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julio-agosto. año V. No. 26. 1998 |
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NUESTRA HISTORIA |
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II Encuentro Nacional de Historia IGLESIA CATÓLICA Y NACIONALIDAD CUBANA Homilía de S.E. Mons. Beniamino Stella, en la Misa de Clausura
por S.E. Mons. Beniamino Stella
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Distinguidos invitados a este II Encuentro Nacional de Historia:
Queridos hermanos y hermanas:
Con la celebración de esta Eucaristía clausuramos el II Encuentro Nacional de Historia "Iglesia Católica y Nacionalidad Cubana" organizado por la Comisión Episcopal para la Cultura y que este año está dedicado a estudiar el importantísimo tema de "La Educación Católica en Cuba" al coincidir con las celebraciones por el centenario del insigne seminario de San Basilio Magno, que tanto bien y esplendor ha dado a la Iglesia cubana desde estas diócesis orientales. Deseo agradecer al Sr. Arzobispo primado y a su Comisión episcopal para la Cultura, así como a los organizadores de esta diócesis y de Camagüey, de donde surgió la idea primigenia, todos los esfuerzos que han hecho para que este evento sea un nuevo hito en el estudio y valoración de la historia de la Iglesia Católica en Cuba. Esta historia está llena de luces y también tiene sus sombras y limitaciones, como toda historia humana. Las lecturas de la Misa de hoy nos hablan con toda claridad de que la historia de salvación de los hombres y de los pueblos está escrita de gloria e infidelidades, de pecados y de perdón, pero al final, se puede comprender que Dios es el Señor de la Historia, que los hombres escriben con renglones en ocasiones torcidos. El Rey David escribió páginas verdaderamente imperecederas como rey de su pueblo, pero el profeta está cerca de él, no para consentir con él, sino precisamente para denunciar sus fallos y errores, que pudiéramos llamar "históricos", de modo que el Rey no se ensoberbeciera olvidando su condición humana. Así, con esa actitud de humildad -que es la verdad, como reconociera Santa Teresa, la Doctora de Ávila- es como debemos acercarnos a toda historia. De modo que las grandes obras den gloria a Dios y los fallos nos conduzcan a una actitud de reconciliación y perdón que es el único camino sano para hacer avanzar la historia. En efecto, historia sin perdón y reconciliación es fanatismo que desemboca en violencia y revancha. Historia sin reconocer los fallos es soberbia que nos enajena de la realidad y obstaculiza la necesaria fraternidad. Historia, como leyenda negra que no reconoce lo bueno, es visión apocalíptica que, por lo menos, desanima, cuando no destruye las raíces y referencias que deben alimentar el presente y dar sentido a toda proyección futura. Tengo la certeza de que la Iglesia cubana se ha acercado a su propia historia y a la de la Nación en la que está injertada inseparablemente, sin estos extremos sino con esta perspectiva de perdón, reconciliación y rescate de todo lo bueno, animada por lo que pudiéramos llamar, quizá, como una "mística" para la investigación histórica, que no permita ni las lecturas triunfalistas, ni los enfoques tan negativos que arrasen con toda luz que ilumine el presente y el porvenir. Precisamente, en su todavía reciente visita pastoral a Cuba, que muchos han llamado, no sin razón, como "histórica", el Santo Padre Juan Pablo II ha tratado la historia como lo que es y debe ser: maestra de la vida y luz para el camino. Nada menos que 18 veces, el Papa hizo referencia a la historia de Cuba y de su Iglesia en sus cinco días de visita a esta Isla. En este sentido, podemos decir también que su magisterio en Cuba ha sido histórico: desde las mismas palabras de bienvenida en el Aeropuerto comenzando con la referencia a la Cruz de la Parra, hasta sus últimas palabras, improvisadas y proféticas, en las que hacía votos para que la lluvia "sea un signo bueno de un nuevo Adviento en vuestra historia". Esta fue la última palabra que pronunció el Santo Padre para nosotros. Una palabra llena de esperanza y de desafíos para el futuro. En fin de cuentas esa es la dinámica con la que el Sumo Pontífice nos ha enseñado a tratar la historia en su reciente magisterio en Cuba: Cada mensaje, cada homilía, cada discurso, tuvo su referencia a las raíces de nuestra nacionalidad, a la matriz cristiana de nuestra cubanía, a nombres y hechos que marcan y definen nuestro devenir patrio. Les confieso (habría que hacer la investigación) que por lo que conozco del magisterio pontificio de Juan Pablo II, en el que siempre hay alguna referencia histórica, creo que los mensajes de Cuba han marcado una cumbre en el sentido de acudir a las raíces, de partir de la historia, para sacar las lecciones para el presente y, sobre todo, iluminar, animar, y abrir nuevos caminos para el porvenir. Prueba preclara de esto es que una de las frases que ha quedado grabada más profundamente en la memoria de este pueblo y que fue pronunciada en tres ocasiones de diversas maneras es, justamente: "Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional". En el Aula Magna, junto a los restos del Padre Varela, el Sucesor de San Pedro había realizado el gesto cumbre de su visita: no era venerar sólo los restos del "santo cubano"; no era sólo encontrarse con el mundo de la cubanidad, sino inclinarse, para beber en su fuente: en "el padre de la cultura cubana", en la piedra fundacional de la nacionalidad cubana". Allí el Pontífice lanzó un reto que está todavía por asumir y concretar: "Recuerden la antorcha que aparece en el escudo de esta Casa de estudios: no es sólo memoria, sino también proyecto". Así el Santo Padre nos enseña que a la historia no sólo hay que acercarse con la sed de conocer la verdad, de investigar los acontecimientos, sino que a la historia se ha de acudir con la actitud de abrirse a su influjo bienhechor, de modo que nos dejemos interpelar por sus figuras relevantes y por sus hechos, con el fin de cambiar nuestras propias vidas y aceptar el reto que supone escribir nosotros hoy la historia que otros estudiarán mañana... y en este sentido, ¿qué dirán de cada uno de nosotros las generaciones por venir? Hay sobre cada uno de nosotros, sobre cada comunidad cristiana, sobre cada iglesia local y sobre cada nación una responsabilidad histórica, que debemos asumir como un compromiso emanado no sólo de nuestra condición humana sino de la gracia inefable de ser cristianos, lo que coloca sobre nuestros hombros la única y multiforme responsabilidad de ser sujetos conscientes y activos de la historia humana con la que se entreteje inseparablemente la historia de la salvación. Por eso debemos mantenernos abiertos a la Verdad, a la verdad histórica y a la verdad que encontramos en el presente. La evangelización de la cultura radica precisamente en cultivar esta actitud de apertura de espíritu, de mentes, de corazón. Nada humano es inmutable. Todo puede cambiar y debe cambiar para mejorar. La historia es justamente el relato y la filosofía de los cambios del devenir humano. El cambio no tiene necesariamente que ser sinónimo de caos o de anarquía. Estos surgen, precisamente, cuando hay fuerzas, inercias o actitudes que se oponen al cambio saludable y progresivo, propio de la naturaleza humana y de la vida social, de todo lo que vive. La historia nos enseña que el cambio es lo propio de la cultura de la vida y el inmovilismo es propio de la cultura de la muerte. Nuestra fe es una fe en el Dios vivo, el Dios de nuestros Padres, el Señor y Dador de Vida, que renueva constantemente la faz de la tierra con su aliento de conversión. Por eso la evangelización de la cultura no puede quedarse en el rescate de las memorias, sino que es, sobre todo, purificación lenta, cambio profundo, renovación progresiva de toda la vida del hombre y de la sociedad en la que vive hasta llegar a su plenitud hasta que cada hombre y cada cultura pueda decir como San Pablo en la lectura de hoy: "Vivo, pero es Cristo quien vive en mí" (Gal. 2, 19-20) Cada Encuentro de estudios de la historia debe ser memoria y proyecto, raíz y fruto, rescate del pasado, pero también y sobre todo, lecciones para el presente, estímulo y motivación para el porvenir. Cada dato histórico tiene su moraleja, su desafío, su proyección. Y cuando los tiempos son de crisis de crecimiento, entonces lo histórico cobra mayor vigencia, es asidero y razón para la fidelidad aún en los cambios necesarios, es estímulo para la creatividad, y espacio para encontrarse en la diversidad. Así nos exhorta el Papa desde el Aula Magna: "Los animo a proseguir sus esfuerzos por encontrar una síntesis con la que todos los cubanos puedan identificarse; a buscar el modo de consolidar su identidad cubana armónica, que pueda integrar en su seno sus múltiples tradiciones nacionales." (Nº. 6) Yo también quiero unirme a la voz del Vicario de Cristo para animarlos a proseguir en estos esfuerzos de investigación, estudio, análisis y síntesis de la historia de la Iglesia y la nación cubanas. Pero no es para quedarse aquí anonadados, mirando al cielo, a las glorias pasadas y dormir en los laureles de sus luces. Si lo hacemos así, entonces no escribiremos la historia de hoy, ni encontraremos la síntesis tan pluralista y abierta en la que todos puedan identificarse. ¿No será esta una de las causas de que haya cubanos que no encuentran hoy su propia identidad y no tienen un proyecto de vida coherente con sus raíces, su historia y su tierra, y opten por el exilio interno o externo, que constituye "un dolor de la patria y de la Iglesia" -como han dicho los obispos cubanos en su reciente Mensaje? Ningún fanatismo favorece la síntesis plural, ningún sectarismo estimula la integración de las múltiples tradiciones nacionales. Es por ello que debemos contribuir a una educación para la apertura, el cambio gradual y la integración, que es lo contrario de la cerrazón, el inmovilismo y la segregación. Este es un estilo educativo que la Iglesia debe promover y proponer. Ella debe empezar por sí misma y debe dar testimonio de estas actitudes. La historia nos enseña, en este sentido, que cuando la Iglesia se cerró al cambio y a la conversión cometió aquellos errores que precisamente hoy cuando la Iglesia se cerró al cambio y a la conversión cometió aquellos errores que precisamente hay reconocemos y deseamos evitar. He aquí la importancia del tema que han escogido para este II Encuentro: la educación católica en Cuba. Sé que hay ponencias que han marcado los hitos de este servicio de la Iglesia a esta sociedad en el