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julio-agosto. año V. No. 26. 1998 |
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NARRATIVA | ||
MENSAJE EMBOTELLADO por Héctor García
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-Hay un barco antiguo; con remos y espolones. Avanza flanqueado por otros, demasiados creo. También hay gente, mucha gente con ropas de guerra, como armaduras de bronce. Yo estoy entre ellos. Me veo con las mismas corazas y tengo una espada en la mano. Soy yo, pero estoy fuera, estoy fuera, no siento que sea yo, pero soy yo aunque esa cara no parece ser mía. ¡Y son tantas naves, tan antiguas, mucho, no sé cuánto...! -Detente un minuto. Ya no estarás más fuera de tu cuerpo. Ahora vas a entrar muy despacio en él..., suave..., con calma... Dime ahora qué ves. -Sí, soy yo. Estoy dentro de mi cuerpo. Siento que vamos a una guerra. Las naves no son antiguas, al contrario, son las más modernas de la época. -Espérate, ¿una guerra? -Aquí todos hablan de eso. Jerjes ha reunido el más poderoso ejército que se haya visto en toda Persia; y más, en toda Asia. -¿Quieres decir que eres persa? -Soy persa. -Pero, ¿hacia dónde van? ¿Contra quién van a combatir? -Vamos a Salamina a disputarle el dominio a los helenos. -Entonces, ¿van a combatir contra Grecia? -Contra Grecia -¿Y qué sientes? -No sé, estoy confundido. -¿Confundido? -Me siento orgulloso de luchar por mi patria. Siento, de todas maneras, que vamos a una guerra injusta, a una muerte segura, absurda. Jerjes nos persuadió y todos estuvimos de acuerdo con la guerra pero siento que todo fue una mentira. Estoy temblando. -Está bien. Ahora vas a avanzar un poco, vas a adelantarte y me dirás si combaten. -Ah, ¡Qué desastre! -¿Qué pasa? -Lo sabía, lo sabía. Sentimos las trompetas griegas y en segundos nos acorralaron. Nuestros barcos están siendo atacados de lado por los espolones griegos. -¿Y a ti...? ¿Qué te pasa a ti? -Me veo ahogándome en el mar, pero no voy a morir. Nado bien y he logrado alejarme del combate. -¿Adónde vas? -Estoy en una isla pero no veo a nadie. No existe aquí el más mínimo signo de vida. -¿Y el combate? -Hace muchos días que se acabó el combate. Por todos lados se ven señales de la guerra pero hace muchos días que se terminó. -¿Y todavía estás en Salamina? -En Salamina. -¿Nadie ha pasado a recogerte? -Sí. -¿Y qué pasó? ¿No te fuiste? -No. -¿Por qué? -No sé, creo que prefiero estar lejos de mi patria. Me he cansado del servilismo por miedo a las represalias. -¿Represalias? -Sí. No quiero servir por más tiempo a un tirano que nos gobierna con mano dura y aparenta palabras de buenaventura. -Bien, ahora vas a avanzar hasta el último día de tu vida. Vas a llegar a veinte minutos antes de tu muerte..., ¿Qué ves? -La misma isla. -¿Qué haces? -Escribo. -¿Qué escribes? -Lamentos. -¿Lamentos? -Dice: Este mundo no sirve para vivir. Imploro al futuro que construya uno mejor. -¿Y después? -Después un vacío, la oscuridad y el fin. La verdad, verdad es que yo no sé bien lo que le pasó. Sí, usted quiere saber como si fuera su amigo, pero es que yo no sé bien lo que pasó. Buenos amigos sí éramos. Le aseguro que confiábamos uno en el otro bastante. Cuando íbamos a pescar, era juntos; cuando salíamos a la calle, igual; vaya, que éramos uña y carne. No, Doctor, él siempre estuvo muy cuerdo. Es verdad que tenía sus arranques y eso, pero de que estaba cuerdo, lo estaba. Fíjese si era así que, por lo general, era él quien arreglaba los problemas entre nosotros. ¿En su casa? También se sentía bien; discutía un poco con el viejo, pero se las arreglaban para entenderse. En el trabajo tuvo algunos líos, pero, ¿en qué lugar de este país no hay líos donde uno se gana los quilos? Yo me acuerdo que una vez hasta lo eligieron como el mejor trabajador de la empresa. Vaya, que era un tipo normal; sin altas muy altas, ni bajas por el piso: normal. Su problema empezó cuando murió la madre. Primero la cogió con