UNA ESPIRITUALIDAD DE ESPOSO, DE SERVIDOR, DE HERMANO

Homilía en la Misa en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio.

La Habana, domingo 28 de junio de 1998

 

 

Querido P. Rector.

Queridos formadores.

Queridos seminaristas.

 

 

1. Hace solamente unos pocos meses ustedes tuvieron la gracia de recibir, por primera vez en la Isla de Cuba, la visita del Santo Padre. Yo la seguí muy atentamente por la televisión, pues, como todos ustedes, y me atrevo a decir, como el mundo entero, me di cuenta de que ella tenía que ser algo muy especial, podría resultar muy buena o muy mala... realmente allá en Roma estábamos todos en vilo, examinando cada detalle de lo que pasaba.

Ahora, después de unos meses, damos gracias a Dios de que haya resultado tan buena y tan esparanzadora. Les puedo asegurar que el Papa recuerda mucho este viaje; lo sé muy bien; él mismo lo dijo hace unos días a los obispos cubanos en Roma.

Lo recuerda así, como una experiencia en la que pudo palpar de cerca el calor humano, y también cristiano, de los cubanos, la riqueza de sus valores como pueblo, como historia; y, al mismo tiempo, lo considera como «un umbral» que ha abierto a muchos a la esperanza; ¡realmente éste es el Papa «del umbral de la esperanza»!: él espera cruzarlo, y, porqué no, nos invita a cada uno de nosotros; y lo cruzaremos si convertimos esos días de la visita del Papa en el punto de arranque para que, progresivamente más y más, cada cubano se vaya haciendo protagonista de sus legítimas aspiraciones y para que la nación entera, cada vez más ágilmente y más plenamente, pueda ofrecer a todos los cubanos una admósfera de libertad, de confianza recíproca, de justicia social y paz duradera.

Como pastores, como futuros pastores del pueblo de Dios, ustedes, están profundamente comprometidos con este momento decisivo de la historia de Cuba, ya que la Iglesia católica, con cuya misión están identificados, está llamada por un designio maravilloso de la providencia, a incidir enormemente en el logro de estas esperanzas.

 

Ciertamente son todavía pocos los seminaristas y las vocaciones locales en Cuba, sobre todo si se tienen en cuenta las necesidades pastorales actuales. Por eso lo primero que yo he hecho al llegar anteayer a Cuba ha sido elevar una plegaria al Señor de la mies, para pedirle multiplicar a los que se acercan a Él para decirle «Te seguiré adondequiera que vayas».

Pero, luego, deseo confesarles que me conmovieron mucho las palabras que el Papa dijo en La Habana a los obispos cubanos sobre los seminaristas: «acójanlos con confianza». Acogerlos es abrir los brazos para recibirlos; la confianza la tenemos puesta en Dios y en la Virgen de la Caridad del Cobre. Roguemos por los Obispos, para que, con su ayuda, los seminarios de Cuba se vayan multiplicando y para que sean siempre lugares donde de imparta una sólida formación intelectual, humana y espiritual: este tipo de formación, como mencionó el Papa en ese mismo discurso a los obispos, permitará a los seminaristas «configurarse con Cristo, buen Pastor, y amar a la Iglesia y al pueblo, al que deberán servir como ministros con generosidad y entusiasmo el día de mañana».

2. A la luz, pues, de estos pensamientos que ahora me han venido a la mente ante el recuerdo de la visita del Papa, tengo entonces que decirles que ustedes constituyen también una de las esperanzas del Papa para el mejor porvenir de Cuba y de la Iglesia. Ojala estén a la altura, ojala el Papa cuente con ustedes, aunque sean todavía pocos; o quizás precisamente porque son pocos. La calidad debe suplir a la cantidad. Cada uno debe prepararse con tan hondo sentido de responsabilidad que, al final de los estudios, en el ministerio pastoral, puedan servir no por uno sino por varios. El Santo Padre puso ante sus ojos el precedente del P. Varela, insigne como hombre, santo como sacerdote, grande como intelectual, modelo de pastor. La situación de la Iglesia de Cuba y la de la nación requieren ahora muchos sacerdotes con esa talla excepcional.

3. Por otra parte, el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar, así como la lectura sobre el profeta Eliseo, nos han hecho, si nos fijamos bien, un reclamo muy semejante: han puesto muy nítidamente ante nuestros ojos la condición de «radicalidad» que Jesús exige para todos aquellos que quieren seguirle en el ministerio: «las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza»; «deja que los muertos entierren a sus muertos: tú vete a anunciar el Reino de Dios»; «nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios».

