julio-agosto.año3.No14.1996


HECHOS Y OPINIONES

COOPPELIA

RENUNCIAR A LAS ASPIRACIONES O MARCHARSE

por Sergio Lázaro Cabarrouy Fernández-Fontecha.

¿Qué es el Coppelia de Pinar del Río? ¿Un lugar donde usted va a ingerir helado o un lugar donde puede compartir con otras personas mientras disfruta del frío manjar? ¿Un lugar donde uno come (sacia una necesidad fisiológica) después de una cola (que ha de ser «del poste hacia atrás» aunque no haya nadie) o un lugar de sano esparcimiento?

Me pregunto así porque la noche anterior (muy calurosa para ser de mayo) unos amigos y yo fuimos a Coppelia a eso de las 12:00 PM. Luego de esperar un poco en la clásica colita (éramos solo nosotros 9, y Coppelia estaba vacío) el mozo de la puerta nos indicó que pasáramos, pero que deberíamos conformarnos con batido porque era tarde y el helado estaba medio derretido por estar, las neveras, en malas condiciones. Entramos pues, movidos más por el deseo de compartir juntos que por el de comer algunas de las especialidades.

Al entrar, como es lógico, quisimos sentarnos juntos pero por no sé cuál extraña ley las mesas (o las sillas) no podían moverse de donde estaban, impidiendo así que grupos de más de cuatro personas pudiesen sentarse juntos como debe suceder en un centro gastronómico común y corriente. Preguntamos el porqué y se nos dio la respuesta que en casi todos lados aparece cual incuestionable y regio edicto del medioevo: «así está establecido». Ante esa respuesta casi siempre queda poco que hacer, pero al comprender que quien nos lo decía tampoco podía hacer nada quisimos, al menos, sentarnos en mesas contiguas, pero una sirvienta de salón nos dijo: «bah, tienen que esperar a que yo las limpie». De su tono de voz se sabía que nos invitaba a cambiar de idea porque se demoraría lo suficiente para que en aquellas mesas no se sentara nadie más esa noche.

Uno de nosotros dijo: «vamos a sentarnos donde quiera, total... », ya todos estábamos muy incómodos cuando resonó otra vez la voz de la que parecía ser la jefa del salón dirigiéndose a mí: «ven acá mi'jo, qué les pasa a ustedes? Tienen que sentarse unos arriba de los otros?» No se escribe en revista seria lo que me pasó por la mente decir, tampoco lo dije (por educación) en aquel momento (me tranqué como guajiro que soy), sólo me di la vuelta para irme al tiempo que uno del grupo le decía «lo que vamos a hacer es irnos» y otra le recordaba que era una falta de respeto.

Puede entenderse que el cansancio y la tensión se acumulan en las personas que nos atendieron debido a todas las razones que conocemos, y que cuando esto sucede uno puede tender a «cogerla con los demás» (como se dice en buen cubano). Lo que no se entiende es que haya disposiciones administrativas que contribuyan a empeorar dichas tensiones y más, que impiden que Coppelia sea lo que debe ser: un lugar donde las personas puedan compartir libremente mientras disfrutan de un helado.

Me animé a escribir, no por el deseo de protestar tan solo, sino por el de ilustrar a través de un ejemplo de la vida cotidiana, que cuando la persona no es el principio, el protagonista y la finalidad de cualquier espacio social, y se ponen por encima de ella la eficacia, la forma de organizar, la estrategia económica, etc., suceden hechos como el que acabo de contar donde el afectado tiene sólo dos alternativas: renunciar a sus aspiraciones, o marcharse.

 

Pinar del Río. 30 de Mayo de 1996.