septiembre-octubre.año3.No.15.1996


RELIGIÓN

MARÍA DE NAZARET.

por P. Manuel H. de Céspedes García Menocal

Dentro de poco los católicos cubanos (y muchos otros cubanos no tan claramente identificados como católicos), celebraremos la fiesta de la Caridad del Cobre. Ella no es otra que la María de Nazaret del Evangelio, madre de Jesucristo, nuestro Salvador, esposa de José el carpintero. Madre de Dios y Madre de todos los hombres. Cuba tiene la dicha de conocer a la Madre de Dios con el título de Nuestra Señora de la Caridad desde el día en que su imagen fue encontrada flotando sobre el agua de la bahía de Nipe. Ella, efectivamente, es la Virgen del Amor, de ese amor que nos hace «poner al cielo proa» como dice el poema de Emilio Ballagas.

El Evangelio resalta la fe de María, una fe vivida con la sabiduría de los sencillos que reflexionan sobre los acontecimientos de la vida. «María, por su parte, observaba todos estos acontecimientos y los guardaba en su corazón» (Lc 2,19). Y precisamente los acontecimientos de la vida pusieron frecuentemente a prueba la fe de María. María, como todo judío piadoso, llamaba a Dios Todopoderoso, Altísimo, Santo. El ángel le había dicho que su hijo sería hijo de ese Dios para el que no hay nada imposible (cfr Lc 1,31-37).

¿Dónde está el hijo de Dios? ¿Es ese poco de carne palpitante que nace de su vientre en una situación de extrema pobreza (Lc 2,7) y María recoge en sus brazos y limpia, ayudada por José? ¿Es ese el camino para reinar: huir a Egipto porque «Herodes buscaba al niño para matarlo»? (Mt 2,13-15).

María tiene que alimentar al bebé Jesús que llora inconsolable; lo limpia porque si no hiede; lo arropa y estrecha fuerte en cálido abrazo porque hace frío. Y durante la mayor parte de su vida su hijo Jesús de Nazaret, bebé, niño, adolescente, joven, hombre maduro, no se distingue de los demás varones con los que convive ( Mc 6,1-3). ¿Dónde está el «Santo», el «Hijo de Dios» del que habló el ángel? Dios calla: «el silencio de Dios en la vida». Un día, Jesús, un muchacho de doce años, un menor de edad, en un viaje que hace con sus «padres» a Jerusalén, se queda intencionadamente, a ciencia y conciencia de lo que hacía, sin decirles ni avisarles que se iba a quedar. Lo encuentran después de tres días. Y a la pregunta que le hace su madre: «Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo», responde de un modo misterioso y hasta displicente, «malcriado» diríamos hoy: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo tenía que estar en la casa de mi Padre? Ellos no comprendieron lo que quería decir» (Lc 2,41-50). María no ve, no oye, no palpa, no comprende a Dios en su hijo Jesús: «María, la Madre, está en contacto con la verdad de su hijo únicamente en la fe y por la fe». Una fe, la de María de Nazaret, que crece en el creer cada día en medio de las pruebas y contrariedades, (Crece) obedeciendo a la vida y a Dios presente en ella aunque sea con una particular fatiga del corazón, unida a una especie de noche de fe1.

María acoge la palabra de Dios sobre su hijo. Pero ahora ese hijo agoniza en la cruz condenado como blasfemo por hacerse pasar como hijo de Dios bendito (Mc 14,61). Allí, al pie de la cruz, María esta unida a Jesús; por eso allí ella puede decir como Jesús y con Jesús: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34) y «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).

Este fue el camino de la fe de María. Por eso, y precisamente desde la cruz (que es también de ella) Jesús nos la dio como Madre: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27).

Todos somos hijos de María de Nazaret, Madre de Dios, que se fió de Dios más allá de la muerte. Los cubanos, que la invocamos tanto, ¿vivimos esa fe o las pruebas de la vida nos la han apagado? Si se nos ha apagado, ¿vivimos «proa al cielo»?

Pinar del Río, agosto de 1996.

1.- Félix Moracho, S.J.-. La Virgen María es María de Nazaret, Ed. S.A. Educación y Cultura Religiosa, Caracas, 1989, p. 16-17.