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julio-agosto.año3.No14.1996 |
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JUSTICIA Y PAZ |
SOCIEDAD CIVIL, REVOLUCIÓN Y SOCIALISMO por José Antonio Quintana de la Cruz. |
"El
Estado soy yo"
Luis XIV (y otros que sólo lo pensaron.)
"A las grandes masas les interesa, ante todo, el pan, el vestido, la medicina, la educación y la diversión. En realidad el postmodernismo, el fin de la historia, el debate verde y la polémica sobre la sociedad civil no les importa". Así me dijo, hace poco, un amigo que insistía en que no escribiera este artículo. "Además -agregaba-, es un tema delicado. Te puedes enredar en un problema". Es cierto que importa mucho al hombre la satisfacción de sus necesidades básicas -las que en la actualidad son algo más que alimentos, ropa y vivienda-, pero "no solo de pan vive el hombre". Hace un millón de años que la especie humana sobrevive. Hace miles de años que el virus de la inquietud intelectual pobló el espíritu humano y lo obligó a hacer todo "eso" que es a la vez orgullo y asombro de nosotros mismos; todo eso" que tiene entre sus fundamentos, reacciones y catalizadores diversos el sudor y la sangre, el trabajo y la guerra, la duda y la fe, el odio y el amor, sobre todo el amor. Hace mucho tiempo que el hombre no solo vive como un animal cualquiera, sino que vive pensando, trabajando y amando, que es lo que hizo humana su vida. Hace mucho tiempo que piensa en el misterio de sí mismo, en su solitaria y colectiva -solo no habría podido humanizarse- individualidad humana y en la forma de burlar la necesidad y extender los límites de su libertad. Hace mucho tiempo que, por consiguiente, se enreda en problemas. Muchos de los que han debatido el tema de la libertad individual han acusado al estado como un limitador de la misma, incluso como eliminador de ella. Sin embargo, el estado es una creación históricamente necesaria, un "algo" sin el cual la misma libertad individual se habría muchas veces perdido y siempre restringido a una parecida a la que disfrutan los animales: una libertad prisionera de las necesidades del habitat; de la presión de las cadenas de alimentación; de las inclemencias del tiempo; de la selección natural; de la transhumancia obligada y del aislamiento y la indefensión de las primeras ciudades. La formación del estado le aportó a la sociedad orden, paz, unidad, estabilidad y la posibilidad de enfrentar grandes empresas, retos y riesgos colectivos. El hombre de la horda, de la tribu o el de la comuna aislada, no necesitó del estado para vivir o sobrevivir pero, ¿era libre? Desde los tiempos de Grecia el estado ha sido objeto de especulación. El estado "platónico" lo absorbía y organizaba todo. Entre el individuo y el estado no había lugar para estructuras sociales mediadoras. Aristóteles, quien no concebía al individuo sin el estado, vio en la unión de las aldeas y en la formación por esta vía de ciudades, la creación de un tejido social beneficioso. Tal vez fue el primero en plantear la necesidad de una poderosa clase media como factor determinante del equilibrio social. Hobbes, que creyó al estado un monstruo creado por el hombre, una especie de Leviathan, sabía, sin embargo, que era un aparato coactivo necesario a la paz social. Locke también admitía la necesidad del estado, pero se cuidaba de aclarar que este no debía ahogar al individuo y que, por el contrario, debía ser guardián de las libertades individuales consensuadas en el contrato social. Los socialistas utópicos presentían que, si la sociedad no participaba en la administración de sus asuntos a través de una trama de asociaciones y organizaciones civiles, el estado acabaría por ahogar la libertad. El marxismo vio en el estado un instrumento de dominación de clase mediante el cual la dominante impone a las demás sus condiciones y credos. En consecuencia, el marxismo-leninismo concibió la utilización del estado bajo la forma de dictadura del proletariado para imponer las condiciones de esta clase al resto de la sociedad. La dictadura del proletariado debía ser un expediente transitorio que garantizara la derrota de la burguesía y diera paso al "reino de la libertad". El marxismo soñó con la desaparición paulatina del estado: en una sociedad sin clases, en un futuro imprevisible pero hacia el cual se avanzaría conscientemente por caminos revolucionarios, el estado no tendría razón