julio-agosto.año IV.No.20.1997


EDITORIAL

 

RELACIONES IGLESIA Y ESTADO

 

Al acercarse la visita del Papa a Cuba vuelve a plantearse, con insistencia, la situación de las relaciones entre la Iglesia y el Estado.

¿Cuál es el estado actual de estas relaciones? ¿Cómo marcha el proceso de normalización de las mismas? ¿Qué se entiende por relaciones entre la Iglesia y el Estado? ¿Son sólo las relaciones entre la jerarquía eclesiástica y el Gobierno? ¿Son las relaciones diplomáticas entre Cuba y la Santa Sede? ¿Cuál es el papel de la Iglesia en un Estado laico?

Por supuesto que cada persona tendrá su propia apreciación sobre el asunto y cada grupo social expondrá sus opiniones desde la perspectiva que le atañe. No obstante sería importante ponerse de acuerdo sobre el significado de algunos conceptos que iluminarían la visión sobre el tema. Esta es nuestra opinión:

En primer lugar, entendemos por relaciones entre la Iglesia y el Estado no sólo los vínculos normales entre la Jerarquía eclesiástica, es decir, los obispos y sacerdotes, con los representantes oficiales del gobierno o el PCC. Ni tampoco se trata sólo de las relaciones diplomáticas entre Cuba y la Santa Sede.

Esto es parte de las relaciones, pero no su esencia. La esencia de las relaciones Iglesia-Estado radica en la concepción que se tenga de la Iglesia y del Estado.

Por un lado, en ocasiones se tiene un concepto de Iglesia atrasado, pre-conciliar, reductivo, cuando se habla de Iglesia refiriéndose sólo a los sacerdotes y los Obispos. Esta es sólo una parte de la comunidad eclesial cuando se trata de asuntos religiosos y se está entendiendo solamente rezos, templos, catecismos, sacramentos, expresiones de piedad, sentimientos personales de solidaridad, necesidades materiales de las iglesias; como si la Iglesia necesitara una lista de cosas relacionadas con el culto o con lo que se entiende reductivamente como "actividades religiosas" y no necesitara, como cualquier otra comunidad humana, de todo lo que se requiere para vivir. ¿Quién podrá prever lo que necesita una comunidad para vivir y expresarse libremente?

El asunto esencial radica en la segregación de la comunidad religiosa por medio de un tratamiento especial que la encasilla por unos canales, que la tratan como un ente con necesidades y atenciones distintas del resto de la sociedad.

Imaginemos que en un país se cree una estructura para atender a las personas que tengan el pelo negro. Esto provocaría no sólo la interrogante entre los de pelo rubio, sino que expondría a los de pelo negro a unos criterios y decisiones distintos del resto de la sociedad. Si esa atención ayuda o frena, apoya o limita, facilita o entorpece, no es lo más importante, el asunto está en la diferenciación que se le establece a los ciudadanos de pelo negro. Eso pasa, a nuestro entender, con los religiosos, que como se sabe somos ciudadanos iguales a todos los demás y no necesitamos, gracias a Dios, una atención diferenciada, sino gozar, como todos, de iguales derechos y deberes y poder acceder a todos los organismos, servicios y ambientes de la sociedad.

Cada vez que la Iglesia acude a un organismo y se encuentra con que no puede recibir un servicio o no puede hacer una donación, o hacer su labor misionera, si antes no pasa por un canal especial, ella siente que las relaciones con el Estado no son normales todavía.

La Iglesia es la comunidad formada por todos los creyentes que profesan y practican su fe y tienen derecho y deber de expresarla, vivirla, anunciarla y proponer sus aportes cristianos en todas las esferas de la sociedad. En todas, sin excepción. Nada humano le es ajeno a la Iglesia. Por tanto, los cristianos pueden y deben estar presentes y activos, en todos los ambientes, con responsabilidades o sin ellas, pero con el derecho a expresar su opinión, proponer sus proyectos, trabajar por el crecimiento y desarrollo de esos ambientes y de todo el país, sin ser tratados de una forma diferenciada. He aquí, en nuestra opinión, la esencia y la médula de las relaciones entre la Iglesia y el Estado.

¿Cómo entender entonces que haya temas, necesidades y asuntos "religiosos" que pueden ser establecidos y regulados separándolos del resto de la sociedad? Si un joven cristiano, por ejemplo, dice su opinión sobre un problema en su escuela, no lo dice como "un creyente" que opina sobre un asunto "ajeno", sino como un cubano que inspirado por su fe, tiene el derecho y el deber de preocuparse por lo que es suyo, por su Patria, por la sociedad de la que forma parte inseparable. Por eso nos parece muy raro que a eventos nacionales o internacionales, al parlamento u otras instancias de representación se inviten personas a título exclusivo de "religiosos"; eso es una señal de diferenciación que no refleja la normalización de las relaciones que todos estamos interesados en alcanzar.

