septiembre-octubre.año3.No.15.1996


ECOLOGÍA

 

¿POR QUÉ SE SUICIDAN

LAS BALLENAS?

por Ernesto Ortiz Hernández.

 

¿QUIÉN?, ¿QUÉ?

El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra; y la tercera parte de los árboles se quemó, y se quemó toda hierba verde.

Apocalipsis 8:7.

 

Parece ser que el destino del hombre es su propia destrucción. Y, como la mayoría de los agonizantes, extiende alrededor de sí los brazos desesperados y arrastra consigo, a la muerte, lo que logra asir. Cuando se tiene casi la certeza de lo que sucederá, cuando es todo tan predecible que junto a los sucesos se presentan también los remedios para atajar la nefasta corriente o desviar su curso, e inexplicablemente continuamos de observadores pasivos o de conductores hacia el fin que debemos evitar, ¿hablaremos de un determinismo escrito, de una fuerza superior que nos impele al holocausto, o de no sacar de nuestro interior esa fuerza -superior aún- que nos hace responder por nuestro presente personal y genérico y por un futuro -que no está necesariamente más allá de nuestras vidas o de nuestros nietos?

El hombre está inmerso en vanidades ideológicas y tecnológicas, y no está quizás a tiempo de retornar del egoísmo, la rapacidad y la destrucción, a un sistema que lo sitúe en armonía y balance con su vida, con los demás y con Dios. Ha trasmutado los cuatro elementos que, en la filosofía del griego Empédocles, forman la base de todo lo existente: la tierra, degradada y erosionada; ha envenenado y agujereado el aire; las aguas, contaminadas química y biológicamente; ha jugado con el fuego...

 

La actividad humana irracional rompe el delicado equilibrio de feedbacks energéticos, procesos químicos y fenómenos físicos que crean las condiciones propicias a la vida. Son varios los Informes y libros que tratan sobre esto con números bien inquietantes, sobre los efectos, las causas, y las vías para una posible reversión -concretada en Proyectos específicos-; a este respecto permítasenos sugerir el estudio de las revistas y resúmenes del Instituto Worldwatch, por el enfoque globalizador y localizado de sus investigaciones, y del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), por sus intentos de aunar ideas y voluntades. Por eso este ensayo se aleja, en la medida de lo posible, de la recreación de tales datos, y trata aspectos poco señalados en el planteamiento del problema ecológico.

Desde las últimas décadas se efectúan Conferencias y Encuentros a nivel planetario donde, con más o menos conciencia de la crítica situación ambiental, se han firmado acuerdos y se ha sensibilizado a la opinión pública. Pero algunos gobiernos carecen aún de la voluntad política que priorize este objetivo, sobre todo porque los cambios fundamentales necesarios en el crecimiento económico, la tecnología, la conducta reproductiva, la solución de los conflictos regionales o de mayor escala, los sistemas físicos, etc., no pueden producirse sin las transformaciones correspondientes de índole social, económica y moral.

Por otra parte, el PNUMA reconoce que las iniciativas basadas en las comunidades tienen tasas más elevadas de resultados positivos y duraderos que los proyectos organizados, controlados y dirigidos por una autoridad central.

Estos hechos refuerzan la tesis de que el asunto ecológico debe partir, en su análisis, de una revisión antropológica, que las posibles soluciones en el ambiente no serán estables sin un cambio fundamental en las motivaciones y las conductas humanas. 

 

 

¿POR QUÉ MEDIOS?, ¿CÓMO?

Si hasta entonces no hemos logrado resultados positivos, el deterioro ambiental y la decadencia económica se retroalimentarán lo que nos hundirá en una situación de desmoronamiento social y trastorno político.

Nuestra visión, por lo tanto, se refiere al año 2030...

- (Un mundo sostenible). Worldwatch Institute-.

 

Combinar el compromiso propio con la experiencia y el caudal de las organizaciones que operan a nivel comunitario, y con el apoyo y la orientación técnica adecuados (de las agencias de NU, de los gobiernos nacionales o las ONG) es una manera apropiada de accionar. Pero hay aspectos que tienen una forma específica de manifestarse, según el tipo de gobierno o de cultura que rige un determinado país, y que afectan la estrategia a seguir en los proyectos para equilibrar el medio ambiente. Sobre todo porque las soluciones que parten de la base, de lo local, de lo comunitario, muchas veces se enfrentan con lo que se ha dado en llamar políticas nacionales e internacionales -de cuyo seguimiento se vislumbran los verdaderos intereses, motivaciones y compromisos en la firma de acuerdos ecológicos o en el financiamiento de proyectos.

