julio-agosto. año 3. No14. 1996


NUESTRA HISTORIA

CHIBÁS Y LA IGLESIA CATÓLICA

por  Manuel David Orrio.

 

En más de una ocasión se ha pretendido desvincular a la Iglesia Católica cubana del aún irrealizado proyecto social martiano de libertad en justicia, y se han lucido los manipuladores en artes ocultantes de verdad en documentos reflejada para contar de las relaciones entre esa iglesia y uno de los grandes de la Cuba de este siglo: Eduardo Chibás.

Seguir el hilo de esas relaciones es dar de manos a boca con la propia historia del Partido Ortodoxo y de uno de sus más capaces fundadores, hombre tan cercano a Chibás como para que este prometiera públicamente, caso de llegar a la primera magistratura de la nación, que el primer proyecto de ley qué haría discutir en el Congreso de la República sería uno debido a aquel, el Código Cubano de Reforma Agraria, golpe de muerte a la peste del latifundio en respeto al orden constitucional de 1940 e hijo predilecto de la obra legislativa de su autor, Manuel Dorta Duque.

En este breve espacio no es posible una adecuada reseña de este intento de solución de la candente cuestión agraria del país. Baste, por ahora, señalar que en sus más de cuatrocientos artículos se trató desde el problema de la presencia de capitales extranjeros en el agro, hasta de los trabajos para mejorar la vida cultural de los campesinos, pasando por un procedimiento para indemnizar las necesarias expropiaciones de tierras que, respetando el derecho de los propietarios, también protegiera la sanidad del tesoro nacional, ciertamente holgado por el segundo lustro de los 40.

El proyecto de Dorta Duque, presentado a la Cámara de Representantes el 15 de mayo de 1947, día que puede considerarse además el de la fundación del Partido Ortodoxo, recogió en audiencias públicas previas a su redacción las opiniones de prácticamente todos los que quisieron darlas, como demuestra la lista de personalidades e instituciones que ejercieron ese derecho ciudadano. Propuso como límite de extensión de las fincas un máximo de 1342 hectáreas, o sea, 100 caballerías dé tierra, lo que hubiera significado de inicio más de dos millones de hectáreas al servicio de la reforma agraria, sin necesidad de dislocar la estructura productiva, pues se partía más de poner en explotación las tierras ociosas, que alcanzaban el 46 % de las cultivables, según el censo de 1946, que de alterar la propiedad en un sentido, digamos, clasista. Es decir, iba más en la dirección de elevar a los pobres que de hacer descender a los ricos, y además, haciéndolo desde el lado de los pobres, al promover decididamente las cooperativas de campesinos, la banca agrícola en favor de estos, el seguro agrario con cargo a las producciones y procedimiento jurídico para rescatar las tierras robadas al Estado, con el 20 % de valor de las tierras denunciadas como recompensa, caso de probarse el origen espurio de la propiedad, lo cual habría provocado una verdadera cacería de geófagos, pero conforme a derecho. A mi juicio, su más importante virtud fue esa raigambre martiana presente en el deseo de proteger a los desposeídos de los desafueros de los propietarios, y a estos de los atentados demagógicos contra la propiedad, previendo que el precedente de las expropiaciones al opulento latifundista no sirviere el día de mañana para enajenar a cualquiera de sus propiedades, por tal o más cual oscuro interés.

 

 

Manuel Dorta Duque, el autor.

 

Nacido en 1896 en Pedro Betancourt, provincia de Matanzas, de clase media alta y abogado de brillante carrera, fue Dorta Duque profesor titular fundador de la cátedra de Derecho Agrario de la Universidad de La Habana y legislador fecundo y honesto. Ya en 1934, fue autor de la Ley de Corporación del Turismo, declarada en el Congreso Panamericano del giro, celebrado ese mismo año en Panamá, como modelo de legislación sobre la materia para el continente -quien lo diría, ¿verdad?-.

Pero, además, católico de tanta jerarquía como para ser Jefe Nacional de la Orden Caballeros de CoIón y recibir de manos de Su Santidad Pío XII la condecoración Pro Ecclesia et Pontífice. Según fuentes de la Iglesia, Dorta Duque fue un escuchado consultor político de la jerarquía católica de su tiempo. Y si un hombre así fue a la vez hasta buscado por Chibás para fundar el Partido Ortodoxo, y presentó en nombre de ese partido diecisiete proyectos de leyes entre 1948 y 1952, sobran las palabras.

Mas si como católico y militante del Partido Ortodoxo fue Dorta Duque un reformador social, no puede olvidarse que tuvo en sus empeños a un partner inseparable, el padre jesuita Manuel Foyaca, de quien se ha dicho que es imposible escribir la historia de la sociología cubana sin nombrarle, en especial por sus importantes investigaciones sobre la pobreza en Cuba, citadas por tantos, que a veces da la impresión de que fueron las única serias. Busque el lector un librillo formidable que se titula "Cuarenta casos de injusticia social", y lo comprobará.

Dime con quién andas y te diré quién eres, reza el refrán. La simple mención de estas relaciones entre el Adalid -como el pueblo llamó a Chibás- y estos hombres, arroja luz cegadora sobre el verdadero papel de la Iglesia Católica en la lucha por la reforma social de Cuba y desmiente a los fariseos de turno, Una cosa es que, haciendo historia, dicha Iglesia no se hubiera identificado en 1959 con un proyecto social comunista, como tampoco lo hace ahora, y otra que no estuviera en favor de esa reforma, como lo muestra este pedazo de la saga patria, que seguramente no se estudia en las escuelas, como tampoco que Eddy Chibás fue anticomunista profundo, asunto que me guardo para otro ejercicio.

Allá quién se case con la mentira. Como Chibás, la Iglesia Católica cubana sí estuvo, está y estará del lado de los pobres.