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mayo-junio. año II. No. 7. 1995 |
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RELIGION
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EL
AMOR A LA PATRIA
EN LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA
por P. Manuel Hilario de Céspedes y García Menocal
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Ser cristiano es ser seguidor de Jesús. El cristiano se ha encontrado con Jesús, ha escuchado su llamada, hace la experiencia de estar con Él, experimenta el amor de Él y lo sigue a lo largo de su vida, de manera tal que no puede pensar su vida sin tener "los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Flp. 2,5). El seguimiento de Jesús es lo que San Pablo llama caminar según el Espíritu (cfr. Rm. 8,4), que tiene su punto de partida en el encuentro de amistad con Jesús cuya iniciativa pertenece al Señor: "Ustedes no me han escogido a mí. Soy yo quién los escogió a ustedes". (Jn 15, 16). El caminar del cristiano por la vida se identifica, pues, con una persona: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, "Jesucristo es el camino principal de la Iglesia". Él mismo es nuestro camino "hacia la casa del Padre" (Jn. 14, Is.) y es también el camino de cada hombre. En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida por nadie. Esta es la exigencia del bien temporal y del bien eterno del hombre" (Juan Pablo II, Redentor hominis, 13). Identificarse con Cristo es seguir el camino "mucho mejor, como lo llama San Pablo. Se trata del canino del amor que todo lo cree, todo lo excusa, todo lo espera, todo lo soporta. Y no se acaba nunca. (Cfr. Ico. 12, 31- 13, 8). Así, pues, el núcleo de la espiritualidad cristiana es el amor al estilo de Jesús que no amó hasta el fin, Jesús amó a las personas concretas con las que convivió y con las que se encontró en su vida terrenal. Amó al mundo al que él redimió. Amó a su Patria con todas las fibras de su corazón. Ese amor de Jesús a su Patria quizás se vió aumentado por el hecho de que la misión de Jesús era para su Patria ocasión de un nuevo drama. Así como en otro tiempo había desconocido la voz de los profetas, también la Patria judía desdeñó a Jesús que es quien le revela su propia vocación: "Ningún profeta es bien recibido en su patria" (Lc. 4, 24). A Jerusalén la capital de la nación, Jesús sabe que no va sino a morir. Por eso llora sobre la ciudad culpable que no ha reconocido el tiempo en que Dios la visitaba: "Cuando estuvo cerca, al ver la ciudad, lloró por ella y dijo: Ojalá en este día tú también entendieras los caminos de la paz" (Lc. 19, 41-42).1 Todo esto está relacionado con el misterio de la encarnación de Cristo quién asumió verdaderamente y sin fingimiento toda nuestra condición humana excepto el pecado. Por eso Cristo asumió con amor también a su Patria. Él nos prepara nuestro lugar en la casa de su Padre (Cfr. Jn 14, 1-4) y para llegar allí nos señala su camino. El camino del amor a Dios y a todos los hombres. Por eso Él ruega al Padre que no nos saque del mundo, sino que nos defienda del mal (Cfr, Jn 17,15). Separar de la fe cristiana el amor a la Patria aduciendo que "nosotros no tenemos aquí nuestra patria, definitiva, sino que buscamos la venidera" (Hb 13,14) pienso que puede ser considerado un error. No estoy expresando que haya que ser cristiano para amar a la Patria pero sí afirmo que la fe cristiana debe inducirnos a amar a la Patria. Quizás algunos cristianos no meditemos, lo suficiente acerca del lugar que debe ocupar el amor a la Patria, en nuestra espiritualidad. Los que fuimos militantes de la Acción Católica Cubana tuvimos la gracia de meditar sobre esto en reuniones y círculos de estudio. No se trata de algo marginal en la espiritualidad cristiana ni se trata de algo sin importancia. En la historia de nuestra Nación tenemos ejemplos luminosos de hemanos nuestros en la fe que han sabido vivir adecuadamente el amor a la Patria en su espiritualidad. El Padre Félix Varela es un ejemplo cimero. Más cercano en el tiempo, José Antonio Echevarría, con estilo y personalidad distintas a los del Padre Varela, es también un ejemplo luminoso. Conviene aquí recordar algo de lo expresado en el No. 75 de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Ecuménico Vaticano II: "Cultiven los ciudadanos con magnanimidad y lealtad el amor a la patria, pero sin estrecheces