio de subsidiariedad. En efecto, el poder público, a quien corresponde amparar y defender las libertades de los ciudadanos, atendiendo a la justicia distributiva, debe procurar distribuir los subsidios públicos de modo que los padres puedan escoger con libertad absoluta, según su propia conciencia, las escuelas para sus hijos... esta es su libertad. Hacemos nuestro el deseo recientemente expresado, una vez más, por Juan Pablo II, de que en todos los países democráticos «se ponga en práctica realmente una verdadera igualdad para las escuelas no estatales, que al mismo tiempo respete su proyecto educativo» (o.c., no. 17).

 

 

5. Conclusión

 

He querido presentarles todas estas reflexiones del magisterio de la Iglesia porque pienso que Ustedes están en un momento crucial de su historia. Porque no basta mirar con esperanza al futuro. Es necesario que esa mirada esté informada, orientada, iluminada con perspectivas que ahora pueden parecer utopías. Pero el Reino de Dios, que construimos desde aquí, ya está de alguna manera presente entre nosotros, aunque todavía no alcanzamos a vislumbrar su total realización que solo llegará en la plenitud de los tiempos.

Mientras esa visión escatológica llega, el reino de Dios que va a llegar, nosotros nos acercamos con mucha esperanza a cruzar el umbral del año 2000, mientras esa visión escatológica llega, tenemos la certeza de que entre la realidad que vivimos hoy y la utopía que soñamos para el futuro, se encuentra lo posible y realizable en el tiempo de gracia que Dios nos concede. En la gradualidad de cada paso está, como en semilla, todo el proyecto. Esa es la importancia de alzar la vista y alcanzar con ella el horizonte, para que las dificultades del camino no nos desanimen, ni la lejanía de la plenitud nos paralice. Como ustedes al pasar el avión del Santo Padre han levantado la vista, hay que seguir levantando la vista con mucha esperanza.

Ustedes saben, por experiencia, que la paciencia histórica y la audacia apostólica, acompañan todo proyecto duradero. Pongan, pues, toda el alma como raíz de su proyecto educativo, y verán, con alegría, que lo que un día sembraron entre lágrimas, lo cosecharán mañana entre cantares.

Muchas gracias.

 

 

N.R.: Las palabras en letra cursiva fueron improvisadas por el Emmo. Sr. Cardenal Laghi al momento de pronunciar su Conferencia.