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noviembre-diciembre. año I. No. 4. 1994 |
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HECHOS Y OPINIONES |
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LOS REYES MAGOS, ¿SE ACUERDAN? por Modesto Arocha Mayor. |
Los cubanos que hoy somos abuelos conocimos en nuestra niñez, con
mayor o menor suerte, a los Reyes Magos... y fuimos en parte, responsables de que nuestros
hijos no los conocieran. Honradamente, ¿cuánto hemos ganado con ello?
Lo sucedido a los Reyes Magos en Cuba hace más de treinta años es algo ilustrativo de un todo. La Revolución pudo triunfar derribando el corrupto poder existente. Continuó arremetiendo contra todos los vicios del pasado republicano. Y prosiguió eliminando gran parte del resto, a fin de edificar una nueva vida, partiendo muchas veces de cero. Todo había que pasarlo por el flamante y ultrafino tamiz: los carnavales, la lotería, el bautismo y el guarapo. Aún en el mejor de los casos, el espíritu creativo y constructor iba precedido del grito cáustico y depurador: !Ahora, mis muchachos, a quemarlo todo! Hoy casi todo cubano con sensibilidad social o política comprende lo cauteloso que se debe ser respecto a prescindir de instalaciones, instituciones, mecanismos y costumbres que consideremos no adecuados o perjudiciales. Incluso si se tratara de formalismos, que suelen llevar dentro de sí gérmenes provechosos que también desaparecerían. Puestos de nuevo ante las mismas circunstancias, quizás en infinidad de casos prefiramos depurar, modificar, mejorar o darle acabado a las obras de nuestros mayores. Porque una de las mejores reglas para perpetuar el subdesarrollo es desestimar los pedestales heredados. La falta de acumulación impide la prosperidad. La parte de conservadurismo que debe complementar un juicio equilibrado nos ha llegado al meditar acerca de los escasos y a veces adversos resultados a los que ha conducido una renovación excesiva. La madurez la trajeron muchos fracasos y tiempo perdido. Aprendimos lo peligrosas que son las tijeras, pagando el alto precio de los ojos. No comprendimos a tiempo que muchas de las cosas con las que arrasamos satisfacían ciertas necesidades humanas, materiales o espirituales. La razón de un cierto comportamiento humano a veces tiene sus raíces perdidas en la historia y sólo nos queda la tradición, el hábito milenario sin causa aparente. Para hablar de una tradición preservada, enterrar a los muertos no es un mero convencionalismo. Probablemente fue una necesidad humana de asepsia lo que la originó. Otro ejemplo: todos los cubanos de mi generación hemos hablado hasta por los codos de la futilidad del velorio. Ojalá que un día no tengamos que arrepentirnos también del vacío espiritual que pueda dejarnos la falta de ese indignificante gesto de despedida para con el ser querido que nos acompaña durante toda la vida. Lo peor es que al consumarse la supresión no sucede nada nefasto de inmediato. Sólo queda un hueco inadvertido. Los efectos nocivos de la omisión se ven con el tiempo, ciertamente demasiado tarde. Cuando son muchos los años cavando, llegamos a la situación de un agran vacío material, moral y espiritual. Aunque en nuestro caso cubano hay razones para la esperanza. El tiempo ha sido largo (o al menos nos lo ha parecido a muchos), pero la memoria social está viva, quedamos muchos sobrevivientes que rehusamos cambiar el ajiaco por las caldosas y hay un reservorio de cubanos en el extranjero, unidos por elásticos estirados a los de la Isla, que no se han asimilado completamente a los pueblos en los que viven y que son depositarios de muchas tradiciones aparentemente perdidas aquí. Enfoquemos la situación hacia el "hueco espiritual". Hace más de treinta años sufrimos un ataque de racionalismos. Se ha machacado durante demasiado tiempo, sin derecho de réplica, que lo diferente entre el hombre y los animales es lo racional. Quien esto repite pasa por alto otra dimensión: el hombre es un ser espiritual. También, a diferencia de los animales, el hombre necesita de ilusión, ensueño, belleza, poesía, fantasía, generosidad, devoción, sacrificio, amor... y de Dios. Cosas intangibles, no materiales, no racionales, es decir, espirituales. Paradójicamente, sin ellas no hubiera habido Revolución. Reto al racionalista más acabado a que busque dentro de sí los misterios en los que cree, pero que no puede comprender. La festividad de los Reyes Magos, de origen cristiano, constituía en Cuba una bonita tradición, vagamente asociada por muchos con la religión, pero que decididamente formaba parte de nuestro acervo aspiritual. Caso parecido a la Nochebuena. Nadie ha podido demostrar todavía que la idea de entregar regalos a los niños el Día de Reyes la originara ningún burgués, explotador o torturador. Era una idea felíz por sí misma. Era un día para estimular la ilusión, despertar la generosidad y subrayar la ternura hacia los niños. Una tradición que también nos hermanaba a otros pueblos iberoamericanos. Podían pender de ella subproductos no todos deseables, como la excesiva comercialización o demagogia de quienes necesitan tribunas para practicar la bondad. La fecha también recalcaba algunos males sociales: niños muy pobres, pordioseros, abandonados o víctimas de la insensibilidad. Sin embargo, esa tradición no era la fuente de tales males, sino que más bien, al ponerlos en evidencia, tocaba el nervio humanitario, primer paso para eliminarlos. Al igual que no eran las escuelas la causa del analfabetismo, esa tradición no era la causa de que una porción de niños carecieran de lo más elemental. Pero los pecados capitales eran: el origen de los Reyes Magos (aristócratas y para colmo místicos), y el modesto papel de una Iglesia que debía perder todo protagonismo. Se decretó entonces una sustitución, desconociendo que las tradiciones cambian cuando muda el entorno y existe necesidad, sin forzarlas. Se dictó cambio de fecha y cambio de metodología. Ahora tocaban menos juguetes, pero estaban mejor repartidos. Con el tiempo no habría fechas ni juguetes. Pero no era sólo un asunto material. Para alimentar la fantasía de un niño no se necesitan regalos costosos. ¿Cuántos guajiros pobres no tallaron pacientemente un pedazo de madera para regalar una yunta a su hijo?