La normalización no consiste en que los canales y formas de atención diferenciada funcionen mejor, sino en que no exista una atención diferente. La normalización de las relaciones entre la Iglesia y el Estado es la normalización de la convivencia social de los miembros de la Iglesia; es, en una palabra, que se les considere normales en su escuela, en su trabajo, en las instituciones del Estado, de los partidos, de la misma Iglesia.

Por otra parte, debemos ponernos de acuerdo en lo que significa un Estado laico. En nuestra opinión el Estado laico es aquel que no establece, por ley, ninguna religión, creencia o no creencia, como concepción oficial perteneciente al Estado. Es lo contrario a Estado confesional, entendido como aquel Estado cuyas leyes establecen que una religión específica es la religión oficial, o que la concepción filosófica del Estado es el ateísmo oficial.

No se debe confundir estado laico con el estado laical en la Iglesia, que es la vocación que tienen los cristianos bautizados por la cual desempeñan servicios diferentes de los de los sacerdotes y religiosas. El laico de la Iglesia profesa su fe y la vive en el mundo para transformarlo. Esa es su vocación y misión religiosa.

El Estado laico no profesa ninguna fe, ni la niega oficialmente, ni la apoya oficialmente, ni la prohibe o restringe. El Estado laico solamente tiene como misión crear el espacio legal -un estado de derecho- y el respeto ciudadano para que todas las religiones puedan desarrollar su misión dentro del orden y la libertad religiosa. Un estado laico no puede discriminar, ni diferenciar, ni segregar a un creyente por razón de ser religioso, ni puede obstruir el pleno desarrollo y propagación de la vida y obra de las Iglesias en el tejido social, cuidando que no perjudiquen el bien común de la sociedad.

En el mundo existen estados confesionales y estados laicos. Cuba ha experimentado, a lo largo de su historia, ambas experiencias: fue estado confesional en tiempos del colonialismo español en el que la religión católica era la oficial. Al nacer la República en 1902, fue declarada como Estado laico sin olvidar mencionar el nombre de Dios y de consagrar la libertad de conciencia y religión en su Constitución de 1901, lo que fue ratificado en la Constitución de 1940. Durante este período de estado laico las diferentes Iglesias tuvieron, quizás, el progreso y la labor social y cultural más significativa de su historia en Cuba.

En la Constitución de 1976, Cuba vuelve a ser Estado confesional pues se establecía el ateísmo marxista-leninista como concepción científico-materialista profesada por el Estado. Esta etapa institucionalizó un período de reducción forzada y discriminación de las expresiones religiosas. De este período nos viene ese rezago de estructuras pertenecientes a la concepción del estado oficialmente ateo, ya superado por la ley, pero subsistente en los mecanismos y canales que surgieron en aquella época para la "atención" de los asuntos religiosos que era más bien el control de las Iglesias por el Estado. En 1992, Cuba vuelve a ser un Estado laico al modificarse la anterior Constitución y quedar obsoleto el concepto ateísta del Estado y la sociedad.

En la actualidad, según la ley escrita, Cuba es un Estado laico. Esto debe significar que todas las religiones gozan de igual tratamiento, que todas disfrutan de todos los espacios de participación social en igualdad de condiciones, no sólo entre ellas, sino en condiciones de igualdad respecto a las demás instituciones y organismos sociales. Esto debería significar que ni religiosos, ni ateos, ni agnósticos o indiferentes tendrían que recibir ningún trato especial o diferenciado por parte del Estado o del Partido que en Cuba es "la fuerza dirigente de la sociedad y el Estado" (Art.5. Constitución de la República de 1992).

En este sentido, y para cumplir la ley, ninguna institución, organismo, asociación, escuela o centro de trabajo debería considerar a los religiosos como entes diferenciados, o como personas que "hay que atender directamente", o como "personal no confiable por razón de su compromiso religioso". Vuelven a aparecer documentos en la esfera laboral y educacional que establecen una atención especial a los alumnos con creencias religiosas y lo más lamentable es que esos documentos van dirigidos a fortalecer la educación político-ideológica, como si la fe religiosa se opusiera a esa formación por sí misma y automáticamente. En otras ocasiones hemos sabido que no se permite dictar una conferencia a un sacerdote o a un laico en nuestras universidades "porque nuestro Estado es laico". Eso es desconocer lo que es un Estado laico o, por lo menos, no interpretarlo bien. O pudiera ser un reducto del Estado confesional ateo, pero nunca puede ser una razón para impedir que un creyente exprese sus opiniones en un recinto educacional, ¿o es que la escuela y la universidad siguen siendo confesionales en su ateísmo aunque toleren matricular religiosos siempre que se les "atienda"? Esto es inconstitucional.