de ser, se extinguiría. En el escenario futurológico marxista, la sociedad ¿se auto-administraría por medio de una eficaz urdimbre de organizaciones libérrimas y métodos democráticos? Para el marxismo los objetivos políticos estaban claros: tomar el poder, hacer la revolución, eliminar las clases enemigas y así influir en la extinción del estado. La meta social relativa al funcionamiento del "reino de la libertad" nunca quedó clara. Lenin explicaría después que Marx, al contrario de los utópicos, no se las daba de adivino social. Para los utópicos el aspecto social fue a la vez medio y fin: ellos contaban, con mayor o menor ingenuidad, con mayor o menor espíritu de justicia social, que al "reino de la libertad" se llegaría por la transformación más o menos pacífica de la sociedad, y que en esa transformación jugaría un papel importante y progresivo la autogestión social. El siglo XX, acaso escogido por la historia como laboratorio temporal para experimentar los proyectos y las ideas más audaces, polémicas y traumáticas de la modernidad, ha hecho la apología vivida del estado, y también su detracción real, ha conocido la degradación, la extinción a veces y el retoño real y el renuevo ideal de la sociedad civil. Y lo ha hecho y conocido, no sólo, pero sobre todo, mediante dos grandes baños de sangre: el proporcionado por el caudaloso río que de ésta desató Hitler, y por el menos caudaloso pero no menos cruel y turbulento desatado por Stalin. En ambos casos, ideologías y propósitos aparte, el estado lo absorbió todo, lo administró todo, y suprimió toda la libertad individual, y toda libertad. No fueron Hitler y Stalin los únicos organizadores del estado totalitario; hubo otros antes y después de ellos, pero es difícil discutirle al estado nazi y a la dictadura staliniana su carácter paradigmático, su extrema perfección en la inmiscución del estado en la economía, en la cultura, en la vida privada y en el espíritu de la gente. En ningún régimen anterior ni posterior -aunque otros han hecho lo posible por igualarlos- el ser humano se percibió tan pequeño y se "sintió" tan espiado, aún en sus íntimos pensamientos. Las fantasías de Da Vinci y de Verne adelantaron desarrollos científico-materiales que, al realizarse mucho tiempo después, confirmaron la pertinencia del optimismo, de la profecía feliz y de la utopía como rumbo y referencia hacia lo mejor. Pero a George Orwell no le ocurrió lo mismo. Su tenebrosa profecía -o utopía negra- 1984, genial predicción del desarrollo de acontecimientos políticos-sociales de la modernidad, al cumplirse con los excedentes y las imprevisiones con que la riqueza de la vida sorprende al más exacto vaticinio humano, maculó la historia, alimentó el pesimismo y puso en duda a la razón y a sus discursos sociales. Los estados totalitarios organizados por el big brother José y por el big brother Adolfo, superaron con creces la perfidia, el envilecimiento, la crueldad y la depredación social imaginadas por Orwell en 1984 y por Hobbes en Leviathan. Aquellas experiencias, en las cuales se destruyó la sociedad civil y se hizo del estado todo, produjeron un hombre que, a pesar del renacimiento alemán y del grandioso triunfo del pueblo soviético sobre el fascismo, no era, en suma, un pueblo, sino una masa... un ser humano preparado espiritualmente para la pasividad social; para ser interpretado, representado y guiado; un hombre acondicionado para la participación acrítica en grandes eventos colectivos y para la aceptación de derroteros incuestionables. Otros estados, de aparente bondad, han maniatado el desarrollo social humano. Es el caso del estado paternalista, el que decide qué es bueno y qué es malo para los ciudadanos, y toma, en nombre de sí mismo y sin consultar el parecer de los ciudadanos-súbditos, medidas para proporcionar el bien o impedir el mal, sin que nadie se lo haya pedido. 