los trabalenguas; pero no crea que a lo normal. Los cambiaba y terminaba con una cosa que no era ni por asomo lo que decía el trabalenguas al principio. Sí, Doctor, algo así como cuando la hermana se ponía a planchar, y era entonces; si Pancha plancha con cuatro planchas, con cuántas planchas plancha Josefa, mi hermana que no tiene plancha ni tiene nada. ¿Se da cuenta, Doctor? Una reverenda locura. No, ya le dije que él no estaba siempre así, eran crisis que le daban a cada rato. Después le dio por decir que le ponían micrófonos para cogerlo hablando mal del gobierno. Yo no sé, si él nunca hablaba de política. Pero nada, le entraba a palos a la antena del televisor y repetía que me quieren coger coño, pero no los voy a dejar que me lleven. Imagínese cómo se puso la novia con todo esto. Inocencia me dijo después que no podía aguantar. ¿El padre? Que va, Doctor. Ese hombre es un tirano. Entre las cosas del padre y la pérdida de la novia se acabó de quemar completo. ¿Qué le podría decir yo a usted? Una mañana, cuando me iba a levantar, sentí en su casa un grito de alguien que cantaba como si fuera un gallo. Me puse el short y me mandé para allá. Él estaba en calzoncillos subido en el techo, kikirikí, kikirikí, y después gritaba, ¡Sol, sal que aquí está Jesucristo! Los que salieron fueron los vecinos que estaban con el mismo chisme de siempre, y alguno hasta llamó a los bomberos que llegaron con una tremenda gritería. Pero ya era por gusto porque lo habíamos bajado diciéndole que Inocencia lo esperaba en la sala. A todas estas, Doctor, yo nunca lo abandoné. Cada vez que tenía un tiempecito me lo llevaba a pescar o a cualquier otro lugar, y que yo recuerde, nunca le dieron ataques. Lo único malo es que entonces sí le dio por hablar mal del gobierno. Sí, Doctor, eso fue después. Le empezó cuando llegó la crísis. Que si ya no me gusta esto, que hasta cuando va a durar. Yo le dije que no hablara tanto, pero nunca me hizo caso. Entonces vino la chiveta del mensaje embotellado. Estaba empeñado en que había encontrado una botella con un papel que decía que este mundo no servía para vivir. Allí el que se atacó fui yo, y le pregunté que dónde había aprendido persa antiguo, porque en ese idioma, decía él, estaba escrito el mensaje. ¿Creerlo? Ah Doctor, usted no está bien de la cabeza. ¿A quién se le iba a ocurrir creer un disparate así? En esa época fue que lograron convencerlo de que viniera a verlo. Usted se apareció con eso de la..., ¿cómo es, Doctor..? ¿hipnoterapia..? Vaya Doctor, usted le pone como le dé la gana pero lo de él era locura, tostadura de cerebro, guayabitos en la azotea, cable a tierra... ¿Para qué tanto nombrecito raro? Se quemó y punto. No, Doctor, no me dijo nada. Digo, no tan directamente. Seguía empeñado en que el mensaje lo había escrito él mismo en una vida anterior; y entonces empezó con que me voy, que este mundo no sirve, que por qué voy a esperar para que se arregle mi vida. ¿Después? Después se perdió. El padre vino a la casa preguntando. Había forzado la puerta de su cuarto porque pensaba que él se había encerrado, pero allí no estaba; ni él, ni la trusa, ni la balsa. No, Doctor, no sabía para dónde estaba, yo vine de la casa de unos parientes en esos días. Pero nada, no apareció en ningún lugar. ¿Cómo quiere entonces que no pensemos que se tiró al mar? Y para rematar, me encontré en su escaparate una botella rara con el mensaje de que él hablaba. Debajo de los garabatos que yo supongo que era persa, decía: «Este mundo tampoco sirve para vivir». ¿Qué iba a hacer, Doctor? Volví a meter el papel y me fui a echarla al mar; lo menos que podía hacer por mi amigo. Porque me aseguré que sí, que estaba trastornado, pero no tanto o, ¿quién sabe? Doctor, a lo mejor los trastornados somos nosotros. No sé, estoy confundido. ¿Ahora Doctor? Escribo lamentos. Nada, Doctor, después siento un vacío, la oscuridad y el fin.
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