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julio-agosto.año IV.No.20.1997 |
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JUSTICIA Y PAZ |
LA EMIGRACIÓN. por Sergio Lázaro Cabarrouy |
El desarrollo de los hombres y de los pueblos en el mundo de nuestros días no es posible sin acceder a las comunicaciones, que son cada vez más sofisticadas y de mayor alcance. Una de las más viejas formas de comunicarse consiste precisamente en que las personas viajen. El hecho de trasladarse de un lugar a otro es propio de la naturaleza del hombre. Las personas viajan por los más disímiles motivos: trabajo, negocios, recreación, salud, mejora económica, exilio político, etc. El poder viajar libremente supone entonces una puerta abierta al desarrollo y a la realidad de las personas. Hoy se hace cada vez más normal que una persona recorra el planeta en tres días haciendo gestiones para fundar una corporación, o que una familia emigre a otra ciudad o a otro país porque uno de sus miembros ha encontrado mejores oportunidades de trabajo, o que un vendedor de flores vaya a pasar las vacaciones a un país del otro lado del océano. El que cada vez más personas tengan acceso a viajar es una muestra del desarrollo de la sociedad. La emigración dentro de Cuba se ha producido mayormente hacia el occidente del país, sobre todo hacia la capital, y está relacionado con el éxodo del campo a la ciudad, el cual es un fenómeno mucho más amplio. Mientras que hacia el exterior, el mayor volumen se ha producido hacia los Estados Unidos, sobre todo en los últimos 37 años. Para hacer una valoración ética del fenómeno, sin pretender abarcarlo en su totalidad, empezaremos por la emigración interna. Entre las causas del fenómeno migratorio interno están: el proceso de estatalización de la tierra y la cooperativización, que llevaron a gran parte de los campesinos a vivir en pueblos y comunidades construidas para ese fin y que hizo multiplicar el número de obreros agrícolas que no viven en el campo; el auge de la enseñanza que llevó a muchos a optar por profesiones que necesariamente implicaban el abandono del campo e incluso, vivir en los centros urbanos más importantes, entre otros. Paralelo a esto muchas personas se han trasladado al occidente formando parte de brigadas y contingentes para la construcción, para la agricultura o para formar parte de la policía. Fuentes oficiales han reconocido en varias ocasiones que se trata de trabajos que los habaneros no quieren realizar, y yo pienso que son aceptados por personas de otras provincias porque ello significa la posibilidad de "probar suerte en la capital". Una minoría de los emigrantes obedecen a intereses del estado en el campo profesional o político-administrativo. Pero la mayor parte de la emigración interna tiene su causa, ciertamente, en la búsqueda de mejores oportunidades familiares; otros han fundado su propia familia, han buscado trabajos más acorde con sus intereses, en fin, han "hecho vida". Algunos han podido construir su casa u ocupar alguna residencia en condiciones de legalidad, pero otros, cuyo número es elevado, viven de manera ilegal. También ha ocurrido el proceso contrario, muchos profesionales recién graduados han tenido que ir a ejercer su servicio social fuera de las ciudades y a los graduados del interior siempre se les sitúa a trabajar en su provincia, aunque no siempre en su pueblo o ciudad de origen. En una interesante trilogía de artículos firmados por Susana Lee, que aparecen en el periódico Granma entre los días 10 y 14 de mayo de este año, aparecen las estadísticas del saldo migratorio hacia Ciudad Habana (que es la cantidad de personas que han emigrado hacia ese lugar menos las que se han ido del mismo) y puede verse que en los dos primeros años de la Revolución el mismo resultó casi el doble del promedio de los años 50, que fue de 22 800 personas. En 1959 fue de 43 500, en 1961 fue de 37 900, y luego se mantuvo estable hasta 1989 en unas 11 000 personas por año. Más de la mitad del total de emigrantes proviene de las 6 provincias más orientales. Aunque el número de emigrantes se estabilizó, y en ello influyeron los planes de desarrollo hacia el interior del país, este no disminuyó, al mismo tiempo que, como se reconoce también en la fuente citada, los problemas de desarrollo social se fueron incrementando en la capital sobre todo en lo referente a la construcción de viviendas y en el mejoramiento de los servicios públicos. Aunque hubo períodos como el de la primera mitad de la década de los 70 en los que se construyeron miles de viviendas en toda Cuba, la