0 el otro caso del estado benefactor, prodigador de seguridades y beneficios sociales; compensador, por medio de la redistribución de la renta, de las insuficiencias que él mismo crea; estado estabulador, que ofrece más seguridades que oportunidades y genera más quietud mental y pasividad social que creatividad y participación; estado que reparte "peces", pero que no enseña a "pescar", ni deja "pescar". El estado le ha hecho mucho bien a la sociedad humana. Pienso que le ha hecho más bien que mal, sobre todo porque lo considero necesario en el sentido filosófico de este término. Presiento, como Marx y Engels, que se extinguirá. Me gustaría, como parece que le place a Milton Friedman, que fuera mínimo. Pero deploro, a diferencia de Carl Schmitt, el notable teórico nazi apologista del totalitarismo, que no haya distinción entre estado y sociedad; o que haya identidad entre el estado y el rey, como prefería Luis XIV ¿Qué es el estado? Un instrumento, una maquinaria de poder y coacción. En un tono más filosófico, Landauer lo definía como una relación coactiva entre los hombres; como una relación surgida cuando, allá, en las profundidades de la historia, grupos humanos asentados en determinados espacios perdieron la capacidad de vivir juntos una vida justa y pacífica de manera voluntaria; allí y entonces, comenzaron a convivir los hombres "estatalmente", y desde aquella época, el status coercitivo y legal sustituyó a la autoadministración social e impuso severos límites a la libertad humana. "Mientras haya estado, no habrá libertad; y cuando haya libertad no existirá el estado", sentenció Lenin. Esta, desde luego, es una conceptuosa y extrema sentencia filosófica; en realidad el estado suprime y otorga libertad; la limita en unos espacios y la garantiza en otros. El problema consiste en saber -y garantizar- cuál es el saldo neto de libertad que precisa la sociedad, dada la existencia del estado, para que el hombre sea un ciudadano digno, libre y consciente; y cómo se consigue esa libertad. Muchas personas ilustres -y no tan ilustres- piensan desde hace tiempo que el contrapeso "natural" o el factor limitador de la excesiva actividad estatal es la sociedad civil. Desde que comenzó el desbarajuste del socialismo europeo, la sociedad civil ha ocupado un espacio relevante en la prensa, en el discurso político y en la labor concientizadora anticomunista. Pareciera como si la sociedad civil fuera un antídoto contra el socialismo, y que en la medida que aquella se desarrolle y fortalezca éste se debilite y pueda, al fin, ser abatido. ¿Es así? ¿Qué es la sociedad civil? Se ha denominado así al conjunto de las estructuras sociales que no tienen que ver con el estado, con las instituciones y medios que tiene éste para cumplir sus cometidos y atribuciones. El término tiene siglos en uso; se puede encontrar en Rousseau o en Marx, en las encíclicas papales, abundantemente en el discurso anticomunista este-europeo, en Keane, en Adela Cortina, en la propaganda anticastrista, en el último informe del buró político del Partido Comunista de Cuba y en múltiples tertulias populares. El concepto no ha sido siempre el mismo para todos. Rousseau creyó ver nacer la sociedad civil del acto mediante el cual el primer hombre que cercó un pedazo de tierra se lo apropió. Marx incluía a las organizaciones económicas dentro de la sociedad civil. Hoy se tiende más a considerarla como el conjunto de asociaciones, sociedades, organizaciones y partidos políticos que conforman el tejido social. De acuerdo con todo lo anterior, conformarían la sociedad civil los diversos clubes deportivos, culturales y científicos, las logias, los sindicatos, las organizaciones religiosas, políticas, las cooperativas y un largo, etc., no difícil de imaginar. Gierke consideraba que hay sociedades de estructura pobre y de estructura rica. Una sociedad de estructura rica es aquella que se caracteriza por su inclinación a ampliar y extender la red de organizaciones y asociaciones autónomas, de modo que el tejido social no sólo crezca sino que se diversifique. Hay quienes consideran, como Buber, que la sociedad pre-moderna estaba fuertemente estructurada, enriquecida en términos de Gierke, y que el capitalismo en su desarrollo la desestructuró, la empobreció por la acción descentralizadora -totalizante- del estado moderno. De acuerdo con esto, a partir de la Revolución Francesa, la rica urdimbre social formada por gremios, uniones, asociaciones, federaciones y poder comunal que había tejido la historia, fue destruida por la acción absorbente y centralizadora del estado capitalista. A partir de ahí ya no se podría hablar de una sociedad fuertemente estructurada o de una sociedad civil rica, sino más bien de una sociedad atomizada, inerme en términos de instituciones de autodefensa frente al monstruo hobbeano. Según este punto de vista, la destrucción de la sociedad civil no es un pecado original del Comunismo, más bien sería