septiembre-octubre.año3.No.15.1996


POESÍA

POESÍA FEMENINA EN EL EXILIO:
RITA GEADA, LAURA GARCÍA Y NEYDA FERRO

 

por Joaquín Badajoz

 

Del otro lado de las náuticas y tristes noventa millas, y en otras partes del mundo, cubanos como nosotros entregan cada día parte de su sensibilidad para mantener viva la llama de la cubanía y la hispanidad. Si injusto es el exilio, injusto es el destierro que por desconocimiento hacemos también nosotros, como figuras del retablo, de esas voces que cuecen el pan del espíritu y tensan las amarras con esta isla que les duele y reconforta. Aquí les entregamos tres voces, diferentes en calibre y asumo que en generaciones (influencias, etcétera).

Rita Geada es nuestra pena mayor. Nacida en Pinar del Río, pertenece a la generación de poetas cubanos del sesenta. En 1959 su primer libro Develado Silencio recibe merecidos elogios de la critica. Recién doctorada en Filosofía y Letras en la U.H. recibe una beca de la Unión Panamericana para realizar estudios de postgraduado en Buenos Aires (1960) desde donde se traslada a vivir a los E. Unidos, Ha sido catedrática de Lengua y Literatura Hispanoamericana en la Souther Connecticut State University de New Haven. Es colaboradora asidua de publicaciones literarias dentro y fuera de los EE.UU. y su obra poética ha estado incluida en numerosas antologías como la bilingüe Women Who Has Sprouted Wings (EE.UU.), y en cursos de literatura hispanoamericana impartidos en diferentes universidades de los E. Unidos como: «La Literatura Cubana» curso ofrecido en la University of Souther California, «The Woman's Poetry» del Russell Sage College de New York y «Women Poets of Spain and Latín America» del Briarcliff College. Ha publicado Develado Silencio (La Habana, 1959), Ao Romper Da Aurora (Lisboa, 1963), Cuando Cantan Las Pisadas (Buenos Aires, 1967), Mascarada (Premio Carabela de Oro. Barcelona, 1970), Vertizonte (Madrid-Miami, 1977), Esa Lluvia de Fuego que nos Quema (Editorial Playor. Madrid, 1988) y recientemente la plaquette Poemas de New England.

Rita, en su mayoría de edad poética, pertenece al grupo de escritores cubanos del exilio cuya formación intelectual concresionó y está de inicio estrechamente vinculada a las formas de escritura de la Cuba prerrevolucionaria; la lucha entre su identidad y la inminente inserción en un nuevo y complejo sistema intercultural, que a todas luces fue visto en primera instancia como espacio temporal e itinerante, por momentos la nostalgia y el apego a una forma de escritura tradicional (no se entienda conservadora) como valladar al desarraigo y continente de la transculturación hacen excluible a Rita Geada de esa nomenclatura de escritores Cubano-Americanos, por cuanto se mantiene fiel, dando continuidad, a los preceptos renovadores que trajo consigo la escritura de los 60's en Cuba y es a través de estos que proyecta su experiencia vivencial, las más de las veces como recurso referencial comparativo, donde los «otoños de Connecticut», «las primaveras de New England» no son simples otoños ni primaveras, tienen sus adjetivos que les cualifican, y son poesía por cuanto representan una realidad anímicamente diferente a las estaciones de la isla añorada. No es sin embargo su poesía simplemente nostalgia, esta es superada en el oficio de quien entrega sensibilidad mediante la hechura consciente del verso. Su poesía tiene altos como de mar al romperse contra los arrecifes: oficio y alma, aquellos que en la temprana fecha de 1959 harían exclamar a Dulce María Loynaz. «Es Usted una poetisa verdaderamente inspirada y auténtica», y esa temporalidad que le salva para nuestras letras como si cada texto hubiese sido escrito cada día, cada segundo, en los comederos de la insularidad, puede que siendo isla ella misma.

La segunda de ellas, Laura García, aparece con un texto cuyo lenguaje puede inscribirse dentro de alguna de las corrientes literarias que atraviesan transversalmente la poética joven cubana de los 90's. Una superación sin ruptura de lo que alguna vez se dio en llamar coloquialismo. Una escritura que no pretende escindirse del movimiento natural, ni ser diferente a partir del rechazo a la herencia poética sino recontextualizarla mediante la apropiación de lo que inevitablemente trasciende. Usando, que no rehusando, los recursos valederos que no fueron agotados en la anterior hechura. Es notable que en este tiempo se siente cómoda, fluye la poesía mesurada y natural que le permite construir las imágenes, abrirse al universo sustancial desde el verso libre, cuya única medida estará dictada por el ritornello, esa especie de cadencia que autentiza una facturación propia. Laura, desconocida, es una revelación, alguien a quien nos vamos acercando con la certeza de que está y estará ahí, tocada desde antes que nuestros ojos por esa divinidad del ars poética.

