julio-agosto.año IV.1997


ECONOMÍA

 

UNA MIRADA DESDE LA ÉTICA CRISTIANA A LA SITUACIÓN Y PERSPECTIVAS DE LA ECONOMÍA CUBANA.

por Gustavo Andújar Robles

Introducción

Para los que no me conocen, debo aclarar que no tengo calificación académica alguna en Economía ni en Teología Moral. Apenas he cursado aunque algún que otro estudio corto sobre temas específicos de una y otra disciplina. Como creo firmemente que ésta es la época de los especialistas, preferiría dejar que otros, mejor calificados que yo, se ocuparan de estos asuntos con el rigor que exigen.

Los organizadores de este encuentro, sin embargo, tal vez desorientados por dos artículos sobre "Ética Cristiana y Economía" que una vez tuve la osadía de publicar, me pidieron que preparara una ponencia relacionada con la economía. Si acepté, es porque ahora, como entonces, tengo un gran interés en el tema, y me parece urgente suscitar una reflexión seria sobre el asunto por parte de aquellos que pueden hacerlo con la calidad que exige, tanto por su importancia como por su complejidad.

Lo que expondré a continuación, por tanto, son mis modestas consideraciones sobre temas que todos hemos meditado, y que deben estar en el centro de la atención de una reunión como ésta. Por favor, disculpen sus insuficiencias, y consideren este trabajo apenas una propuesta para motivar el debate. 

La economía centralmente planificada

El proyecto socioeconómico del gobierno cubano, aunque ha admitido recientemente la introducción de algunos elementos de mercado, asume como marco operativo fundamental la planificación centralizada de la economía, un concepto que tiene, a primera vista, indudables atractivos, especialmente cuando se contempla a partir de determinados presupuestos éticos.

Es cada vez más evidente para la humanidad que los recursos disponibles son limitados, de modo que la posibilidad de emplearlos óptimamente, destinándolos intencionalmente a aquellos empeños que constituyan las principales prioridades, ya sea en el orden económico o social, resulta sumamente tentadora.

A partir de este concepto, puede concebirse una situación ideal, en la cual, por una parte, el desarrollo se produzca a la máxima velocidad alcanzable, como fruto de la concentración de los esfuerzos y los recursos en la dirección del máximo rendimiento, y por la otra, los frutos de este desarrollo se vayan distribuyendo también óptimamente. Podría pensarse incluso en ajustar la tasa o velocidad de crecimiento, tanto global como por sectores, al nivel más conveniente, teniendo en cuenta factores no sólo económicos, sino socio-culturales y éticos. Todo podría tender, siempre según este análisis, a configurar un orden económico armonioso, no sólo de óptima eficacia, sino puesto además al servicio de los mejores intereses de la sociedad.

La experiencia, sin embargo, nos dice que los resultados que se obtienen con la planificación centralizada están muy lejos de responder a este panorama ideal. De hecho, la gran mayoría de los países que mantenían sistemas de este tipo han cambiado radicalmente, ya sea para instaurar puras economías de mercado, como es el caso de los países del este de Europa y los que estuvieron integrados en la desmembrada Unión Soviética, o para introducir, con un peso considerable en el balance total, elementos del libre juego del mercado, como ha sido el caso de China y Vietnam. En algunos casos, como los de Albania y Corea del Norte, la aplicación de un modelo de centralización extrema ha llevado a esos países a verdaderas catástrofes económicas conducentes, en el primer caso, al caos social, y en el segundo, a graves penurias y una situación de hambruna inminente.

Tal ha sido el descalabro, que muchos analistas han dado por terminado el debate: consideran que la planificación centralizada no es viable y que no hay alternativa real a la economía de mercado.

Tal vez una de las mayores deficiencias del esquema de economía centralmente planificada, sea el no tener suficientemente en cuenta la extraordinaria complejidad de las relaciones económicas que se tejen en la sociedad, en la base de las cuales están las personas que componen esta última, con todas sus virtudes, pero también con todos sus defectos. Tengo una intuición muy clara de que la economía completa de un país es demasiado compleja para que pueda manejarse centralmente. Cuando más, podrán tratar de encauzarse sus tendencias principales, pero nunca controlaría en un grado de detalle considerable. La siguiente analogía, tal vez cruda, pero que considero bastante ajustada al caso, puede resultar ilustrativa.