De un lado: la política de los gobiernos, con su influencia -ya sea por convicción o por coerción sobre los actos y pensamientos de la mayoría de los ciudadanos; del otro lado: el camino escogido por el individuo o la comunidad. Las actuales estructuras estatales -insuficientes en más de un sentido- deben insertar en su marco la libertad de acción ecológica, en un reacomodo recíproco.

Una adecuada administración de los cuantiosos recursos físicos, biológicos, económicos y humanos, es imprescindible.

La Ecología es una ciencia joven, pero ya tiene sus mártires: suficientes ejemplos de choque con las estructuras del Poder -que, ya se sabe, generalmente enfrentan las estructuras de Vida-: indios contra conquistadores, gaucheros contra terratenientes, campesinos contra empresarios...

Un aspecto importante es la información. No sólo referido a la escasez de datos, contables o no, sobre la situación ecológica nacional o global, y sobre el resultado -a corto y largo plazo de la aplicación de investigaciones en ese sentido (lo que posibilitaría la adecuación de los proyectos), o sea: la información puramente científica; sino también la que permite un escrutinio jurídico y político, lo que condicionaría un marco legal-penal al proyecto y el apoyo de una opinión pública fuerte.

Ejemplifiquemos: en algunos países no existe un código penal que abarque las figuras delictivas contra el medio ambiente y legitime acciones ciudadanas contra estas. En otros, la legislación sobre «el derecho a saber» exige que las industrias den a conocer datos sobre las emanaciones tóxicas, etc., y ha probado ser una poderosa herramienta regulatoria que genera un comportamiento industrial más responsable. En los países «ex-» de Europa del Este, la represión política tuvo un costo ambiental elevadísimo: el planeamiento central, los altos subsidios gubernamentales y la falta de competitividad implicó que las industrias mantuvieran tecnologías atrasadas -fundamentalmente en el control de la polución- y no tuvieran incentivos para conservar la energía, el agua, o los materiales; además, la poca autonomía dada a los ciudadanos y la falta de información pública («justificada» ideológica o militarmente) resguardaba a los gobiernos del escrutinio mientras contaminaban a su gusto.

El problema de la propiedad es acuciante.

Los Hamlets modernos no torturan su espíritu con el to be or not to be, para ellos la disyuntiva parece ser más concreta: tener o no tener. Esta codicia y deseo de posesión alimentan el Ego de nuestra contemporaneidad. El signo de las modernas sociedades es una actitud interesada en las propiedades y en las ganancias, que necesariamente produce el deseo (y la necesidad) de Poder. Y de sentirse humilde -una Parte del gran Todo- pasa el hombre a su rol de conquistador, de pirata del entorno.

Hasta qué punto se incentive el consumo desmedido, hasta ese punto llegará el arco, la espada y el fuego devastadores de la Conquista.

El pecado de la acumulación, el no recoger conforme a lo que se ha de comer, a lo estrictamente necesario, nos mantiene aún en un mundo que -para una mayoritaria parte de sus habitantes parece vivir permanentemente en el séptimo día, donde se sale a recoger y no se halla nada.

 

La posibilidad de restituir y estabilizar la base de recursos biológicos depende -en gran medida de un modelo de propiedad de la tierra y una utilización mucho más equitativa que la actual. Hay varias propuestas al respecto coincidentes en que, para evitar el sobreuso de tierras y el trabajo en zonas que no deberían ser cultivadas -a lo cual están obligadas muchas familias en el Tercer Mundo-, es necesaria la posesión de lotes de tamaño suficiente para el mantenimiento de la familia sin abusar de la tierra, que se tenga acceso a los medios para usarla de manera productiva, y que el propietario tenga el derecho de transferirla a sus hijos.

