marzo-abril. año V. No. 24. 1998


PATRIMONIO

CULTURAL

El Convento de NUESTRA SEÑORA DE BELÉN

 

Nelson Melero Lazo

 

 

En el presente trabajo quisiera referirme a un importante edificio construido en la Ciudad de La Habana por la orden de los Belemitas, que se estableció en nuestro país en los inicios del siglo XVIII; dotando a la capital de su más grave conjunto religioso colonial, siendo también el único que dicha congregación edificara en nuestro país.

 

Significativo resulta también, por ser ésta la única orden religiosa fundada en el continente americano durante la colonia. Con una vida relativamente breve; que además del de La Habana, llegó a tener diez conventos en México, diez y siete en Perú y en otros países de centroamérica y suramérica hasta Argentina, manteniendo la casa principal en Guatemala.

Anexamos detalles de la orden, fundación y características principales, tomados del libro Iconografía del Arte Colonial. Los Santos. Vol. I., de Héctor Scheonone, publicado en Argentina en 1992.

El Convento de Nuestra Señora de Belén de La Habana, se encuentra localizado en las manzanas comprendidas entre las calles Compostela, Acosta, Picota y Luz, en La Habana Vieja, y ocupa un área aproximada de 12 000 metros cuadrados. (Plano de localización).

El edificio se encuentra espacialmente alrededor de seis patios claustrales en los que se pueden apreciar variadas soluciones constructivas que incluyen arcadas de cantería, pórticos de pilares de ladrillos, pie derechos de madera, vigas de madera y entablado, cubiertas inclinadas de tejas, estructuras metálicas y elementos de hormigón armado.

La fachada principal del inmueble se extiende a todo lo largo de la calle Compostela y en ella se encuentran los elementos arquitectónicos más importantes de este edificio: la fachada de la iglesia con su muro perimetral que limita el atrio en su frente, la portada del acceso principal al edificio y el arco sobre la calle Acosta, único de su tipo en el país y que constituye una clara referencia para identificar este conjunto en La Habana Vieja. (foto Nº.1).

El surgimiento y la construcción de esta institución se encuentra muy estrechamente ligado a dos figuras muy importantes del siglo XVIII en Cuba, el Obispo Diego Evelino de Compostela y a Don Juan Francisco Carballo, Alférez de Milicia y uno de los más importantes mercaderes de la Habana, quien con sus aportes económicos contribuyó decisivamente al financiamiento y la ejecución del Convento, considerándose su principal benefactor, promotor y fundador.

El Obispo Compostela había llegado a La Habana en 1687 para tomar posesión del Obispado, siendo el vigésimo obispo de La Habana. Desempeñó sus funciones como tal durante dieciocho años, y a él se deben importantes obras como la casa-cuna o de los niños espósitos y el colegio de San Francisco de Sales.

Preocupado por la situación que presentaba el hospital de San Juan de Dios y por el estado en que salían muchos enfermos de él, que aún convalecientes no se encontraban totalmente recuperados; piensa en la necesidad de un hospital para convalecientes con ese fin, sitio en que posteriormente se convertiría el Convento de Nuestra Señora de Belén.

A tales fines dirige una carta en 1704 a México solicitando la fundación de una casa de los Belemitas en esta ciudad, con el propósito de que estos se encargaran de realizar estas actividades. Ofrece para localizarla los terrenos de su huerta de recreo en los cuales había construido una pequeña ermita a San Diego de Alcalá y algunas edificaciones, por lo que el sitio se le conocía como la Huerta de San Diego.

Llegan a La Habana los dos primeros religiosos Belemitas, a los cuales hospeda en las casas de la huerta, donde se instala inicialmente el asilo con seis camas.

Desafortunadamente el Obispo Compostela fallece en ese mismo año y no pudo ver el inicio de la obra, pero dejó creada las bases para que la misma pudiera llevarse a cabo.

La construcción del edificio se inicia en 1712, siendo sufragados sus costos por Juan Francisco de Carballo, que termina de comprar los terrenos que hoy ocupa el Convento. Al igual que el Obispo de Compostela, Carballo no pudo ver concluida la obra a la que tanto contribuyó, pues fue asesinado en 1718.

La iglesia, el claustro principal y el de hospital de convalecientes, zona que constituye el núcleo inicial del Convento de Nuestra Señora de Belén, son concluidos en 1720, según refiere la publicación de 1904 por el Cincuenta Aniversario de la fundación del Colegio de Belén. (Gráfico No. 1).

Un paréntesis especial quisiera abrir para referirme a la iglesia, destacado exponente con un particular tratamiento barroco a manera de retablo en su fachada principal, pionera del estilo dentro de la arquitectura religiosa cubana, en cuya composición se destaca la concha estriada que cubre el nicho en el que se encuentra el tríptico escultórico con las imágenes de la natividad, las de mejor conservación en el centro histórico. A los amplios espacios abovedados de cantería que cubren interiormente la nave, la notable solución del coro, la cúpula nervada del crucero y el tratamiento exterior muy especial de la torre campanario y la linterna de la cúpula. (foto Nº.2).

