septiembre-octubre. año I. No. 3. 1994


PATRIMONIO

 

LA INDIA: UN TESTIMONIO

por Mariolys Reyes Ortega

 

El primer intento por la conservación de nuestro patrimonio edificado, data del 8 de febrero de 1902, cuando el Primer Teniente Alcalde, Sr. Juan María Cavada, siendo entonces Alcalde de la ciudad de Pinar del Río, El Licenciado Alfredo Porta y Rojas, presentó una moción para ser discutida en la sesión ordinaria del ayuntamiento Municipal, donde se hacía referencia al abandono que distinguió a los Ayuntamientos Municipales del siglo XIX, en los aspectos de conservar y proteger nuestra arquitectura.

"En sus construcciones reina una verdadera anarquía de órdenes arquitectónicos, dimensiones y materiales de construcción, sucediendo el hecho ostensiblemente anacrónico de edificios que apenas tienen un lustro de levantados, hayan sido construidos por los mismos planos que los que fueron erigidos por los primeros pobladores de esta ciudad, en la primitiva y remota época colonial..."

La ciudad se compara con "un pueblo que estuviese en cuclillas". Antecediendo a tal situación la siguiente causa:

"Nuestros edificios construidos sin sujeción a ningún orden arquitectónico definido (salvo honrosas excepciones) y en cuya raquítica construcción parece haber influido un exagerado espíritu de malentendida economía, más parecen construcciones hechas para llenar las necesidades del momento de una colonia errante, que mansiones edificadas con arreglo a las exigencias de la higiene y el ornato público..."

De aquí se derivaron varias regulaciones urbanísticas. Con este precedente queda constancia de la preocupación del pinareño de aquel entonces por salvar la identidad y valores que debían primar en dichas obras tangibles, que serían expresión de la forma de vida del hombre en una época determinada, reflejo de su cultura, costumbres, pensamientos, y demás facetas evolutivas portadoras de valores que propician el conocimiento y desarrollo espiritual del individuo, y conforman una trama convirtiéndose en: "Asentamientos humanos vivos, fuertemente condicionados por una estructura física proveniente del pasado, reconocibles como representativo de la evolución de un pueblo". (Coloquio sobre la preservación de los Centros Históricos frente al crecimiento de las ciudades contemporáneas, Quito, Ecuador, 1977).

¿Cómo dejarlas desaparecer, conscientes de lo que significa nuestro pequeño tesoro vernáculo?

Convencidos de ello es evidente sensibilizarnos participativamente, abrir nuestras mentes en un análisis profundo del caso, y buscar, no sólo con buenas intenciones, soluciones serias, tratando de rescatar y preservar para el bien de la humanidad nuestro contexto histórico, cuidando de no recaer en funcionalismos y artificios que den al traste con la autenticidad salvable.

Todos estamos comprometidos con el patrimonio cultural en mayor o menor escala. El empeño en el rescate de estos valores, requiere de recursos hoy limitados; pero aún así debemos contribuir en lo que de nosotros dependa, emprender nuevas gestiones y buscar salidas que nos permitan avanzar en este fin.

Es cierto que el pequeño legado que poseemos no son las Pirámides de Giseh, la Acrópolis de Atenas y ni siquiera La Habana Vieja; pero contamos con exponentes decorosos, y muy nuestro es sin dudas este pedacito de historia palpable que nos pusieron en las manos los pobladores de nuestro terruño desde hace más de un siglo atrás.

Si no protegemos celosamente lo heredado. ¿Qué dejaremos a las futuras generaciones?

Formando parte de este patromonio y uno de los más antiguos exponentes de la arquitectura decimonónica pinareña, tendiente a desaparecer por su elevado grado de deterioro, lo descubrimos durante el ir y venir por el centro lineal de la ciudad, la calle Martí o Real y Cánovas del Castillo desde 1800 y 1897, respectivamente, justo en su intecección con "Osmani Arenado", antiguo callejón del Rosario u "Ofelia Rodríguez" en la segunda década del siglo en curso".

Con la peculiaridad de ser una de las escasas edificaciones biplantas de cierta prestancia en su género, y reflejo del proceso de expansión de servicios característicos de aquella etapa, que aún conserva milagrosamente su expresión exterior, se yergue la casa-comercio "La India".

