odavía recuerdo aquella
tarde de un día y un mes del año 1973 en que, al pasar por la Casa de la Cultura de
Cárdenas, ciudad en que había fijado residencia, traspasé el umbral de la institución
para solicitar un lugar entre los aficionados a las letras que conformaban el taller
literario municipal "Fray Candil". Su asesor, José Antonio Moreno, poeta y
mecenas fue afirmativo y categórico son su sonrisa.
En esa misma década tuve
los antecedentes, bajo el halo del mito, de la poetisa Carilda Oliver Labra, uno de los
talleristas, José Ignacio Requena, puso en manos del colectivo un libro explosivo y
único: "Al Sur de mi garganta", editado en 1949. Bebimos entonces las aguas
novedosas de aquella núbil polimnia cuya infancia y adolescencia habían experimentado el
deslumbramiento de la Atenas de Cuba, un entorno paradisíaco donde las aguas del Yumurí
y del San Juan, iluminaran sus ojos claros con el cristal de su transparencia hecho
poesía.
Muchacha inquieta y audaz
por temperamento, gacela de pies con alas, desandaba esas riberas con versos en los labios
y un amor indetenible en el corazón, tan grande como el valle y sus misterios.
Graduada en Derecho, en
Pintura y Escultura, regresaría de la Universidad en 1949 con apenas 25 años. La otrora
colegiala rompía ahora los cánones del neoromanticismo y el postmodernismo para traducir
en su obra un mundo personal, auténtico, sincero y coloquial.
"...Mas todo sigue
igual de paso bajo el sol:
la rueda, el bisturí, la
escoba, un caracol,
el vecino de enfrente que
vive con corbatas,
la crónica social, el
hombre que se mata,
y el cuartel y la cama, y el
farol de la esquina,
y el humo vertical, y el
perro que se orina..." (1)
Pero esa misma golondrina de
sueños "tan formalita, tan buena joven, tan señorita...» conoció el amor en los
versos de un poeta bohemio y romántico que la cautivó: Hugo Ania Mercier, juntos fueron
tejiendo la novela fabulosa de sus vidas, devenida en leyenda en una ciudad encantada por
las nueve musas. Así, una especie de halo romántico coronó sus vivencias hasta la
trágica muerte del poeta.
"... Ya no tienes la
fístula terrible,
ya no tienes soriasis ni
enfisema
ni neurosis, ni polio, ni
agonía.
Ya eres lejos, memoria, no,
imposible.
Estás sano en la gloria del
poema.
Hugo Ania Mercier: yo te
quería". (2)
En 1950 obtuvo el premio
Nacional de Poesía y en 1953 el máximo galardón por el Centenario Martiano con su
"Canto a Martí". Al año siguiente recibió el Premio del Ateneo Americano de
Washignton con un trabajo sobre la Décima Musa, Sor Juana Inés de la Cruz, en su
Tricentenario.
Supimos así también la
cara oscura de la moneda, el drama familiar con el exilio de los padres y el hermano para
radicarse en Miami. La poetisa es presa de la soledad en su hogar, Calzada de Tirry 81.
Vendrán entonces sucesos como la muerte del padre, que dejan con su dolor ramilletes de
sonetos.
"... Te reservo la
gloria de tu cuarto,
un destello feliz de sol,
que aparto,
un poquito de tierra en que
naciste,
y la toga, los libros, el
serrucho...
ya no basta quererte mucho,
mucho:
te moriste, mi padre, te
moriste".
Ante el dolor de la
separación, no pudo ser más patético su canto en "Madre mía que estás en una
carta".
"...Puedes darle al
misterio alguna cita,
convenir con las sombras
hechiceras;
puedes ser una piedra que se
quita
o secarte ahora mismo las
ojeras;
pero acuérdate, madre, de
tu hijita:
¡No te atrevas a todo, no
te mueras!" (3)
El premio 26 de julio del
Certamen de 1978 cuya obra en décimas se titulaba "Tú eres mañana" quebró en
pedazos su involuntario ostracismo. Su popularidad en el extranjero (Estados Unidos y
España) hizo volver los ojos hacia esa voz lírica que, como la insigne Dulce María
Loynaz, había jurado amor eterno al patrio suelo, amén de los tiempos difíciles y los
sortilegios de la vida. Se hablaba entonces del rodaje de una película en España alusiva
a su vida e interpretada por Carmen Sevilla, concursos literarios con la heráldica de su
nombre y toda una suerte de reconocimientos a la alondra impetuosa, jovial y espontánea
del Yumurí.
