julio-agosto.año3.No14.1996


RELIGIÓN

¿QUIENES SON LOS SANTOS?

por P. Manuel H. de Céspedes García Menocal.

En el conocido Sermón de la Montaña, Jesucristo, entre otras cosas, nos exhorta diciendo: "Sean perfectos como es perfecto su padre que está en el cielo" (Mt 5,48). En una de las cartas que se encuentran en el Nuevo Testamento leemos: "El que a ustedes los llamó es Santo, y también ustedes han de ser santos en toda su conducta, según dice la Escritura: Ustedes serán santos porque Yo lo soy" (1 Pedro 1,15-16).

Es conveniente recordar textos bíblicos como estos a la hora de considerar la vida de las personas que viviendo en este mundo han respondido a la llamada a la santidad que Dios hace a todos los hombres y mujeres. La predicación del Evangelio de Jesucristo convoca a todos a la santidad. Cuando Jesucristo comenzó su predicación fueron estas sus primeras palabras: "Cambien su vida y su corazón porque el Reino de los Cielos se ha acercado" (Mt, 4,17). Ese cambio de vida y corazón indica los primeros pasos en el camino de santidad que Dios propone a cada uno. En ese camino el creyente emplea todas sus fuerzas para, cooperando con la gracia de Dios, que recibimos en el Bautismo, ir asumiendo "los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Filipenses 2,5) y así entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Solo unidos íntimamente a Jesús como las ramas al tronco del árbol podremos dar frutos de santidad: "Como la rama no puede producir fruto por sí misma si no permanece en la planta, así tampoco pueden ustedes producir frutos si no permanecen en mí. Yo soy la Vid y ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí, y yo en él, produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada... Mi Padre encuentra su gloria en esto: que ustedes produzcan mucho fruto, llegando a ser en esto mis auténticos discípulos. Yo los he amado a ustedes como el Padre me ama a mí: permanezcan en mi amor, así como yo permanezco en el amor de mi Padre, Guardando sus mandatos... Ustedes no me escogieron a mí. Soy yo quien los escogí a ustedes y los he puesto para que produzcan fruto, y ese fruto permanezca" (Jn 15,4-5.8-10.16). Nos unimos íntimamente al tronco que es Jesucristo si guardamos sus mandatos, el mandamiento del amor. "Solo el amor engendra la maravilla. Sólo el amor el amor engendra lo que perdura. Solo el amor convierte en milagro el barro", dice la canción, traduciendo poéticamente las palabras de Jesucristo. En efecto, solo el amor engendra la maravilla de la santidad en el barro de nuestra vida. Solo el amor porque "Dios es amor" (1Jn 4,8).

Esto es lo que han hecho tantos hombres y mujeres a quienes hoy llamamos santos. Ellos son discípulos de Cristo que creen firmemente en él, que le creen confiadamente a él, esperan vivamente en él y viven de manera ejemplar el mandamiento del amor. La vida de ellos es ejemplo e inspiración para nosotros, para nuestro seguimiento de Jesucristo. He utilizado el tiempo presente en los verbos porque los santos no son solo personajes del pasado. Lo son también del presente. Hoy hay personas así. A veces pensamos que un santo hace cosas extrañas o espectaculares y que en su vida no está presente la debilidad y el pecado. No es así. Los santos no son Dios. Precisamente ellos son ejemplo e inspiración para nosotros porque no se dejan vencer por la debilidad y si en alguna ocasión pecan, siempre se levantan y reemprenden el camino de la santidad confiando renovadamente en el amor del padre del hijo pródigo.

Hay personas que nos precedieron en el camino de la fe y que ya murieron, a quienes la Iglesia venera como santos y nos propone su vida como ejemplo. Esto lo hace la Iglesia después de un proceso serio y cuidadoso sobre la vida y las virtudes de la persona en cuestión. Esos son los santos cuyas imágenes vemos en los templos. Esas imágenes están allí para recordarnos la vida ejemplar de esos hombres y mujeres y para que los invoquemos. Podemos invocarlos porque ellos están junto a Dios y oran por nosotros. Así como nosotros a veces pedimos a alguien a quien conocernos que ore por nosotros o por cualquier otra persona o situación, así también pedimos a los santos que lo hagan. Esto es parte de lo que se llama la comunión de los santos.

¿Cuántos son los santos que nos han precedido? ¿Son sólo los declarados como tales por la autoridad de la Iglesia? No. Son muchos más. Por ejemplo, pienso que ningún católico cubano, medianamente informado, duda de la santidad del P. Félix Varela (Martí lo llamó el santo cubano) a quien espero ver pronto en los altares. Igualmente pienso que ningún católico vueltabajero, medianamente informado, duda de la santidad de Doña Panchita Barrios (cuya causa de beatificación ojalá fuera iniciada). Los santos que nos han precedido forman parte de ese "gentío inmenso imposible de contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua que estaba de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de blanco. Llevaba palmas en las manos y gritaban con voz poderosa: ¿Quién salva sino nuestro Dios que se sienta en el trono y el Cordero?" (Apocalipsis 7,9-10).

Los santos han tenido siempre bien claro que son "barro" y que si algún mérito tienen es producto de la gracia de Dios. Así lo expresó Santa Teresa de Niño Jesús: "Tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el Cielo, quiero trabajar sólo por vuestro amor... En el atardecer de esta vida compareceré ante ti con las manos vacías, Señor, porque no te pido que cuentes con mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión de ti mismo".

Hay muchas carencias en Cuba. Muchos hablan de su reconstrucción. Su reconstrucción necesita de hombres y mujeres santos. ¿Acaso no es sugerente que el padre de nuestra nacionalidad sea santo?