marzo-abril.año2.No12.1996 |
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EDITORIAL
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SIN TRABAJO NO HAY PAÍS |
Una vieja canción popular ponía en boca del "negrito del batey" una frase que nos da todavía hoy mucho que pensar: "El trabajo lo hizo Dios como castigo". Tan absurda es la afirmación, como el concepto mismo de trabajo que de ella se desprende. Cerca de los días del Primero de Mayo en que celebramos la Fiesta del Trabajo queremos reflexionar sobre el sentido y la finalidad del quehacer laboral que caracteriza al ser humano. Hoy día, con bastante frecuencia, nos encontramos con personas que al caminar por las mañanas a su trabajo o al tener que tomar cualquier tipo de transporte para llegar a él, parece que cargan con una pesada cruz, o por lo menos que tanto la labor que realizan como las relaciones humanas que caracterizan su centro de trabajo no son nada gratificantes; no logran satisfacer, por lo menos en parte, sus espectativas como personas. Otros, sin embargo, aún cuando las condiciones son peores que la de los primeros, se sienten realizados como trabajadores y profundamente motivados por la labor que realizan, progresan y expresan su creatividad e iniciativas con tanta audacia y genialidad que nos hacen exclamar continuamente: ¡Los cubanos, los cubanos... inventando no hay quien les ponga un pie delante en la lucha por la vida! Estos ejemplos nos conducen a pensar que todo trabajo humano puede ser digno y estimulante. No importa si es manual o intelectual. No importa si está lejos o cerca. El problema está en la vocación y la motivación profunda que estimula nuestro trabajo. No hay trabajo verdaderamente humano si no responde a la vocación del que lo realiza. Vocación es llamada, invitación y voluntariado. Trabajo sin vocación es aburrimiento, agonía y obligación. La ubicación de las personas en el trabajo para responder a "las necesidades" sin tener en cuenta la vocación es poner sobre los hombros del trabajador una pesada carga sin sentido y poner sobre los hombros del país el fardo de quienes perciben un salario sin poder aportar todos sus talentos puesto que no se sienten llamados, no tienen inclinaciones, carismas para la labor que les "fue encomendada". El trabajo sin vocación es deshumanizante. Ninguna razón: ni religiosa, ni política; ningún cálculo económico o estadístico, pueden justificar la penosa desviación de la verdadera vocación de una persona "por razones superiores". Tarde o temprano se verá claro que en otro trabajo esa persona rinde más. Entonces el ser humano y el país pierden precisamente lo que "las razones superiores" deseaban garantizar. Tampoco hay trabajo verdaderamente humano si no hay motivación seria y estimulante. Motivación la que engendra, da razón y proyección futura a las iniciativas propias o compartidas. Trabajo sin motivación profunda es esterilidad, caos incoherente y estancamiento cotidiano. Miremos a nuestro alrededor, en muchos centros de trabajo, los responsables se preguntan por qué hay trabajadores que no generan, otros que sólo saben "cumplir tareas" de un plan de trabajo y otros que van "matando cada día" sin levantar la cabeza hacia un futuro construido a base de inventiva y proyectos personales y empresariales. Es cierto, reconozcámoslo, que hay trabajadores con vocación y motivación estimulante, hay trabajadores cubanos con innovaciones y suficiente creatividad. Pero que estos árboles insignes del trabajo no nos impidan ver con realismo el bosque de la mediocridad laboral. Que esa mediocridad no nos invada con el tedio de cada día. El problema del trabajo no se puede reducir a "estímulos" que vengan de "fuera" de la persona misma, ya sean estímulos materiales como los dólares a cambio de ciertos "indicadores medibles", ni tampoco los llamados estímulos morales que se reducen a menciones y certificados en asambleas y expedientes. Estos viejos métodos de estimulación no tienen en cuenta que lo que hay que estimular es el alma, la subjetividad de la persona, la moral del trabajador, y esto difícilmente se puede medir por una comisión, ni estimular con dinero o comida. La susceptibilidad de los trabajadores no debe herirse con estímulos demasiados "contables" ni con motivaciones pegadas al suelo. Cada trabajador debe sentirse un creador. Pero no sólo "sentirse" sino tener la posibilidad y el espacio de libertad de acción para llegar a hacerlo. Cada trabajador debe sentirse "dueño", es decir, responsable de su trabajo. Pero no se trata sólo de sentirse dueño o responsable, sino de tener la posibilidad y la libertad de acción para llegar a serlo de verdad. Desvío de la vocación personal, falta de motivación interior, estímulos demasiados materialistas o demasiados moralistas, falta de oportunidades y espacios de creación libre y responsable, exceso de paternalismo o apadrinamientos que hacen aparecer, como asumidas por los trabajadores, decisiones en las cuales no participó en la planeación ni participará en la evaluación. Estas son algunas de las causas que desvirtúan una verdadera cultura del trabajo humano. Sin vocación, motivación profunda y espacios de participación no hay mística del trabajo. Sin embargo, nuestro pueblo tiene una tradición laboral y sindical, tiene sobradas pruebas de que es capaz de trabajar duro y bien cuando está motivado. Es un pueblo que aquí y en otras latitudes ha demostrado ser muy emprendedor y tener una insospechada capacidad de recuperación. Miremos, pues, estos fallos en el mundo laboral para rectificar sus consecuencias. Lo primero es encaminar la vocación personal con una adecuada formación. También eliminar las discriminaciones que aún subsisten con relación el acceso a algunos servicios, carreras universitarias, oficios y negocios que no cuentan con el espacio de desarrollo ni con la igualdad de oportunidades para todos. Es necesario que se destaque más aún la primacía del trabajo sobre el capital y de la persona humana sobre el trabajo, de modo que el mismo sea un acto de creación y un medio de desarrollo personal y social. Es indispensable además crear en cada centro de trabajo un clima de respeto, solidaridad y participación real que haga de esos ambientes verdaderos lugares de convivencia. La justa retribución del esfuerzo laboral, la auténtica estimulación que suscite creatividad y empeño por la calidad y la elevación del prestigio social de ciertos trabajos que aún son marginales, pueden contribuir a mejorar la espiritualidad del trabajo. Esto no basta, es necesario que se disminuya el creciente desempleo con la posibilidad de crear nuevas fuentes empleadoras que den trabajo por su cuenta. La recuperación del verdadero espíritu sindical que lejos de politizaciones partidistas luchen por la promoción y conquistas de los trabajadores desde el seno mismo del mundo laboral. Ya en la Biblia decía San Pablo que el que no trabaje que no coma, y que todo trabajador merece su salario con justicia, todo con el fin de destacar la importancia preeminente del trabajo humano. Jesucristo, él mismo, asumió el trabajo humano y lo dignificó hasta la plenitud. Cuba necesita recuperar una mística del trabajo que lo motive desde lo profundo de la persona. Que lo fecunde con energía creadora. Que lo libere con espacios cada vez más amplios de participación laboral y sindical. Cuba necesita que el trabajo sea verdaderamente lo que es: fuente inagotable de desarrollo. Porque sin trabajo no hay país.
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