En el cuerpo humano, admirado por los estudiosos como un sistema maravillosamente eficiente, muy pocas de las funciones se controlan centralmente, sin que esto quiera decir que el cerebro no sea esencial. Tanto lo es, que el criterio más universamente aceptado de muerte es la cesación de la actividad cerebral. El cerebro regula la temperatura corporal, que es sin dudas la condición más importante para el funcionamiento de todos los procesos bioquímicos de que depende la buena marcha del organismo, pero la inmensa mayoría de esos procesos se regulan a nivel local, en los diversos órganos y tejidos, sin participación directa del sistema nervios central.

Tratemos por un instante de imaginárnoslo que sería tener que controlar conscientemente las funciones corporales: los latidos del corazón, las contracciones y distensiones del diafragma que accionan los pulmones, el intercambio de oxígeno y bióxido de carbono con el aire en estos últimos, la secreción de jugos gástricos y el avance del bolo digestivo por el sistema gastrointestinal, la secreción de hormonas, la filtración de la sangre en los riñones, los complejísimos procesos bioquímicos que ocurren en el hígado... ¡imposible!

Todos estos procesos ocurren, sin embargo, sin que nos demos cuenta, porque están debidamente interrelacionados y tienen mecanismos bien definidos de control, no necesariamente centrales. Las sensaciones de calor, frío, hambre, saciedad y dolor, por sólo citar algunas claramente percibidas a nivel consciente, son señales enviadas por eficientes subsistemas locales, en aras del mantenimiento del organismo en su conjunto y para beneficio de todas sus partes.

Un sistema económico, análogamente, debe poder funcionar en forma eficiente, sin necesidad de estructuras centrales que prevean todo, programen todo, decidan todo, controlen todo. Por muy capaces y dedicadas que sean las personas que formen y animen esas estructuras, nunca podrán abarcar todos los aspectos de la vida de la sociedad en su enorme complejidad. No basta, lamentablemente, que el ordenamiento previsto parezca ser el más racional y el más orientable a la satisfacción de determinadas exigencias éticas.

La Economía de mercado

La más seria carencia de la economía centralmente planificada, la capacidad de autorregulación, es precisamente una de las características más sobresalientes de los mecanismos de mercado, y tal vez la que más me ha impresionado siempre, esa dinámica interna que, a través de la tensión entre oferta y demanda, controla y ajusta automáticamente producción y consumo, compras y ventas, con una precisión ajena tanto a prejuicios y caprichos voluntaristas, como a normas éticas de justicia distributiva.

Teniendo en cuenta que entre nosotros, inmersos durante décadas en una economía centralmente planificada, los mecanismos de la economía de mercado se perciben en general oscuramente, a menudo identificándolos unívocamente con la base ideológica del capitalismo liberal o salvaje y, consecuentemente, se presentan en los medios silenciando sus virtudes y magnificando sus defectos, me ha parecido conveniente dedicar algún espacio a precisar conceptos.

La economía de mercado descansa sobre el ejercicio del derecho individual a la propiedad privada incluida la propiedad sobre los medios de producción) y a la iniciativa económica, en un contexto de libre competencia. En tal situación, los intercambios de bienes y servicios se regulan por la ley de la oferta y la demanda.

Si las existencias de un producto aumentan, el precio baja. Esto no se debe a que alguna autoridad dictamine cuál debe ser el nuevo precio de venta, ni a la buena voluntad de los productores o los vendedores: ellos tratan, por todos los medios, de vender sus productos al precio más alto posible, pero están obligados a vender para mantenerse en el mercado y, como el producto es ahora abundante, si no bajan los precios, no lograrán venderlo.

En una situación de libre mercado, cada persona trata de obtener los bienes o servicios que necesita ofreciendo a cambio los bienes o servicios que mejor puede producir. Si su oferta no encuentra suficiente aceptación, si no logra enfrentar con éxito a la competencia, tendrá que mejorar, y tendrá que hacerlo pronto: producir con mejor calidad, o a más bajo precio, o brindar un mejor servicio. Si no lo consigue, tendrá que dedicarse a otra cosa para ganarse la vida.