La suerte quiso que se me
propiciara un acercamiento a la poetisa casi mística, pero sencilla, personal, humana.
Desde las primeras visitas
que nos hiciera al departamento de Literatura en la calle Magdalena hasta los encuentros
en su casa, en los avatares del trabajo promocional de las letras, así como todo tipo de
actividades en las que se personaba con el alma y la poesía, devino esa amistad con
Carilda que llevo aún como un sello de lealtad y reconocimiento a esta gloria del parnaso
cubano.
Para nosotros Carilda era
algo más que la Especialista de Literatura nominada en el departamento, era un ídolo, un
talismán. Era sorprendente su amabilidad, ternura y llaneza de espíritu. No pocas veces,
ya restaurada su casa, fuimos hasta aquel Parnaso de poemas y reliquias en el corazón de
la Calzada de Tirry; consultábamos proyectos, opiniones, con todo amor y delizadeza
revisaba cuadernos, obras para concursos como jurado. Allí estuvimos con Lolina Cuadras
en pos de un documental al cual accedió amablemente y luego vinieron otros, así como
entrevistas para la radio y la televisión. De manera que su pueblo pudo informarse más
sobre su vida y obra: "Canto a Martí", "Memorias de la fiebre",
"La Ceiba me dijo tú", "Tú eres mañana", "Las Sílabas y el
Tiempo", "Desaparece el polvo", "Los huesos alumbrados",
"Calzada de Tirry 81"...
Después del toque de la
aldaba y el enfoque interior del ojo mágico de la puerta, aparecía aquel encanto de
mujer hecha sonrisa. Magnífica anfitriona, recibía las visitas a partir del mediodía,
pues era su costumbre la vida nocturna hasta altas horas de la noche. Al pasar el umbral,
la pequeña sala desde donde se podía ver el patio interior y algunos cuartos con sus
óleos, los de su hermano, de sus admiradores, libros y objetos artesanales curiosos, y en
su pulular, numerosos gatos que son parte de su vida. Entre los cuadros, hay algunos cuyos
pintores tocaron su imagen para inmortalizarla en el color y el óleo como ella lo había
hecho con sus versos. Y tras la sonrisa, una taza de té.
De las viejas generaciones,
Carilda guarda sus memorias: Rolando Escardó, Néstor Ulloa. De las nuevas, una constante
gratitud. Ella ha sido pulso y nervios del Concurso provincial "Néstor Ulloa",
pionera de los Verso a Verso que se ofrecían en el Museo de la Ciudad y que
inaugurara con el inolvidable encuentro entre ella y el poeta Raúl Luis.
Fue Carilda filtro y luz de
las publicaciones de esa época: Revista Matanzas, Antología de la Décima, Poetas en
Matanzas, así como de la edición de libros personales de voces líricas de la ciudad de
los ríos, evidencia palpable del por qué "La Atenas de Cuba" bajo las pupilas
bronceadas de Plácido y Milanés.
Por tres años tuve la dicha
de departir con los creadores de Matanzas y su lucero, Carilda Oliver Labra, símbolo y
brújula que supo enaltecer, además, la décima, para fijarla con Néstor Ulloa, Adolfo
Martí y Jesús Orta Ruiz en un sitio cimero en el cual no ha habido desde entonces una
puesta de sol.
Un día también (siempre
hay una última vez) dejé Matanzas, sus poetas, sus instituciones, la Casa del Escritor,
el ambiente cultural más transparente del país.
Atrás quedó Carilda, su
mito, su leyenda, una muchacha sin edad, de codos en el puente, con un sueño en la piel y
un manojo de versos en los labios dispuesta al amor, deslumbrada por las rumorosas aguas
del San Juan.
NOTAS
ACLARATORIAS:
Obra:
"Calzada de Tirry 81":
(1.)
Elegía por mi presencia (III)
(2.)
En vez de lágrima (III)
(3.)
Sonetos a mi padre (III)