julio-agosto.año IV.No.20.1997


RELIGIÓN

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

UN DOGMA NECESARIO

por Pedro Pablo Arencibia Cardoso

En el principio era el Verbo,

y el Verbo era con Dios, y él

Verbo era Dios.

Juan I.I

INTRODUCCIÓN

La mayoría de las iglesias cristianas, incluyendo nuestra Iglesia Católica, aceptan el dogma de La Trinidad:

Un sólo Dios y Tres Personas divinas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; iguales en importancia y dignidad.

Otras denominaciones religiosas sin embargo no lo aceptan: Testigos de Jehová, Mormones, etc.

En la Primera Parte del presente trabajo pretendo hacer un análisis crítico de muchos de los argumentos que se esgrimen en contra de la aceptación de este dogma. En la Segunda Parte deseo mostrar algunos fragmentos bíblicos donde está presente la concepción trinitaria y por último en la Tercera Parte, deseo mostrar muchas situaciones bíblicas que se explican mediante la aceptación de este dogma y las cuáles serían muy difíciles de explicar (por no decir imposibles) sin su aceptación.

PRIMERA PARTE

El estudio del dogma trinitario ha sido abordado por destacadas personalidades de nuestra fe. Una de esas personalidades fue el Obispo San Agustín (354-430), el cual trató entre otras cuestiones de demostrar o ilustrar ese dogma mediante ejemplos de nuestro mundo material. Un ejemplo utilizado fue la luz.

Todas las demostraciones o ilustraciones materiales que se han dado hasta el día de hoy para explicar ese dogma, siempre han presentado puntos débiles que las han hecho inicialmente ser cuestionadas y posteriormente desechadas. Paradójicamente, también muchos de los argumentos que se han tomado para negar la Trinidad, están basados en atribuirles a las Tres Personas que la componen, o sea a Dios, características de nuestro mundo material, lo cual es inadecuado ya que Dios es espíritu. Precisamente el objetivo central de esta Primera Parte es hacer una crítica general a ese tipo de argumentos antitrinitarios.

A ningún físico de hoy se le ocurriría aplicar la mecánica de Newton para el estudio del comportamiento de las partículas elementales, pues la mecánica de Newton fue creada y desarrollado para ser aplicada en situaciones y problemas muy diferentes a los que se presentan con las partículas elementales.

Ningún teólogo debe analizar e inferir cuestiones relacionadas con lo espiritual a partir de las experiencias observadas en nuestro mundo material.

Debemos como dice San Pablo en 1 Corintios 2,13, acomodar lo espiritual a lo espiritual.

El error fundamental que se deriva de negar la Trinidad por la utilización de ese enfoque materialista, consiste en atribuirle a la palabra Personas que aparece en el dogma de la Trinidad un significado similar al de personas que utilizamos cotidianamente para referirnos a nosotros y a nuestros semejantes. Ese error fundamental aparece detrás de argumentos antitrinitarios como estos:

1) El Hijo tuvo comienzo pues El Padre para pasarle vida al Hijo debió engendrarlo.

2) Nadie puede ser El Hijo y a la vez tener la misma edad que El Padre.

3) Dios creó al Hijo, el principio de toda su creación como el arquitecto u obrero perfecto que trabaja con él en todo el trabajo de su Creación.

4) Cuando Jesús era bautizado por Juan Bautista, Dios le habló desde los cielos. Cuando Jesús iba a morir se dirigió a Dios, luego el Hijo de Dios no es Dios.

5) El Espíritu Santo en la Biblia no aparece como una persona, aparece como algo y no como alguien, por lo que el Espiritu Santo no es Dios.

6) El que está con otro no puede ser ese otro (refiriéndose a Juan 1,1-2) luego el Verbo no es Dios.

Estos son algunos de los muchos argumentos que son portadores de ese error fundamental. Dios no está sujeto al tiempo y al espacio, por tanto, las Personas que componen la Trinidad no están sujetas al tiempo y al espacio. En nuestro mundo material tiene sentido hablar de inicio y fin; de este lugar o de este otro. Para Dios es perfectamente posible estar como verdadero hombre clavado en la cruz y como Dios estar presente en todos los lugares al mismo tiempo.

