julio-agosto.año3.No14.1996


EDITORIAL

"CULTURA: ¿AJIACO O CALDOSA?

 

Don Fernando Ortiz, ese sabio y cubanísimo etnólogo, describió –como nadie- las raíces fundacionales y la esencia de nuestra cultura:

"Cuba es un ajiaco, ante todo, una cazuela abierta. Eso es Cuba, la isla, la olla puesta al fuego de los trópicos... cazuela singular la de nuestra tierra, que ha de ser de barro, muy abierta". ("Factores humanos de la cubanidad". Rev. Bimestre Cubano. Marzo-Abril de 1940, pág. 161-186).

Esto nos invita a reflexionar sobre el desarrollo actual de nuestra cultura. Entendiendo cultura como ese "modo de vivir un pueblo", como la forma en que se cultivan las personas y sus relaciones con los demás, con la naturaleza y con Dios. Cultura no es sólo la música, la literatura, las artes plásticas... Estas manifestaciones expresan –o deben expresar- esa forma peculiar de enfrentar la vida que tiene toda nación.

Pues bien, teniendo en cuenta la vida que vivimos en Cuba hoy, nos vienen a la mente varias preguntas: ¿Sigue siendo la cultura cubana un ajiaco o se ha convertido en una caldosa? ¿Cuál es la diferencia entre el criollísimo ajiaco y la masificada caldosa? ¿Cuba es hoy una cazuela de barro bien abierta a la luz polícroma del trópico o es una estandarizada olla de presión bien cerrada para que se ablanden y diluyan nuestras diferencias?

Cuba nunca ha sido una olla de presión herméticamente cerrada, pues cuando se ha intentado encerrar la creatividad y la iniciativa de nuestro pueblo ha ocurrido que la presión subió tanto que se llevó la tapa que la oprimía o, periódicamente, se han abierto válvulas de escape que precavidamente han aliviado la presión por la vía de la diversión o el exilio.

Ningún país puede cerrarse al mundo, ni aislarse de él para no contaminarse, ni cocinar a presión su conflictividad interna para diluir la diversidad irreductible de la pluralidad. Menos Cuba que, según el mismo Ortiz, en todo momento "ha tenido, como el ajiaco, elementos nuevos y crudos acabados de entrar en la cazuela para cocerse...".

Que nuestra cultura se mantenga abierta, no es sólo una riqueza para su desarrollo sino una condición para mantener nuestra identidad. La apertura a lo nuevo siempre implica un riesgo, pero la cerrazón implica la muerte de las culturas por asfixia o, por lo menos, su raquitismo por inanición. Si no, miremos a nuestro alrededor, nacen continuamente a la vida cultural de nuestro pueblo nuevos elementos, presentan sus creaciones poetas, narradores, trabajadores por cuenta propia, pintores, misionero, muralistas, vendedores...

Pero sucede que en lugar de ser nuestra cultura una "cazuela muy abierta puesta al fuego de los trópicos", se ve reducida por funcionarios, censores, y personas que "atienden" este sector, a un recipiente tan hermético que la mayoría de lo nuevo no logra entrar, es decir, desarrollarse, y lo poco que entra se muere de monotonía y de asfixia.

Hemos oído preguntarse más de una vez a personas de nuestro pueblo por qué hoy en Cuba, a pesar de la crisis que vivimos, surgen con una fuerza y diversidad inefables nuevos valores culturales, personas jóvenes y adultas de toda edad y condición social que crean, proponen, presentan sus obras en los más variados campos de la cultura comunitaria, no sólo en las bellas artes y en las letras sino en el campo de las ciencias, de la técnica, del comercio, de la artesanía, de la cultura culinaria, del mundo de los negocios..., por qué habiendo tanta creatividad e iniciativas en nuestro pueblo, hay tanta pobreza de obras que lleguen a término, hay tan poca obra que subsista, casi nada dura el tiempo necesario para que podamos recoger la cosecha.