El inmueble supuestamente debe su nombre a una finca cercana así llamada. Fue construido a mediados del siglo XIX por el notario público D. Pablo García y de Abajo, cuando hacían irrupción en nuestra ciudad códigos de filiación neoclásica; lindaba con la calle Mayor, el Callejón del Rosario, la Casa del Dr. D. José María Llópiz y la calle las Yagrumas (hoy Antonio Rubio), que se denominó primeramente "El Dique".

Aparece inscrita por primera vez el 28 de febrero de 1875 a nombre de D. Raymundo Domínguez, quien la adquirió de su primer dueño. En 1880 éste vende al español D. Jaime Bassa Llovera, el que la da en arrendamiento en 1905 a un inquilino, José Rodríguez y Díaz, también español. Al fallecer su propietario en 1906 queda a sus legítimos herederos (8 hijos), los que en 1909 por acto de compra-venta la dan a un señor natural de Santander, España, D. José Sampeiro y Sánchez, quien la arrenda a las sociedades mercantiles "José Aspra y Compañía" (1916) y "Francisco Pereira y compañía" (1923), esta última por derecho le subarrenda al comerciante canario Sr. Domingo Zamora y Barrera.

En 1925 es propiedad de María Martínez Gandarillas, siendo vendida en 1950 a María Josefa del Jesús y Elvira Marianela Rabañal y Alea.

Durante su vida útil, la casa-servicio de gran prestigio comercial, se dedicó en la planta baja a la compraventa de víveres, ferretería y losas, importados de alta calidad, también fungió como almacén, mientras su planta superior se empleó como vivienda, casa de huéspedes y oficinas, solución funcional adoptada por las casas señoriales cubanas desde el siglo XVII. Al final de la edificación se ofrecía el servicio de panadería y dulcería, nombrada "Zamora" en la época republicana y muy popular entre los pinareños de entonces, comercio que subsistió hasta poco después de la intervención del inmueble en 1963 por la Administración Municipal Revolucionaria, utilizándose posteriormente como almacén para diferentes productos y readaptándose los locales del fondo a pequeñas viviendas. En la edificación funcionó además, en su planta alta el Comité Gestor del Partido Liberal, la Logia Masónica "Paz y Concordia", que cumple 103 años de fundada, y dió cita a organizaciones juveniles como los "Old Fellows".

A pesar de haber sufrido un proceso de estratificación histórica, arquitectónica y funcional, sumado al abandono, irrefrenable depredador con el tiempo, que han ido mutilando muchos de sus elementos, conserva aún parte de su sobria y elegante expresión dada por el sistema de elementos que aún subsisten. Su volumetría cerrada se abre al exterior hacia la calle Martí, a través del portal y la logia o galería superior, expresados en una sucesión de arcos de medio punto que descansan sobre columnas rectangulares y acentúan sus arranques con pinjantes semejando capiteles, esta vista frontal a diferencia del edificio se enriquece con un cornizamento, discretos trabajos de herrería, pilastras adosadas, carpintería de tableros moldurados a la española y para rematar un pretil de coronación con elementos ornamentales. La fachada que asimilaba el tráfico de la mercancía por dos grandes portones se distingue por la prolongación a la calle de cada habitación superior mediante balconcilos rítmicamente modulados (creación de artesanos y constructores criollos) que supuestamente apoyan sobre elementos de herrería y las pilastras adosadas, elemento que dá cierta unidad en el sistema.

En su interior apenas queda la primera crujía de viguetas de madera, estriadas, y bovedilla, estructura consolidada en 1907, y las huellas de algunas arcadas en sus paredes perimetrales.

La edificación fue reparada en 1919. Hace unos 9 años se tuvo el propósito de restaurarla con su función original, vinculándose en el entorno un bulevar por la calle Rosario. Hoy es sólo un "cascarón" de mampuesto y ladrillos en peligro de quebrarse a cada momento, descualificado su espacio interior por la ausencia casi total de sus elementos: escalera, entrepisos y cubierta de madera y tejas, abriga sólo un intento fallido de devolverle la vida alguna vez, quizás en 1989 cuando se le asignó el uso de tienda por departamentos; pero continúa presa de un proceso de alteración constante de su imagen, va muriendo poco a poco, corremos el riesgo de perder uno de los raros y escasos testigos biplanta de aquella centuria que ha llegado a nosotros.