septiembre-octubre. año I. No. 3. 1994 |
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EDITORIAL |
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NO A LA VIOLENCIA
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Los últimos acontecimientos que desde el pasado mes de Agosto han conmovido la vida de nuestras ciudades y puertos no pueden ser considerados como hechos aislados. Ellos son un signo que deberíamos interpretar. ¿ Qué significan para la vida de nuestro pueblo las manifestaciones de protesta masiva, la tolerancia de una emigración que además de permanente se permita irresponsable y desordenadamente sin medir sus proporciones? ¿ Qué significan las muertes del remolcador hundido y de los dos jóvenes policía y marinero- junto con heridos en las calles y desaparecidos en el mar? ¿ Qué significan las frases que invitan a aplastar al contrario y a ajustarle cuentas? ¿ Qué significado tiene que sean civiles según se anuncia y podemos ver- los que se enfrentan con los ciudadanos que gritan "libertad" y los otros ciudadanos que lanzan piedras a las vidrieras de tiendas y hoteles? ¿ Qué significa, en fin, llamar a las calles de nuestras ciudades campos de batalla y llamar al pueblo al combate y a la lucha? Antes de ahondar en estos significados aclaremos que desde 1868, un 20 de Octubre, muchos cubanos patriotas llamaban "al combate" a todos los que amaban la libertad, la justicia y la verdad. Pero eran nuestras luchas contra un poder colonial extranjero (España), que no estaba en la Península y nos amenazaba, sino que usurpaba el suelo y el alma de la nación sosteniendo la falsedad de que los insulares de aquí eran iguales o debían serlo los peninsulares de allá. Desde entonces las luchas contra todo tipo de intromisión, hegemonía o dependencia de una nación foránea han sido intento y frustración, realidad y sueño de los cubanos. Pero en estos tiempos parece que se trata de otro problema y de otros métodos para resolverlos hoy que, evidentemente, no son aquellos del 68. Lo que sucede hoy no es totalmente nuevo pero es sustancialmente distinto a lo que ha ocurrido antes en la historia de Cuba: la disyuntiva es o la nación y sus calles son de todos o sólo de algunos. Si este debate se llevara a nivel del diálogo y de proyectos viables no habría problemas. El asunto es que la respuesta a toda postura contraria va siendo cada vez más violenta desde todas partes. Consideramos que los acontecimientos de los últimos meses pudieran ser interpretados sólo como una indisciplina social o sólo como actos de violencia ¨en defensa propia¨ o incluso, como una muestra de la situación límite en que se encuentran los que deciden a manifestarse así. Lo que sí podemos percibir más claramente son dos aspectos de este complejo problema. Primero, una nueva etapa parece abrirse paso en medio de no siempre coherentes acontecimientos y no poco manipuladas noticias de todos lados. Segundo, la violencia quiere obtener carta de ciudadanía. Nuestra reflexión serena quisiera relacionar estos dos aspectos como causa y efecto, respectivamente, de una profunda crisis. En realidad, toda violencia verbal o física, personal o masiva, es sólo el efecto de una situación en que se quiebran las fronteras de la razón, el diálogo y las más elementales normas de convivencia. Por tanto, invitaríamos a nuestros lectores a no quedarse en el lamento estéril. La queja infecunda sólo sirve para agriar el corazón, entristecer el alma y paralizar la vida. La postración es la epidemia de la queja. Es necesario es más saludable- pasar de la queja al análisis sosegado y de éste a la actitud consecuente y a la acción cuerda y mesurada. Opinamos que toda violencia como señalara Pablo VI engendra violencia. Busquemos entonces cuáles son las causas y motivaciones profundas de estos actos de violencia y, todavía más a lo hondo, qué provoca esa actitud de violencia cotidiana que se manifiesta, sin mucho ruido ni noticias en cada casa y cada barrio de nuestro pueblo. Opinamos que cuando se violenta el pensamiento del otro, cuando se quiere diseñar desde fuera de sí mismo o desde fuera de su país- su propia vida, algo se revela; que cuando se violenta la libre expresión y se amordaza la conciencia, algo se revela; que cuando se violenta la propia voz y se exige repetir o imitar la única voz, o las voces con acentos foráneos, algo se revela dentro de nosotros; que cuando se violenta la mirada para que nada más vea lo bueno o nada más vea lo malo, algo se revela en nosotros, que cuando se limita el