un pecado compartido por todos los estados en los cuales la centralización excesiva y el ejercicio irrefrenado del poder ahoguen a la sociedad, sobre todo un pecado consustancial a los estados totalitarios, sean cuales fueren sus ideologías políticas. Muchas personas en Cuba consideran que la contradicción actual entre sociedad civil y estado es un problema privativo de la revolución y del socialismo. Por ello, antes de pasar a esa discusión específica, resulta oportuno recordar que la sociedad civil fue anulada o destruida por el comunismo staliniano, pero también por el fascismo capitalista hitleriano-musoliniano, así como por todos los totalitarismos o dictaduras de cualquier cuño o etiqueta ideológica que el lector pueda recordar. El enemigo irreconciliable de la sociedad civil no es el socialismo, ni el capitalismo, sino el excesivo y totalizador poder que el estado adquiere cuando la sociedad civil renuncia por fuerza, ignorancia, indiferencia o comodidad suicida, a sus prerrogativas. El estado destruye la sociedad civil o bien porque la desestructura, la empobrece, o la depreda; o porque la anula reduciéndola a adornos sociales figurativos. Por ello es tan alentador ver el desarrollo y la fuerza creciente que adquieren día a día las organizaciones no gubernamentales en el mundo, y apreciar su lucha pacifica y paciente por salvar el medio ambiente, consolidar la familia, ampliar y enriquecer la democracia y hacer del hombre masa un ciudadano consciente. Hay quienes consideran que la Revolución Cubana eliminó la sociedad civil, que destruyó ex-profeso la trama social tradicional por considerarla "tejido burgués". Hay quienes piensan que la sociedad civil es incompatible con la dictadura del proletariado y hay quienes afirman todo lo contrario. Son opiniones, interpretaciones que reflejan los credos, intereses y aspiraciones de los que las sustentan. Así es el mundo. Lo que se produjo el primero de enero de 1959 en Cuba no fue el triunfo de una revolución popular iniciada, prácticamente, el 10 de marzo de 1952. Lo que ocurrió aquel día fue un alumbramiento histórico, la culminación de una gestación casi de la misma edad de la república. Pensar o decir otra cosa puede resultar más cómodo o conveniente, pero podría implicar superficialidad e irresponsabilidad ante los hechos. La historia puede ser diversamente interpretada, pero los hechos, lo ocurrido para siempre, se insinúa tozudamente en todas las lecturas, aún en aquellas que pretenden negarlos; la historia, interesadas lecturas aparte, impone, al final, sus fuertes, pesados e irresistibles argumentos En la alborada revolucionaria, las organizaciones combatientes -26 de Julio, Directorio Revolucionario, Partido Socialista Popular, Organización Auténtica y otras- en que se había aglutinado una gran parte del pueblo para la lucha contra la dictadura, se transmutaron, por fuerza de los acontecimientos históricos, en irresistible fuerza de aglutinación social. Pero la revolución era "algo" más grande que sus organizaciones, y su contenido -el pueblo desatado-, rebasó la forma original -las organizaciones revolucionarias-. La sociedad civil era una masa revolucionaria que no cabía en los angostos marcos en los que tradicionalmente se había estructurado -logias, clubes, colegios, sindicatos, etc.-; ni en los más amplios de las nuevas estructuras de lucha. El sentimiento congregante mayor no era el que se tenía por esta o aquella logia, por este u otro sindicato por unas u otras organizaciones, sino por la revolución. El sentimiento de pertenencia a la revolución sacó de los tradicionales compartimientos sociales a jóvenes y viejos, a obreros, campesinos y artistas, a masones, religiosos e incrédulos, y los hizo militar en las filas de una causa superior; de un acontecimiento que todavía emergía de su fase de rebelión, de revuelta victoriosa, de guerra civil, pero que transmitía, por los inefables canales de información de que se vale la historia, un mensaje codificado de esperanza, de ruptura y de comienzo; una sed de futuridad, de pan compartido y de libertad conquistada. La sociedad civil era, con excepción de los batistianos en estampida y algunos muy perspicaces ricos, todo el pueblo, o para no caer en la tentación, casi todo. La Revolución de Enero, sin proponérselo conscientemente, siguiendo el espontáneo curso que siguieron las aguas de la historia luego de la violenta ruptura de