ignificativo resulta también, por ser ésta la única orden
religiosa fundada en el continente americano durante la colonia. Con una vida
relativamente breve; que además del de La Habana, llegó a tener diez conventos en
México, diez y siete en Perú y en otros países de centroamérica y suramérica hasta
Argentina, manteniendo la casa principal en Guatemala.
Anexamos detalles de la orden,
fundación y características principales, tomados del libro Iconografía del Arte
Colonial. Los Santos. Vol. I., de Héctor Scheonone, publicado en Argentina en 1992.
El Convento de Nuestra Señora de
Belén de La Habana, se encuentra localizado en las manzanas comprendidas entre las calles
Compostela, Acosta, Picota y Luz, en La Habana Vieja, y ocupa un área aproximada de 12
000 metros cuadrados. (Plano de localización).
El edificio se encuentra
espacialmente alrededor de seis patios claustrales en los que se pueden apreciar variadas
soluciones constructivas que incluyen arcadas de cantería, pórticos de pilares de
ladrillos, pie derechos de madera, vigas de madera y entablado, cubiertas inclinadas de
tejas, estructuras metálicas y elementos de hormigón armado.
La fachada principal del inmueble se
extiende a todo lo largo de la calle Compostela y en ella se encuentran los elementos
arquitectónicos más importantes de este edificio: la fachada de la iglesia con su muro
perimetral que limita el atrio en su frente, la portada del acceso principal al edificio y
el arco sobre la calle Acosta, único de su tipo en el país y que constituye una clara
referencia para identificar este conjunto en La Habana Vieja. (foto Nº.1).
El surgimiento y la construcción de
esta institución se encuentra muy estrechamente ligado a dos figuras muy importantes del
siglo XVIII en Cuba, el Obispo Diego Evelino de Compostela y a Don Juan Francisco
Carballo, Alférez de Milicia y uno de los más importantes mercaderes de la Habana, quien
con sus aportes económicos contribuyó decisivamente al financiamiento y la ejecución
del Convento, considerándose su principal benefactor, promotor y fundador.
El Obispo Compostela había llegado a
La Habana en 1687 para tomar posesión del Obispado, siendo el vigésimo obispo de La
Habana. Desempeñó sus funciones como tal durante dieciocho años, y a él se deben
importantes obras como la casa-cuna o de los niños espósitos y el colegio de San
Francisco de Sales.
Preocupado por la situación que
presentaba el hospital de San Juan de Dios y por el estado en que salían muchos enfermos
de él, que aún convalecientes no se encontraban totalmente recuperados; piensa en la
necesidad de un hospital para convalecientes con ese fin, sitio en que posteriormente se
convertiría el Convento de Nuestra Señora de Belén.
A tales fines dirige una carta en
1704 a México solicitando la fundación de una casa de los Belemitas en esta ciudad, con
el propósito de que estos se encargaran de realizar estas actividades. Ofrece para
localizarla los terrenos de su huerta de recreo en los cuales había construido una
pequeña ermita a San Diego de Alcalá y algunas edificaciones, por lo que el sitio se le
conocía como la Huerta de San Diego.
Llegan a La Habana los dos primeros
religiosos Belemitas, a los cuales hospeda en las casas de la huerta, donde se instala
inicialmente el asilo con seis camas.
Desafortunadamente el Obispo
Compostela fallece en ese mismo año y no pudo ver el inicio de la obra, pero dejó creada
las bases para que la misma pudiera llevarse a cabo.
La construcción del edificio se
inicia en 1712, siendo sufragados sus costos por Juan Francisco de Carballo, que termina
de comprar los terrenos que hoy ocupa el Convento. Al igual que el Obispo de Compostela,
Carballo no pudo ver concluida la obra a la que tanto contribuyó, pues fue asesinado en
1718.
La iglesia, el claustro principal y
el de hospital de convalecientes, zona que constituye el núcleo inicial del Convento de
Nuestra Señora de Belén, son concluidos en 1720, según refiere la publicación de 1904
por el Cincuenta Aniversario de la fundación del Colegio de Belén. (Gráfico No. 1).
Un paréntesis especial quisiera
abrir para referirme a la iglesia, destacado exponente con un particular tratamiento
barroco a manera de retablo en su fachada principal, pionera del estilo dentro de la
arquitectura religiosa cubana, en cuya composición se destaca la concha estriada que
cubre el nicho en el que se encuentra el tríptico escultórico con las imágenes de la
natividad, las de mejor conservación en el centro histórico. A los amplios espacios
abovedados de cantería que cubren interiormente la nave, la notable solución del coro,
la cúpula nervada del crucero y el tratamiento exterior muy especial de la torre
campanario y la linterna de la cúpula. (foto Nº.2).
