sí me ha
preguntado algún amigo que busca luz en su inquietud religiosa. Es bueno conocer
testimonios de fe; y más en tiempos en que la fe se vende cara.
Mi amigo es científico y algo creyente,
consagrado a la Ciencia y a la investigación.
El campo de la Ciencia es amplísimo, pero
limitado. La Ciencia no puede pasar los límites de la materia. El investigador puede
tener la sensación del ave enjaulada, extiende las alas para volar, pero choca con las
rejas: más allá está el campo de la fe.
¿Cómo puede pasar a los dominios de la fe
sin arriar la bandera de la Ciencia? Esta es su preocupación.
Me viene enseguida a la mente el testimonio
de un científico católico, francés, biólogo de mediados de siglo, que se convirtió al
cristianismo en plena madurez de su carrera.
Dice en el prólogo de uno de sus libros,
más o menos con estas palabras:
"He trabajado siempre con fe ciega en
la Ciencia. Cuando me convertí a la fe cristiana y después hasta el momento presente, no
he tenido que cambiar una palabra de todas mis tesis y opiniones. No encontré en el dogma
cristiano ningún obstáculo al desarrollo de mi especialidad".
Más universalmente conocido es otro
científico también francés, sacerdote jesuita, Teilhard de Chardin.
Se propuso como ideal de su vida
apostólica, reconciliar la Ciencia y la Fe.
Especialista en Paleontología, y estudioso
de Darwin, va demostrando la evolución ascendente que empieza en el punto ALFA los
elementos primarios de la materia inorgánica-.
Una creciente complejificación los va
preparando para la vida. Ya es materia orgánica, comienza la vida, primero vegetal. Más
tarde es vida sensitiva; animal.
Cada vez son especies mayores y más
perfectas. Llegan los prehomínidos que han desarrollado el cerebro hasta hacerlo capaz de
la conciencia. Comienza la vida humana.
Primero el hombre solitario. Después
agrupado y viviendo en cavernas. Es la primera vida social. Desde aquella primitiva
sociedad cavernícola hasta nuestros días, a lo largo de siglos y milenios, el río
impetuoso de la vida ha seguido y sigue su curso ascendente, y la evolución por una
fuerza misteriosa- no se detiene. ¿Hasta donde llegaremos?
¿Cuál es el sentido de esta marcha,
difícil pero incontenible?
El hombre se va superando, pero ¿hasta
dónde es capaz de llegar?
La Ciencia no tiene respuesta a estas
preguntas vitales. Llegó hasta su límite. ¿Quién podrá informarnos ahora?
-La Fe.
La Fe religiosa que ha llegado hasta aquí
en silencio, de la mano de la Ciencia, ahora toma la palabra y da un paso adelante, firme,
segura, y señalando con el índice a lo alto exclama gozosa:
-Hermana Ciencia, mira a la cumbre, allí
está, a la vista, el punto OMEGA. Hacia esa altura venimos caminando. Esa es nuestra
meta, nuestro destino, el sentido de nuestra vida. Ya llegó allá el primer humano,
Jesucristo. Ese célebre personaje histórico que vivió hace 2 000 años, es el hombre
nuevo, el hombre íntegramente perfecto.
La evolución le llevó a esa altura. No
podemos detener el ímpetu de la evolución. Nosotros llegaremos también. Aspiramos
inconteniblemente a esa cumbre. Nada, ni nadie nos podrá detener.
El caudaloso río humano desembocará en el
mar. Ahí se acaba la evolución y se acaba el tiempo. Es la eternidad,
El punto omega es JESUCRISTO, DIOS hecho
hombre.
Es el hombre-Dios, Cristo ayer, hoy y
siempre.
La Ciencia y la Fe juntas han realizado el
milagro: la luz, la paz, el cumplimiento de todos nuestros anhelos.
Mi amigo:
-Maravilloso, Teilhard de Chardin fue un
sabio científico y un gran creyente. Siempre aprecié mucho y gusté sus luminosos
escritos, pero nunca había visto expresado su pensamiento central de esa manera clara y
sencilla en tan breves y elocuentes palabras. Lo celebro y se lo agradezco.