demanda en este sentido nunca fue cubierta. En lo que se refiere a la regulación del movimiento de personas dentro de Cuba, en 1974 se aprobó la Ley 1278 que establecía el Carné de Identidad y el Registro de Direcciones. La misma sigue aún vigente y estipula, entre otras cosas, la obligación de todo ciudadano cubano o extranjero, residente en el país o visitante, a inscribirse en el Registro de Direcciones del lugar a donde ha ido a residir por más de 30 días. La propia ley se refiere a que las formalidades del trámite están relacionadas en el Reglamento e Instrucciones del Carné de Identidad y del Registro de Direcciones, muchas veces dicho trámite corre a cargo de la Institución u Organismo del Estado que auspicia el cambio de residencia, ese es el caso, por ejemplo, de los estudiantes becados, los soldados, los movilizados por distintas razones, etc. Esta legislación permite al Estado llevar un control bastante riguroso sobre la residencia de las personas, pero no ha servido de regulación eficaz al fenómeno migratorio. A partir del año 1990, la emigración hacia la capital se incrementó, llegando a ser el saldo migratorio neto de más de 28 000 personas el año pasado, sin contar las que, por no haberse registrado, no cuentan en la estadística. Es en estos años en los que se agudizan todos los problemas económicos y sociales y aumenta la diferencia entre la capital y el interior, así como entre oriente y occidente en cuanto a oportunidades para afrontar la crisis y mejorar el nivel de vida. Al mismo tiempo ha aumentado el flujo de personas, sobre todo de oriente, para realizar los ya citados trabajos que son rechazados por los habitantes de la capital. Por todo lo visto hasta ahora se puede decir que el Estado ha participado de modo fundamental en los movimientos migratorios internos que han ocurrido en tanto grado como la propia iniciativa de las personas. Luego, en la solución del problema migratorio, este debe participar junto con todos los ciudadanos. Desde que se aplica en la capital el Decreto Ley 217 sobre la regulación de las migraciones internas hacia esa ciudad, del 22 de abril de este año, muchas personas han tenido que abandonar la ciudad hacia su anterior residencia en contra de su voluntad. Esto, y la manera de proceder de las autoridades han sido fuente de profundo descontento, debido al trastorno que representa para una persona o una familia, volver hacia el lugar de donde salió un tiempo antes para recomenzar la vida, sin que esto haya sido por decisión propia. La violación a la intimidad y a la independencia en la vida de las personas y los traumas causados son grandes, aunque las medidas están amparadas por la ley y dicha ley está escrita para resolver un problema urgente relacionado con el bien común. Mientras hay quien escribe a Granma manifestando preocupaciones o protestando porque le han tronchado planes futuros (sección sobrecartas del 27 de mayo de este año), otros optan por quedarse en la capital "jugándole cabeza" a las autoridades, y hay quien de todos modos decide trasladarse a La Habana sin garantías de legalidad "a ver qué pasa". No obstante, el Decreto sí constituye un severo cuerpo normativo que puede conseguir la reducción de la emigración e incluso revertirla. Medidas como estas son válidas sólo si contribuyen a aquello que las justifica: garantizar a las personas la oportunidad de mejorar su nivel de vida, haciendo más habitables los pueblos y ciudades. Al mismo tiempo, el hecho de revertir la migración puede ser una solución al problema, siempre que los implicados estén de acuerdo en ello porque vayan a encontrar buenas condiciones de vida en su nuevo lugar de residencia. ¿Es esto lo que está ocurriendo con los casos de repatriación que ocurren en la capital, se están dando los pasos económicamente posibles y éticamente justificados para tratar el asunto o simplemente se está optando por lo más viable económicamente y más costoso para las personas? Aparece aquí el problema de la vivienda que es crítico en todo el país. A finales de la década pasada se puso de moda una canción popular cuyo estribillo decía: "La Habana no aguanta más", refiriéndose a la falta de viviendas y al éxodo hacia esta ciudad, donde se observan las mayores densidades de población del país, sobre todo en los municipios Cerro, Habana Vieja y Centro Habana. El Estado informa que hace lo que puede con los escasos recursos con que cuenta, sin embargo se ve que se destinan recursos para construir en ramas económicamente priorizadas como el turismo para aumentar la necesaria entrada de divisas. ¿Se han elegido