La normalización de las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Cuba no habrá llegado a su esencia medular mientras no sean superadas estas situaciones de segregación o "atención diferenciada" o discriminación, como queramos llamarle. Si un creyente se siente "raro" en su ambiente porque es objeto de "especiales cuidados", tiene que declarar su fe en una planilla, o es considerado como persona que "tiene problemas" por expresar o practicar, no sólo el culto sino todos los compromisos personales, sociales, políticos, culturales de su fe, entonces las relaciones entre la Iglesia y el Estado no se han normalizado todavía en lo esencial.

Reconocemos que el clima ha cambiado en este tema, y se ha avanzado en muchos campos con relación al culto, a algunas necesidades materiales de la Iglesia, se han establecido espacios de diálogo que ya no se restringen a la jerarquía sino que van abarcando otros niveles y ambientes de la Iglesia y de la sociedad. Se facilitan gestiones y hay interlocutores a los que dirigirse. Hay preguntas y dudas que se hacen de ambas partes, y comúnmente hay respuestas y aclaraciones, unas veces convincentes y otras no, pero que se intercambian en un clima de creciente respeto y diálogo. Porque lo convincente es la credibilidad que ambas partes se ganen a base de hacer coherentes sus palabras con sus obras, sin perder su identidad. El diálogo no es para asentir a todo lo que las demás partes no entiendan o no les guste, sino para explicárselo y llegar a un mejor entendimiento.

Reconocemos que este es el camino para la normalización de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Los actuales canales y estructuras existentes están sirviendo para avanzar por ese camino aunque no sean todavía los normales. Estar en camino es ya un logro en sí mismo y hace crecer la esperanza. Pero en todo camino compartido es necesario llegar a descubrir entre todos la dirección hacia la que se avanza, los fines que se desean alcanzar y los medios, que deben servir a esos fines y ser tan nobles como ellos. Ojalá que estas opiniones nos puedan ayudar a todos: entiéndase no sólo a los responsables, sino a los simples ciudadanos que se interesen en este asunto de vital importancia para Cuba, sean creyentes o no.

En ese camino sabemos que hay un trecho recorrido, que nadie desconoce y que muchos nos alegramos del andar. Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Cuba parece que están en camino y se mueven en la dirección adecuada para esta etapa de la historia. Sí, porque otro elemento que no debemos olvidar es que ni todo el camino se hace en un día, ni todos los caminantes avanzamos al mismo paso.

Pero si existe la voluntad de avanzar y no nos cansamos por lo largo del camino, si no nos asustamos porque este se ensanche, y no confundimos prejuicios con experiencias, y cambiamos lo que haya que mejorar, y eliminamos los rezagos del pasado, y no nos disgustamos porque los compañeros de camino tengan un ritmo y un paso diferente (y si nos disgustamos, como es normal, recurrimos al diálogo como viático del camino); si no confundimos el culto con la religión, el Estado con la política de un partido, la Iglesia con la Jerarquía, los canales con las represas, la atención con el control, el pasado con el futuro... entonces estamos seguros de que, gradualmente, perseverantemente, pacientemente, como corresponde a un pueblo con madurez cívica, política y religiosa, nos acercaremos cada vez más a esa normalización de las relaciones entre un Estado verdaderamente laico, al que no hay que pedirle más que lo que le corresponde, y una Iglesia evangelizadora, profética y encarnada que no puede tener otra aspiración, ni privilegio, que poder servir a este pueblo sin limitaciones y sin pausas, en virtud de la única razón por la que lo sirve: porque forma parte inseparable de esta nación y porque la ama entrañablemente.

Precisamente porque la ama ha permanecido aquí; porque la ama ha sufrido incomprensiones de todas partes; porque la ama espera; porque la ama cree que este camino de diálogo y reconciliación que andamos, nos conducirá a un futuro mejor. Porque la ama quiere preparar esta visita del papa Juan Pablo II con la profundidad y entusiasmo que merecen Cuba y el Santo Padre, que vendrá como mensajero de la Verdad y de la Esperanza.

¡Que sigan mejorando las relaciones Iglesia-Estado en Cuba: esa será una excelente preparación para la esperada visita del Papa!

Pinar del Río, 14 de julio de 1997.