Los Belemitas solicitan un permiso en
1772 para construir un arco sobre la calle Acosta con el fin de facilitar el traslado de
los enfermos convalecientes desde el Convento hacia las construcciones que la orden
poseía en terrenos al otro lado de la calle, ya que las autoridades sanitarias de la
ciudad habían prohibido el movimiento de estas personas a través de la vía pública.
(Gráfico Nº. 2).
La orden religiosa permaneció en
este edificio hasta 1839 y en 1842 desaparece definitivamente la comunidad.
Durante casi diez años, a partir de
1843, se utilizó el Convento para actividades de gobierno, el cual efectúa un grupo de
reformas y modificaciones para ubicar en él las oficinas del general Sub-Inspector
Segundo Cabo y la Sub-Inspección de Caballería.
La Reina Isabel II restablece en 1852
la Compañía de Jesús en Cuba, solicitando a la vez que se cree un colegio en alguno de
los conventos expropiados de la ciudad de La Habana, y en 1853 es elegido el Convento de
Nuestra Señora de Belén para que establezcan en él los Jesuitas su real Colegio de La
Habana; abriendo sus puertas a cuarenta niños en 1854. El edificio y el colegio
conservaron el nombre inicial.
Entre los hechos destacados
vinculados a esta institución docente en la cual se formaron ilustres personas de esa
época, cabe destacar la fundación en este edificio en 1857 del Observatorio
Meteorológico, cuyos trabajos sobre los ciclones en la región del Caribe tuvieron un
destacadísimo valor, en especial por la dirección y la obra que en él realizó el Padre
Benito Viñes.
En 1873 el Dr. Carlos J. Finlay,
médico del Colegio de Belén, hace investigaciones obre la transmisión de la fiebre
amarilla, empleando los laboratorios de química del Colegio y con la colaboración de
algunos profesores destacados de su claustro. El brillante científico cubano experimentó
con 140 personas entre ellos 40 sacerdotes Jesuitas del Convento.
Este período y hasta 1925, en que
los Jesuitas se trasladan a un nuevo edificio construido en la barriada de Puentes Grandes
en Marianao, constituye una importante etapa de transformaciones y crecimientos en dicho
conjunto, con el fin de ampliar y modernizar constantemente las instalaciones
educacionales de dicho inmueble, el cual llegó a albergar 300 alumnos internos. Estas
acciones constructivas se prolongan hasta finales del siglo XIX y continuaron en las
primeras décadas del presente. En 1917 se ejecuta la última obra importante en el
inmueble. (Gráfico Nº. 3).

El estado cubano adquiere el edificio
mediante su compra a la Iglesia y entre 1927 y 1928 se realizan obras de remodelación
para instalar en el Convento la Secretaria de Estado y Justicia, siendo otra vez sometida
la estructura constructiva a nuevos cambios y modificaciones.
Al crearse en 1962 el Ministerio del
Interior, quedan ubicadas en el inmueble oficinas y almacenes de recuperación de valores
del estado. Posteriormente comienza a ser ocupado por dependencias de la Academia de
Ciencias que instala entre las del Archivo Nacional de Seguridad Social.
En los años setenta y comienzo de
los ochenta, muchos locales del edificio son desocupados por el mal estado de
conservación. La construcción comienza un acelerado proceso de deterioro.
Desde 1987 se iniciaron trabajos
solicitados por la Academia de Ciencias para rehabilitar y restaurar un área del Convento
que se encontraba desocupada, para instalar en ella las dependencias de uno de sus
institutos. Estos trabajos fueron solicitados al Centro Nacional de Conservación,
Restauración y Museología, en el cual trabajo, y tuve la ocasión de participar en esta
primera etapa de recuperación y en todos los estudios iniciales que sobre el edificio se
realizaron, quedando paralizados en 1991, casi en su fase final de terminación. Durante
los años siguientes se producen lamentables pérdidas de notables elementos valiosos del
inmueble, provocados por derrumbes y un incendio que en 1992 afectó importantes zonas de
la Iglesia y de los claustros más antiguos.