correctamente las prioridades o se ha considerado que primero está el problema financiero que la solución de necesidades tan urgentes como es la vivienda? Opino que urge una reorientación de la política del Estado en el sentido de lograr un equilibrio que favorezca un poco más a la solución del problema de la vivienda, y para ello sería bueno que se diera más oportunidad a la autogestión de los afectados. En este sentido la Pontificia Comisión Justicia y Paz del Vaticano, exhorta a las Iglesias particulares de todo el mundo a que contribuyan en la solución del problema de los "sin techo" trabajando en tres vertientes fundamentales: Ayuda material para dotar de techo a las familias, en este sentido Cáritas cubana ha brindado ayuda en casos de desastres naturales y para la reconstrucción en algunas partes de La Habana. Educación y promoción de la comunidad, de modo que se alivien los graves problemas y se eduque en la autogestión de las familias que viven en barrios con malas condiciones, en este sentido trabajan muchas comunidades católicas de Cuba que están presentes en dichos barrios. Diálogos para lograr legislaciones que promuevan políticas de viviendas favorables a los más necesitados, en este sentido queda mucho por hacer aún. (Pontifica Comisión Justicia y Paz, ¿Qué has hecho de tu hermano sin techo? Documento en ocasión del año internacional de las personas sin hogar, pp 25-29, Roma 1987). Está claro que las regulaciones a la emigración interna son imprescindibles para Cuba, pero las mismas por sí solas no son las que van a resolver el problema. Es necesario, sobre todo, favorecer a una repartición más equitativa de la riqueza social en todas las regiones del país, esto ha sido política explícita del Estado (iniciativas como el Plan Turquino son muestras de esa voluntad), pero debe trabajarse mucho más en ese sentido, sobre todo en cuanto a dar más participación a la iniciativa privada nacional y a la sociedad civil, dentro del proceso de cambios que se verifica. Si las empresas privadas o mixtas de particulares nacionales existiesen, constituirían una magnífica fuente de empleo y oportunidades, si la construcción de viviendas tuviese una participación real y correctamente legislada de dichas empresas, si las mismas pudiesen ser objeto directo de la concesión de créditos desde el exterior, si los ciudadanos encontrasen en la sociedad civil mejores espacios de participación, entre otras, entonces se estaría incidiendo de forma más objetiva sobre las causas de la emigración. No se trata de construir textileras en las montañas, universidades en las ciénagas, o ampliar el Malecón de Santiago. Se trata de que en cada región, las personas tengan la oportunidad de trabajar, estudiar y mejorar su nivel de vida, sin pretender la quimera de que una capital de provincia sea igual que La Habana. Se trata de que el desarrollo socioeconómico (la creación de nuevos empleos, la industrialización, la transformación de la agricultura, etc.) sea un proceso donde se tenga en cuenta la cultura y en especial las tradiciones productivas, se trata de que las personas tengan la posibilidad de escoger su lugar de residencia libremente, de acuerdo a sus intereses personales y no que lo hagan compulsados por problemas cuya solución no encuentran allí donde viven. Se trata de combinar adecuadamente la función reguladora del estado, cosa que no es nueva porque este ha hecho inversiones sin precedentes para el desarrollo en el interior del país, con la iniciativa privada de los cubanos, que lo es menos aún. No creo que la solución del problema migratorio detenga el proceso de urbanización de la población, ya que este parece inevitable en el desarrollo de los pueblos y que no tiene nada que ver con la urbanización "forzada" por las malas condiciones socioeconómicas. Se estimó en 1987 que el 40% de la población del mundo era urbana, la misma creció de un 29% en 1950, y se espera que sea del 50% a finales del siglo (Pontificia Comisión Justicia y Paz. ¿Qué has hecho de tu hermano sin techo? Documento en ocasión del año internacional de las personas sin hogar, pp 10-14. Roma 1987). Si la agricultura, por ser más eficiente, requiere cada vez de menos personal; si la industrialización y la "informatización" requieren cada vez más de personas en ambientes urbanos, y estas pueden contar con viviendas dignas; entonces no habría que asustarse por el éxodo del campo a la ciudad, sino al contrario. Y en este sentido creo que la promoción del pequeño agricultor y la cooperativa son muy buenos caminos para lograr el equilibrio demográfico entre el