En fin ¿por qué no se estabiliza, se consolida y crece francamente, abiertamente, en la pluralidad y en la identidad, nuestro movimiento cultural? ¿Por qué hay tanta suspicacia con el que crea y piensa? ¿Por qué se crean bandos y se fomentan capillismos provincianos y extemporáneos? ¿Por qué se utilizan figuras de renombre o responsabilidad para apuntalar lo que debe contar primero con la fuerza pujante e indetenible de lo propio, de lo de abajo, de lo verdadero y lo bello?

¿Por qué exigimos primero "medios" para crear una obra y no pensamos primero en que toda obra vive no por sus medios materiales sino por la luz, la libertad y el espacio abierto para crear sin miedos ni censuras, sin sectarismos ni suspicacias?

La diferencia entre ajiaco y caldosa es esencialmente que en el ajiaco cada elemento que lo integra conserva su identidad, su originalidad, su sabor...; en la caldosa todo es reducido a caldo, masa informe, pérdida de identidad propia para diluirse en un líquido de color único y sabor indescriptible: para algunos, bueno mientras está caliente y acabado de hacer; para otros, improbable por el sabor predominante; para muchos, dudoso, por no saber nunca de qué ingredientes está formado el "cocinado" y tener que "hacer fe" de lo que dicen que tiene. Estos son algunos de los inconvenientes de la impersonal y empobrecida caldosa... tan socorrida en tiempos de crisis porque se hace "con cualquier cosa", se disimula la pobreza de viandas, se toma algo caliente y se aprovechan los preparativos para compartir sanamente, eso sí.

Debemos dar las gracias a Don Fernando Ortiz, porque al no conocer aún la masificada caldosa pudo comparar genialmente nuestra cultura con el rico y criollísimo ajiaco. Cuba es un ajiaco..."mestizaje de cocinas, mestizaje de razas, mestizaje de culturas..., acaso se piense que la cubanía haya que buscarla en esa salsa de nueva y sintética suculencia formada por la fusión de los linajes humanos desleídos en Cuba; pero no, la cubanía no está solamente en el resultado sino también en el mismo proceso complejo de su formación, desintegrativo e integrativo, en los elementos sustanciales entrando en acción, en el ambiente en que se opera y en las vicisitudes de su transcurso." (Ortiz F. Op.cit).

Que conste, que no tenemos nada en contra de aquella iniciativa de Kike y Marina, con su caldosa... lo que no llegamos a comprender bien es ese proceso mediante el cual fue convertido aquel nuevo aporte culinario en "símbolo" y "recurso" nacional, oficial, presente en todas las fiestas por recomendación de la televisión y de un excelente actor convertido en maestro culinario de una caldosa vecinal cuya hechura es más dudosa y pobre que el mismo spot publicitario al que se sometió.

En nuestra opinión, aún el devenir cultural cubano no es, en esta etapa, un "proceso complejo" debido a que la complejidad es, a saber, abordar las situaciones y problemas, es cultivar al hombre, su entorno y sus relaciones, desde diferentes, simultáneos y a veces contradictorios puntos de vistas y caminos. Es tan simple el proceso que se aburre en la monotonía. Es tan simple porque la complejidad insoslayable de la vida cultural va subterránea. Es tan simple porque se trazan desde arriba los caminos del proceso y se devastan las vicisitudes del transcurso con definiciones más cercanas al dogma que a las proposiciones.

Los "elementos sustanciales" que logran "entrar en acción" son aquellos que logran acercarse a los límites permitidos. Un ejemplo triste de eso fue una intervención de un funcionario cultural que expresó sin ambages a un grupo de intelectuales: "ustedes saben bien hasta dónde se puede llegar", hasta dónde existe esa posibilidad de expresión y creación. Esos "límites" en el ámbito de la cultura hacen que el ajiaco se reduzca a una sopa con un solo ingrediente y muchas veces sin la "sal" que da sabor de vida.

El "ambiente" en que se desarrolla la creación cultural es otro de los elementos de la cubanía. De ese ambiente depende el desarrollo de "lo que se cultiva". Eso es cultura. La semilla de los valores que necesita un ambiente, un "habitat", donde crecer, desarrollarse y dar frutos. La "ecología" de la cultura es la libertad de creación, es la posibilidad real de participación sin sectarismos, es la tolerancia de la diversidad y el pluralismo de los ingredientes que deben conformar el ajiaco nacional.