La Exhortación Apostólica post-sinodal de 1991 Pastores dabo vobis, como recuerdan, trató sobre la formación en los seminarios en las actuales circunstancias del mundo; también ella fundamenta el radicalismo propio de la espiritualidad sacerdotal sobre la imagen de Jesucristo Buen Pastor; la vida y el ministerio del sacerdote, como los de Cristo, deben estar intensamente animados por la «caridad pastoral».

Así resulta muy claramente del n. 23, donde se dice: «el principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo, cabeza y pastor, es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero. El contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen.... Esta misma caridad pastoral constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote».

4. Yo quisiera dejarles la meditación en estas profundas frases de la Pastores dabo vobis como un recuerdo de nuestro encuentro de hoy en esta Eucaristía.

Permítanme que me detenga un poco sobre el concepto encerrado en la expresión «caridad pastoral», y que mencione brevemente el contenido de espiritualidad sacerdotal que a mi me sugiere. Para mí, vivir animado por la «caridad pastoral» es lo mismo que decir que el sacerdote vive animado por el substrato de un grande amor por Cristo y por la Iglesia, y que ese amor se actúa, además, en la entrega al ministerio en un contexto de sincera fraternidad. En otras palabras, sería decir que se trata de adquirir una espiritualidad de Esposo, de Siervo y de Hermano.

5. Espiritualidad de Esposo, porque, efectivamente, la espiritualidad del sacerdote no se define en negativo, como renuncia al sexo, al dinero, a la propia voluntad; sino en positivo, como don de amor a Cristo y a la Iglesia.

Es sólo para que este don resplandezca cada vez más por lo que el Papa ha recomendado a los sacerdotes en el mismo documento vivir el radicalismo de los consejos evangélicos «según aquellas finalidades y aquel significado original» que derivan de su identidad.

En vista del ministerio, los sacerdotes están llamados a «dedicar» su vida, su cuerpo, su espíritu a Cristo con una elección de amor exclusivo, perenne, total; y a ponerse al servicio de la Iglesia con una disponibilidad plena y absoluta. El razonamiento acerca del radicalismo evangélico que el Papa hace es un razonamiento valeroso, que, sin duda, no dejará de tener efectos benéficos en la vida de muchos presbíteros y que los impulsará a convertirse siempre más nitidamente en transparencia de Cristo Buen Pastor.

6. En segundo lugar, la espiritualidad del Pastor es la espiritualidad del Siervo. Es la espiritualidad de quien es enviado a gastar la vida por el rebaño, de quien ha recibido un poder de lo alto con el único fin de ponerlo al servicio de la comunidad. Esto significa que la vida según el Espíritu, para los presbíteros, se actúa en la entrega al ministerio. Por tanto, aquello que tal servicio comporta, los cuidados pastorales, los peligros, las tribulaciones, no deben ser considerados como un obstáculo, una «distracción», una pausa entre momentos de vida espiritual garantizados por el retiro a los claustros, sino como su modo específico, su camino propio de llegar a ser santos.

7. Finalmente, la espiritualidad del Pastor es la espiritualidad del Hermano. El presbítero efectivamente tiene en el propio presbiterio diocesano su primera comunidad de referencia, como el desposado la tiene en la familia y el religioso en el convento. Por ésto, él está llamado a condividir con ellos la experiencia del Cenáculo. Este aspecto de la espiritualidad sacerdotal es un don precioso, que salva al sacerdote de la soledad y del activismo, lo ayuda a ser fuerte y a ser fiel, lo estimula a desgastarse con generosidad en favor del rebaño.

8. Ojalá este recuerdo y este breve comentario a las palabras del Papa les animen, queridos seminaristas, a entregarse a su formación en el seminario con renovada ilusión; el Papa, los Obispos, todos somos conscientes de que el futuro de la Iglesia en Cuba depende en gran parte de la calidad formativa que ustedes logren alcanzar en estos años. Reciban este destino de Dios con grande paz y responsabilidad, conscientes de que Él está con ustedes y les ayuda todo lo necesario para que se preparen dignamente a un futuro ministerio que esté real e intensamente animado por la caridad pastoral, única respuesta adecuada a las actuales necesidades y esperanzas suscitadas por la visita del Papa a Cuba.