los diques contenedores, acabó con muchas de las áreas autónomas en que los individuos tenían, como móviles de sus acciones, fines supremos particulares. Los ciudadanos de edades diversas y credos y afiliaciones distintas, entendieron que había un fin común supremo: la revolución ¿Por qué? Porque ese aparente concepto abstracto, otrora ideal irrealizado o inalcanzable -la del 30 "se fue a bolina"-, era una realidad que interpretaba y galvanizaba intereses y viejos anhelos de justicia de la mayoría. Esto no lo previó el ilustre y muy lógico profesor Hayek; es decir, no previó que el individualismo se pudiera convertir en colectivismo sin que nadie lo planificara; que las voluntades individuales se pudieran concertar espontáneamente y poner en el primer lugar de sus escalas de valores y a la cabeza de sus prelaciones de necesidades, a la justicia social. En los primeros años revolucionarios la alegría redentora de la revolución no dejó lugar, en la conciencia popular, para la poética evocación del individualismo liberal. Las masas, antes de filosofar debían, entre otras cosas, alfabetizarse..., y así fue. Pero el entusiasmo popular revolucionario no es infinito, al menos no puede perdurar con la intensidad de los inicios y aunque fluye y refluye y en ocasiones retorna las cotas iniciales, la tendencia real comprobada es al descenso. Tampoco el entusiasmo informe puede hacer obra concreta perdurable. Por ello, pienso que la dirección revolucionaria creó estructuras canalizadoras del entusiasmo, las que pudieran servir para revitalizarlo, si llegara la ocasión. Surgieron los Comités de Defensa de la Revolución, la Asociación de Jóvenes Rebeldes, la Federación de Mujeres Cubanas, la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños y otras. ¿Por quién fueron creadas estas estructuras, por la dirección de la revolución o por el estado revolucionario? ¿Son estas estructuras parte de la sociedad civil? La sociedad civil revolucionaria creó el estado revolucionario y formó el gobierno revolucionario. El estado y el gobierno revolucionarios fueron obra de las organizaciones populares armadas que derrocaron a la dictadura. Como se sabe, aquellas estructuras combativas eran destacamentos armados del pueblo en lucha; eran estructuras de combate de la sociedad civil rebelada contra el status quo ¿O no eran el 26 de Julio, el Directorio Revolucionario, el PSP y la O.A. células de la sociedad civil?. Eran ciertamente células congregantes y aglutinantes de la voluntad de rebelión de una sociedad civil oprimida, maniatada, frustrada en sus designios pacíficos por el poder estatal de la dictadura. Cuando la sociedad civil, a través de sus instrumentos de rebelión, logró deponer al tirano, creó un gobierno y modificó el estado, y creó, dentro de ella misma, formas y estructuras para apoyar y defender la obra que nacía de sus manos: la revolución. Por ello no puede divorciarse el estado revolucionario de la sociedad civil revolucionaria en los inicios de la revolución. La sociedad civil, que era mayoritariamente revolucionaria, creó el estado revolucionario para defender sus intereses revolucionarios. Hay quienes prefieren creer -aunque es difícil creer que lo crean- que todo ha sido obra de la voluntad y los designios de Fidel Castro ¡Qué manera de subestimar al pueblo de Cuba! Y de subestimarse ellos mismos, pues, muchos, aunque se arrepientan, fueron en su momento parte activa de aquella sociedad civil revolucionaria. Sin embargo, muchas cosas cambian en 36 años. La dulce, coherente y no contradictoria luna de miel entre el estado revolucionario y la sociedad civil que lo engendró, dejó paso a las contradicciones del maridaje prolongado. Ni todo ahora es como el primer día, ni las interpretaciones, razones y argumentos pueden ser los del inicio. No obstante, como en todo asunto humano, hay quienes creen en lo contrario: creen que la mayoría del pueblo, en las cuestiones medulares, piensa y siente igual que el primer día, incluso afirman que piensa mejor acerca de los temas capitales del consenso social y que los siente más intensamente. Mi punto de vista es ligeramente diferente. Pienso que la experiencia histórica por la que ha atravesado el pueblo de Cuba y la cultura política (y general) que ha adquirido, lo han madurado; y , en consecuencia, sus percepciones sobre muchos asuntos han variado. Es un pueblo con criterios propios aunque a veces no