Y ya que estamos en este terreno de la fe,
le voy a confiar una inquietud que a veces me asalta: y si después de una vida
sacrificada que a veces la fe es exigente- me encuentro que más allá no hay nada,
que era falsa mi creencia, ¿qué me dice usted?
R/ Es un temor legítimo, porque la fe es
creer lo que no vemos, ni podemos ver.
Por eso, la fe es un riesgo, una aventura.
Pero es una aventura necesaria. Como el que tiene que atravesar un río. No hay más
remedio. Hay que echarse al agua. Hay que preparar las condiciones, asegurar el éxito,
pero no hay otro camino.
Segundo. No veo lo que creo, como se ve en
una experiencia de laboratorio, pero estoy tan seguro de su existencia como si lo viera.
Porque además de los sentidos, tiene el hombre otra fuente de conocimiento tan segura o
más, que es la razón.
Los sentidos a veces fallan. La Ciencia a
veces tiene que rectificar tesis que se daban por ciertas. La razón es más segura.
La razón me dice que no hay efecto sin
causa suficiente. Es principio que nunca falla.
La causa del Cosmos yo la llamo Dios.
Dios no puede ser materia porque "lo
que se ve pasa", en expresión de Sn. Pablo (2 Cor. 4,18). Por tanto, no lo puedo
ver.
El temor a engañarse por no ver a Dios es
un temor pueril.
Aducir como razón de la duda que no le veo,
es una lógica bien pobre.
Tan pobre que la lógica verdadera es al
revés.
Yo creo en Dios precisamente porque no le
veo. Si lo viera no sería Dios, sería un objeto más de la Ciencia experimentable,
fenoménico, al alcance de la inteligencia humana, y por tanto, limitado. Dios tiene que
estar totalmente por encima de toda inteligencia humana. Tiene que ser ilimitado en
espacio y tiempo.
El Cosmos comenzó según cálculos
aceptados generalmente, hace 15 000 millones de años.
Para poder explicarlo hay que admitir un
DIOS eterno, es decir, que exista por sí mismo, que no deba a nadie su propio ser.
Me basta esta afirmación para que toda
inteligencia humana renuncie a comprender la naturaleza de Dios.
Yo creo en Dios porque no lo veo, porque no
le comprendo, porque no le puedo comprender.
Si pudiera comprenderlo, entender sus
planes, sería la mayor desgracia para la humanidad. Significaría la muerte de Dios, el
mundo sin Dios. No contaríamos ya con un Dios Todopoderoso Creador y Mantenedor imponente
de todo el macro y microcosmos. Se habría acabado ya la autoridad superior absoluta,
capaz de fijar el orden estético y dar sentido a la vida humana. Cada cual podría
establecer su propio sistema de moralidad o inmoralidad, sin posibilidad de recurrir a una
instancia superior universal, que en esta vida o en la otra sancione justa e
imparcialmente nuestros comportamientos.
Sin la esperanza de la vida eterna el mundo
sería un infierno o una casa de locos, una sociedad sin sentido, el caos.
¿No tenemos ya en nuestros tiempo una
experiencia semejante: conflagraciones bélicas arrasadoras, desastres ecológicos
amenazantes, injusticia social global creciente, y todo por prescindir de Dios y su
Palabra?
Hay que escoger entre Dios y el caos.
No hay otra alternativa. Así lo dejó Dios
definitivamente ordenado y mandado al primer hombre desde el principio de la creación:
"Puedes comer de todos los árboles del
jardín pero del árbol de la Ciencia del bien y del mal, no comerás. El día que
comieres de él morirás sin remedio".
Quiere decir: El día que te atrevas a
negarme a mí y trates de ponerte en mi lugar legislando sobre el bien y el mal, volverás
al polvo del que fuiste formado (Gen. 2,17 y 3,19).
Hay que escoger entre Dios y el polvo.