Otra de las bases sobre las que se sustentan muchas de las argumentaciones utilizadas para negar la Trinidad, es el no diferenciar al Jesús hombre, de la Segunda Persona de la Trinidad: El Hijo. No diferencian al Hijo hecho hombre, sin la gloria que tiene junto al Padre, del Hijo con toda la gloria que tiene junto al Padre (leer Juan 17,1-5). El error fundamental al que se llega en esta ocasión, es el situar a la Segunda Persona Trinitaria en una posición inferior a Dios Padre y por tanto negar una Trinidad con Personas iguales en importancia y dignidad. El Hijo no vino como hombre (Jesús) a este mundo para que lo adoraran como hombre. La adoración el Hijo no la busca como hombre, sino como Dios con toda su gloria.

La relación existente entre Jesús (el Hijo después de hacerse semejante a los hombres), el Hijo (con toda su gloria) y Dios se infiere de los siguientes versículos:

«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.»

Filipenses 2,5-11

Ese segundo error fundamental al que hacíamos alusión, se encuentra en el trasfondo de muchos argumentos utilizados para negar la Trinidad. Veamos solamente algunos de esos argumentos, los cuales están acompañados de otros errores; por ejemplo: el no reconocer funciones o atribuciones propias de cada Persona divina.

1) Jesús no sabe cosas que el Padre sabe ni puede tomarse atribuciones que corresponden al Padre, luego el Hijo es inferior al Padre.

2) Jesús murió y Dios nunca muere, por tanto, el Hijo no es Dios.

3) Jesús nunca afirmó que fuera Dios, por tanto, el Hijo no es Dios.

4) Jesús después de la resurrección fue ensalzado a un puesto superior en la Corte Celestial, luego, no es Dios.

5) Jesús dijo que El Padre era mayor que él (leer Juan 14,28), luego, el Hijo es inferior al Padre.

Una tercera base sobre las que se sustentan algunos argumentos para rechazar la Trinidad, es la conjugación de las dos bases anteriores. Veamos dos ejemplos que analizaremos brevemente:

1) El Hijo, al ser el Enviado es inferior al que envía. Jesús es y sigue siendo un subordinado de Dios.

2) Jesús tenía un Dios, su Padre, no podía ser a la misma vez Dios.

En el primero se identifica a Jesús hombre con el Hijo con toda su gloria, y se comete el error de trasladar a la esfera espiritual relaciones existentes entre los hombres; sin embargo, Cristo no sólo dejó bien claro lo erróneo de admitir la condición de enviado como condición de inferioridad, dijo mucho más:

«De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis.»

Juan 13,16-17

Si Jesús dijo las palabras anteriores como un modelo de conducta a seguir por los hombres ¡Cómo podemos esperar lo contrario en las relaciones entre las Personas de la Trinidad!

Con relación al segundo ejemplo. Diremos que Jesús hombre está claro que no es Dios, pero aquí la palabra Padre no tiene el significado que tiene para nosotros los hombres la palabra padre. Necesariamente tenemos que utilizar palabras de nuestro idioma (ya sean el hebreo, el griego, el español o cualquier otro) para denotar aproximadamente unas relaciones que desconocemos totalmente, porque, en nuestro mundo material nunca se han dado; además, si el Hijo fue creado por el Padre y ser Padre refleja una relación similar a la de nuestra paternidad en grado material ¿Quién es la Madre? La Virgen María no es esa Madre, ya que a la Virgen María nosotros la llamamos la Madre de Dios en un sentido muy diferente; la Virgen María no es la Madre Celestial de Dios, es la Madre del Hijo de Dios hecho hombre.

Deseo aclarar que en la persona de Jesús se presentaron dos naturalezas: la divina y la humana.

El argumento inicial con que comienzan muchos de los actuales detractores de la Trinidad para negarla, es lo difícil y complicado que es para las personas comprender el planteamiento de esa doctrina. Se apoyan para negarla en:

«Dios no es Dios de confusión» I Corintios 14, 33

Cita que si la leemos debidamente, nos damos cuenta que está sacada fuera del contexto en que fue escrita. En esa parte de la carta de San Pablo se analiza algo muy diferente a la estructura interna de Dios.

Ese tipo de argumentación fuera del contexto del que fue tomada, no es una excepción entre los argumentos que presentan estas personas para negar la Trinidad. Además, si hablamos de confusión por situaciones que no comprendemos, yo pregunto: ¿No es difícil y complicado aceptar que Dios está en todas partes y que oye simultáneamente todos nuestros rezos y oraciones? Todos los creyentes lo aceptamos, aunque no comprendamos cómo puede ser eso posible.

