julio-agosto. año V. No. 26. 1998


EDUCACIÓN

CÍVICA

LA VULGARIDAD

por Dagoberto Valdés

 

 

Mientras bajo despacio la calle Martí, "Real", principal, y siempre provinciana, me convenzo de lo que hace mucho tiempo he estado posponiendo a favor de lo que he considerado, quizás, temas más medulares y urgentes. Hasta hoy.

Estoy convencido, por la fuerza de la evidencia, de que este asunto pasa de ser una circunstancia para ser, desde hace tiempo, signo de un deterioro cívico y moral que no puede esperar, no sólo de un artículo en una publicación católica, sino que no puede, ni debe esperar ya más de padres, educadores, conciudadanos y autoridades.

Se trata de la vulgaridad.

Algunos amigos me decían al principio que se trataba de la expansión sabrosona de la cultura popular. Otros me aseguraban que era señal de la camaradería propia de la igualdad social fruto del sistema. Otros, más estudiosos de nuestra cultura, me afirmaban que era fenómeno del alma cubana, desde siempre. Muy pocos, y no sé si en serio, me han dicho que se trata del tránsito a la tan recurrida e inefable postmodernidad.

Esos son los causantes del retraso de este tema. Pero, a cada paso, en cada parque, en cada camión o camello, en cada fiesta o velorio, en cada trabajo o escuela, en cada casa de familia o iglesia, me encuentro con una realidad que me desmienta esas teorías.

Lo que está ocurriendo en nuestro comportamiento cotidiano no puede humillar nuestra cultura popular con la ordinariez de lo más burdo. Cultura es cultivo no marabuzal. Y cultura popular es cultivo de la vicaria y la yerbabuena, no revoltura de estiércol. Lo más probable es que, por el rechazo del mal llamado "rezago burgués", ni cultivemos los lirios de la cultura de academia, ni fomentemos lo verdaderamente popular, que siempre es digno, ahogándolo en el herbazal de lo más ordinario de la existencia.

La camaradería no es chabacanería. Las diferencias, el sentido común y el respeto al compañero en la primera. La falta de cordialidad y la grosería en la segunda. La camaradería se funda en la educación, la chabacanería en la agresión verbal, física, moral. La camaradería crea vínculos de afecto; la chabacanería viola los límites de lo permisible, de lo creíble, de lo audible.

¿Qué es entonces la vulgaridad que nos invade?

No es sólo falta de modales, ni grosería maleducada, ni alarde de bravuconería. Se trata, en mi opinión, de algo más profundo y más serio.

La vulgaridad es fruto de la destrucción de costumbres, modelos de vida, escuelas de comportamiento, métodos de educación, estilos de convivencia, que fueron abolidos sin encontrar nuevos modelos, nueva pedagogía, nuevo estilo de convivencia que alcanzaran mejores resultados que los anteriores, quizá, muy preocupados por otros problemas políticos, económicos o ideológicos.

La vulgaridad es rechazo a la convivencia pacífica, a la tolerancia, a la cordialidad, a lo mejor de nuestra cultura. ¿De dónde han salido estas actitudes vulgares? ¿Cuáles son los ejemplos más frecuentes en la escuela, la televisión, el radio y los deportes? ¿Cuáles es el lenguaje más usado? ¿Cuáles son las palabras más repetidas en todos los ambientes? : Luchar en lugar de esforzarse; aplastar en lugar de vencer; enemigos y adversarios en lugar de oponentes o diversos. He leído recientemente a todo lo largo de una pared de un establecimiento estatal: "No nos podemos permitir el lujo de perdonar la más mínima negligencia". Este no es tan vulgar, pero igual de mísero que las malas palabras que en pullovers y muros, daban la seguridad no tenida a la consigna de "Sí podemos".

Pero no se trata tampoco sólo de consignas y lenguajes de barricada que por años escuchamos en escuelas y centros de trabajo, se trata, a mi modo de ver, de un estado del alma, de una pobreza de espíritu, de un escape de tensiones y frustraciones que saca fuera por la vía de las malas palabras y de las groserías aquello que no puede salir por vía del diálogo y la educación.

Se trata sobre todo de un problema de la familia y del ambiente. De la familia porque dispersa y confinada a un segundo plano en la educación de sus hijos no puede, no le alcanzan los ánimos, no tiene tiempo o no hay oportunidad de cultivar el comportamiento, las relaciones sociales, los modales, lo que se ha llamado por desgracia "educación formal". ¿Por qué "formal"? Será porque se interpretó que se refería solo a las "formas" y no al contenido. ¿Por qué "formal"? Será que se consideraba sólo algo protocolar, de formalidades y no de cultura, de actitudes, de motivaciones interiores.