Muchos años después quienes conservemos algún sentido autocrítico y valor para ejercerlo, debemos reconocer algo muy difícil de aceptar y mucho más de confesar: no nos hubiera ido peor con Reyes Magos. Porque cuesta admitir que nos hemos equivocado en mucho durante demasiado tiempo. Los cubanos que hoy somos abuelos no tenemos derecho a pasar por alto esta amarga experiencia social de la que somos testigos, pero también responsables. Debemos reflexionar ante el cuadro de un niño mexicano pobre que observa atónito a nuestro nieto, como si fuera un extraterrestre, al oir de sus labios: ?Reyes Magos? Pero la última palabra debe llegar con otro estilo. Decidirá la gente espontáneamente, comenzando por los descreídos de la incredulidad, a quienes nos será más positivo y breve el rubor de la contricción que el de la culpa. Los primeros que alienten la ilusión en los niños, contarán con el pudor de los que luego le seguirán. No soy adivino, sólo que el desperezar tantos arbolitos de Navidad, después de un letargo de tres décadas, presagia que la linda e inofensiva tradición de Melchor, Gaspar y Baltasar revivirá como una semilla mantenida seca y latente por largos años, como un fuego mal apagado. He sentido los primeros soplos y esta vez no pediré permiso ni ofreceré disculpas. El próximo 6 de enero voy a pedir a los Reyes Magos una muñeca para mi nieta. Por ahora de trapo. Y estoy preparado para si me hace preguntas embarazosas. Como éstas: - Abuelo Kiko, dicen que hay unos Reyes Magos que traen regalos a los niños, pero mis amiguitas dicen que los Reyes Magos no existen, que eso es mentira, que nadie los ha visto nunca. La vecina dice que ella cree sólo en lo que ve. Dime la verdad, abuelo, ¿existen los Reyes Magos? ¿Por qué no vienen? - Si, Ariadna. Los Reyes Magos existen. Estoy contento que me hayas hecho esa pregunta a mí, porque tu sabes que siempre te digo la verdad. Querida Ary, tus amiguitas están equivocadas. Ellas han heredado la incredulidad que sufrimos muchas gentes de mi generación. Y esa triste desconfianza ha ahuyentado por mucho tiempo a los Reyes Magos, a quienes sucede lo mismo que a nosotros: no les gusta ir adonde no creen en ellos. Pero estoy seguro de que los Reyes Magos regresarán a los hogares donde los niños y los mayores crean nuevamente en ellos. Y tus abuelos tenemos una muy especial responsabilidad en invitarlos. Muchas personas afirman que no creen sino en lo que ven, aunque se fían de que existe Inglaterra sin haberla visto nunca. Piensan que no puede existir nada que no sea comprensible por sus mentes, aunque confíen en la fusión nuclear como fuente de energía futura, algo que no comprenden en absoluto. Estoy seguro que tú misma, aunque no comprendas cabalmente lo que estoy diciendo, me crees. El universo Ariadna, es inmenso y complicado. Nuestras mentes son muy pequeñitas y limitado nuestro poder de comprensión. No podemos creer que lo sabemos todo ni que lo conocido hoy es la verdad completa. Nuestra inteligencia sólo es capaz de arañar la superficie de la verdad y el conocimiento. La fe, la confianza y la credulidad son ingredientes tan humanos como la inteligencia. Sí, Ariadna, los Reyes Magos existen tan ciertamente como el ensueño, la poesía, Toki y la Calabacita, que dan a la vida una mayor felicidad y belleza. ¿No crees que tu infancia sería más linda con Reyes Magos? ¿Te has puesto a pensar en lo triste que sería un mundo sin ilusiones? Solamente nos quedaría el placer sensorial. Se extinguirían la devoción, la generocidad, la fantasía y los sentimientos más lindos de nuestras vidas, las cosas que precisamente no pueden ser vistas ni percibidas por ningún sentido. Tanto tu vecina como la persona de mejor vista del mundo pudieran revisar todas las hendijitas en las noches en que los Reyes Magos traen regalos a los niños, para tratar de descubrirlos, pero aún si no los vieran, ello no probaría que no existen. Hay muchas cosas reales que ni los niños, ni los hombres pueden ver. Y no solamente ver, sino que nadie puede siquiera concebir toda la maravilla que hay escondida en el universo. Se puede abrir una muñeca para saber por qué llora. Pero infinidad de incógnitas en este mundo no pueden ser vistas, ni siquiera con ayuda de los potentes telescopios, microscopios y detectores, ni tampoco comprendidas por los hombres de mayor perspicacia. Sólo la fe y el amor nos permiten acercarnos a la belleza que esconden. ¿Que no son cosas reales? Sí, Ariadna, Precisamente las más reales y perdurables. ¿Que no existen los Reyes Magos? Gracias a Dios que sí. Ellos viven, Ariadna, y deben volver para hacer más feliz el corazón de los niños cubanos. Abuelo Kiko. |