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LA ISLA, EL EMBLEMA, LA TRAGEDIA |
(...) C uando en 1936 Lezama distinguía a Cuba dentro del contexto americano, levantaba el mito de la insularidad y definía con él la situación del arte cubano como una frustración de la vitalidad(1). Para el crítico, nuestra condición de islados suponía una autoconciencia de la individuación de la identidad, que en este caso se mostraba influenciado por la ubicación geográfica; algo así como (...) la maldita circunstancia del agua por todas partes(2), y que traería consigo un sentido enrevesado del ser al no tener la expresión el camino deseado.
Establecer historias a partir de la incidencia de dicha particularidad en lo humano constituye la intención de las piezas de José Luis Lorenzo, artista pinareño graduado de la Escuela Profesional de Artes Plásticas; y que en el mes de enero inauguró su primera exposición personal en el centro de Artes Visuales de su localidad bajo el título de "Metáfora insular". Toda su producción concibe el contexto como una realidad teatralizada en la que los personajes son actores frustrados que aceptan su destino. Su posición como bufones los somete a una actuación estoica e inocua que les permite sobrellevar su trunco empleo. Estos histriones personificados asumen diversas jerarquías pero ninguno escapa a la tramoya. Existe un superior o deidad y su séquito, y ambos están marcados por la simulación. La irrenunciable postura convierte la contrariedad en rutina. El artista ha estructurado el discurso de la nuestra en dos segmentos: en la primera sala exhibe obras más cercanas a lo habitual en lo referido a su concepción bidimensional y el uso de los materiales, y en la segunda, enmarcada por una rústica cerca de púas, coloca una instalación que cierra el relato con un fin inusual dentro de las irreverencias de provincia. La primera parte corresponde a las piezas en óleo o pastel sobre lienzo y cartulina, además de utilizar en una de ellas sangre de caballo con el ánimo de subrayar el contenido. Estas aluden a conductas humanas de orden moral como la envidia, la realización individual, la insubordinación, la intolerancia, el arrepentimiento, moduladas por ambiente de insatisfacción y nostalgia que se logran con el empleo de colores ocres; y en el caso de las historias donde el mar tiene un protagonismo manifiesto éste aparece encrespado y violento. La segunda sección correspondiente a la instalación. Tomemos la gloria entabla un diálogo eficaz con el público por su proyección escenográfica. La distribución de excremento de equino en el piso alrededor del tronco de palma real, otorga un tono cínico al cuestionarnos acerca de la identidad. Al delimitar esta zona mediante la cerca se refuerza la imagen, al igual que la acción llevada a cabo el día de la inauguración de la muestra al beber el vino depositado encima del árbol nacional.
Esta pieza evoca la búsqueda del sentido de pertenencia al margen de las contingencias. La invitación a tomar el vino cruzando el excremento refiere la toma de posición a favor de burlar los obstáculos que impone la vida. De modo general, el discurso de Lorenzo descansa en la problematización del mito pero no desde un ángulo distante sino como alegoría surgida de un cómplice historiador. Él lo presenta como el aliado indisoluble al que se somete el hombre en su afán de perpetuidad. Cada una de las actitudes que escenifica en esta narración responde a las fluctuaciones de la Historia en el devenir humano, las transformaciones del ego desde la vanidad hasta el sometimiento. Lo singular de su incursión en el terreno mitológico consiste en volver asequible la solemnidad del mito. Él lo transforma en suceso cotidiano dotado de las debilidades características del hombre. Lorenzo prefiere tratar a sus personajes desnudos o semidesnudos para conferirles credibilidad; además de aportar mayor fuerza dramática a las escenas. La creación del pinareño aunque es incipiente acusa una madurez conceptual que la convierte en una de las propuestas más acertadas en el escenario local, sin embargo, la factura adolece de infelices resultados en el color y los escorzos, errores evidentes que deprecian en cierta medida la calidad de su quehacer. Si bien el recurrente uso de los ocres le confiere a su discurso un carisma singular porque afianza la descripción del habitad de estos seres híbridos, no me parece que su aplicación demuestre un dominio auténtico, aún debe ganar en el oficio. Es preciso alabar la exhibición de muestras como ésta en la que el hilo conductor nos dirige a infinitas reflexiones acerca de la naturaleza humana, donde se nos invita a demoler la posible existencia de arquetipos míticos inamovibles a partir de nuestra imaginación.
(1) Lezama Lima, José. La visualidad infinita, Ed. Letras Cubanas, La Habana, Cuba. Pp. 51-52, 1994. (2) Piñera, Virgilio. Aire frío, Ed. La Milagrosa, La Habana, 1959. |
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