marzo-abril.año2.No.12.1996


RELIGIÓN

EL CURA PÁRROCO

por P. Manuel H. de Céspedes García Menocal

 

El 20 de abril de este año, Dios mediante, será ordenado sacerdote un joven de Sábalo:

Vicente Cabrera Delgado. La Iglesia en Pinar del Río está de fiesta grande. Una ordenación sacerdotal siempre lo es. Pero en nuestra situación tiene un carácter peculiar. Son muy pocos los sacerdotes en Cuba, y en nuestra provincia somos más escasos aún. Una reciente estadística dice que en Cuba hay un sacerdote por cada cincuenta y tres mil habitantes. Son muy pocos los sacerdotes nativos de Vueltabajo. La ordenación sacerdotal anterior a la de Vicente fue en 1987. Con el P. Vicente seremos catorce los sacerdotes que desde Mariel hasta el Cabo de San Antonio debemos servir, junto con nuestro obispo, a las más de sesenta comunidades eclesiales de la diócesis pinareña. Hay que tener buena puntería para encontrarse con un sacerdote en Vueltabajo.

No se debe hablar de la Iglesia sin hablar del sacerdote, Ciertamente Jesucristo no fundó una Iglesia de curas. Fundó una Iglesia de diversos servicios y carismas, pero en la Iglesia fundada por Jesucristo la presencia del sacerdote es necesaria para el crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad de todos sus miembros.

El sacerdote está en la Iglesia para servir a los hombres en todo lo que tenga que ver en sus relaciones con Dios. La celebración de la Eucaristía (Misa) y la proclamación del mensaje salvador de Jesucristo constituye la tarea principal del sacerdote. Para esto llama Dios a algunos hombres en la Iglesia. Esto es lo que hace al sacerdote un hombre diferente. Su vida sólo se enfoca bien dentro del misterio que es la Iglesia. Por eso la vida del sacerdote siempre plantea preguntas. El cura párroco de un pueblo siempre es observado con buenos ojos y con no tan buenos.

Pero siempre es observado.

El sacerdote tiene que ser un hombre de Dios. Por eso el sacerdote ora, y por eso el sacerdote celebra los misterios de la fe para su comunidad. Pero es funesto para él quedarse encerrado en esto. El sacerdote debe estudiar, leer el periódico, escuchar el radio, ver la televisión, pasear por las calles del pueblo, visitar familias, montar en el transporte público, ir al cine, al stadium, al río y a la playa, comprar en un timbiriche. Todo esto lo necesita para no olvidar que hay también muchísima gente que no acude al templo y ante la cual él también tiene una responsabilidad. La parábola del buen pastor que deja noventa y nueve ovejas en el rebaño y va a buscar la oveja perdida está siempre presente en la mente y en el corazón del sacerdote. Él es el hombre de Dios para los miembros de su comunidad a quienes debe ayudar a vivir cristianamente en la sociedad de hoy que no es cristiana y en la cual el cristiano debe ser levadura y luz puesta en el candelero. Y también el sacerdote es el hombre de Dios para quienes ni siquiera han oído hablar de Dios. Por eso no está mal decir que el cura párroco es hombre de Dios para el templo y para los caminos y los campos.

Para lograr esto el sacerdote debe amar sinceramente a Jesucristo y a su Iglesia, y debe amar sinceramente al hombre y al ambiente del hombre. Para amar al hombre hay que conocerlo no por libros y estadísticas, sino por el calor de la fraternidad. El cura párroco es el hermano de la gente de su pueblo; todos ellos son su familia. Por eso el cura párroco vive su sacerdocio solidariamente con el pueblo concreto al que su obispo lo envía. De lo contrario, el cura párroco se queda solo o hace de su comunidad un grupo cerrado. Pero la Iglesia de Jesucristo no es un ghetto. Conviene aquí recordar que la víspera de su Pasión, Jesucristo no pidió al Padre que separara a sus discípulos del mundo, sino que los liberara del mal (cfr. Juan 17,15).

Mucho de lo planteado hasta aquí fue expresado en 1996 por un cura párroco que es para mí una figura sacerdotal inspiradora. En aquella oportunidad él también escribió lo siguiente-. "Esta presencia en el mundo, traducida a la práctica, exige del sacerdote el contacto íntimo con las instituciones en las que el hombre vive y en las que se va construyendo un tipo determinado de sociedad: contacto con la familia, acceso a los medios de comunicación social, conocimiento de las actividades recreativas, interés en las manifestaciones culturales por lo que tienen de expresión de una mentalidad y, al mismo tiempo, de orientadoras en la creación de una cultura determinada, etc."

Vivir el sacerdocio solidariamente con una comunidad humana concreta no significa no saber y no señalar sus limitaciones, sus mediocridades, sus males. Sí significa que el sacerdote se reconoce dentro de esa comunidad y la mira y sirve como un familiar a quien preocupa la vida de su familia. Por eso no está mal decir que el cura párroco es el hombre de Dios para el templo y para los caminos y los campos que no se cansa nunca de vivir en diálogo honesto y cordial.

Es fascinante la etapa de su vida que va a iniciar el P. Vicente. Vida que él vivirá bajo la providencia de Dios para el servicio evangelizador de los hombres. Que él sea sacerdote de Jesucristo por muchos años,