Neyda Ferro Valdés (Pinar del Río, 1950). Arquitecta de profesión, reside en Madrid, España, desde 1969. Se identifica con los elementos más tradicionales de la poesía femenina cubana. Hay en su poética esos desplantes, esa sensibilidad que emerge a tenor de la forma, que es creíble por su frescor, su autenticidad, donde son frecuentes las rupturas exclamativas para enfatizar y comunicar, en una especie de oralidad gráfica, los estados de apasionamiento de la mujer, su visión altamente sensible y particular del mundo, Desgarramiento existencial, apasionamiento y búsqueda, encuentro y apropiación han definido desde las Románticas una facturación del verso femenino, solo queda al final, para juzgar, lo verosímil, lo que confabula, más allá de la perfección en la construcción del verso, la sensibilidad como una saeta que te apresa y que pervive «como un eco de azules madrugadas».

 

RITA GEADA

 

La casa iluminada

A mi madre, a mi hermana, a René mi tío.

 

Todo vuelve al pasado

cuando la muerte aúlla

y el crepitar de los días

se deshace en cenizas.

Vuelven las mismas voces

vagando en la memoria

llenando en las estancias.

Y aquella casa

-viva para mí de nuevo-

de pronto se ilumina.

Casa clara de amor, de libros y de plantas.

Mi padre al escritorio leyendo o trabajando

o pasadas las diez con mi madre,

desde el portal llamándonos.

Y yo regreso a saltos de mis juegos

contando las estrellas por la acera

soñando más allá de los luceros.

Mientras en el portal ellos me esperan.

Y allá en la casa grande, la de al lado,

mi abuela -dulce panal donde abrevó mi infancia-

contándome historias de familia venida de muy lejos,

historias tan bellas y raras como leyendas.

Y recuerdo vagamente aquel daguerrotipo

donde estaba su abuelo junto a Schilier

en Austria o Alemania

con la romántica chaqueta roja del «Sturmer und Dranger».

Y en otro retrato

mi bisabuelo francés que en Nueva York fuera

orfebre de la iglesia «Sant Patrick»

ebanista de sus puertas.

Lo recuerdo en la pared con las cuencas (de sus ojos

hundidas

de tanto llorar al hijo que le fuera asesinado.

Todos regresan juntos a la memoria ahora,

todos portando lámparas, de lejos, del otro lado.

Y la casa, apagada, se hace toda de luces

(para mí de nuevo.

Una fiesta encendida en esta noche inmensa.

Y vuelvo al justo sitio de raíz y hierba buena

junto al naranjo de mi infancia

(y al columpio en que

soñaba.

Y regreso junto a días lluviosos y barquitos de

papel

navegando aquel patio vuelto luego arco-iris

en tardes bañadas en colores de trópico

ya sin este desgarro que me quema.

El tiempo se detiene.

El agua lo ha bañado.

Todo se enciende. Sí,

como era entonces.

La casa sobrevive iluminada. 

 

POEMA DE LA ESPERA

Te espero así, sin conocerte,

renovando mis sueños eternos

al borde de la tarde refrescada de arena.

Te aguardo, desde siempre.

Con la ilusión y la agonía inútil

de las largas esperas.

Tal vez nunca llegues o tal vez no existas,

mas si acaso nuestras vidas convergieren,

mi nombre será el buscado con ansias

en tus noches azules,

en tus noches aladas.

La mujer de tus sueños he de ser.

Y tendrás mi corazón de agua

para aliviar tus sienes,

mi corazón de pétalos

para anidar tus sueños,

mi corazón al rojo

rendido a tu llama.

Y tendrás más que eso:

Mi corazón de estreno.

Tú vendrás viajero en tu bogar nocturno,

de tantas horas desesperadamente iguales,

oteando un nombre para darle a tu ensueño.

Arribarás al mío para en ti mecerlo,

me ofrecerás tus ojos de luna y de estrellas.

Me ofrecerás sincero tu corazón vehemente.

Y vendrán las olas a dormir en la playa...

Y vendrá un silencio a acunar nuestro amor.

Y entre cantos marinos y veleros lejanos,

entre enyodados besos y murmullos de espuma,

se besarán dos mundos.

 

V

Es la isla

la isla a la deriva

sola y desamparada.

Su historia es ya su pasado.

Tanto heroísmo, tantas vidas

por labrar un destino invicto

¿Qué fundaron? Quemadas las raíces ¿de qué

valieron?

Es el ahogado, la ahogada en el océano.

La isla

navegando sola y desamparada

quien por todos sufre

por la que todos padecemos.

 

ALGUNA VEZ EN UN TIEMPO SIN CADENAS

Si todo esto

no fuera más que un mal sueño

una pesadilla y no estos clavos.