He aquí una de las posibles explicaciones: se separó el contenido de la educación de las formas de expresarse, de las formas de convivir, de las formas de relacionarse. ¿Sería porque había una contradicción profunda e insalvable entre el nuevo contenido y las formas de siempre? O más bien, ¿se ha confundido y mezclado todo y por ello se perdieron las partes, y con el contenido se fueron las formas?

Es un problema de la familia como lo recuerda el Papa en su reciente visita a Cuba:

 

"Experiencias no siempre aceptadas y a veces traumáticas son la separación de los hijos y la sustitución del papel de los padres a causa de los estudios que se realizan lejos del hogar en la edad de la adolescencia, en situaciones que dan por triste resultado la proliferación de la promiscuidad, el empobrecimiento ético, la vulgaridad... todo esto deja huellas profundas y negativas en la juventud, que está llamada a encarnar los valores morales auténticos para la consolidación de una sociedad mejor." (Homilía en Santa Clara. No. 3)

Pero no es sólo de la familia sino que la vulgaridad se contagia, se aprende, nos arrastra en el ambiente, donde se hace ya lugar común. La vulgaridad era hace un tiempo algo que causaba asombro y, a veces, protestas. Hoy ni siquiera causa interés. Más bien es criticada la persona que se asombra y una rápida respuesta, venida increíblemente la mayoría de las veces de los mayores, nos tapa la boca: "Oye, estás atrasado, eso es lo que se usa en la juventud actual". Uno no sabe si es resignación, condena implícita o intento trasnochado de ponerse al día en lo que no es adelanto sino retraso. O ¿no será la pérdida de la sensibilidad por lo bello, lo bueno, lo justo, lo que cultiva y enriquece?

Es un problema social, que por cierto no es exclusivo de esta época de crisis, sino que ha surgido cada vez que un pueblo se ve en situaciones similares. La vulgaridad crece cuando crece la superstición y otros males morales. Recordemos al Padre Félix Varela en sus Cartas a Elpidio:

 

"Quién podrá ver sin lágrimas el carácter frívolo e irreflexivo, superficial, pueril y ridículo, en una palabra, monstruoso, que adquiere un pueblo dominado por la superstición. Al paso que desatiende los más sagrados deberes de religión y de patriotismo, les vemos correr tras sombras vanas, que siempre lo engañan, más nunca lo corrigen, antes parece que cada burla sólo sirve de preparativo a otras nuevas. Resiéntense las artes, gimen las ciencias, víciase la literatura, corrómpese el buen gusto, destrúyese la moral, y al fin, viene a establecerse un nuevo orden de cosas, sancionadas con el aplauso por una chusma de ignorantes con pretensiones de sabios, y acobardados los que lo son, queda el pueblo en manos del monstruo de la superstición, bendiciéndolo como si efectivamente fuese un don del cielo." (Cartas a Elpidio. Tomo II, carta primera, pag.27)

 

Desde la superstición a la música vulgar llamada falsamente "popular"; desde las palabrotas como saludo de una acera a otra en medio de risas de aprobación a la forma de vestir y relacionarse; desde la forma de comer, muchas veces por no tener los cubiertos apropiados en comedores obreros y escuelas, hasta la forma de estar en una funeraria o en una iglesia. De un extremo a otro de lo rastrero y lo vulgar, la vida se nos hace ordinaria y grosera.

Es necesario elevar el alma y la calidad de la convivencia. La vulgaridad no es un accidente de la marginalidad, ni un fallo cosmético que no tiene nada que ver con la actitud ante la vida y el comportamiento ético y cívico. No nos quedemos en la queja. Hay por lo menos dos propósitos que nos podemos hacer:

Primero, no ser indiferentes ante la vulgaridad. No perdamos la capacidad de asombro y crítica ante lo grosero.

Segundo, reconstruir los contenidos de la educación ética y cívica para que a largo plazo dé los frutos de cultura y comportamientos que todos deseamos.

Al llegar a una esquina de la calle me encontré con un adolescente que al pasar entre dos personas que conversaban se detuvo y dijo con respeto varonil: "Con su permiso". Ambas personas mayores, asombradas, sonrieron y luego de cierto desconcierto dijeron: "Usted lo tiene, joven".

Ese día decidí escribir este artículo porque el contraste me empujó a no perder la esperanza en las potencialidades de mi pueblo. La educación tendrá la última palabra y no la vulgaridad.

Depende de cada uno de nosotros.