Yo te invito, mi querido amigo, a hacer
conmigo esta oración:
-Oh Dios Todopoderoso,
Creador y Señor del Universo, Yo te doy gracias porque eres infinitamente bueno y grande.
Yo no puedo abarcar ni comprender en mi pequeño cerebro tu infinita inmensidad, ni
bondad.
Yo sé que tus caminos
no son mis caminos, que tus planes no son mis planes.
Yo no entiendo por
qué tiene que existir el mal en el mundo, por qué el sufrimiento y dolor de seres
inocentes.
Pero sé que tú eres
Dueño y Señor absoluto en cuanto actúas y permites.
Que nadie puede
cuestionarte y pedirte explicaciones de tus leyes.
Que aunque quisieras
explicarlo no podríamos entenderlo por nuestra incapacidad natural. Como no puede el
profesional explicar al niño de tres años el mecanismo de la máquina computadora.
Por eso te doy
gracias, porque no puedo entenderte. Sé que estoy en buenas manos.
Y creo firmemente,
Señor, que tú actúas siempre por amor, porque nos amas a todos, que somos todos hijos
tuyos, más tuyos que de nuestros propios padres, que somos totalmente obra de tus manos,
y quieres el mayor bien y la salvación de todos.
Gracias infinitas,
Señor.
Mi amigo:
-Creo en la oración. Me animaré a rezar.
Me parece que orar es dialogar con Dios y que hablando también con Dios, llegaremos a
entendernos.
-R/ Nos entenderemos, dices bien.
Con el amigo es más fácil entenderse. Y
Dios es el mejor de los amigos.
Nos ama gratuitamente, sin previo
merecimiento nuestro y sin que nosotros le hagamos falta.
Es el perfecto amor.
Dios es feliz haciéndonos felices.
¿Pruebas?
Todo lo que tengo y soy lo he recibido de
él: sentidos del cuerpo y facultades del alma. Mis padres colaboraron con amor y
sacrificio, pero, instrumentos ciegos, no hicieron, recibieron el lindo regalo de un hijo
más en el hogar.
Fue otro portentoso ingeniero el que,
a lo largo de los 9 meses "iba entretejiéndome en lo profundo de la tierra"
(Sal. 139, 15). En la oscuridad del estrecho taller materno, sin perder un momento, con
absoluta competencia y seguridad iba Dios componiendo el maravilloso conjunto del cuerpo
humano, preparado para enfrentarse a todos los azares de la vida.
Y ya la luz del sol, sin desentenderse de
mí un solo momento, conservando y animando este corazón mío que no se cansa, ni se
desgasta desde que empezó a latir a las pocas semanas de concebido, y así años y años,
más de ochenta, aumentando mi deuda de gratitud con Dios que me lo conserva.
Mi amigo:
-Pero eso son las leyes de la naturaleza.
R/ Correcto. Pero ¿quién inventó, ordenó
y mantiene esas leyes poderosas, que son inteligentes, responsables y constantes?
¡Esa potencia descomunal de la gravedad
por poner un ejemplo- que de manera misteriosa, no descifrada aún por la Ciencia,
mantiene ordenados y unidos desde el centro geométrico de la Tierra con fortísima
atracción radial todos los elementos infinitos de nuestro planeta! Bastaría medio minuto
de aflojar la tensión, de soltar las amarras, de fallar esa ley de la naturaleza... y
toda nuestra casa planetaria se haría un montón imponente de polvo. Y dígase otro tanto
de la gravitación de estrellas y galaxias.
Pero llevamos años, millones, miles de
millones de años y esas leyes colosales no fallan un segundo.
Y yo he disfrutado a lo largo de mi vida de
todo ese orden admirable que Dios mantiene cuidadosamente para todo el género humano.
Yo veo ahí a Dios actuando constantemente,
atendiendo con providencia paternal y cuidando la vida de todo ser humano.
Exactamente eso significaba Jesús cuando
decía a los judíos:
"Mi Padre trabaja siempre
y yo también trabajo» (Jn. 5,18)
Con sencillas y breves palabras Jesús
describe la obra ingente del Padre, creando, manteniendo y gobernando el universo. Como si
dijera en lenguaje nuestro: Mi Padre está sentado siempre ante la gigantesca computadora
que controla el universo.