Pero he aquí que nos despertamos cada día

trabajamos religiosamente

soñamos y amamos hasta el delirio

y vuelve la noche de cada noche

(con sus sombras

y llega el día en que caemos

en ese sueño último del que jamás

(despertaremos

sin que la pesadilla haya terminado

sin que la sangre y el crimen

hayan dejado de enlutarnos

ni las lágrimas de madres, ni de hijos,

ni de enteras familias desgarradas,

sin que el Golfo haya dejado de hacer de

(ergástula

sin que la maldad, la indiferencia y la ignorancia

(cesen

ni cesen los cantos de loas al crimen

de todos los falsos predicadores de paz

que portan amuletos de religiones falsas

con antifaz de novedosas,

Y he aquí que sobrevivimos,

un año y otro año

en medio de tantas catástrofes

de tantas hogueras que alimentan la historia

de tantos funerales calcinados de trenos

pensando que tal vez

todo esto no sea más que una pesadilla

y que como Segismundo despertaremos

alguna vez en el tiempo sin cadenas.

 

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LAURA GARCÍA

 

ENCUENTRO

Para el poeta Nelson Simón, autor de la bella poesía: «El peso de la isla» publicada en le revista pinareña VITRAL.

Y ahora, que al final incómoda, acepto

que con un guión queda mi identidad

(en dos partida

siento mi condición de otro.

Como Simán de Cirene, cargo con una cruz

(que no es la mía

pero que al mía hacerse a mí me aplasta.

 

Miro a menudo, desde mi ventana,

buscando inútilmente las maravillas,

y el olor de los jazmines en la noche.

Cierro los ojos,

veo las palmas

con sus blancos troncos

erguidas, orgullosas,

enraizadas en sus verdes campos.

Me conformo con el triste espectáculo

de las marchitas mariposas de mi madre

luchando desesperadamente por sobrevivir,

desterradas.

Escucho las sirenas del mar,

del mar más azul del universo,

que me llaman con su canto,

el canto del romper las blancas olas,

las más blancas del universo.

¡Qué cera que acabará ensordeciendo

(mis oídos!

¡Qué fuertes mis ataduras!

¡Qué interminable mi viaje!

Es el mentiroso beso seductor del consumismo

el que me embelesa estúpidamente,

y al dejarme besar

soy

lo que más no quisiera:

un objeto más, en una larga

(lista de seducidos.

Busco palabras

sólo para descubrir que

(no expresan lo que quiero.

Mi nombre ya no es mi nombre.

Sólo allá,

donde es más azul el mar

y las olas son las más blancas,

encontrará significado mi voz,

en el ambiente de un pasado imborrable,

que se mantiene escrito

(en alguna parte,

y que se va olvidando

como un cuento de infancia.

Me aferro al derecho de emigrar

como me agarraría de un firme tronco

si arrastrada me viera

por las aguas de un río rápido.

Aplaudo a los que optan

por el sitio más querido

que también puede ser el más odiado.

Como sufrientes Cristos vivos

cargan con la Isla,

como con una pesada cruz,

siendo faros en la tiniebla,

poesía en el silencio,

mudos profetas sacramentados,

hombres verdaderamente nuevos,

redentores de la Patria.

Y sé que la vida no es un sueño

ni tampoco un sueño anestesiado.

Lucho por mantener mis ojos bien abiertos,

siempre críticos

para no acabar por el confort adormecida.

No pienso

que cualquier tiempo pasado fue mejor.

No deambulo en nostalgias estériles

para que el instante en que vivo

no me pase inadvertido.

A veces marcho

con el regulado paso marcial

que practiqué en mi infancia

y todavía llevo sobre mi hombro

el imaginario rifle

que aprendí a cargar

en la escuela de mi barrio.

 

De este tiempo sólo atesoro

la lección que en el campo

recibí trabajando

mano a mano

con el campesino.

Y en definitiva

soy peregrina,

marchando me encuentro

sobre el puente

que levantó tu poesía.

Quiero encontrarte, leerte y escucharte.

Quiero verte,

desde el sillón de mi portal,

pasear por las aceras llenas de vida,

perfumadas por el olor del galán de noche

y rodeado de jazmines.

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NEYDA FERRO

 

cansado está mí cuerpo...

Cansado está mi cuerpo

de soledades ocultas,

que me abren camino al andar

y después me lo reprochan.

... Si yo fuera un puñado de viento

para volar las ciudades;

para rozar en tu cuerpo.

En un rincón de luz ya no hay luz,

hay como un ruido celeste,

como un eco de azules madrugadas,

como un rayo de atardecer

en un rincón dormido a solas.

 

Me quedo...

Me quedo...

en el delirio del recuerdo

donde la rotación de la tierra me sitúe,

lejos de aquel mundo;

¡qué es mi mundo!

Tan distinto y especial

¡pero cerca!,

cerca de las hojas verdes y marchitas,

de las estrellas más abandonadas

...del camino.

 

montón de soledad...

Montón de soledad,

en muchas manos unidas.

Trémulo sollozar de una sonrisa.

Arde el viento en el viento,

arde la luz en el día,

y la espuma de una ola

que se rompió en la orilla.

Hay en las paredes sombras,

en el color del ladrillo,

noches sin estrellas

...y estrellas a la luz del día.