No he querido mostrar otros errores que sirven de base para negar la Trinidad porque considero, que los fundamentales ya están dados, pero deseo añadir, que la comprensión literal de Las Escrituras y la ausencia de una conexión entre diferentes importantes planteamientos escritos en ellas, son las razones por las que se encuentra un terreno desfavorable para aceptar la Trinidad. Digo aceptar y no comprender, pues ellas son dos cosas muy diferentes. En la Tercera Parte de este trabajo mostraré ejemplos de ese tipo de conexión al que hago referencia.

El conocimiento que tiene la humanidad sobre el mundo material en que vive es ínfimo; lo poco que el hombre conoce, es una pequeñísima parte de ese mundo y corresponde a un muy breve espacio de tiempo ¿Qué podemos decir entonces de la infinita y prácticamente desconocida esfera espiritual?

Nuestra lógica y experiencia procedentes de este mundo material no tienen por qué ser válidas en la esfera espiritual. Algunas personas caen en el pecado de Eva y desean convertirse en dioses y conocer lo que sólo a Dios corresponde. Ese Dios que ningún humano ha visto con toda su gloria, pues así él lo ha querido. Dios no es simple ni complicado, es Dios. Dios no es Dios de lo evidente, ni tampoco Dios de confusión, es Dios.

SEGUNDA PARTE

La palabra Trinidad no se encuentra en las Escrituras Sagradas que conforman nuestra Biblia. Algunos detractores del dogma trinitario, le asignan al mismo un origen pagano, lo cual no es cierto, su origen es cristiano como se demostrará más adelante.

Algunas religiones paganas tenían dioses trinitarios, pero no en el sentido de la nuestra: la nuestra no la componen tres dioses, sino un sólo Dios y tres Personas diferentes. Pero aún así, si fuera cierto que el paganismo influyó en la concepción del dogma trinitario, eso no sería sino una influencia más, pues es un hecho comprobado históricamente, que nuestra religión judeocristiana adoptó desde sus comienzos y transformo de manera original elementos del paganismo; ejemplos de esto son Las Fiestas de Pascua y La Fiesta de la Primera Gavilla, que desde tiempos muy antiguos son celebradas por el pueblo de Israel por indicaciones de Yavé (Jehová). Esto último se puede leer en Levítico 23,5-8 y Levítico 23, 9-14.

Para la mayoría de los Padres de la Iglesia, como por ejemplo San Gregorio Magno (540?-604), el dogma cristiano de la Trinidad no fue conocido por el Antiguo Testamento, pero sin embargo, algunos Santos Padres y teólogos plantearon que esa idea aparecía esbozada en ciertos pasajes de las Escrituras como Génesis 1,26; 3,22; 11,7; Isaías 6,8 y otras al hablarse en plural, o en partes como Génesis 18,1-22 donde se alude a la visita de Yavé a Abraham, y Yavé aparece acompañado. También algunos vieron alusión indirecta a la Trinidad en la repetición de la palabra Santo tres veces en Isaías 6,3 y en otros detalles, pero la opinión ampliamente generalizada es que en el Antiguo Testamento no se hace alusión ni siquiera indirectamente a la Trinidad.

Los teólogos opinan en su mayoría que esos datos y otros similares deben interpretarse con la mayor reserva y a lo sumo, pueden estimarse como preparación remota del dogma trinitario dentro de la historia de la revelación bíblica progresiva.

En el Nuevo Testamento sí podemos ver alusiones directas a la Trinidad.

«Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.»

I Corintios 12, 4-6

Veamos su relación con la Trinidad:

Todos sabemos que los carismas o dones del Espíritu Santo son gracias que se conceden a miembros particulares de la Iglesia. Los dones según I Corintios 12, 8-10 son: hablar con sabiduría, tener un conocimiento profundo, el don de la fe, curar enfermedades, poder de realizar milagros, hablar de parte de Dios, distinguir entre espíritus falsos y verdaderos, hablar un lenguaje misterioso («hablar en lenguas») y el don de interpretar ese lenguaje.