de espíritu, de suerte que miren siempre al mismo tiempo por el bien de toda su familia humana, unida por toda clase de vínculos entre las razas, los pueblos y las naciones... Los cristianos deben tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común-, así demostrarán también con los hechos cómo pueden armonizarse la autoridad y la libertad, la iniciativa personal y la necesaria solidaridad del cuerpo social, las ventajas de la unidad combinada con la conveniente solidaridad... Hay que prestar gran atención a la educación cívica y política, que hoy día es particularmente necesaria para el pueblo, y sobre todo para la juventud... quienes son, o pueden llegar a ser, capaces de ejercer ese arte tan difícil y tan noble que es la política; prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal. Luchen con integridad moral y con prudencia contra la injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo, de un sólo hombre, o de un sólo partido político; conságrense con sinceridad y rectitud, más aún con caridad y fortaleza política al servicio de todos". Este texto del Concilio Ecuménico Vaticano II, nos presenta varias formas (no las únicas), de expresión del amor a la Patria, del servicio a ella. A cada uno corresponde determinar cómo servirla mejor. El cristiano toma esta decisión con seriedad; no se trata de una decisión intrascendente. Hoy hay muchos que procuran cómo escapar de la situación nacional o cómo resolver su situación personal. No debe ser ésa la actitud del cristiano. Su actitud debe ser la de quien piensa qué hacer para transformar la situación de esta sufrida Nación. Ni el Padre Félix Varela ni José Antonio Echevarría escaparon de la situación de Cuba o buscaron cómo resolver su situación personal. Ellos, así como otros cristianos anteriores a nosotros, dieron todo por su país. Cuba vive en una situación quizás única en su historia. El proyecto socialista-marxista-leninista-fidelista (como lo llama Carlos, mi hermano, en la ponencia que pronunció en la 11 Semana Social Católica, celebrada en Ciudad de La Habana, en noviembre de 1994), ya pasó. Los países de América Latina nos muestran claramente que en nuestras tierras el capitalismo empobrece y produce violencia. Es la hora de estar aquí dando todo por la Nación. Dar todo lo mejor de nuestra inteligencia y generosidad para inventar nuestro proyecto socio-económico-político para la felicidad del pueblo. Inventarlo junto con otros, sin exclusión. Esto, claro está, exige sacrificio. ¿Dirá la historia que los cristianos cubanos de 1995 no tuvieron la suficiente capacidad de sacrificio por la Patria?. REFERENCIAS.
1- Xavier León-Dufour, Vocabulario de Teología Biblica, Ed. Herder, Barcelona, 1985. p.655. |
MAMÁ PANCHITA: Francisca Barrios Pérez por Rosario González Álvarez |
R ecordar el pasado tiene un profético atisbo del futuro, de compromiso con el futuro. En este caso recortar a Francisca Barrios Pérez, hija fiel y humildísima de la Iglesia Católica, al evocar a esta figura en su tiempo y vivencias llegaremos a fecundas conclusiones y hermosos ejemplos: Evadirlos o ignorarlos nos llenarían de pesar como testigos de la Iglesia de hoy, más encarnada, más abierta al diálogo, tocando "el umbral de la Esperanza".Fue Panchita mujer de dulce mansedumbre, que es como hablar de aquellos que más amó Jesús: de los pobres, de los humildes, de los desamparados, de los limpios de corazón que reconocen la doctrina de Cristo en toda su verdad y belleza y buscan su compañía como parte esencial de su vida. En un hogar muy pobre, pero profundamente cristiano, nace Panchita, a unos cincuenta pasos del lugar llamado "El Resolladero" del Cuyaguateje, allá por el año 1850. Desde muy niña vivió la solicitud de su madre "Charito", con su familia y vecinos y llevó en su corazón ese ejemplo los 75 años de su vida. Casada muy joven, vivió en distintos lugares de nuestra provincia hasta que su esposo Pablo Cabrera se radica en una finquita de las Cuevas de Guillén, cerca de Sábalo, en Pinar del Río. Tuvo numerosos hijos los que no le impedían visitar una capillita que había en el Valle de Luis Lazo para asistir a misa y a otros ejercicios de la Iglesia. ¡Cuántas veces se sentiría agobiada por el peso de la pobreza, pero nunca se dejó vencer! Alegre, confiada, animosa parece ser la figura de la madre que nos regala Gabriela Mistral y que tanto se asemeja a Panchita.