andar y el viajar, el manifestarse y el ¨caminar¨ por otros caminos, cerrando todas las salidas y comunicaciones con el otro y con el propio país, algo se revela en nosotros y puede impulsarnos falsamente a salir por otras vías. En fin, que cuando se bloquea al hombre es peor y más violento que cuando se bloquea a las naciones, que ya es bastante malo, y algo del interior de ese hombre se revelará contra ese bloqueo antropológico que impide que cada persona realice su proyecto personal, gestione su progreso y contribuya así al bien común de la sociedad que lo acepta como sujeto de su historia y no como dócil objeto de sus peripecias y acrobacias manipuladoras de su libertad. Una de las causas más profundas y últimas de toda violencia es la injusticia. La espiral de la violencia comienza en el mismo lugar donde se niega la posibilidad y la equidad en el acceso a los bienes, ya sean materiales o espirituales. Los signos y la dirección de las acciones violentas que vemos hoy marcan en primer término esos ¨lugares- símbolos¨ de la injusticia y la desigualdad. No importan las explicaciones y justificaciones, la injusticia, desgraciadamente, siempre engendra violencia. La otra causa es la falta de voluntad para el cambio, lo que llamamos comúnmente tozudez. Realmente las injusticias las hay dondequiera, lamentablemente, porque el hombre puro y la sociedad perfecta no existen en ningún lugar de este planeta. Por tanto, las injusticias son una causa de la violencia pero no la única. Todo depende de los niveles de injusticia y del aguante de los oprimidos por ella. Pero aún así, las mayores y menores injusticias pueden ser rectificadas, enmendadas... siempre y cuando haya voluntad de cambio. Toda voluntad de cambio siempre abre horizonte a la confianza y a la colaboración para suprimir las injusticias. Pero cuando los horizontes se cierran dentro de cada persona y para toda la nación, la violencia se convierte en el único recurso de la desesperación. Sería verdaderamente ingenuo condenar la violencia que siempre es condenable cuando existen otras vías de solución- y no ir al fondo de las causas que la provocan. Llegar a la raíz de la violencia es la única forma de cortarla de raíz. Si nos quedamos en las ramas, rebrotará. Si nos lamentamos del sabor amargo de sus frutos, no podemos endulzarlos cuando vuelva a parir la violencia. Si no alcanzamos a resolverla no digamos como la zorra de la fábula: "están verdes". Pero lo peor de todos es abonar con resentimientos y revanchas la tierra donde crece la violencia y cultivar con obstinación las injusticias que la provocan. La violencia siempre corre por un plano inclinado y como alud de piedras despeña en su camino, cada vez más violencia. Hablando de violencia y de piedras, recordamos a alguien que hace 2000años serenamente sentado, escribiendo con su dedo sobre la tierra, cortó la violencia disfrazada de justicia fariseica contra una mujer adúltera, contra una antisocial de su época: ¡el que esté libre de culpa que lance la primera piedra! Él fue directo al interior de cada hombre y le preguntó sobre su propia responsabilidad frente a aquella mujer desclasada. Y nadie tiró ninguna piedra. Eso quisiéramos para Cuba. No tanto hacer un juicio implacable a los que consideramos, desde cualquier punto de vista, culpables, ni responder en defensa de los débiles con más piedras. Se trata de detenerse serenamente frente al violento y al culpable y remover el interior de sus conciencias. Ese día se pararán las piedras. Mientras tanto, sigamos diciendo sin perder la calma y la voluntad de cambio: no a la violencia, no a la injusticia y a la obstinación que la provoca. No a la muerte que es su fruto más amargo. Sí a la vida y a la reconciliación entre los cubanos y para ello en lugar de convertir nuestros instrumentos de construir, en armas para defendernos o atacarnos, cumplamos la milenaria exhortación del alma civilizada de la humanidad que hoy adorna los jardines de la ONU, pero que no siempre se hace realidad en las naciones: " Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán en tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano... Si en tu casa no hay gente explotada, si apartas el gesto amenazante y las palabras perversas, Si das al hambriento lo que deseas para ti y sacias al hombre oprimido, brillará tu luz en las tinieblas y tu oscuridad tendrá la claridad del mediodía". (Isaías 58,7-10) Entonces "Convertirán sus espadas en arado Y sus lanzas en podaderas". (Isaías 2,4) Pinar del Río, 20 Agosto 1994. |