Ese "ambiente" está empobrecido por falta de aire puro para respirar a pulmón lleno y cantar en alta voz lo que se susurra en los corrillos. Cultura provinciana de corrillos es pantano cenagozo, no clima sano de libre creación.

Ese ambiente está limitado por la participación "frenada" por los mecanismos, la burocracia, las "bolsas" de artistas, de empleos, de todo. Cultura de controles es desierto de opciones. Si no, ¿cómo entender que haya grupos reconocidos por su valor artístico que no puedan crecer bajo el peso de los controles y no puedan presentarse, aún sin interés material, en espacios que los solicitan por su calidad probada, gracias a los mecanismos diabólicos que le impiden respirar? ¿Es el público o el organismo quien escoge el ambiente y la vida cultural de nuestro pueblo?

Cuando, entre el pueblo que necesita la cultura para respirar y los organismos que le deben facilitar espacios, se interponen los mecanismos de control, el pueblo se asfixia de aburrimiento y los creadores, de frustración.

No se trata de creencias religiosas, ni de ideologías, ni de movimientos históricos como el anexionismo, ni de grupitos o capillas, ni de una revista u otra, ni de tal o cual persona que dirige o de las que critican su dirección; se trata de un ambiente abierto y sano para la cultura de la vida, para respirar en libertad de creación, para que se acaben los "guardianes" del espíritu, para que se apaguen definitivamente las hogueras culturales, los muros provincianos, los maestros inapelables y los "santos" de devoción de tertulias trasnochadas.

Lo que necesita nuestra cultura, especialmente en provincias, pero también en la muchas veces "provinciana" capital de la República subdesarrollada, lo que necesita el hombre cubano de hoy es ese "suplemento de alma", ese cultivar en campo abierto el espíritu, ese crear en ambientes sin sospechas ni reticencias, ese pensar sin el policía en la silla turca de nuestra autocensura, ese combatir el aburrimiento existencial a base de polémica real y constructiva y no de una polémica cocinada en olla de presión con un solo ingrediente a la candela.

Para hacer un ajiaco cultural se necesita la diversidad de viandas y sustancias, se necesita una cazuela abierta y de barro -como decía Don Fernando– y no la olla metálica de la presión que diluye la originalidad de los participantes, se necesita por último que aceptemos todos el derecho de todos a entrar en esta gran cazuela nacional y que nuestra cultura y cubanidad no se podrán fecundar y defender poniendo cada uno una cazuelita en su hornilla y halando las brazas para su sardina. En esa mezquindad de miras no se puede alzar la mirada plural al horizonte de la Patria una y diversa, ajiaco y vitral, pasos, cauce y logos de la pluralidad.

No se trata de meter todo en una cazuela desintegrando la identidad y aportes específicos. Se trata de crear un ambiente tan abierto y acogedor, un collage de diferentes siluetas, unas cambas que admitan diferentes tendencias y talleres, un fondo que soporte la diversidad, uniones que se enriquezcan con todas las partes, casas que tengan puertas y ventanas abiertas, centros que no quieran ser el centro sino que pongan al hombre y la cultura cubana, sin exclusiones, al centro de su mística y su espiritualidad.

Tenemos la confianza de que existen, en nuestra provincia y en nuestro País, esa riqueza inmarcesible de iniciativas, esa creación imparable de formas de vida y expresión, ese irrefrenable concierto de variadísimas voces y tonalidades que cultivan el oído humano, aquella sed insaciable del espíritu humano por todo lo bueno, lo verdadero y lo bello. Sólo es necesario que el espíritu se cierna sobre las aguas y que se haga realidad en nuestra tierra bendita aquel poema del Génesis, principio de toda creación, para que toda la obra de la cultura cubana pase de las aguas subterráneas a la libertad de la luz, a la luz del "fuego de los trópicos":

"Al principio Dios creó el cielo y la tierra

La tierra estaba desierta y sin nada,

y las tinieblas cubrían el abismo

mientras el Espíritu de Dios

se cernía sobre las aguas.

Y dijo Dios "haya luz"

y se hizo la luz.

Y vio Dios que la luz era buena..."

Pinar del Río, 8 de julio de 1996.