No es de extrañar que en esas condiciones las ofertas se orienten espontáneamente a satisfacer las necesidades de los potenciales consumidores, sin que tenga que legislarse centralmente que deba producirse tal o cual producto o prestarse tal o cual servicio. Si existe la demanda por un producto o servicio, alguien lo proveerá, y tendrá que hacerlo bien, porque habrá otros deseosos de ocupar su lugar. Como lo enuncian los especialistas, para toda demanda surge una oferta.

Un ejemplo trágico de la eficacia con que obra este principio se nos muestra en los pobres resultados globales que logra la represión de los productores de coca y los narcotraficantes. Como tantas veces se ha denunciado internacionalmente, mientras en los países ricos se consuman estupefacientes, se establecerán espontáneamente redes de producción y distribución para satisfacer esa demanda. Es una actitud cuando menos hipócrita de las autoridades de los países consumidores, cargar las culpas de ese flagelo sobre los países productores, como si sus drogadictos no estuviesen en la raíz misma del problema.

El mecanismo de la oferta y la demanda funciona, como ley económica que es, en forma totalmente independiente de nuestra voluntad, y de ese mismo modo se van tejiendo las estructuras de producción, distribución y consumo. De hecho, se da el caso de que muchísimas personas participan indirectamente, sin saberlo, en procesos de producción que ni siquiera imaginan. En la elaboración del pan participaron no sólo el panadero que lo hizo, sino el agricultor que cultivó el trigo, el obrero de la fábrica de fertilizantes y el de la siderúrgica en la que se elaboró el acero de las tuberías del acueducto.

Probablemente el obrero de la siderúrgica nunca piensa si el acero que él produce se usa para planchas o para vigas, o si con él se construyen barcos o cuchillas de afeitar. Es más, probablemente no piensa mucho en el acero que produce, sino concretamente en la grúa que maneja, o en los equipos que opera. Su empeño es hacerlo lo mejor posible, no sólo para mantener su trabajo, sino para ganar el salario más alto posible y alcanzar una promoción, tal vez a jefe de turno, que es un trabajo de mayor "status" y mejor remunerado.

Al director de la empresa para la que trabaja este obrero probablemente le interesa más el tipo de acero que produce, aunque casi seguramente, al igual que a su empleado, piensa muy poco en su uso final o, si lo tiene en cuenta, es sólo para que el producto tenga las características que el mercado exige. Su problema es que tiene que producir el mejor acero posible al más bajo costo posible, y venderlo al precio más alto posible, o no podrá competir en el mercado.

Los intereses individuales se combinan de este modo, espontáneamente, en un todo que funciona eficientemente sin una fuerza conductora obvia, como guiado por una "mano invisible", para decirlo con las palabras de Adam Smith.

Quisiera señalar de pasada que, en mi opinión, en Cuba los medios nos sobrecargan con informaciones innecesariamente detalladas sobre aspectos de la vida económica nacional en los cuales no podemos incidir en modo alguno. Se espera del ciudadano común que esté al tanto de la marcha del desyerbe de la caña, la recogida de papa y el cumplimiento de los planes técnico-económicos de cuantas empresas pueda imaginarse. A mi entender, la distancia correcta entre los bejucos en la siembra de boniato es una información del mayor interés para los que siembran boniato, y una información que debe sin dudas figurar en libros, manuales y revistas especializadas, pero que no tiene lugar entre las escasa páginas de uno de los poquísimos periódicos que se publican en el país. Si los cosechadores de rábanos están incumpliendo las normas técnicas del cultivo, nada hay que yo pueda hacer al respecto. Tal vez Cuba sea el único país del mundo en el que las amas de casa unen, a sus preocupaciones cotidianas, la ansiedad por los vaivenes del comercio exterior y el cumplimiento de los programas de tráfico portuario.

Volviendo al tema, en las condiciones descritas, las fuerzas del mercado obligan a todos a moverse rápidamente y con eficacia: todos están atentos a las oportunidades que se presentan, de modo que las más ventajosas no duran mucho, y la tendencia es hacia márgenes de ganancia cada vez menores, lo que resulta en una presión muy grande para mejorar la eficiencia.