pasado. Aprendamos de aquellos errores para poder servir mejor al hombre cubano de hoy, y aprendamos también de aquellas luces para comprender por qué es tan apremiante el llamado del Papa en Santa Clara para que "la familia, la escuela y la Iglesia formen una comunidad educativa donde los hijos de Cuba puedan crecer en humanidad" (Nº. 4) Cuando la Iglesia estudia el tema de la educación católica no está pensando sólo en clases de doctrina teológica o catequista, se trata también, y sobre todo, de aportar los valores cristianos que son universales, las actitudes más humanizadas y personalizantes, "los criterios de juicio, los puntos de interés, los modelos de vida", que -como decía el Papa Pablo VI en su Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi,- debe cambiar con su fuerza de renovación toda la vida del hombre y de los ambientes donde vive, es decir, de su cultura. De modo que educación católica no es siempre y en todas partes idéntica a escuela católica en el sentido tradicional del término y la experiencia. Educar es preparar al hombre para la vida, según decía uno de los maestros insignes de este pueblo, por tanto esta obra educativa no debe circunscribirse al colegio o la universidad sino que debe tomar múltiples caminos de carácter formal y no formal, de modo que la educación católica, que es como ya dijimos educación en valores y virtudes humanas, cívicas y religiosas, pueda llegar cada vez más a promover ambientes alejados tanto de la Iglesia como de la escuela tradicional, hasta llegar a la familia, el barrio, la comunidad, las organizaciones de la sociedad civil, los sectores marginados, los más pobres. Esta visión amplia y pluriforme de la educación católica ya va encontrando en Cuba positivas y prometedoras experiencias en centros de formación, escuelas informales, cursos a distancia, escuela de padres, proyecto de virtudes y valores, innumerables talleres, seminarios y encuentros para la formación participativa e integral, que demuestran que la labor educativa de la Iglesia es inseparable de su misión evangelizadora y de su dimensión profética. Por estas experiencias que progresan en las diversas diócesis y que favorecen "una educación ética, cívica, bíblica y catequética" como lo pidió el Papa en reiteradas ocasiones durante su reciente visita pastoral a Cuba, es que podemos decir que la educación católica en Cuba nunca ha sufrido una interrupción total. Las escuelas y la universidad católicas fueron intervenidas y cerradas, pero no el servicio formador y educativo de la Iglesia que no puede ser detenido por nada. Algún día cuando se reabran los colegios y las universidades católicas en Cuba no podremos decir que comienza la educación católica que tiene cinco siglos en este País; ni comienza, ni se reanuda la educación católica que nunca cesó, sino que se restablecen los servicios más formales de la escuela católica. Al final de esta reflexión, me permito recordarles a ustedes, que han estudiado el tema e intentarán llevarlo a la práctica, esta contundente exhortación del Santo Padre en su Mensaje a los jóvenes cubanos:
"El mejor legado que se puede hacer a las generaciones futuras es la transmisión de los valores superiores del espíritu. No se trata sólo de salvar alguno de ellos, sino de favorecer una educación ética y cívica que ayude a asumir nuevos valores, a reconstruir el propio carácter y el alma social sobre la base de una educación para la libertad, la justicia social y la responsabilidad. En este camino, la Iglesia, que es "experta en humanidad", se ofrece para acompañar a los jóvenes..." (Nº. 4) La Iglesia en Cuba tiene ante sí muchos desafíos que han sido planteados durante la visita apostólica del Vicario de Cristo, pero este de la educación para la libertad, la justicia social y la responsabilidad pudiera ser considerado como uno de los más importantes y urgentes por su influencia decisiva en la reconstrucción del carácter del cubano y del alma nacional, como también ha expresado el Santo Padre: No tengan miedo, abran las familias y las escuelas a los valores del Evangelio de Jesucristo que nunca son un peligro para ningún proyecto social" . (Homilía en Santa Clara nº. 4) Pondré sobre este altar, dedicado a la Reina y Madre de Cuba, estos anhelos y desafíos. Pondré también los estudios y conclusiones de este II Encuentro de historia, pero sobre todo colocaré en el ara del altar todos aquellos esfuerzos y personas que se dedican hoy a la trascendental tarea de la formación católica en Cuba. Todos los centros de formación, cursos, seminarios, talleres, guarderías, catequesis, publicaciones y tantas iniciativas que están marcando el paso educativo de la Santa Madre Iglesia en esta Nación. Ellos son el corazón de la Iglesia y la garantía de su esperanza. Que la Eucaristía que celebramos sea una ofrenda de acción de gracias al Padre por estos dones y sea también la primicia de un nuevo soplo de su Espíritu para que, sobre el presente y el futuro de la educación católica en Cuba, "los cielos destilen su rocío y las nubes lluevan la Justicia". Ella fecundará, con la renovación deseada, la entrada de esta amada nación en el Tercer milenio de la Era cristiana. Que así sea.
19 de junio de 1998. El Cobre Santiago de Cuba. |
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