Los Belemitas solicitan un permiso en 1772 para construir un arco sobre la calle Acosta con el fin de facilitar el traslado de los enfermos convalecientes desde el Convento hacia las construcciones que la orden poseía en terrenos al otro lado de la calle, ya que las autoridades sanitarias de la ciudad habían prohibido el movimiento de estas personas a través de la vía pública. (Gráfico Nº. 2).

La orden religiosa permaneció en este edificio hasta 1839 y en 1842 desaparece definitivamente la comunidad.

Durante casi diez años, a partir de 1843, se utilizó el Convento para actividades de gobierno, el cual efectúa un grupo de reformas y modificaciones para ubicar en él las oficinas del general Sub-Inspector Segundo Cabo y la Sub-Inspección de Caballería.

La Reina Isabel II restablece en 1852 la Compañía de Jesús en Cuba, solicitando a la vez que se cree un colegio en alguno de los conventos expropiados de la ciudad de La Habana, y en 1853 es elegido el Convento de Nuestra Señora de Belén para que establezcan en él los Jesuitas su real Colegio de La Habana; abriendo sus puertas a cuarenta niños en 1854. El edificio y el colegio conservaron el nombre inicial.

Entre los hechos destacados vinculados a esta institución docente en la cual se formaron ilustres personas de esa época, cabe destacar la fundación en este edificio en 1857 del Observatorio Meteorológico, cuyos trabajos sobre los ciclones en la región del Caribe tuvieron un destacadísimo valor, en especial por la dirección y la obra que en él realizó el Padre Benito Viñes.

En 1873 el Dr. Carlos J. Finlay, médico del Colegio de Belén, hace investigaciones obre la transmisión de la fiebre amarilla, empleando los laboratorios de química del Colegio y con la colaboración de algunos profesores destacados de su claustro. El brillante científico cubano experimentó con 140 personas entre ellos 40 sacerdotes Jesuitas del Convento.

Este período y hasta 1925, en que los Jesuitas se trasladan a un nuevo edificio construido en la barriada de Puentes Grandes en Marianao, constituye una importante etapa de transformaciones y crecimientos en dicho conjunto, con el fin de ampliar y modernizar constantemente las instalaciones educacionales de dicho inmueble, el cual llegó a albergar 300 alumnos internos. Estas acciones constructivas se prolongan hasta finales del siglo XIX y continuaron en las primeras décadas del presente. En 1917 se ejecuta la última obra importante en el inmueble. (Gráfico Nº. 3).

El estado cubano adquiere el edificio mediante su compra a la Iglesia y entre 1927 y 1928 se realizan obras de remodelación para instalar en el Convento la Secretaria de Estado y Justicia, siendo otra vez sometida la estructura constructiva a nuevos cambios y modificaciones.

Al crearse en 1962 el Ministerio del Interior, quedan ubicadas en el inmueble oficinas y almacenes de recuperación de valores del estado. Posteriormente comienza a ser ocupado por dependencias de la Academia de Ciencias que instala entre las del Archivo Nacional de Seguridad Social.

En los años setenta y comienzo de los ochenta, muchos locales del edificio son desocupados por el mal estado de conservación. La construcción comienza un acelerado proceso de deterioro.

Desde 1987 se iniciaron trabajos solicitados por la Academia de Ciencias para rehabilitar y restaurar un área del Convento que se encontraba desocupada, para instalar en ella las dependencias de uno de sus institutos. Estos trabajos fueron solicitados al Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología, en el cual trabajo, y tuve la ocasión de participar en esta primera etapa de recuperación y en todos los estudios iniciales que sobre el edificio se realizaron, quedando paralizados en 1991, casi en su fase final de terminación. Durante los años siguientes se producen lamentables pérdidas de notables elementos valiosos del inmueble, provocados por derrumbes y un incendio que en 1992 afectó importantes zonas de la Iglesia y de los claustros más antiguos.

En 1994 se reinician obras y en la actualidad está casi concluida la restauración de la Iglesia y se trabaja en los claustros principales y el del hospital de convalecientes.

Con más de dos siglos y medio de construido y sucesivos crecimientos y transformaciones con el fin de adecuarlo a diferentes requerimientos de usos a lo largo de su existencia, el Convento de Belén, como tradicionalmente se le continúa llamando, constituye un armonioso complejo donde diferentes estilos, materiales y técnicas constructivas se conjugan para ofrecer un conjunto edificado de innegables valores arquitectónicos y urbanísticos.

La preservación del Convento de Nuestra Señora de Belén, elemento notable de nuestro patrimonio cultural inmueble, deviene en una necesidad económica, social y cultural, ya que el mismo constituye un paradigma indispensable para el conocimiento de la historia de la arquitectura y el urbanismo colonial de nuestra capital y de todo el país.

 

_____________________________________________________VOCABULARIO

Atrio- Recinto cerrado generalmente rodeado de pórticos que constituyen la entrada principal de un edificio.

Claustro- Galería cubierta que rodea el patio interior de un edificio y se halla separada de éste por arcadas o columnatas: los claustros son comunes en los monasterios, catedrales y universidades antiguas.