Esas gracias vistas como cualidades personales que se le dan a un individuo se les llama dones o carismas y el que los da es el Espíritu Santo. Esas mismas gracias utilizadas en servicio de la comunidad reciben el nombre de ministerios o servicios y el que las da es el Señor o sea el Hijo. Por último, esas mismas gracias vistas como algo de lo que el hombre no debe lucirse o vanagloriarse ya que son obra de Dios (Padre) reciben el nombre de operaciones o actividades. Si Dios Padre fuera la fuente original de todo y tuviera una autoridad superior al Espíritu Santo y al Hijo todas las gracias divinas como dones, ministerios y operaciones, tendrían un solo dador: El Padre.

Esos versículos procedentes de uno de los textos más antiguos del Nuevo Testamento (57 ó 58 d.C.) muestran: la naturaleza divina, la distinción y la coigualdad en importancia y dignidad de las Personas trinitarias. Para San Pablo, autor de esa carta, esas cualidades no estaban reñidas con la existencia de un solo Dios, lo cual se muestra claramente en el versículo once de ese mismo capítulo.

Vamos ahora la más clara alusión a la Trinidad:

«Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo»;

Mateo 28,19

Para entender correctamente este versículo y el alcance profundo que posee, hay que conocer primeramente lo que significa la acción de bautizar en nombre de alguien.

Bautizar en nombre de alguien significa, entre otras cosas, consagrarle a aquel cuyo nombre se invoca, la persona que está siendo bautizada.

Si bautizamos a una persona en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, estamos consagrando esa persona al Padre, también la estamos consagrando al Hijo y también la estamos consagrando al Espíritu Santo.

Si alguna de las Personas de la Trinidad tuviera una autoridad superior sobre las restantes y fuera la fuente originaria de donde salieron las otras Personas, bastaría bautizar la persona en nombre de esa fuente originaria a la cual están subordinadas las otras dos Personas. Además, sería muy raro bautizar en nombre de una «fuerza activa» (como le llaman al Espíritu Santo algunos que no aceptan la Trinidad) que es emanada de otra persona (el Padre) a la cual también se le está consagrando la persona bautizada.

La importancia de este versículo con respecto a la doctrina de la Trinidad es tal, que hay personas que niegan este versículo, para así negar la Trinidad. Unos argumentan que en el Libro de los Hechos se bautiza en el nombre de Jesucristo (Hechos 2,38; 10,48; 19,5), otros especulan diciendo que ese versículo fue añadido después del Concilio de Nicea (325 d.C). A esto último responderé que en la obra de origen palestino o sirio llamada Didakhé (o Didajé), de indudable carácter cristiano escrita a fines del siglo I de nuestra era cristiana, se conoce al bautismo en el nombre del Hijo y del Espíritu Santo; además, a la luz de los más antiguos códices que hoy se conocen, el argumento de la supuesta añadidura es totalmente falso. Por otra parte, no es raro que este versículo aparezca solamente en el Evangelio según San Mateo, pues este evangelio es el más doctrinal de los evangelios sinópticos y fue inicialmente escrito para el pueblo judío, el cual estaba muy tradicionalmente atado a la concepción del Dios monolítico que aparece en el Antiguo Testamento; atadura que rompe el santo escritor, con la escritura de esas palabras de Jesús.

En lo referente a las expresiones «bautismo en el nombre de Jesucristo» y «bautizarse en Cristo» que aparecen en otros textos del Nuevo Testamento y a la expresión que plantea Mateo 28,19 debo aclarar, que ninguna de ellas deben entenderse en el texto como fórmulas litúrgicas para bautizar, sino que señalan que el bautismo es una consagración a Dios. No obstante, en nuestra Iglesia se utilizan esas palabras del Evangelio de Mateo en la liturgia de ese sacramento.

Otra alusión directa a la Trinidad es la que se encuentra en el siguiente saludo:

«La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.»

2 Corintios 13,14

En esta alusión es válido el mismo análisis que en las anteriores: si alguna de las Personas mencionadas fuera mayor que las otras dos, por ejemplo el Padre, entonces: ¿Por qué rebajar al Padre, no asignándole la procedencia de la gracia y la comunión, si él es el origen y la fuente de las otras dos Personas? Sencillamente porque ellas son tres Personas distintas y ninguna es mayor ni menor que las demás en importancia y dignidad.

Deseo dejar claro que las alusiones estudiadas en el presente artículo no son las únicas alusiones a la Trinidad, pero sí las más importantes que se encuentran en el Nuevo Testamento.