El resultado neto es que sólo los oferentes más capaces permanecen en el mercado, siguiendo la versión económica de la ley de selección natural de las especies enunciada por Darwin: sólo sobreviven los más aptos. Esta formulación, que es sin duda algo cruda, destaca esa faceta de lucha sin cuartel que hace que el proceso de selección natural sea a menudo descrito como "la ley de la selva". Sin embargo, del mismo modo que en la naturaleza la selección natural opera en el sentido de una mejora continua de las especies, la competencia en el mercado puede servir efectivamente al bien común impulsando consistentemente la oferta hacia una mayor calidad y precios más bajos.

Esta descripción de la economía de mercado, como he dicho ya en otra ocasión, es también bastante ideal. Hay una distancia considerable entre la economía de mercado como concepto y como realización histórica, sobre todo cuando se aplica en un contexto social en el que sus mecanismos básicos se ponen al servicio del egoísmo y la ambición desmedida, expresados en el nepotismo, el clientelismo y tantos otros mecanismos de injusticia y marginación, como los que predominan en el llamado "capitalismo de periferia".

Los abusos a que condujo, especialmente durante la primera mitad del siglo XIX, el desarrollo del capitalismo primitivo, demostraron lo ingenuo de la visión idealista de Adam Smith, de una sociedad perfecta conducida sólo por los intereses individuales de sus miembros. En la actualidad se señala críticamente el vertiginoso crecimiento de los niveles de consumo en los países ricos, y la voracidad con que esas sociedades derrochadoras dilapidan recursos naturales que pertenecen a todos. 

El modelo económico cubano:

La situación actual

Aunque la intención declarada de la dirigencia cubana es lograr la permanencia del ordenamiento de planificación centralizada y demostrar su viabilidad, el hecho es que, al desaparecer el campo socialista europeo y la Unión Soviética, para la economía cubana resultó imposible mantener el estilo totalmente cerrado a las fórmulas capitalistas que había asumido a partir de la "ofensiva revolucionaria" de 1968.

La apertura a la inversión extranjera y al turismo, la legalización de la tenencia de divisas por la población, la reapertura de los mercados libres campesinos (ahora bajo el nombre de "mercados agropecuarios") y la aprobación de opciones de trabajo por cuenta propia, se citan como los cambios económicos fundamentales introducidos, como consecuencia de la crisis ocasionada por el derrumbe del socialismo real, en el modelo económico cubano.

La inversión extranjera se fomenta con la finalidad primordial de estimular la producción de bienes exportables, un objetivo vital para la economía del país. Aunque muchos inversionistas vienen atraídos por un mercado interno de considerable magnitud (aunque de limitados recursos, el país tiene once millones de habitantes), muchos de los contratos de este tipo que se firman incluyen cláusulas que comprometen a la empresa extranjera o mixta en cuestión a exportar un elevado porcentaje (en algunos casos en el orden del 80 %) de la producción total.

El turismo, que ha conocido un auge sin precedentes en todo el mundo en los últimos años, y que es una importantísima fuente de ingresos para muchos países (alrededor de la tercera parte del producto nacional bruto para países como España e Italia), representa, desde el punto de vista económico, una buena opción para el aprovechamiento de recursos naturales que Cuba tiene en abundancia, y se perfila ya como una de las fuentes de ingreso fundamentales para el país. Aunque el tipo de turismo que se fomenta en Cuba es esencialmente sano (no proliferan casinos ni sex-shows), queda por ver qué efecto social tendrá a mediano y largo plazo, en vista de su considerable capacidad para potenciar vicios y corrupción. Habría que mencionar, en este contexto, el impresionante resurgimiento de la prostitución en el país, precisamente al compás del auge del turismo.

La legalización de la tenencia de divisas ha pretendido facilitar la entrada al país de subsidios familiares, especialmente los procedentes de los Estados Unidos. Esta fuente de recursos ha sido fuertemente bloqueada por el gobierno norteamericano, especialmente a partir del trágico incidente aéreo de febrero de 1996. Por su condición de flujo neto de dinero fresco son muy favorecidas por el fisco, y se mantienen entre los rubros no gravados con impuestos sobre el ingreso personal, aunque las tasas que se cobran por su envío son decididamente leoninas.