lo parezca y aunque algunos lo ignoren y otros prefieran ignorarlo. El consenso social ha menguado y la íntima coherencia entre el estado y la sociedad civil revolucionaria se ha debilitado. Intereses que la ingenuidad prefirió creer desaparecidos pero que solo estaban encapsulados o diferidos, han vuelto a poblar el espectro de las aspiraciones sociales; la monotonía, considerada invención liberal, burguesa, ha comenzado a cansar; el hastío de lo mismo y la reiteración de los que fueron novedosos estereotipos, no son fantasías producidas por un amaneramiento pequeño-burgués, están ahí, aquí, allí... espesan el ambiente. El estado revolucionario comenzó un día a estatalizar y a normar a la sociedad civil que lo engendró.. la dictadura del proletariado, como reconoció el Ché Guevara en "El Socialismo y el Hombre en Cuba", comenzó a aplicarse contra el proletariado mismo, y el hombre como individuo y sus estructuras civiles espontáneas comenzaron a perder espacio social. Desde ese momento-¿Cuándo comenzó "eso"?- la sociedad soñada por el comandante Guevara como "suma de individualidades" se hizo más lejana. La dictadura del proletariado, de la que ningún marxista verdadero se avergüenza, se ocupó de crear condiciones para garantizar -y garantizó- un mínimo digno de los llamados derechos humanos de "segunda generación"; es decir, trabajo, educación, salud, etc. Pero no puso el mismo empeño en garantizar los derechos humanos de la "primera generación", vale decir, el derecho a opinar y asociarse libremente, entre otros derechos civiles y políticos. Paradójicamente, la limitación de esos derechos, entendida y ejercida como un medio o acto de defensa de la revolución por imperativos de la lucha de clases, es un ataque simultáneo a la esencia del Socialismo. Es esta una antigua y hasta ahora insoluble contradicción. Leonid Brézhniev, el inmóvil líder del denominado período inmovilista soviético, dijo un día: "Antes sabíamos, por teoría, que no puede haber democracia sin socialismo; hoy conocemos por la práctica que no puede existir el socialismo sin la democracia". Lo sabía, pero ya era tarde. Al principio no fueron los ritos, las normas, las reglas y las metas. Eso vino después. Al principio no había estructuras burocráticas de mando en las organizaciones revolucionarias. Al principio, la frescura, la flexibilidad, la espontaneidad y la intimidad, junto a los valores comparados, eran las características de las células de la sociedad civil de la revolución. Después, con la gestión de las mismas como unidades presupuestadas del estado, con la burocratización y el esclerosamiento consecuentes, devinieron una especie de ministerio de movilización social. En varias ocasiones la dirección de la revolución -así, por lo menos, lo percibo- ha comprendido que algo de esto sucedía en las organizaciones obreras y de masas y ha tratado de devolverles el dinamismo y el "espíritu social" perdido. El máximo esfuerzo en esa dirección parece hacerse dentro del denominado período especial, aunque los resultados son discretos. Se confirma la trascendencia del problema en la menguada asistencia del pueblo a las asambleas de rendición de cuenta en las circunscripciones del Poder Popular, a las guardias nocturnas de los C.D.R. y a los "días de la defensa". Son hechos. Hechos que, a su vez, son consecuencia del desgaste de la lozanía y del entusiasmo en las instituciones; de la sustitución del estilo íntimo y humano y de la creatividad popular por fríos métodos impersonales; por una especie de cartesianismo en la conducción de los hombres y sus organizaciones; por el "arte" y la "ciencia" de la movilización de masas; por el empleo de resortes de revitalización del entusiasmo popular que devinieron clisés; por rutinas, en fin, que condujeron al automatismo y al robotismo en la conducción social, no pocas veces. La crítica siempre crea animadversión; hiere. Pero la herida que produce perfecciona, no mata. Una revolución que ahoga o limita la crítica retrasa su desarrollo. Lo que mata a las revoluciones, en su esencia, no en su forma, en su contenido y su proyecto redentor y desalienante, es su acontecer autocomplaciente y autocomplacido; su devenir acrítico; el alejamiento de la duda marxista; la fanática e intolerante fe en las bondades eternas de "la causa" y en el ideal emancipador del "proceso" que se conserva puro gracias a sus "anticuerpos naturales" y a la