Desgraciadamente, el parámetro «propiedad» ha sido el utilizado para definir y clasificar a nuestras sociedades. El valor extremo de «social» ha evitado la responsabilidad de usar bien la propiedad y cuidarla, el valor extremo de «privada» ha quitado este derecho a quienes la usan; y cuando tal estado de cosas se justifica o asocia a ldeologías-X o Políticas-Y o Comandos/del/Más/Fuerte, sabemos que el enorme e interdependiente ecosistema que es este mundo nuestro, está demasiado contaminado.

Tenemos también el asunto de las grandes propiedades comunes. No escapa a la observación que las porciones más enfermas del planeta son los océanos, la atmósfera y vastas tierras comunales: espacios compartidos por varias naciones o personas que cuentan con escasos incentivos para protegerlos o responsabilizarse con su cura. Hay también coincidencias urgentes en desarrollar leyes y reglamentos que ayuden a que los ciudadanos aspiren a convertirse en administradores de un recurso compartido y no en saqueadores de una frontera colectiva.

Otro aspecto interesante es el de la población. Las cifras demográficas muestran cada vez más el desequilibrio entre lo que la tierra puede producir -con su uso actual, y su cáncer- y la cantidad de personas que viven, o van a vivir, en ella: hombres, más hombres, hambre, más hambre... y más hombres encima de otros hombres, Babel biológica en que los de arriba respiran un aire un poco menos denso y contaminado que los compactados de abajo... hambre, espacio, aire, aire...

Aunque las divergencias en la solución de este desbalance provienen de un tipo de religión y cultura diversas, muchos investigadores proponen restricciones en la natalidad -inclusive como única opción para algunos países- y una adecuada educación en tal sentido. El resto ya se sabe: la insuficiencia de alimentos y los grandes conglomerados humanos no es, esencialmente, un problema de cantidad.

Los últimos -no concluyentes- aspectos a considerar en el trazado de una estrategia para la defensa ambiental están relacionados con las capacidades tecnológicas y las características geográficas de cada país: el transporte, los combustibles energéticos y la acumulación de desechos. La perspectiva generalizada a este respecto es un cambio en la actual mentalidad tecnológica y de confort: usar bicicletas u otro medio de locomoción menos contaminantes que los basados en combustibles fósiles, desarrollar energías renovables (solar, eólica, hídrica, geotérmica) atendiendo a las condiciones de cada región, desarrollar industrias dedicadas a la reducción y al reciclado de desperdicios, etc.

Por supuesto que estas consideraciones obligan a la reestructuración de los proyectos de desarrollo (educacional, agrícola, industrial...) de las naciones, y a asumir la reconstrucción ambiental quebrando límites burocráticos y en base tanto a reformas sociales y económicas como a tecnologías eficaces.

Fundamentalmente hay que educar (se) en el desacomodo de hábitos conducentes al abismo que -si abrimos un poco los ojos- espera adelante. Educar es como escoger la dirección en que se apunta una flecha, al tensar el arco; puede hacer que matemos al ave, puede que bajemos definitivamente- el arco.

 

 

 ¿DÓNDE?

Quien ha llegado ha ser capaz de identificarse con el universo entero, con el Único Brahma, evita cuidadosamente el deseo de alimentarse con manjares groseros ni tampoco se entrega a los afanes mercantiles.

Uttara Guita 3:12-

 

Con frecuencia, al tratar el término «ambiente», se considera solamente referido al medio físico, ignorándose la existencia e importancia fundamental en el asunto ecológico del medio emocional y mental, espiritual, que condiciona muchas de las respuestas del individuo o la sociedad al ambiente físico. Es todo un entramado de mutuas influencias, que van en una y otra dirección, pero si consideramos el gradiente de nuestras acciones, por dónde se propagan con mayor fuerza, creemos útil analizar el asunto en el siguiente sentido y en los siguientes «medios»: Yo, Persona, Familia, Comunidad, País, Planeta y Universo.

Todo individuo reconoce la existencia de un núcleo de su personalidad que, a pesar de las diversas circunstancias de la vida y los cambios en ideas y sentimientos, se mantiene invariable, puro; a «eso» lo hemos identificado con la íntima esencia de nuestro ser y, por tanto, lo denotamos con la primera persona: el «Yo».