campo y la ciudad en nuestro país. Pero es la emigración hacia otros países, sobre todo a los Estados Unidos, la arista más aguda del problema. Los cubanos han emigrado buscando mejores oportunidades de vida, por causas políticas, por reunificar la familia, etc. En algunos períodos han estado más acentuadas unas causas que en otras. El volumen de la emigración e inmigración ha variado también en distintos períodos. Si miramos las estadísticas migratorias de este siglo, vemos que por ejemplo, la población extranjera en Cuba entre 1899 y 1931 se ve que aproximadamente el 11% de la población total es nacida en otros países, lo cual significa que el flujo de inmigrantes casi es triplicado, al igual que la población total. En 1931 el 62% de estos inmigrantes era europeo y el 29% del resto de América. Muchas personas llegaban a Cuba buscando oportunidades para negocios, empleo, mejores salarios, al amparo de un proceso de desarrollo de la economía y la sociedad que tenía lugar luego de la liberación de España. Entre el 1931 y el final de la década, la inmigración fue menos debido a la repercusión en Cuba de la crisis económica mundial que se vivió en ese período, luego en la década del cuarenta volvió a aumentar, pero en 1943 sólo el 5.2% de la población cubana era nacida en el exterior, en 1953 este valor descendió a 3.9%. Sin embargo, en estas dos décadas el saldo migratorio externo (número de personas que entran menos las que salen) oscilaba entre -6614 (valor en 1954) y 3319 (valor en 1956) como se muestra en la tabla. Lo cual demuestra que el mismo era estable y no estaba condicionado por cambios significativos en la política y en la economía ni siquiera parece estar significativamente influido por la situación convulsa que vivió el país en la segunda mitad de la década de los cincuenta. Año 1943 1947 1950 1954 1956 1958 2000 -5372 2670 -6614 3319 -4449 (Estadísticas de migraciones externas y turismo. Comité Estatal de Estadísticas, Edit. Orbe, La Habana 1972, todas las cifras citadas, hasta el año 1977 son de esa fuente). Aunque se produjo en este período mucha emigración política, sobre todo de perseguidos por la dictadura de Batista, el saldo migratorio es sorprendentemente positivo en algunos años. A pesar de que muchos cubanos emigraban en esa época buscando mejores oportunidades de subir el nivel de vida, las cifras muestran que este movimiento no fue significativo y que además fue muy compensado por el de los que venían a Cuba con el mismo objetivo. La emigración comenzó a ser un problema a partir de 1959 cuando comenzaron a producirse los profundos cambios sociales gestados por la Revolución. En la década del sesenta, sobre todo en los tres primeros años, la emigración fue mucho mayor que la inmigración. Gran parte de los cubanos de clase media y alta se marcharon a los Estados Unidos luego de ser afectados por algunos de los cambios o por tomar una posición política contraria al proceso social que se vivía. 12345 -62379 -66264 -18003 -56404 -968 En la tabla se puede ver cómo el saldo fue positivo en 1959 debido sobre todo a la repatriación de muchos exiliados políticos. En los tres años que siguen el saldo es muy negativo, debido al masivo exilio por causas entre las que están las que ya citamos. En 1960, se produjo el éxodo de unos 14 000 hacia los Estados Unidos, los cuales eran enviados por sus padres a casa de familiares o a campamentos preparados para ello por el gobierno estadounidense como parte del programa conocido como ¨Operación Peter Pan¨, que pretendía ayudar en su propósito a aquellas familias que habían preferido separarse de sus hijos a que estos vivieran los terribles males que muchos medios de propaganda auguraban para Cuba. Este fue un hecho realmente lamentable y dramático cuyas consecuencias aún pagan algunos. Otro hecho a destacar fue el éxodo de varios miles de personas por el puerto de Camarioca en 1963, en el cual cientos de embarcaciones vinieron de la Florida con cubanos deseosos de llevarse consigo a familiares y amigos. En los años posteriores disminuye y se hace muy pequeño, pero siempre negativo. La tasa de emigración (personas que emigran por cada mil), disminuye de 16.93 hasta 0.42 en 1977. Sin embargo, el éxodo por el puerto del Mariel en abril de 1980, el cual tuvo características parecidas al de 1965, sólo que esta vez con un mayor número de exiliados y antecedido por los tristes sucesos de la Embajada del Perú en La Habana (en los que fue muerto el custodio y varios miles de personas penetraron el recinto diplomático), muestra que las bajas cifras del flujo migratorio de