Los mercados agropecuarios, que operan en buena medida bajo los principios de libre mercado, fueron aceptados sólo tras una férrea resistencia basada en consideraciones ideológicas. Se han tolerado como un solución de emergencia para paliar la escasez de alimentos, mientras que el trabajo por cuenta propia se ha concebido como una alternativa de empleo, dada la incapacidad de las entidades económicas estatales para mantener, una vez declarada la crisis económica, la situación de pleno empleo que ha caracterizado a la masa laboral del país.

El modo en que se han ido moderando y ajustando estos cambios, indica una clara voluntad de parte del gobierno, de impedir que resquebrajen el ordenamiento socioeconómico establecido. Las medidas aplicadas en la implementación de los cambios han tendido en todos los casos a limitar los ingresos que pueden obtener los particulares, dificultando por todos los medios posibles la acumulación de capital en manos privadas y excluyendo la posibilidad de inversiones por parte de los nacionales.

Entre tanto, el grueso de la economía, es decir, la producción industrial y agrícola para el consumo nacional, sigue transcurriendo por los cauces de la planificación centralizada. Se mantiene un peculiar sistema que, o bien contabiliza separadamente las divisas y la moneda nacional, o las considera equivalentes, con una ficticia tasa de cambio de uno a uno. En tales condiciones, renglones de producción que son rentables en cualquier parte del mundo, como la producción de jabón, resultan irrentables, porque no hay convertibilidad entre la moneda nacional que se obtiene por su venta y los recursos en moneda convertible que se emplean, por ejemplo, en la importación de las materias primas necesarias para su elaboración. Ésta debe ser entonces subsidiada en su componente en divisas por los ingresos obtenidos de sectores totalmente diversos de la economía, en este ejemplo concreto por la aviación civil.

Conjuntamente con todo lo que hemos descrito, se mantiene una relación sumamente tensa con los Estados Unidos, que marca decisivamente, con un rígido embargo o bloqueo económico, las perspectivas de desarrollo económico del país.

Perspectivas de la economía cubana

Lamentablemente, las perspectivas económicas son muy difíciles. La impresionante contracción experimentada por la economía cubana a raíz de los cambios ocurridos en la Europa de Este, requerirá de un considerable período de crecimiento sostenido sólo para recuperar los niveles de 1989.

Esa recuperación se ve ensombrecida por un factor casi nunca mencionado en Cuba, pero de un peso enorme en el futuro económico del país: la deuda externa.

La voluminosa deuda externa con los acreedores occidentales, que continúa creciendo por la acumulación de intereses, se va acercando a los diez mil millones de dólares, con la de que una buena parte de esta suma es en marcos y yenes, monedas muy sólidas, de las cuales no cabe duda esperar devaluaciones sustanciales en el futuro previsible. Este es un gravísimo problema, cuya solución debe encaminarse mediante acuerdos con los acreedores para que el país tenga acceso a las líneas de crédito tan necesarias para el desarrollo.

La deuda externa con la desaparecida Unión Soviética, heredada por Rusia, es también enorme, la cifra divulgada en 1991 fue de 19 500 millones de rublos, unos 24 000 millones de dólares al cambio oficial del momento. Esta deuda parece, no obstante, estarse negociando en forma mucho menos conflictiva.

Los factores generalmente mencionados como detonantes fundamentales de la crisis, a saber, la súbita pérdida de mercados establecidos para nuestros productos de exportación, y de las líneas de crédito para la importación de las tecnologías y materias primas necesarias para el proceso productivo, aunque reales, tienden a presentarse como eventos fortuitos e imprevisibles.

Si bien es cierto que los acontecimientos políticos que desencadenaron los cambios ocurrieron con una celeridad que hacia imposible prever su alcance ulterior, este modo de enfocar el análisis generalmente pasa por alto la naturaleza supraeconómica de las bases de los contratos que representaban, como se ha explicado tantas veces, el 85 % del comercio exterior del país. El logro de esos mercados se debió a asignaciones voluntaristas, que no eran fruto de una calidad que se impusiera a la competencia, ni en el caso de los productos (casi exclusivamente materias primas, azúcar, cítricos, ron, tabaco...) que exportábamos, ni en el tecnologías y bienes de consumo que importábamos. La ubicación de los productos de exportación en los mercados correspondientes estaba garantizada por la división internacional del trabajo acordada entre los gobiernos de los países del CAME.