Existen personas que no aceptan la Trinidad porque Jesús no desarrolló una doctrina explícita y detallada sobre ella, pero esas personas no tienen en cuenta que tampoco Jesús escribió ninguna de sus enseñanzas. Sus enseñanzas las conocemos a través de los apóstoles y de discípulos de los apóstoles, los cuales tampoco escribieron apuntes de las enseñanzas de Jesús mientras Jesús les hablaba.

¿Hubiera sido mejor que Jesús dejara escritas sus enseñanzas? Jesús sabe el por qué no las escribió, de la misma manera, que sabe el por qué envió a sus discípulos a predicar con la palabra y sobre la base de lo que le oían y veían hacer, y no sobre la base de determinados escritos. Cuando Jesús ascendió a los Cielos la revelación se cerró, pero nos dejó al Espíritu Santo para que nos ayudara a comprender y propagar sus enseñanzas:

«Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.»

Juan 16,12-13 

TERCERA PARTE

Antes de comenzar esta Tercera Parte, deseo aclarar que intencionalmente he utilizado en este artículo una Biblia no católica: la conocida popularmente como Reina-Valera. Ella fue escogida entre las Biblias no católicas por ser la más difundida en la población.

En esta Biblia aparece Jehová como nombre de Dios, en sustitución de Yahvéh (más comúnmente escrito Yavé). El nombre de Jehová, y otros similares, surgió aproximadamente entre los cristianos en el año 1100 d.C. producto, entre otros factores, del trabajo de crítica textual que habían realizado especialistas judíos en gramática, entre los años 750-1000 d.C., con el objetivo de fijar definitivamente el texto hebreo del Antiguo Testamento.

Esos especialistas recibieron el nombre de masoretas, palabra que se deriva de la palabra judía que en nuestro idioma significa tradición.

Los masoretas con el objetivo de que nadie pronunciara el nombre sagrado de Yahvéh (YHWH en nuestro alfabeto y hrhAen el alfabeto hebreo; en los idiomas árabes se lee de derecha a izquierda) intercalaron las voces de Adonay (o Adonai), palabra que significa Señor, entre las letras del nombre sagrado.

Adonay era la palabra que los sacerdotes israelitas pronunciaban por temor reverencial cuando se encontraban en su lectura con la palabra hrhA , la cual encerraba el nombre de Dios. Esta palabra hebrea significa en nuestro idioma SOY EL QUE SOY.

Otra costumbre era el hacer una profunda reverencia sin pronunciar el nombre sagrado.

Una sola vez al año el Sumo Sacerdote israelita, y solo él, pronunciaba la palabra sagrada hrhA.

Los masoretas después de concluir su trabajo quemaron casi todos los manuscritos antiguos que contenían al Antiguo Testamento; sólo unos pocos manuscritos se pudieron salvar de esa destrucción. En esos pocos manuscritos que se salvaron y en los textos ocultos hallados hace solamente medio siglo en una localidad cercana al Mar Muerto, llamado Qumrán, y que son de una época muy anterior a la de los masoretas (son del siglo I a.C.) aparece la palabra hrhA sin las vocales mencionadas intercaladas.

Según las reglas gramaticales de los masoretas, la primera vocal de Adonay se sustituyó, llevada a nuestro alfabeto, por Ye; y de ahí se obtuvo Yehowah que leída parece decir Jehová; aunque es bueno aclarar, que no esta palabra Jehová, tienen significado en hebreo.

Los cristianos, y nunca los judíos, fueron los que adquirieron a partir del 1100 d.C. la costumbre de pronunciar la palabra Jehová. Los judíos siguieron pronunciando Adonay, o sea: Señor.

Por cierto, en el idioma español la letra J fue introducida hace muy pocos siglos; cualquier lector de documentos españoles antiguos, como son por ejemplo los escritos originales de Cristóbal Colón, se encuentra que palabras como por ejemplo «mujeres», se escribía mugieres» pues la letra J no existía todavía en nuestro idioma; luego la palabra Jehová no se encontrará en texto alguno de nuestro idioma de esa época, ni anterior a ella, por mucho que se le busque.

Otras variantes provocadas por los distintos idiomas europeos fueron: Yahovai y Yahova.

No está de más aclarar que el nombre es un atributo que se utiliza en las personas para distinguir a unas de otras; también se utiliza en culturas como la hebrea del Antiguo Testamento para caracterizar de alguna manera a las personas. Dios hay uno solo, luego no hay que distinguirlo de otros dioses; por otra parte, no existe una sola palabra humana que pueda caracterizarlo, o sea, describirlo, ya que ninguna puede encerrar toda su inmensidad, pues él es EL QUE ES.

