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julio-agosto.año IV.No.20.1997 |
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PATRIMONIO CULTURAL |
LOS MONUMENTOS UN CONCEPTO MÁS AMPLIO por Nelson Melero Lazo |
Como continuación del tema propuesto en el primer artículo
«Aproximaciones al Tema del Patrimonio Cultural», y como habíamos enunciado en el
desarrollo del mismo, pretendemos comentar en el presente, la categoría de MONUMENTO
dentro del patrimonio arquitectónico
Haciendo referencia al Diccionario Ilustrado de la Lengua Española ARISTOS, este define el término MONUMENTO como: «obra escultórica o arquitectónica conmemorativa. Objeto o documento de utilidad histórica. Sepulcro, sarcófago y especialmente el túmulo o altar que el Jueves Santo se forma en las iglesias». La palabra monumento se deriva del vocablo latino monumentum, sustantivo neutro cuyo significado es mostrar, enseñar y también recordar. De él provienen los términos monument del francés, monument del inglés o monumento del italiano y el español. Tanto en las lenguas modernas como en el latín, la palabra significa: todo lo que recuerda algo, lo que perpetúa un recuerdo. Objeto o documento de utilidad para la historia y la memoria colectiva. El concepto de monumento aparece en la antigüedad en las civilizaciones de Mesopotamia y Egipto. Se consideraban tales los lugares sagrados vinculados a los ritos mágico-religiosos, que podían ser sitios naturales como una colina, una cueva o un manantial y contar además con obras creadas por la mano del hombre, a los cuáles, estas comunidades, le otorgaban valores especiales. Dentro de las culturas clásicas antiguas se destacan también otros tipos de monumentos, los conmemorativos de las victorias militares u obras capturadas a los pueblos conquistados, los monumentos victorias del imperio romano, así como los monumentos funerarios cuyos paradigmas lo constituyen las grandes tumbas y sepulcros del cercano y medio oriente. La edad media se caracterizó por un desinterés por el pasado, llegándose a demostrar las antiguas construcciones para reutilizar los materiales en las nuevas obras. Un ejemplo de esto lo constituyen los templos paganos romanos que se transformaron en Iglesias paleocristianas. La Europa del Renacimiento le otorga un carácter monumental a las construcciones de la cultura greco-latina, como expresión de un alto reconocimiento hacia la obra ideal representada por esta sociedad, de las cuales se planteaba renacer. Durante los siglos XVIII y XIX se producen importantes hechos socio-culturales que van a influir notablemente en la concepción y catalogación de los monumentos, muy en especial el surgimiento y desarrollo de las ciencias sociales. Estos adquieren una significación formal e histórica, aunque se le sigue empleando para designar a las grandes obras de arquitectura y escultura. Resulta insoslayable la referencia al arquitecto Eugene Enmanuel Viollet Le Duc (1814-1879) brillante estudioso del tema, creador de una escuela o movimiento de restauración de monumentos conocida como estilística. Realizó un estudio integral de la arquitectura en una estrecha vinculación con las manifestaciones culturales, en la que el concepto de estilo se establece como protagonista esencial. Con él aparecen la denominación de monumentos histórico-artísticos y el término de restauración como acción recuperadora de los mismos. Algunos de sus seguidores prefirieron cambiar el término de monumento por el de bien cultural, de más amplia significación y actualidad. Todavía aún en la primera mitad de este siglo, aunque existen ya algunas tendencias de avanzada, la corriente general internacional es la de considerar al monumento como «obra maestra en las cuales la civilización ha encontrado su más alta expresión». Es a partir de 1964, con un documento internacional que recoge normas y principios de conservación y restauración, la Carta de Venecia, que el concepto de monumento se amplía a «las obras modestas que con el tiempo han adquirido una significación especial», y se hacen extensivos estos criterios al conjunto urbano. La conservación no se concibe como la acción puntual sobre el monumento, sino también del ambiente que lo rodea, concebiéndole un espacio dentro de la ciudad. Generalmente, aún hoy se tiende a relacionar el concepto de monumento con términos tales como: excepcional o único, antigüedad o vejez, acontecimientos históricos, figuras notables, influencias o estilos, volumen de la obra, o la combinación de varios de estos atributos asignados a un mismo objeto. La categoría de monumento involucra tres componentes: ESPACIO, marco físico en el que se desarrolla la obra y del que forma parte el propio objeto en sí; TIEMPO, la distancia que nos separa de su realización; y ESPÍRITU, aspecto de carácter subjetivo que nos permite la asignación de una significación o valor. Muchas veces nos sorprende, aún hoy, cuán difícil resulta desprenderse de estos conceptos tan fuertes y arraigados, que durante años han permeado el pensamiento colectivo hasta tal punto que muchas comunidades a veces no son capaces de reconocer bienes representativos de su cultura, historia e identidad. A esto ha contribuido en buena medida los efectos de una influencia en la formación profesional básicamente eurocentrista que promueve sus modelos y códigos como referencia de análisis y comparación, que desconoce y desestima las realidades y los valores de otros pueblos y culturas. Resulta imprescindible para la realización de cualquier evaluación del patrimonio cultural y de los bienes contenidos en él, la adecuación en cada tiempo, espacio y espíritu. Las realidades locales requieren ser analizadas con enfoques particulares. Un bien patrimonial, permítanme referirme a los monumentos de esta manera, puede considerarse destacado o significativo, no sólo por tener valores históricos o artísticos notables. Puede serlo por constituir un ejemplo de una técnica constructiva o una tipología particular. O también por poseer un carácter único al haberse perdido el resto de los exponentes similares a él, o reiterarse sucesivamente hasta llegar a cualificar un área o sector, puede caber en una mano y tener una altísima significación. Como podemos observar, el concepto de monumento ha ido variando desde sus inicios, en los cuales se le vinculó sólo a los sitios o lugares sacros o a perpetuar la memoria de un emperador o un alto dignatario, o relacionándolo con obras excepcionales de las bellas artes. Su alcance ha ido ampliándose notablemente, y en la actualidad esta categoría ha ido asumiendo dimensiones dentro de las cuales podemos incluir obras modestas que son reflejo material de un conglomerado social. De ninguna manera puede interpretarse que la consideración de una obra arquitectónica como monumento es una condena que impone el congelamiento del bien cultural. Es un deber y una obligación de la sociedad, la preservación de sus valores patrimoniales, y la única forma de hacerlos trascender en el tiempo es permitiéndoles continuar útil y brindando una función social, un servicio a la comunidad. Es obvio que dentro del conglomerado de elementos que componen el legado cultural de una sociedad, existirán diferencias y categorías, que los propios ciudadanos deben ser capaces de reconocer y otorgar. En estos casos debemos ser más cuidadosos en la protección y el control de aquellas obras que posean una mayor significación. Debemos encontrar y reconocer nuestros propios valores, aquellos bienes patrimoniales que nos identifican y que conforman un legado importante de nuestro pasado, mediato o inmediato, con valores históricos y estéticos, que constituyen una lectura, una comunicación con nuestra memoria, tradición e identidad. Esos son nuestros MONUMENTOS. |