Las antiguas escrituras sagradas de la India (fundamentalmente algunas Estancias del Bhagavad Gita) tratan el tema del Yo con profundidad insuperable, y de ellas se infiere que quien a sí mismo se conoce, quien es Uno con su Yo, estando en armonía con él, sabe que su Yo es el Yo de todos los seres, que es una emanación de la Divinidad y Uno con ella (Yoga en su acepción de «mística unión con Dios»). También se ha dicho que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gn. 1:26).

Quien no quiera seguir la senda de manifestar con plenitud su Yo, tendrá que ser sordo a la ALARMA interna: la conciencia (consciencia: conocimiento de uno mismo), también reconocida como «el ojo de Dios» de Caín o las «furias» griegas o «el apuntador» calderoniano o -menos agresivo- el saltarín ortóptero disneyano, que juzga nuestro funcionamiento y nos trata de reconciliar con nosotros mismos. La alarma suena «Soy lo que no soy», «Soy lo que no soy»... pues el hombre se aleja, de lo que verdaderamente Es, al «Soy lo que pienso» o «Soy lo que poseo» o «Soy lo que esperas o deseas de mí», que sustituyen la autonomía por la heteronomía cuando los pensamientos son inducidos, o cuando el consumismo et. al. establecen reglas de valoración personal según las propiedades o el poder, o cuando el marketing lo rige todo.

Y alejándose de todo es que el individuo llega a su núcleo, alejándose de lo que los demás reconocen o esperan de él, lejos de sus éxitos o sus fracasos, de su pasado y su futuro. Y acercándose a todo es que realiza su Yo, que lo dimana de sí, que es Uno con sus poderes. Regresemos al «Soy lo que Soy», que es también el «Soy el que Soy».

Y desde este peldaño primario interaccionamos, en nuestro devenir, con el resto de los ambientes que lo engloban.

Un accionar inarmónico con el Yo nos convierte en peleles en nuestra relación con los demás individuos; somos agresivos, intolerantes, manipulados o insensibilizados. El modo en que uno responde ante sí mismo, en que uno experimenta su mismidad, se proyecta hacia los otros.

Ser Persona es la forma más completa de ser con los demás. Una Persona es responsable ante sí misma y ante el resto; como tiene criterio propio respeta el ajeno, establece diálogos y no el tirano monólogo de quien usurpa o destruye. Por eso es producente un enfoque personalista al intentar mitigar el desastre ecológico.

La Persona -punto convergente de ambientes «internos» y «externos», continente que desborda el «ambiente» espiritual y contenido del ambiente «físico»- se reconoce individualidad y, a la par, diluida en el conjunto social, e intenta crecer en ambos sentidos. La Parte trata continuamente de sobrepasar al Todo-, y en esta dinámica si el «Todo» no se sitúa más allá, si se mantiene rígido, ocurren las revoluciones, las crisis sociales, las desilusiones, la caída de los ídolos.

El Hombre se sabe Persona potencial, y quiere un espacio para desarrollarse, para traspasar; pero es difícil arribar a la madurez individual en una sociedad que exacerbe las actitudes de con

sumo -sea de artículos, emociones o ideologías, donde la manipulación de códigos de todo género pretende la creación -ya casi «genética», dado el grado en que permea estructuras que modelan el crecimiento psicoemotivo del sujeto de un tipo diametralmente opuesto de ser, una especie de Frankestein moderno: el hombremasa.

La Persona se trasciende y se completa a sí misma en la alteridad: considerar al otro como a uno mismo; y esa primera trascendencia es imprescindible para la definitiva, hacia Dios, pues obliga a tratar con el lenguaje de la Creación, que es el Amor.

En dicho aspecto el cristianismo es ejemplar, con su concepto del prójimo, que se exalta a través de los Evangelios y se hace Ley con el segundo Mandamiento de Jesús, cuya influencia se propaga hasta culturas y religiones más actuales (como en el paroxismo de «ama a tu prójimo más que a ti mismo» de los bahá'ís). Pero la poética del prójimo es, sin dudas, superior en el cristianismo; y es, en esencia, humanista y personalista.

Un «ambiente» de cualidad mayor es el familiar, que tiene gran preponderancia en nuestros sentimientos de pertenencia. No por gusto el papel de la Familia en la sociedad ha sido tan señalado.