Bendita seas andando por la tierra sembradía, que se vuelve con los surcos para decirte bendita.
Porque eso fue su vida: Un andar haciendo el bien a todos, especialmente a los enfermos con su fe sencilla en la palabra de Dios, a pie o sobre una mulita mansa que la llevaba a trote blando por su tierra querida. Aprovechaba todos sus viajes para entregar una palabra de consuelo, un remedio, un dulce o frutas a los necesitados y siempre con sus oraciones, con su fe, que llevaba a todos con su amor y sencillez en el trato. Oía misa en Sábalo, otras en Boca de Galafre y así, domingo tras domingo o días de fiesta, y nunca por anchos caminos sino por lomeríos, pendientes y quebradas. Aún encontraba tiempo para pertenecer al Apostolado de la Oración de San Juan, de la que fue fiel celadora. ¡Y así durante cincuenta años! Llegarse hasta Pinar del Río, acompañada de los suyos, para las grandes celebraciones de la Iglesia era un regalo para ella. También regalo era pertenecer a los Franciscanos, por ser muy devota del Poverello, cuyo nombre llevaba con orgullo; también a los Carmelitas por su profunda devoción a la Virgen del Carmen. Pero sabe que "por sus obras juzgará el Señor" Así, no hay enfermo que no visite, necesitado que no ayude, matrimonio que no procure su unión por la Iglesia, niño que no conozca la doctrina cristiana y prepare para la primera comunión y bautizo. ¡Por cientos se contaban sus ahijados...! Y todo esto no en su vecindad sino en muchas leguas distantes de su hogar: Galafre, Boca de Galafre, Guillén, Sábalo, El Naranjo, en las cercanías de Pinar del Río, (donde vivió tres años cuando la guerra), en las cuchillas de San Juan y en San Mateo, en Las Taironas, en la Majagua donde vivió ocho años, en Calientes ... Y por todas estas tierras su paso ágil, a todas las horas del día o de la noche, en calmas o tormentas, repartiendo consuelo y alegría, aún a personas con enfermedades contagiosas "el Señor la protegía!", decía ella... Enseñó a leer y a escribir a sus hijos y nietos y aún más, cuando los retoños se alejaban del árbol materno encontraba tiempo para escribir a los ausentes mensualmente. Y allí la madre y la cristiana se hace presente dando noticias, consejos, cariños, para hacer más cercana la lejanía; recibiendo los hijos amorosos la voz de la madre llena de claridades, "Voz de tierra y de cielo"... Llegan los días azarosos de la guerra y se enteran que la Iglesia de Sábalo estaba sin sacerdote. Acude presurosa al lugar, enciende la luz del Sagrario, recoge las llaves y se hace cargo de su cuidado. ¡Y todo a pesar de su numerosa familia que llegó a 19 miembros! A la entrada triunfal del Ejército mambí en Pinar del Río, busca entrevista con el jefe para solicitarle respeto y cuidado de las cosas de la Iglesia de Sábalo. El mambí asombrado de su pequeña y aparentemente frágil figura que no teme a los conflictos de la zona (cuando hay tantos que la abandonan...), le concede permiso y la ayuda a guardar el Santísimo, los ornamentos e imágenes y hasta el archivo parroquial del Sábalo. ¡De ella se cuentan casi míticas leyendas de enfrentamientos personales con miembros del ejército español de las que salió victoriosa siempre!. Al fin fue con su familia, en carreta, hasta Pinar del Río, sin abandonar su amada carga. El Padre Menéndez, entonces vicario de la lglesia Catedral, acude a su llamado y recibe asombrado la imagen de San José de Sábalo, que ella traía envuelta como si fuera un