Retornemos, después de estas necesarias aclaraciones, al estudio de la Santísima Trinidad.

En la Biblia nos encontramos con determinadas situaciones embarazosas en las que el dogma trinitario nos proporciona la solución a las mismas. Veamos algunas:

«Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los Ejércitos: Yo soy el primero y el postrero, y fuera de mí no hay Dios»

Isaías 44,6

«de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.»

Romanos 9,5

Hay personas que tratando de conciliar estos versículos sin aceptar al dogma trinitario convierten a la religión judeocristiana en una religión politeísta y por tanto pagana. Se olvidan de Isaías 45,5 y de Éxodo 20,1-5 y hasta establecen una categorización de los dioses, donde Jesucristo es un dios importante pero no el Todopoderoso: Jehová. En los citados versículos de Isaías y Éxodo aparece bien clara esa unicidad de Dios y no menciona en absoluto la palabra Todopoderoso, la cual aparece en aproximadamente cincuenta ocasiones en la Biblia y de ellas solamente dos corresponden al Nuevo testamento, pero en una de esas ocasiones, se refiere claramente a Jesucristo:

«He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén. Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.»

Apocalipsis 1,7-8

Además se olvidan de:

«Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.»

I Juan 5,20

En la Carta a Tito leemos similares calificativos de Jesucristo:

«aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo»

Tito 2,13

Aquí la palabra de Dios está precedida del calificativo: gran, pero además lo califica de Salvador lo cual corresponde nada más a Jehová según leemos en Isaías 45,24 y en:

«Mas yo soy Jehová tu Dios desde la tierra de Egipto; no conocerás, pues otro dios fuera de mí, ni otro salvador sino a mí»

Oseas 13,4

Luego si aceptamos que Jesús es un Dios, pero no el Todopoderoso (según afirman opositores del dogma trinitario), el pueblo de Israel conoció en Jesucristo a otro dios salvador que no era Jehová, lo cual no está de acuerdo con el versículo anterior del Libro de Oseas, a no ser que Jehová se haya «echado para atrás». Pero leemos en Números 23,19 que Jehová no es mentiroso ni se echa para atrás como los humanos.

Este tipo de situaciones aparecen con frecuencia. Veamos otros ejemplos, el cual no analizaremos:

«Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas»

Isaías 42,8

«Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras»

Mateo 16,27

«Él me glorificará; porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber»

Juan 16,14-15

El Hijo de Dios se hizo hombre para darnos un conocimiento verdadero de Dios, lavar nuestros pecados con su muerte en la cruz y mostrarnos el camino de la salvación, luego, Jesús con su actitud no podía dar lugar a malos ejemplos. A Jesús lo adoraron muchas personas (Mateo 2,11; 14,28-33; 28,1-10; 28,17-18) luego lo sucedido en Juan 20,28 con Santo Tomás no fue un hecho aislado. ¿Por qué Jesús permitió ser adorado? Jesús no quería que lo adoraran a él, sino a Dios con toda su gloria (Mateo 4,10; Lucas 4,8). No quería que adoraran a un hombre, sino a Dios, pero él sabía que estaba muy íntimamente unido con el Padre por eso nunca reprendió a nadie cuando lo adoraron como se muestra además en Juan 9,35-38.

De todos los pasajes bíblicos donde se muestra esa relación íntima entre El Hijo y El Padre, el pasaje de mi preferencia es Juan 14,6-13, pues ahí gracias a los apóstoles Tomás y Felipe, leemos: «nadie viene al Padre, sino por mí». La inusual y aparente incorrecta conjugación de ese verbo nos dice más que un tratado de teología. En otra parte de esos versículos, Felipe le pidió insistentemente a Jesús que le mostrara al Padre.

«Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre: ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras»

Juan 14, 9-11

Si Jesús no tuviera esa relación íntimamente misteriosa con el Padre, al decir esas palabras estaría blasfemando y Jesús nunca pecó.

Jeremías en su profecía mesiánica le da a Jesucristo el nombre de Jehová:

«He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levanté a David renuevo justo y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con lo cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra»

Jeremías 23, 5-6

Isaías, también en otra profecía mesiánica, nombra a Jesucristo: Padre eterno:

«Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz»

Isaías 9,6

Esta relación íntima, no debe llevarnos al error de pensar que el Padre y el Hijo son una misma Persona divina, aunque, el Padre es Dios y el Hijo es Dios.