la década anterior no obedece tanto a que las condiciones sociales, políticas y económicas fueran favorables a ello, como al hecho de que muchos de los que querían viajar no podían hacerlo, ya fuera por negativa de visas o por el hecho de que sobre la salida del país el Estado tuviese un control estricto. No hubo tampoco en el período 1965-1980, ningún cambio significativo en Cuba que justificase una repentina opción por el exilio, es más, las condiciones de vida en el país tuvieron una mejora paulatina en ese período. A partir de 1965 el gobierno de los Estados Unidos comenzó a otorgar visas como parte de un plan que se llamó de Reunificación Familiar. En 1968 se produce el primer diálogo entre el gobierno de Cuba y algunos exiliados sobre el tema de la visita a la Isla. Dicho diálogo tuvo continuidad en 1975, esta vez con el tema de la liberación de presos. Fue en 1977, con la apertura de las Oficinas de Intereses en ambas capitales cuando se abrió la posibilidad de que cubanos residentes en los Estados Unidos visiten la isla, además de que se firmaran acuerdos migratorios. En los años posteriores han firmado entre Washington y La Habana varias variantes de acuerdos migratorios en ocasiones sucesivas. En la década de los años noventa, a pesar de que existen acuerdos migratorios entre Cuba y los Estados Unidos en los que fijaban compromisos de cifras de visas anuales y de impedimento del flujo ilegal, el número de personas que se marchaba de Cuba ilegalmente fue aumentando paulatinamente hasta que estalló la llamada Crisis de los Balseros de agosto de 1994. Los miles de personas que perdieron su vida en el mar entre 1990 y 1994, los que lograron llegar, y luego los que estuvieron en la Base Naval de Guantánamo, junto a todos los responsables de estos hechos de un lado y de otro, han escrito una de las páginas más desconsoladoras en la historia cubana. Es una triste regularidad el hecho de que cuando los gobiernos de Cuba y Estados Unidos han eliminado las normas que regulan la emigración, se han producido fenómenos traumáticos, y que dejan mucho que desear de la política de ambos gobiernos, de las condiciones sociales, políticas y económicas en Cuba, y de la responsabilidad que muchos ciudadanos han asumido con su país. 1991 1992 1993 Balseros que llegaron a la Florida 2173 2557 3656 Intentos frustrados por las autoridades cubanas 6596 7653 10579 (Tomado de Bohemia, abril de 1994, págs. 26-27) En la misma fuente de los datos anteriores aparece la referencia a una encuesta realizada por especialistas de la Universidad de La Habana bajo la rectoría del Centro de Estudios de alternativas políticas la cual arroja que el 60% de las personas que optan por el exilio lo hacen por motivaciones económicas, el 54.7% por búsqueda de la realización personal, el 16.3% por la búsqueda de la libertad personal, y un 31% expresa desavenencias con el sistema social. Estas cifras dejan ver que no es sólo la crisis de la economía, sino la poca posibilidad de realización integral de la persona, así como la poca esperanza de que tal situación pueda cambiar en corto tiempo, lo que en mayor medida es causa del exilio actualmente. Es penoso que perduren las condiciones socioeconómicas que hagan aparecer a la emigración como salida para los problemas de muchos ciudadanos cubanos, o como punto de confrontación entre los de adentro y los de afuera. Es también penoso el hecho de que sea prácticamente imposible que un cubano residente en Cuba pueda costearse él mismo el pasaje o la estancia en otro país por razón del fuerte límite que el sistema económico pone a los ingresos de los ciudadanos, o el hecho de que sea el estado quien tiene la última palabra a la hora de decidir si un ciudadano puede o no salir del país. Es penoso que para muchísimos cubanos la única solución a sus problemas está en el abandonar el país. Los obispos reunidos en las Conferencias de Puebla (1978) y Santo Domingo (1992), trataron con profundidad la problemática de las migraciones de distinto tipo en el continente, considerándolas en su mayoría como resultado de la desigual distribución de bienes y de la falta de justicia social. Exhorta a los estados y al resto de la sociedad (Iglesia incluida) a trabajar por eliminar las causas y a procurar la inserción de los migrantes en las nuevas condiciones de vida. Para Cuba, algunas de esas enseñanzas son perfectamente aplicables (Ver Documento de Puebla Nos. 41,42, 87-89, 547-549, 1266-1268, 1271-1274, 1291; Documento de Santo Domingo Nos. 130, 141, 178, 255, 260). Si en Cuba el viajar no es un delito, por qué se habla de