Así las cosas, nos encontrábamos en la difícil situación de exportadores de materias primas, importadores de energía y de alimentos (esto último, a pesar de que figuramos en las estadísticas internacionales como exportadores de alimentos, pero sólo debido al azúcar).

La crónica falta de renglones de producción diversificados, con calidad exportable, es uno de los factores que hacen más lenta la recuperación económica. La conquista de sectores del mercado (a muchos de los cuales llegamos ya tarde) no puede lograrse con productos mediocres, ni con una actitud que favorezca un estilo de economía cerrada, como se el país pudiera ser autosuficiente. Por ejemplo, durante décadas se han divulgado ampliamente, como modelos a imitar, las invenciones y racionalizaciones conducentes a la reducción de importaciones por diversas vías, como la sustitución de materias primas importadas por otras equivalentes de fuentes nacionales. Aunque esencialmente sensata, esta estrategia es de alcance muy limitado, porque Cuba es un país de economía abierta. Es imprescindible fomentar una mentalidad de exportadores.

En este sentido, debo apuntar un factor sumamente positivo. A diferencia de lo que ocurre con otros países en vías de desarrollo, en Cuba la mano de obra calificada no escasea, sino que es más bien un recurso abundante. No sólo existe una masa considerable de técnicos y especialistas de la más alta calificación, sino que el nivel promedio de instrucción de toda la población es muy alto. Sin exagerar, puede decirse que éste es un factor decisivo en cuanto a las perspectivas económicas del país, especialmente teniendo en cuenta la evolución mundial hacia el predominio del sector de servicios, muchos de ellos de un alto grado de especialización. Lamentablemente, este recurso está en la actualidad en gran medida subaprovechado, lo que hace que su exportación, temporal o definitiva, crezca continuamente.

El futuro previsible se presenta muy difícil: aunque algunos indicadores macroeconómicos han mostrado cierta mejoría en los dos últimos años, la situación económica del país continúa siendo sumamente tensa, sobre todo en el aspecto financiero.

Algunas consideraciones éticas,

con vistas al futuro

En cuanto a las dos opciones de estructuración económica de la sociedad que hemos delineado con anterioridad, corresponde a la Iglesia considerar serenamente sus valores y antivalores, a la luz del Evangelio.

La constatación de las insuficiencias de estas dos variantes fundamentales de ordenamiento económico de la sociedad, ha llevado a muchos a intuir la necesidad de una "tercera vía", e incluso a esperar de la Iglesia una propuesta de modelo económico concreto, que muchas veces exigen que coincida con el de su preferencia.

Ya el Concilio Vaticano II advirtió: "En... caso de soluciones divergentes,... muchos tienden fácilmente a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial por el bien común" (Gaudium et Spes, 43).

El reconocimiento por la Iglesia de la posibilidad de "soluciones divergentes", merecedoras de respeto y consideración, tiene base, a su vez, en el concepto más amplio de la "autonomía de lo temporal", también precisado por el Concilio, y que incluye el respeto a los hallazgos de disciplinas como las ciencias sociales. Esto no implica en modo alguno, sin embargo, la aceptación acrítica por la Iglesia de toda propuesta en el orden socioeconómico, como demuestran los pronunciamientos del Magisterio.

Desde las reiteradas denuncias de las injusticias asociadas con el capitalismo liberal, que comenzaron desde la misma Rerum Novarum y se extienden hasta los documentos más recientes, hasta la consideración de las insuficiencias antropológicas del modelo colectivista marxista en la Centesimus Annus, la Iglesia ha mantenido la distancia crítica que le exige el ejercicio de su profetismo.

También nos corresponde a nosotros los laicos, que hacemos presente a la Iglesia en el corazón del mundo, escudriñar los signos de los tiempos para hacer las opciones que demanda nuestro compromiso con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

La sociedad cubana está, aunque se insista en lo contrario, en un proceso de transición, sólo que la meta de este proceso no se dibuja aún con precisión. Cualesquiera que sean las características definitivas del modelo que se adopte, la eficacia económica del mismo dependerá de la adopción de mecanismos de mercado y competencia. ¿Estamos los cubanos preparados para competir en un contexto como ése?