La relación entre el Espíritu Santo y Dios la podemos inferir de:

«Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren»

Juan 4,23-24

Y de la santidad de Dios que aparece por ejemplo en Levítico 10,3; Amós 4,2 y en este versículo:

«No puedo dejarme llevar por mi indignación y destruir a Efraim, pues soy Dios y no hombre. Yo soy el Santo que está en medio de tí, y no me gusta destruir»

Oseas 11,9

Pues: ¿Puede haber algún espíritu más santo que Dios?

En la primera Carta de San Pedro en los versículos once y doce del primer capítulo podemos leer cómo el Espíritu Santo fue el que guió a los antiguos profetas en sus profecías mesiánicas, pero si leemos esas profecías, el que habla es Jehová.

Otro pasaje bíblico donde se muestra de cierta manera la relación íntima entre el Espíritu Santo y Dios es en el pasaje de Ananías y Safira (Hechos 5,1-10), donde Pedro le dice a Ananías que al mentirle al Espíritu Santo no le mintió a los hombres sino a Dios, además: ¿se le puede mentir a una fuerza activa?

Pero más aún: ¿Puede una fuerza activa hablar, oír, guiar como se plantea en Juan 16,13 o consolar y enseñar como aparece en Juan 14, 16 o entristecerse como se lee en Efesios 4,30? ¿Esas cualidades son atributos de una cosa? Evidentemente que no.

El Espíritu Santo es otra Persona divina, distinta al padre y al Hijo pero también es, al igual que ellas, el Dios único.

En esta Tercera Parte he utilizado solamente algunas de las partes de Las Escrituras mediante las cuales se puede inferir la necesidad del dogma de la Trinidad. Podemos ver muchas otras como las que se infieren de comparar Zacarías 12,10 y Apocalipsis 1,7, o Isaías 48,12 con Apocalipsis 1,10-11, pero considero que las situaciones más ilustrativas se han dado en el trabajo.

Roguémosle al Espíritu Santo: Pastor que nos guía a toda la verdad (Juan 16,13) y que escudriña todo, aún lo profundo de Dios (I Corintios 2,10-12), que ilumine a todos aquellos que no han reconocido aún a Jesucristo como nuestro único Salvador, para que lo reconozcan como tal para gloria de Dios Padre.

«Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis»

Juan 8,24

Y que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo los acompañe a ellos y a nosotros en este transitar en la fe; pues sin ellos, no evangelizamos: ganamos prosélitos.

CONCLUSIONES

El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero no existen tres Dioses, sino un solo Dios. Un Dios trino y único.

San Pablo en su primera carta a Timoteo, en el capítulo 3 y versículo 16, dice que indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad ¿Qué podemos decir entonces, del propio Dios?

En una homilía del Domingo de la Santísima Trinidad en la Catedral de Pinar del Río, el Padre Mario nos narró la anécdota de lo que le ocurrió a San Agustín cuando inmerso en sus pensamientos buscando infructuosamente la explicación del misterio de la Trinidad, vagaba por la orilla de la playa y vio a un niño con su cubito llevando repetidas veces agua del mar para un huequito que había en la arena. San Agustín le preguntó al niño el porqué de esos viajes y el niño le contestó que lo hacía para meter el mar en ese huequito; el Obispo asombrado le dijo: Niño, no te das cuenta que es imposible meter el mar que es tan inmenso en ese huequito, el niño que era nada más y nada menos que un mensajero de Dios, un ángel, le dijo: ¿y por qué tu quieres meter la inmensidad de Dios dentro de tu cabeza?.

Bibliografía:

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- Biblia de América, Editorial La Casa de la Biblia, coeditan Atenas, PPC, Sígueme, Verbo Divino, Madrid, 1994.

- La Santa Biblia, Antiguo y Nuevo testamento (Reina-Valera). Sociedades Bíblicas Unidas, Corea, 1989.

- Ciencia y Religión, Castellanos I. y Martínez A., Editora Política. La Habana, Cuba, 1981

- ¿Debería creer usted en la Trinidad?. Watchtower, Watchtower, Biblie and Tract Society of New York. Inc, International Bible Students Association, New York, U.S.A., 1989.