Crucero- espacio interior en el que se interceptan las dos naves de una iglesia.

Linterna- Torrecilla acristalada o con ventanas que remata una cúpula, para alumbrar interiormente una edificación.

Pie derecho- Cualquier apoyo vertical. En Cuba se emplea generalmente para los elementos de madera.

Portada- Obra ornamental con que se realza la fachada o patio principal de un edificio.

Pórtico- Estructura formada por un elemento horizontal que soporta una carga y que se apoya en sus extremos en columnas.

Retablo- Obra de arte que cubre el muro tras el altar, hecha sobre madera, piedra o metal, con pinturas, esculturas u obras de ambos tipos y cuya forma varió durante diferentes épocas.

 

Tomado de: Diccionario Pequeño Larrouse de Ciencia y Técnica. Edición Revolucionaria. La Habana, 1968. Instituto Cubano del Libro.

 


ANEXO

Orden Betlemítica.

 

Ordo Frates Bethlemitorum (Betlemitas)

Primitivamente fue llamada Hermandad de Nuestra Señora de Belén

Divisa: O.F.B.

Blasón: Constaba de tres coronas reales, que en algunos casos pueden ser imperiales, y la estrella de Belén en jefe. Hay también otros, como el del antiguo hospital de la Almudena, en Cuzco (Perú), en cuya fachada aparece el escudo betlemita formado por tres coronas y otras estrellas. El lema estaba tomado del Evangelio de San Lucas (4.14): Gloria in Excelsis Deo.

Hábito: Las constituciones de 1678 prescribían que el hábito debía ser de paño tosco y de color buriel, es decir, un color pardo rojizo, similar al usado por los capuchinos, formado por una túnica sujeta por una correa pues los regía la regla agustiniana. Se cubrían con una capa corta, con una medalla sobre el lado izquierdo, a manera de escudo, y en ella pintada la escena de la Natividad.

Debían llevar barba, pues no se podían rasurar, e iban calzados. También se fundó hacia 1688 una comunidad de religiosos que llevaban el mismo hábito y que dirigían los hospitales de mujeres.

Fue esta la única orden fundada en el Nuevo Mundo durante el período colonial y, a pesar de que no llegó a los ciento cincuenta años de vida, se difundió rápidamente por todos los dominios de la corona española, desde México hasta la capital del Virreinato del Río de La Plata.

El fundador de este instituto hospitalario fue Pedro de San José Betancourt, pero el organizador de la orden como tal fue su discípulo Fr. Rodrigo de la Cruz, en el mundo, Don Rodrigo Arias Maldonado, Marqués de Talamonte.

Betancourt era oriundo de las Canarias, pues había nacido en la isla de Tenerife en 1626. Hacia 1651 arribó a Guatemala y estuvo en la ciudad de Santiago de Guatemala con los Jesuitas, en cuya religión pensó ingresar; ante dificultades insuperables, se decidió a vivir como terciario franciscano.

Pero su obra no podía continuar sin el apoyo de seguidores. Entre ellos se encontraba un antiguo gobernador de Costa Rica, el ya citado Marqués de Talamonte, que al año siguiente al de la muerte de Betancourt, en 1668, fue elegido como superior de la nueva orden y con quien el grupo de religiosos pronunció los votos monásticos y de hospitalidad ante el deán de la catedral.

Fr. Rodrigo de la Cruz fue también redactor de la regla y envió un hermano a Roma para tramitar la aprobación por parte de la Curia, cosa que ocurrió en 1772 con un Breve de Clemente X.

Dos años después viajó el mismo Fr. Rodrigo para hacer aprobar las modificaciones introducidas en las constituciones, siendo designado por Inocencio XIX superior general de la orden, la que se rigió por la regla de San Agustín.

A la muerte de Fr. Rodrigo, en 1716, ya se habían fundado hospitales en Nueva España, Nueva Granada, Ecuador, Cuba y Perú. El auge obtenido en tan breve tiempo y la consiguiente multiplicación de las casas llevó consigo la necesidad de aceptar una mayor cantidad de religiosos para cumplir las tareas exigidas.

Al parecer, por ciertos testimonios de la segunda mitad del siglo VIII, se comenzó a aceptar personas no aptas para dicho estado y a veces rechazadas por otras órdenes, con lo cual la observación fue decayendo hasta el punto de que la Curia Romana suprimió esta religión hacia 1820.

 

 

Bibliografía____________________________________

 

- Album Conmemorativo. Quincuagésimo Aniversario.

Colegio de Belén, 1904.

Imprenta Archivo Comercial, Amargura 30. 1904.

- Expedientes Archivo Convento de Belén

Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología, La Habana.

- Leiseca, Juan Martín

Apuntes para la Historia Eclesiástica de Cuba, La Habana, 1938.

- Morell de Santa Cruz, Pedro M.

La Visita Eclesiástica, La Habana, 1985.

- Pruna Goodwall. Pedro M.

Los jesuitas en Cuba, Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 1991.

- Scheonone, Héctor H.

Iconografía del Arte Colonial. Los Santos. Vol. I, Argentina, 1992.