Aunque insisto en destacar la importancia del grado de calificación promedio alcanzado por la población, como un recurso de enorme valor, me preocupa sobre todo el factor responsabilidad personal. El afán que ha mostrado el Estado socialista cubano por tener la exclusiva en la satisfacción de las necesidades fundamentales de los ciudadanos, si bien ha desarrollado un apreciable sentido de dignidad y merecimiento personal, que es en sí mismo un valor, ha atrofiado el sentido de la responsabilidad personal: el ciudadano promedio percibe su situación, no como resultado de sus propios aciertos y errores, sino como el resultado para él y su familia de decisiones que otros han tomado.

Cuando yo era niño, era muy difícil oír a alguien decir algo como: "anoche en casa no había nada qué comer". Nunca escuché esos rosarios de lamentaciones colectivas tan frecuentes entre nosotros hoy: los problemas y dificultades se analizaban en casa, en privado, porque cada uno sentía que el responsable de resolver los problemas de su casa era, en primer lugar, él mismo. La facilidad con que ahora todos comentamos públicamente nuestras escaseces y dificultades es que todos consideramos que no somos responsables de nuestra situación.

El gran apóstol indio de la no violencia: Mahatma Gandhi, cuando comentaba críticamente el recién publicado programa del "grupo socialista" del Partido del Congreso, al llegar al punto sobre "el derecho del niño al cuidado y mantenimiento por el Estado", se preguntaba: "¿libera esto a los padres del deber de hacerse cargo del mantenimiento de sus hijos?".

El otro factor que considero especialmente preocupante tiene que ver con una deformación aún más aberrante de los patrones éticos, y está asociado al desarrollo que ha alcanzado durante años una economía sumergida predominantemente especulativa, con base en el robo y la malversación y que ha conllevado la pérdida total del sentido de proporción de la ganancia. No sólo se piden precios exorbitantes por cualquier producto o servicio, lo cual pudiera ser hasta comprensible en algunos casos, dada la escasez de muchos de ellos, sino que basta que alguien compre algo en cien pesos para que considere que haría un negocio pésimo si no lo vendiera un doscientos. Una tasa de ganancia del cien por cien parece ser el mínimo aceptable en estos tiempos.

Perdónenme que vuelva a las referencias a mi niñez (signo inequívoco de que me voy poniendo viejo), pero recuerdo que el bodeguero de la esquina tenía que vender un caja de refrescos para ganar cuarenta centavos, y le iba muy bien. Percibo tras estos afanes especulativos de hoy la aspiración al enriquecimiento súbito y sin esfuerzo y, lo que es peor, el menosprecio del trabajo, única fuente genuina de riqueza.

No tengo nada en contra del enriquecimiento del que trabaja fuerte para lograrlo. Es una realidad incontestable que la vida no nos trata igualmente a todos. Si alguien aprovecha las oportunidades que aquella le presenta, y con talento y tesón sale adelante, siempre que no sea pisoteando a otros, bendito sea Dios. Sí tengo mucho en contra del afán de riqueza a toda costa, sin que se haga nada por aumentarla con el propio trabajo, sino a costa del descuido, o la ignorancia o la ingenuidad ajenas.

Estas son mis mayores preocupaciones en este sentido. Espero que podamos compartir las de otros de ustedes. No se trata, sin embargo, sólo de indicar problemas, ni basta con condenar estos vicios en una reunión como ésta. Hay que educar, formar, convertir, inmersos en una realidad que nunca nos satisface, porque estamos hechos para el Bien Absoluto.

El Documento Final del ENEC, en su número 767, plantea: "Ningún sistema, proceso o realidad social, por grandes y elevadas que sean sus metas o logros, será nunca de una perfección tal que pueda identificarse con el absoluto de justicia, paz y reconciliación que implica el Reino de Dios; y ninguno será nunca tan negativo que pueda plantearse que es impenetrable a la acción de la gracia, o que allí los discípulos de Cristo no tienen nada que hacer."

Que el Señor nos dé la inteligencia para saber lo que tenemos que hacer, y un corazón decidido para acometerlo, Así sea.

El Cobre, mayo de 1997