Pero la noción de Familia se reduce cada vez más; las costumbres que nucleaban y blasonaban a sus miembros se resquebrajan debido a la concreción de políticas que la minan o a situaciones económicas extremas o a divergencias ideológicas que generan todo tipo de separación, incomunicación o violencia. De la adecuada interacción de sus componentes, del refuerzo de sus vínculos y manifestaciones efectivas, de hasta dónde se interpenetren y se eduquen en la armonía de sí mismos y del conjunto, depende que un hogar sea más que la trivial suma de personas con nexos genéticos y legales, o menos que la simple acumulación de fieras.

Pertenecemos a un Hogar mayor; para llegar allí hay que hacer ecológicamente habitable el espacio entre las cuatro paredes de nuestro hogar pequeño.

Muchos ecólogos y sociólogos miran con añoranza (y cierta íntima nostalgia) las comunidades indígenas que aún sobreviven a la arremetida del mundo «civilizado». Comunidades que acompasan sus ritmos biológicos y de comportamiento a los ritmos de la Naturaleza, del Universo; y muestran lo errado de nuestros conceptos de desarrollo basados en una economía creciente y despiadada, y en una industrialización que tensiona el medio ambiente, que nos apartan de una vida sana y apacible, coronándonos de oro mientras seguimos en la vorágine de aclamaciones vanas, con nuestros pies de barro.

En la Comunidad aún las personas se conocen y reconocen, se respetan y solidarizan, y sus conductas y motivaciones no se ocultan, manipulan o tergiversan por intermediarios. Además de la melódica relación con el medio físico, es útil destacar también la forma en que se trata la propiedad, y cómo se escogen, juzga y supervisa a los líderes. La Comunidad tiene un proyecto de vida bien definido, que no destruye sino que cimenta el equilibrio entre sus miembros, y entre estos y el exterior, reforzando valores que están extinguiéndose en nuestras sociedades -aunque se revitalizan en su retórica demagógica.

Por suerte se ha ido rescatando, en los últimos tiempos, la visión de la Comunidad como ente con características propias, auto-regulado, más eficaz en tanto compensar diversidades, democratizar, y responder en el momento preciso y de la forma más adecuada; aunque demora aún la descentralización que le otorgue verdadera autonomía y evite, en las personas con cierta suspicacia o escepticismo, la sensación de que se está ante un conveniente discurso de moda.

Si el signo del Yo es el Ser, el de la Persona es la Libertad, el de la Familia es la Unidad, y el de la Comunidad es la Cultura, el distintivo de un País es la Política: guiar los factores distintos de la Nación, en equilibrio de sus fuerzas, a un fin superior y armónico. Y ya tocamos, aunque someramente, en qué medida las políticas nacionales e internacionales influyen en la salud del medio ambiente.

Cuando todos estos signos confluyan en el Camino, a nivel planetario, se cierra el ciclo para la Salvación, y podremos exclamar: "¡Arpa soy, salterio soy donde vibra el Universo: vengo del sol, y al sol voy: Soy el amor: Soy el verso!".

 

 

¿CUÁNDO?

Se ha dicho que el gran descubrimiento de la India es el descubrimiento de lo sagrado: la tierra es sagrada, el alimento, el agua, inclusive tomar un baño es sagrado, una construcción es sagrada...

Si queremos salvar la Vida en la Madre Tierra hay que retornar a ese convencimiento, a ese misticismo, a la comunión con lo existente. Y no es volver al panteísmo, que es un tipo de alienación, de proyectar nuestros poderes en lo otro, sino a la reverencia por la vida (el «Ahimsa» sánscrito) y a la veneración de esos poderes; y el Amor -el mayor de entre ellos- debe presidir nuestro trato con lo que nos rodea y acompaña.

La Ecología, como sistema de pensamiento y acción compartido por un grupo, nos ofrece un objeto de devoción: nuestra Casa (que esa es la raíz: el «Oikos» griego), y un marco de orientación: cómo hacerla habitable. Entonces, atendiendo a ciertas definiciones, la Ecología puede asumirse como una Religión que pretende unirnos, religarnos, al Todo; o mejor dicho: hacer evidente esta unión, porque «el hombre, aunque no lo sepa, unido está a su casa poco menos que el molusco a su concha. No se quiebra esta unión sin que algo muera en la casa, en el hombre... O en los dos.» (Dulce María Loynaz, Últimos días de una casa).

 

A José Raúl Fraguela.