soldado herido y los demás objetos de culto, incluyendo el sagrario con las hostias consagradas, le busca una finquita cerca de Pinar del Río donde sufrió las plagas y penurias de la guerra, perdiendo a varios de sus hijos ¡tres en cinco días... ! Pero su fe le da fuerzas y ahora acude más que nunca al amor de su madre de la Virgen de la Caridad del Cobre, reina de su hogar. Terminada la guerra vuelve a las cuevas. Allí en la mejor habitación de la humilde casa coloca una imagen de la Virgen de las Nieves y empieza a dar catecismo y a practicar, en comunidad, novenas, rosarios y otros, ejercicios piadosos. Pero no conforme con ello, logra con escasos recursos, erigir junto a su casa una pequeña capilla cuyo mejor adorno era la cruz rodeada de enredaderas de jazmines y picualas. Allí coloca a la Virgen de las Nieves, a San José , a San Cosme, a San Damián, a Santa Ana, al niño Jesús y libros piadosos que consideraba hermosos. A diario se rezaba el rosario, daba catequesis, celebraba novenas, las flores de mayo y se celebraban bautizos, comuniones y matrimonios cuando acudía algún sacerdote. Ya se acercan sus últimos días en la tierra. Con 75 años, con larga enfermedad de ocho meses, se enfrenta a la muerte serenamente. Muchas veces, casi postrada, acudía o oír misa y comulgar entregando su alma al Señor, el jueves, 18 de junio de 1925. Al Padre Agustín Miret, santo sacerdote de San Juan y Martínez, se debe que se conozca su vida ejemplar, pues fue durante 25 años su confesor y amigo, admirado de su labor apostólica durante cincuenta años. También dan testimonio sincero de su vida de cristiana ejemplar monseñor Severiano Saíz, obispo de Matanzas, que durante tres años fue párroco en San Luis y monseñor Ruíz, obispo de Pinar del Río, que la tenía en muy grande estima. Todos la recuerdan como un alma bondadosa, de fe firme, que influyó con su ejemplo y su obra en más de cincuenta mil personas que vivían en el vasto territorio que conoció de su servicio y su piedad. Así vivió y así murió. Y sus ojos no -dieron más luz de amor. Y sus manos se aquietaron como inmaculadas palomas dormidas y no dieron más consuelo. Y sus pies no supieron ya del andar apostólico. Y su corazón no repitió en su latir su amor al Señor y a todos... creyentes o no, que a todos miró con ternura. Pero los hombres que supieron de su mano y de su palabra nazarena y su familia toda que a su sombra y consejo se amparó y creció, recordarán siempre a mamá Panchita, pues su huella en nuestra tierra es imborrable. Y pasan los años, nuevos horizontes, cercanos o lejanos toman los descendientes de mamá Panchita. Su casita desaparece y la pequeña capilla es respetada, pero abandonada en su lejano rincón, donde poco a poco, pierde su lozanía. Monseñor José Siro, nuestro actual obispo, cuidadoso celador de la Iglesia Católica pinareña, manda a restaurarle y como mejor homenaje a Panchita, traslada sus restos en 1958 hacia su amada capilla en las lomas de las Cuevas de Guillén. Allí, al lado del altar donde reina la Virgen de las Nieves, los colocan. ¡Temblor emocionado debieron de tener sus manos al llevar aquella preciosa carga hacia su última morada terrenal!
El amor a Dios, el amor a tus hermanos, te dio el valor que necesita todo cristiano, y que recibe de su Creador para hacer el bien y proclamar su palabra. Con ese amor te recordamos ... Tu ejemplo seguimos, haciendo caminos con Jesús. |
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