autocrítica oficial, oficiosa o aceptada o permitida. Las revoluciones pueden morir violentamente como la chilena o aletargarse a largo plazo como la francesa o la mejicana. Pero también pueden dejar de ser por una lenta e inadvertida dilución de sus contenidos prístinos en las aguas de su propio conservadurismo, aunque aparezcan aquellos concentrados en el discurso revolucionario. Es el destino de las revoluciones que, como la soviética, no hacen su crítica total ni crean espacios de libertad para que la hagan otros. Es así que mueren en vida ciertas revoluciones. La sociedad civil, contrariamente a lo que piensan muchos, tiene bastante que ver con el destino positivo de las revoluciones. Un criterio en boga es que puede ser el vehículo de una contrarrevolución pacífica; el instrumento mediante el cual se siembre, en el indiferenciado y endurecido tejido social que ha permitido el totalitarismo, células frescas, diversas, diferenciadas y dinámicas, capaces de renovar el tejido total en favor de la democracia liberal -o neoliberal, según otros-. Otro criterio es que el estado socialista necesita de la sociedad civil como contrapeso y valladar contra posibles excesos y como estímulo crítico. Pero la sociedad civil en la revolución no es sólo, o no debe ser sólo, límite activo de la acción estatal totalizante, guardián de la democracia y espacio de vida social en el estrecho sentido de este concepto. La sociedad civil dinámica y autónoma, diversa y amplia, es, en la revolución, ante todo, espacio de Socialismo. El Socialismo no es la férrea y autoritaria dictadura del proletariado, es decir, no debe ni puede terminar en ella. Es bastante más, así lo creo, que la reestructuración de las relaciones de propiedad o que una relativamente justa distribución de la riqueza. El Socialismo es una profunda, dinámica y persistente reestructuración social que debe conducir a la toma de las riendas de los asuntos sociales por parte de la sociedad; es, o debe ser, o por el contrario no será Socialismo, una sociedad eminentemente participativa, con un creciente ejercicio de autogestión social y descentralización. Ese es el camino hacia la mayor libertad y la menor enajenación posibles. Pero para que la sociedad participe del gobierno de sí misma y avance hacia la autogestión de sus asuntos, precisa de una estructura rica, de un tejido vivo y diverso, de células activas y asociadas y del entrenamiento continuado y responsable de ese entramado en acciones civiles; necesita, en fin, de la sociedad civil viva. Es cierto que el tema de la sociedad civil lo ha puesto de moda el derrumbe del Socialismo en el Este de Europa, y que los que lo han traído a colación no lo han hecho para fortalecer aquel sistema, sino por lo contrario. Los gobiernos comunistas no se han interesado por este asunto, o no se habían interesado hasta que se utilizó en su contra. A los gobiernos socialistas -marxistas leninistas- la lucha de clases, la dictadura del proletariado y el enfrentamiento al enemigo externo, les ha impedido reconocer la importancia y la urgencia de una sociedad civil desarrollada y dinámica, diversa y autónoma, en la construcción del socialismo. Más bien han visto la sociedad civil espontánea como la evolución de un cuerpo extraño, como un antígeno social contra el cual se elaboraran adecuados y oportunos anticuerpos... cautelares, frutos de la cautela con que los gobiernos socialistas tratan de impedir que la sociedad civil debilite el estado de la dictadura del proletariado. No hay razón teórica para que un gobierno socialista no confíe en el desarrollo de la sociedad civil como medio de construcción del socialismo. Tampoco hay razones prácticas. Específicamente, en Cuba, se afirma oficialmente que más del 90 % de los electores vota por la revolución. Se constató, asimismo que el 98 % de la población capacitada para ello, votó positivamente la Constitución socialista de 1 976. Por otra parte, las estadísticas muestran que el 85 % de la población forma parte de los C.D.R. Si estos datos reflejan fielmente la realidad, la probabilidad de que en cualquier asociación que surja dominen los revolucionarios es alta, como alta es también la de que la iniciativa de crear células de la sociedad civil correspondan a grupos o sectores revolucionarios. ¿Qué peligro representaría para el poderoso estado socialista una parte minoritaria de la sociedad civil en su contra" ¿Qué