salida definitiva para aquellos ciudadanos que han decidido ir a vivir a otro país; por qué les es permitida la entrada sólo por períodos cortos de tiempo y sin posibilidad de tener una vida social igual a la de otros ciudadanos; por qué a aquellos que saldrán de forma definitiva se les somete a un riguroso control sobre sus propiedades y bienes llegando a la expropiación en muchos de los casos; por qué la emigración ha sido catalogada como traición a la patria. Sin embargo, confío sinceramente en que el proceso de cambios que ya se vive en Cuba, vaya eliminando paulatinamente estos problemas como parte del nuevo camino al desarrollo que se está tomando. Hay aún un gran muro invisible que separa a los que viven en Cuba del resto del mundo, incluido los cubanos que no viven en el país, el eliminarlo debe hacerse para que se cumpla mejor un derecho ciudadano y para que nuestro pueblo participe en la vida cada vez más rica e interdependiente de nuestra ya pequeña aldea que es la Tierra. UNA INQUIETUD DECLARACIÓN DE LA COMISIÓN DIOCESANA DE JUSTICIA Y PAZ DE CIENFUEGOS. Con profunda satisfacción podemos observar y compartir el crecimiento de la preocupación social de nuestra Iglesia como lo demuestran el proceso que llevó al ENEC, las declaraciones de los obispos, el renacer de estas semanas sociales, los diferentes cursos de Doctrina Social Cristiana (D.S.C.) que se están impartiendo y otras iniciativas valiosas que con la participación y dirección de los laicos son ya realidades. También estamos conscientes de lo mucho que tenemos que orar y trabajar para seguir avanzando, porque esta preocupación aún no ha llegado a la mayoría de los fieles como se manifiesta en algunos que emigran y en los muchos más que desearían hacerlo, la poca motivación por la D.S.C., la tranquilidad ante la simulación y la apatía por los temas sociales, particularmente entre los jóvenes. Pero la inquietud que tenemos y sentimos, la necesidad de compartir con ustedes es que en algunos de los artículos, conferencias o trabajos de nuestros hermanos que analizan la situación social de Cuba y sus posibles soluciones, percibimos una tendencia a considerar que las posibilidades reales del laico católico son únicamente de formarse en la doctrina social e ir elaborando un proyecto de futuro, de manera que cuando las circunstancias lo permitan estén preparados para participar en la política como lo exige el Evangelio y exhorta el Magisterio. Ante esta opinión reflexionaremos sobre algunas realidades: PRIMERA: Que si en cualquier sociedad es virtualmente imposible permanecer al margen, al menos de la política informal, en sociedades con las características de la cubana resulta realmente imposible. Por lo tanto, el ciudadano que pretende ser aceptado en estas sociedades debe participar en las actividades políticas, asistir a las asambleas dando su apoyo a los planteamientos programados aunque resulten opuestos a su forma de pensar; debe pertenecer y cotizar en los sindicatos oficiales aunque tenga el criterio que no representan sus intereses; votar en elecciones aunque no las considere como tales y representar simpatías políticas que no siente. SEGUNDA: Resulta un hecho incuestionable que en el sistema actual no hay espacio para alternativas en lo que a política formal se refiere, no se admite partidos alternativos o de oposición como se conocen en los sistemas llamados de democracia representativa. Pero sí existen una constitución y un conjunto de leyes, que al menos en la letra, garantizan espacios en la actuación cívica más allá de las presiones, legales o ilegales, y más allá del espacio que se tiende a autolimitar por diferentes mecanismos sicológicos y de intereses. TERCERA: Está la persona, con su conciencia, que se pregunta si su actuación está acorde con su forma de pensar y sentir. Y surgen diferentes respuestas: Algunas personas pueden estar satisfechas porque están convencidas de la justeza de las exigencias que le impone la sociedad. Otras no están satisfechas porque tienen conciencia de estar simulando, estas personas pueden pensar que no tienen otra opción y que además la mayoría de sus conocidos asumen la misma actitud. Y existen otras que han decidido armonizar lo que piensan con lo que hacen en este campo. Analizando estas realidades, considerando la experiencia de nuestra historia y abiertos y dispuestos a la voluntad de Dios, estamos convencidos que existen más posibilidades como por ejemplo: Renunciar a la simulación sin traspasar los marcos de la constitución y las leyes vigentes, estudiar el pensamiento social cristiano, ir elaborando