En 1994 se reinician obras y en la
actualidad está casi concluida la restauración de la Iglesia y se trabaja en los
claustros principales y el del hospital de convalecientes.
Con más de dos siglos y medio de
construido y sucesivos crecimientos y transformaciones con el fin de adecuarlo a
diferentes requerimientos de usos a lo largo de su existencia, el Convento de Belén, como
tradicionalmente se le continúa llamando, constituye un armonioso complejo donde
diferentes estilos, materiales y técnicas constructivas se conjugan para ofrecer un
conjunto edificado de innegables valores arquitectónicos y urbanísticos.
La preservación del Convento de
Nuestra Señora de Belén, elemento notable de nuestro patrimonio cultural inmueble,
deviene en una necesidad económica, social y cultural, ya que el mismo constituye un
paradigma indispensable para el conocimiento de la historia de la arquitectura y el
urbanismo colonial de nuestra capital y de todo el país.
Ordo Frates Bethlemitorum
(Betlemitas)
Primitivamente fue llamada Hermandad
de Nuestra Señora de Belén
Divisa: O.F.B.
Blasón: Constaba de tres coronas
reales, que en algunos casos pueden ser imperiales, y la estrella de Belén en jefe. Hay
también otros, como el del antiguo hospital de la Almudena, en Cuzco (Perú), en cuya
fachada aparece el escudo betlemita formado por tres coronas y otras estrellas. El lema
estaba tomado del Evangelio de San Lucas (4.14): Gloria in Excelsis Deo.
Hábito: Las constituciones de 1678
prescribían que el hábito debía ser de paño tosco y de color buriel, es decir, un
color pardo rojizo, similar al usado por los capuchinos, formado por una túnica sujeta
por una correa pues los regía la regla agustiniana. Se cubrían con una capa corta, con
una medalla sobre el lado izquierdo, a manera de escudo, y en ella pintada la escena de la
Natividad.
Debían llevar barba, pues no se
podían rasurar, e iban calzados. También se fundó hacia 1688 una comunidad de
religiosos que llevaban el mismo hábito y que dirigían los hospitales de mujeres.
Fue esta la única orden fundada en
el Nuevo Mundo durante el período colonial y, a pesar de que no llegó a los ciento
cincuenta años de vida, se difundió rápidamente por todos los dominios de la corona
española, desde México hasta la capital del Virreinato del Río de La Plata.
El fundador de este instituto
hospitalario fue Pedro de San José Betancourt, pero el organizador de la orden como tal
fue su discípulo Fr. Rodrigo de la Cruz, en el mundo, Don Rodrigo Arias Maldonado,
Marqués de Talamonte.
Betancourt era oriundo de las
Canarias, pues había nacido en la isla de Tenerife en 1626. Hacia 1651 arribó a
Guatemala y estuvo en la ciudad de Santiago de Guatemala con los Jesuitas, en cuya
religión pensó ingresar; ante dificultades insuperables, se decidió a vivir como
terciario franciscano.
Pero su obra no podía continuar sin
el apoyo de seguidores. Entre ellos se encontraba un antiguo gobernador de Costa Rica, el
ya citado Marqués de Talamonte, que al año siguiente al de la muerte de Betancourt, en
1668, fue elegido como superior de la nueva orden y con quien el grupo de religiosos
pronunció los votos monásticos y de hospitalidad ante el deán de la catedral.
Fr. Rodrigo de la Cruz fue también
redactor de la regla y envió un hermano a Roma para tramitar la aprobación por parte de
la Curia, cosa que ocurrió en 1772 con un Breve de Clemente X.
Dos años después viajó el mismo
Fr. Rodrigo para hacer aprobar las modificaciones introducidas en las constituciones,
siendo designado por Inocencio XIX superior general de la orden, la que se rigió por la
regla de San Agustín.
A la muerte de Fr. Rodrigo, en 1716,
ya se habían fundado hospitales en Nueva España, Nueva Granada, Ecuador, Cuba y Perú.
El auge obtenido en tan breve tiempo y la consiguiente multiplicación de las casas llevó
consigo la necesidad de aceptar una mayor cantidad de religiosos para cumplir las tareas
exigidas.
Al parecer, por ciertos testimonios
de la segunda mitad del siglo VIII, se comenzó a aceptar personas no aptas para dicho
estado y a veces rechazadas por otras órdenes, con lo cual la observación fue decayendo
hasta el punto de que la Curia Romana suprimió esta religión hacia 1820.