importante labor de zapa o diversionismo ideológico pudiera ejercer? ¿Tendría influencia y capacidad aglutinante para hacer numerosos prosélitos y derrotar al Socialismo? Si la minoría tiene o puede tener esa fuerza es que tiene la razón. Solo la razón, a la larga, subvierte el orden social, primero en las cabezas, después en los hechos. ¿Tiene razón la minoría? Si no la tiene , no hay, por lo tanto, nada a qué temer. La sociedad civil desplegada es la única forma de evitar en el Socialismo que la dirección se convierta en dominación eterna y de hacer que el Estado ceda, poco a poco, funciones y atribuciones a la sociedad. En los denominados Consejos Populares, parece haber un germen importante de socialización de la administración y las decisiones sociales, pueden ser o convertirse en células locales portadoras de poder descentralizado, de funciones delegadas y de libertad compartida y democracia autogenerada y autovigilada. Son un germen: es una opinión. La sociedad civil, desplegada y rica, ha aparecido o se ha percibido en el socialismo corporeizado hasta el presente, como un contrario de la dictadura del proletariado, como un factor de debilitamiento de la misma, y como ésta -la dictadura- solo puede ceder sus prerrogativas dictatoriales en la medida en que los enemigos del sistema dejen de ser realmente tales, es decir, en la medida en que no sean peligrosos por su vitalidad, su fuerza histórica y su agresividad manifiesta, pues, por ello mismo, la sociedad civil no encuentra el espacio que le corresponde en el proceso de las profundas transformaciones sociales que tiene lugar en el tránsito hacia el Socialismo. Según las previsiones manifiestas de Nikita Jrushov, el capitalismo -imperialismo incluido- habría sido derrotado en los albores del segundo milenio. La crisis general del capitalismo -se decía-, la cual arreciaba, conduciría a este sistema a su última bancarrota. Los manuales y los discursos lo daban como un hecho. Pero la historia -iah, la historia!-, aunque es estimable en trazos gruesos, no es predecible; no lo es por los métodos científicos de la razón, mucho menos puede serlo por los recursos de la pasión profético o de la profecía ideológica. Y resultó que el añejo capitalismo, flexible, adaptable, tremendamente combativo y creativo, llegaría al empalme de los milenios con una vitalidad y una pujanza históricas, con un ansia de hegemonía y una convicción de poder definitivo, que, entre otros efectos ha ocasionado que en algunos de los pocos países socialistas existentes, la dictadura del proletariado haya cobrado renovados bríos, aunque a veces bajo novedosas apariencias.
Donde esto sucede, es decir, allí donde por imperativos de la replanteada lucha de clases y del fortalecimiento consecuente de la dictadura del proletariado, se restringe la sociedad civil a la mínima posible, la construcción del socialismo se estanca en su fase coactiva y el "reino de la libertad" se pierde de vista. Pareciera como si, donde esto ocurre, el concepto trotskista de la revolución permanente mutara, de su original connotación de rebelión constante, de perenne subversión del orden capitalista, a un nuevo concepto de permanente revolución política, de infinitas luchas de clases y coacción estatal, con lo que la revolución social definitiva, en la cual la sociedad civil debiera tomar parte fundamental, quedara diferida imprecisamente en el tiempo. Sin embargo, eso no fue lo que soñaba Engels cuando escribió que, "cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad, será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener en la opresión... no habrá ya nada que reprimir, ni hará falta por tanto, esa fuerza especial de represión, el Estado... La intervención del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social... El gobierno de las personas será sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos...". No, no era lo que soñaba. Pero los sueños, como dijo Calderón, sueños son. Sueños que a veces, no pocas por cierto, se convierten en una realidad parecida, imitada. Si el sueño de los marxistas clásicos en relación con la extinción del estado llegara a convertirse en realidad, no sería por otro intermedio ni de otro modo que el operado a través de una sociedad civil desarrollada y madura. Ese es el camino de la libertad, de la democracia y del Socialismo ¿Lo andaremos?
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