Así sentía el pueblo de Israel la
presencia de Dios en la creación y lo cantaba en poéticos salmos:
"El cielo proclama la gloria de Dios
y el firmamento pregona la obra
de sus manos.
El día al día le pasa el mensaje
La noche a la noche se lo susurra
-Sin que hablen, sin que pronuncien
sin que resuene su voz
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
-Allí le ha puesto su tienda al sol.
Él sale como el esposo de su alcoba
contento como un héroe, a recorrer
su camino,
asoma por un extremo del cielo
y su órbita llega al otro extremo.
Nada se libra de su calor" (Sal. 19,
2-7)
Y no solo el pueblo antiguo de Israel. En
pleno siglo XX, encaramados en lo alto de la luna, el primer astronauta que puso sus pies
en nuestro bello Satélite, cantó en nombre de la Ciencia el delicioso Salmo 8:
"Señor, dueño nuestro
que admirable es tu nombre
en toda la Tierra". (Sal. 8,2)
Y sigue Jesucristo enseñándonos a
reconocer la obra de su Padre, cuando nos exhorta a confiar en Él, que "da comida a
los descuidados gorriones y vestido precioso a las florecillas del campo" (Mt.
6,26-30)
Solo he mencionado dos pequeños detalles de
la inmensa y generosa obra de Dios.
Yo no puedo, mi querido amigo, seguir
despreocupado mi camino ignorando la deuda que tengo con Dios.
Yo sé que al final habrá rendición de
cuentas.
La historia de la humanidad avanza hacia el
final. No puede ser que valga la misma suerte para todos, justos y pecadores, honestos y
corruptos.
No sabemos cómo Dios juzgará, pero habrá
sanción "YO soy un DIOS justo, lento a la ira y rico en misericordia" (Ex.
34,6).
Si por un imposible, más allá no hubiera
nada, creo que no perdí en mi vida.
Pero si hay algo, si hay alguien que allí
me pregunte: ¿qué has hecho en la tierra?
Si no estoy preparado para el encuentro,
quisiera que allí mismo me tragase la tierra.
Y si sigue preguntando: ¿Cómo has empleado
facultades y sentidos que yo te preparé y que has estado disfrutando a tu gusto en la
vida? ¿qué frutos has recogido?
Si yo empiezo a disculparme con mi
agnosticismo, me dirá el Señor: ¿qué no me veías?
Cómo ibas a verme si yo soy espíritu. Tú
eras materia, encerrado en un cuerpo material, pero, dotado de inteligencia para razonar,
podías suponer que: de alguien recibiste lo que tenías, que no hay efecto sin causa.
Sabías agradecer pequeños favores ¿cómo es posible pasar una vida entera recibiendo
diariamente todo lo que eres y tienes y no levantar la vista, como los irracionales, para
pronunciar una sola vez la sagrada palabra: ¡gracias Dios mío! ¡GRACIAS!
He aquí querido amigo, mi visión de la fe.
La luminosa fe que transforma a las personas, de tristes y decaídas en alegres y
optimistas, de cobardes en valientes, de ignorantes en sabios, de perezosos en esforzados.
Envidio a los Santos.
Santos son los grandes cristianos de todos
los tiempos que han tenido, con la gracia de Dios, superior fuerza de voluntad para hacer
coherente la vida con la fe que profesan.
La fe les llevó a sacrificarse,
olvidándose de sí mismo, como Cristo, por el bien de los demás.
Pienso en la M. Teresa de Calculta, recién
fallecida, por citar una mujer santa de nuestros días. Su luz ha brillado en todo el
mundo. Se propuso servir a los más pobres entre los pobres del mundo. Y lo cumplió.
Murió feliz y contenta, porque es más dichoso dar que recibir.
Su ejemplo es el mejor testimonio de la fe.
Vale más que todos mis razonamientos.