proyectos que ofrezcan soluciones a los problemas actuales, proponer vías para realizar las transformaciones necesarias a fin de alcanzar esos proyectos y trabajar porque las mismas ocurran. En las presentes circunstancias urge un análisis ético de la disyuntiva entre simular y vivir en la verdad, en que se cree para todo laico y para aquellos que se sientan llamados a "ejercer un arte tan difícil, pero a la vez tan noble, cual es la política". (GS 75), urge discernir qué opción tomar hoy si se aspira a tener credibilidad mañana. Con profunda satisfacción podemos observar y compartir el crecimiento de la preocupación social de nuestra Iglesia como lo demuestran el proceso que llevó al ENEC, las declaraciones de los obispos, el renacer de estas semanas sociales, los diferentes cursos de Doctrina Social Cristiana (D.S.C.) que se están impartiendo y otras iniciativas valiosas que con la participación y dirección de los laicos son ya realidades. También estamos conscientes de lo mucho que tenemos que orar y trabajar para seguir avanzando, porque esta preocupación aún no ha llegado a la mayoría de los fieles como se manifiesta en algunos que emigran y en los muchos más que desearían hacerlo, la poca motivación por la D.S.C., la tranquilidad ante la simulación y la apatía por los temas sociales, particularmente entre los jóvenes.Pero la inquietud que tenemos y sentimos, la necesidad de compartir con ustedes es que en algunos de los artículos, conferencias o trabajos de nuestros hermanos que analizan la situación social de Cuba y sus posibles soluciones, percibimos una tendencia a considerar que las posibilidades reales del laico católico son únicamente de formarse en la doctrina social e ir elaborando un proyecto de futuro, de manera que cuando las circunstancias lo permitan estén preparados para participar en la política como lo exige el Evangelio y exhorta el Magisterio. Ante esta opinión reflexionaremos sobre algunas realidades:
PRIMERA: Que si en cualquier sociedad es virtualmente imposible permanecer al margen, al menos de la política informal, en sociedades con las características de la cubana resulta realmente imposible. Por lo tanto, el ciudadano que pretende ser aceptado en estas sociedades debe participar en las actividades políticas, asistir a las asambleas dando su apoyo a los planteamientos programados aunque resulten opuestos a su forma de pensar; debe pertenecer y cotizar en los sindicatos oficiales aunque tenga el criterio que no representan sus intereses; votar en elecciones aunque no las considere como tales y representar simpatías políticas que no siente. SEGUNDA: Resulta un hecho incuestionable que en el sistema actual no hay espacio para alternativas en lo que a política formal se refiere, no se admite partidos alternativos o de oposición como se conocen en los sistemas llamados de democracia representativa. Pero sí existen una constitución y un conjunto de leyes, que al menos en la letra, garantizan espacios en la actuación cívica más allá de las presiones, legales o ilegales, y más allá del espacio que se tiende a autolimitar por diferentes mecanismos sicológicos y de intereses. TERCERA: Está la persona, con su conciencia, que se pregunta si su actuación está acorde con su forma de pensar y sentir. Y surgen diferentes respuestas: Algunas personas pueden estar satisfechas porque están convencidas de la justeza de las exigencias que le impone la sociedad. Otras no están satisfechas porque tienen conciencia de estar simulando, estas personas pueden pensar que no tienen otra opción y que además la mayoría de sus conocidos asumen la misma actitud. Y existen otras que han decidido armonizar lo que piensan con lo que hacen en este campo. Analizando estas realidades, considerando la experiencia de nuestra historia y abiertos y dispuestos a la voluntad de Dios, estamos convencidos que existen más posibilidades como por ejemplo: Renunciar a la simulación sin traspasar los marcos de la constitución y las leyes vigentes, estudiar el pensamiento social cristiano, ir elaborando proyectos que ofrezcan soluciones a los problemas actuales, proponer vías para realizar las transformaciones necesarias a fin de alcanzar esos proyectos y trabajar porque las mismas ocurran. En las presentes circunstancias urge un análisis ético de la disyuntiva entre simular y vivir en la verdad, en que se cree para todo laico y para aquellos que se sientan llamados a "ejercer un arte tan difícil, pero a la vez tan noble, cual es la política". (GS 75), urge discernir qué opción tomar hoy si se aspira a tener credibilidad mañana. |